CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero
 
Como contrapeso a los criterios de autenticidad, y para para descender aún más a la realidad, me parece conveniente traer aquí a colación un artículo de Fernando Bermejo, que creo haber citado alguna vez. Su título ya dice bastante: “La figura histórica de Jesús y los patrones de recurrencia por qué los límites de los criterios de autenticidad no abocan al escepticismo”, que nuestro colega y amigo publicó en la revista “Estudios Bíblicos” 70,3 (2012) 371-401. Creo muy interesante detenerse un tanto en sus resultados.
 
Escribe este autor al inicio de su trabajo:
 
“La validez de los criterios de autenticidad para la reconstrucción de la figura histórica de Jesús ha sido repetidamente cuestionada en las últimas décadas, y este cuestionamiento parece recrudecerse actualmente en las obras de un número creciente de estudiosos, que abogan por marginalizar o incluso abandonar esos criterios”.
 
Luego promete hacer una síntesis de las las principales objeciones efectuadas en trabajos recientes a la utilización de los criterios de historicidad y, posteriormente argumenta que estas no conducen necesariamente al escepticismo: la existencia recurrente de “patrones convergentes” en las fuentes disponibles, entre otras razones, permite proceder a una recuperación razonablemente fiable de la figura histórica de Jesús.
 
¿Qué son los “patrones recurrentes”? Son temas o motivos repetidos que aparecen una y otra vez en los evangelios, a menudo esparcidos acá y allá, que reunidos forman un mosaico que representan un aspecto consistente de las acciones o dichos de Jesús. Esta  convergencia de “pistas” es interesante –una vez que se prueba su consistencia– porque permite formarse una idea de un aspecto de la vida de Jesús probablemente auténtico, ya que la repetición de un tema determinado en múltiples lugares de la tradición permite concluir que nace de una fuente segura y constante de esa tradición y no es un puro invento.
 
Pongo unos ejemplos: menciones breves sobre el “reino de Dios”, distribuidas aquí y allá, pero que  reunidas permiten formarnos una idea de cómo concebía Jesús ese Reino. Otro: alusiones breves aquí y allá sobre “ricos y pobres” y su papel en el presente y en el futuro de Israel. Otro: menciones al “mesianismo” o el “profetismo” de Jesús, a veces no claras en sí mismas, al papel desempeñado en el Nazareno por las concepciones mesiánicas o proféticas tradicionales de Israel que reunidos pueden dar pistas sobre o que Jesús pensaba de sí mismo, de su figura y misión. Otro caso: alusiones a la filiación divina de Jesús y a su especial relación con Dios, que convenientemente reunidas pueden iluminar sobre la autoconciencia de Jesús en cuanto mensajero o heraldo de la divinidad. Otro caso: “ruido de sables”, innegable, en los evangelios que, concentrados, nos indica la relación de Jesús y su grupo con el Imperio Romano y qué papel podía tener, o no tener, la violencia en la instauración el reino de Dios.
 
Al respecto comenta Fernando Bermejo otro ejemplo tomado de Charles Harold Dodd, en su obra History and the Gospel, New York, 1938. Indica Bermejo que este investigador rúne los datos de los siguientes episodios evangélicos:
 
“La llamada de Leví (Mc 2,14); la fiesta con publicanos y pecadores (Mc 2,15-17); Zaqueo (Lc 19,2-10); la pecadora en casa de Simón (Lc 7,36-48); la adúltera (Jn 7,53–8,11); la parábola de las ovejas perdidas (Lc 15,4-7; Mt 18,12-13); la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,10-14); la parábola de los niños en el mercado (Mt 11,16-19; Lc 7,31-35), y el dicho sobre publicanos y prostitutas que entran en el Reino (Mt 21,32)”.
 
Y añade esta observación:
 
“Tenemos aquí material extraído de gran variedad de fuentes y formas. Aunque los incidentes individuales no suelen repetirse, sí lo hace el motivo general. Y esto permite concluir a Dodd que la idea de que Jesús tuvo una actitud abierta hacia los marginados corresponde a la realidad histórica”.
 
Este racimo de textos, esta reiteración de motivos tomados de contextos y géneros literarios distintos, apunta a que estamos ante una actitud de Jesús  con indudable base histórica. El historiador puede construir algo seguro a partir de estos datos reunidos, que precisarán sin duda de otros que ofrezcan igualmente una posible pretensión de historicidad. Y si se llaga a conclusiones probables en el ámbito de la historia antigua, el escepticismo absoluto no es de recibo.
 
Y una última observación. Me acaba de escribir un lector algo que puede llegar a aburrir por la repetición continua sin pruebas: “¿Para qué perder tanto tiempo sobre una figura, la de Jesús, tratando de decir que fue esto o lo otro si ese Jesús es un personaje de ficción que nunca existió?”. Y mi respuesta es doble: esta afirmación nace a) de un grave despiste inicial, metodológico; b) de una ignorancia notable de cómo son las fuentes históricas acerca de todos los personajes de la Antigüedad y sobre cómo hay que tratarlas científicamente.
Expando ahora solo a). El grave despiste es no saber separar / distinguir entre el hombre  “Jesús de Nazaret” y el “Cristo de la fe”, que los evangelios y la tradición cristiana juntan indisolublemente.  Naturalmente, esa fusión produce la figura de “Jesucristo”, que es una mezcla de una posible realidad histórica y de un concepto teológico, el “Cristo celestial”. Y, sin duda, esa entidad producto de la tal mezcla o fusión no existió nunca, porque la teología no es historia…, y el pegar teología sobre un personaje de carne y hueso lleva a la formación de un ente ahistórico. Pero no distinguir y afirmar que la primera parte de la tal fusión, Jesús de Nazaret, un personaje en sí relativamente corriente en el Israel del siglo I, un carpintero de ese siglo con pretensiones de saber explicar la ley de Moisés como el zapatero Hillel, o de ser un sanador y exorcista, como algún que otro rabino de la época, no existió nunca es totalmente gratuito y no conduce a ninguna parte. Habría que negar la existencia a la mayoría delos personajes que nos ha transmitido la historia antigua.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com 
Viernes, 9 de Diciembre 2016
“Las tendencias evolutivas de la tradición sinóptica”. ¿Son válidos hoy día los criterios de autenticidad para investigar los hechos y dichos de Jesús? (Conclusiones: y VI)
 
Escribe Antonio Piñero
  
 
9. El noveno y último criterio que vamos a tratar en esta miniserie es el  “de las tendencias evolutivas de la tradición sinóptica”
 
 
Sabemos –parece evidente–  que detrás de los Evangelios sinópticos existía una tradición oral de hechos y dichos de Jesús y que de la fase oral se pasó a los escritos que la recogían. Y los escritos evidencian aun sin pretenderlo las tendencias teológicas de quienes los recogían, como ha puesto de manifiesto el método de la “Historia de la Redacción” en el ámbito de los evangelios. Mateo escribe su obra bebiendo de Marcos y de la Fuente Q, pero luego añade pasajes exclusivos y originales –o bien comentarios y enmarques–que delatan una tendencia, una actitud que impregna de alguna manera toda su obra. Otro tanto podemos afirmar de Lucas. Marcos por su parte toma la tradición y da su propia versión de ella enmarcándola igualmente, disponiéndola según intención personal y añadiendo breves comentarios.
 
