CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
 Escribe Antonio Piñero
 
Quedamos ayer en la idea de cuán difícil es para la investigación confesional asumir que Jesús se proclamó, al menos al final de su vida, el mesías de Israel; que este hecho significaba auto declararse rey, y que ello significaba de hecho oponerse al poder imperial. Pero si no se aceptan estos hechos –sostiene F. Bermejo en el artículo que estamos comentando– es muy difícil explicar el juicio romano a Jesús y su muerte en cruz. Sencillamente se convierte en algo inexplicable, ya que es difícil, por no decir imposible aceptar el que los jefes de los judíos lo hubiesen declarado reo de muerte por “envidia” (Mt 27,18) o por blasfemia (Mc 14,64). La primera es bien poca causa y la segunda no está bien fundada en las fuentes mismas: jamás pronunció Jesús blasfemia alguna, ni tampoco hizo ningún acto que fuera blasfemo, sino todo lo contrario. En todo momento, Jesús proclamó la necesidad de la conversión a la Ley y el amor a Dios y al prójimo.  
 
Con otras palabras: un individuo inofensivo y pacífico acaba en la cruz como un revolucionario o sedicioso ¡¡por envidia! No es extraño que en la investigación se diga muchas veces que la muerte de Jesús es el gran “misterio”, “enigma” o “rompecabezas”…, y que es difícil explicar razonablemente las causas de la condena de Jesús. Creo que si se elimina el hecho de que Jesús fue considerado un auténtico sedicioso por el poder romano no hay manera alguna de explicarla.
 
Comenta F. Bermejo que una “explicación” típica de la crucifixión de Jesús es que este quebró la estructura del judaísmo, o que “rompió con el judaísmo”. En efecto al afirmar Jesús que sobre la ley de Moisés estaba la autoridad superior de Dios (con el que él mantenía una relación muy estrecha) y que por encima de la Ley estaba también la gracia divina, se estaba colocando fuera o por encima de la Ley y por tanto fuera del judaísmo. Esta postura suscitó el odio y la oposición abierta de las autoridades (¡todas muy fieles a la Ley, incluido el gran negociante y colaboracionista Caifás!) que trataron de matarlo. “Por lo tanto, ninguna acción de Jesús es necesaria explicar su muerte, sino sólo su postura espiritual”.
 
Traducido a la práctica: muchos investigadores de hoy siguen opinando que los romanos no tuvieron culpa alguna en la muerte de Jesús, sino solo los judíos, tal como dejan a entender los Evangelios. Incluso se ha llegado a afirmar en los años 70 del siglo pasado –en contra de toda la evidencia histórica– que los judíos sí tenían poder para imponer la pena de muerte (es decir, que también ellos poseían el denominado ius gladii). Por tanto, la condenación a muerte fue judía, pero la ejecución fue romana.
 
Al leer estas razones se presentan a la mente algunas dificultades inmediatas. Por ejemplo, si los judíos tenían el derecho de imponer la pena de muerte, ¿por qué delegaron la ejecución en manos de los romanos? ¿Por qué no lapidaron a Jesús como prescribe en general la Ley (véase por ejemplo, Ex 19,13; Lv 20,27)? Por otro lado, ¿cómo puede sostenerse sin sonrojo la historicidad de la reunión nocturna del Sanedrín con pena de muerte incluida que iba contra todas las normas del derecho judío? Según Marcos, ello ocurrió en casa de Caifás y de noche; pero esto es contradicho paladinamente por Lucas, quien afirma que solo hubo una reunión y que fue al amanecer y en el Sanedrín: “En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas, le hicieron venir a su Sanedrín”: Lc 22,66. O ¿cómo puede sostenerse que Jesús fue crucificado por los judíos, pero los otros dos condenados por los romanos…? Naturalmente, los judíos ahorraron energías y gastos: puesto que los romanos tenían que crucificar a otros dos, les costaba bien poco matar a Jesús. Por ello pidieron a Pilato que lo hiciera... ¡Lo menos que se puede decir es que esta hipótesis es poco seria!
 
Otros estudiosos sostienen que Jesús no fue una amenaza real para los romanos (al igual que el Bautista no había sido una amenaza real para Antipas), sino que sólo fue percibida como tal erróneamente por Poncio Pilato. Del mismo modo, el incidente de la “purificación” del Templo no fue nada más que un ejercicio de justicia y de sabiduría por parte de Jesús, pero fue percibido erróneamente como una amenaza a la estructura del funcionamiento del Templo. Y, como en política la percepción (aun errónea) es una realidad, lo mataron por una simple confusión.
 
Y concluye F. Bermejo: “La idea del malentendido suele ir acompañada de la repetición de la “explicación” proporcionada por los propios evangelistas: la presión para matarlo provenía principalmente de los judíos, y fue ella la que llevó al gobernador romano a matar a Jesús, que había cometido solo algunos pecados meramente religiosos”.
 
 Seguiremos con la exposición de otras explicaciones de la muerte de Jesús que en realidad no parecen explicar nada y que dan la impresión de ser utilización de recursos a la desesperada.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com

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NOTA:
 
Con motivo de una conferencia pronunciada por mí en el Ateneo de Sevilla, con el título “El enigma del texto del Nuevo Testamento” (que fue grabada), se me hizo también una entrevista por la entidad organizadora, el grupo “Hinnení”.
He aquí el enlace:

https://youtu.be/D-rUeZGYmNM

Lunes, 27 de Febrero 2017


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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