EL ARTE DE PENSAR. Alfonso López Quintás







Blog de Tendencias21 sobre formación en creatividad y valores

Sigo ofreciendo en esta nueva aportación (dic. 2011) algunos ejemplos de la eficacia del método expuesto bajo el epígrafe Método Primero. Como indiqué en la aportación anterior, este método nos enseña el arte de pensar de forma ajustada a los ocho niveles de realidad y de conducta en que podemos vivir. Para mostrar la eficacia de este método para asimilar dicho arte, ofrezco aquí varios ejemplos referentes a la experiencia estética y al análisis de textos literarios de calidad.


1. La comicidad responde a un descenso de nivel

Todo el mundo de la comicidad se apoya en la diferencia de nivel en que nos podemos mover. Toda una rama de la cultura pende, en cuanto a su sentido profundo, de la teoría de los niveles.

Advertir, en cada momento, en qué nivel nos movemos implica flexibilidad de mente, y ésta hemos de conseguirla mediante un ejercicio tenaz. Por ejemplo, te cuento un chiste y te ríes. Piensa de dónde procede tal comicidad y verás que, muy posiblemente, ha tenido lugar una caída brusca y pasajera de un nivel superior a un nivel inferior. Vas muy engalanado a una boda y te mueves por la calle mayor del pueblo con firmeza, creyéndote el árbitro de la elegancia. De repente resbalas y caes al suelo. Al levantarte, lo primero que miras es si alguien te ha visto y se está riendo. Supones que se reirá, porque has bajado súbitamente de la altura de la autoestima (nivel 2) a la humillación de caer de forma incontrolada, como un fardo (nivel 1).

Algo semejante sucede en multitud de chistes. Se cuenta de un instructor, que, acomplejado por no haber hecho la carrera militar, quiso dar una lección de balística a los jóvenes de las milicias universitarias. Les explicó que la bala del cañón sube hasta un punto llamado “máximo” y luego desciende y cae, debido a “eso que llaman fuerza de la gravedad”. Pero “yo os aseguro –agregó, muy confiado- que, aunque no hubiera tal fuerza, la bala caería por su propio peso…” Los estudiantes estallaron en una carcajada debido a la brusquedad de la caída que sufrió el improvisado profesor desde la cumbre de un magisterio ansiado -nivel 2- al abismo de la ignorancia no reconocida -nivel 1-.

Hay múltiples modalidades de caída de un nivel superior a otro inferior y, correlativamente, diversas formas de comicidad. «¡Qué! ¿nos vamos?», pregunta Vladimir a Estragón, en la obra de Samuel Beckett Esperando a Godot. «Vamos», contesta Estragón. Y el autor agrega: «No se mueven» (1). Los dos protagonistas caen del nivel de coherencia que se supone normal entre personas adultas a un nivel de falta absoluta de lógica. De ahí que ese esbozo de diálogo produzca cierta hilaridad, pero, como no se trata de una caída pasajera sino de un “estado de postración”, la risa se hiela en los labios y da lugar a un sentimiento tragicómico.

2. La gracia brota merced a un ascenso de nivel

De modo inverso a la comicidad, la gracia surge cuando acontece una elevación de un nivel inferior a otro superior. Decimos que un bailarín se mueve con gracia cuando su cuerpo es de tal manera dócil a su espíritu que parece ingrávido y sumamente expresivo. Lo corpóreo material parece que aquí no pesa, se hace todo él palabra, lugar de expresión transparente y lúcida. En general, puede decirse que la impresión de gracia se suscita cuando, con medios escasos, se consigue una gran expresividad. La fuerza del espíritu eleva los medios expresivos a un nivel de gran elocuencia. Este ascenso de un nivel inferior a otro superior se advierte en realidades tan distintas como el barrio de Santa Cruz en Sevilla, un jarrón helénico, un minueto de Mozart, un poema del cancionero español…

3. El descubrimiento de los niveles nos lleva a realizar tres distinciones decisivas

Al descubrir la distinción de objetos y ámbitos, de nivel 1 y nivel 2, se nos afina la capacidad de mirar, y observamos que pertenecen a niveles distintos los hechos y los acontecimientos, el significado de algo y su sentido, los procesos meramente artesanales y los procesos creativos.

• Un hecho es algo que realizamos o que acaece en el mundo y no nos ofrece posibilidades nuevas ni nos priva de las que tenemos. Alguien nos pregunta si son las diez y respondemos que sí. Esta respuesta es un mero hecho en nuestra vida. Pertenece al nivel 1. Pero, si en el juzgado o en la iglesia, una persona autorizada nos pregunta si aceptamos a otra persona como cónyuge y respondemos que sí, damos lugar a un acontecimiento. En este contexto, pronunciar la breve palabra “sí” nos abre una serie de posibilidades y nos quita otras. Algo acontece en nuestra vida que tiene una significación especial. Estamos en el nivel 2.
• Esta significación especial recibe el nombre de “sentido”. El significado de beber un vaso de vino es siempre igual, porque se trata de un mero hecho. Beber un vaso de vino a solas, para matar las penas, y hacerlo en un banquete para brindar en honor de un amigo presentan un sentido distinto. El sentido se da en el nivel 2, que es el nivel de las interrelaciones que fundan un ámbito de vida. El sentido de una actividad se alumbra siempre en el contexto en que ésta acontece. El contexto propio de la vida humana viene dado por una trama de diversas personas e instituciones vinculadas entre sí. Por eso, brindar con un amigo tiene un sentido positivo; beber a solas para embriagarse presenta un sentido negativo, pues la embriaguez empasta pero no une, no crea vida de interrelación comunitaria.
• Si un carpintero desea hacer un sencillo pupitre de clase, sigue un proceso de producción, de elaboración artesanal. Con un material determinable a voluntad y una idea clara de la forma que ha de dar al pupitre, según la finalidad del mismo, el artesano produce este objeto cuando y como quiere. Actúa con dominio. Conoce la técnica de trabajar los materiales y les imprime la forma que el cliente le indica. En cambio, un poeta no “hace” un poema cuando y como quiere, sencillamente porque no lo “hace”; debe “crearlo”. La forma que ha de imprimirle no le viene dada antes de comenzar el proceso de creación; se le ilumina a lo largo de este proceso y en contacto con la materia expresiva que va dando cuerpo al poema y en virtud del diálogo constante del poeta con la realidad que desea expresar. El poema no es producto de un proceso de elaboración que realice una persona desde sí misma, a solas. Es fruto de múltiples encuentros: encuentro con la realidad que se quiere expresar, encuentro con el poder expresivo de una materia –en este caso, un determinado tipo de lenguaje-, encuentro con los primeros versos que se van plasmando y adquieren en seguida poder inspirador de los que van a seguir. El poema no es un objeto producido por el poeta; es un “ámbito expresivo” que surge como fruto del entreveramiento fecundo de diversos ámbitos –el ámbito personal del poeta y los ámbitos de las realidades del entorno con las que entró en relación fecunda-. Los procesos artesanales se dan en el nivel 1; los procesos creativos acontecen en el nivel 2. Alumbran un sentido especial; suponen un acontecimiento en la vida del poeta y de los posibles lectores.

4. Una extrapolación injusta de un nivel a otro

José Ortega y Gasset afirma en El hombre y la gente que el hombre está destinado a vivir en soledad:

“Mi humana vida, que me pone en relación directa con cuanto me rodea –minerales, vegetales, animales, los otros hombres-, es, por esencia, soledad”. “Solo en nuestra soledad somos nuestra verdad” .

A fin de mostrar que la soledad es esencial a la vida del hombre, pone dos ejemplos y concluye que “el hombre tiende a cegarse para las existencias ajenas”:

… Por el pronto, dos vidas son incomunicantes. No se puede saltar de la una a la otra: cada una es hermética, cerrada hacia sí. Por ventura o por desgracia, no me puede doler la muela del prójimo ni cabe injertar en mí la delicia que acaso está gozando. Cada cual es el peludo Robinsón de su vida desierta. De ahí que, instalado el individuo en su solipsismo vital, tienda a cegarse para las existencias ajenas" (3).

Para saber si la conclusión del autor es justa, debemos precisar en qué nivel de la realidad están situados los dos ejemplos que aduce -uno de dolor y otro de goce-, y ver si la conclusión se refiere a un nivel distinto. En este caso, hay una extrapolación injusta de un nivel a otro. Lo adecuado hubiera sido concluir que en el nivel biológico los seres humanos estamos aislados. En efecto, aunque seamos amigos íntimos, mi corazón no puede bombear tu sangre. Cada uno debe arreglárselas por sí mismo. Estamos condenados a la soledad. Pero si, a partir de los ejemplos aducidos, afirmamos que nuestra esencia, como personas, es la soledad, cometemos un fallo metodológico que invalida el razonamiento.

5. El encuentro, visto en el nivel 2, es fuente de luz

En la novela de Benito Pérez Galdós Marianela, Pablo, el ciego, y su lazarillo, Marianela, sostienen este interesante diálogo:

- «¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé porque no sé lo que es brillar.
- Brilla mucho, sí, señorito mío. ¿Y a ti qué te importa eso? El sol es muy feo. No se lo puede mirar a la cara.
- (…) Ya veo que estas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la noche. ¿Cómo? Verás: era de día cuando hablaba la gente; era de noche cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos.
-¡Ay divina Madre de Dios! –exclamó la Nela (…). A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo»
(4).

Esta última consideración del ciego significa –si la vemos desde la perspectiva del nivel 1- que las horas en que están juntos son las del día, y las de la noche van unidas con su separación física. Una interpretación más penetrante y fecunda la ofrece el que se sitúa en la perspectiva del nivel 2 y ve expresada en esa frase la idea de que, al estar juntos los protagonistas y encontrarse –en sentido estricto-, brota la luz del encuentro y ambos quedan envueltos en la luz de la comprensión, la sinceridad y el afecto, y se hace de noche cuando dejan de encontrarse. Al principio, el ciego se movía en el nivel 1; consideraba la noche como la falta de luz física, que lleva a las gentes a retirarse y dormir. Más tarde, se eleva al nivel 2 y entiende la noche como la carencia de la luz que alumbra el encuentro personal.

