CONO SUR: J. R. Elizondo

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Y llegamos a la censura consensuada José Rodríguez Elizondo

Como antiguo crítico de cine, sentí un doble escalofrío cuando José Antonio García Belaunde planteó su "inquietud" al canciller chileno repecto a Epopeya –teleserie chilena sobre la Guerra del Pacífico–, y Alejandro Foxley, al toque, consiguió que la emisión se suspendiera. Ambos apreciaron que la oportunidad era mala y que la obra sería vista, además de los televidentes chilenos, por unos 600 mil peruanos, vía la señal internacional del canal estatal de Chile.

Por lo que se sabe, ninguno habló sobre contenidos. Prejuzgando –quizás por el título– que la obra sería un nuevo incordio, se negaron a la posibilidad de que tendiera a promover una mejor comprensión entre chilenos y peruanos. De hecho, Foxley ni siquiera regateó un par de horas tácticas para ver una sinopsis o pedir informe a su Dirección de Cultura.

Sin duda, es el último monstruo liberado por la chapuza chilena de la ley sobre límites de Arica (véase mi columna del 26/2/07). Como tal, indujo al canciller peruano a cobrar factura y presionó a Foxley para que la pagara. Llegamos, así, a la madre de todas las chapuzas: creer que la narrativa histórica funcional a la desconfianza puede superarse ignorando toda narrativa histórica. Coherentemente, esa "agenda de futuro" que suele invocarse cuando las crisis amainan tendría que contener solo balances comerciales y proyectos de inversión.

Ha sido una gravísima regresión cultural. Un retorno a ese espejismo que induce a barrer las experiencias traumáticas bajo las alfombras, para que vuelvan a diseminarse a la primera oportunidad. Además, terminaría convirtiendo a la Guerra del Pacífico en un tabú sicológicamente perverso y tecnológicamente inviable. En nuestros países podríamos estudiarla y glosarla a nuestro aire, pero sin que el fruto de esas actividades pudiera traspasar fronteras (oficialmente).

Peor es meneallo

En tal contexto, los chilenos que queremos al Perú y los peruanos que quieren a Chile, nos resignaríamos a coexistir con la parte mala de la memoria del otro, negándonos a mostrar y debatir cualquier proyecto que contenga análisis y criterios nuevos. "Peor es meneallo", dijo Don Quijote a Sancho en momentos de escatológica aflicción.

El efecto de esa opacidad oficializada sería aberrante, en especial para quienes tenemos la experiencia de trabajos conjuntos sobre temas propios del tabú (me remito, por vía de ejemplo, a la ignorada Acta de Lovaina de 2006). En adelante, tendríamos que convertirnos en una especie de agentes clandestinos del sinceramiento, en vista de que los poderes nacionales prefieren el silencio y el vacío.

Por eso seguimos estancados en lo que he categorizado, para mi país, como "subdesarrollo exitoso". Yo no imagino al canciller japonés induciendo y obteniendo de Condoleezza Rice la suspensión de la exhibición de las películas de Clint Eastwood sobre la batalla de Iwo Jima (que, por lo demás, contienen un estupendo homenaje al honor militar japonés).

A mayor abundamiento, millones de norteamericanos, británicos, alemanes, franceses, italianos, rusos y japoneses han pasado más de un siglo viendo, en el cine, en la tele y sin chistar las distintas versiones sobre las guerras que protagonizaron. Tal libertad cultural no impidió que se forjara la Unión Europea, paradigma de integración entre viejos combatientes.

En cuanto gobernantes democráticos de gran carisma popular, Alan García y Michelle Bachelet no debieran favorecer actos de oscurantismo. Porque eso fue la suspensión de Epopeya: un acto de censura consensuada, que quiso disfrazarse como medida de confianza.


Publicado en La Republica, Peru, el 27 de marzo de 2007.


José Rodríguez Elizondo
Miércoles, 28 de Marzo 2007



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El diario La Razon, de Bolivia, publicó el 23 de marzo, con motivo del Día del Mar, esta entrevista que me parece bueno compartirla con los lectores de Tendencias..



