Los virus, a caballo entre la vida y la simple materia orgánica, suponen uno de los peligros para cualquier especie de ser vivo.
No llega a ser una célula ni a tener metabolismo propio, pero infectan desde bacterias a humanos y evolucionan, por lo que su relevancia es más que química.
Algunos virus provocan brotes altamente letales, como la epidemia de gripe española de 1918, la viruela o el Ébola.
Otros son muy contagiosos, afectando rápidamente a millones de personas, pero con menos tasa de mortalidad, como los causantes del resfriado común, la gripe o el SARS-CoV-19.
Sin embargo, una gran cantidad pasan inadvertidos: están tan adaptados a nosotros que no nos causan daño, simplemente convivimos con ellos.
Mutación genética
Los virus tienen material genético, que puede ser ADN o ARN, una cápside de proteínas y, algunos (como los coronavirus), una membrana lipídica que obtienen de las células infectadas.
Para reproducirse tienen que hacer copias de estos materiales, aunque no lo pueden sintetizar por sí mismos.
Al llegar a sus células diana inyectan –casi de forma literal- su ADN o ARN dentro de ellas.
Utilizando la maquinaria celular empiezan a producir copias de su material genético y a ensamblar sus proteínas, hasta que la célula infectada acaba muriendo.
Sin embargo, el proceso de copia del material genético no es una técnica infalible. Cuando se hacen millones de copias, es muy probable que algo se transcriba mal, cambiando levemente el ADN o ARN del virus. Aparece una mutación.
Fallos genéticos
En la mayoría de ocasiones, la selección natural eliminará los virus con esos fallos, ya que funcionan menos eficientemente que los virus originales no mutados. Pero otras veces las mutaciones representan una nueva oportunidad.
Los coronavirus (Orthocoronaviridae) como el recientemente descubierto Covid-19, son especialmente susceptibles a tener mutaciones.
Son virus ARN que, a causa de un enzima no tan perfeccionada como los de ADN (la transcriptasa inversa), acaban teniendo más probabilidad de error a la hora de copiar su material genético.
Además, tienen el genoma más largo de todos los virus ARN, por lo que tienen más bases que puedan acabar con fallos de transcripción.
Si un animal está infectado con un virus, es probable –poco, pero probable- que en alguno se haya producido una mutación que lo haga capaz de infectar a humanos.
No obstante, el hecho de haber tantos millones de personas tan en contacto con animales hace que, sumando una infinidad de pocas probabilidades, a la larga el suceso sea seguro.
El salto de animal a humano
El Covid-19 saltó hacia los humanos de esta forma. Un coronavirus, el ancestro del Covid-19, se encontraba infectando a un animal aún no determinado.
El virus, a través de alguna mutación, obtuvo la capacidad de reproducirse en nuestro organismo, de tal manera que las personas que entraron en contacto con ese animal se contagiaron.
Este virus es el último de una larga lista. Más del 60% de todas las enfermedades infecciosas son zoonóticas, es decir, se comparten entre humanos y animales.
Es más, se cree que al menos el 75% de las enfermedades emergentes son zoonosis, por lo que es imprescindible una buena vigilancia a este respecto.
Algunas no son transmisibles entre humanos, como las toxiinfecciones alimentarias o enfermedades que requieren de reservorios para llegar a nosotros.
Otras necesitan de algunos vectores, moscas o mosquitos por ejemplo, para ir de un individuo enfermo a infectar a otro sano.
Pero las hay que, al llegar al primer humano, ya tuvieron la capacidad de infectar a otros más sin necesidad de más intermediarios.
Virus con esta capacidad son, por ejemplo el Ébola, el VIH, los coronavirus de SARS y MERS, el causante de la fiebre de Lassa o el Marburgo.
No llega a ser una célula ni a tener metabolismo propio, pero infectan desde bacterias a humanos y evolucionan, por lo que su relevancia es más que química.
Algunos virus provocan brotes altamente letales, como la epidemia de gripe española de 1918, la viruela o el Ébola.
Otros son muy contagiosos, afectando rápidamente a millones de personas, pero con menos tasa de mortalidad, como los causantes del resfriado común, la gripe o el SARS-CoV-19.
Sin embargo, una gran cantidad pasan inadvertidos: están tan adaptados a nosotros que no nos causan daño, simplemente convivimos con ellos.
Mutación genética
Los virus tienen material genético, que puede ser ADN o ARN, una cápside de proteínas y, algunos (como los coronavirus), una membrana lipídica que obtienen de las células infectadas.
Para reproducirse tienen que hacer copias de estos materiales, aunque no lo pueden sintetizar por sí mismos.
Al llegar a sus células diana inyectan –casi de forma literal- su ADN o ARN dentro de ellas.
Utilizando la maquinaria celular empiezan a producir copias de su material genético y a ensamblar sus proteínas, hasta que la célula infectada acaba muriendo.
Sin embargo, el proceso de copia del material genético no es una técnica infalible. Cuando se hacen millones de copias, es muy probable que algo se transcriba mal, cambiando levemente el ADN o ARN del virus. Aparece una mutación.
Fallos genéticos
En la mayoría de ocasiones, la selección natural eliminará los virus con esos fallos, ya que funcionan menos eficientemente que los virus originales no mutados. Pero otras veces las mutaciones representan una nueva oportunidad.
Los coronavirus (Orthocoronaviridae) como el recientemente descubierto Covid-19, son especialmente susceptibles a tener mutaciones.