Al realizarse un encuentro, se enciende una luz en el universo, pues el encuentro es una forma de juego creador, y el juego es fuente de luz (5). Cuando un encuentro se rompe, una luz se apaga. Con fina intuición, Antoine de Saint Exupéry sitúa la aparición del principito al alba, con la luz naciente. Sabemos que los escritores cualificados no proceden a su antojo; escriben con coherencia, fieles a la lógica interna de cuanto narran. El principito aparece a una con la luz porque es heraldo de la importancia del encuentro incluso en los momentos límite de la existencia. «Es bueno haber tenido un amigo, aun si vamos a morir», dijo el pequeño al final de la obra, una vez logrado el encuentro (6).

Empezamos a entrever un principio básico de “hermenéutica” o teoría de la interpretación: una interpretación tiene validez cuando es coherente en todo momento y revela la riqueza de la obra interpretada.

Alfonso López Quintás
04/11/2011

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Como expusimos al comienzo de este blog, el Método Primero tiene por meta ayudarnos a aprender el difícil arte de pensar bien, de forma ajustada a las condiciones y exigencias de las realidades que tratamos. Ese método se basa en el descubrimiento de las doce fases de nuestro desarrollo personal y en el análisis cuidadoso de los ocho niveles de realidad y de conducta. Este análisis y ese descubrimiento lo hemos realizado en las aportaciones anteriores. Antes de abordar el Segundo Método, conviene que dejemos patente en ésta cómo la lucidez adquirida en el Método Primero nos permite ahora
a) superar malentendidos,
b) utilizar el lenguaje con la debida precisión,
c) arrojar luz sobre cuestiones del máximo interés para nuestra vida, como son el verdadero camino para obtener la felicidad; el carácter complementario de libertad y normas, independencia y solidaridad; la gravedad que encierra rebajar a una realidad del nivel a que pertenece, por ejemplo tratar a una persona como objeto, y otros temas semejantes.


1. El verdadero camino hacia la felicidad

Un joven alemán, llamado Norberto, escribió una carta al famoso teólogo y filósofo P. Karl Rahner. En ella le decía: “Mis amigos y yo buscamos la felicidad frenéticamente, sin límites, con todas nuestras fuerzas. No nos ahorramos ninguna experiencia placentera. Incluso acudimos al latigazo de las drogas, el alcohol, las relaciones amorosas locas. Y, en plena juventud, acabamos quemados. Somos carne de hospital, y no hacemos sino preguntarnos qué es eso de la felicidad, ilusión que te promete todo y te lo quita todo a no tardar. Por favor, P. Rahner ¿podría decirme usted, por ventura, lo que es la felicidad?” (1).

Me hubiera gustado decirle a Norberto lo siguiente: Hiciste bien en querer ser feliz. Todos queremos serlo, porque es un deseo básico de nuestra naturaleza humana. Pero, con frecuencia, no sabemos cuál es el camino verdadero para lograr la felicidad. Está claro, por lo que dices, que has equivocado el camino hacia ella, y ahora te ves sin salida, es decir, estás desesperado. Pero no debes desanimarte. Has cometido un error –como podemos cometer todos-, pero ahora vas a descubrir cuál es el verdadero camino para llegar a la dicha y no a la desgracia. Y esto debe alegrarte.

La clave de solución consiste en distinguir diversos niveles de realidad y de conducta. En general, tendemos a pensar que ser felices es poder hacer lo que queremos, lo que nos gusta. Por eso reclamamos libertad para satisfacer nuestras apetencias. Pero no aclaramos bien qué valor tienen éstas y qué es la libertad y cuántas formas presenta. Hoy suele hablarse en general de la libertad, sin matizar. Y, al hacerlo, se piensa casi siempre en la forma más elemental de libertad, que es la libertad de hacer lo que nos apetece en cada instante (nivel 1). Esta libertad –que suelo llamar “libertad de maniobra”, de moverme a mi antojo- nos conduce con frecuencia a la destrucción, como es tu caso.

De hecho, tú hiciste cuanto deseaste para ser feliz; te concediste todos los gustos, pero al final caíste en un pozo de amargura, y no te sientes nada libre, sino esclavizado por tus apetencias. Lo malo de todo ello es que, en este momento, no sabes qué hacer, estás desorientado –igual que tus amigos-, porque no puedes comprender que algo tan valorado y apetecido como la libertad os haya llevado a la más desoladora decepción. Esta desorientación no responde a falta de inteligencia, porque tu forma de escribir revela que no te faltan dotes. Lo que sí te falta es una clave para discernir por qué, buscando la felicidad, caíste en la amargura.

Esa clave es la siguiente: La felicidad no se encuentra en el nivel 1, sino sólo a partir del nivel 2. Lo vas a descubrir enseguida. Ya sabes por experiencia que saciar las apetencias no equivale a ser feliz. La razón es porque los gustos suponen un goce o una cadena de goces. Éstos sacian algunos impulsos, halagan nuestra sensibilidad a veces de modo intenso, pero son fugaces, y sólo producen verdadero gozo cuando, al vivir esas experiencias gratificantes, nos desarrollamos como personas. Este desarrollo se da, según la ciencia actual más cualificada –Biología, Medicina, Antropología-, cuando lo que hacemos colabora a encontrarnos de veras con otras personas, con grupos humanos, con obras de arte...

Ahora piensa en esto: Tú buscaste tu felicidad a solas, sólo para ti, egoístamente. Aunque lo hiciste en grupo, seguiste tus deseos instintivos. Fuiste a lo tuyo. Pero bien sabes, por la ciencia actual, que los seres humanos somos seres de encuentro. Sobre esto no hay dudas en la investigación de hoy. Sólo podemos ser felices encontrándonos de veras con otras personas, y creando modos de auténtica amistad (nivel 2). Para crear encuentro y amistad debemos ser generosos, sinceros, cordiales, comunicativos, participativos… Estas condiciones del encuentro se llaman “valores”, y, cuando asumimos éstos como principios internos de acción, reciben el nombre de virtudes. En latín, virtutes significa capacidades. Las virtudes son capacidades para crear encuentros. Los encuentros y la práctica de las virtudes se dan en el nivel 2, en el cual no dominamos y manejamos realidades para ponerlas a nuestro servicio; las tratamos con respeto, estima y voluntad de colaboración.

Esta actitud virtuosa implica sin duda muchas renuncias. Y toda renuncia supone un sacrificio, pero el sacrificarse no es reprimirse, no significa bloquear nuestro desarrollo como personas. Al revés, maduramos como personas cuando renunciamos libremente a un valor inferior para ganar un valor superior. Este tipo superior de libertad es la libertad creativa, la que nos lleva a crear relaciones de encuentro y ser, con ello, felices.

Ya tenemos bien clara esta idea: La felicidad no debemos buscarla directamente. Lo que hemos de buscar directamente es la relación de encuentro. No importa que nos cueste, porque hayamos de renunciar a algo inmediatamente agradable, apetitoso, seductor. El encuentro es la meta, digamos “el ideal” de toda persona que abriga en su interior el deseo de vivir lo valioso. Y nada más valioso –como nos dijo el viejo y sabio Aristóteles- que la auténtica amistad, que es una forma muy alta de unidad. Cuando prescindimos de nuestros intereses inmediatos y egoístas, y perseguimos con tenacidad el ideal de la pura amistad, la pura bondad, la justicia inquebrantable…, nos situamos en la cima del nivel 3. Entonces, nuestros encuentros serán perfectos y nuestra felicidad alcanzará su grado máximo. Por tanto, subir a los niveles 2 y 3 es el camino regio para lograr la felicidad.

Ahora vemos nítidamente lo alejado que se halla de la verdad pensar que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque este ir a la caza de satisfacciones puede hacer imposible el encuentro. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro. Esto supone un sacrificio, naturalmente, pero bendito sacrificio si nos lleva a la auténtica amistad, que, como decía el viejo y sabio Aristóteles en su Ética a Nicómaco, es lo más importante de la vida.

La amistad leal, generosa y sacrificada va unida con la felicidad auténtica. Y esto por la razón poderosa de que sólo podemos vivir felices si realizamos en la vida nuestro auténtico ideal, que es el ideal del encuentro, el ideal de la unidad. Si actúo en virtud del ideal egoísta de servirme a mí mismo, podré acumular sensaciones placenteras, darme todos los gustos, pero no seré feliz porque no crearé formas de unidad valiosa con los demás.

2. El descubrimiento de la creatividad salva una familia

Al terminar una conferencia, se acercaron a mí dos jóvenes esposos. El esposo me dijo:

“Hemos venido a la conferencia sólo por darle un abrazo”. Yo no los conocía de nada, pero nos dimos un abracito –un abracito él, un abracito ella-, e inmediatamente agregó el esposo: “Para que no llame usted al loquero, le diré a qué responde esto. Durante años, mi vida de familia –mi mujer, mis dos hijos y yo- fue un infierno. Mi mujer estaba crispada por creer que, al tener que dedicar bastante tiempo al hogar, estaba perdiendo su juventud, lo mejor de su vida. Su malestar me lo comunicaba a mí, y los dos se lo transmitíamos a los pequeños. Nuestra convivencia se convirtió en un calvario. Hasta que una tarde, al llegar a casa y abrir la puerta, vi que mi mujer –cosa insólita- salía a recibirme con una gran sonrisa. Y, a través del pasillo, entreví que en el comedor había flores y un mantel vistoso.

• “Esperas a tus amigas a cenar…”, le dije.
• “No, no espero a nadie –contestó ella-; te espero a ti, ¿te parece poco?”.
• “No, poco no –añadí yo-, pero ya me explicarás este cambio…”.
• Entonces ella me invitó a sentarme y me dijo, con toda seriedad: “Esta tarde, de pura desesperación, salí de casa y me puse a callejear por la ciudad sin rumbo…, hasta que me encontré con unas gentes que se agolpaban ante una puerta.
• “¿Qué reparten aquí?”, pregunté.
• “No reparten nada, me dijo un señor; vamos a una conferencia”. Y yo, sin saber ni quién hablaba ni de qué, entré como llevada por una ola. El conferenciante explicó, entre otras cosas, que una madre de familia, cuando cuida con cariño a su bebé, es eminentemente creativa y otorga a su vida una altísima dignidad, porque está creando con el hijo esa “urdimbre afectiva” que, según los expertos, es imprescindible para su desarrollo normal. Hoy sabemos que lo que más necesita un niño al nacer es ser bien acogido. Una madre, la más humilde de las madres, que colabora a crear en su hogar un clima de acogimiento, realiza una labor de gran trascendencia para toda la sociedad… “.
• “Me impactó esta idea, y salí de la sala diciéndome: ´¡Seré tonta…! Claro que estoy perdiendo la juventud y la vida, pero no porque sea poco importante lo que hago en casa, sino porque desconozco su valor´. Por el camino, tomé la determinación de empezar hoy mismo a crear un clima de hogar, mediante gestos tan sencillos como adornar el comedor y acogerte a ti con afecto”.
• “No me lo podía creer, agregó el esposo. Y me puse enseguida a la tarea de reconstruir el hogar. Porque el hogar no es sólo el piso. Es el piso cuando en él se crean encuentros. Los dos niños notaron enseguida el cambio y se sumergieron encantados en esa atmósfera cálida, hasta entonces desconocida. Días después, uno de los niños me sorprendió con esta pregunta: ´ Papa, ¿aquí las cosas han cambiado mucho, no?´"
• “Bien. Ahora ya sabe usted por qué deseábamos darle un abrazo”.


