CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Los manuscritos del Mar Muerto. Algunas preguntas y respuestas (I)
Escribe Antonio Piñero
 
En el pasado agosto, en el “Ciclo de Conferencias” (todos los jueves en julio y agosto) que organizo en Baiona (Pontevedra) a base de colaboraciones generosas de amigos y conocidos, y que puede considerarse como una suerte de “Curso de Verano” popular, pronuncié una conferencia en la que intenté hacer un brevísimo resumen sobre qué son los Manuscritos del mar Muerto, cuáles son las preguntas usuales que se les ocurren a la gente al respecto y qué respuestas pueden darse. La conferencia está basada en mi libro Gnosis, Cristianismo primitivo y Manuscritos del Mar Muerto, Tritemio, Madrid 2016. Introducción de Dr. Juan Carlos Avilés. 552 pp. ISBN: 978-84-92822-99-7. Creo que interesó al público por lo que he pensado reproducirla en este medio. Fue así:
 
Esta conferencia intenta poner un cierto orden en el caos, como he dicho en alguna entrevista y he repetido entre amigos es poner orden en el caos. Fue tanto el interés… hacia 1994 cuando vio la luz la primera edición completa en castellano de los Manuscritos, obra de Florentino García Martínez (Trotta, Madrid, con múltiples reediciones), que cuando se agotó la primera edición alguien llamó a la Editorial y preguntó por el Director, Alejandro Sierra; le pasaron la llamada y el interlocutor anónimo le pregunto: “Por favor, puede decirme cuándo va a salir de nuevo otra edición de “Los manuscritos de King Kong?”. La anécdota es totalmente verídica: tanto interés y tanta desinformación. La traducción de Florentino García Martínez es literal en lo posible, pero a la vez interpretación de textos a veces casi ilegibles. Luego ha sido editada en inglés y finalmente se ha hecho de ella una  “Study Edition”,  casi oficial, en el mundo entero. Y voy ya directamente a nuestro tema.
 
Qué son los manuscritos del Mar Muerto
 
Son textos judíos antiguos, en pergamino (piel de animales, sobretodo de cabras) y en papiro, redactados o copiados por judíos antiguos, de una ideología bastante determinada dentro del judaísmo, que explicaremos, textos escritos en hebreo y arameo, en formato de rollos. Son textos copiados (¡no compuestos; pudieron haberlo sido antes!) en una fecha que oscila entre mediados del siglo II y el año 68 d. C. (fecha en la que el asentamiento de Qumrán fue destruido por las tropas romanas que avanzaban contra Jerusalén durante la Primer Guerra Judía (66-70 d. C.) que acabó con la destrucción de Jerusalén y el Templo), aunque algunos de los textos copiados son mucho más antiguos, por ejemplo, los manuscritos que reproducen el texto del profeta Isaías. Han llegado hasta nosotros encerrados en tinajas grandes de barro, selladas con pez y pieles.
 
Un hallazgo casual
 
El descubrimiento de los manuscritos fue totalmente casual. La historia semioficial (la verdad no se sabrá nunca) es que tres pastores beduinos fijaron su atención cierto día de 1947 en dos pequeñas aberturas de un acantilado cerca de donde pastaban sus rebaños. Uno de ellos lanzó una piedra, que al introducirse por el agujero, produjo un extraño ruido, como de tiestos rotos. La curiosidad les impulsó a investigar el porqué. Uno de ellos logró deslizarse por la estrecha hendidura, pensando que quizás habría detrás algo interesante…, un tesoro tal vez. Pero lo que el pastor encontró fue una cueva semi oculta por piedras que habían caído desde el techo (es decir, la cueva se había derrumbado en parte por la erosión de lluvias) y que albergaba diez polvorientas tinajas. Todas ellas estaban vacías --alguien se había adelantado y había robado su contenido--, menos una que contenía unos rollos viejos de pergamino escritos en un extraño alfabeto. Igno­rantes por completo de su valor, los beduinos entregaron los rollos a un tal Kando --un mer­ca­der sirio, cristiano, amigo de las antigüedades, en cuya tienda de Belén se aprovisionaban los beduinos-- para ver si podían obtener algún dinero... Se trataba de una antigüedad y era sabido que los extranjeros eran muy aficionados a ellas.
 
