EL ARTE DE PENSAR. Alfonso López Quintás







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Método tercero

A veces, tras oír una interpretación especialmente lograda de una obra, por ejemplo de Bach, exclamamos: “¡Esto es verdadero Bach!”. Tuve esta experiencia cuando oí por primera vez la Pasión según San Mateo al Coro y Orquesta Bach de Munich, bajo la dirección del llorado Karl Richter, en una iglesia evangélica muniquesa, un día de Viernes Santo. La interpretación formaba parte del oficio litúrgico. De ahí que en el templo reinara un silencio absoluto en todo momento. Karl Richter, con su sentido privilegiado para determinar los tempi y ajustar el discurso musical al sentido profundo de los textos, nos ayudó a vivir emocionadamente el drama de la Pasión del Salvador. Al final, me dije espontáneamente: “¡Esto sí que es verdadero Bach!”. Su orientación estética, su acendrado sentimiento religioso, su adhesión cordial al culto evangélico..., todo Bach quedó patente de forma luminosa en esa interpretación. Tal patentización luminosa constituye su verdad, o, dicho en griego, su “aletheia” o “desocultación”.


La verdad de la música

Para descubrir que una interpretación es auténtica y verdadera, no hace falta confrontarla con otra considerada como modélica; basta advertir que todo en ella es coherente, expresivo, desbordante de sentido, fiel a una especie de alma que inspira la obra y la desarrolla. Cuando, al empezar a oír la Pasión antedicha, te sientes inmerso en la atmósfera sombría de la noche del prendimiento y vibras con los grupos de fieles que se comunican su zozobra, y al final te sientas con ellos ante el sepulcro para decirle al Señor con la más dulce de las melodías: “¡Mein Jesu, gute Nacht! ¡Ruhe sanfte, sanfte Ruh!” (¡Jesús mío, buenas noches; descansa dulcemente!”), puedes estar seguro de que la intención de Bach al ofrecernos su versión musical de la Pasión se ha cumplido plenamente. Ese propósito es difícil que se logre cuando la interpretación de esta magna obra es privada del sexto de los ocho modos de realidad que la componen: «la situación vital para la que fue compuesta». En este caso, esa situación fue la adecuada, y, como la calidad de los intérpretes garantizó la presencia de los siete niveles restantes, la audición constituyó una verdadera “vivencia”, una de esas experiencias decisivas que no sólo te conmueven sino que quedan en tu memoria como un referente incuestionable.

Como ya se indicó, Herbert von Karajan quiso ofrecer, poco antes de morir, una Misa solemne por la paz del mundo y dirigió en San Pedro de Roma la Misa de la Coronación de Mozart. Me sorprendió el énfasis con que interpretó el «Agnus dei», como si la paz de los pueblos dependiera de esa oración. Cuanto más voy comprendiendo la figura enigmática de Mozart, más me convenzo de que fue un “verdadero Mozart” lo que oímos esa mañana del día de Resurrección. El compositor que llamamos “Mozart” no se reduce a un joven salzburgués disgustado con el arzobispo Coloredo, aficionado al billar, amigo de bromas y chistes banales... Era también, y sobre todo, el hombre maduro que, en 1789 -dos años antes de morir-, le dijo a Johann Fiedrich Doles, Cantor de la Iglesia de Santo Tomás en Leipzig, que los protestantes no pueden adivinar lo que significa rezar el “Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo”, y le confesó la profunda conmoción que le produjo desde niño rezar en la Misa el “Bendito el que viene en nombre del Señor”, y antes de comulgar pedir por la paz al cordero de Dios que nos trajo la salvación (1). Quien compone una obra musical es todo el “ámbito de vida” que cada uno va gestando a lo largo de su existencia. Por eso, el mundo que reflejan ciertas composiciones supera inmensamente la apariencia banal o incluso frívola de sus compositores en la vida diaria. Sin duda tuvo esto en cuenta Karajan al interpretar el «Agnus dei». Por eso, al oír cómo la soprano suplica al Señor por la paz, y el coro entero se une luego de forma intensa a la plegaria hasta culminar en los vibrantes acordes finales, no pudimos sino sentir que en ese momento la música de Mozart había alcanzado una altísima cota de belleza, precisamente porque había mostrado esplendorosamente sus ocho modos de realidad y había aparecido, por tanto, en su verdad plena.