Son virus ARN que, a causa de un enzima no tan perfeccionada como los de ADN (la transcriptasa inversa), acaban teniendo más probabilidad de error a la hora de copiar su material genético.
Además, tienen el genoma más largo de todos los virus ARN, por lo que tienen más bases que puedan acabar con fallos de transcripción.
Si un animal está infectado con un virus, es probable –poco, pero probable- que en alguno se haya producido una mutación que lo haga capaz de infectar a humanos.
No obstante, el hecho de haber tantos millones de personas tan en contacto con animales hace que, sumando una infinidad de pocas probabilidades, a la larga el suceso sea seguro.
El salto de animal a humano
El Covid-19 saltó hacia los humanos de esta forma. Un coronavirus, el ancestro del Covid-19, se encontraba infectando a un animal aún no determinado.
El virus, a través de alguna mutación, obtuvo la capacidad de reproducirse en nuestro organismo, de tal manera que las personas que entraron en contacto con ese animal se contagiaron.
Este virus es el último de una larga lista. Más del 60% de todas las enfermedades infecciosas son zoonóticas, es decir, se comparten entre humanos y animales.
Es más, se cree que al menos el 75% de las enfermedades emergentes son zoonosis, por lo que es imprescindible una buena vigilancia a este respecto.
Algunas no son transmisibles entre humanos, como las toxiinfecciones alimentarias o enfermedades que requieren de reservorios para llegar a nosotros.
Otras necesitan de algunos vectores, moscas o mosquitos por ejemplo, para ir de un individuo enfermo a infectar a otro sano.
Pero las hay que, al llegar al primer humano, ya tuvieron la capacidad de infectar a otros más sin necesidad de más intermediarios.
Virus con esta capacidad son, por ejemplo el Ébola, el VIH, los coronavirus de SARS y MERS, el causante de la fiebre de Lassa o el Marburgo.
Cuestión de tiempo
Tal como nosotros tenemos virus, también los tienen los animales. Y el paso de unos a otros es realmente común. Desde tiempos inmemoriales, los humanos han estado en contacto con animales de una u otra forma.
Primero, a través de la caza para la alimentación y, más tarde, con la aparición de la ganadería. Estos hechos, sin duda alguna, propiciaron el salto de enfermedades nuevas a los humanos.
Sin embargo es ahora cuando más posibilidades hay de que nos transmitan nuevas enfermedades: virus, bacterias, hongos, priones y diferentes tipos de parásitos.
El abanico es enormemente amplio y la aparición de una nueva enfermedad como el SARS-Cov-2 era cuestión de tiempo.
Desde hace décadas se están dando todos los factores para ello y la situación va empeorando paulatinamente.
Reto gigantesco
Cada vez hay más comercio de animales salvajes. Pangolines, tigres, osos... Sean para consumo de su carne, en medicinas tradicionales, como atractivo turístico o como animal de compañía.
Los sistemas de producción animal intensivos también son mucho más comunes, favoreciendo la transmisión de patógenos al hacinar a un gran número de animales.
Los cambios en el uso de la tierra, como deforestación y urbanización de nuevas zonas, nos ponen en contacto directo con fauna salvaje.
Y, en muchas zonas en desarrollo, se da una vida conjunta con un gran número de animales, salvajes o domésticos, en condiciones de hacinamiento.
Perros callejeros, gallinas o monos son muy fáciles de encontrar en cualquier ciudad superpoblada del Sureste Asiático, por ejemplo.
Es un reto gigante, pero si no cambia el estilo de vida actual, no tardaremos mucho en volver a afrontar una nueva epidemia de origen animal.
Tal como nosotros tenemos virus, también los tienen los animales. Y el paso de unos a otros es realmente común. Desde tiempos inmemoriales, los humanos han estado en contacto con animales de una u otra forma.
Primero, a través de la caza para la alimentación y, más tarde, con la aparición de la ganadería. Estos hechos, sin duda alguna, propiciaron el salto de enfermedades nuevas a los humanos.
Sin embargo es ahora cuando más posibilidades hay de que nos transmitan nuevas enfermedades: virus, bacterias, hongos, priones y diferentes tipos de parásitos.
El abanico es enormemente amplio y la aparición de una nueva enfermedad como el SARS-Cov-2 era cuestión de tiempo.
Desde hace décadas se están dando todos los factores para ello y la situación va empeorando paulatinamente.
Reto gigantesco
Cada vez hay más comercio de animales salvajes. Pangolines, tigres, osos... Sean para consumo de su carne, en medicinas tradicionales, como atractivo turístico o como animal de compañía.
Los sistemas de producción animal intensivos también son mucho más comunes, favoreciendo la transmisión de patógenos al hacinar a un gran número de animales.
Los cambios en el uso de la tierra, como deforestación y urbanización de nuevas zonas, nos ponen en contacto directo con fauna salvaje.
Y, en muchas zonas en desarrollo, se da una vida conjunta con un gran número de animales, salvajes o domésticos, en condiciones de hacinamiento.
Perros callejeros, gallinas o monos son muy fáciles de encontrar en cualquier ciudad superpoblada del Sureste Asiático, por ejemplo.
Es un reto gigante, pero si no cambia el estilo de vida actual, no tardaremos mucho en volver a afrontar una nueva epidemia de origen animal.
(*) Héctor Miguel Díaz-Alejo Guerrero y Paloma Martínez-Alesón García son investigadores en el Departamento de Producción Animal (Genética) de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid.