CONO SUR: J. R. Elizondo

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AFGANISTAN HOY Y VIETNAM EN EL RECUERDO José Rodríguez Elizondo

En la guerra, las imágenes suelen parecerse y hasta repetirse. Por eso en el mundo hoy se comenta la eventual identidad entre la guerras de Vietnam, del siglo pasado y la de Afganistan, que se acaba de definir a favor de los talibanes. Como testigo presencial de la primera guerra, creo que las cosas no son tan simples como parecen. Hay realidades sociales, culturales y geopolíticas muy distintas, tras cada imagen puesta en pantalla.


Piublicado en La República 22.8.2021
No podemos esperar que la guerra termine dentro de pocos meses.
Pasarán años antes de que toque a su fin.
Robert McNamara. Secretario de Estado EE.UU. 1962.
 
En nuestro mundo tecnotrónico, las imágenes se sobreponen a la realidad. Es lo que sucedió esta semana con la toma de Kabul, por los talibanes. Mientras el presidente Joe Biden negaba su semejanza con la toma de Saigón por el ejército norvietnamita y la guerrilla sudvietnamita, en 1975, secuencias dramáticas lo desmentían desde las pantallas. La imagen de ese avión de la US Air Force, asaltado por afganos empavorecidos equivalía, en modo catástrofe, a la de ese helicóptero atiborrado de fugitivos vietnamitas, bamboléandose y cayendo desde su plataforma norteamericana, en la capital de Vietnam del Sur.  

UNIDAD CONTRADICTORIA
Eran imágenes de guerras diferentes, en siglos distintos, pero algo inquietante las homologaba. Así lo percibí, quizás por haber conocido de cerca una de esas guerras. En 1965 y 1967, integrando comisiones de juristas de investigación, estuve entrevistando actores, visitando escenarios e incluso bajo bombardeos, en lo que entonces era Vietnam del Norte.

Desde 1954, con base en el orden rígido de la Guerra fría, Vietnam estaba dividido en dos. Para los jefes de la Unión Soviética (URSS) y de los EE. UU. eso planteaba un juego de suma cero: medio país que “perdían” unos, era medio país que “ganaban” los otros. En ese marco forzado, los gobiernos norteamericanos sostenían que, sin su intervención armada, Vietnam del Norte, bajo liderazgo comunista, se impondría al gobierno aliado de Vietnam del Sur y todo el país caería en la órbita soviética. De arrastre, caerían todos los países del sudeste asiático, como alineadas fichas de dominó.

Ignoraban, así, que los vietnamitas tenían una cultura ancestral sofisticada, con un sólido componente guerrero, que los tironeaba hacia la reunificación, incluso contra sus alianzas internacionales. Por añadidura, ignoraban que los vietnamitas del norte eran capaces de forjar una unidad nacional -contradictoria, pero eficiente- con los del sur, en aras de la autodeterminación.

Pese al precedente del yugoslavo mariscal Josip Broz (Tito), que osó poner distancia con Stalin tras la segunda guerra mundial, los políticos norteamericanos nunca asumieron la existencia de comunistas nacionalistas.  

SISTEMA NACIONAL- COMUNISTA

En un doble nivel de complejidad, los líderes comunistas de Vietnam del Norte, encabezados por Ho Chi Minh, estaban repitiendo la experiencia díscola de Tito.  Se sabían peligrosamente cerca del poder de Mao Zedong, conocían lo profundo de su querella con los jerarcas del Kremlin y no querían caer en la órbita geopolítica de ninguna de las dos potencias comunistas.

En lo estratégico, esa voluntad se reflejaba en un patriotismo empírico, la colaboración civil-militar y la participación paritaria. Las mujeres actuaban como productoras, milicianas y en tareas de apoyo logístico al ejército regular. En lo diplomático, las tareas se ejecutaban sin concesiones al maniqueísmo de la guerra fría y al borde de la cornisa respecto a los aliados comunistas. Recuerdo un acto solemne de solidaridad, en un gran teatro de Hanoi, cuyas primeras filas estaban ocupadas por oficiales militares chinos y soviéticos… pero sin mezclar.  Al medio de cada fila, un oficial del ejército norvietnamita los mantenía pulcramente separados.

Entonces, conmovido por los horrores de esa guerra, por el rechazo ecuménico a la intervención y (mea culpa) por la inmadurez de mi juventud, llegué a desear la internacionalización combativa de la solidaridad. Comenté a mi amigo Joë Nordman -jurista francés, jefe de nuestra comisión- que el apoyo mundial a Vietnam intervenido debía expresarse en el terreno, como antes en España. Joë me miró divertido, con aire de gala superioridad: “Tu n’as rien compris” (no has entendido nada), me espetó.

Luego, condescendió a explicarme que la fuerza ganadora de los vietnamitas estaba en su cultura milenaria y en lo nacional de su estrategia. Sobre esa base ya habían instalado la imagen de David contra Goliat y desencadenado un fuerte movimiento antibélico en los propios EE.UU. Personalidades como Martin Luther King, Jane Fonda y Mohamed Ali comenzaban a liderar actos masivos, enfatizando que no tenía sentido tratar de destruir un país para salvarlo del comunismo.

Poco después -según mis apuntes, el 17.3.1967-, el propio primer ministro de Vietnam del Norte, Pham Van Dong, nos ratificó aquello, en el palacio de gobierno y en presencia del mismísimo Ho Chi Minh. Tomé nota cuando nos dijo que “ésta no es una lucha de comunistas y anticomunistas… no es una cuestión ideológica”. El “tío Ho”, por su parte, lamentó que “muchos amigos nuestros desconfíen de que podamos vencer en estas condiciones”.