Esta joven esposa vivía amargada porque no veía el sentido de las renuncias y las consideraba como un fracaso injustificado, humillante. Luego descubrió que, si renunciamos a un valor inferior –por atractivo que sea- para conseguir uno superior, estamos en el camino de la auténtica felicidad. Es un error creer que ser feliz es saciar todas las apetencias. Porque tal saciedad ocurre en el nivel 1, y el encuentro se crea en el nivel 2. Bien sabemos que, para vivir una convivencia feliz, necesitamos a veces renunciar a hacer la propia voluntad y satisfacer nuestros gustos, a fin de ser complacientes con el otro.

3. En el nivel 2, la libertad y las normas se enriquecen mutuamente

En la actualidad, suele considerarse a menudo como obvio que la libertad humana y las normas se oponen. Más que nunca, es obligado aquí dar una respuesta matizada: eso es cierto en el nivel 1; no lo es en el nivel 2. La libertad de maniobra –propia del nivel 1- se opone a toda norma que limite nuestra capacidad de elegir. En el nivel 2, no nos preocupa poder elegir arbitrariamente sino actuar con eficacia, con libertad creativa. Esta forma de libertad es nutrida por las normas, vistas como fuente de posibilidades. Lo vimos al hacer la experiencia de los doce descubrimientos.

Cuando nos proponemos realizar una experiencia reversible –como es declamar un poema o interpretar una obra musical- no nos interesa hacer lo que queramos –con libertad de maniobra-, sino ser inspirados por una realidad estéticamente valiosa, cargada de posibilidades expresivas, y gozar así de libertad creativa, fruto singular del nivel 2. Renunciamos gozosamente a una forma de libertad desarraigada, desvinculada de normas, para obtener un tipo de libertad vinculada a cauces fecundos. Por eso, a mayor fidelidad a tales cauces –en este caso, el poema y la obra musical-, más libres nos sentimos para darles vida. Resulta patente que esta forma creativa de libertad es superior en rango a la libertad que no es sino franquía absoluta para elegir.

4. La falsa libertad conduce a la esclavitud

En un programa televisivo, un joven hizo la siguiente confesión: “Hasta hace poco yo era totalmente feliz. Adoraba a mi madre, con la que vivía; me encantaba mi novia; cursaba con gusto mi carrera, pero, un mal día, me entregué al juego de azar, y desde entonces ni mi madre, ni mi novia ni mi carrera me interesan nada. Sólo me interesa una cosa: seguir jugando. Me he convertido en un enfermo del juego, un ludópata. Y lo que más rabia me da es que todo esto lo hice libremente, y ahora me veo convertido en un esclavo”. Y acabó con las manos cruzadas, como si estuviera esposado”. Yo pensé que el director del programa, psicólogo de profesión, le daría al joven –que mostraba una tristeza profunda- alguna clave de orientación que le mostrara una salida y le levantara el ánimo. Pero se redujo a decirle el consabido “Gracias por haber venido”.

Una buena clave hubiera la siguiente: “Has cometido sin duda un par de errores -como nos puede pasar a todos alguna vez-, pero no debes abatirte, pues vas a realizar ahora un descubrimiento decisivo para tu futuro. Pensaste que para vivir a tope basta con hacer aquello que nos atrae hasta seducirnos: por ejemplo, el juego de azar que te fascina con la idea de ganar un dinero fácil (nivel 1). La fascinación es una excitación que tiene una apariencia de plenitud, pero nos deja pronto vacíos. Pensaste sólo en la satisfacción de tus impulsos y te olvidaste de que la felicidad viene del encuentro y la amistad verdadera. Tal vez tuviste experiencias excitantes, como las de obtener ganancias copiosas y fáciles; y viviste el choque de pérdidas masivas…, y este cúmulo de experiencias intensas pero nada creativas te llevaron a un estado de verdadera desolación. De ahí la tristeza infinita que mostraste en tu relato. Este amargo proceso podías haberlo previsto si conocieras que, además y por encima de la libertad de maniobra –la capacidad de hacer lo que más apetece en cada momento- está la libertad creativa –la libertad de crear relaciones que enriquecen y llenan interiormente de felicidad-; y, además de los procesos excitantes de vértigo, existen los procesos serenos de éxtasis que nos piden sacrificios pero al final nos llenan de gozo.

En conclusión. No conocías lo que es el vértigo y su oposición al proceso de éxtasis. Te lanzaste al vértigo creyendo que era éxtasis y te iba a llevar en volandas a saturarte de felicidad. Y ahora te encuentras en los antípodas de la dicha. Ya ves la importancia que tiene elegir bien el camino. No has hecho mal en querer “vivir a tope”. Pero te hubiera convenido pensar que vivir a tope es entendido de modo distinto en cada nivel de realidad. Si vivimos en el nivel 1, tendemos a pensar que vivir a tope va unido a la embriaguez, los amoríos fáciles y pasionales, los falsos éxtasis de la velocidad, los placeres de todo orden… Si subimos al nivel 2, cambian nuestras primacías: el botellón nos parece una excitación grupal vacía; los amoríos se nos antojan un empobrecimiento del concepto de amor; la entrega libre a la saciedad de los impulsos elementales la sentimos como una sombría servidumbre… Entonces vislumbramos lo que perdemos cuando ignoramos las leyes propias de cada nivel. Y ante esa pérdida no basta lamentarse y hacer promesas de recuperar el tiempo perdido. No lo conseguiremos si no aprendemos a pensar bien.

Pensar bien significa conocer las trampas que se nos tienden en el camino. La peor trampa es vivir en el nivel 1 y creer que lo que ahí acontece se aplica a toda nuestra vida. Esto nos lleva a desconocer las inmensas posibilidades que se nos abren cuando damos el salto a los niveles superiores.

5. En el nivel 2, la independencia y la solidaridad se enriquecen mutuamente

Numerosos jóvenes estiman que no es posible coordinar la independencia y la solidaridad, por ejemplo con los padres. “Si quiero ser solidario con ellos –me expone un joven estudiante-, no puedo ser independiente en la planificación de mis noches de fin de semana”.

Esto nos pasa a todos cuando vivimos en el nivel 1, en el que tomamos cuanto nos rodea como un medio para nuestros fines. El trabajo y el ocio, el día y la noche, los padres y los hermanos.., juegan en nuestro entorno el papel que les adjudica nuestra visión egoísta de la vida. No son para nosotros una meta, sino un medio. El criterio de nuestras elecciones no es el de hacer felices a nuestros allegados, sino el de tomarlos como medios para nuestros fines. Subamos al nivel 2, y veremos cómo son perfectamente compatibles.

En este nivel, la meta de mi vida, el ideal de la unidad, no es acumular sensaciones placenteras, sino encontrarme con los demás. Y el encuentro exige ante todo generosidad. Esta actitud de generosidad me lleva a pensar en el bien de los demás, no sólo en el mío, porque en ese nivel –que es el de las experiencias reversibles- mi bien implica el de quienes me acompañan en la vida. Este bien compartido implica un valor superior a mi bien aislado. Por eso, si tengo que renunciar a este valor inferior –por ejemplo, el gusto de disfrutar de una noche sin límite de tiempo- para conseguir aquel valor superior –mi bienestar unido al de mis padres-, haré este sacrificio gustosamente, bien seguro de que no ve voy a reprimir –es decir, a bloquear mi desarrollo personal-; me elevaré a lo mejor de mí mismo. No tardaré en experimentar que el gusto que me concedo dentro de los límites que me impone mi deseo de complacer a mis padres me reporta más gozo –más satisfacción honda- que la entrega a una diversión ilimitada. Si queremos aquilatar más, hemos de notar que no debemos actuar conforme a los dictados del nivel 2 con el fin de lograr una gratificación mayor, porque entonces bajamos al nivel 1, el de la búsqueda preferente de autosatisfacciones, y quedamos sometidos a su lógica, según la cual la independencia y la solidaridad se oponen insalvablemente.

Alfonso López Quintás
01/11/2011

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Hemos visto anteriormente que, en el nivel 2, podemos establecer relaciones cada vez más valiosas y creativas con realidades de rango progresivamente superior (el ordenador, el piano, el libro, la persona...). Si las tratamos con actitud dominadora y posesiva, tendemos a hacer tabla rasa de esas diferencias y reducimos tales realidades al nivel 1, tomándolas como medios para nuestros fines, simples “objetos que están ahí a nuestra disposición”. Sabemos bien que son relaciones distintas las que creamos con un ordenador, con un instrumento musical, con un libro, con una persona, y que, al tomarlos como simples utensilios para cubrir nuestras necesidades, no los reducimos a meros objetos. Pero lo cierto es que, si adoptamos una actitud egoísta, no reparamos tanto en la valía de dichas realidades -en su capacidad de ofrecernos posibilidades con cierto poder de iniciativa- cuanto en el hecho de que pueden satisfacer nuestras necesidades y deseos.


Es importante distinguir los diversos modos de realidad con los que entramos en relación, pero lo decisivo es si adoptamos ante ellos una actitud de respeto, de adecuación a sus exigencias, o bien una actitud banalmente utilitarista. Sabemos bien que la tendencia egoísta al dominio suele volvernos toscos, elementales, insensibles al análisis cuidadoso de cuanto implican las distintas realidades de nuestro entorno. Por eso nos lleva a reducirlas a simples medios para satisfacer nuestros intereses. Con frecuencia, nos acostumbramos desde niños a manejar objetos de manera expeditiva (nivel 1) y luego aplicamos esa forma de trato a realidades -utensilios, instrumentos, libros, personas, instituciones- que, merced a las posibilidades que pueden ofrecernos, están llamadas a ejercer en nuestra vida un papel relevante si las tratamos con el debido espíritu colaborador (nivel 2).