El primer tratante recibió una segunda visita de los beduinos con más manuscritos, aunque otros fueron confiados a un anticuario profesional de la misma ciudad, un tal Salahi. Los pergaminos del mercader sirio, Kando, cayeron en las manos, por una primera venta apresurada, del obispo de la comunidad siria cristiana de Jerusalén Mar Atanasio. Ésta, necesitada de dinero a causa de los destrozos en su monasterio provocados por la guerra judeo-árabe del 1948 --la que condujo a la fundación del Estado de Israel--, e intuyendo que podrían tener bastante valor por su antigüedad, puso por fin en venta, en 1954, los manuscritos en Estados Unidos.
 
La historia que sigue es rocambolesca: tras diversos avatares, dos profesores judíos, E. Sukenik y su hijo, alertados ya de la posible importancia de los manuscritos para la historia del judaísmo antiguo, lograron comprarlos en mayo de 1954 para el Estado hebreo. En total siete manuscritos fueron a parar a los sótanos de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Poco a poco los judíos adquirieron otros textos que fueron apareciendo. Hoy se conservan con grandes medidas de seguridad en el Santuario del Libro de la capital, un museo construido ex profeso para albergar éstos y otros manuscritos encontrados.
 
Podemos ya preguntarnos, tal como me han hecho a mí muchas veces:
 
¿Tuvo el Vaticano algunos de estos manuscritos en propiedad? La respuesta es: Nunca. Conocemos a los propietarios. Ninguno fue adquirido por el Vaticano. Por tanto, no puedo desear ocultarlos para que nadie se enterara de lo que no se debía…, como opina mucha gente.
 
¿Fueron investigados por gentes del Vaticano en secreto una vez que fueron descubiertos? Estrictamente no, porque el equipo inicial de estudio de lo que se iba descubriendo o lo que ya estaba descubierto estaba formado por ingleses, franceses y norteamericanos. De entre ellos había ateos, agnósticos, protestantes… y dos católicos, un dominico, el P. de Vaux, arqueólogo y un papirólogo polaco Josef Milik. Ninguno de los dos trabajaba para el Vaticano.
 
Desde 1952 a 1956 grupos de beduinos, y más tarde arqueólogos y soldados inspeccionaron palmo a palmo el desierto, escrutando cientos de cavernas y lugares de ruinas. Unas veinte cuevas proporcionaron documentos escritos, además de inscripciones y óstraka (textos escritos sobre fragmentos de cerámica). En total, en torno a unos mil manuscritos. De éstos, unos 800 (no es fácil saber el número exacto a partir de miles –unos cuarenta mil—de fragmentos diminutos) pertenecen propiamente a los denominados manuscritos de Qumrán o del mar Muerto y proceden de once de las más menos veinte cuevas. En 2017 se encontró un poco más al sur del asentamiento la cueva décimo segunda. Pero estaba vacía, expoliada, salvo rollos de pergamino aún sin escribir.
 
¿Están publicados todos estos textos? Sí, todos, incluidos los fragmentos, a veces de un tamaño parecido al de un sello de correos. Ya en 1973 teníamos una edición bilingüe de los textos más importantes, como “la Regla de la Comunidad”,  en hebreo y en alemán. Luego se han publicado en una edición en 20 volúmenes grandes, puestos al día los dos primeros, por la Universidad de Oxford, con el título Discoveries in the Judaean Desert.
 
¿Son, pues, accesibles a todos estos manuscritos? Sí. Están todos en microfichas y microfilms y en fotografías. La edición digital está muy avanzada. No hay secreto alguno. Todo el mundo puede leerlos, con tal de que sepa paleografía hebrea y las dos lenguas, arameo y hebreo. Traducciones fidedignas, sobre todo al inglés, hay en la Red.
 
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
 
Domingo, 10 de Septiembre 2017
¿Es el “Colegio Apostólico” un invento de la Iglesia antigua?    Los discípulos de Jesús (y XVIII) (905)
¿Es el “Colegio Apostólico” un invento de la Iglesia antigua? 
 
Los discípulos de Jesús (XVIII) (905)
 
Escribe Antonio Piñero
 
Decíamos en una postal anterior que la investigación, desde finales del siglo XIX, se ha planteado críticamente si el grupo simbólico de los Doce fue entendido como un “Colegio Apostólico” –que debía presidir necesariamente la Iglesia y servir de correa transmisora de la doctrina de Jesús– o más bien fue realmente un invento de la iglesia antigua sin verdadera base histórica.
 
A) La posición tradicional es la que se deduce de la lectura rápida de los Evangelios: Jesús escogió expresamente a unos discípulos especiales; eran Doce; los seleccionó como continuadores suyos, como evangelizadores de Israel y luego del mundo entero; Pedro tuvo la primacía y sobre él fundó Jesús la Iglesia (Mt 16,16). Como grupo compacto y discernible los Doce continuaron el legado de Jesús; Pedro instituyó la iglesia petrina, unida y unificante, que atrajo hacia sí a los exagerados, judeocristianos duros, gnósticos incipientes, paulinos exagerados e incluso moderados (los recalcitrantes que fueron heréticos, como Marción quedaron fuera).
 