PREPOTENCIA CON IGNORANCIA

Por lo dicho, las diferencias entre Vietnam y Afganistán son abismales. Contrastando con el rico y sofisticado patrimonio cultural de las élites vietnamitas, los talibanes afganos aún están en el estadio teocrático primitivo.  Su causa absolutista, negacionista y discriminante se identifica con el fundamentalismo islámico y con la fuerza armada para sostenerlo. El mejor indicador de ese talante es el pavor de las mujeres afganas -la simbólica mitad de la población-, ante el retorno de su régimen.

Por ello, lo inquietante de las imágenes de las tomas de Kabul y Saigón no está en este avión o en aquel helicóptero. Está en que muestran la incapacidad de la gran potencia norteamericana para sostener las lecciones de lo que antes se decodificara como “trauma de Vietnam”.

Bastaron el olvido del fiasco soviético en el mismo Afganistán, la implosión de la URSS, la imagen triunfal de Ronald Reagan y la demagogia del “America great again” de Donald Trump, para que los políticos norteamericanos se  percibieran liberados de aquel trauma. Esto es, para que aplicaran la misma fórmula de “fuerza armada civilizadora” a casos radicalmente diferentes, soslayando lo improbable de deconstruir y construir países y ejércitos tributarios de otras culturas.

Visto así el fenómeno, lo que hoy está sufriendo Biden -y antes Barack Obama- es la secuela fatal de las decisiones de George W. Bush, tras el atentado contra las Torres Gemelas.  Entonces, en virtud de análisis desprolijos y diagnósticos “patrióticos”, sus halcónicos asesores lo empujaron a homologar la represalia contra Al Qaeda con una guerra internacional sin fronteras. Desde la Casa Blanca se asumía que los ejércitos de los países intervenidos, convenientemente renovados, heredarían y completarían la misión de derrotar a los terroristas de Osama bin Laden.

Más que un error no forzado, fue una recaída en la ilusión omnipotente y fracasada de los años vietnamitas. Una versión remasterizada de su improbable lema según el cual “los asiáticos combatirán a los asiáticos”, que tantas vidas propias y ajenas costó.

La moraleja eventual es que no se puede ni debe confiar el manejo de un conflicto serio a políticos de andar por casa, que ignoran casi todo lo que sucede en el resto del mundo y que no han aprendido casi nada de los conflictos anteriores.

Desgraciadamente, es una moraleja simplemente retórica pues, como diría Max Weber, la realidad muestra una mala relación consolidada entre los políticos profesionales y los intelectuales. Es decir, una distancia penosa entre los que saben, pero no deciden y los que deciden, pero no saben.

José Rodríguez Elizondo
Domingo, 22 de Agosto 2021



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O’HIGGINS: PATRIOTA DE DOS PATRIAS José Rodríguez Elizondo

Cuando los países entran en modo estallido y algunos quieren refundarlos, resulta oportuno recordar a quienes los fundaron. Es el caso, por, ejemplo, de don Bernardo O'Higgins, el tercer (y olvidado) gran libertador de América del Sur.