 
A partir de estos hechos, que parecen incontrovertibles, lo que este noveno criterio propone es seguir la pista a las tendencias de los Sinópticos para poder liberar los datos originales del toque tendencioso de los redactores. Es un trabajo fascinante, aunque laborioso y a veces sujeto a interpretaciones subjetivas. El halo particular que define a los Sinópticos y los distingue de sus paralelos puede ser la piedra de toque para llevar a buen puerto esta labor. Rudolf Bultmann y otros críticos creyeron en la posibilidad de descubrir esas leyes que marcaban la evolución en las tendencias de los evangelistas sinópticos. Por ejemplo, hemos visto en alguna de las “postales” aquí publicadas cómo Bultmann fijó la ley de que la tradición escrita suele aumentar malévolamente la participación de los fariseos –a los que se dibuja con  mala o pésima luz- en las discusiones sobre la Ley que Jesús mantuvo.
 
 
Pero la mayoría de los críticos suele objetar que no es fácil descubrir y seguir el rastro de esas leyes, o que tales “leyes” son al menos dudosas. A pesar de todo,  dentro del espectro de ciertos detalles –ampliaciones, resúmenes, nombres e insistencia en circunstancias, marco geográfico o temporal, etc.– se puede percibir una tendencia generalizada que marca el perfil literario y teológico de los autores sinópticos. Por consiguiente, el uso de este criterio puede ser un buen método para llegar a datos verosímilmente históricos que luego serán confirmados por otras vías.
 
 
Conclusión general
 
 
El Prof. G. del Cerro concluye su tratamiento valorativo de los “criterios” de autenticidad en la obra mencionada (¿”Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate”, Madrid, Editorial Raíces, 2008) con las siguientes palabras, que parafraseo levemente:
 
“Después de repasar los criterios de historicidad generalmente enunciados por diversos autores y su valoración, se impone la obligación de notar algunas apreciaciones generales a manera de conclusión. Ante todo, expresar el convencimiento de que la reflexión sobre los criterios de historicidad ha iluminado de forma sensible   el tema del Jesús histórico. Se ha hablado incluso de un «criterio de   consenso», no sólo en el sentido de que haya aumentado el consenso acerca de la historicidad de ciertos hechos y dichos de Jesús, sino   también en la profundidad de su estudio y en el avance en el conocimiento de los hechos reales que están en la base de la tradición. Es un hecho que con estos estudios se ha logrado recuperar  una parte interesante del Jesús de la historia.
 
 
Por lo que a los criterios concretos se refiere, estimo que ninguno tiene un valor apodíctico por sí solo. Su fuerza se potencia y   multiplica cuando se combinan varios a la vez. El de “disimilitud” o “desemejanza”, tiene un gran peso específico en tanto en cuanto es capaz de   trazar la originalidad del personaje Jesús. Pero necesita el apoyo del criterio de coherencia, ya que la originalidad no puede ser tanta que   lo convierta en un extraño, desgajado de su ambiente natural.
 
 
Todos los criterios colaboran, en mayor o menor medida, al conocimiento del Jesús histórico. Todos hacen positivas aportaciones a la rentabilidad del esfuerzo del investigador. Tengo la sensación de que todos los representantes de   las distintas tendencias actúan con honradez, con el deseo básico de   buscar una verdad que interesa a todos. Los apriorismos, de uno u otro signo, son siempre peligrosos en la investigación histórica”.  
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
 
Jueves, 8 de Diciembre 2016
Escribe Antonio Piñero
 
 
8. El octavo criterio para indagar la autenticidad de los dichos de Jesús es el resto o huellas que el arameo, lengua madre de Jesús ha dejado en las palabras conservadas de en griego. Siendo el arameo el idioma más hablado en Judea y Galilea en el siglo I d.C. y obviamente la lengua materna de Jesús, es lógico esperar en las tradiciones que de él se derivan y se presentan traducidas al griego mantengan rastros de esa lengua en la que Jesús pensaba y se expresaba.
 
No obstante, creo que este criterio no es más que un aspecto de los que se refieren al estilo de Jesús o al ambiente social en el que vivió. Por consiguiente, vale más para confirmar que para probar la historicidad de un dicho o un hecho.
 
El texto del Evangelio de Marcos recoge en exclusiva varias palabras pronunciadas en arameo por Jesús:
 

1) En la resurrección de la hija de Jairo: Talithá, kûmi (“Muchacha, levántate”: Mc 5,41).
 
2) En la curación del sordomudo: Hiftah / Ephphatá (“Ábrete”: Mc 7,34).
 
3) La invocación al Padre en Getsemaní: ’Abbá (“¡Padre!”: Mc 14,36).
 
4) El grito desde la cruz, de mayor color arameo que el paralelo de Mt 27,46. El ’Elohí de Mc 15,34 es más arameo que el ’Elí de Mateo.
           
 
En opinión de la mayoría, el estudio de los vestigios arameos en los textos del Nuevo Testamento es muy útil para entender mejor los conceptos originados en ese idioma. Ahora bien, si el arameo era la lengua dominante en la Palestina del siglo I. d.C., los judíos cristianos podían formular en su lengua materna conceptos que estuvieran más o menos de acuerdo con la doctrina del Maestro y luego atribuírselos a éste, lo mismo que griegos cristianos podían valerse de sus conocimientos lingüísticos para paliar el excesivo color arameo de un texto. Por eso, creo que el “argumento arameo” es un buen indicio para situar ciertos dichos en su contexto; en ocasiones para profundizar en el significado del dicho al retrotraducirlos a esa lengua, y en otra para resolver aparentes incongruencias de los dichos jesuánicos ya traducidos a la lengua.  
 
Pero, al margen de otros criterios, no va más allá de la posibilidad y hasta de una cierta probabilidad, sobre todo porque si se comparan las retroversiones realizadas por diversos especialistas, se ve que divergen entre sí –a menudo bastante–, con lo cual surgen muchas dudas sobre a qué retroversión atenerse.
 