“Insistir en gas por mar condenaría el diálogo al fracaso”

Análisis

El caso del gasoducto con Chile fue paradigmático: era económicamente insoslayable para el presidente Lagos, pero fue políticamente insoportable para el presidente Mesa

José Rodríguez Elizondo es analista político y escritor chileno.


¿Cuál es su evaluación sobre las relaciones bilaterales entre Bolivia y Chile, considerando el manejo que le dieron la presidenta Michelle Bachelet y el presidente Evo Morales?

Creo que marchan en una buena dirección. La primera presidenta mujer y el primer presidente de origen aymara parecen conscientes de que pueden apuntarse otro éxito histórico: la reanudación de relaciones diplomáticas, como punto inicial de una cooperación con intercambios múltiples. Para ello, deben imponerse a la parte más rígida de sus burocracias internas y tener el coraje necesario para exorcizar los fantasmas histórico-culturales.

¿Cuánto cree que se avanzó en la agenda bilateral acordada por ambos gobiernos?

No me siento informado. Topo con el problema de la diplomacia secreta y su correlato: la ausencia de una docencia presidencial, a través de los medios. Prefiero hablar de tendencias, sin cuantificar avances concretos.

¿El diálogo bilateral comercial está sujeto al restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas?

Así lo enseña la experiencia. Los tecnócratas suelen subestimar el previo restablecimiento de relaciones, invocando una ´agenda del futuro´ con proyectos de inversión, joint ventures y balances comerciales. En mi reciente libro Las crisis vecinales en el gobierno de Lagos demostré cuán ilusoria es la agenda tecnocrática, en un contexto en que las emociones geopolíticas se imponen a las conveniencias del libre comercio. El caso del gasoducto por Chile fue paradigmático: era económicamente insoslayable para el presidente Ricardo Lagos, pero fue políticamente insoportable para el presidente Carlos Mesa.

De acuerdo a la formación estudiantil y diplomática que recibió usted, ¿qué posición tiene sobre la demanda boliviana de reintegración marítima?

Mi formación fue la normal de un joven chileno: exaltación del nacionalismo patriótico, con base en episodios notables, entre los cuales está la Guerra del Pacífico. El énfasis estaba en el ´nosotros´, sin mayor información sobre el pensamiento de ´los otros´. Algo similar sucedía en la enseñanza boliviana y peruana, aunque desde la perspectiva de la derrota. Quizás por eso el orgullo y el rencor con base egocéntrica nos han impedido asumir dos cosas relacionadas: que si las guerras son episodios desgraciados en la vida de las naciones, la paz debe afirmarse en el reconocimiento de los acuerdos que les pusieron término. A partir de ahí podemos asumir conceptos más flexibles de soberanía o negociar cambios. En síntesis, no podemos calificar a los tratados como ´intangibles´ —eso es propio de la Teología—, pero tampoco olvidar sus normas, presentando como derecho lo que es una aspiración.

¿Cree que ambos países podrían profundizar su relación comercial, si se considera que son complementarios?

¡Qué duda cabe!... somos economías complementarias, en productos y servicios de toda índole. Es una complementariedad latente, que choca contra la enemistad larvada. Es como si viviéramos disparándonos a los pies.

¿Qué lectura tiene Chile sobre la diplomacia de los pueblos?

Si se la piensa como una diplomacia de asambleas callejeras o de consultas a ´las masas´, es jugar con fuego. En sociedades mínimamente complejas, nada puede reemplazar a una buena diplomacia profesional.

¿El tema energético tiene un objetivo estratégico o comercial?

No hay dicotomía. En este caso, lo comercial puede ser complementario de lo estratégico. Si Chile necesita energía gasífera y Bolivia puede proporcionársela, se produce un juego de suma variable. Ambos países ganan y esto puede generar una relación de confianza, que conduzca a una relación normalizada.

¿Cómo percibe la opinión pública la actual relación entre Bolivia y Chile?

En Chile está ganando espacio la opinión pública favorable a una relación normalizada. Antes predominó la apatía o la confusa sensación de que, ante tanto problema, ´la mejor relación con Bolivia es no tener relación´.

¿Cuáles deberían ser las condiciones para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas plenas?