Tampoco Beethoven se reducía, en Viena, a ser un forastero alemán, sordo y desvalido, que discutía con las sirvientas a diario y las despedía precipitadamente. Era el hombre que superó la tentación de suicidio merced a su amor a la virtud y al arte musical, se sentía profundamente solidario con los demás y con el Creador, se desvivía por ayudar a unas monjas menesterosas, sufría hondamente por los conflictos sociales, y, cuando a la altura de los maduros 50 años, se vio convertido en un despojo humano –totalmente sordo, casi ciego, arruinado económicamente, incluso depreciado estéticamente–, se retiró a una aldea de la frontera austrohúngara para “realizar un acto de agradecimiento y alabanza al Supremo Hacedor”. El fruto de este retiro fue unas de las cimas del arte universal: la Missa Solemnis». Quien de verdad compone es esa realidad compleja que ensambla toda una vida de sentimientos, anhelos, decepciones, creencias, superaciones de todo orden... La capacidad de sufrir, anhelar, amar, saborear los pequeños goces de la vida diaria... que tuvieron estas grandes personalidades enigmáticas nunca podremos descubrirla del todo. Son sus obras las que nos acercan a ese misterio, que merece por nuestra parte un gran respeto y un profundo agradecimiento.

En un Diario póstumo, Romano Guardini, el gran pensador y escritor italiano alemán, confiesa que le costaba muy caro realizar la labor que estaba llevando a cabo. ¿Qué nos hubieran podido decir acerca de sus luchas íntimas los grandes compositores cuyas obras nos alegran y dignifican la vida a diario? Leamos, a este respecto, las palabras de la Postdata del testamento de Beethoven, fechado en Heiligenstadt -extramuros de Viena- el 10 de octubre de 1802:

“Me despido, pues, de ti –y, por cierto, triste–. Sí, la amada esperanza que traje aquí conmigo de curarme al menos hasta cierto punto debo ahora abandonarla del todo; así como las hojas del otoño caen, están marchitas, así se me ha marchitado la esperanza; casi como he venido me voy. Incluso el buen ánimo que me inundaba a menudo en los días hermosos del verano ha desaparecido. ¡Oh Providencia, haz que brille por una vez un día puro de alegría! Tan largo tiempo me es ajeno el eco íntimo de la verdadera alegría. Oh, ¿cuándo –cuándo, oh divinidad- podré volver a sentirlo en el templo de la naturaleza y de los hombres? ¿Nunca? ¡No! Oh, sería demasiado duro” (2).
Alfonso López Quintás
21/07/2020

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Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás
Alfonso López Quintás realizó estudios de filología, filosofía y música en Salamanca, Madrid, Múnich y Viena. Es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de filosofía de dicho centro; miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas –desde 1986-, de L´Académie Internationale de l´art (Suiza) y la International Society of Philosophie (Armenia); cofundador del Seminario Xavier Zubiri (Madrid); desde 1970 a 1975, profesor extraordinario de Filosofía en la Universidad Comillas (Madrid). De 1983 a 1993 fue miembro del Comité Director de la FISP (Fédération Internationale des Societés de Philosophie), organizadora de los congresos mundiales de Filosofía. Impartió numerosos cursos y conferencias en centros culturales de España, Francia, Italia, Portugal, México, Argentina, Brasil, Perú, Chile y Puerto Rico. Ha difundido en el mundo hispánico la obra de su maestro Romano Guardini, a través de cuatro obras y numerosos estudios críticos. Es promotor del proyecto formativo internacional Escuela de Pensamiento y Creatividad (Madrid), orientado a convertir la literatura y el arte –sobre todo la música- en una fuente de formación humana; destacar la grandeza de la vida ética bien orientada; convertir a los profesores en formadores; preparar auténticos líderes culturales; liberar a las mentes de las falacias de la manipulación. Para difundir este método formativo, 1) se fundó en la universidad Anáhuac (México) la “Cátedra de creatividad y valores Alfonso López Quintás”, y, en la universidad de Sao Paulo (Brasil), el “Núcleo de pensamento e criatividade”; se organizaron centros de difusión y grupos de trabajo en España e Iberoamérica, y se están impartiendo –desde 2006- tres cursos on line que otorgan el título de “Experto universitario en creatividad y valores”.





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