 
B) Las razones a favor de la existencia de los Doce como grupo compacto y con poder tiene a su favor las razones siguientes:
 
 
1. La antigüedad de los Doce está atestiguada por Pablo (1 Cor 15,3-5, a su vez menciona explícitamente una tradición (“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4 que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; 5 que se apareció a Cefas y luego a los Doce”.
 
 
2.  Santiago, hermano del Señor, a pesar de tener tanta importancia en la Iglesia primitiva (Hch 15) no pertenece a los Doce y que no creía en Jesús (Jn 7,5: ni siquiera sus hermanos creían en él); Si los Doce hubiesen sido un invento, habrían integrado dentro de él a Santiago, dada su posición dominante.
 
 
3. Judas Iscariote, el traidor, está en la lista de los Doce, y es ilógico que si el grupo se forma después de la muerte de Jesús se incluya en él un traidor.
 
 
4. En Hch 1,13, tras la muerte y resurrección de Jesús, no se nombra a Judas Iscariote; solo se habla de Once; luego el grupo de los Doce estaba perfectamente constituido.
 
 
5. Por el relato de los Hechos, da la impresión de que, inmediatamente tras esa muerte parece que el grupo estaba ya constituido y operante (por ejemplo, en Pentecostés).
 
 
 
C) Las razones en contra (¡Ojo! No de que existiera un grupo de Doce, que seguía a Jesús, y con un significado discutible de lo que no hay duda) sino de que formara un “Colegio apostólico” y de que la misión que les otorga la tradición sinóptica sea segura.
 
 
Desde finales del siglo XIX es conocida la posición de dos eruditos alemanes Julius Wellhausen y Johannes Weiss (que ha influido muchísimo en la investigación y desde entonces muchos críticos los han seguido): el colegio apostólico es una invención de la iglesia primitiva. Las razones a favor de esta posición negativa son:
 
 
1. Las listas de los apóstoles (Mc 3,13-19; Mt 10,1-4; Lc 6,12-16; Jn 1,42; Hch 1,13)) y su llamada son lábiles, no fijas, tienen demasiadas variaciones;
 
 
 
2. La intención de Jesús al escoger a Doce fue en todo caso la de tener una representación simbólica de las 12 tribus de Israel restaurado por medio de la selección de 12 compañeros. Los Doce son un mero producto de “teología de la restauración de Israel”, a saber: la tradición judía supone que al final de los tiempos Dios congregará en la tierra prometida a todas las tribus israelitas, incluidas las perdidas después de la conquista de Samaria –Reino del norte– por las tropas de Salmanasar en el 721 a.C., y hará que sean felices tras su retorno. Se establece el reino de Dios sobre la tierra. En ese momento del final, Israel reinará sobre todos los pueblos. A los gentiles no les quedará más opción que convertirse a Yahvé o ser aniquilados; en todo caso, podrán mantenerse apartados, a distancia de los elegidos, mostrando hacia Israel deferencia y máximo respeto.
 
 
3. Los Doce no tienen representación ni función alguna en la iglesia primitiva a tenor del Nuevo Testamento y del resto de la tradición del siglo II. Por tanto la constitución por Jesús de un Colegio Apostólico es una invención de la Iglesia primitiva para sus propios intereses, por ejemplo, que la jerarquía naciente tuviera una continuidad con los dictados y disposiciones del Jesús histórico.
 
 
4. No está en absoluto claro que función pudo tener el grupo de Doce discípulos durante el ministerio de Jesús. Así, es claro que Mc 3,14 dice que Jesús los mandó a “proclamar”,  no estrictamente a “predicar” de un modo continuo y consistente. Y “proclamar” podría ser no una misión evangelizadora como se pudieron imaginar a los cristianos después de la muerte de Jesús, es decir, es decir, el conjunto de la doctrina de Jesús, sino sencillamente una sola cosa, lo que dice Jesús mismo en Mc 1,15: “«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva»”.
 
 
5. Además, el resultado de esa misión en Galilea –que a parecer fue sistemática– no aparece luego en absoluto en el Marcos: incidentes, resultados, etc.; luego es dudoso que existiera esa misión.
 
