El eslabón perdido de la consciencia se encuentra en una enigmática zona del cerebro llamada claustrum, que es como el director de orquesta de toda la actividad neuronal: regula el proceso cognitivo y el estado de vigilia que nos mantiene conscientes.
Una región del cerebro se ilumina cuando formamos pareja y su actividad neuronal se intensifica a medida que el vínculo es más estable y duradero. Unas neuronas específicas fomentan la monogamia en mamíferos.
Hay indicios de que el SARS-COV-2, origen de la COVID-19, impacta también al cerebro, desencadenando síntomas neurológicos específicos. Puede ser una de las causas de la insuficiencia respiratoria.
El cerebro desencadena una reacción alérgica cuando volvemos al entorno en el que la sufrimos, aunque el alérgeno haya desaparecido. Basta con que regresemos después de haber dormido.
Anomalías en el campo magnético explican el vertiginoso desplazamiento del polo norte magnético desde Canadá a Siberia, que proseguirá al menos 400 kilómetros más.
El cerebro compensa nuestra fantasía enturbiando las imágenes mentales para que nuestra imaginación no se desborde. Es posible regularla con fines terapéuticos.
Los astrónomos han reproducido a 4.200 años luz el experimento de Galileo en la Torre de Pisa y comprobado con precisión que la gravedad acelera los cuerpos celestes de la misma manera.
La actividad cerebral se modifica durante el ritmo cardiaco: suprime la consciencia cuando debemos ignorar los estímulos externos y centrarnos en lo importante porque algo no va bien.
Científicos alemanes se han apoyado en las matemáticas avanzadas para sugerir que todo tipo de materia inanimada podría ser consciente, tal vez incluso el universo.
Los científicos están acorralando en el colisionador SuperKEKB a la primera partícula que confirmaría la existencia de la materia oscura: el hipotético bosón Z’. Pronto desvelaremos el misterio.