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El futuro del pasado religioso Juan Antonio Martínez de la Fe , 21/07/2022
El futuro del pasado religioso
Ficha Técnica

Título: El futuro del pasado religioso
Autor: Charles Taylor
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2021
Colección: Estructuras y Procesos
Traducción y estudio introductorio: Sonia E. Rodríguez García
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 300
ISBN: 978-84-9879-850-0
Precio: 35 euros

La obra de Charles Taylor no es en absoluto desconocida. Quien se haya interesado por la filosofía política, por las cuestiones de la identidad o la filosofía de la religión, por citar solo algunos de los campos de su especialidad, con casi total seguridad se ha encontrado con este filósofo canadiense.

De ahí la importancia de esta obra que Editorial Trotta nos ofrece, bajo el título de uno de los ocho ensayos que incluye, abordando aspectos variados.

Sonia E. Rodríguez es la autora de la magnífica Introducción a todo el libro. Una Introducción de obligada lectura, pues ayuda y mucho a encuadrar y comprender el hondo contenido del conjunto. Nos habla del filósofo y su obra, de los inicios de su reflexión en torno a la religión; de sus textos fundamentales: Fuentes del yo y La era secular, con lo que deja al lector bien encaminado para acceder a la lectura del texto.

Es difícil poder detenerse en cada uno de los apartados del libro. De ahí que se propone un breve comentario de cada uno de ellos, intentando profundizar en el que da título a la obra, El futuro del pasado religioso.

Modernidad católica

¿Una modernidad católica? Es el primer capítulo y ha sido el primer texto en el que Taylor expone abiertamente su condición de creyente cristiano. En él, traza un análisis de la modernidad, tema recurrente en su obra, en esta oportunidad desde una perspectiva cristiana; en este sentido, y según destaca Sonia Rodríguez, “el objetivo es discernir aquellas facetas de la modernidad que pueden ser consideradas auténticos desarrollos del Evangelio y de aquellos que suponen su negación”.

Según Taylor, para que ciertos logros como la libertad moderna, la defensa de los derechos humanos, las exigencias de justicia y benevolencia universal, pudieran tener un fuerte impulso, era necesaria una ruptura con las creencias y estructuras del cristianismo.

La violencia

El segundo capítulo es Notas sobre las fuentes de la violencia: perennes y modernas; en él, se analiza la violencia categórica, es decir, la ejercida contra una clase o categoría de personas. Como características definitorias se cuenta con el exceso, el lenguaje de purificación y el ritual.

En esta línea, intenta el autor identificar los significados metafísicos de dicha violencia categórica, a fin de dilucidar los posibles vínculos entre violencia y religión. Es un análisis profundo y muy interesante, donde se abordan mecanismos tales como el sacrificio, el chivo expiatorio o externo, como sucedió en el caso de las Cruzadas.

El futuro del pasado religioso constituye el tercer capítulo y se comentará con algo más de amplitud en otro apartado de este texto. El cuarto es el dedicado al tema del Desencantamiento-reencantamiento.

Desencantarse para reencantarse

Aquí, Taylor profundiza en qué es lo que buscan las personas que desean el reencantamiento, para lo que, en primer lugar, explica el proceso de desencantamiento; se trata de encontrar nuevos significados basados en nuestra experiencia como seres en el mundo; el autor desarrolla en este bloque la teoría de las “evaluaciones fuertes”; en palabras de Sonia Rodríguez, “estas valoraciones rastrean la realidad, mantienen una dimensión óntica compatible con el nuevo imaginario cósmico y son, por tanto, capaces de descargar sobre las cosas el plus de significatividad que busca el reencantamiento”.

Secularismo

¿Qué significa el secularismo? Es el título del siguiente ensayo de Taylor. El problema aquí abordado es el de la laicidad, un fenómeno ampliamente extendido por todo el mundo.

Cobra sentido la pregunta que plantea el capítulo. No se trata, simplemente, de la separación entre una iglesia y el gobierno de un país o el alejamiento de una gran mayoría de la práctica religiosa o, incluso, de una mayor increencia. Para Taylor, el secularismo está relacionado con tres aspectos fundamentales: libertad de conciencia, igualdad de trato y fraternidad entre todas las familias espirituales; como se puede apreciar, una correspondencia estrecha con los tres valores fundamentales de la Revolución francesa.

La razón y peligros del moralismo

La mera razón es la traducción del título en alemán que propone el autor. Trata de desmontar la teoría originada en la Ilustración, según la cual son los obstáculos epistemológicos los que han hecho retroceder la creencia en la trascendencia; piensa él que son las dificultades morales y espirituales las que han llevado a transcurrir por esa senda. Es, en definitiva, el mito de la Ilustración: para Taylor, no siempre constituyó un absoluto e innegable avance, teniendo en cuenta las pérdidas que también arrastra.

Trata seguidamente de los Peligros del moralismo. Es un análisis de la filosofía moral contemporánea que, en gran medida, es consecuencia del ya citado mito de la Ilustración.

En efecto, se ha producido un auge de los códigos de conducta que beben de las fuentes de la mera razón, con la idea de forjar un conjunto de reglas universales que puedan ser aplicadas sin excepción. Este codigocentrismo, como lo denomina, no reconoce la posible pluralidad de bienes, lo que desemboca en la desaparición de los dilemas; dilemas que, según Taylor, se han de resolver en, al menos, dos dimensiones: una horizontal y otra vertical, el de la resolución y el de la reconciliación, respectivamente.

La era axial

¿Qué fue la revolución axial? Constituye el último capítulo de la obra. Se trata de un concepto reiteradamente aparecido a lo largo de prácticamente su totalidad. Taylor insiste una y otra vez en los anclajes de la sociedad.

En la época preaxial, el individuo se anclaba en la sociedad, en el cosmos y en una determinada noción del bien humano. La era axial lleva al desanclaje de estos tres extremos; pero aquí, el autor se centra, sobre todo, en la postura revisionista hacia el bien humano. Por otro lado, la era axial no supuso una ruptura total con la era anterior, sino que, más bien, se produjo una coexistencia en algo así como un equilibrio inestable, que, en el cristianismo, se rompe con el impulso a la reforma.

¿Tiene futuro el pasado religioso?

Pero hay que destacar que el estudio más ambicioso que se ofrece en esta obra es el dedicado a El futuro del pasado religioso, pues en él, como dice Sonia Rodríguez, “se encuentran entretejidos y referenciados todos los temas de la era secular”.

Por lo pronto, Taylor reconoce que predecir el futuro es una empresa extremadamente imprudente, máxime cuando su estudio se refiere en una gran medida a una única civilización, la occidental, también conocida como Europa y, previamente, como cristiandad latina.