Esta actitud empobrecedora nos quita libertad interior y nos somete a las situaciones externas en que nos hallemos. Si éstas son desconsoladoras, no sabremos cómo levantar el ánimo. Ello explica que en situaciones límite, como las propias de los campos de concentración, la única salvación posible sea mirar hacia lo alto, es decir: asumir el ideal de la unidad y consagrar la vida a realizarlo. Esta consagración permitió a no pocos reclusos orientar todo su dinamismo personal hacia el bien, situarse por encima de la mezquindad espiritual de quien pretendía envilecerlos mediante el poder destructivo de las vejaciones y alcanzar cotas de gran dignidad (1). Estamos, con ello, en el nivel 3.

1. Integración de los niveles positivos

La experiencia propia del nivel 4 -el religioso- hace posible la del nivel 3 -el axiológico-, que es, a su vez, la base de la vida de encuentro propia del nivel 2, el antropológico. En un ser corpóreo-espiritual como es el hombre, estos tres niveles se apoyan en el nivel 1. Y, viceversa, la vida en el nivel 1 adquiere un sentido personal en las experiencias propias del nivel 2, que, para ser auténticas, remiten al nivel 3, que, a su vez, requiere la fundamentación última del nivel 4. Esta implicación mutua y jerarquizada de los cuatro niveles es la base de su interna riqueza y del papel decisivo que juegan en nuestro desarrollo personal. Veámoslo sucintamente.

1. Por nuestra condición corpórea, los seres humanos debemos cubrir ciertas necesidades materiales. Para satisfacerlas, hemos de movilizar a menudo los servicios de otras personas. Si alguien trabaja fuera de casa para aportar a ésta un salario, tiene derecho a esperar que alguien dedicado a las labores domésticas le prepare la comida y le arregle la ropa. Esto no implica egoísmo ni afán de dominio, pues viene exigido por el reparto de papeles y puede y debe hacerse con una actitud de mutuo respeto y estima.

2. Sucede, no obstante, que, al estar dotados de espíritu, no podemos quedarnos en una relación de mero trueque de servicios. Al tiempo que gratificamos el servicio que se nos presta, debemos otorgar felicidad a los demás, que son personas, no meros robots destinados a realizar una función determinada. La felicidad se da en el encuentro, y éste exige ante todo una actitud de generosidad, desprendimiento y abnegación. No basta adoptar una actitud de pura reciprocidad, según la cual tanto doy cuanto recibo, o doy para recibir. Hay que optar por dar y darse. Esta opción nos eleva al nivel 2. Vemos aquí con claridad cómo se entretejen los niveles. La persona humana es muy compleja, y ninguna actitud se da en estado puro; remite a otras que la fundamentan y colman de sentido.

3. Por su condición corpórea y espiritual, el ser humano tiende por naturaleza a integrar sus diversas potencias, las instintivas y las espirituales, y a procurar que éstas orienten aquéllas hacia el encuentro, y por tanto, hacia el bien, la justicia, la belleza, la verdad y la unidad. El hombre vive como persona y se perfecciona ascendiendo a los niveles superiores, a través del proceso de éxtasis o de encuentro, que lo eleva a lo mejor de sí mismo porque lo aúna consigo y con los demás. Al ordenar nuestras potencias de abajo arriba -lo que implica una jerarquización-, establecemos paz en nosotros mismos y en nuestro entorno. En cambio, si autonomizamos nuestra tendencia a poseer y dominar y poner todas las realidades a nuestro servicio –actitud propia del nivel 1-, nos volvemos inauténticos, falsos, porque nuestra verdad de hombres se patentiza cuando nos abrimos para crear encuentros (nivel 2) de modo bondadoso, justo y bello (nivel 3). Ese poder de ordenar todas las potencias a la creación de modos de unidad relevantes es privilegio del espíritu. Bien entendida, la energía que procede de la opción por el ideal de la unidad no se opone a la energía que albergan las fuerzas instintivas. Cuando nuestra meta es lograr los modos más valiosos de unión, ambas formas de energía se complementan, no se oponen.

4. Nuestro organismo biológico se halla cerrado en sí. Aunque te quiera con toda el alma, mi corazón no puede bombear tu sangre si el tuyo enferma. Estamos aislados. Pero nuestro organismo, para subsistir, debe abrirse al entorno pues necesita aire, sol, alimento, agua... En cuanto personas, tenemos el privilegio único de poder contemplar todos los seres como algo distinto de nosotros, y decidir en nombre propio. Esta sorprendente autonomía se expresa en la breve partícula “yo”. La conciencia de poder decir “yo pienso esto y decido hacerlo porque lo quiero...”, nos inclina a sentirnos el centro de universo y olvidar que, si bien nuestro yo puede distanciarse de todos los seres del entorno, no puede alejarse de ellos. No hemos de olvidar nunca que nuestro ser es dinámico y su energía procede de dos centros: el yo y el tú, visto como el conjunto de las demás personas, las instituciones, los valores, todas las realidades que son para nosotros fuente de posibilidades.

5. Quedarse en el yo aislado reduce el alcance de nuestra realidad personal y la empobrece. Limita nuestro haz de relaciones al campo de nuestros intereses vitales, más egoístas que altruistas. Nos retiene en el nivel 1, frenando la tendencia natural hacia los niveles 2, 3 y 4. Lo ajustado a nuestra naturaleza espiritual es ejercitar la fuerza de unificación que proviene del espíritu. Hoy sabemos por la ciencia que los seres humanos somos “seres de encuentro”. Lo somos por ser “ambitales”, ya que cada ámbito tiende de por sí a abrirse a los demás, ofreciéndoles posibilidades y recibiendo las que ellos le otorgan. Al tender por naturaleza a vivir creando encuentros, somos seres “ambitalizables” y “ambitalizadores”, es decir, podemos recibir ayuda de otros ámbitos para enriquecer nuestra vida y podemos –y debemos- ayudar a otros a vivir plenamente su condición ambital, abierta. Por presentar estas tres condiciones, lo normal es vivir ascendiendo, unificando energías, creciendo al unirnos a cuanto nos rodea de forma bondadosa, justa y bella.

6. Este movimiento ascendente o “extático” viene promovido por las normas juiciosas que recibimos, desde niños, de personas dotadas de sabiduría, expertas en el conocimiento de las leyes del crecimiento personal. Esas normas nos instan a integrar nuestras energías en orden a la creación de unidad: “No nos cansemos de hacer el bien”, nos exhorta San Pablo. “Por tanto, siempre que tengamos oportunidad , hagamos el bien a todos...” (Gal. 6, 9-10). Las normas de este género nos instan a subir a niveles altos, vivir creativamente, considerar los niveles 2 y 3 como nuestro hogar. Si alguien nos dice que la cultura, el arte, la religión deben servir a la vida –entendida, de modo pseudoromántico, como una forma de actividad espontánea, no reglada por las normas procedentes del espíritu-, ya sabemos desde ahora que se nos sugiere, de modo reduccionista, renunciar al movimiento de ascenso que viene dado por el proceso de éxtasis y ponernos en peligro de caer por el tobogán del vértigo.

La vida biológica, con toda su trama de pulsiones vitales, encierra un gran valor. Toda actividad realizada con buena salud suscita cierta dosis de agrado. Lo agradable es valioso, no sólo por ser placentero sino por indicarnos que estamos ante algo saludable. Pero reducir toda actividad a fuente de goce es un reduccionismo ilegítimo, ya que el valor de lo agradable debe supeditarse a otros valores superiores; pensemos en la propia salud y en el bien de los demás. Para realizar un valor superior –por ejemplo, cuidar a un enfermo-, debemos con frecuencia renunciar a valores inferiores, como puede ser un rato de descanso. Pero esa renuncia no implica una represión –el bloqueo de nuestro desarrollo personal-, sino un ascenso a los niveles donde se da el encuentro. Supone, por tanto, la elevación a lo mejor de nosotros mismos. No hay aquí conflicto alguno entre lo que, de forma un tanto vaga, se denomina vida y espíritu. Hay colaboración en orden al logro del ideal de la persona. Lo ha visto Gustavo Thibon con perspicacia:

“El verdadero conflicto no se plantea entre la vida y el espíritu, sino entre (...) la comunión y el aislamiento (...). Y la solución del conflicto no consiste en escoger entre el espíritu y la vida, que no son más que partes del hombre, sino en optar por el amor, que es el todo del hombre. El amor y su unidad se adueñan de todo en el hombre, incluso del conflicto” (2).

De lo antedicho se desprende que nuestra forma de vivir es éticamente valiosa -es decir, justa- cuando se ajusta a nuestra realidad personal y a las realidades vinculadas con nosotros. Los problemas morales son, en buena medida, cuestiones ontológicas, relativas al modo de ser de nuestra realidad y de las realidades de nuestro entorno vital.

Nuestra realidad humana es auténtica y verdadera cuando se traduce en vida generosa de encuentro, y ésta no puede darse plenamente si no hacemos una opción decidida a favor del bien, la verdad, la justicia, la belleza y la unidad. Necesitamos el nivel 1 porque debemos cubrir múltiples necesidades, pero no hemos de considerar la satisfacción de éstas como nuestra meta en la vida. Ese nivel nos sirve de apoyo para ascender a niveles superiores (el 2, el 3, el 4), que vienen exigidos por nuestra realidad de personas, si la vemos en su última raíz.



LA ACTITUD ADECUADA A LOS DISTINTOS NIVELES
Alfonso López Quintás
05/09/2011

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1. Lo decisivo es la actitud humana ante los distintos modos de realidad

Hemos visto anteriormente que, en el nivel 2, podemos establecer relaciones cada vez más valiosas y creativas con realidades de rango progresivamente superior (el ordenador, el piano, el libro, la persona...). Si las tratamos con actitud dominadora y posesiva, tendemos a hacer tabla rasa de esas diferencias y reducimos tales realidades al nivel 1, tomándolas como medios para nuestros fines, simples “objetos que están ahí a nuestra disposición”. Sabemos bien que son relaciones distintas las que creamos con un ordenador, con un instrumento musical, con un libro, con una persona, y que, al tomarlos como simples utensilios para cubrir nuestras necesidades, no los reducimos a meros objetos. Pero lo cierto es que, si adoptamos una actitud egoísta, no reparamos tanto en la valía de dichas realidades -en su capacidad de ofrecernos posibilidades con cierto poder de iniciativa- cuanto en el hecho de que pueden satisfacer nuestras necesidades y deseos.