Publicado en El Libero, 8.8.2021

Que los chilenos somos mal agradecidos con nuestros próceres vivos, es historia vieja. A Bernardo O’Higgins sus contemporáneos le cobraron todos los agravios del poder, indujeron su abdicación como gobernante y lo dejaron morir como exiliado en el Perú. Décadas después repatriaron sus restos y hoy tiene monumento con cripta incorporada, frente a La Moneda, como Padre de la Patria. Según los que saben, de ahí viene nuestro sarcasmo tradicional sobre el “pago de Chile”.
Recordé el tema cuando el diplomático peruano Luis Mendivil me fichó como expositor para el programa del Bicentenario. Opté por evocar a O’Higgins porque, como ex-exiliado en el Perú, me identificaba con su experiencia y, en especial, con el párrafo de una carta suya donde se menciona como chileno por nacimiento y peruano por gratitud. Además (quizás en lo principal) porque creo que, aunque post mortem, también los peruanos fueron un pelín ingratos con él. En su caso, por causa sobreviniente, como dicen los abogados.
 Hace algunas décadas conversé el tema con el sabio peruano Juan Miguel Bákula, quien conocía nuestras historias al dedillo y solía decir que Chile era el país de  región más afín cob el suyo. El aceptó plenamente mi percepción. Sabía que José de San Martin encabezó la Expedición Libertadora a contrapelo del gobierno argentino, con soldados mayoritariamente chilenos, como enviado de O’Higgins y a un alto costo económico y político interno para éste. También aceptó que, en la señalética urbana, el Perú había sido ingrato, pues sólo había una plaquita en la casa limeña donde vivió. A su juicio, ese desperfilamiento fue consecuencia de la Guerra del Pacífico. “Está pendiente un reconocimiento nuestro”, agregó.
BIOGRAFÍA DE TELENOVELA
Para conocer al O’Higgins profundo hay que asomarse a su amargura existencial, que el cineasta Ricardo Larraín captó muy bien en su filme “Niño rojo” y Neruda supo sintetizar en tres versos.  Uno, para aludir a su infancia de “niño triste, roble solo” y los otros, para ilustrar su condición de expatriado: “Te veo en el Perú escribiendo cartas” / “No hay desterrado igual, mayor exilio”
Es que su vida tuvo un guión truculento, de telenovela. Muestra a un niño colorín en territorio mapuche, hijo oculto de Ambrosio O’Higgins - sesentón funcionario irlandés de la corona-, que seduce a Isabel Riquelme, joven criolla de 18 años. Continúa con sus cuatro primeros años alejados de una madre que debe ocultar su “desliz” y con un padre que no quiere reconocerlo, pues afectaría su ascenso en el escalafón burocrático (ya dificultado por su origen foráneo). Luego, ese padre es virrey del Perú y, aunque sigue marginando al hijo, le financia una buena educación en Lima y en Londres. A continuación, una morisqueta del destino hace que el joven Bernardo se integre en Europa al clan de los precursores de la independencia, atornillando contra la lealtad imperialista de su padre. Termina la primera temporada de la serie con intrigas limeñas que inducen la destitución del virrey O’Higgins y la decisión póstuma de éste: deja una fortuna a Bernardo, pero se niega a legarle su apellido.
Con base en ese guión estrambótico, el prócer quedó habilitado para una segunda temporada, que lo mostraría como gran actor de la política chilena y regional. Tenía las ventajas de su mejor educación, su fortuna y sus contactos externos, pero, como contrapartida, sufriría la discriminación social de una aristocracia en formación. Para la mayoría del notablato criollo siempre sería “el huacho Riquelme”. Un usurpador y un resentido.
Pero él no puso la otra mejilla y una de sus primeras medidas como gobernante fue abolir los títulos de nobleza. “Detesto por naturaleza la aristocracia y la adorada igualdad es mi ídolo”, dijo, profundizando la desconfianza mutua. Fue la primera gran polarización política de la república de Chile, incluso con sangre patricia de por medio.
TRISTEZA PATRIÓTICA
El Perú fue su espacio de reinvención. Cuando adolescente, sus compañeros del colegio San Carlos fueron amigables y hasta simpáticos. Tal vez sus padres sabían, gracias a las informadas “bolas limeñas”, que ese chilenito tenía santos en la corte. Como gobernante, gestó la Expedición Libertadora y soñó con la integración chileno-peruana. Poco antes de su abdicación, patrocinó un tratado de integración binacional -que nunca se publicó-, cuyo artículo quinto decía que, para asegurar la buena amistad entre ambos Estados, “los peruanos serán tenidos en Chile como chilenos y éstos en el Perú por peruanos”. El gobierno peruano, por su lado, supo responder a ese cariño. No sólo reconoció su rol en la empresa libertadora, designándolo mariscal del Perú. Luego, al recibirlo como exiliado, le asignó fértiles tierras en Cañete y le dio hasta su muerte un tratamiento “vip”.
Es elocuente el apunte de O’Higgins que hace el historiador Francisco Antonio Encina, en la previa de la guerra entre Chile y la Confederación peruano-boliviana: “quiere a Chile y quiere al Perú. Un conflicto entre ambos países es para él doblemente fratricida y doblemente doloroso (…) son dos patrias que ama por igual”. También fue elocuente el canciller peruano José Antonio Barrenechea, cuando despidió sus restos en el Callao, ante autoridades de Chile: “Vuestro Capitán General nos pertenecía, pero él era ante todo vuestro / por eso os lo devolvemos / Sus cenizas están naturalizadas en el Perú”.
Por eso confieso una tristeza patriótica de mis años peruanos: el reconocimiento público a O’Higgins ya no era el que fue. Además, estaba claramente descompensado, pues San Martín, su gran amigo y jefe designado, tenía el patrimonio simbólico mayor, con plazas, monumentos, hoteles, cines, departamentos. Yo mismo vivía en la calle San Martín, de Miraflores. Incluso Simón Bolívar, equilibrando la secesión del Alto Perú con sus victorias guerreras en Junín y Ayacucho, había conquistado un monumento frente al Cogreso.
Y yo no descubría ningún homenaje visible al tercer gran libertador. Apenas esa plaquita en su casa limeña del Jirón Unión.
FLASHBACK HACIA 2001
En noviembre de 2001 viajé a Lima, en plan de entrevistar personalidades para un libro sobre la compleja relación bilateral. Empecé con el general Francisco Morales Bermúdez, bajo cuya “dictablanda” viví mis primeros años peruanos y a quien sigo considerando uno de los políticos más inteligentes del país.
Atravesando la Avenida Javier Prado, rumbo a su casa en Flora Tristán, descubrí un monumento con la noble estampa de un patriarca en su tercera edad y sentado en un sillón. Para mí alegría, era don Bernardo O’Higgins, sin uniforme, sable ni caballo. Una imagen que no reconocerían los escolares de Chile. Tal descubrimiento me inspiró el siguiente “arranque” de la entrevista:
  • JRE. Al llegar a su casa, general, pasé frente al monumento a O’Higgins y me dio gusto verlo instalado en la avenida Javier Prado
  • FMB. Es un personaje histórico. Muy reconocido en el Perú.
Aunque fue una respuesta parca y evasiva no quise soltar el tema. Le dije que, a mi juicio, nuestro prócer descendió en el aprecio histórico tras la ruptura de la contigüidad territorial chileno-peruana, dispuesta por Bolívar. Un cambio geográfico cuyos efectos, como geopolítico connotado, él no podía desconocer.
 El general no eludió el desafío. Aunque sin enfrentar el complejo tema bolivariano, asumió lo que informalmente me había reconocido Bákula. A su juicio, O’Higgins había descendido al sub-reconocimiento, tras una guerra de larga duración, en la cual las tropas chilenas llegaron hasta Lima. Los tratados posteriores no habían eliminado “una aversión natural en un país que fue invadido” (sic).
Despejado ese tema de apertura, siguió un repaso de historias y coyunturas, desde la presunta revancha bélica dispuesta por su predecesor, general Juan Velasco Alvarado, hasta el “aberrante” control de las cúpulas militares peruanas por Vladimiro Montesinos, a quien FMB asumía como traidor a la patria. Nos despedimos con intercambio de libros y yo me fui con dos sensaciones claras. Una, que todavía faltaba mucho para pasar, desde la amistad jurídica de los tratados, a la amistad real que nos exige el desarrollo mutuo. La otra, que aquella transición exigía iniciativas que recogieran el talante de O’Higgins, ese patriota de dos patrias.
Su monumento en la Javier Prado me decía que seguía siendo el mejor anclaje para una mejor relación.
EPILOGO PARA NIETOS
En medio de la coyuntura de crisis con estallidos que recorre el mundo y la región, pienso que chilenos y peruanos podríamos aprovechar los recuerdos de este Bicentenario y de los próceres comunes. Ello facilitaría subordinar las partes duras de la memoria, desbaratar los eventuales revanchismos y potenciar los proyectos de un desarrollo compartido.
En esa línea, he instalado una esperanza simbólica que delego en mis nietos. Sueño que, en un futuro sin pandemia, con democracias renovadas y libertades consolidadas, ellos visiten Lima, vayan a la rebautizada plaza San Martín-O’Higgins y depositen dos ofrendas en nombre del abuelo. Una, ante el Libertador argentino, en su caballo y la otra, ante el Libertador chileno en su sillón.

