La especie humana está en peligro y necesita curar su alma para sobrevivir, lo que sólo se puede conseguir con la ayuda del espíritu. Cuerpo, alma y espíritu son nociones ancestrales presentes en todas las creencias, pero después de la primera mundialización el espíritu humano quedó fracturado: se descuidó la naturaleza y se olvidó la espiritualidad. El lugar del renacimiento del amor escondido desde hace tanto tiempo, esperando la oportunidad de demostrar su permanencia, no puede ser otro que España.
El proceso creador está situado en el “borde del caos”. Emerge a partir de la “contradicción interna” entre elementos que se encuentran simultáneamente tanto en cooperación como en competencia. Un ejemplo lo constituye la evolución biológica, en donde hubo un proceso de innovación evolutiva seguida de otro proceso de extinción masiva. Otro ejemplo involucra la innovación tecnológica de las sociedades industriales: al principio, surgen algunos diseños diferentes (de bicicletas, automóviles, teléfonos celulares, computadoras), todos igualmente viables y –transcurrido un cierto tiempo– se produce una sobreabundancia de formas, sobreviven unas pocas de ellas y la innovación se focaliza en los relativamente pocos diseños que quedan. Ambos procesos son eminentemente creativos…
La nueva gripe lo único que tiene de novedad es una cepa y su mortalidad es mucho más baja que la periódica gripe estacional. Para que la OMS pudiese declararla como pandemia debió cambiar la definición de este término. Y EE.UU. se declaró en “estado de emergencia sanitaria nacional” cuando en todo el país sólo había habido 20 personas infectadas de la nueva gripe y ninguna de ellas había muerto. Lo más terrible fue que la filial austríaca de la farmacéutica norteamericana Baxter distribuyó en enero pasado vacunas contaminadas que, si no hubieran sido descubiertas, habrían matado a miles de personas en la Europa del Este. La pandemia se habría convertido de declaración oficial en drama real.
Lo que conocemos como realidad es el resultado de una serie de interacciones entre los circuitos y trazas neuronales del cerebro y el mundo exterior. De esta interacción surge una sola representación mental o “realidad” de cada individuo en su particular universo, entre las potenciales realidades que se derivan de todas las posibles interacciones del cerebro con el entorno. De esta forma surge la metáfora del cerebro como sintonizador o detector/creador de realidad, si bien su capacidad para apreciar la “realidad total” es limitada porque depende de la cantidad de interacciones, directas o indirectas, que puede establecer nuestro cerebro con el mundo exterior o Todo.
Dualismo y emergentismo son temas recurrentes del discurso filosófico y teológico de nuestros días. Probablemente, el pensamiento dualista sea fruto de una predisposición innata a las antinomias localizada en el lóbulo parietal inferior izquierdo del cerebro. La neurociencia ha mostrado que es posible provocar experiencias espirituales (postura emergentista) y estos experimentos nos indican que el dualismo no es “real”, sino una categoría más de nuestra mente. La actividad científica no es compatible por tanto con hipótesis inmutables, por lo que todo lo que se dice en este artículo puede que esté equivocado.
El pensamiento está “situado”, “enraizado” dentro de un determinado paradigma temporal. Se necesita un nuevo tipo de pensamiento “complejo”, a la vez sistémico, multidimensional y ecológico que tenga en cuenta la dinámica del Todo. El pensamiento está entrelazado con el sentimiento, la sensación, la emoción y la acción.
Desde hace unos quince años se multiplican en Estados Unidos o en Europa los signos de lo que Edgar Morin llama una « presión sobre-adaptativa » entre la enseñanza y el mundo profesional. El último episodio de este proceso lo constituye el nuevo Sistema Nacional de Bachillerato recién adoptado en México, que excluye las disciplinas filosóficas como obligatorias. La filosofía se encuentra así relegada al estatuto de asignatura “opcional”, preludio de “inútil” y finalmente “arcaica”. La cuestión subsiguiente es: ¿Para qué sirven los conocimientos técnicos si no existe paralelamente una aptitud para relacionarlos, actualizarlos y contextualizarlos?
A la hora de construir inteligencias artificiales, el Hombre goza de mucha mayor libertad que la que tuvo la Naturaleza cuando “construyó” a al ser humano. Pueden estar absolutamente liberadas de las restricciones y limitaciones de la organización mental humana. Incluso podrían hasta no tener referencia alguna con lo natural, con lo ya existente. Desafortunadamente, es probable que para que el androide desarrolle una inteligencia parecida a la del Hombre necesite algunas de sus supuestas “debilidades”, como el egoísmo y la ambición.
Llevado al extremo de la irracionalidad, el esfuerzo de la medicina por preservar y cuidar la salud de las personas ha demostrado que es capaz de volverse en contra de aquellos a quienes pretende proteger. Cuando los médicos se empecinan en extender la vida aún más allá de las posibilidades fisiológicas y del deseo de sus pacientes, aparece lo que se ha dado en llamar el encarnizamiento terapéutico. Pero prolongar la vida innecesariamente no sólo perjudica a quienes se les priva del derecho a una muerte digna. En un mundo donde los recursos públicos que se destinan al cuidado de la salud no sólo son finitos, sino que muchas veces resultan insuficientes, su uso irracional parece cercenar aún más el acceso de la población en general al cuidado de su salud. Hoy se acepta el establecimiento de un límite en la asistencia médica, pero la cuestión es definir cuál es y quién establece, y aun más, cómo se valida este límite. Un punto de partida puede ser la observación de casos y el cambio actitudinal frente al manejo de estos conceptos.
Un robot social es aquel que interactúa y se comunica con las personas (de forma sencilla y agradable) siguiendo comportamientos, patrones y normas sociales. Para eso –además de tener apariencia humanoide– se necesita que disponga de habilidades que se ubican dentro del dominio de la llamada inteligencia social. La mayoría de los robots actuales funcionan relativamente bien en entornos controlados, como –por ejemplo– los laboratorios, pero surgen problemas cuando operan en entornos más reales, tales como oficinas, casas o fábricas. No obstante, en poco tiempo el robot hogareño se acoplará a la vida del Hombre como alguna vez lo hizo el teléfono, la televisión, el automóvil y la computadora personal. Ahora bien, si un robot puede desarrollar tanto actividades cognitivas (razonamiento) como afectivas (emociones), habría que empezar a pensar seriamente sobre qué posición ocupa dentro de una sociedad.