Se hace en la actualidad mucho énfasis en una religión de compromiso y devoción personal, alejándose de las formas centradas en el ritual colectivo; pues bien: este impulso a la religión personal forma parte del impulso hacia diferentes facetas de la secularización.

Antes, y mucho antes, la religión formaba parte de los fundamentos de la sociedad hasta el punto que cualquiera se anclaba a ella como una seña de identidad. Un anclaje que se extendía hacia la cosmovisión y que comprendía una petición a las divinidades para mejorar la salud y el bienestar, es decir, hacia un florecimiento humano.

Hay un fenómeno que analiza con detenimiento el autor, en este estudio sobre la evolución desde un punto existencial religioso hacia las actuales tendencias secularizantes. Se refiere al fenómeno axial: un momento, en el último milenio antes de Cristo, en el que surgen en diferentes puntos del planeta y de manera independiente figuras fundadoras como Confucio, Gautama, Sócrates o los profetas hebreos. Y justamente es cuando se produce un desanclaje de la sociedad (la identidad de sus componentes), de la cosmovisión y del florecimiento humano tal como se concebía hasta ese momento. Y lo hace con una tendencia clara hacia un revisionismo sobre el bien humano.

Se trata de un proceso largo, extendido en el transcurso de los siglos que alcanza a muy variados aspectos de la religiosidad y que muy bien analiza Taylor en este ensayo.

Tras detenerse en las situaciones previas, arriba el autor a la situación actual, fijándose, también, en algunos elementos que se puede esperar que continúen en el futuro. Y lo hace refiriéndose a dos aspectos concretos: en primer lugar, a la situación en el Oeste y, en segundo lugar, a algunas especulaciones acerca de posibles analogías con fenómenos similares en otras partes del mundo.

En Occidente

Por lo que respecta al mundo occidental, se detiene Taylor en el deslizamiento hacia el individualismo expresivo y la ética de la autenticidad, con un retroceso de la cristiandad “que será cada vez menos común que la gente se sienta atraída o mantenida dentro de una fe por alguna fuerte identidad política o de grupo, o por la sensación de que sostiene una ética fundamental para la sociedad”.

Se pregunta el autor por dónde estará el acceso a la práctica y al compromiso más profundo con la religión. “La respuesta está en las diversas formas de práctica hacia las cuales cada persona se sienta atraída en su propia vida espiritual”, por lo que cada uno tendrá una lealtad no conectada a una sociedad sacralizada, o una identidad nacional o de la pretensión de proporcionar la matriz indispensable para el orden civilizado común, puntos de anclaje de épocas anteriores.

Este análisis desarrollado hasta aquí está referido especialmente al mundo occidental y cristiano. Tras él, Taylor dedica páginas a la posible evolución fuera de Occidente o a una escala global, en la que destaca la manifestación de una violencia desacostumbrada atribuida, en muchos casos, a la religión. Sin embargo, la tesis del autor es que “gran parte de la implicación de la religión en la violencia en nuestro siglo debe entenderse como la elaboración de lo que se puede llamar luchas de identidad”, una identidad que desemboca frecuentemente en el nacionalismo.

Ocurre que grupos que luchan por definirse y alcanzar la identidad política, pueden incorporar la religión como una seña de identidad histórica.

Es el propio autor quien nos ofrece una conclusión a todo su ensayo: “todos los movimientos adelantados se compran a un precio: las revoluciones axiales con la idea de nuestro bien superior; la reforma occidental con la abolición del encantamiento y la represión del ritual colectivo y la creación del orden inmanente. […] Las variedades del pasado religioso que tienen un futuro pueden ser mucho mayores de lo que nos han hecho sospechar”.

Concluyendo

Las palabras de Sonia Rodríguez en la Introducción resumen a la perfección el contenido de este último bloque que presta su nombre al libro: “el objetivo de Taylor es dar cuenta de algunos vectores del desarrollo religioso que llegan hasta nuestro presente, con el fin de realizar algunas conjeturas provisionales sobre su posible continuación/alteración en el futuro”.

Y lo hace magistralmente el autor, no solo en este bloque, sino, en general, en toda la obra. Ofrece un análisis sociológico de gran envergadura, desarrollando su pensamiento fruto de la profunda reflexión que arroja sobre el fenómeno religioso. Partiendo de la situación actual, vuelve la vista atrás para tratar de explicar cómo se ha llegado a la realidad de hoy en día. Reconoce, lógicamente, la dificultad que entraña esbozar con exactitud su futuro, pero sí deja señaladas las tendencias, los raíles por los que, con casi total probabilidad, ha de discurrir cualquier aspecto del fenómeno religioso en el horizonte temporal.

No decepciona Taylor. Los artículos que componen este libro ya eran conocidos, pero ha sido tremendamente oportuno recuperarlos y reunirlos en un solo volumen.

Es cierto que los ejemplos que apunta el autor a lo largo de toda su exposición están referidos al mundo anglosajón en su gran mayoría; son análisis de situaciones en Estados Unidos o en el Reino Unido; pero eso no resta validez para que podamos distinguir muchos de los rasgos que aportan a otras realidades que nos son mucho más cercanas.

Índice

Introducción: La filosofía de la religión en la obra de Charles Taylor, por Sonia E. Rodríguez.

1. ¿Una modernidad católica?
2. Notas sobre las fuentes de la violencia: perennes y modernas
3. El futuro del pasado religioso
4. Desencantamiento-reencantamiento
5. ¿Qué significa el secularismo?
6. Die blosse Vernunft (La mera razón)
7. Peligros del moralismo
8. ¿Qué fue de la revolución axial?

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21/07/2022 Comentarios

Reseñas

¿Qué es el alma? Juan Antonio Martínez de la Fe , 23/05/2022
¿Qué es el alma?
Ficha Técnica

Título: ¿Qué es el alma?
Autor: Salvador Anaya
Edita: Editorial Senderos, Sevilla, 2021
Colección: Biblioteca de Conceptos Fundamentales
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 200
ISBN: 978-84-122414-9-5
Precio: 14,50 euros

En unos tiempos caracterizados por la laicidad o por corrientes orientalistas en los que no es habitual encontrarse con el “alma”, podría parecer superfluo un libro como este; incluso, casi como una provocación, un ir contracorriente, en opuesta dirección a la que se dirigen grandes mayorías.

Sin embargo, se encuadra dentro de una colección, arropada por la Editorial Senderos, dedicada a formar una Biblioteca de Conceptos Fundamentales. Y este del alma lo es, como lo demuestra este acertado ensayo filosófico de Salvador Anaya.