 
Mañana expondremos el noveno y último criterio que hemos seleccionado entre los casi quince que se suelen enumerar en los tratados sobre ellos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Miércoles, 7 de Diciembre 2016
Escribe Antonio Piñero
 
 
6. El siguiente criterio más que instrumento o norma de discernimiento por sí misma es un criterio complementario que da verosimilitud a lo conseguido por otros criterios. La inserción de Jesús en las coordenadas de su momento histórico puede designarse como criterio de plausibilidad histórica y se expresa así:
 
“Es verosímilmente histórico en la reconstrucción de Jesús aquello que encaje con los datos obtenidos por medio de los criterios anteriores y contribuya a situar plausiblemente a Jesús en su contexto y coordenadas judías. También será histórico lo que en este contexto y en la figura global de Jesús obtenida anteriormente contribuya a explicar situaciones peculiares del cristianismo primitivo que se pueden aclarar por la influencia de Jesús en sus seguidores.
 
Por tanto, sería verosímilmente histórico en nuestras fuentes “lo que cabe entender como influjo de Jesús en sus seguidores y al mismo tiempo sólo puede haber surgido en un contexto judío”. Curiosamente, este criterio de plausibilidad histórica conduciría más bien a sostener lo contrario al “criterio de desemejanza”, ya que sostiene que todo lo que se afirme de Jesús pero no puede encajar en el previsible contexto judío de su época tiene los visos de no ser histórico. Esta observación es correcta, pero la investigación histórica debe ser siempre un modelo de equilibrio y deben conjugarse diversos criterios.
 
Ejemplos:
 
· El bautismo de Jesús dentro de las coordenadas de los seguidores del Bautista tal como las dibuja Flavio Josefo en Antigüedades de los judíos XVIII 116-117: un movimiento de regeneración judía, tras  la muerte de Herodes el Grande del que participan otras muchas gentes de la época y que se entra en el arrepentimiento como condición necesaria para la venida del reino de Dios que se esperaba.
 
· Los milagros de sanación y exorcismo de Jesús

· Las características no solo espirituales sino también materiales del reino de Dios

· Las pretensiones mesiánicas, incluso regias, de Jesús al menos al final de subida pública.
 
Dificultades: como he indicado más arriba, este criterio no es más que un apoyo a lo anteriormente fijado por la investigación, cuyos resultados se hacen plausibles, simplemente, porque encajan con el contexto judío de la época.
 
7. Criterio del estilo de Jesús
 
 
Varios autores, sobre todo confesionales, enumeran entre los criterios calificados como secundarios o complementarios lo que denominan  “estilo peculiar de Jesús”, sobre todo, el estilo vital: es el resultado del conjunto de lo que habla y las acciones de Jesús en los Evangelios cuya impresión general, por mucho que estos escritos sean obras de propaganda no puede ser radicalmente erróneo ni radicalmente tergiversado.
 
 
Así la crítica interna de los evangelios puede valorar como propio del personaje Jesús en cuanto a sus palabras/dichos un cierto “sonido personal y un colorido inconfundible”. A Jesús le gustaba la “descripción concreta, intuitiva, pintoresca, la agudeza ingeniosa, la antítesis tajante”.
 
Ejemplos:
 
· Las parábolas en su mayoría
 
· Los dichos hiperbólicos de Jesús referidos al Juicio, del estilo de Mc 9,45: “Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehena” (véase Mt 18,18)..
 
 
Crítica de este criterio:
 
 
Más que criterio es un indicio solo relativamente sólido de autenticidad. No puede aplicarse a los hechos como si Jesús tuviera un estilo de “amor al prójimo” de “crítica de la hipocresía”, etc., porque este criterio supone que ya se tiene un conocimiento suficiente de los hechos o dichos de referencia. Para emplear este “criterio” se debe poseer previamente un retrato de Jesús que sirva de punto de comparación en el estudio de los datos discutidos y discutibles.
 
 
Concluiremos pronto esta sección
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
Martes, 6 de Diciembre 2016
Los libros sagrados de las grandes religiones. A modo de introducción. Notas que definen a los libros sagrados (y III)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Finalizamos nuestra presentación de la segunda edición de este libro por la Editorial Herder.
 
 
Ayer hablábamos de las propiedades o, mejor, exigencias básicas y generales de estos textos sagrados que eran cuatro. Y señalamos cuatro: a) han de ser textos escritos; b) se considera que su origen es divino; c) se piensa siempre  que por medio de ellos la divinidad se comunica con el ser humano; d) son fuente de reglas o normas de vida.
 
Otros atributos de los libros sagrados en general señalados por los tratadistas (para quien pueda leer alemán hay el siguiente artículo que es estupendo: S. Morentz, “Schriften, heilige” en la enciclopedia Reiligion in Geschichte und Gegenwart V (31968) 1537-1538) son los siguientes:
 
 
 
1. Poder divino inherente al texto
 
   Como palabra de la divinidad, el contenido de los libros sagrados está dotado del mismo poder que la palabra divina pronunciada, p. ej., en el acto creador. Si toda palabra implica una acción, mucho más aquella que procede directamente de Dios, la cual opera o vehicula la creación del mundo y la salvación. Este poder de los libros sagrados explica el uso mágico y supersticioso de las Escrituras a lo largo de la historia, por ejemplo, en actos o prácticas curativas en los que la recitación de un texto sacro, la colocación de éste cerca de la cama del enfermo o la ingestión de agua en la que se ha desleído un papelito con frases de los libros sagrados tiene efectos mágicos curativos.
 
 
2. Autoridad y sacralidad
 
Hemos hecho alusión indirectamente a estos atributos de los libros sagrados al mencionar el poder de la palabra divina. El carácter sagrado y autoritativo del texto sagrado es más evidente cuando éste proporciona la base sobre la que se constituye y moldea una sociedad. Pensemos en la Torá de los judíos, que idealmente para los ultra-ortodoxos sería la fuente de todo derecho, en la shariah islámica basada sólo en el Corán y tradiciones anexas que rige la estructura y vida del estado musulmán, o en la sección disciplinar del Tripitaka o ley del monaquismo budista.
 
Esta autoridad es tan tremenda que se refleja en el modo y respeto como se tratan los libros que contienen el texto sacro. Es conocido el caso de las genizas judías. Cuando envejecen los libros de la Ley, no pueden destruirse. Se almacenan entre dos paredes y se deja que el paso impenitente del tiempo, ordenado y controlado por Dios, actúe solo como efecto destructivo. Esto no puede hacerlo la mano humana.
 