 
6. En  Mc 6,12-13 (“Y tras marcharse, predicaban que se convirtieran. 13 Expulsaban a muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”) y  Mc 6,30-31 (“Los apóstoles se congregaron ante Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. 31 Y él les dijo: –Venid vosotros solos aparte a un lugar desierto y descansad un poco. Pues eran muchos los que iban y venían y no tenían tiempo ni de comer) son textos puramente redaccionales, salidos de la pluma del evangelista, y tienen poco o nulo valor histórico probatorio como una misión organizada de evangelización de Galilea, salvo el esporádico proclamar que el arrepentimiento.
 
 
7.  Pablo que sabe de los Doce (como dijimos respecto a 1 Cor 15,3-5), no nombra nada de su actividad, tanto que cuando va a Jerusalén (Gal 1,19; 2,9) no trata nada más que con Santiago, Pedro; y con Juan en segundo término (Hch 15). A los Doce ni los considera.
 
 
 
D) En conclusión:
 
 
Las razones en pro y en contra son serias. Mi opinión personal: a mí me pesan más las razones en pro de que
 
 
1. Jesús congregara un grupo de Doce;
 
 
2. Pero no sabemos nada, apenas, más que sus nombres;
 
 
3. No parece que la predicación sistemática en Galilea sea totalmente real.
 
 
4. Es probable que los Doce representaran solo a las doce tribus de Israel. Por tanto el grupo era meramente simbólico; no un colegio apostólico con funciones determinadas y poder de control de la comunidad.
 
 
5. Desde luego Pedro no funda la iglesia tal, ni como la entendemos hoy. Sí hay un grupo que sostiene la primacía de Pedro, pro está más bien aislado (el que esta detrás del Evangelio de Mateo, que recibe apoyo tardío de Jn 21,15-18).
 
 
6. Como complemento: es posible que las multitudes seguían a Jesús no fueran tan grandes como las pintan los Evangelistas (por ejemplo, Lucas: 4,14.22; 5,15; 6,17-19; 8,4; 9,1, por ejemplo) le siguieran como  tal (seguir a Jesús de una manera continua y consistente pienso que solo los doce, alguno que otros discípulo de segunda categoría y unas pocas mujeres). Las multitudes se congregaron de vez en cuando a su lado y un número mayor de Doce seguidores solo ocurrió esporádicamente.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Jueves, 7 de Septiembre 2017
El resto de los apóstoles. ¿Sabemos algo cierto de ellos? Los discípulos de Jesús (XVII) (903)

 
Escribe Antonio Piñero
 
Del resto de los escogidos por Jesús sabemos muy poco. De algunos de ellos solo los nombres, pues la tradición primera no tuvo interés en ellos. Así ¿quién fue       Bartolomé: ¿es el Natanael de Jn 1,45-49? Mateo: ¿es el publicano de Mt 10,30 el Leví, hijo de Alfeo, de Mc 2,14? Alfeo: ¿es este Jacobo un hermano del Leví de Mc 2,14? ¿Es igual a Jacobo el menor, hijo de Cleofás y María de Mc 15,40? Dudas casi imposibles de resolver. Tadeo… ¿quién es este personaje? Una mera nominación en Mt 10,3…. De la mayoría de los Doce no conocemos más que el nombre.
 
De algún otro hay una brizna de noticias. Así, Simón el cananeo. Esta designacio de Mc 3,18 vocablo es quizá traducible, por el paralelo de Lc 6,15, como «celota» o «celador de la Ley» (arameo: qa’ān). Los celotas como partido en estricto sentido se constituirán hacia el 60 e.c. Pero como movimiento, los «celadores de la Ley», dispuestos a todo para que se cumpliera la Ley, existían desde el 6 e.c., tras el levantamiento contra Roma dirigido por el fariseo Sadoc y Judas el galileo en contra del censo que había ordenado Quirino, o Quirinio, cuando Judea pasó a ser provincia romana tras la destitución de Arquelao, hijo de Herodes el Grande, por crueldad e ineptitud. Este fue el censo que Lucas confundió –o fechó equivocadamente en el momento del nacimiento de Jesús, en tiempos del padre de Arquelao, Herodes el Grande. Lo cual no parece posible.
 
Para Judas “Iscariote” hay posibles etimologías. Este último vocablo se entiende de diversos modos: ’îš Qérîyyôt = «hombre de Qeriot» (localidad desconocida); ’išqarya’ = «hombre mentiroso»; ’îš- sicarios, mezcla de hebreo y latín = «hombre-sicario». La fórmula que emplea el texto de Marcos para indicar que fue el traidor es curiosa: “Judas Iscariote el mismo que lo entregó”. En esta frase el pronombre “el mismo” traduce al español el griego hos kai, que en latín se dice qui et. Se trata de una fórmula fija para afirmar la identidad continua de una persona aunque cambie de nombre, por ejemplo, al pasar de libre a esclavo. Así, Saúlos hos kai Paúlos en Hch 13,9 (Pablo pasa de libre –Saulo– a esclavo del Mesías, Pablo, el Pequeño (1 Cor 15,9); pero Pablo es la misma persona que Saulo: Rm 1,1; véase 1 Tes 1,1).
 