¿Qué es, pues, el alma? En esta obra, el autor expone unas ideas originales, resultado de invertir la forma habitual con la que suele operar la antropología filosófica; en esta, se analiza el alma a partir del cuerpo y, en su caso, desde el alma, al espíritu. Salvador Anaya hace un planteamiento inverso: lo piensa todo desde arriba, desde el espíritu; y, desde él, investiga la esencia del alma.

Una necesaria Introducción

Si lo acompañamos a lo largo de las páginas de este interesante libro, veremos cómo su intención es mostrarnos que al alma tenemos que encontrarla en nuestra conciencia o en nuestros sentimientos; y, para ello, es necesario liberarse del corsé del empirismo y confiar en la experiencia interna.

Esto puede acercarnos, no sin riesgo, a los límites del pretendido enfrentamiento entre ciencia y religión o entre ciencia y metafísica. Y no se trata de eso. El autor demuestra que la creencia en el alma admite, en principio, un tratamiento científico o, al menos, permite un debate en diálogo con la ciencia, aunque hoy día la discusión filosófica sobre el alma se traduce a la de mente-cerebro.

Es importante detenerse en la Introducción que nos hace el autor a su ensayo. Y lo es porque en ella se establecen los márgenes en los que desarrollará su propuesta enfrentada a otras corrientes, empiristas sobre todo, a la par que determina con claridad los conceptos que aparecerán a fin de evitar discusiones estériles ante una posible polisemia.

¿Existe el alma?

Y el primer concepto, evidentemente, es el de alma. Por eso, como partida del estudio, Salvador Anaya se pregunta si existe el alma. Y nos dice: “la creencia en el alma no es un capricho supersticioso sino que se ha sustentado en argumentos lógicos motivados por la imposibilidad de poder comprender la vida, el conocimiento intelectual o la conciencia”.

Analiza el autor al alma en el cristianismo y en la filosofía occidental. Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino o Descartes desfilan ante nosotros, exponiendo sus respectivas teorías sobre el alma, a través de unas muy concisas y precisas descripciones debidas a Anaya.

Nos introduce seguidamente en las más recientes corrientes científicas, explicando el encaje del alma en la historia natural, tanto como principio de vida, como forma del cuerpo y como sujeto consciente. No obvia que, en la historia que recorre y que nos cuenta, hay mucha ciencia, pero, también, no pocas especulaciones.

A cada uno de estos tres aspectos, dedica sus reflexiones el autor: el alma como principio de vida, el alma como forma del cuerpo y el alma como sujeto consciente, para detenerse luego en la controversias de la teoría naturalista.

Es este un capítulo de gran trascendencia para toda la obra. Se concluye expresando que la creencia en que la vida necesita o contiene un principio extrínseco a la materia es una idea indemostrable, ciertamente; pero, de igual manera, es irrefutable a nivel experimental. Aquí entran en el debate sobre si la conciencia tiene, como causa eficiente para emerger, el cerebro; esto no ha sido aún explicado por la neurociencia. Y, con la conciencia, por supuesto, el yo.

Unas palabras de Anaya que cierran el capítulo nos ayudan a entender las abundantes y bien fundamentadas disquisiciones que lo componen: “la mente o la conciencia humana no podrá ser explicada sin contar con el alma porque es ella la respuesta y la explicación”.

Qué es el alma

Sin duda, el capítulo más destacado de este libro es el segundo, dedicado a responder a la pregunta que lleva por título, ¿qué es el alma? En opinión del autor, se trata de una pregunta íntimamente relacionada con otra fundamental: ¿qué es el ser humano?

Recurre Anaya a las respuestas dadas por la filosofía a lo largo de la historia, centradas fundamentalmente en determinar qué prevalece, si el alma sobre la materia o, a la inversa, la materia sobre el alma. Hasta desembocar en el hoy denominado monismo neutral, una antropología que defiende que una no prevalece sobre la otra, ya que los fenómenos mentales y los materiales pertenecen a un mismo orden “y se construyen a partir de un nivel más originario todavía por descubrir”.

No cabe duda de que el monismo es la opción antropológicamente más admitida, pero no se encuentra exenta de dificultades, lo que acontece con cualquier antropología, que no está libre de críticas. Pese a ello, hay que tratar de desentrañar la naturaleza del alma, a lo que dedica varias páginas el autor, para proponer que el alma no es un ser mental, sino un ser espiritual con facultades mentales, puesto que todo lo mental sería espiritual pero no todo lo espiritual tiene que ser mental.

Esta conclusión lleva necesariamente a ahondar más en el concepto de espíritu para establecer sus fronteras con el alma. Así, “mientras que el alma es algo orgánico o meta-orgánico y tiene que ver con la afectividad, el espíritu es intelectual, dotado de razón y trasciende el ámbito biológico”.

Describe Salvador Anaya al espíritu como luz, una realidad cósmica que se relaciona con lo divino, como una puerta que conecta al ser humano con el Bien, la Verdad y la Belleza, está dentro del ser humano perteneciendo, sin embargo, al mundo inteligible; por su parte, el alma refiere solo lo interno y está ligada a la naturaleza, al cuerpo, al deseo; esto supone que tiene que decidir si sobreponerse a esos límites corporales o dejarse arrastrar por sus apetitos carnales.

Dicho esto, es claro que se impone distinguir alma y espíritu, sin olvidar que este, el espíritu, es la esencia de aquella, del alma. ¿Se podría pensar en el alma antes del cuerpo? Materia opinable, decantándose Anaya por la existencia del alma, trasladando al lector, tras conocer los argumentos en que apoya su afirmación, la decisión de aceptarla o no. Unos argumentos que llevan a la conclusión de que el alma es el espíritu corporeizado; en otras palabras, “espíritu y alma no son realidades o entidades distintas, sino una sola con dos formas de ser”; o, más adelante, el alma es “un ser de naturaleza espiritual con facultades mentales, en un cuerpo”. Sus argumentos, en apoyo de su tesis, se realizan a partir del análisis de la conciencia humana, justificando su idea de alma y la diferencia entre la dimensión psicológica y la espiritual.

El análisis propuesto recorre el camino de la conciencia y el yo, la autoconciencia, las facultades espirituales para concluir en el alma corporeizada, terminando con la exposición de su idea de alma: “un espíritu encarnado, un ser consciente que no necesita del cuerpo para seguir siendo, pero cuando se corporeiza adquiere una forma de ser distinta y se convierte en alma, y en ese trance su individualidad se determina con individualidad entitativa, el puro saberse ser se transformará en saberse ser una persona concreta”. Una idea basada en la razón, la lógica y la experiencia.

Alma sin cuerpo

Finalizado este segundo capítulo, que merece una muy detenida lectura y reflexión, nos encontramos con un paso más, cuando habla del alma desencarnada. Algo excepcionalmente importante pues creer o no creer en ella condicionará la forma en que nos entendemos a nosotros mismos, ya que tiene unas enormes repercusiones, entre las que no es la menor la posibilidad de que la muerte no sea el final de nuestra existencia.

