CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero
 
La investigación actual, en su inmensa mayoría confesional afirma –respecto a los motivos de la muerte de Jesús– todo lo contrario de lo que se ha expuesto en esta serie. Ocurre en el hecho de la muerte de Jesús algo parecido a lo que ya Johannes Weiss expresó a finales del siglo XIX a propósito de cómo habría que entender el reino de Dios cuya venida inmediata proclamaba Jesús:
 
“Me parece simplemente evidente, que entre los bienes que ha de traer el Reino de Dios se encuentra la liberación del dominio extranjero [...] Cuando el Reino de Dios descienda sobre el mundo, cuando la tierra vuelva a brillar con gloriosa belleza y los elegidos sean elevados a la basileía (el ‘reinado’) del Mesías, ¿dónde queda ahí todavía espacio para el Imperio romano? Éste es liquidado en la gran crisis [...] Esto es tan evidente, que yo no puedo entender cómo hay quien pueda resistirse a reconocerlo”.
 
 
Y para que se vea que no se trata de una exageración, y que es absolutamente necesario repetir una y otra vez que no hay enigma ninguna en la muerte de Jesús, sino simplemente no querer aceptar lo que parece una exégesis razonable del conjunto de datos e indicios que nos dan los evangelios mismos (unos 36 datos) he aquí una muestra de las opiniones de investigadores modernos que ha recogido F. Bermejo en el artículo que comentamos (resumo; en el original inglés citado pueden verse los datos exactos):
 
 
· Las autoridades judías lo consideraban un blasfemo. Los miembros del Sanedrín, creyendo que el honor de Dios requería la muerte del impostor Jesús, lo llevaron ante Pilato. Es decir, lo que anatematizaban como una blasfemia luego lo describen a los romanos como una rebelión contra el emperador, que presenta a Jesús como culpable de insurrección. En otras palabras, los miembros del Sanedrín decidieron reformular los cargos contra Jesús con el fin de asegurarse de que Jesús sería condenado efectivamente por Pilato (A. Brent; R. E. Brown). Presentaron a Jesús –cambiando las acusaciones que habían sostenido en su tribunal– como culpable, no tanto de la blasfemia sino de un delito de lesa majestad (A. Neumann).  “Desde el punto de vista de las autoridades judías, Jesús no pretendió ser ‘rey de los judíos’ (mesías) en el sentido en el que Pilato entiende el término. Pero el vocablo funcionó de manera pragmática para ellos, ya que tradujo sus preocupaciones de modo que Pilato podía comprender y ver a Jesús como una amenaza real (aunque no lo era)” (Ch. Bryan).
 
El mito del Evangelio del “odio” contra Jesús se repite una y otra vez en la investigación, aunque por lo general con formas variadas. Pero se habla continuamente de que los sacerdotes de Jerusalén estaban totalmente irritados contra Jesús, que su “ira y la hostilidad” crecía continuamente, y que había un “resentimiento latente " (J. D. G. Dunn). Esta oposición terminó en la muerte de Jesús.  Dunn sostiene o sugiere que las razones de los jefes de los sacerdotes para condenar a Jesús no eran más que una mera “excusa”.
 
Otra manera de disminuir el fondo de la cuestión, a saber que la predicación del reino de Dios significaba la exclusión de los romanos de Israel y por tanto era una insurrección, amén del uso de armas, etc., es concentrarse en exceso y exclusivamente en que la causa inmediata de la muerte de Jesús fue la “purificación” del Templo. Aunque esta acción era meramente religiosa y no política, y menos una manifestación contra los romanos –se afirma–, ello habría convencido a los líderes judíos de que no se debía permitir al Galileo crear más problemas…, por  lo que había que quitarlo de en medio (E. P. Sanders).
 
Este argumento tiene una buena parte de razón, pero no va al fondo de los motivos de la condena a la cruz. No es convincente si se considera de modo absoluto, prescindiendo de las implicaciones políticas de la predicación completa y de las acciones, también completas de Jesús y sus discípulos. El problema fundamental de este enfoque restrictivo es que elimina de la consideración del punto de vista de los romanos y plantea que la muerte de Jesús fue una cuestión entre Jesús y los sacerdotes judíos. Esta exclusividad carga sobre estos toda la culpa de la muerte y deja sin explicar por qué Jesús justamente fue crucificado… y por los romanos, no por los judíos (P. Fredriksen).
 
Sostiene F. Bermejo –junto con D. C. Allison, exegeta presbiteriano que mantiene posiciones parecidas, y yo mismo que me sumo a la idea–, que “Incluso si la purificación del Templo fue un acto violento y una amenaza verbal contra el régimen impuesto por los sacerdotes y que era muy posible que así fuera, la causa inmediata del prendimiento de Jesús  por parte de  Pilato  y la decisión de crucificarlo debió de haber contado con hechos adicionales”.
 