Es importante distinguir los diversos modos de realidad con los que entramos en relación, pero lo decisivo es si adoptamos ante ellos una actitud de respeto, de adecuación a sus exigencias, o bien una actitud banalmente utilitarista. Sabemos bien que la tendencia egoísta al dominio suele volvernos toscos, elementales, insensibles al análisis cuidadoso de cuanto implican las distintas realidades de nuestro entorno. Por eso nos lleva a reducirlas a simples medios para satisfacer nuestros intereses. Con frecuencia, nos acostumbramos desde niños a manejar objetos de manera expeditiva (nivel 1) y luego aplicamos esa forma de trato a realidades -utensilios, instrumentos, libros, personas, instituciones- que, merced a las posibilidades que pueden ofrecernos, están llamadas a ejercer en nuestra vida un papel relevante si las tratamos con el debido espíritu colaborador (nivel 2).

Esta actitud empobrecedora nos quita libertad interior y nos somete a las situaciones externas en que nos hallemos. Si éstas son desconsoladoras, no sabremos cómo levantar el ánimo. Ello explica que en situaciones límite, como las propias de los campos de concentración, la única salvación posible sea mirar hacia lo alto, es decir: asumir el ideal de la unidad y consagrar la vida a realizarlo. Esta consagración permitió a no pocos reclusos orientar todo su dinamismo personal hacia el bien, situarse por encima de la mezquindad espiritual de quien pretendía envilecerlos mediante el poder destructivo de las vejaciones y alcanzar cotas de gran dignidad (1). Estamos, con ello, en el nivel 3. (En la Sección "Conferencias y artículos" puede leerse un texto magistral de Romano Guardini sobre la vinculación de nuestra salud espiritual y la fidelidad a la verdad y al amor).

2. Integración de los niveles positivos

La experiencia propia del nivel 4 -el religioso- hace posible la del nivel 3 -el axiológico-, que es, a su vez, la base de la vida de encuentro propia del nivel 2, el antropológico. En un ser corpóreo-espiritual como es el hombre, estos tres niveles se apoyan en el nivel 1. Y, viceversa, la vida en el nivel 1 adquiere un sentido personal en las experiencias propias del nivel 2, que, para ser auténticas, remiten al nivel 3, que, a su vez, requiere la fundamentación última del nivel 4. Esta implicación mutua y jerarquizada de los cuatro niveles es la base de su interna riqueza y del papel decisivo que juegan en nuestro desarrollo personal. Veámoslo sucintamente.

1. Por nuestra condición corpórea, los seres humanos debemos cubrir ciertas necesidades materiales. Para satisfacerlas, hemos de movilizar a menudo los servicios de otras personas. Si alguien trabaja fuera de casa para aportar a ésta un salario, tiene derecho a esperar que alguien dedicado a las labores domésticas le prepare la comida y le arregle la ropa. Esto no implica egoísmo ni afán de dominio, pues viene exigido por el reparto de papeles y puede y debe hacerse con una actitud de mutuo respeto y estima.

2. Sucede, no obstante, que, al estar dotados de espíritu, no podemos quedarnos en una relación de mero trueque de servicios. Al tiempo que gratificamos el servicio que se nos presta, debemos otorgar felicidad a los demás, que son personas, no meros robots destinados a realizar una función determinada. La felicidad se da en el encuentro, y éste exige ante todo una actitud de generosidad, desprendimiento y abnegación. No basta adoptar una actitud de pura reciprocidad, según la cual tanto doy cuanto recibo, o doy para recibir. Hay que optar por dar y darse. Esta opción nos eleva al nivel 2. Vemos aquí con claridad cómo se entretejen los niveles. La persona humana es muy compleja, y ninguna actitud se da en estado puro; remite a otras que la fundamentan y colman de sentido.

3. Por su condición corpórea y espiritual, el ser humano tiende por naturaleza a integrar sus diversas potencias, las instintivas y las espirituales, y a procurar que éstas orienten aquéllas hacia el encuentro, y por tanto, hacia el bien, la justicia, la belleza, la verdad y la unidad. El hombre vive como persona y se perfecciona ascendiendo a los niveles superiores, a través del proceso de éxtasis o de encuentro, que lo eleva a lo mejor de sí mismo porque lo aúna consigo y con los demás. Al ordenar nuestras potencias de abajo arriba -lo que implica una jerarquización-, establecemos paz en nosotros mismos y en nuestro entorno. En cambio, si autonomizamos nuestra tendencia a poseer y dominar y poner todas las realidades a nuestro servicio –actitud propia del nivel 1-, nos volvemos inauténticos, falsos, porque nuestra verdad de hombres se patentiza cuando nos abrimos para crear encuentros (nivel 2) de modo bondadoso, justo y bello (nivel 3). Ese poder de ordenar todas las potencias a la creación de modos de unidad relevantes es privilegio del espíritu. Bien entendida, la energía que procede de la opción por el ideal de la unidad no se opone a la energía que albergan las fuerzas instintivas. Cuando nuestra meta es lograr los modos más valiosos de unión, ambas formas de energía se complementan, no se oponen.

4. Nuestro organismo biológico se halla cerrado en sí. Aunque te quiera con toda el alma, mi corazón no puede bombear tu sangre si el tuyo enferma. Estamos aislados. Pero nuestro organismo, para subsistir, debe abrirse al entorno pues necesita aire, sol, alimento, agua... En cuanto personas, tenemos el privilegio único de poder contemplar todos los seres como algo distinto de nosotros, y decidir en nombre propio. Esta sorprendente autonomía se expresa en la breve partícula “yo”. La conciencia de poder decir “yo pienso esto y decido hacerlo porque lo quiero...”, nos inclina a sentirnos el centro de universo y olvidar que, si bien nuestro yo puede distanciarse de todos los seres del entorno, no puede alejarse de ellos. No hemos de olvidar nunca que nuestro ser es dinámico y su energía procede de dos centros: el yo y el tú, visto como el conjunto de las demás personas, las instituciones, los valores, todas las realidades que son para nosotros fuente de posibilidades.

5. Quedarse en el yo aislado reduce el alcance de nuestra realidad personal y la empobrece. Limita nuestro haz de relaciones al campo de nuestros intereses vitales, más egoístas que altruistas. Nos retiene en el nivel 1, frenando la tendencia natural hacia los niveles 2, 3 y 4. Lo ajustado a nuestra naturaleza espiritual es ejercitar la fuerza de unificación que proviene del espíritu. Hoy sabemos por la ciencia que los seres humanos somos “seres de encuentro”. Lo somos por ser “ambitales”, ya que cada ámbito tiende de por sí a abrirse a los demás, ofreciéndoles posibilidades y recibiendo las que ellos le otorgan. Al tender por naturaleza a vivir creando encuentros, somos seres “ambitalizables” y “ambitalizadores”, es decir, podemos recibir ayuda de otros ámbitos para enriquecer nuestra vida y podemos –y debemos- ayudar a otros a vivir plenamente su condición ambital, abierta. Por presentar estas tres condiciones, lo normal es vivir ascendiendo, unificando energías, creciendo al unirnos a cuanto nos rodea de forma bondadosa, justa y bella.

6. Este movimiento ascendente o “extático” viene promovido por las normas juiciosas que recibimos, desde niños, de personas dotadas de sabiduría, expertas en el conocimiento de las leyes del crecimiento personal. Esas normas nos instan a integrar nuestras energías en orden a la creación de unidad: “No nos cansemos de hacer el bien”, nos exhorta San Pablo. “Por tanto, siempre que tengamos oportunidad , hagamos el bien a todos...” (Gal. 6, 9-10). Las normas de este género nos instan a subir a niveles altos, vivir creativamente, considerar los niveles 2 y 3 como nuestro hogar. Si alguien nos dice que la cultura, el arte, la religión deben servir a la vida –entendida, de modo pseudoromántico, como una forma de actividad espontánea, no reglada por las normas procedentes del espíritu-, ya sabemos desde ahora que se nos sugiere, de modo reduccionista, renunciar al movimiento de ascenso que viene dado por el proceso de éxtasis y ponernos en peligro de caer por el tobogán del vértigo.

La vida biológica, con toda su trama de pulsiones vitales, encierra un gran valor. Toda actividad realizada con buena salud suscita cierta dosis de agrado. Lo agradable es valioso, no sólo por ser placentero sino por indicarnos que estamos ante algo saludable. Pero reducir toda actividad a fuente de goce es un reduccionismo ilegítimo, ya que el valor de lo agradable debe supeditarse a otros valores superiores; pensemos en la propia salud y en el bien de los demás. Para realizar un valor superior –por ejemplo, cuidar a un enfermo-, debemos con frecuencia renunciar a valores inferiores, como puede ser un rato de descanso. Pero esa renuncia no implica una represión –el bloqueo de nuestro desarrollo personal-, sino un ascenso a los niveles donde se da el encuentro. Supone, por tanto, la elevación a lo mejor de nosotros mismos. No hay aquí conflicto alguno entre lo que, de forma un tanto vaga, se denomina vida y espíritu. Hay colaboración en orden al logro del ideal de la persona. Lo ha visto Gustavo Thibon con perspicacia:

“El verdadero conflicto no se plantea entre la vida y el espíritu, sino entre (...) la comunión y el aislamiento (...). Y la solución del conflicto no consiste en escoger entre el espíritu y la vida, que no son más que partes del hombre, sino en optar por el amor, que es el todo del hombre. El amor y su unidad se adueñan de todo en el hombre, incluso del conflicto” (2).

De lo antedicho se desprende que nuestra forma de vivir es éticamente valiosa -es decir, justa- cuando se ajusta a nuestra realidad personal y a las realidades vinculadas con nosotros. Los problemas morales son, en buena medida, cuestiones ontológicas, relativas al modo de ser de nuestra realidad y de las realidades de nuestro entorno vital.

Nuestra realidad humana es auténtica y verdadera cuando se traduce en vida generosa de encuentro, y ésta no puede darse plenamente si no hacemos una opción decidida a favor del bien, la verdad, la justicia, la belleza y la unidad. Necesitamos el nivel 1 porque debemos cubrir múltiples necesidades, pero no hemos de considerar la satisfacción de éstas como nuestra meta en la vida. Ese nivel nos sirve de apoyo para ascender a niveles superiores (el 2, el 3, el 4), que vienen exigidos por nuestra realidad de personas, si la vemos en su última raíz.