Es claro que, filosóficamente, no es demostrable la trascendencia del alma, según afirma Anaya. Lo que no implica que afirmarla no pueda fundamentarse en una lógica racionalidad. Así, por ejemplo, razona que todo lo que percibimos de nuestro propio cuerpo tiene que pasar por la conciencia; por lo que realmente vivimos en un mundo físico, pero la vida que en él experimentamos es la vida del alma que es una vida mental-espiritual: una vida mental-espiritual construida a partir de los datos que nos proporciona el mundo objetivo, incluido cuanto ocurre en o con nuestro cuerpo, no en vano todo lo que podemos captar y ser real para nosotros es lo que llega a la conciencia.

Aceptado esto, la continuidad entre la vida y la muerte se entiende de otra manera. No vivimos aquí una vida física y mental a la vez, y después de la muerte solo queda lo mental, no; se trata de que, en ambos casos, hablamos de una vida eminentemente mental-espiritual que está muy determinada aquí por el mundo físico; y de un modo distinto en el más allá. Concluye el autor: “en definitiva, debería darse una continuidad existencial del yo consciente después de la muerte”.

Supuesto todo lo dicho, solo queda hablar de la retribución post mortem, lo que hace Salvador Anaya en el último capítulo de su libro, en el que dedica su reflexión, como no puede ser de otra manera, al Bien y al Mal desde su ontología.

Concluyendo

¿Qué es el alma? es una reflexión filosófica sobre su existencia y su naturaleza. No es un libro para leer de un tirón: hay que pausar su lectura para poder seguir el razonamiento que utiliza Salvador Anaya para defender su propuesta. Evidentemente, no todos compartirán sus conclusiones, pero no se les puede negar un fundamento razonable y, por consiguiente, cargado de lógica. Partir desde diferentes paradigmas forzosamente ha de llevarnos a resultados distintos.

Con la apelación a la experiencia personal de todos y cada uno de los lectores, como una extrapolación de las suyas propias, construye el autor el andamiaje de su ensayo. La cuestión queda, pues, a expensas de lo que cada uno de los que leen el libro perciba de su propia experimentación.

En cualquier caso, pese a tratarse de un ensayo filosófico, el lenguaje utilizado por Anaya es asequible y muy pedagógico; nos toma de la mano y sosegadamente nos conduce por las veredas que él ya recorrió con la idea de hacernos partícipes de sus hallazgos.

Un libro, en definitiva, para no dejarnos indiferentes.

Índice

Introducción

Capítulo I: ¿Existe el alma?
1. El alma en el cristianismo y en la filosofía occidental
2. La ciencia sin alma
3. El alma como principio de vida
4. El alma como forma del cuerpo
5. El alma como sujeto consciente
6. Controversias de la teoría naturalista
6.1. ¿Existe la mente inconsciente?
6.2. El no-yo del naturalismo

Capítulo II: ¿Qué es el alma?
1. La naturaleza humana
2. La “naturaleza” del alma
3. Alma y espíritu
4. El alma “antes” del cuerpo: el espíritu
4.1. La conciencia: el yo
4.2. Autoconciencia
4.3. Las facultades espirituales
5. El alma corporeizada

Capítulo III: El alma desencarnada
1. Neuroteología
2. Los exorcistas
3. La vida mental después de la vida
4. Intermitencia de la conciencia

b[Capítulo IV: La retribución post mortem: Bien y Mal ontológicos]b
1. El Bien con mayúsculas
1.1. Teoría naturalista de los sentimientos
1.2. El bien de la vida
1.3. El ego-ísmo
1.4. La fuente oculta: los valores espirituales
1.5. El amor: el Bien con mayúsculas
2. El Mal ontológico
3. La justicia post-mortem
3.1. La transformación del alma
3.2. La retribución después de la muerte
3.3. La figura y el “peso” del alma

Epílogo
Bibliografía citada

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23/05/2022 Comentarios

Reseñas

Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentario Juan Antonio Martínez de la Fe , 01/05/2022
Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentario
Ficha Técnica

Título: Los libros del Nuevo Testamento. Traducción y comentarios
Edición: Antonio Piñero
Colaboradores: Gonzalo del Cerro, Gonzalo Fontana, Josep Montserrat, Carmen Padilla, Antonio Piñero
Edita: Editorial Trotta, Madrid, 2ª edición 2022
Colección: Estructuras y Procesos
Encuadernación: Tapa dura
Número de páginas: 1.664
ISBN: 978-84-1364-024-2
Precio: 65 euros

43.700.000 son las referencias que aparecen al realizar una búsqueda en Google con los términos Nuevo Testamento. Cantidad nada desdeñable de este libro tan reiteradamente editado por doquier y en inmenso número de idiomas. Cabe, pues, preguntarse el motivo de una nueva publicación del texto: ofrecer con la presente edición, a cargo de Antonio Piñero, una versión a la que se ha aplicado los más rigurosos métodos de la exégesis, tanto literaria como histórica.

No es extraño. La bibliografía de Piñero sobre el Nuevo Testamento, los primeros años del cristianismo y sobre la propia figura de Jesús de Nazaret es abundante y siempre caracterizada por un profundo conocimiento de los contextos históricos, literarios y lingüísticos de aquellos primeros siglos en los que el cristianismo pasó de ser considerado una rama del judaísmo a adquirir caracteres de universalidad; temas a los que ha dedicado muchos años de estudio y dedicación que culminan en la presente edición crítica del texto neotestamentario.

Antes de abordar dicho texto, Antonio Piñero ofrece una amplia introducción que, por su extensión, puede considerarse casi como un libro independiente, salvo por las alusiones que hace a esta edición. Que sea extensa no implica que se pueda prescindir de alguna parte que aliviara el peso de tantas páginas; muy al contrario, no hay concesión alguna, ni un párrafo, que pueda parecer prescindible.

Una amplia Introducción

En esta Introducción General a la obra, se nos habla del Nuevo Testamento en su conjunto, cómo, pese a tener la forma de un solo libro, es en realidad un conjunto de libros, a veces muy dispares entre sí y que, salvo las cartas genuinas atribuidas a Pablo, siete en total, son anónimos.

Así, a lo largo del tiempo se fue componiendo el texto que conocemos, en un proceso basado en las tradiciones, en la interpretación de estas tradiciones y, finalmente, en su acomodación a las circunstancias concretas de cada comunidad. Un hecho que provoca la existencia de numerosas variantes de cada relato que supuso un encomiable esfuerzo de depuración. Lo que nos lleva a concluir que no se trata de un texto de validez histórica en todo su contenido.