 

José Rodríguez Elizondo
Martes, 10 de Agosto 2021



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Para muchos observadores la transición de Chile a la democracia fue un modelo. Su performance económica fue vista como el camino seguro hacia ese desarrollo pleno, tantas veces prometido. Lamentablemente, las voces de advertencia respecto a que la democracia no era un sistema autosustentable fueron desoídas. El resultado es el enjambre de crisis en que estamos viviendo los chilenos y sobre eso trata este artículo



Publicado en El Libero, 26.7.2021
 
Es importantísimo que los primeros discursos que
un niño oiga  sean a propósito para conducir a la virtud.
Platón

 
PRÓLOGO PARA UNA LECTURA

Un mediodía de agosto de 2002, Julio César Rodríguez y Mirko Macari, entonces jóvenes periodistas, fueron a mi oficina de la Facultad de Derecho para engancharme como columnista de La Nación Domingo. Era un proyecto en desarrollo, que pretendía chasconear el vetusto diario oficialista y me querían como experto internacional. Sin embargo, un reciente libro mío –“Chile, un caso de subdesarrollo exitoso”-, les había ampliado la propuesta, pues era sobre política interna y -cito a Mirko- “escrito de la manera más políticamente incorrecta posible, para explicar por qué no podemos despegar del Tercer Mundo”. Ambos lo decodificaron como una ratificación por reversa del pronóstico de Aníbal Pinto, según el cual Chile era “un caso de desarrollo frustrado”. Recuerdo el episodio pues, veinte años después leo “Chile: los dilemas de una crisis”, libro de Luis Riveros Cornejo, ex rector de mi Universidad de Chile y ex Gran Maestro de la Masonería. Bajo capa de recopilación contiene, no ya otro pronóstico, sino un balance apabullante de aquello que no atinamos a evitar en los diez últimos años. Es un seguimiento, con datos duros, de lo que antes temíamos y ahora estamos sufriendo.

AMARGA VITA

¡Que te toque vivir tiempos interesantes!
Así reza una maldición -dicen que china-, complementaria del lamento del Galileo Galilei imaginado por Bertolt Brecht: “Ay del país que necesita héroes”
Hoy los chilenos vivimos tiempos más que interesantes y ni siquiera hay que explicarlo, pues sus síntomas están a flor la piel. Quizás la situación más gráfica sea la de quienes antes soñaban con la casa y el auto propios y ahora sufren la pesadilla del portonazo.
Por añadidura, la pregunta recurrente es: ¿dónde está el Estado en forma y de derecho del que antes nos ufanábamos? La mala noticia es que se trata de una pregunta retórica. Todos sabemos que no está. Y, peor aún, los héroes no asoman.
En este contexto, el libro de Luis Riveros es un condensado cronológico de esa peripecia amarga. Sus casi doscientas páginas contienen columnas, conferencias y ensayos de la última década, que fueron mostrando el tránsito desde los diagnósticos precoces hasta el enjambre de crisis en que estamos. Con su talante de humanista laico, independiente y universitario, el autor había alertado sobre cada uno de nuestros déficit. Incluso había planteado la necesidad de una refundación democrática de la República.
Para muestra, selecciono y refraseo diez de sus advertencias fundadas:
  • Los déficit de la educación nacional están en el límite, en todos sus niveles
  • Los partidos políticos sobreviven en estado de repudio
  • El gobierno no está gobernando
  • La democracia está enferma
  • La república está moribunda
  • Los estallidos se encadenan
  • Hay una nueva guerra de Arauco
  • Hace falta un “gobierno de unidad nacional”
  • El rol salvífico de una nueva Constitución es ilusorio
  • Surge el peligro de un poder dual destituyente
Leídas aisladamente, en su momento de emisión, los dirigentes políticos del sistema las decodificaron como el alarmismo sin causa de Pedrito y el lobo. Pero, leídas hoy, en bloque, demuestran que no supieron leer la realidad y que los políticos antisistema las leyeron con su sesgo.
La explicación más plausible es que los primeros no tuvieron intelectuales militantes que se las explicaran y los segundos recurrieron a la tesis histórica de sus “intelectuales orgánicos”. Esa según la cual “tanto peor (para el sistema), tanto mejor (para nosotros)”