La experiencia indica que no debiera haber condiciones previas. La falta de relaciones diplomáticas ha sido pérdida neta para ambos países. Además, cualquiera sabe que se negocia mejor alrededor de una mesa, mirándose a los ojos, que recibiendo presiones a través de los medios o levantando ´ejes´ que nos distraen del objetivo integracionista.

¿Hay posibilidad de que Chile decida reincorporar el tema energético en el diálogo sobre la reivindicación marítima?

El problema ha sido el entendimiento de la ´diplomacia del gas´ como una suerte de canje: Bolivia nos vende gas y Chile entrega soberanía territorial y marítima. Francamente, insistir en ese planteo condenaría el emergente diálogo a un fracaso a corto plazo. La mayor estatura estratégica que tiene Bolivia, gracias a sus riquezas energéticas, debe ser utilizada desde la relación normalizada. La mejor prueba está en el tremendo éxito del presidente Morales en sus negociaciones con Argentina y Brasil sobre el precio del gas.

¿Cómo analiza el acto conjunto que Chile y Bolivia harán en homenaje a Abaroa?

Excelente. Los héroes de nuestros países deben ser respetados, siempre, como primerísima medida de fomento de la confianza. De paso, esto demuestra lo fructíferas que han sido las relaciones entre nuestros altos mandos. En mis actividades académicas verifiqué que los militares chilenos han asumido, plenamente, la necesidad de una mejor relación con Bolivia.

José Rodríguez Elizondo
Sábado, 24 de Marzo 2007



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¿Es malo mostrar la guerra? José Rodríguez Elizondo

Según informacion de La Tercera, los cancilleres de Chile y Perú, preocupadísimos por una teleserie chilena sobre la Guerra del Pacífico, consiguieron que TVN chuteara su estreno para el próximo futuro.

Como sucede casi siempre, en los casos que afectan a la política vecinal, los chilenos de a pie quedamos con un signo de interrogación múltiple:

- ¿Fue consultada la Cancillería previamente, a través de su Dirección de Asuntos Culturales (DIRAC)?
- ¿Quiénes fueron los expertos o los asesores sobre contenidos?
- ¿Hubo previo debate en el Consejo de TVN sobre la congruencia de esa teleserie con los intereses superiores del Estado?
- ¿Estimó DIRAC o algún consejero de TVN que los contenidos de la obra menoscababan la dignidad de peruanos y bolivianos?
- ¿Qué rol juegan, en todo esto, la libertad de expresión y la censura?

Tanta pregunta es pertinente, pues, tras la última chapuza, todos parecen asumir que esa obra del canal estatal a) implica una ofensa para los vencidos y b) está destinada, por tanto, a seguir hurgando en las heridas incicatrizadas.

No sería extraño que así fuera. Hasta el momento, los descendientes de los actores de esa guerra hemos sido rehenes de nuestras historias. O, dicho más exactamente, de aquellos narradores –históricos o de ficción- que no quieren que Chile, Bolivia y el Perú miren de una buena vez hacia el futuro.

Por eso, ha primado en la materia el libre mercado de los nacionalismos, exacerbando prepotencias y rencores, ante la falta de docencia presidencial y la complicidad, el oportunismo o el silencio timorato de los políticos.

Pero… ¿alguien se ha preguntado si, por excepción, la teleserie de marras podría ser un factor de acercamiento y comprensión?

Precedentes

Hay precedentes. El filme Caliche Sangriento, de Helvio Soto, sobre la misma guerra, no fue una apoteosis del patrioterismo chilensis. Al margen de su valor artístico y de acuerdo con la sensibilidad marxiana del cineasta, fue una fraterna descarga de responsabilidades en un tercero. Chilenos, peruanos y bolivianos fuimos víctimas, todos, del imperialismo nitrático de John Thomas North.

También hay un precedente de nivel global: el filme Cartas de Iwo Jima, que mandó al archivo todos esos filmes de guerra que mostraban a los japoneses como tarados y fanáticos sin excepción. Mañana podrá sostenerse, quizás, que esta película de Clint Eastwood hizo más por la amistad nipo-norteamericana que todos los embajadores y cancilleres de la posguerra.