Otro importante aspecto a destacar en el Nuevo Testamento es que no fue redactado en arameo, ni siquiera en hebreo, sino en la lengua llamada koiné, el griego hablado principalmente en el Mediterráneo oriental. Un aspecto nada baladí porque, con el lenguaje, va unida una cierta visión del mundo y su interpretación.

Para la presente edición, el autor se ha basado en la considerada como más próxima a lo que pudo ser la versión original, que es la de Nestle-Aland.

Una perspectiva histórica

En cualquier caso es inexcusable en una Introducción como la de este libro, comentar cómo se fue formando el Nuevo Testamento desde una perspectiva histórica. Y, como primer paso, un análisis de quien es su referente, Jesús de Nazaret, el Nazareo, apelativo más ajustado a la realidad que el más difundido Nazareno.

Sus seguidores, inicialmente, se reunieron en las comunidades de Jerusalén y de Galilea; poco se sabe de esta segunda comunidad, aunque razonadamente se sospecha que fue la que reunió el núcleo de sentencias de Jesús, la denominada Fuente Q.

Aunque es claro que la inicial comunidad, a medida que iba desarrollándose, crió en su seno la semilla de la división, una división que influyó en la selección de aquellos textos que serían finalmente considerados libros sagrados. En efecto: fueron las líneas teológicas de la parte judeocristiana helenista y las de la comunidad de Jerusalén las que fueron enfrentadas, acogiendo cada una de ellas sus libros. Cabe aquí recordar que fueron las comunidades helenísticas las que rebatieron el principio de la no necesidad de la observancia completa de la ley de Moisés como vía única de salvación para los gentiles creyentes en Jesús.

Pablo de Tarso, figura imprescindible

Evidentemente, el papel desempeñado por Pablo de Tarso en todo este proceso es fundamental y notorio. Hay que considerar erróneo el planteamiento de la llamada “conversión” de Pablo: él nunca se refirió a ese momento iluminador de su vida en tales términos, sino que lo considera una llamada personal; sobre todo, por el hecho de que no se convirtió a una nueva religión, que aún no existía, sino que su planteamiento es desde dentro del judaísmo.

Aspecto importante es la aportación de Pablo al asunto de la parusía, que, inicialmente, se consideraba inminente, trasladándola al final de la conversión de los pueblos, incluidos los paganos. Comunidades unidas en la fe pero pertenecientes a pueblos diferentes. Ideas que tendrán su reflejo en los libros del Nuevo Testamento posteriores a él, incluidos los Evangelios.

Primeras comunidades cristianas

Entre los años 66 y 135, se produce la destrucción de la mayoría de las comunidades judeocristianas. Pero en las otras comunidades comienza a producirse un intento de organización en aspectos tales como el control del mando social, de los medios económicos, el dominio ideológico (designación de una autoridad, control de las tradiciones comunes), control de la economía del grupo, etc. Igualmente, se produce una separación de la Sinagoga y de la Iglesia en este período.

Y, por lo que respecto a los libros del Nuevo Testamento, considerar que proceden de un resto del judeocristianismo y del paganocristianismo de segunda y tercera generaciones.

Trata también Piñero del comienzo de la utilización del nombre de cristianos para los seguidores de Jesús, explicando, también, cómo la denominación de “persecuciones” para referirse al martirio de aquellos seguidores de Jesús es incorrecta, por lo menos antes del emperador Decio, ya que lo que hubo fueron procesos contra ellos.

Hacia un canon

Dentro del ámbito histórico general que ofrece el autor, da una perspectiva global de las obras recibidas en el Nuevo Testamento que son claramente posteriores al año 70, dividiéndolas por grupos literario-ideológicos y siguiendo un cierto desarrollo cronológico que solo puede ser aproximado.

Así, considera que los tres primeros evangelios se componen entre los años 70 y 100, posiblemente para que no cayeran en el olvido las noticias sobre Jesús y, también y principalmente, como reacción al desinterés que mostraba la predicación paulina por el Jesús de la historia. A ellos se unen el resto de los textos que se prolonga hasta el período entre el 125 y el 135.

Inicialmente existió una notable abundancia de doctrinas dispares y hasta contradictorias; la teología cristiana se fue consolidando con una reinterpretación escrituraria y teológica de la vida y figura de Jesús, es decir, “es el fruto del conjunto de mejoras e idealizaciones imparables que los creyentes fueron construyendo sobre el Resucitado”.

Hay, ciertamente en este período, una tendencia a eliminar aquellos rasgos considerados excesivamente judíos, aunque con un manifiesto deseo de no desvincularse totalmente de las raíces judías.

Con la sacralización del Nuevo Testamento, de su consideración de libro sagrado, pasa el cristianismo a engrosar la reducida nómina de las religiones del libro. Hay entre los siglos II y III una consolidación del canon de la Biblia hebrea, canon no compartido en su totalidad por el cristianismo.

En este, en el cristianismo, hay un proceso que se inicia con las autoridades sagradas del cristianismo primitivo, prosigue con la aparición de un canon a finales del siglo II hasta culminar en el canon realizado entre los años 100 y 200.

¿A qué se debe la determinación de un canon? Hay diversas hipótesis; una se inclina por considerar que se trataba de la necesaria evolución interna de la Iglesia; pero otros opinan que se trató de una reacción específica al canon hereje de Marción; mientras que un tercer grupo piensa que el canon es fruto de una vía intermedia entre las dos primeras opiniones.

Criterios

En cuanto a los criterios que primaron para la formación del canon, Piñero nos ofrece tres: 1) La conformidad del contenido de un texto con lo que se llamaba la regla de la fe o canon de la fe; 2) la apostolicidad, es decir, que proviniera directa o indirectamente de los apóstoles; y 3) la aceptación común y el uso continuo del texto examinado en las iglesias, sobre todo su uso como lectura sagrada en las asambleas litúrgicas dominicales.

No resultó un camino fácil. Hay que distinguir, por ejemplo, entre las iglesias de Oriente y las de Occidente. En aquellas, el caballo de batalla fue la revelación de Juan; mientras que en estas, las occidentales, el problema más agudo al que se enfrentaron fue el de la epístola de Pablo a los Hebreos, pues se dudaba sobre su autoría. Fue un proceso largo, si tenemos en cuenta que, por ejemplo, la Iglesia Católica no formuló una lista oficial de libros canónicos hasta el concilio de Trento, ya en la segunda mitad del siglo XVI.

Finalmente, Piñero aborda el problema del orden de los libros que componen el Nuevo Testamento. La disposición de la gran mayoría de sus ediciones proviene de los siglos IV y V, que no guarda ningún criterio cronológico y que, además, dificulta establecer el orden temporal aproximado de su composición.