Alfonso López Quintás
09/07/2011

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Al recorrer –en entregas anteriores- las doce fases de nuestro desarrollo personal, advertimos la importancia de distinguir diversos niveles o modos de realidad y de conducta. Al hacerlo, ganamos una valiosísima clave de interpretación de la vida humana. Para orientarnos en la vida, hemos de tener una idea clara de los ocho niveles de realidad y de conducta –cuatro positivos y cuatro negativos- en que podemos vivir.


Un transeúnte vio a un niño que llevaba un niño más pequeño a cuestas y le dijo: “¿Cómo cargas tu espalda con semejante peso?” El niño le contestó: “¡No es un peso, señor; es mi hermano!”. ¿En qué nivel se hizo la pregunta y en cuál se dio la respuesta? El niño intuía que llevar con afecto a un hermano a la espalda (nivel 2) implica cargar con un peso (nivel 1), pero no se reduce a ello. Qué es lo que implica de más podemos determinarlo con precisión si analizamos cuidadosamente los ocho niveles de realidad y de conducta.

Para comenzar, lo decisivo es distinguir con lucidez los niveles 1, 2 y 3.

• El nivel 1 es el propio de los objetos, o de realidades superiores tratadas como si fueran objetos.
• El nivel 2 es el de los “ámbitos” -o “realidades abiertas”-, la creatividad y el encuentro.
• En el nivel 3 se da la opción incondicional por los grandes valores: unidad, verdad, bondad, justicia, belleza...

Una vez indicadas estas características de los tres primeros niveles, conviene matizar más y distinguir dentro de cada nivel diferentes planos. Ello nos permite descubrir las características de los restantes niveles y configurar un mapa bastante claro y preciso del diferente rango que tienen las realidades que tratamos a diario y de las actitudes que debemos adoptar frente a ellas.

En esta aportación y las siguientes describiré los cuatro niveles positivos, luego analizaré los niveles negativos.

1. Los niveles positivos

Nivel 1 a)

Cuando me uno a una realidad y me fusiono o empasto con ella, sin tomar distancia alguna que me permita verla en relación con otras realidades, me pierdo en ella y no puedo conocerla (1) . La unión fusional que gano con esa realidad parece muy intensa -y puede serlo en el plano de las sensaciones y las emociones psicológicas-, pero es muy pobre en cuanto a creatividad. De hecho, no creo un modo de unión sólido y estable con dicha realidad. Me hallo en el nivel 1 a. En él vive quien se entrega a la fascinación de las puras sensaciones, sin impulso creativo alguno, sin voluntad de conocimiento y de lenguaje. Renuncia, con ello, a la vida propia del estado de vigilia.

Ahora podemos comprender por dentro el sentido profundo del mito de Orfeo y Eurídice. Hoy sabemos que el sentido vulgar del término “mito” -visto como la narración de algo irreal, producto de una mera ficción-, debe ser superado. El mito intenta sugerir aspectos muy hondos de la vida humana con un lenguaje sencillo, propio de la narración de anécdotas cotidianas. En el mito de Orfeo se advierte a éste que, si quiere retener consigo a Eurídice, debe pasar una noche sin mirarla al rostro. Aceptan ambos la prueba, y, cerca del alba, tiene lugar entre ellos este diálogo:

Eurídice: “El día va a levantarse pronto, querido, y podrás mirarme...”
Orfeo: “Sí, hasta el fondo de tus ojos, de un golpe, como en el agua (...). Y que me quede allí, que me ahogue allí...”
Eurídice: “Sí, querido”.
Orfeo: “... ¡Es intolerable ser dos!”. “Estamos solos. ¿No crees que estamos demasiado solos?”
Eurídice: “Apriétate fuerte contra mí”. “No hables más, no pienses más. Deja que tu mano se pasee sobre mí. Déjala que sea feliz sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que tu mano sola me quisiera. Sin decir nada más”.
Orfeo: ¿Crees que esto es a lo que llaman felicidad?”
Eurídice: “Sí, tu mano es feliz en este momento. Tu mano no me pide más que estar ahí, dócil y caliente bajo ella. No me pidas nada tú tampoco. Nos amamos, somos jóvenes; vivamos. Acepta ser feliz, por favor...”
Orfeo: “No puedo”.
Eurídice: “Acepta, si es que me amas”.
Orfeo: “No puedo”.
Eurídice: “Pues cállate, al menos”(2).


Al hablar Orfeo de unirse profunda y establemente a Eurídice, emplea el verbo “ahogarse”, que implica un modo de fusión anegante, en el que se anula no sólo toda actividad creadora sino incluso el acto biológico básico de respirar. Es llamativo que se confunda la exultante unión amorosa (nivel 2 d) con un acto de asfixia biológica, que, de ser voluntario, pertenecería al nivel -3.

Al plantear el tema del amor de esta forma errónea, Orfeo estima que, por ser distintos, somos inevitablemente distantes y extraños, de modo que estamos condenados a una situación insufrible de soledad. Sabemos que hay diversas formas de soledad, entre las que descuellan a) la soledad fecunda de quien se recoge para unirse más profundamente al entorno, sobre todo a las realidades más valiosas, b) la soledad de desarraigo, provocada por la ruptura de toda forma de encuentro con los seres que nos ofrecen posibilidades de vida creativa. Orfeo no repara en que la soledad constructiva se da en el nivel 2 -en sus cuatro modalidades: a, b, c, d- y se destruye en el nivel 1 a, con su tendencia a entregarse a relaciones fusionales, que constituyen modos diversos de vértigo y embriaguez (3) .

Tampoco Eurídice advierte que el problema de la soledad destructiva sólo puede resolverse por vía de elevación, ascendiendo a los niveles 2 y 3. Por eso propone refugiarse en el nivel 1 a: tomar como un hogar las puras sensaciones y renunciar al uso del lenguaje. Piensa sin duda que el lenguaje nos aleja inevitablemente de la realidad en torno, olvidando que su función propia es distanciarnos para conceder a nuestra cercanía con los demás seres la necesaria perspectiva. Al carecer de “distancia de perspectiva”, no entramos en relación de presencia y de encuentro con las realidades que nos rodean (4) .

Por experiencia sabemos que sólo el encuentro nos lleva a la plenitud interior que genera alegría y entusiasmo y denominamos felicidad. Se equivoca, pues, Eurídice cuando sugiere a Orfeo que se limite a deslizar su mano sobre ella, pues la forma de agrado que reporta constituye –a su entender- un estado de felicidad para el ser humano. Orfeo rehúye cerrar de ese modo su horizonte amoroso, y Eurídice le advierte duramente que, si no puede hacerlo, al menos se calle, es decir, no provoque, al hablar, un distanciamiento respecto a ella que rompa el hechizo del contacto erótico.

Esta interpretación embosca el sentido esencial del mito de Orfeo y Eurídice. A Orfeo se le había advertido que, para conservar a su amada, recién recobrada, debería abstenerse, durante una noche, de mirarla al rostro. Sabemos que la noche significa, en buen número de textos, un tiempo de purificación, de modo afín a como el desierto es un espacio de prueba. La mirada es el sentido más posesivo después del tacto. El rostro es el lugar expresivo por excelencia de la persona. Pasar una noche sin mirar al rostro de una persona apetecida equivale a renunciar a la voluntad de poseerla y evitar, así, el peligro de confundir el amor personal con el afán de dominio.

Tránsito del nivel 1 a) a los niveles 1 b), 1 c) y 1 d)

Si dejo de estar empastado en las impresiones sensoriales y tomo distancia de perspectiva respecto a las realidades a las que accedo por los sentidos, me pongo en disposición de conocer lo que son y el rango que les compete.

Figurémonos que alguien me ordena almacenar unos ordenadores en mi despacho. En un primer momento, los considero como puros objetos que pesan y ocupan un lugar en el espacio. (Recordemos que los objetos son realidades mensurables, asibles, pesables, manejables, situables en un lugar o en otro…). Me muevo entonces en el nivel 1 b), el de los “puros objetos”, realidades que no me ofrecen posibilidades, al menos por ahora. Si, más tarde, tomo uno de ellos para mi uso, lo inserto en un proyecto vital mío y lo convierto en un “utensilio”; lo transformo en una realidad abierta y, de esa forma, lo “ambitalizo” en cierta medida.

Ascendemos, con ello, a un plano un tanto superior dentro del nivel 1; llamémosle nivel 1 c). El utensilio no puedo manejarlo a mi arbitrio, como si fuera un simple objeto; debo atenerme a las condiciones de uso. Pero lo tomo como medio para mis fines. Estamos todavía en el nivel 1, si bien un tanto por encima de la unión que tenemos con una realidad cuando nos fusionamos con ella o cuando la tomamos como un puro objeto, realidad mensurable, asible, pesable, manejable...

Al considerar a una persona como un medio para nuestros fines, suele decirse que la reducimos a “objeto” (nivel 1 b). En realidad, la rebajamos del nivel 2 al nivel 1 d), porque una persona nunca puede convertirse en objeto, ni en utensilio (nivel 1 c), como luego veremos.
Alfonso López Quintás
29/06/2011

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Método primero

Al tiempo que recorrimos las cuatro primeras fases del desarrollo humano, nos ejercitamos en pensar bien: no usamos las palabras de forma superficial y confusa; las matizamos para darles su sentido preciso; realizamos una tarea de clarificación intelectual y, a la vez, cambiamos nuestras actitudes. Esta doble vía de perfeccionamiento nos lleva ahora a descubrir los sorprendentes frutos del encuentro (I) y la función de ideal que éste ejerce en nuestra vida (II).


Quinta fase
EL DESCUBRIMIENTO DEL IDEAL AUTÉNTICO DE LA VIDA HUMANA


I. Los frutos del encuentro

Al vivir el encuentro plenamente, con la actitud virtuosa requerida, experimentamos los espléndidos frutos que reporta.

1) El encuentro nos otorga energía espiritual, buen ánimo para afrontar la vida diaria, tenacidad para perseverar en el esfuerzo. Cuenta, en sus Memorias, el genial pianista Arturo Rubinstein que algunas tardes, debido al cansancio, temía no poder dar el concierto. Con esfuerzo acudía a la sala, y, no bien introducía los dedos en el teclado del piano, recobraba las fuerzas en tal medida que tocaba durante dos horas con su acostumbrada vehemencia. Esta energía brotaba sin duda del encuentro del pianista con el instrumento y con las obras interpretadas.