EL OPIO DE LOS POLÍTICOS

Aunque no sea consuelo de inteligentes, este mundo de Mad Max, con pandemia incluida, es el mal de muchos. Afecta a demasiados países con estructura democrática y parece vincularse con esa mala lectura del fin de la guerra fría que hizo Francis Fukuyama. Con la coartada del “fin de la Historia” políticos de mando largo pero seso corto, creyeron que con el socialismo real fuera de juego podían pasar del estado de alistamiento al estado de disfrute del poder.
Para esos políticos ya no era necesario cortarse las venas para defender la democracia, mejorar la enseñanza para proyectarla y ejercer la austeridad para representarla. A nivel de la superpotencia hemisférica, ello explica por qué un político intelectual e incluido, como Barack Obama, fue reemplazado por un golpista bárbaro y excluyente como Donald Trump.
En Chile, el bioequivalente político empezó como una querella -más bien básica- entre los autocomplacientes y autoflagelantes de la Concertación y está culminando con una cascada de efectos interrelacionados. Entre ellos, el ocaso de los líderes / la intolerancia del poder sin ideas / la hegemonía de los operadores sin doctrina / los juegos de tronos supeditando los proyectos-país / el imperio del clientelismo raso / la postergación de los jóvenes militantes bien dotados / el olvido de la excelencia en la administración del Estado / el empoderamiento de los “revoltosos” / el desborde del Estado y … el temible fantasma del vacío de poder.
Por eso, la opinión pública sobre los políticos es la que consigna este libro de Riveros y ratifican todas las encuestas: dejaron de ser representativos de sectores sociales distinguibles y mutaron en una clase en sí, con intereses comunes de sobrevivencia. Esto, con el agravante del altísimo costo para el erario de sus cada vez más discutibles servicios. Nada que ver con el concepto histórico de la “dieta” austera.
Todo lo cual explica que, con una manada de lobos a la vista, nuestros políticos fingieran ignorarla, trataran de minimizarla o terminaran endosándola al alarmismo de los intelectuales. Se autoaplicaron, así, un viejo aforismo sobre el poder: “Si alguien te dice la verdad, regálale un caballo para que pueda huir”.

MIS SIETE CONCLUSIONES
 
1.- Este libro demuestra que el clivaje derechas-izquierdas hace rato dejó de ser lo que era. Está siendo desplazado por el de quienes siguen valorando la democracia representativa, con distintas propuestas de reforma y quienes creen que se trata de un sistema obsoleto, con distintas propuestas de revolución.
2.- Desde esa mirada, es la historia de cómo, ante la falta de adversario o enemigo estratégico global, los dirigentes de partidos políticos sistémicos se volcaron a la administración de lo vigente. Por imprevista añadidura, la caducidad de las ideologías totales se fundió con la deserción militante de sus intelectuales solventes.
3.- De manera tácita, esto obliga a adjetivar la relación partidos-democracia. Para ese efecto, el lector puede desclasificar el siguiente silogismo: La democracia necesita buenos partidos políticos / Los buenos partidos necesitan intelectuales genuinos / sin buenos intelectuales la representatividad es un rito sin contenido.
4.- Como contracara de lo anterior está la narrativa de un empoderamiento anunciado: el de quienes quieren rehacer nuestra historia, arrinconar la cultura del libre debate, implantar un sistema innominado y terminar con la identidad de Chile como actor nacional unificado 
 5.- En el trance vigente, el humanismo democrático ratifica que la educación nacional no puede delegarse en Google, las redes sociales ni en los periodistas predicadores. Habría que escuchar más a los académicos independientes y recordar que, en mejores tiempos, las universidades eran centros de reflexión y propuesta a la sociedad.
6.- Las advertencias del libro están confirmadas con el doble sinceramiento de los actores antisistémicos de talante violento. Para éstos, “el estallido” del 18-O fue una “revuelta” y esa revuelta es la base de la nueva Constitución en trámite.
7.- Quienes conocen la soledad del escritor chileno de fondo y medio fondo, descubrirán aquí la soledad de los columnistas que tratan de razonar con sus lectores, en los pocos segundos que dura una carrera corta.
 
VOLVIENDO AL PRÓLOGO
 
El “subdesarrollo exitoso” a que aludí en mi libro de 2002 se exteriorizaba en el orgullo pueril de ser los mejores en América Latina, en la autoadmiración por nuestra corrupción pequeña (léase, inferior a la de otros países) y en el pobre papel asignado a escritores y artistas.
 
Hoy está claro que aquello configuraba una relación inversa con la cultura del humanismo, laico o cristiano, base necesaria del desarrollo integral. Si antes era la quinta rueda del coche, con autofinanciamiento obligado, hoy su debilidad explica la fuerza de los otros.
 
Por eso, la cadena de advertencias de Luis Riveros no equivale al frustrante “yo lo dije” de los egoadictos. Es una convocatoria para defender causas que antes parecían evidentes, como el libre debate democrático, la participación informada de los ciudadanos y la solidaridad en la equidad social.
 
Desde esa perspectiva empalma con un sabio aforismo antifatalista, que aprendí en mis andanzas por el Medio Oriente:
 
“Si estamos ante un callejón sin salida / la única salida está en el callejón”.