 
3. Unicidad del conjunto de las Escrituras sagradas
 
Independientemente de la diferencia de contenido y de la diversidad del origen de las partes o del diferente desarrollo y procedencia de cada una de ellas, un corpus de libros sagrados posee unitariamente una autoridad, verdad y sacralidad únicas cuya fuente es la divinidad. A lo largo del tiempo se pierde la memoria de cómo se ha gestado concretamente un corpus de Escrituras, de sus diferencias y hasta contradicciones internas, y se considera como un todo único, en el que una infracción o desprecio a una de sus partes afecta al conjunto.
 
 
 
4. Inspiración de seres humanos como mediadores
 
 La noción misma de sacralidad de unos libros lleva consigo siempre la idea de un origen especial de esos textos. Normalmente la base de esa sacralidad es la creencia en una revelación directa de la divinidad o mediante mensajeros muy cualificados de ella; así, el Pentateuco considerado como escrito por Moisés; el Corán, revelado por Dios directamente a Mahoma; la especial iluminación de Buda que capta la realidad última del universo, etc.), o bien se piensa en el fenómeno de la “inspiración”, como es el caso de los profetas bíblicos. Este último fenómeno no es unitario en las religiones y reviste diferentes formas, aunque la más común es el trance extático, es decir, aquél en el que la mente (y el cuerpo) del canal humano utilizado por Dios, el autor real de los oráculos, pierden sus facultades naturales que son sustituidas por una iluminación o invasión de la divinidad, que utiliza a ese medio humano como mero instrumento.
 
La noción de venerable antigüedad, o de desarrollo en los tiempos primigenios, va también normalmente unida a la teoría de la inspiración / revelación que acabamos de mencionar. En el llamado Fragmento Muratoriano (un canon o lista de las Escrituras cristianas que quizá proceda de finales del siglo II d.C.) se rechaza la sacralidad del Pastor, obra edificante de un cierto Hermas, por “haber sido compuesto hace muy poco en nuestra época”. Ya en el siglo II a.C., el judaísmo, en general, piensa que no se pueden escribir ya libros sagrados porque el “espíritu de la profecía” pertenece por voluntad de Dios al pasado, a una época en la que la divinidad se comunicaba con los humanos más directamente. En el pensamiento védico se cree que la palabra divina, Vac, es una diosa primordial; el Veda es eterno según la misma concepción; muchos fieles judíos creen a pies juntillas que la Torá es eterna, pues ya existía antes de la creación del mundo. Dios en sus ratos libres, durante y después de la creación, se entretiene estudiando la Torá. Igualmente, la palabra de Dios en el Corán es también eterna e increada.
 
 
 
5. Tendencia a la formación de un canon o lista exclusiva de escritos sagrados
 
   Normalmente es éste un fenómeno que ocurre en torno a los libros sagrados y que suele presentarse siempre en la historia de unas creencias determinadas, pero como último escalón en la evolución del texto sacro. La formación de un canon de Escrituras es casi siempre en todas las religiones un fenómeno tardío sobre el que casi nunca reina la unanimidad entre los creyentes. La lista de libros sagrados es casi siempre flexible y fluctuante. El caso del cristianismo es paradigmático, pues ni aun hoy están de acuerdo todas las confesiones cristianas importantes sobre cuáles son exactamente los libros canónicos, es decir, el contenido del NT varía de unas iglesias a otras. Por ejemplo, la Iglesia etíope o abisinia tiene un canon del NT de 32 escritos, no de 27 como el del común de las restantes confesiones.
 
 
 
6. Tendencia igualmente a la constitución de un corpus importante de interpretación normativa del texto sacro
 
   Es éste un fenómeno que se da en torno a los libros sagrados de las religiones más significativas. Pensemos en la Misná y el Talmud, tan imponentes en número de páginas, que explican la Torá o ley judía. Es tan importante este cuerpo de exégesis que casi podría decirse que forma una como segunda Escritura sagrada para el judaísmo. Algo parecido puede afirmarse del conjunto de libros que comentan las enseñanzas de Buda en las ramas theravada o mahayana del budismo, y de las tradiciones que se han ido acumulando en el islam en torno a la interpretación del Corán, que da lugar a la constitución de un cuerpo de expertos coránicos que dedican su vida a la reflexión y ulterior transmisión de este corpus interpretativo del texto sagrado musulmán.
 
Hay que tener en cuenta que, a menudo, la interpretación –sobre todo la basada en la alegoría— lleva a una fijación del sentido del texto sagrado que es contrario al significado primitivo de éste.
 
 
 
7. Resistencia a la traducción del texto sagrado a otra lengua
 
   La veneración por el texto antiguo y original lleva en diferentes religiones a este fenómeno. Esta última característica no es tan general como las anteriores, pues el caso es observable en unas tradiciones religiosas y en otras no. Así, en el mundo musulmán impera con total rotundidad, pues es cosa conocida que aun en el caso de traducciones del Corán (p. ej., al turco o al persa) se suele imprimir al lado el texto árabe, el único del que puede decirse que es “palabra de Dios”. Igualmente pasa con la tradición védica en la que es impensable que los escritos sagrados se viertan al hindi moderno. Por no hablar del texto hebreo de la Biblia, que durante siglos y siglos se ha recitado en esa lengua incluso por los judíos que la conocían bien poco en Europa central.
 
Hay notables excepciones a este hecho y, en la Antigüedad, es bien conocido el caso de los Setenta o Septuaginta, la versión al griego de la Biblia hebrea utilizada a partir de la diáspora alejandrina por los judíos helenizados. Puede decirse con toda propiedad que la versión griega, no el hebreo, fue desde siempre la Biblia de los cristianos. El cristianismo antiguo y moderno es otra excepción. Las versiones de la Biblia (del Nuevo Testamento en particular) a las lenguas vernáculas fueron un fenómeno normal y muy antiguo en las iglesias cristianas (traducciones al latín, copto, siríaco, etíope, gótico, antiguo eslavo, armenio, georgiano, etc.), y, en tiempos recientes, el uso de las lenguas nacionales en la lectura privada o utilización pública litúrgica del texto es casi exclusivo. Entre los clérigos cristianos casi nadie sabe hebreo o griego, las “lenguas de la creación y de la revelación”.
 
Dejamos de lado, aunque sean importantes, otras consideraciones sobre la trascendencia de los libros sagrados en la liturgia y el culto públicos, o en la piedad devocional y vida espiritual privadas, o de pequeñas comunidades, p. ej., la recitación privada del texto sacro, la meditación sobre él, la lectio divina o lectura reflexiva y exegética de los escritos sagrados aplicándolos a la vida de ciertos grupos monásticos, etc., de sobra conocidos, espero, sobre las que no es necesario extenderse, y que demuestran la trascendencia cultural y vital de estos conjuntos de escritos. A conocer mejor cuáles son éstos y cómo han llegado a ser tales van dedicadas las páginas que siguen.
 