Antonio Piñero ofrece un orden más acorde con la realidad de la confección de los libros neotestamentarios; un orden que es el que sigue en toda la obra, cuando se analiza uno a uno sus textos. El orden propuesto es el siguiente:

- Cartas auténticas de Pablo: I Tesalonicenses, Gálatas, I y II Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos.
- Evangelios sinópticos: Marcos, Mateo y Lucas.
- Hechos de los Apóstoles.
- Cartas atribuidas a Pablo: Colosenses, Efesios y 2 Tesalonicenses.
- Carta a los Hebreos.
- Evangelio de Juan y I, II y III de Juan.
- Revelación/Apocalipsis.
- Cartas comunitarias: I y II Timoteo, Tito.
- Cartas universales: Jacobo, Judas, I y II Pedro.

A partir de aquí, comienza la edición propiamente dicha de cada uno de estos textos. Para cada uno de ellos, se empieza con una amplia introducción, muy necesaria a fin de contextualizar el documento y sus autores, seguida ya de la versión propuesta en la obra, con una muy copiosa cantidad de notas y comentarios que justifican el enorme valor que supone el libro que comentamos.

Concluyendo

Nos encontramos ante un libro importante y ampliamente esperado, como demuestra la necesidad de una segunda edición en el espacio de un año.

Desde luego, destacan por su importancia todas las introducciones que contiene la obra. No solo la general, que constituye prácticamente un libro, sino, también todas y cada una de las que encabezan los documentos neotestamentarios. No cabe duda, por supuesto, sobre la gran relevancia de las anotaciones que los acompañan, que evidencian el enorme esfuerzo y trabajo realizado, así como el rigor que se ha aplicado en todo momento al realizar la exégesis histórica y literaria.

Ello no implica un lenguaje alambicado y de difícil comprensión. Muy al contrario: el estilo resulta sumamente ameno y asequible, muestra de una voluntad de comunicar a un público amplio los contenidos que tanto esfuerzo han necesitado.

Índice


Prólogo
Abreviaturas
Introducción General. Antonio Piñero

CARTAS AUTÉNTICAS DE PABLO
Introducción
Primera carta a los tesalonicenses
Carta a los gálatas
Primera carta a los corintios
Segunda carta a los corintios
Carta a los filipenses
Carta a Filemón
Carta a los romanos

EVANGELIOS SINÓPTICOS
Introducción
Evangelio de Marcos
Evangelio de Mateo
Evangelio de Lucas

HECHOS DE LOS APÓSTOLES
Introducción
Hechos de los Apóstoles

CARTAS ATRIBUIDAS A PABLO
Introducción
Carta a los colosenses
Carta a los efesios
Segunda carta a los tesalonicenses

CARTA A LOS HEBREOS
Introducción
Carta a los hebreos

ESCRITOS JOÁNICOS
Introducción
Evangelio de Juan
Primera carta de Juan
Segunda carta de Juan
Tercera carta de Juan

REVELACIÓN/APOCALIPSIS
Introducción
Revelación/Apocalipsis

CARTAS COMUNITARIAS
Introducción
Primera carta a Timoteo
Segunda carta a Timoteo
Carta a Tito

CARTAS UNIVERSALES
Introducción. Carta de Jacobo
Introducción. Carta de Judas
Introducción. Primera carta de Pedro
Introducción. Segunda carta de Pedro

Índice analítico de materias

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01/05/2022 Comentarios

Reseñas

Cuerpo, alma y espíritu. Ensayo filosófico Juan Antonio Martínez de la Fe , 17/04/2022
Cuerpo, alma y espíritu. Ensayo filosófico
Ficha Técnica

Título: Cuerpo, alma y espíritu. Ensayo filosófico
Autor: Salvador Anaya González
Edita: Editorial Senderos, Sevilla, 2020
Encuadernación: Tapa blanda con solapa
Número de páginas: 248
ISBN: 978-84-122414-2-6
Precio: 18 euros

Como bien reza el subtítulo, se trata de un ensayo filosófico. Lo que, en este caso, significa que aborda una aproximación a un tema complejo con propuestas, bien razonadas, para acometer su significado.

¿Qué movió a Salvador Arana a ofrecernos sus reflexiones sobre las preguntas fundamentales? Pues la incapacidad de la ciencia, pese a ser un conocimiento fiable, para darles adecuada respuesta. No se trata de cuestiones teóricas, un ejercicio de filigrana intelectual, no: necesitamos comprendernos a nosotros mismos para construir nuestra vida en consecuencia, por lo que deberíamos tener algunas respuestas aunque sea de manera precaria y provisional.

En este sentido, cabe destacar que lo que aquí se propone, desde un punto de vista objetivo, puede validarse a la luz de la ciencia actual porque no vulnera ninguno de sus principios de verdad, se basa en la experiencia directa que tiene el ser humano de sí mismo, deviniendo en un modelo coherente y una alternativa antropológica válida para dar cuenta de todo lo humano.

Ya, desde las primeras páginas, aborda el autor el problema de la conciencia, liberándolo de los márgenes de una antropología naturalista que la reduce a un subproducto o un epifenómeno de carácter físico, cuando de lo único que podemos predicar con propiedad el Ser es la conciencia. Probablemente, la nota más distintiva de los espiritualismos es la posibilidad de que haya algo en el ser humano que no pertenece al mundo natural.

De esta postura emanan conclusiones de gran trascendencia: “si la conciencia no se puede naturalizar, nada impide afirmar que es algo sobrenatural, ontológicamente distinta del cuerpo, de modo que es perfectamente asumible defender que no tendría que desaparecer con la muerte y, por tanto, en principio, nada impide apoyarse en ella para construir una antropología esencialista”.

Todo esto viene ampliamente desarrollado en lo que es la Introducción de la obra, donde se da cuenta de qué se entiende por alma y qué se entiende por espíritu, conceptos fundamentales para la comprensión de todo su amplio contenido. Así, el alma queda separada de sus tradicionales implicaciones biológicas y se emparenta con la conciencia, la subjetividad; y, para entender lo que la diferencia del espíritu es precisa la comprensión de lo que es cuerpo, desde el punto de vista ontológico.

El cuerpo

El cuerpo se construye a través de conexiones de células que se unen para desarrollar sus respectivas funciones, constituyendo un todo que es algo más que la suma de sus partes; en este sentido, y nuevamente desde el punto de vista ontológico, el todo de los cuerpos vivos no conscientes no es más que un todo funcional, de manera que el cuerpo, nuestro cuerpo, solo puede ser considerado como un todo cuando aparece la conciencia.