A mayor abundamiento, los militares chilenos ya saben que nunca fue inteligente ningunear a peruanos y bolivianos. Han asimilado, a fondo, ese viejo mensaje de don Alonso de Ercilla, según el cual “no es el vencedor más estimado / de aquello en que el vencido es reputado”.

Gracias a ello, Arturo Prat y Miguel Grau dejaron de ser los “negritos de Harvard” de esta dura historia compartida. En el museo del Morro de Arica hoy luce el busto del héroe peruano Francisco Bolognesi y en el Museo Histórico-militar de Santiago se rinde homenaje a los soldados peruanos y bolivianos que murieron defendiendo sus patrias.

Si la teleserie debe mostrarse, deseemos que nos traiga una buena lección.



Publicado en La Tercera el 14 de marzo de 2007.

José Rodríguez Elizondo
Miércoles, 14 de Marzo 2007



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La Historia, según Fidel Castro José Rodríguez Elizondo

El libro Fidel Castro, biografía a dos voces, del director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, está provocando la usual polémica de este tipo de obras. Mario Vargas Llosa rompió el fuego diciendo que es “el más obsecuente y servil libro sobre Fidel Castro” que se haya publicado. Otros denuncian que sólo es una recopilación de discursos truncos y citas actualizadas. Un embutido de “copy and paste”.

La verdad es que, por volumen físico, el libro es lo bastante gordo como para corresponder a las “cien horas de conversación” que proclama Ramonet y quizás no sea una simple reingeniería de textos. Su biografiado ha hablado tanto, sobre todo y durante medio siglo, que es imposible apostar al mérito periodístico de la novedad. Por lo demás –y esto es esencial-, cualquiera sabe que Castro nunca ha dado puntada o entrevista sin hilo.

Esto implica, primero, que Castro ya aprendió –con Lord Keynes- que en el largo plazo todos estaremos muertos y tendremos poco tiempo para leer. Segundo, que en el corto y mediano plazo y en términos de poder, los entrevistadores-admiradores son más útiles que los entrevistadores a secas. Como anticipo de ese aprendizaje, el líder partió autoabsolviéndose ante la Historia. Luego, siguió administrando todas las entrevistas y conversaciones que concedió.

Su primer gran experimento se produjo en 1957, a expensas de Herbert Mathews, reportero estrella del New York Times. Tras un cuidadoso análisis de sus textos e influencia, Castro lo recibió en su cabaña de mando de la Sierra Maestra y lo deslumbró con su inteligencia despierta, su fusil automático y un interminable desfile de guerrilleros. Esa entrevista fijó, ante la opinión mundial, la potente imagen de un líder nacionalista emergente.

Sólo años después, con Castro gobernando, Matthews supo que lo habían hecho cholito: la inteligencia y el fusil eran de verdad, pero esos miles de desfilantes, que vio desde una ventana, eran sólo un grupete que daba vueltas alrededor de la cabaña.

Luego vino la manipulación de Regis Debray -candidato a pensador francés a quien convirtió en su medium intelectual- y una serie de entrevistas con edición y efectos programados.

Fuera de alcance para los cubanos

Esto supuso una abierta discriminación de los comunicadores, un certero análisis de la coyuntura y un estricto pragmatismo “cultural”. Según Castro, todo era permisible dentro de la revolución, pero “nada contra la revolución”. La revolución, como se sabe, fue y sigue siendo él.

El mejor ejemplo de ese tipo de productos fue el libro Fidel y la Religión, de 1985, firmado por el sacerdote brasileño Frei Betto y orientado a promover la alianza de comunistas y cristianos de izquierda. De acuerdo al firmante, correspondió a 23 horas de “conversación”. De hecho, era un larguísimo discurso de Castro, con breves preguntas intercaladas, que hacían las veces de subtítulos.

Como única excepción está el notable libro Fidel: un retrato crítico, publicado en 1986 por Tad Szulc, otro célebre reportero del NYT. Tal vez la parte sentimental del líder le recordó su experiencia con Matthews y su parte inteligente le hizo aceptar el argumento de Szulc: no existía una “biografía seria” de su persona.