 
Espero que encuentren interesante el libro que presentamos, cuyo índice va en la primera entrega. Para adquirir este libro (creo que el precio está en torno a 27 euros): hay que pedirlo a Herder a través del librero habitual de cada uno, porque la tirada no es masiva. También es posible comprarlo entrando en la Página Web de la Editorial Herder.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
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Acabo de recibir esta comunicación por correo electrónico:


Le envío el enlace a You Tube con el vídeo del debate que transmitió ayer en directo Teleboadilla desde el restaurante La Barbacana, en Boadilla, y organizado por la asociación cultural Caballo Verde. 

Enlace: https://youtu.be/gHOJYkyAj2w

Saludos
 
Lunes, 5 de Diciembre 2016
“Los libros sagrados de las grandes religiones” (II)
Escribe Antonio Piñero
 
Como escribí ayer, concluyo hoy la presentación de la segunda edición de este libro con la transcripción del Prólogo –cuyo tema es el tratamiento breve de los conceptos y nociones fundamentales– que debo dividir en dos partes, pues demasiado amplio para una entrega, sobre todo para los que leen esta postal en su móvil.
 
Los diferentes capítulos de este libro son la plasmación escrita de las conferencias pronunciadas en un curso, de notable éxito, promovido por la Universidad Complutense dentro de su programa de Cursos de Verano de El Escorial hace ya unos años.
 
Como marco a las exposiciones que seguirán inmediatamente a lo largo de este volumen son convenientes unas precisiones en torno al concepto, clases, peculiaridades y atributos de los libros sagrados que probablemente no pueden ser tratados de este modo global en los capítulos específicos consagrados a cada una de las religiones.
 
Aunque en la España moderna el laicismo y el pragmatismo de la sociedad han hecho que la influencia de los libros sagrados se haya reducido a mínimos históricos (puede decirse que la Biblia ha muerto en España como referente literario para las nuevas generaciones desde aproximadamente 1950), se percibe, sin embargo, su influencia en múltiples campos de nuestro pasado y presente cultural: en la lengua (proverbios, máximas bíblicas, imágenes literarias en el ámbito de lo oral o de lo escrito), en el campo de la literatura propiamente tal (personajes, situaciones, alusiones al mundo bíblico), en el arte, en la arquitectura… (una gran parte de nuestro patrimonio), en la pintura y la música, artes en los que temas y personajes de la Biblia han inspirado cientos y cientos de composiciones de estos géneros. Por ello, el tema “los libros sagrados” es de una repercusión cultural impresionante, aún hoy día, difícil de exagerar.
 
El presente curso quiere acomodarse estrictamente al título y subtítulo que lleva. Cada tema, dedicado a una religión importante, tiene un tratamiento en tres partes:
 
            – La primera presenta con el debido rigor y amplitud cuáles son los libros sagrados de cada religión, de qué material básico están compuestos, en qué grupos, clases o géneros (literarios o religiosos) se dividen, y cómo tales libros marcan el contenido y el tono de esa religión concreta. En realidad, al hablar así de los libros sagrados se hace una presentación indirecta de cada una de las religiones de las que trata este volumen y, sobre todo, de la esencia o núcleo de cada una de ellas.
 
            – La segunda trata específicamente del proceso y de las razones por las que ciertas obras, explicitadas en el capítulo anterior, llegan a formar un canon o lista cerrada de “escritos sagrados”, “revelados” o “inspirados”. Intenta aclarar, pues, en lo posible un proceso histórico de delimitación de un grupo dentro de un espectro, a veces amplio, de posibles obras candidatas a ser consideradas “sagradas”.
 
                        – La tercera se pregunta por el papel desempeñado por determinadas posturas rigoristas en la interpretación de tales Escrituras sagradas en la sustentación de un fundamentalismo religioso con amplias repercusiones. Vivimos unos momentos en los que los fundamentalismos religiosos están desempeñando un papel notable en la vida política y social del planeta. Por ello, no parece inapropiado preguntarse por las bases de tales posturas fundamentalistas. Éstas radican, por lo general, en una exégesis rígida del contenido de determinados textos sagrados, de cuya inspiración divina no se duda un instante.
 
El espacio del que se dispone en este libro para tratar de los cinco grandes religiones del mundo actual es más bien reducido. Por esta razón, algunas de ellas, muy importantes hoy día (hinduismo, budismo), serán abordadas sólo en sus líneas más generales. Este espacio más restringido se debe a que su influencia cultural en la sociedad española es menor obviamente que el de las otras religiones. Aparte de las mencionadas en este libro hay en el mundo, o ha habido en la historia, otras grandes religiones basadas en libros sagrados que casi ni podemos indicar aquí: así el maniqueísmo, cuyo fundador Mani se esforzó expresamente por crear una Escritura única de dimensión y alcance universal; los sikhs, cuyo libro sagrado el Adi Granth, tiene una importancia fundamental incluso como único símbolo iconográfico de sus creencias; los  mormones, que basan su fe en las Escrituras reveladas por el ángel Mormón en unas tablas de oro, redactadas en “egipcio reformado” y, luego, leídas milagrosamente y traducidas al inglés por Josef Schmid, y algunas otras modernas como el bābismo en Irán y el tenrikyō en Japón.
 
El surgimiento de un conjunto de libros sagrados señala una gran división en la historia de las creencias religiosas: junto a religiones sin textos escritos, normalmente más primitivas, aparecen otras, destinadas a perdurar, que se basan en textos escritos más o menos fijos. Sobre la indudable riqueza de las tradiciones orales tienen estas últimas religiones la ventaja de que el impacto de sus textos va más allá, mucho más allá quizás, gracias a su contenido simbólico o a la riqueza de las interpretaciones que se van acumulando, de lo que supone la letra misma de los libros.
 
¿Qué entendemos por libros sagrados? Aunque una definición objetiva sea difícil por la múltiple variedad con la que se manifiestan, “libros sagrados” o “sagradas escrituras” es el título genérico que utilizamos en nuestra cultura para designar textos que sirven de fundamento a una religión determinada y reciben una especial consideración y veneración como divinos (inspirados por la divinidad) en esa tradición religiosa en cuestión.
 
Como señalan los tratadistas, el concepto de “libro sagrado” no está especialmente ligado a una forma o contenido específicos. Libros sagrados son, por igual, textos de variadísima factura: códigos legales, mitos y leyendas, narraciones históricas, prescripciones rituales o de pureza, tratados éticos, etc., expresados en formas literarias también muy variopintas: prosa elevada o pedestre, poesía llana o críptica, oráculos proféticos, apocalipsis, visiones, himnos, oraciones, plegarias, etc. El contenido de casi todos ellos comienza siendo una entidad doctrinal transmitida oralmente, que se pasa de unos a otros a veces durante generaciones y generaciones como en la India védica, y que, finalmente, adquiere un estado más o menos fijo cuando se siente la necesidad o la conveniencia de ser consignado por escrito.
 