Entra en juego aquí la importancia de la biosemiótica, la disciplina encargada del estudio de la producción de signos a nivel básico. Será ella la que defienda que, en toda forma de vida, se dan necesariamente procesos de intercambio de mensajes, unos procesos de comunicación y significación que distinguen lo inerte de la vida. Y, si del cuerpo abstraemos la conciencia, la procesadora de la información, quedará reducido a una realidad procesual sin una unidad ontológica.

En este capítulo, el autor profundiza en diversas manifestaciones de la conciencia, como son la memoria, la percepción y la emoción, con especial dedicación a lo fenoménico y lo nouménico, su relación, que desemboca en la unidad psicofísica.

Y, por supuesto, destaca la relación del alma con el cuerpo. Analiza detenidamente los motivos por los que se rechaza el alma entendida en el sentido del hilemorfismo aristotélico, como la que da forma al cuerpo o materia, ya que, la realidad es que es el cuerpo el que da la forma al alma pues la faculta para actualizar sus potencialidades, a la vez que la delimita a aquello que puede hacer su cuerpo. En definitiva, el alma es el espíritu en el cuerpo que modifica radicalmente su forma de ser.

La conciencia

Basándose en el libro de Juan Aranas, La conciencia inexplicada, el autor manifiesta que “es perfectamente asumible que la conciencia no es algo natural y, por tanto, nada impide creer que no es una emergencia cerebral, sino un atributo del alma o del espíritu”, sin negar, lógicamente, la relación entre el sistema nervioso y la conciencia, que es una relación diferente a la naturalista fisicalista.

Es claro el valor adaptativo que ha tenido, y tiene, la conciencia en el desarrollo humano; pero, en lo que toca a su génesis, presenta algunos problemas. Sí parece evidente que su aparición supone un añadido, una emergencia de complicada explicación en su origen, con independencia de que se deje o no naturalizar. Implica un salto cualitativo del cual no tenemos una explicación ni definitiva ni provisional.

El organismo, como tal, tiene una unidad funcional que asume el conjunto de funciones que desarrolla el cuerpo; pero el sujeto humano “supone un nuevo tipo de unidad, una individualidad existencial en cuanto a que la naturaleza de su ser, aun concretándose estructural y funcionalmente, trasciende estas dimensiones físico-temporales en una unidad de existencia subjetiva que ya no se manifiesta como un proceso, sino como una realidad estable”.

Si la evolución es netamente una teoría física y si la conciencia subjetiva no es reducible a fenómenos físicos, esta, la conciencia, no quedaría explicada por la teoría evolucionista, aunque, evidentemente, para que haya conciencia se necesita la evolución de las pertinentes estructuras nerviosas.

Entonces, pues, ¿qué es la conciencia? Para el autor “es una facultad tan esencial al espíritu que se confunde con él”. Es, en pocas palabras, un fenómeno mental; y los fenómenos son el medio por el cual aprehendemos la realidad; pero es la conciencia la que los construye, por lo que no hay más fenómeno que el que se da a la conciencia.

Partiendo de estos mimbres, Salvador Anaya va analizando y aclarando conceptos relacionados con la conciencia, la subjetividad, la fenomenología y, con especial atención, a la conciencia pura; es decir, todos los pasos necesarios para llegar al apartado del espíritu.

El espíritu

Mejor, las propias palabras del autor: “Desde nuestros presupuestos el espíritu es un ser y, como tal, es uno, indiviso, una unidad sustantiva, pero siendo un ser tiene que tener ya alguna determinación; […] siendo una sustancia separada tiene en sí mismo su propio principio de individuación, su individualidad, aquello que hace lo que es y lo diferencia de los otros seres, de los otros espíritus individuales”.

Ontológicamente, el espíritu es ser y ser en acto, pero un acto puro, pues carece de toda determinación existencial. Ahora bien, dado que el ser humano no puede sino operar con categorías mundanas, no puede entender el espíritu en acto, sino solo en potencia de ser esto o aquello. De ahí que el espíritu no pueda considerarse en sus contenidos ni en sus actualidades, sino en sus facultades o potencialidades.

Para acceder a lo espiritual hay vías, como la introspección y, como algo muy en boga actualmente, mediante la relajación y meditación, préstamos tomados de las culturas orientales. Se habla, incluso, del misticismo como encuentro con el espíritu. Porque si se puede justificar como una realidad separada es porque es la conciencia la que puede desligarse de todo aquello que no esté relacionado con su verdadero y más esencial mundo interior.

Se abre aquí un amplio campo que aborda sabiamente el autor sobre el sentimiento, ya que en ese estado de profundidad interior, alejado de lo que perturbe su pureza, solo queda la pasividad, un puro padecer o sentir.

Ahora bien, si el criterio de verdad del mundo objetivo lo marca la ciencia, y si el de las ideas se mide por su valor intersubjetivo, “la verdad del espíritu solo se dirime en el sentimiento, pero solo en aquellos cuyo valor trasciende el mundo, valores trascendentales”. Unos valores que se reducen a tres Bien, Verdad y Belleza a los que el autor, con muy esmerado raciocinio, otorga una naturaleza muy superior a la que les concede el nominalismo o el conceptualismo, que los reduce a un recurso lingüístico pues para ellos lo universal, lo que trasciende, está en la mente, no en la realidad.

A estos tres valores les da el autor, tras detallado y minucioso estudio, la consideración de valor absoluto, con consistencia ontológica.

El alma

El alma no es el espíritu; tampoco el cuerpo; es el espíritu en el cuerpo. Es este un interesantísimo capítulo de la obra que comentamos, en el que se trata de “comprender cómo el espíritu se convierte en alma”, mediante el proceso por el que las categorías y facultades espirituales se determinan en el cuerpo y se convierte en facultades del alma.

“El alma se va llenando de todo lo que vivencia en el mundo, pero también el cuerpo se ‘llena del alma’, porque hace suyos e incorpora los estímulos conscientes y asume los movimientos aprendidos conscientemente”.

También el alma tiene sus valores, entre los que destaca el Amor, un valor trascendental que se alimenta del Bien y no puede ser explicado desde el evolucionismo y que se da solo en las formas sociales que pueden concretarse. Según explica el autor, el alma primero se determina por su vida corporal, atendiendo solo a los valores biológicos que la sumergen en la lucha por la supervivencia, valores, en definitiva, objetivos y egoístas; sin embargo, a medida que el yo entitativo se va construyendo, interiorizará los valores sociales que entran en conflicto con los biológicos, para intentar superar el egoísmo.

En el alma se entabla, pues, una lucha interna “porque descubre un nuevo deber ser que entra en conflicto con su propia naturaleza, con su forma de ser, pues ahora sabe que sus tendencias espontáneas, que sus deseos e inclinaciones no se corresponden con los valores espirituales”, por lo que debe purificarse: su crisol purificador es la lucha entre lo que se es y lo que se debe ser.