Entonces -aunque observando que “quizás estemos corriendo un gran riesgo”-, Castro le abrió las puertas de Cuba, lo dateó sin compasión ni tiempo y hasta aceptó no corregir (no censurar) el producto terminado.

Como contrapartida, esa biografía sigue fuera de alcance para los cubanos de Cuba. Castro, que comprende genialmente la importancia estratégica de controlar la Historia, entendió que no estaban maduros para asumirla. Puertas adentro prefiere mantener la vieja imagen, de francesa estirpe, según la cual “la Historia soy yo”.


Publicado en La Republica, el 12.03.2007.

José Rodríguez Elizondo
Martes, 13 de Marzo 2007



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Bachelet: primer año internacional José Rodríguez Elizondo

Como se sabe, la mochila internacional que recibió Michelle Bachelet venía desestibada. Bajo el rótulo “secreto”, contenía un sonoro éxito comercial en las grandes ligas y un asordinado fracaso político en las ligas regional y vecinal. Para equilibrar el bulto, ella debía enfrentar dos tareas: iniciar la postergada reestructuración de la Cancillería y devolver a la política exterior su carácter de “pública”.

Sin embargo, cuando Alejandro Foxley juró como canciller, quedó claro que no había dimensionado el desafío. Gran economista, prócer del “regionalismo abierto”, Foxley habría sido un tremendo Ministro de Comercio Exterior. Pero, como jefe de “lo que hay”, estaría más dispuesto a administrar el éxito que a desmontar la base de los fracasos.

Y así nomás fue. Nuestra política exterior siguió en la ruta calada de los telecés, con nuevos socios en los grandes mercados y simpatía en los países centrales. Como contrapartida, América Latina siguió neutra o huraña, pese a guiños ocasionales de México y Brasil.

Repaso por países

La Venezuela de Hugo Chávez siguió penando. Su petición de apoyo para el Consejo de Seguridad desnudó la inseguridad de la política exterior chilena y “el tema se les fue de las manos”, comentó el embajador de Guatemala, mostrando la molestia de su país.

En Argentina, Néstor Kirchner percibió que priorizar el tema gasífero era ignorar sus problemas domésticos y abortó –de mala manera- una amistad presidencial en ciernes (ésta habría amarrado la relación estratégica que ambos países necesitan).

En cuanto a Bolivia, el talante oficial –reactivo y calculadamente ambiguo- alimentó expectativas allá y recelos aquí. No se percibió que un gobierno boliviano de nuevo tipo y con mayor estatura estratégica –por su riqueza energética y alianzas políticas- amerita actualizar el interés nacional, asumir iniciativas claras y hacer docencia interna.

Respecto al Perú, Alan García llegó con una genuina “agenda de futuro”, para que olvidáramos el mal sabor de la relación Toledo-Lagos, pero una chapuza made in Chile casi nos volvió a fojas cero. Fue el boicot de la insensibilidad política establecida.

Estrujar los próximos tres años

Por lo señalado, la Presidenta tendrá que estrujar los próximos tres años. Al efecto, podría procesar la experiencia de Eduardo Frei quien, por no ser experto, designó tres cancilleres de alta especialización: Carlos Figueroa, José Miguel Insulza y Juan Gabriel Valdés. Su período marcó el mejor momento de nuestras relaciones internacionales.

Paralelamente, debiera terminar con el malsano secretismo de nuestra política exterior tan impropio de una democracia- y optimizar su excelente imagen en el extranjero. Esa que (me consta) pudo lucir sin despliegue mediático en septiembre pasado, en New York, en la masiva cena que le ofrecieron la Foreign Policy Association y el World Leadership Forum.

Por último, la Presidenta sabe que cuenta con un novedoso activo diplomático: la alta comprensión de la temática internacional de los altos mandos militares. Sobre esa base, puede decir a los vecinos que hoy, paradójicamente, le complica más la debilidad de su Cancillería que la fortaleza de sus Fuerzas Armadas.


Publicado en La Tercera el 10.03.07.

José Rodríguez Elizondo
Sábado, 10 de Marzo 2007



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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