 
De Judas dice Marcos que entregó (griego  parédoken) en 3, 19; pero Lucas emplea el sustantivo prodótes, traidor, mucho más fuerte en la lengua de los helenos al cambiar la preposición pará, “junto a” por pro que tiene la idea de cambiar una cosa o persona por otra
 
 
En Mateo y Lucas a la elección de los apóstoles va unido un importante discurso de Jesús: el «Sermón de la Montaña» de Mt 5-7 o el del «Llano», de Lc 6,20-49, procedente de la Fuente Q. Pero Marcos 3 no lo recoge. Probablemente el discurso no existió como tal, sino que fue fabricado por la tradición reuniendo dichos sueltos, o en pequeños grupos, de Jesús. Mateo y Lucas lo conformaron a su manera.
 
 
Y esto es prácticamente todo lo que sabemos de los Doce por la tradición primaria que es el Nuevo Testamento. El próximo día escribiremos sobre el importante tema siguiente: ¿Fue la institución de los Doce considerada por Jesús como un “colegio apóstólico”? La idea de tal “colegio” o grupo ¿fue un “invento” de la tradición posterior a la muerte de Jesús? O ¿existió como tal en la Iglesia primitiva?
 
El tema es importante porque en la historia de la investigación se ha discutido mucho desde finales del siglo XIX si realmente existieron los Doce como grupo tras la muerte de Jesús, o se disolvió pronto, pero la tradición continuó con su “historia” (inventada, o no)  para dar continuidad a la doctrina de Jesús por medio de ese “colegio” que se dedicó a expandir la doctrina de Jesús “por el mundo entero”, tal como afirma Mt 28,19-20.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Martes, 5 de Septiembre 2017
“Muerte de Herodes Agripa I. Destrucción del templo de Diana”. “La figura del apóstol Juan en los Hechos apócrifos” (y IV)  (XVII) (903)
Escribe Antonio Piñero
 
Concluimos hoy con la expansión, increíble para los ojos modernos, de la figura del apóstol Juan. Y podemos decir sin exagerar que casi todo en el cristianismo ha sufrido una expansión semejante a partir, sin duda, de unos leves elementos históricos, pero escasos. El lema de “En el cristianismo primitivo casi nada es como parece” una vez que se aplica el bisturí de la crítica.
 
El texto de los “Milagros de Juan” (recordemos que es del siglo V o VI d. C.) sigue narrando sucesos que se desarrollan en Éfeso, la capital de Asia Menor. El hecho de que “toda la ciudad de Éfeso y toda la provincia de Asia escucharan a Juan” provocó la natural alarma entre los adoradores de Diana (la Ártemis griega). Era, además, el templo de la diosa centro de peregrinaciones y fuente de ingresos, que la predicación de Juan ponía en peligro. Los Hechos canónicos de Lucas cuentan del motín organizado por los orfebres contra Pablo precisamente por el mismo motivo (Hch 19,21-28). Los “Milagros de Juan” refieren igualmente los problemas que tuvo Juan con el templo de Ártemis, que acabó por los suelos. También aquí Juan lanzó un reto a los devotos de la diosa. El templo se vino abajo con todos sus ídolos por la oración de Juan, con lo que se convirtieron y fueron bautizados doce mil gentiles, sin contar mujeres ni niños.
 
Aristodemo, el pontífice del culto a los ídolos centrado en el templo destruido, excitó una sedición en el pueblo. Juan mantuvo un largo debate con él utilizando como argumento su inmunidad ante los más severos venenos. Mientras el pueblo gritaba: “Uno solo es el Dos verdadero, el que predica Juan”, Aristodemo, incrédulo todavía, pidió al Apóstol que resucitara a dos hombres muertos por el veneno. Juan aceptó el reto, y cuando Aristodemo los vio volver a la vida, se postró ante Juan y corrió a contar al procónsul lo sucedido. El resultado fue la conversión del procónsul y de Aristodemo, quienes tras una semana de ayuno recibieron el bautismo. Destruyeron todos los ídolos y construyeron con el nombre de Juan una basílica cristiano. Termina así este apartado con el anuncio de la Metástasis, narrada en el capítulo posterior IX a base de los datos tomados de los Hch apócrifos de Juan primitivos (del siglo II d. C.)
 