José Rodríguez Elizondo
Lunes, 26 de Julio 2021



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CUBA: EL COMANDANTE ESTALLIDO José Rodríguez Elizondo

Tras 60 años de castrismo, lo que fue una revolución se ha convertido en un régimen conservador, administrado por funcionarios y protegido por un ejército ideologizado


Publicado en La República (Perú)    18.7.2021


A fines de abril dije, en esta columna, que el designado presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, “tendrá que salir de la utopía congelada, para aterrizar en la realidad quemante”.
Entonces, tres cosas estaban demasiado claras. Una, que sin el carisma de Fidel Castro y con Raúl Castro vigilante -también sin carisma, pero con ejército-, no le quedaba otra que administrar. La segunda, que alentar a los inversionistas extranjeros y a los “cuentapropistas”, sin superar la planificación centralizada, era una opción retórica. La tercera, que conservar sin reformar y sin represión, le sería imposible.
Y así nomás fue.
Tras asumir, Díaz-Canel siguió administrando el legado castrista, con su racionamiento crónico, la explicación del bloqueo norteamericano y el descontento popular sin resonancias. Además, con dos cargas adicionales: las urgencias de la pandemia y la disminución drástica de la subvención venezolana, por crisis en casa propia de Nicolás Maduro.
En ese contexto, la supuesta resignación popular duró dos meses y medio. Interrumpiendo la inercia y parafraseando a Carlos Puebla, el trovador de los años 60, llegó el Comandante Estallido y mandó a parar. Miles de cubanos protestaron contra el gobierno en las calles de la capital y provincias. Gritaban “libertad” y coreaban “Patria y Vida”, un estribillo contestatario. Policías y otros actores estatales reprimieron, castigaron y detuvieron a esa cubanía, tras acatar la orden de combatirla.
Dado que el gobierno cortó internet y tiene el control de la información, la opinión pública recibió versiones bifurcadas. Según el oficialismo no fue una protesta contra el régimen, sino contra el bloqueo norteamericano y la violencia vino de vándalos infiltrados. Según fuentes periodísticas y neutrales -con Human Rights Watch a la cabeza-, la protesta fue la que vimos y, hasta el momento, su represión contabiliza un muerto, sobre 150 detenidos y un general renunciado.
Volvió a manifestarse, así, el triple estándar internacional sobre los derechos humanos. Para los gobernantes democrático-liberales hubo una violación clarísima. Esta vez, izquierdistas notorios los acompañaron. Para los gobernantes y partidos afines al castrismo el violador seguía siendo el imperialismo. Para los jefes de la ONU y la OEA el tema era tan complicado, que mejor miraron para otro lado.
 Sólo faltó el niño del cuento, diciendo que el rey estaba desnudo.
LA RESIGNACIÓN EN LA CALLE 
A inicios de los años 60, Cuba era el país donde la justicia social había empatado con la alegría. La Habana era el meollo del milagro, por su revolución con “pachanga” (jarana), el rol subordinado de los seriotes comunistas, el desparpajo de Ernesto Ché Guevara y la oratoria inflamada de Castro. Un reportero del New York Times definió a éste como “el Robin Hood de América Latina” y casi todos los medios destacaban el atractivo de los barbados revolucionarios, comparados con los grises funcionarios del socialismo real.
A fines de 2016, como turista en un hotel de La Habana, pude contrastar esa visión romántica -que en algún momento compartí- con lo que ahora lucía como un melancólico fin de fiesta.
A esa altura los barbudos se habían afeitado y eran mandos de un ejército profesional. El son no había emigrado, como cantaba Olga Guillot, pero se había reducido a los sitios turísticos. Castro era un ícono retirado, que firmaba columnas ortodoxas en el diario Granma. En vez de posters con temática antimperialista, se veían polos con la sonriente efigie de Barack Obama y túnicas desafiantes, con la bandera estampada de los Estados Unidos. Algunos jóvenes, celular en mano, se sentaban a la entrada de los hoteles, para colgarse de una precaria señal de internet. Compartían esos espacios con las cadenciosas e inquietantes “jineteras”.
Por reflejo periodístico, hice un reporteo con los habaneros a mi alcance. Personal del hotel, vendedores de artesanía, marchantes de arte, guías y taxistas, muchos con título universitario. Mi conclusión fue la que sospechaba: una revolución que dura más de medio siglo, sin abrirse al debate y a la alternancia, deja de ser revolución. Se convierte en la palabra despistante de un régimen conservador.
Mis interlocutores lo asumían sin teorizar. Recorriendo El Vedado y Miramar, un guía me aseguró que ahí no vivían los cubanos ricos: “aquí no tenemos diferencias de clases, hay una sola, todos somos pobres”. ¿Y quienes viven ahí? pregunté. Respuesta: “diplomáticos, altos cargos del gobierno, son casas que abandonaron los que se fueron, cuando llegó Fidel”. 
LA REVOLUCIÓN EN EL MUSEO
Para reencontrar el talante sesentero fui al Museo de la Revolución, donde ratifiqué, literalmente de entrada, la fusión entre el momento épico y la personalidad de Castro. Lo primero que vi, en el lobby, fue un pedestal de mármol coronado por una gorra de bronce, inmortalizando la que usara en un evento equis. 
Las tres plantas del edificio exhibían otros objetos personales del líder. Los calamorros que calzaba en la Sierra Maestra, una toga colorinche que habría usado en 1953, para su alegato “La historia me absolverá”. En paralelo, una exposición de periódicos, fotografías y documentos que destacaban sus hazañas guerrilleras y su liderazgo durante la invasión de Playa Girón y la crisis de los misiles de 1962. Todo trufado con algunas fotos de Guevara y otros históricos. En suma, una muestra más del culto administrativo al jefe. 
Anoté dos detalles sugerentes. Uno, que Haydée Santamaría, célebre combatiente en los años 50, fundadora de la Casa de las Américas, sólo aparecía en fotos grupales. Mi autoexplicación fue que, como terminó suicidándose un 26 de julio, día de la revolución, le reventó la fiesta nacional a Castro. El otro detalle fue un mosaico con los rostros de los guerrilleros cubanos que acompañaron a Guevara en su aventura boliviana. Al pie de cada foto el nombre real, nombre de combate, fecha de nacimiento y muerte… excepto en la última de Daniel Alarcón (a) Benigno. En ésta se informaba que nació en 1940 y, tras puntos suspensivos, se le estigmatizaba como “traidor”. La explicación implícita es que sobrevivió, se hizo disidente, logró exiliarse y acusó a Castro de haber traicionado a Guevara.
El líder máximo ni olvidaba ni perdonaba.
DEL HOMBRE NUEVO AL HOMBRE LIBRE
 Tras el reciente estallido, me pregunto si Guevara hoy podría sostener su utopía (poco inclusiva) del “hombre nuevo”. Ese que vive dispuesto a enfrentar cualquier sacrificio, para “ponerse a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América”. 
No eludo mi pregunta y me respondo que no. No podría. Ese pueblo utopizado hoy está más en la onda de un libro de Milan Kundera, según el cual “la vida está en otra parte”. Así lo reconoció su nieto Canek Sánchez Guevara, en una novela donde define a Cuba como “un disco rayado”. Allí cada día es una repetición del anterior y la fe se confunde con el fanatismo.
La realidad dice que, en lugar de ese hombre nuevo vino el hombre frustrado y lo que está emergiendo es el hombre y la mujer sin adjetivos. Esos que, tras el desplome de las utopías, sólo desean “un lugar en el mundo sin grandes responsabilidades históricas”, como dice un personaje de Leonardo Padura. Es lo que recoge la nueva trova de los disidentes, cuando llama a sustituir la disyuntiva “patria o muerte” por la conjunción “patria y vida”.
Si ese verso se hace oír en el partido y en sus cuarteles, los cubanos podrán convivir con el mínimo común de respeto y elegir con el máximo posible de libertad. En ese proceso caerá, por su solo peso, la política norteamericana del bloqueo, nacida con un déficit de prospectiva, en plena guerra fría y en la infancia de la revolución.