2) Nos motiva para ser creativos por encima de los avatares de la existencia. Encontrarse es entrar en juego con una realidad que -por ser abierta y tener condición de ámbito- nos ofrece posibilidades para dar lugar a algo nuevo dotado de valor. Justamente, esta capacidad de asumir posibilidades y hacer que surja algo nuevo valioso es la definición de la creatividad. Yo puedo mover los dedos y pulsar unas teclas de piano (nivel 1). Esta potencia mía no es creativa si no cuento con las posibilidades de sonar que me ofrece un instrumento. Y esta forma de creatividad apenas tendrá un contenido valioso si no dispongo de las posibilidades de crear formas musicales que me otorga una partitura (nivel 2). Cuando estas posibilidades se entretejen con las que me da el instrumento y las que poseo como pianista, acontece un encuentro, se funda un campo de juego común, y en éste surge una realidad nueva, originaria: la obra musical interpretada.

3) Nos llena la vida de luz. Todo juego -el de la interpretación musical, el del deporte, el de los diálogos debidamente realizados...- tiene lugar a la luz que él mismo irradia. El tempo y el ritmo que hemos de imprimir a una obra nos lo revela la obra misma en el juego de la interpretación, lo mismo que el sentido o sinsentido de una jugada de ajedrez lo muestran las jugadas que abre y que cierra cada movimiento que se imprime a las piezas. El juego es fuente de luz. Al hacernos entrar en juego y participar, el encuentro ilumina nuestra existencia en cada momento. En los niveles 2, 3 y 4 conocemos una realidad en cuanto participamos en ella, asumiendo activamente las posibilidades de juego creador que nos ofrece (1) .

Recordemos el bello diálogo que sostienen Pablo, el ciego, y su lazarillo, Marianela, en la obra de Benito Pérez Galdós que lleva este nombre:

- «¿Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que sí, no lo entenderé porque no sé lo que es brillar.
Brilla mucho, sí, señorito mío. ¿Y a ti qué te importa eso? El sol es muy feo. No se le puede mirar a la cara.
- (...) Ya veo que estas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del día y de la noche. ¿Cómo? Verás: era de día cuando hablaba la gente; era de noche cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos.
- ¡Ay, divina Madre de Dios! -exclamó la Nela (...). A mí, que tengo ojos, me parece lo mismo» (2).


Al principio, el ciego se mueve en el nivel 1, y toma la luz en su aspecto físico. Más adelante, aprende a vivir en el nivel 2, y considera la luz como un símbolo del espacio de alegría y luminosidad que abre el encuentro con un ser querido.

4) Nos permite crear una unión de intimidad con otras realidades abiertas o ámbitos: valores, obras culturales, personas, instituciones...

5) Nos da alegría y satisfacción interior. Merced a los cuatro frutos anteriores, el encuentro enriquece nuestra vida personal, nos hace crecer, nos pone en camino de plenitud. Al cobrar conciencia de que estamos bien encaminados y, en consecuencia, nuestra vida tiene sentido, nos vemos invadidos de gozo, aunque no necesariamente de goce. El goce afecta, sobre todo, a los sentidos; el gozo brota del corazón, entendido como la capacidad de vibración de una persona ante lo valioso. Sentimos gozo -alegría profunda- cuando nos vemos vinculados al bien, la bondad, la justicia y la belleza, porque tal vinculación, lejos de esclavizarnos, nos otorga la libertad creativa necesaria para dar a nuestra vida personal el alcance a que está llamada. Este tipo de vinculación que libera constituye, como veremos más ampliamente, el nivel 3.

Esta expansión gozosa supera por dentro toda inclinación al mal humor y la depresión, ese “poder sombrío que le destruye a uno el alma si lo deja medrar”, como dice un buen conocedor del tema (3) . La alegría serena y honda que brota del encuentro no puede nadie arrebatárnosla desde fuera. Es fruto de nuestra relación íntima y comprometida con cuanto encierra valor. No es mera cuestión de temperamento o simple producto de circunstancias externas favorables; es el esponjamiento del ánimo suscitado por el hecho de vivir el acontecimiento del encuentro y alcanzar, así, el máximo desarrollo como personas.

6) Nos llena de entusiasmo. La alegría se hace desbordante cuando nos encontramos con una realidad muy valiosa que nos ofrece grandes posibilidades en uno u otro aspecto, de modo que, al asumirlas activamente, nos elevamos a lo mejor de nosotros mismos. Este tipo de elevación a lo perfecto lo denominaron los antiguos griegos «éxtasis». Lo perfecto era para ellos lo divino. «Estar inmerso en lo divino» significaba hallarse sumergido en lo perfecto -en cuanto a bondad, belleza, justicia...-. Esa inmersión es la raíz del «entusiasmo» (enthousiasmós). Si me sumerjo en un cuarteto de Beethoven, con su prodigiosa expresividad y hondura, siento entusiasmo, porque me encuentro con una realidad que supone una cima en mi vida.

7) Nos inunda de felicidad. Al sentir entusiasmo, intuimos que estamos bordeando la plenitud como personas, porque vemos cumplido nuestro afán natural de unirnos profundamente a lo valioso, lo noble y elevado en distintos aspectos. Esta forma de «satisfacción», de vernos logrados y «bien hechos» (es decir, «per-fectos»-) nos colma de felicidad interior, y se traduce en sentimientos de paz, amparo y gozo festivo, es decir, júbilo.

El hombre contemporáneo es considerado a menudo como un «ser desamparado e inseguro espiritualmente»(4) . Ante los riesgos de la existencia, busca a menudo amparo en la posesión creciente de bienes y el dominio de personas y grupos. Este afán de dominio y posesión amengua sus posibilidades de encontrarse -ya que el encuentro sólo es posible entre ámbitos, no entre objetos-, y acrecienta su soledad y desvalimiento. La solución se alumbra al descubrir que, en aparente paradoja, sólo podemos sentirnos de verdad amparados como personas cuando renunciamos a todo control (propio del nivel 1) y asumimos el riesgo de entregarnos confiadamente a los demás (nivel 2). Si nuestra confianza se ve correspondida y acontece el encuentro, experimentamos la forma singular de amparo que implica el desarrollo pleno de nuestra personalidad. Nos sentimos verdaderamente personas; nos vemos situados en nuestra verdad de seres finitos (nivel 3), abiertos por naturaleza al diálogo y la colaboración.

Este hallarse a cobijo crea un espacio interior de honda paz, lleno del júbilo propio de los acontecimientos festivos. El encuentro tiene, de por sí, un carácter festivo, jubiloso y luminoso, incluso en situaciones adversas (5) . En las fiestas se encienden luces para simbolizar la luz interior que ellas mismas irradian. Las fiestas se celebran para mostrar comunitariamente el regocijo que produce el encuentro. Todas las fiestas -las familiares, las cívicas y las religiosas- proceden de diversos tipos de encuentro y se nutren de las fuentes de alegría y júbilo que de ellos manan.

Alfonso López Quintás
29/05/2011

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Método primero

El descubrimiento de los ámbitos y de las experiencias reversibles que acabamos de realizar nos permite ahora comprender, por dentro y en su génesis, el acontecimiento del encuentro, que es una forma eminente de experiencia reversible.


Tercera fase: Descubrimiento del encuentro

El cuidado en distinguir los diversos modos de realidad que existen y las diferentes actitudes que debemos adoptar respecto a ellos está empezando a darnos luz para comprender acontecimientos muy significativos de nuestra vida, como es el encuentro. Comenzamos a descubrir que, al vivir las diversas fases de nuestro desarrollo personal, aprendemos a pensar con la necesaria precisión.

Las experiencias reversibles -de doble dirección- sólo se dan entre seres que tienen cierto poder de iniciativa para ofrecerse mutuamente posibilidades. El tablero me hace posible jugar al ajedrez. La partitura me otorga la posibilidad de conocer una obra musical. La obra musical –igual que un poema- me da la posibilidad de asumirla como principio interno de actuación e interpretarla. Al hacerlo, creo con esas obras culturales un modo entrañable de unidad; las hago íntimas. Esta intimidad constituye el núcleo del encuentro.

La relación de encuentro surge cuando asumimos activamente las posibilidades que nos ofrece una realidad y damos lugar al juego creativo que es, por ejemplo, la declamación de un poema o la interpretación de una obra musical o teatral. Estas actuaciones culturales suponen un entrelazamiento de dos ámbitos de vida: la obra y el intérprete. Tal entrelazamiento gana en valor a medida que las realidades ostentan un mayor poder de iniciativa.

• Una obra literaria o artística nos habla, nos sumerge en un mundo expresivo, suscita en nosotros elevados sentimientos. Tiene cierta personalidad, un modo característico de ser y dispone de un poder de iniciativa mayor que el tablero de ajedrez.

• La partitura me da una primera idea de lo que es una obra musical. Al recibir activamente la posibilidad que la obra me ofrece de asumir sus melodías, sus armonías, sus ritmos..., adquiero el poder creativo de darle vida.

• La persona humana dispone de un poder de iniciativa todavía más alto. Por eso, si ya podemos encontrarnos con un poema y una sinfonía, la forma suprema de encuentro se da entre dos seres personales, que gozan de un poder de iniciativa inigualable en el universo, pues son capaces de crear la forma de cooperación e intimidad que expresa el término nosotros. Las personas se desarrollan creando modos de unidad –por tanto, de comunidad- cada vez más valiosos.

Ya tenemos clara esta idea: Cuanto más elevada en rango es la realidad con la que entramos en relación, más valiosa puede ser nuestra unión con ella. Tal unión la logramos si respetamos esa realidad y le concedemos todo su valor. Estamos en el plano más alto del nivel 2, que nos exige una actitud de respeto, estima y colaboración.