La muerte de Herodes Agripa I
 
Sin una clara conexión con el conjunto de la narración de los “Milagros de Juan”, la obra termina con un capítulo dedicado a contar la muerte de Herodes Agripa I, el que detuvo y decapitó a Santiago, hermano de Juan, suceso que cuentan los Hchos canónicos en el capítulo 12. Con estos simples datos había aparecido mencionado Herodes en el capítulo I de los “Milagros de Juan”. Pero el acontecimiento de su muerte en una obra como la que narra los prodigios de Juan está introducido de una manera un tanto forzada. El autor parece consciente del detalle cuando intenta justificar la inclusión de la muerte de Agripa I en su relato. “Vale la pena que contemos qué digna muerte sufrió Herodes por tantos crímenes que cometió con los apóstoles”, se dice en el comienzo del capítulo. Luego, un descuidado “dijo” sin contexto alguno delata a los ojos de la crítica el hecho de que el autor está copiando textos ajenos. En primer lugar toma las referencias circunstanciales de los Hechos canónicos: Herodes baja a Cesarea; vestido con vestiduras regias, se sienta en el tribunal para dirigir la palabra al pueblo. Cuando el pueblo empezó a gritar que “aquello era la voz de Dios y no la de un hombre, enseguida lo hirió el ángel de Dios” (Hch 12,21-23).
 
El relato bíblico parece suponer que la enfermedad de Agripa fuera efecto de un ataque repentino y terrible de una enfermedad de momento desconocida motivado porque no dio a Dios la gloria debida. Pero sabemos por Flavio Josefo que ya arrastraba el rey una larga enfermedad. El texto de los “Milagros de Juan” va siguiendo el relato de Josefo en la Guerra Judía. Pero es obligado aclarar que este pasaje de los “Milagros de Juan” confunde a Herodes Agripa I (10 a. C. – 44 d. C.; Herodes Agripa I reinó en Judea del 41 al 44 d. C. con el título de rey, que le fue concedido por su amigo el emperador Calígula) con su abuelo Herodes el Grande (73 a. C.-4 a.C.) famoso por la narración  fantasiosa de la matanza delos inocentes. Herodes Agripa I es el que hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan, mientras que todos los datos que ofrece nuestro texto sobre la muerte (exitus: “salida” en latín ) de Herodes, son los que ofrece Flavio Josefo cuando narra la muerte de Herodes el Grande. Así lo entiende correctamente Eusebio en el comentario que hace del relato de Josefo y que recoge textualmente en su Historia de la Iglesia I 8, 9-16.
 
El texto de los “Milagros de Juan” (del Pseudo Abdías, como dijimos) es una reproducción, prácticamente literal, de la narración de Josefo (Guerra Judía I 656-660 con datos de 662 y 664-665). La coincidencia se extiende a los mínimos detalles. Habla de la enfermedad, la fiebre, el prurito intolerable, el cólico doloroso, la hinchazón de los pies como en el caso de un hidrópico, la podredumbre de los genitales convertidos en fuente de gusanos, los suspiros y las convulsiones. El colmo de tantos males hizo pensar a Josefo que “personas inspiradas por Dios”, vates o “profetas” según los “Milagros de Juan”, interpretaban los hechos más que como una enfermedad corporal como “suplicio de una venganza divina”. A pesar de todo, Herodes seguía buscando remedios. Recurrió a las aguas termales de la fuente de Calirroe, al otro lado del Jordán frente a Jericó. Los médicos pensaron que un baño en aceite caliente lo aliviaría, pero en el intento sufrió un desmayo, del que lo despertaron los gritos y lamentos de los criados que pensaron que ya había muerto.
 
Cuando perdió toda esperanza de salvación, repartió Herodes el Grande (Herodes Agripa I en los “Milagros de Juan”) entre los soldados, jefes y amistades, generosas cantidades de dinero. Y como desafiando a la muerte (minitans morti), ideó un crimen execrable. Encerró en el hipódromo a los varones nobles principales de Judea. Llamó a su hermana Salomé y a su cuñado Alejandro y les dio la orden de matar a los prisioneros del hipódromo tan pronto como él exhalara el último aliento. Pues consciente de que los judíos se alegrarían, quiso tener la seguridad de que toda Judea “lloraría su muerte”. Preso de un ardiente deseo de comer y de  un acceso de tos, pidió una manzana y un cuchillo para partirla, como acostumbraba. Intentó “acelerar el destino” clavándose el cuchillo. Pero un pariente, dice Flavio Josefo, se lo impidió.
 