José Rodríguez Elizondo
Lunes, 19 de Julio 2021



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Bitácora

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PERU. DOS MITADES AMARGAS José Rodríguez Elizondo

Grave lo que está sucediendo en el Perú, tras las recientes elecciones generales. Perdedora por estrecho margen, Keiko Fujimori está siguiendo la estrategia de Donald Trump. Desconoce la victoria de Pedro Castillo y coloca la democracia peruana al borde de la cornisa. A continuación entrevista que dí sobre el tema en un diario de Chile


La Tercera SÁBADO26.6.2021
Cristina Cifuentes
 
En entrevista con La Tercera, el abogado señala que “no es descartable” que la estrategia del expresidente de EE.UU. Donald Trump en las elecciones del año pasado, “inspire la de otros perdedores”. Al mismo tiempo, el destacado escritor sostiene que la polarización y las mitades son evidentes: “Una tiene en su vanguardia a un conjunto de abogados y la otra a campesinos armados con machetes. Una espanta con el fantasma de Sendero Luminoso y la otra con el espanto de Vladimiro Montesinos”.

El periodista, abogado y escritor José Rodríguez Elizondo es un agudo observador de la política peruana. En 1976 se fue a vivir a Perú por una década, periodo en el que trabajó como editor internacional en la revista Caretas y por el cual recibió el Premio Rey de España 1984 a la mejor labor informativa, por sus trabajos en dicha publicación. Además fue corresponsal de Hoy y el diario El País y también comentarista del Canal 9.

En entrevista con La Tercera, el autor de Chile y Perú: el siglo que vivimos en peligro (2004) y de Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile (2014), hace un análisis sobre la situación política de Perú tras la segunda vuelta del 6 de junio pasado, que enfrentó a Pedro Castillo y Keiko Fujimori. El candidato de Perú Libre se impuso con el 50,1% de los votos, mientras que la líder de Fuerza Popular obtuvo un 49,8%. Hasta ahora no se ha declarado un ganador porque se están revisando actas impugnadas principalmente por Fuerza Popular. El JNE ya declaró infundadas las impugnaciones de 10 actas presentadas por esta colectividad.

A juicio del actual nominado a Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2021, “no es descartable” que la estrategia de DonaldTrump tras las elecciones de noviembre en EE.UU. “inspire la de otros perdedores. De hecho, analistas independientes han marcado el símil y afirman que hay método en el rechazo de Keiko Fujimori a la victoria de Pedro Castillo”, indicó.


¿Qué conclusión saca de la segunda vuelta en Perú?

La información más seria y neutral disponible, interna y externa, indica que fue un proceso legal y eficientemente conducido por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el organismo peruano equivalente a nuestro Servel.

Teniendo en cuenta la presencia en las elecciones de observadores internacionales, la seriedad de un organismo como la ONPE, el hecho de que los partidos tengan observadores en las mesas, ¿cree factible que haya habido irregularidades serias en el proceso?

Irregularidades hay en todos los procesos electorales y, por lo general, se solucionan en el cortísimo plazo. El que las irregularidades sean serias depende de su constancia en las actas y la comprobación de la ONPE dentro del plazo y según un procedimiento reglamentado. Aquí no estamos ante ese caso. La Misión de la OEA ha sido enfática para avalar la normalidad del proceso y elogiar la labor del organismo electoral. También han avalado el proceso el Departamento de Estado de Estados Unidos y la Unión Europea.