Los libros sagrados nunca lo son por sí mismos (aunque hay algunos casos de ciertos textos que se proclaman como sagrados, como nuestro Apocalipsis), sino porque son aceptados como tales por un grupo. Se ha dicho con razón que el concepto de libros sagrados es relacional, es decir, un libro es sagrado por un proceso histórico de reconocimiento por parte de una comunidad religiosa. Un libro es sacro sólo si un grupo de personas lo acepta como tal.
 
No hay una teoría general entre los estudiosos sobre cómo nace la idea de “libro sagrado”. En el ámbito del Mediterráneo, cuna de las religiones más cercanas a nosotros, judaísmo, cristianismo e islam, se suele decir que el trasfondo de la concepción de un libro sagrado es la idea o creencia primitiva de la existencia de un “libro celestial” o tablas celestiales (así según el Libro de los Jubileos, uno de los apócrifos del Antiguo Testamento más importante), escritas por Dios y conservadas en el cielo. Estos libros o tablas contenían las obras realizadas por los hombres y el destino que les aguardaba, o simplemente las listas de los salvados y, en algunos casos, consejos de sabiduría y normas sobre el recto obrar según la voluntad de su autor, Dios. En la antigua Babilonia y en Egipto hay restos que confirman la fe en la existencia de tales libros celestes. El dios Enlil, sumerio, y, más tarde, el babilonio Marduk, eran los guardianes, si no los autores, de tales escritos. Restos de esta concepción se conservan en un ámbito más cercano al nuestro en los salmos (86,6, o más claramente en el 139,16: “Mis acciones las veían tus ojos; todas ellas estaban en tu libro”), en el Éxodo (32,32, donde dice Moisés a Dios: “O perdonas al pueblo o me borras del libro que has escrito…”), y en el Apocalipsis (5,1ss “el libro de los secretos celestes cerrado con siete sellos” y 20,12, donde el juicio de las naciones tiene lugar ante unos libros celestes entre los que hay uno especial, el libro de la vida)
 
Según William Graham (Beyond the Written World: Oral Aspects of Scripture in the History of Religion, Nueva York [Cambridge Univ. Press] 1987, 49-50 y, en general, el art. “Scripture” de la Encyclopedia of Religion, dirigida por Mircea Eliade, Nueva York, Mac Millan, 13, cols. 133-145), en las diversas religiones se produjo un tránsito fácil: el libro celeste, receptáculo de la sabiduría y de los decretos divinos, pasó pronto a concebirse como una Escritura sagrada depositada en la tierra. Entre ambas concepciones no había mucho trecho.
 
Las propiedades o, mejor, exigencias básicas y generales de estos textos sagrados, son cuatro:
 
1ª. Paso del estadio oral al escrito.
 
    Obviamente han de haber pasado del estadio oral al escrito. Si en muchas religiones la tradición oral sagrada es en extremo reverenciada, mucho más ocurre esto con el texto escrito, pues como tal la letra bellamente caligrafiada o posteriormente impresa tiene un mayor carisma que la palabra volandera. La Escritura sacra, cuyo origen –pasados los siglos— se cree fijado desde tiempos remotos, simboliza la autoridad religiosa divina, también primordial. El amor y la reverencia por lo escrito explica el trato temeroso y respetuoso que se les prodiga y el cuidado puesto en su edición; así en el antiguo Egipto los ejemplos de los Libros de los muertos y otros textos sacros sólo podían copiarse en una institución sagrada llamada “La casa de la vida”. Explica también el que las ediciones tanto antiguas como modernas de un texto sagrado se cuiden al máximo, se conserven en lugares especiales y, en cuanto se pueda, se embellezcan lo más posible gracias al arte de las miniaturas, guirnaldas, letras hermosamente caligrafiadas o grabados que acompañan al texto, etc.
 
2ª. Origen divino.
 
    Los libros sagrados deben mostrar garantías de que su origen es divino. Cada corpus de Escritura sagrada contiene de diversas maneras una o varias historias o leyendas fundacionales que aclaran este origen divino. En el ámbito judeocristiano baste recordar la leyenda propalada en el Libro IV de Esdras (un apócrifo del AT del s. I d.C.): en una visión extática, el escriba inspirado, Esdras, dicta durante cuarenta días y cuarenta noches a varios expertos escribanos las sagradas Escrituras hebreas, dañadas o perdidas durante el exilio a Babilonia. Esta leyenda proporciona una nueva garantía. El origen del Corán es semejante, pues Mahoma escribe al dictado divino.
 
3ª. Comunicación de la voluntad divina.
 
    Los libros sagrados comunican la voluntad divina al ser humano (un grupo o pueblo escogido, o la humanidad entera), normalmente a través de un mediador bien probado y garantizado como Moisés, Zoroastro, Mani, Mahoma, etc. Moisés es el redactor del Pentateuco según los judíos tradicionalistas (a pesar de que ese texto contiene el relato de su propia muerte); Zoroastro es el autor de los himnos gâthas; Mahoma puso por escrito el Corán; Buda redactó también parte de su viaje iluminado, etc.
 
 
4ª. Fuente de reglas.
 
    Los libros sagrados han de funcionar como fuente duradera de reglas para organizar la vida individual o corporativa del grupo de fieles.
 
Concluimos  mañana
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
Domingo, 4 de Diciembre 2016
“Los libros sagrados de las grandes religiones” (I) (3-12-2016)
 
Escribe Antonio Piñero
 
Un feliz maridaje entre dos editoriales Herder, de Barcelona, y El Almendro, de Córdoba ha permitido el rescato de libros que se publicaron hace unos años, pero que siguen  teniendo  mucho interés por su contenido. Y este es caso que presento hoy: “Los libros sagrados de las grandes religiones. Los fundamentalismos” fue el fruto de un Curso de Verano de la Universidad Complutense de Madrid que organicé hace años, y en el que colaboró eficazmente como secretario, y ponente, el Prof. Jesús Peláez. Luego editamos los dos este libro que ahora ve de nuevo la luz como segunda edición.
 
De la “Contracubierta”:
 
Aunque en la España moderna, el laicismo y el pragmatismo de la sociedad han hecho que la influencia de la Biblia se haya reducido a mínimos históricos, (puede decirse que ésta ha muerto como referente literario para las nuevas generaciones), se percibe, sin embargo, su influencia en múltiples campos de nuestro pasado y presente cultural: en la lengua (proverbios, máximas bíblicas, imágenes literarias en el ámbito de lo oral o de lo escrito), en la literatura propiamente tal (personajes, situaciones, alusiones al mundo bíblico), en la arquitectura, en la pintura y en la música, artes en las que temas y personajes de la Biblia han inspirado cientos y cientos de composiciones de estos géneros.
           