El autor de los “Milagros de Juan” refiere cómo todavía antes de morir mandó matar a su hijo Antípatro a quien tenía preso (todos estos suceso aparecen novelado en mi obra “La Puerta de Damasco /Herodes el Grande). Así, no sin grandes dolores y sin expiar su parricidio, “comido de gusanos expiró”. Con estas palabras de Hch 12,23 termina el relato de Abdías, a las que añade un comentario personal: “Viviendo una vida indigna, murió con una muerte digna”, es decir, bien merecida.
 
Y con esto acabamos esta miniserie, dentro de otra, sobre las expansiones a los escasos datos de la tradición primitiva sobre el apóstol Juan.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Enlace de un  programa de radio que contiene una entrevista que me hicieron sobre “El antiguo Egipto y el cristianismo”
 
https://www.ivoox.com/programa-10-universo-sem-creencias-religion-audios-mp3_rf_20628169_1.html
Domingo, 3 de Septiembre 2017
“Destierro en Patmos. La banda de ladrones. Perlas rotas y reconstruidas. Las varas convertidas en oro”. “La figura del apóstol Juan en los Hechos apócrifos” (III)  (XVI) (902)
Escribe Antonio Piñero
 
Como habrán observado, es curiosa la expansión que “sufrió la figura del apóstol Juan, y merece que la consideremos. La tradición expansiva se basa en el mismo fenómeno que se aprecia en el capítulo 21 del Evangelio canónico de Juan donde comienza ya la leyenda:
 
“Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»: 21 Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». 22 Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme». :23 Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga». 24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.
 
 
Y de un personaje, cuya pista apenas descubrimos en los Hechos de Apóstoles en los primeros capítulos… y a quien Herodes Agripa I estuvo a punto de matar…, se hace otro que vivió más de 100 años, que recogió a la Virgen María a la muerte en cruz de su hijo… y que escribió cosas tan dispares como el Cuarto Evangelio y la Revelación o Apocalipsis.
 
 
Veamos ahora otras expansiones, de base antigua (hacia el siglo III), pero que toman forma hacia el siglo V o VI d. C. y que han llegado hasta nuestros días:
 
 
La noticia del destierro de Juan en la isla de Patmos es recogida por el Apócrifo que comentamos, “Los milagros de Juan = Virtutes Johannis.  El procónsul de Éfeso, coaccionado por dos temores, el temor al emperador y el que le causaba la personalidad de Juan y sus poderes sobre las fuerzas de la naturaleza le ofrece una amplia libertad de movimiento. En Patmos Juan “vio y escribió el Apocalipsis que se lee bajo su nombre”. Es no sólo la noticia más importante, sino la única. De su predicación, de los hechos y milagros realizados por Juan en Patmos y descritos detalladamente en los Hechos de Juan de Prócoro (15-48), el texto de las “Milagros de Juan” no menciona absolutamente nada, como si lo único que hizo el Apóstol durante su destierro fuera la composición de su Apocalipsis.
 
 
El texto de las “Milagros de Juan” refiere cómo a la muerte de Domiciano el senado romano hizo regresar a los desterrados a sus países de origen. Juan regresó a Éfeso, donde desarrolló una intensa actividad, amplia en enseñanzas y en prodigios. Bastaba el tacto de sus vestidos para que los enfermos sanasen, vieran los ciegos, quedaran limpios los leprosos, libres los endemoniados. Eusebio de Cesarea informa en su Historia Eclesiástica que el emperador Domiciano manifestó gran crueldad dando muerte a hombres honorables de Roma y enviando a muchos al destierro, entre los que se encontraba Juan, apóstol y evangelista. El mismo Eusebio cuenta cómo, muerto Domiciano y llegado Nerva al poder (96 d. C.), pudo regresar Juan del destierro y  estableció su residencia en Éfeso.
 
 
Historia del joven recomendado por Juan
 
 
Los “Milagros” recogen ejemplos de la actividad de Juan hallados en fuentes muy dispares y presentadas con una conmovedora riqueza de detalles. El capítulo III de los “Milagros de Juan” es una copia prácticamente literal de la historia narrada por Clemente de Alejandría en su Quis dives salvetur  (“Qué rico se va a salvar” y reproducida por Eusebio de Cesarea, calificada así por los autores que la transmiten. “Toma una historia, dice Clemente, luego no una leyenda, sino una historia real”.
 