¿Considera que Keiko Fujimori y sectores afines estén entorpeciendo el desarrollo post electoral? ¿Cree que la estrategia es como la utilizada por Donald Trump en las elecciones del año pasado?

Sin duda, Trump es el peor perdedor y el más importante, en la historia de las elecciones democráticas. Por tanto, no es descartable que su estrategia inspire las de otros perdedores. De hecho, analistas independientes han marcado el símil y afirman que hay método en el rechazo de Keiko Fujimori a la victoria de Pedro Castillo. Es una secuencia en desarrollo, que se inicia con la impugnación de algunas actas, pasa a impugnaciones masivas, sigue con acusaciones de “indicios” o “evidencias” de fraude, induce manifestaciones de protesta en las calles y abre un espacio para dudas y murmuraciones de militares en retiro. En paralelo, hay rumores sobre coimas y se produce la renuncia de un miembro del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), que deja sin quórum al organismo encargado de proclamar al ganador. Todo esto ha creado un ambiente de miedo social que se recicla con las contramanifestaciones masivas, en Lima, convocadas por Castillo.

¿Cree posible que para el 28 de julio Perú pueda tener Presidente?

Para los “castillistas”, el objetivo de Fujimori sería ese precisamente: montar obstáculos encadenados, hasta que llegue ese día, que debiera ser el de toma de posesión del ganador proclamado. Muchos piensan que, en ese contexto, los abogados fujimoristas podrían pedir la anulación de todo el proceso y presionar para que se convoque a nuevas elecciones. Sería más gasolina para apagar el fuego. En síntesis, mientras el JNE no proclame ganador, la legitimidad formal de Castillo como jefe de Estado electo está en suspenso.

¿Se puede decir que Perú está más dividido después de esta segunda vuelta de las elecciones?

Es una evidencia. El proceso está mostrando un país dividido por mitades amargas. Una tiene en su vanguardia a un conjunto de abogados y la otra a campesinos armados con machetes. Una espanta con el fantasma de Sendero Luminoso y la otra con el espanto de Vladimiro Montesinos. Por lo mismo, más allá de las impugnaciones y manifestaciones callejeras, hay que ir al fondo social de las cosas. A la efervescencia y tensiones propias de una sociedad en polarización extrema, pero sin partidos políticos con tradición democrática.

¿Visualiza una ruptura institucional?

Alberto Vergara y Steven Levitsky, analistas destacados, han escrito en el diario The New YorkTimes que “los rumores sobre un posible golpe no son mera especulación”. No es casual que muchísimos fakes (noticias falsas) en circulación tengan como destinatarios a los militares. Es una realidad que convoca a complementar la aritmética electoral con la geometría de la fuerza que yace bajo el miedo “al otro”.

Considerando lo estrecho de los resultados y la composición del Congreso tras los comicios, donde no existe una mayoría, ¿cuál será la legitimidad del nuevo gobierno?

Podríamos discurrir mucho sobre la legalidad, la legitimidad y las posibilidades de gobernabilidad de quien asuma. Pero me parece más urgente profundizar en cuatro grandes temas: la teoría de la democracia, el rol de los partidos políticos que le sirven -le deben servir- como plataforma, el rol de la Fuerzas Armadas en la mantención del orden constitucional y las posibilidades de acción de Francisco Sagasti, el Presidente en funciones. En la actual coyuntura no son temas académicos.

¿Considera que el candidato de Perú Libre, Pedro Castillo, moderó su discurso tras las elecciones?

Ha tratado de dejar en claro que no es el subrogante de Vladimir Cerrón -el líder prontuariado de su organización- y que no es tan fiero como lo pintan. Naturalmente, dado el clima imperante, los de la otra mitad piensan que es un retroceso táctico.

¿Ve posible que en un eventual gobierno de Castillo haya un cambio respecto de los medios de comunicación (como una legislación restrictiva al respecto)?

De momento, diría que es posible pero poco viable. Primero, porque Castillo no tiene el carisma de los protodictadores elegidos. Además, los periodistas independientes del Perú son mucho más influyentes que los políticos y el Congreso podría aprovechar para ponerlo en trance de “vacancia”. Su partido, liderado por Cerrón, solo tiene 37 de los 130 escaños que componen el Congreso y que corresponden, en su mayoría a políticos de centroderecha. A mayor abundamiento, los grandes medios tienen experiencia histórica en la materia y cierta inteligencia negociadora.

¿Cuál es su visión sobre el rol que tuvo Mario Vargas Llosa y su hijo Álvaro en la campaña electoral al entregar su apoyo a Keiko Fujimori?

Creo que el gran novelista se apresuró al designar a Keiko como el mal menor y, luego, al apoyarla “fervientemente”. Quizás confió demasiado en el éxito que tuvo como Gran Elector en dos o tres elecciones anteriores. Quienes lo admiramos hubiéramos preferido una reflexión más profunda sobre los límites del “malmenorismo” en el marco de una democracia. Los resultados de la primera vuelta ya dejaban en claro que el poder presidencial sería para una minoría, sin vocación de coexistencia con las otras minorías y que las organizaciones que apoyaban a los candidatos en pugna no calificaban como partidos estructurados. En ese contexto, el escritor pudo jugar un rol más “papal” y aprovechar su autoridad para emitir una convocatoria a la paz y a la reflexión ciudadanas. Su hijo Álvaro, a quien estimo mucho, lo siguió lealmente y, de paso, fue el único buen orador que tuvo Fujimori en su campaña.
 

José Rodríguez Elizondo
Domingo, 27 de Junio 2021



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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