LOS LIBROS SAGRADOS EN LAS GRANDES RELIGIONES trata de las cinco religiones más importantes en nuestro mundo: Hinduismo,  Judaísmo, Cristianismo,  Islam y  Budismo.
 
            Cada tema, dedicado a una religión, tiene un tratamiento en tres partes:
 
            – La primera presenta cuáles son los libros sagrados de cada religión, de qué material básico están compuestos, en qué grupos, clases o géneros (literarios o religiosos) se dividen, y cómo tales libros marcan el contenido y el tono de esa religión concreta. Al hablar así de los libros sagrados se hace una presentación indirecta del núcleo o esencia de cada una de las religiones.
 
            – La segunda trata específicamente del proceso y de las razones por las que ciertas obras llegan a formar un canon o lista cerrada de “escritos sagrados”, “revelados” o “inspirados”, intentando aclarar, en lo posible, un proceso histórico de delimitación de un grupo dentro de un espectro, a veces amplio, de posibles obras candidatas a ser consideradas “sagradas”.
           
– La tercera se pregunta por el papel desempeñado por determinadas posturas rigoristas en la interpretación de tales escrituras sagradas, que sustentan un fundamentalismo religioso con amplias repercusiones. Dado que vivimos unos momentos en los que los fundamentalismos religiosos están desempeñando un papel notable en la vida política y social del planeta, no parece, por ello, inapropiado preguntarse por las bases de tales posturas fundamentalistas.
 
 
 
CONTENIDO
 
 
“Introducción: Libros sagrados. Conceptos y nociones fundamentales”
            Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid.
 
I. HINDUISMO
    “Los libros sagrados del hinduismo”
                        Julia Mendoza Tuñón. Universidad Complutense de Madrid.
 
     “El fundamentalismo hindú”
                        Juan Antonio Álvarez Pedrosa. Universidad Complutense de Madrid.
 
II. JUDAÍSMO  
    
“Los libros sagrados del judaísmo: la Biblia, Misná, Talmudes”.
                        Miguel Pérez Fernández. Universidad de Granada.
   
     “El origen de los cánones judío y cristiano del Antiguo Testamento”
                        Julio Trebolle Barrera. Universidad Complutense de Madrid.
 
     “Fundamentalismo judío y libros sagrados”
Guadalupe Seijas de los Ríos-Zartosa. Universidad Complutense de Madrid.
 
III. CRISTIANISMO
     
    “ Los libros sagrados del cristianismo primitivo”
                        Jesús Peláez. Universidad de Córdoba.
 
     “Cómo se formó el canon del Nuevo Testamento”
                        Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid
 
      “Fundamentalismo y cristianismo. Aproximación histórica y teológica”
                        Juan José Tamayo Acosta. Universidad Carlos III de Madrid.
 
IV. ISLAM
“El libro sagrado del Islam: el Corán y los dichos del profeta”.
            Mahmud Sobh. Universidad Complutense de Madrid.
 
            “Corán, revelación e interpretación”.
 Pedro Martínez Montávez. Universidad Autónoma de Madrid.
 
            “Corán y fundamentalismo”
           Carmen Ruiz Bravo-Villasante. Universidad Autónoma de Madrid.
 
V. BUDISMO
 
            “Libros canónicos del Budismo”
                    Abrahán Vélez. Georgetown University, Washington (EEUU)
 
Mañana publicaré la Introducción con datos que creo interesantes.
 
Para adquirir este libro (creo que el precio está en torno a 27 euros): hay que pedirlo a Herder a través del librero habitual de cada uno, porque la tirada no es masiva. También es posible comprarlo entrando en la Página Web de la Editorial Herder.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com 
Sábado, 3 de Diciembre 2016
 
Escribe Antonio Piñero
 
El cuarto criterio o herramienta intelectual utilizada por los críticos para investigar si un dicho o hecho puede adscribirse al Jesús histórico es denominado “criterio de coherencia o consistencia:
 
“Se puede aceptar como material auténtico de Jesús todo aquello que es coherente o consecuente con lo establecido como auténtico por los otros tres criterios anteriores, de disimilitud, diferencia y atestiguación múltiple”.
 
Ejemplos:
 
· A partir del uso de “abbá” por parte de Jesús, considerado como muy probable auténtico y adscribible a él  y las diversas menciones a sus ratos de oración en los Evangelios se puede deducir que Jesús predicaba la cercanía de Dios al ser humano, justo. Es admisible la deducción que lo que Jesús pensaba de su relación con la divinidad era igualmente predicable de cualquier otro ser humano, israelita justo principalmente.
 
· A partir del núcleo de la predicación de Jesús “sobre la venida e instauración del Reino mesiánico en  la tierra de Israel”, son verosímilmente históricas –al menos en el núcleo que puede estimarse primitivo–, las parábolas, las Bienaventuranzas y el Padrenuestro, por ejemplo.
 
            Dificultades:
 
            · Puede ser un criterio subjetivo: depende de la fiabilidad de una imagen de Jesús obtenida por el investigador previamente a su aplicación. Ante todo, solo puede situar un dicho o historia de Jesús a la luz de otros, y determinar por tanto si podría haber sido dicho o hecho, pero no sirve para concluir si efectivamente lo fue; máxime, si se tiene en cuenta que es plausible que quienes crearon la nueva tradición sobre Jesús habrían procurado ajustarla a la imagen ya transmitida de este.
 
· En segundo lugar, podría resaltarse su carácter de subjetividad, pues donde unos lectores perciben inconsistencia entre dos dichos o elementos, otros declaran compatibilidad y armonía.
           
El quinto criterio es peculiar de John P. Meier el autor de “Un judío marginal” (Editorial Verbo Divino, varios volúmenes y aún inconcusa), pero puede generalizarse. Este investigador lo denomina  Criterio de “rechazo y ejecución”.
 
Puede definirse así: “Partiendo del rechazo que padeció Jesús por parte de importantes sectores de sus contemporáneos y que acabó en el final cruento de la cruz, se buscan gestos o palabras de Jesús que pueden explicarlo: algo hizo o dijo Jesús para provocar un final tan radical y expeditivo”.
 