 
Éstos son los detalles comunes a Clemente, Eusebio y las “Milagros de Juan”, que forman parte de los “Recuerdos” sobre Juan. Vuelto el Apóstol de Patmos a Éfeso, visitaba las poblaciones vecinas, en las que nombraba sacerdotes y obispos “señalados por el Espíritu Santo”. En una “ciudad no lejana” encontró a un joven que encomendó con insistencia a los cuidados del obispo, que lo recibió en su casa, lo mantuvo, lo educó, lo cuidó y finalmente lo bautizó. El joven, frecuentó malas compañías y acabó organizando una banda de ladrones de la que fue nombrado jefe.
 
 
Llamado Juan para resolver un problema surgido en la comunidad, preguntó al obispo por su recomendado. Cuando se enteró de lo sucedido, rasgó sus vestiduras y solicitó un caballo para salir en busca del joven. Los centinelas de la banda lo detuvieron. Pero Juan les dijo: “Llevadme a vuestro jefe, pues para eso he venido”.
 
 
El joven, avergonzado, pretendió huir, pero el anciano apóstol lo persiguió y lo hizo entrar en razón dándole seguridades de perdón y de salvación. El joven arrojó las armas y abrazó llorando al Apóstol. Los tres textos explican cómo las lágrimas le sirvieron de segundo bautismo. El suceso en sí tiene una práctica independencia y autonomía, sin otra conexión con el texto de las “Milagros de Juan” que la mención de Éfeso como lugar de la residencia del Apóstol.
 
 
 
Las perlas rotas y reconstruidas
 
 
Sigue el episodio de unas perlas que sufre  un “accidente”, sin una clara conexión con la narración central de los “Milagros”. Ni los datos cronológicos, ni los geográficos ofrecen datos suficientes para situar el suceso en un momento de la vida de Juan y en un lugar de su ministerio. A falta de datos en la leyenda se colige que Juan estaba en Éfeso, porque fue allí donde tuvo lugar la historia de Drusiana, la joven que suscitaba apasionados amores, que ya hemos contado en postales anteriores. Y allí tuvo lugar el episodio de las perlas.
 
 
Un filósofo, un tal Cratón,  quiso organizar un espectáculo en el que se ejemplificara el desprecio de este mundo que debe tener todo amante de la filosofía. Hizo que dos jóvenes ricos compraran y rompieran ante la gente unas piedras preciosas. Pasó el apóstol Juan por el lugar e informado de los hechos, interpeló a Cratón sobre la necedad e inutilidad del gesto. Sugería luego que hubiera sido mejor venderlas para ayudar a los necesitados. El filósofo replicó retando a Juan para que reconstruyera las piedras volviéndolas a su estado original. Juan realizó el milagro, subrayado con un solemne “amén” de los fieles presentes.
 
 
El hecho milagroso, que más bien parecía una frívola exhibición, consiguió el efecto salvífico. Cratón en unión con todos sus discípulos “creyó y fue bautizado”. Más aún, “empezó a predicar públicamente la fe de nuestro Señor Jesucristo”. Los dos jóvenes vendieron sus joyas y repartieron su precio entre los pobres. La consecuencia fue que numerosos creyentes se adhirieron a la causa de Juan.
 
 
Las varas y la arena
 
 
El capítulo VI de los “Milagros” expresa claramente su conexión con los sucesos narrados anteriormente. El texto habla del regreso de Juan a Éfeso y presenta a dos honorables ciudadanos que pretenden poner en práctica la doctrina sobre las riquezas y su reparto entre los pobres. En efecto, vendieron sus posesiones y todo lo repartieron entre los necesitados. Cambiados de opulentos en mendigos, pronto se arrepintieron de su gesto. Juan descubrió la trampa del Diablo y se dirigió a aquellos hombres. Les dijo que si querían recuperar sus riquezas, que prepararan unas varas rectas en sendos manojos. Juan invocó el nombre del Señor, y las varas se convirtieron en oro. Les pidió que llevaran piedrecillas de la orilla del mar, que acabaron convertidas en piedras preciosas. 
 
 
La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (capítulo 16 del Evangelio de Lucas) sirvió de prueba del valor de la palabra de Juan. Jesús confirmó, además, sus palabras resucitando a un muerto, el hijo de la viuda de Naím (capítulo 7 del Evangelio de Lucas). Juan confirmaba las suyas liberando a los enfermos de sus males y a las gentes, de sus pesadumbres. Luego el Apóstol amplía sus reflexiones recordando la inutilidad de las riquezas que no podrán acompañar al hombre a la otra vida.
 
 
Concluiremos el próximo día la ampliación de las leyendas sobre el apóstol Juan, tan importante en la tradición.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
 
Viernes, 1 de Septiembre 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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