Así pues, primero el alma asume los hábitos instintivos corporales y los valores biológicos mediados por la conciencia sensorial; luego, cuando se va polarizando en la autoconciencia, se va desligando de ellos y se determina, en mayor medida, por los valores meramente sociales que también hace suyos; pero, a medida que se va polarizando en el espíritu, también se despega de ellos hasta que intuye el Bien objetivo y ya no persigue el Bien más que por el Bien mismo.

De especialmente interesante se puede calificar el apartado dedicado a la vida del alma más allá de la vida, cuando es un alma separada, así como al mundo del alma. Unas páginas que reconoce el autor como más especulativas, pero no por ello menos racionalmente fundadas.

Al tema del alma ha dedicado Salvador Anaya una monografía específica, ¿Qué es el alma?, editada bajo el mismo sello editorial y que comentaremos más adelante.

El libro se cierra con unos párrafos a modo de conclusión que resumen muy condensadamente las ideas principales desarrolladas en la obra. Este capítulo así como la Introducción constituyen dos elementos muy importantes para enmarcar convenientemente todo el desarrollo del ensayo que se va desenvolviendo en sus páginas.

Concluyendo

Nos encontramos ante un libro importante. La bibliografía sobre el cuerpo, sobre el alma o sobre el espíritu es abundante, debatiéndose en posturas con frecuencia enfrentadas acerca de la manera de entender cada uno de estos conceptos y, sobre todo, de relacionarlos entre sí.

Salvador Anaya afronta el reto y lo hace con un texto que requiere una lectura sosegada y reflexiva; no en vano se trata de un ensayo filosófico. Aun así, el lenguaje empleado, la nitidez de conceptos y la fundamentación lógica de sus propuestas hacen de la obra una apuesta que ofrece argumentos sólidos, a veces no exentos de especulación, para dar cimentación a una forma de entender y de entendernos a nosotros mismos.

Índice

INTRODUCCIÓN
1. Motivaciones
2. La antropología naturalista y el problema de la conciencia
3. El ser de la conciencia
4. Nuestra idea del alma
5. ¿Qué entendemos por espíritu?
6. Metafísica clásica: el modelo triádico

CAPÍTULO I: EL CUERPO
1. ¿Qué es un organismo desde el punto de vista ontológico?
2. Biosemiótica
3. Información y conciencia
4. Memoria corporales
5. Percepción y emoción
6. Fenoménico y nouménico: la unidad psicofísica
7. El todo de la conciencia
8. El principio formal. Animismo y vitalismo
9. Desustancialización del alma aristotélica

CAPÍTULO II: LA CONCIENCIA
1. Los fenómenos mentales: ¿la mente inconsciente?
2. Conciencia sensorial y sí-mismo
3. Sí-mismo y autoconciencia
4. Subjetividad, sujeto y conciencia
5. La fenomenología
5.1. Profundidad y espacio de representación
5.2. Autoconciencia: la conciencia psíquica
5.3. La conciencia pura: el reducto último
6. El yo trascendental. Kant
7. Edmund Husserl
7.1. Epojé
7.2. Reducción
7.3. El yo trascendental de Husserl

CAPÍTULO III: EL ESPÍRITU
1. Conciencia pura
2. Sentimiento puro
2.1. Vivencia del sentimiento puro
2.2. Angustia y esperanza
3. Conocimiento puro
4. El foco de atención mental: la voluntad pura
5. Memoria pura
6. La imaginación
7. La unicidad del espíritu
8. Los trascendentales: el Bien con mayúsculas
8.1. El bien de la vida
8.2. El bien del alma
8.3. Sentimiento del bien: la justicia
8.4. Sentimiento de misericordia
8.5. Sentimiento de esperanza
8.6. Sentimiento de belleza
8.7. Sentimiento de la verdad

CAPÍTULO IV: EL ALMA
1. El yo del alma
2. Las facultades del alma
3. Los valores del alma
4. La purificación del alma
5. La “vida” del alma más allá de la vida
5.1. El alma separada
5.2. El mundo del alma

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

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17/04/2022 Comentarios

Ficha Técnica

Título: El pequeño gran libro de la felicidad. 21 pasos para alcanzarla.
Autora: Felicidad Cristóbal
Editorial: Almuzara
ISBN: 978-84-18648-36-6
Páginas: 128
Tamaño: 14,50 x 22 c
 
El Premio Nobel de la Paz en 2006, Muhammad Yunus, ha dicho que el sistema económico actual nos ha convertido en robots que hacen dinero, y que ha llegado el momento de reafirmarnos como seres humanos.

Agradece a Felicidad Cristóbal que recuerde esta necesidad con este libro, que nos ayuda a despertar como seres humanos.

La obra, en formato opúsculo, traza un itinerario interior que conduce a la felicidad a través de 21 pasos, aclarando que hay mitos sobre la felicidad que no responden a la realidad.

Añade que el ver el éxito de otra forma puede ayudarnos a conseguirla, así como asumir que el verdadero cambio está en la forma que tenemos de pensar sobre lo que sucede, sobre nosotros y sobre los que nos rodean.

Hay algo que difícilmente podemos cambiar, que es la dinámica de la vida, que se presenta muchas veces caótica, pero lo que sí podemos cambiar es la forma en que vivimos nuestra experiencia cotidiana. Ese es el principio de la sabiduría que conduce a la Felicidad, viene a decir la autora.

Trabajar dentro de nosotros conceptos como adquirir estabilidad mental, alcanzar el perdón, comprender la aceptación, entender la gratitud, encontrar nuestro propósito y darle la bienvenida a la transitoriedad de la vida, nos proporcionará mucha más felicidad de lo que jamás hubiéramos imaginado, señala la autora.

Destaca al respecto dos condiciones previas para alcanzar la felicidad: haber vivido lo suficiente para preguntarnos si no hay otra forma de vivir, y estar decididos a no dejar nuestra felicidad en manos de nadie.

También recuerda que en algún momento se hace necesario descubrir el sentido de nuestra vida, y cita a Platón para definir la misión de la vida como prestar atención al alma humana, al mundo interior de cada persona que tanto ha costado construir a lo largo de nuestra evolución como especie.

Y concluye: encontrar nuestra misión en la vida es como tocar nuestra propia música, y no la de otros. Porque tenemos un inmenso regalo en nuestras manos: nuestra vida, que nos da la oportunidad de alcanzar la profunda paz que reina en el universo, ese amor que mueve al Sol y a las estrellas, que decía Dante en la Divina Comedia.
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24/03/2022 Comentarios

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Redacción T21
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