Ejemplos:
 
· El “título” puesto sobre la cruz podía ser un indicio y uno de los hechos certificados como auténticos por el uso de este criterio. Que se denomine a Jesús “rey de Israel” es evidentemente una explicación razonable del porqué el Imperio tenía que quitarlo de en medio. Pues nombrarse, o aceptar que otros lo nombraran, rey (davídico) de Israel con toda su carga nacionalista y antiextranjera no podía ser aceptado por Poncio Pilato
 
· El Jesús manso y humilde de corazón, narrador de parábolas estéticamente hermosas, defensor de los habituales perdedores sociales, no podía levantar iras y sospechas si a estas actitudes no añadía otra clase de reivindicaciones de índole “revolucionaria”.
 
Concluye Meier:
 
“El Jesús histórico amenazó, molestó, irritó a mucha gente: desde los intérpretes de la Ley hasta la aristocracia sacerdotal, pasando por el prefecto romano, que finalmente lo procesó y crucificó. El punto básico de partida para reconstruir al Jesús de la historia es el suceso incontrovertido que es la muerte violenta de Jesús en la cruz”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Viernes, 2 de Diciembre 2016
¿Son válidos hoy día los criterios de autenticidad para investigar los hechos y dichos de Jesús (II) ?

​Escribe Antonio Piñero
 
Continúo haciendo un resumen con comentarios propios  del capítulo de G. del Cerro sobre estos criterios en el libro ¿“Existió Jesús realmente?”. El tercer criterio o herramienta en el proceso de averiguar la autenticidad de un dicho o hecho de Jesús es el “Criterio de atestiguación múltiple”
 
Se puede definir del siguiente modo:
 
“Pueden considerarse auténticos aquellos dichos o hechos de Jesús que están testimoniados por diversos estratos de la tradición, por ejemplo , la Fuente “Q”, Marcos, material propio de Mateo o de Lucas, tradiciones especiales recogidas por Juan o por otras fuentes exteriores al Nuevo Testamento si son fiables y muestran una información independiente (por ejemplo, ciertos Evangelios apócrifos como el texto primitivo reconstruible del Evangelio de Pedro; el Evangelio de Tomás, el llamado Papiro Egerton 2; el Papiro de Oxirrinco 840). Igualmente debe considerarse como atestiguados múltiplemente los dichos o hechos de Jesús recogidos por formas y géneros literarios diferentes, y por tanto de diverso origen: relatos, exhortaciones, controversias, parábolas, plegarias”.
 
Ejemplos:
 
· La predicación del Reino de Dios como tema central de la actividad de Jesús aparece testimoniado en todas las fuentes (desde “Q” hasta el Evangelio gnóstico de Tomás) y en diversos géneros literarios como parábolas, diálogos didácticos, bienaventuranzas, etc..
 
· La presencia de discípulos junto a Jesús, algunos relatos de milagros, alguna clase de relación entre Juan Bautista y Jesús, la enseñanza de éste en parábolas, su interés por los marginados y pecadores, un cierto conflicto con sus contemporáneos sobre la observancia del sábado, la mención habitual de la expresión Hijo de hombre
 
Dificultades de este criterio:
 
·La presencia de muchos testigos textuales podría deberse, no tanto al carácter genuino del dicho transmitido, sino al interés que suscitó en los individuos o grupos cristianos que lo transmitieron, y este interés pudieron suscitarlo también dichos tempranamente atribuidos a Jesús 
 
· Además, cabe sospechar que, cuanto más afín resultó un dicho (o una historia) a los primeros cristianos, menos probabilidades existen de que Jesús lo compusiera. Por otra parte, resulta fácil entender por qué muchos dichos posiblemente genuinos no gozan de atestiguación múltiple: porque eran susceptibles de crear problemas teológicos u ofender sensibilidades (v. gr. Lc 9,59-60), porque su sentido dejó de entenderse (v. gr. Lc 16,16), o porque no resultaban relevantes en contextos diferentes (v. gr. las polémicas con fariseos en Lc 11,39-52).
 
Un subcriterio importante es el denominado “Patrones de recurrencia”,  saber, cuando un motivo o tema se reitera a menudo en las fuentes, en distintos estratos y formas literarias, presenta indicios genéricos de historicidad, sin que para ello sea necesario –a menudo, de hecho, no sería posible– adquirir certeza de la autenticidad de todos y cada uno de los pasajes aislados. La lógica subyacente es que la presencia recurrente del motivo sugiere que este se introdujo en la tradición en un período temprano y mediante varios transmisores, y que por tanto ya pronto fue aceptado como central. Lo que resulta instructivo es que el motivo de la naturaleza –y su pretensión– regia emerge con tal frecuencia en los evangelios que es apenas creíble que haya sido inventado o sea el fruto de una mera casualidad.

Ejemplo: 

Jesús se presentó al menos al final de su vida como el mesías de Israel. Este mesianismo no estaba reñido con cierta violencia al menos pasiva. Puede también  considerarse como un mesianismo con pretensiones regias, a saber al  trono de David, lo que implicaba un rechazo dela dominación romana sobre Israel. Y como consecuencia, el que Jesús fuera considerado, desde el punto de vista del Imperio Romano, un sedicioso que deseaba acabar con la estructura del Imperio, al menos en Israel.

Otros ejemplos pueden ser:
 
            · Indicios sobre los numerosos puntos de contacto entre Jesús y Juan Bautista tanto de actuaciones como ideológicos
 
            · Indicios sobre el carácter material y político, terreno en suma, del concepto del reino de Dios según Jesús.
 
Así, siguiendo el primer ejemplo, el  complejo  de ideas  se sustenta en unos treinta y cinco indicios dispersos por todos los Evangelios y en muy distintas circunstancias. Estos indicios han sido recogidos entre muchos otros, por mí, en parte y en especial por Fernando Bermejo siguiendo la norma de Dale Allison a propósito de la necesidad de indexar las recurrencia del mismo o similar motivo
 
Dificultades de este subcriterio:
 
Escribe Fernando Bermejo: “Dado que cabría objetar que la propia reiteración de un motivo en las fuentes puede hacer sospechar la presencia de intereses ideológicos de sus autores, es necesario reiterar que en ninguno de los evangelios Jesús es presentado de manera clara y sistemática como aspirante a la realeza (es material furtivo). Los indicios textuales que nos permiten inferir la existencia de esa pretensión están diseminados en varias obras diferentes (evangelios y Hechos), y además dispersos dentro de cada una de ellas. Solo cuando estos disiecta membra (miembros esparcidos allá y acá) son examinados sinópticamente, es decir, en conjunto, reunidos, es posible vislumbrar la imagen que en conjunto conforman. Además, hay cierto material destinado a contrarrestar las obvias implicaciones de esa imagen. Todo esto indica que la recurrencia del motivo no parece deberse al interés de los evangelistas en resaltarlo, sino más bien a que no pudieron evitar reproducirlo, y ello por haber estado firmemente anclado en la tradición”.
 

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
Jueves, 1 de Diciembre 2016
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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