En realidad no sabemos la magnitud de lo que ocurrió en el Templo. Tal vez no fue una acción tan preocupante de modo inmediato, dado el enorme tamaño de la zona de Templo y que los romanos no llegaron a intervenir. Es cierto. Pero la cuestión es que si se interpreta como un “incidente menor” (P. Snodgrass) y se disminuye su significado para aumentar el de la blasfemia y el del odio de los sacerdotes acaba por no explicar nada. ¿Cómo un incidente menor llevó por sí solo a una muerte por crucifixión? O cómo solo el odio sacerdotal llevó a esa pena capital? Cuanto más se considere que el evento de la purificación del Tempo sea un incidente menor, más difícil es ver en ese incidente la causa única de la detención  del Nazareno y de su muerte en cruz .
 
Finalmente, otros exegetas sostienen que la “resistencia espiritual y no violenta”; era una parte esencial del ideal mesiánico de Jesús. Pero que la crucifixión por los romanos fue el resultado inevitable de ella” (J. G. Griffiths; G. Theissen). Ahora bien, este punto de vista es desconcertante. Se afirma que de una posición (de Jesús) de absoluta falta de violencia pudo surgir un poder político tan peligroso como si se tratara de la rebelión más violenta. “En lo que se refiere al gobernador, habría visto razón suficiente para ordenar la crucifixión de Jesús solo con haber llegado a sentir que la predicación de un Jesús itinerante tendía a excitar a las masas para que estas esperaran el final del orden existente". “Para condenarlo bastaba haber entendido su predicación en un sentido político, y que esa circunstancia hubiera llegado al conocimiento de Pilato" (P. Winter).
 
Esto es sin duda cierto, pero insisto en que es poco. Sobre todo si se concluye que “Jesús pudo haber sido una de esas víctimas inocentes que son detenidas por la acción de la policía en un momento en el que el mantenimiento de la paz se había convertido en difícil y las fuerzas de la ley y el orden podían verse desbordadas, y que fue condenado a muerte luego de manera arbitraria” (A. E. Harvey). "En momentos de la Pascua y de los otros grandes encuentros de gentes en Jerusalén no habría tomado mucho tiempo a los romanos intervenir duramente para garantizar la paz y la tranquilidad”  (W. D. Davies y E. P. Sanders).
 
S. J. Patterson sostiene que simplemente hablar sobre el Reino habría sellado la muerte de Jesús: "No tenemos que imaginar en Jesús agenda política o violenta tácita, o lazos secretos con los celotes para dar cuenta de su destino final en la cruz. Fue suficiente que Jesús se atreviera a hablar de un nuevo imperio, de un imperio de Dios... Al hablar del imperio de Dios de este modo tan atrevido, Jesús se unió a una línea de filósofos, cínicos, y profetas que cuestionaron la autenticidad de la Pax Romana, y pagó por ella con su vida”. El caso de Jesús sería como el de Juan Bautista. La razón última de su muerte fue la emoción desbocada de la multitud, no Jesús en sí mismo.
 
Todo esto es cierto y lo defendemos tanto Bermejo como yo mismo. Pero hay algo más. No puede uno “conformarse con el supuesto de que, dada la arbitrariedad y la dureza de la dominación romana, casi cualquier cosa habría sido suficiente como motivo de la condena a muerte por crucifixión a un judío” (E. Rivkin; P. Fredriksen). “De hecho, recientemente se ha conjeturado que incluso las autoridades romanas no creían que Jesús fuera un pretendiente real de cualquier tipo. En su lugar pensaron que era una simple locura...; los romanos ejecutaron a Jesús porque pensaban que estaban tratando con un loco iluso”. Otros afirman que esta ejecución no fue más que una rutina (J. J. Meggitt y(H. K. Bond). ¡Como si los romanos crucificaran todos los días!
 
Como conclusión sostiene F. Bermejo:
 
“El hecho de que en el siglo XXI todavía se propongan y sean tenidas por erudición respetable en el mercado exegético ideas según las cuales Jesús fue crucificado porque era odiado por los sacerdotes, porque había blasfemado, porque se lo consideró un loco, porque hubo un simple un malentendido, o porque Pilato era capaz de crucificar a cualquier persona por la más mínima cosa, muestra hasta qué punto hay algo extraño en el estado de los estudios históricos sobre Jesús. Significativamente, estas ‘explicaciones’ comparten un conjunto de características sospechosas:
 
(1) Prescinden de la mayor parte de los testimonios de un Jesús sedicioso; 
 
(2) Jamás se explica la escena del Gólgota, que fue una crucifixión colectiva con Jesús en el medio. El Nazareno no fue crucificado solo; 
 
(3) Todos ellos asumen que Jesús era inocente de cualquier actividad política verdaderamente perturbadora, asumiendo así en gran medida el punto de vista de los Evangelistas de un Jesús pacífico”.
 
En síntesis:
 
 “La falta de credibilidad histórica de las supuestas explicaciones de la muerte de Jesús, muy extendida en el campo de la investigación confesional, es evidente. Considero que están en algún lugar en una escala que va entre lo especulativo y lo fantasioso e imaginario”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 

Martes, 28 de Febrero 2017


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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