El encuentro es fruto de una doble transformación

Reflexionemos sobre lo que es el encuentro entre personas a la luz de lo analizado anteriormente. También aquí queremos transformar un tipo de realidad en otro superior. En efecto, deseamos pasar de dos realidades individuales a una realidad relacional: el nosotros propio del encuentro. Esa transfiguración de la realidad exige una transfiguración correlativa de nuestra actitud. Advirtamos que se trata de un cambio cualitativo superior al cambio de la tabla en tablero, y del papel en partitura. Supone una elevación a un modo superior de realidad: pasamos del yo y el tú al nosotros, al encuentro visto como un estado de enriquecimiento mutuo. Yo me enriquezco oyendo una obra de Mozart, o declamando un poema de Lope de Vega. Pero más me desarrollo todavía si descubro la alta calidad de esa realidad nueva y sorprendente que surge al unirse íntimamente el yo y el tú. Esta unión no se reduce a una mera fusión –que diluye el ser personal de cada uno-; implica la integración de dos personas.
Alfonso López Quintás
08/05/2011

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Método primero

En mi método de investigación y de docencia lo que procede, en principio, no es tanto definir conceptos cuanto descubrir su sentido al hilo de una experiencia comprometida, creadora. De esta forma, el pensamiento cobra la jugosidad de lo originario, lo que se nos ofrece en su albor, en su proceso de gestación, y se convierte en fuente de admiración, que es el principio de la sabiduría.


1. En busca de una metodología filosófica precisa

Una vez terminados -en la Universidad Complutense de Madrid- los estudios de licenciatura en filosofía, me trasladé a Alemania para elaborar una tesis doctoral sobre Antropología filosófica, especialmente la fenomenológica y la dialógica. Comencé mi labor investigando el alcance que tiene la defensa de las realidades "inobjetivas" (ungegenständliche, Jaspers) por parte de los pensadores existenciales (Karl Jaspers, Gabriel Marcel, Martin Heidegger) y de las realidades "dialógicas" por parte de los pensadores dialógicos o personalistas (sobre todo, Ferdinand Ebner, Martin Buber, Romano Guardini). (Cf. Metodología de lo suprasensible; El triángulo hermenéutico; Cinco grandes tareas de la filosofía actual; El poder del diálogo y del encuentro).

El cultivo del pensamiento relacional

El pensamiento existencial destacó el carácter abierto y creativo de las realidades "inobjetivas", frente a la condición estática e incomprometida de las realidades "objetivas". El hombre ha de ser concebido como un ser inserto activamente en el entorno mundano. Es un “Sein in der Welt”, un “être au monde”, entendidas las preposiciones espaciales “in” y “au” en sentido dinámico interactivo.

El pensamiento dialógico subrayó la necesidad de considerar el yo como una realidad abierta al tú, y descubrir que ambos se constituyen en tales en el campo de relación que se abre entre ellos cuando se relacionan de forma creativa y se encuentran, en sentido riguroso. Esa apertura del yo al tú constituye una forma elevada de unidad que hace posible un modo de pensamiento relacional o "en suspensión" (Jaspers), mediante la aplicación del esquema "yo-tú", no del esquema "yo-ello" (Ebner, Buber).

Una vez analizados cuidadosamente los conceptos de “realidad abierta” -o “ámbito”- y “pensamiento relacional”, llegué a la conclusión de que la fecundidad del pensamiento existencial y el dialógico se acrecentará notablemente si encauzamos nuestro estudio del hombre mediante el esquema "yo-ámbito", que incluye el esquema "yo-tú" y abarca, además, la relación del hombre con multitud de realidades que no son ni objetos ni sujetos, sino “ámbitos de realidad” o, sencillamente, “ámbitos”. Lo que significan exactamente los “ámbitos” y el papel que están llamados a jugar en nuestro proceso de crecimiento personal hemos de descubrirlo próximamente, a lo largo de las experiencias que vamos a realizar.

Al descubrir los ámbitos y el pensamiento relacional, se me abrieron amplias posibilidades para asumir los mejores logros de la antropología filosófica del fecundo período de entreguerras (1918-1939) y sacar pleno partido de ellos. Pero un contratiempo frenó mi marcha investigadora. Al iniciar la redacción de la tesis, observé que el sentido de los vocablos se difractaba cuando hincaba la atención en él para precisarlo debidamente y daba lugar a diversos sentidos. Esto me obligó a explicar en notas el sentido preciso de cada término básico que usaba: objetivo, inobjetivo, relación, relacional, estar en, ser con, participar, intuición intelectual… Las notas se ampliaron y hube de pasarlas a apéndices. Los apéndices se incrementaron y acabaron fagocitando el texto. De este modo, la tesis de antropología acabó siendo de metodología, no por una determinación mía sino por exigencias de la realidad estudiada.

Necesidad de una mayor precisión en el lenguaje

Al analizar detenidamente diversos escritos de autores contemporáneos advertí que, a menudo, carecen de finura y precisión en el uso del lenguaje.

• Se habla de “la” libertad, cuando es obvio que existen modos diversos de libertad.
• Se alude profusamente a “la” presencia, dejando de lado que existen modos distintos de presencia.
• Se escribe una y otra vez acerca de “lo” objetivo, a pesar de que el término “objetividad”, sin variar su significado básico, presenta toda una gama de sentidos distintos, a poco que ejercitemos una inteligencia madura, dotada de largo alcance, amplitud y profundidad.
• Se da por hecho que los vocablos inmediatez y distancia significan siempre lo mismo. Con sólo afinar un poco el análisis, pude distinguir hasta dieciséis modos diferentes de distancia e inmediatez, y, por consiguiente, de presencia. Al vincular estos modos distintos de inmediatez, distancia y presencia, surgen dieciséis tipos distintos de “triángulos hermenéuticos”. (Cf. El triángulo hermenéutico, Editora Nacional, Madrid 1971, págs. 59-115).

Esta falta de precisión impide superar ciertas aparentes oposiciones y paradojas. Así, se afirma que la libertad y las normas se oponen siempre, olvidando el hecho decisivo de que en el nivel 2 se complementan y enriquecen. A diario advertía, por ejemplo, que en la experiencia artística de interpretación musical no sólo no se oponen libertad y normas sino que, a mayor obediencia a las normas, más libre se siente el buen intérprete. (Libre con libertad creativa, propia del nivel 2, no con libertad de maniobra, perteneciente al nivel 1). Y me sentía interiormente incómodo al no poder aceptar que se diera por consabido algo que nos empobrece gravemente como personas.

Esto explica que, al redactar libros y preparar cursos y conferencias, mi empeño fuera realizar análisis aquilatados, finos, a ser posible orfebrescos, frente a una extendida forma de pensar imprecisa, gruesa, basta. Estas formas de pensamiento poco evolucionadas en el sentido metodológico me sugerían siempre la imagen de un hacha de leñador. Con este utensilio se pueden hacer muchas cosas, por ejemplo abatir un árbol en el bosque; pero ni el mejor relojero podría arreglar con ella un reloj. Procuré, por ello, en todo momento distinguir el significado de cada término y sus diversos sentidos. Desde el principio, el término “objetivo” y sus derivados se mostró especialmente plurisignificativo, proteico, y hube de someterlo en la tesis a cuidadosos análisis.

La intuición intelectual inmediata-indirecta

Aparte de los conceptos de lo objetivo, la presencia y la libertad, debí aquilatar con sumo cuidado la idea de la intuición intelectual, y concluí que podemos admitir la existencia de tal intuición con tal de entenderla como inmediata e indirecta a la vez. Esta solución me vino facilitada por el análisis de los fenómenos expresivos, que nos enseñan a integrar diversos niveles de realidad. Aquí me prestó gran ayuda la experiencia estética. Cada obra de arte bien lograda presenta al menos ocho niveles de realidad. Para contemplar dicha obra, hemos de integrar todos estos niveles de abajo arriba y de arriba abajo. Sólo así nos adentramos en el mundo expresivo de la obra. El sentido preciso del concepto de “integrar” habremos de precisarlo cuidadosamente. (Cf. La experiencia estética y su poder expresivo, Universidad de Deusto, Bilbao 32010, págs. 233-279).

Cuando entramos en contacto con una realidad expresiva, nos unimos inmediatamente con la realidad que se expresa, por ejemplo el Concierto para clarinete de Mozart; pero lo hacemos de modo indirecto, en el medio expresivo de lo sensible. No digo “a través” de los medios sensibles sonoros, sino “en” ellos, pues la realidad que se expresa no se halla “por detrás” o “más allá” de la realidad expresiva. Se hace presente en ella, por cuanto la configura, la estructura, le da vida. En virtud de esto, el hecho de ser indirecta la intuición no le impide ser inmediata, pues no la distiende en el tiempo. Desde el principio y en todo momento me siento unido profundamente con dicho Concierto, pero lo estoy en el cuerpo sensible de los sonidos y las formas, que me ponen -discursivamente- en presencia inmediata de tal realidad artística. Si no estuviera presente desde el principio y en todo momento a dicha realidad -con lo que tiene de carácter singular y único, de poder de iniciativa y capacidad expresiva-, no podría llegar a conocerla, le sería siempre externo, me quedaría fuera de su recinto interior; no establecería nunca una relación de intimidad con ella.

NOTA. El tema de la intuición lo amplío un tanto en el trabajo ofrecido en la sección “Conferencias y artículos”, con el título: “Intuición intelectual inmediata-indirecta”.


II. Descubrimiento de las doce fases del desarrollo humano

Nos hemos propuesto aprender a pensar con rigor, de forma ajustada a cada tipo de realidad. Ahora vamos a realizar ese aprendizaje por vía de experiencia, recorriendo las doce fases de nuestro proceso de desarrollo. Procederemos de modo sencillo y realista, a base de experiencias basadas en evidencias de la vida cotidiana. Articularemos cuidadosamente las experiencias que hagamos, para dejar patente la ordenación interna de nuestra vida personal. De cuando en cuando tomaremos nota de los logros que vayamos consiguiendo en orden a pensar de modo aquilatado y realizarnos como personas. El que colabore en esta actividad se introducirá de lleno en el ámbito de un pensamiento dinámico y comprometido, de cuya fecundidad seremos inmediatamente testigos de primera mano.

Las etapas de esta múltiple experiencia pueden visualizarse en el gráfico siguiente, que debe leerse de abajo arriba. Hasta el descubrimiento quinto, ponemos las bases de la formación. Una vez que descubramos el ideal de la unidad, realizaremos de forma rápida y profunda los siete últimos descubrimientos de nuestro proceso de desarrollo personal. Esto nos permitirá descubrir la razón profunda de la importancia que, según la psicología actual, presentan el encuentro y el ideal de la unidad en nuestra formación ética.



EL ARTE DE PENSAR CON RIGOR
Alfonso López Quintás
04/04/2011

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Editado por
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.





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