CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Antonio Piñero
 
En la postal de ayer mencionábamos diversos detalles de la vida de Jesús que dejan de ser enigmáticos si se aplica el trasfondo procurado por la hipótesis de que los romanos miraban a Jesús como un auténtico sedicioso.  Otros detalles pueden ser:
 
· El que Jesús no predicara nunca en ciudades de importancia como Séforis o Tiberíades. He indicado repetidas veces que el motivo podría ser la idea de Jesús de que el reino de Dios solo está abierto a los pobres de espíritu, a aquellos que son igualmente pobres de verdad. Por tanto que Jesús podría pensar que la necesaria disposición de ánimo para recibir su mensaje podría esperarse solo de las gentes del campo, imposibilitadas por su pobreza misma para tener sus mentes dedicadas a las preocupaciones de la riqueza. Esto me parece cierto. Pero también es posible la posibilidad apuntada por el Prof. Bermejo de que Jesús “las evitó programáticamente… y no solo por ser ciudades helenísticas y gentiles porque en términos de indicadores religiosos y étnicos, la arqueología revela la gran continuidad entre las villas pequeñas de Galilea, como Cafarnaúm y Nazaret, y la ciudad de Séforis”.
 
Es posible que hubiera también motivos políticos: esas dos ciudades “albergaban el aparato administrativo de Herodes Antipas” (enemigo a muerte de Jesús, recordemos) y en donde “este tenía la mayor parte de sus tropas. Al menos mientras que Jesús no estuviera totalmente persuadido de que Dios iba a intervenir en su favor, no tendría deseos de poner voluntariamente su cabeza en la boca del león”.
 
En concreto el que Jesús hubiera evitado Séforis es extrañísimo, ya que la arqueología ha demostrado que la inmensa mayoría de los habitantes de Séforis eran judíos y entre los restos se han encontrado baños lustrales, o de purificación (miqwaot), restos de vasijas de piedra que podían servir para lo mismo y enterramientos totalmente judíos con osarios. Además, en su vida como carpintero-maestro de obra (tékton) debió de ir a buscar trabajo a Séforis muchas veces.
 
· Otra escena, muy conocida, que se explica mejor con la hipótesis propuesta es la del pago del “tributo al César”. Parece imposible que un judío religioso, fervoroso, celoso del cumplimiento de la ley de Moisés, que albergaba ideas mesiánicas, según las cuales Israel era la tierra exclusiva de Yahvé estuviera de acuerdo con la idea de que había que pagar ese tributo al César (el llamado impuesto persona o de capitación: todos los israelitas adultos debían pagarlo independientemente de su condición). Y eso por dos razones: 1. Porque arrebataba indirectamente el producto de la tierra sagrada, propiedad de Yahvé; 2. Porque en el fondo y en la forma era reconocer que el señor de Israel era Tiberio y no Yahvé. Así que a priori se podría esperar que Jesús se opusiera al tributo. Y por una razón más: según los evangelistas mismos Jesús arrastraba las multitudes. Por tanto si Jesús hubiera proclamado públicamente que estaba de acuerdo con el pago del tributo, hubiese perdido de inmediato el favor de las gentes.
 
Sin embargo, si leemos el Evangelio de Marcos –y así se ha entendido por siglos– es claro que su autor presenta a un Jesús de acuerdo pragmático con el Imperio y aceptando el pago del tributo. Po el contrario, la hipótesis de un Jesús sedicioso interpreta la perícopa de Mc 12,15-17:
 
“Traedme un denario, que lo vea». 16 Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César». 17 Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios». Y se maravillaban de él”,
 
 
Como un auténtico truco de prestidigitación retórica por parte de Jesús: hace confundir a sus oyentes la moneda concreta, el denario que le presentan, con el tributo… y naturalmente dice en realidad: “Este denario que lleva la efigie de su dueño, Tiberio, devolvédselo a su dueño, pero lo que es de Dios (la tierra, sus frutos y las personas israelitas que la habitan) dádselo a Dios. Así que como buen argumentador de la escuela farisea, Jesús dijo clara pero indirectamente que no era lícito pagar el tributo. Su ideología religiosa quedaba intacta; la gente lo entendió y los adversarios quedaron frustrados, que entendieron perfectamente la treta. Jesús no perdió el favor del pueblo. Por eso, según Lucas 23,2, lo acusaron de revolucionario y seductor del pueblo: “«Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey». Todo ¡queda meridianamente claro si se acepta la hipótesis del Jesús sedicioso… pero no para los judíos…, sino para los romanos invasores.
 
 
Nada costaría aceptar esta hipótesis de un Jesús sedicioso desde el punto de vista romano, si la educación recibida no nos hubiera marcado a fuego en el alma la idea de un Jesús totalmente indiferente y despreocupado de la situación política del Israel de su tiempo. Eso es imposible casi a priori, porque ya hemos indicado repetidas veces que religión y política en el judaísmo de la época iban indisolublemente unidas. Y, en segundo lugar, estamos ante un caso en el que no se obtienen las consecuencias necesarias de una idea sobre Jesús  que se ha abierto camino entre todos los intérpretes, estudiosos del Nuevo Testamento: Jesús era judío y consecuentemente judío, y además al menos al final de su vida, se proclamó rey-mesías de Israel. Pero muchos se quedan solo en lo primero. Ahora bien, ser judío religioso en el siglo I y en Israel comportaba necesariamente una mentalidad.
 
 
Seguiremos mañana con la discusión suscitada por algunos pasajes evangélicos en los que Jesús parece apartarse radicalmente de la violencia y de la política de Israel.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 
Viernes, 17 de Febrero 2017

 
Escribe Antonio Piñero
 
Argumenta F. Bermejo, en el artículo que comentamos (“Jesus and the Anti-Roman Resistance”), que es posible también explicar parte de la oscura cuestión denominada “secreto mesiánico” en el Evangelio de Marcos, si se acepta la hipótesis del Jesús sedicioso contra el Imperio. Amplío esta afirmación que no se desarrolla en su artículo.
 
El secreto mesiánico se refiere a la orden de Jesús de mantener oculta su condición de mesías hasta el momento de su resurrección. Por ello, casi cada vez que hace un milagro, normalmente de sanación, ordena Jesús al beneficiario que “No se lo diga a nadie”, que lo mantenga en secreto. Un ejemplo típico es Mc 1,40-44… y de su incumplimiento inmediato por el beneficiario:
 
“Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.» 41 Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» 42 Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. 43 Le despidió al instante prohibiéndole severamente: 44 «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.» 45 Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia”
 
Es cosa sabida en la investigación del Nuevo Testamento que este “secreto” es algo en sí raro e imposible, ya que las curaciones, u otros milagros, eran por lo general públicos y la fama de sanador que ello producía no se podía contener entre el pueblo. Era, pues, una orden incomprensible. La explicación de este secreto fue el tema principal de un libro básico en la historia de la investigación del Nuevo Testamento, el de Wilhem Wrede en 1901 (con el título Das Messiasgeheimnis in den Evangelien. Zugleich ein Beitrag zum Verständnis des Markusevangeliums, Gotinga 1901 (“El secreto mesiánico en los evangelios. Aportación a la comprensión del Evangelio  de Marcos”). El argumento principal de este libro es, en síntesis, el siguiente:
 
Como los cristianos primitivos no podían explicarse muy bien la poca proyección práctica –-sobre todo en los primeros pasos de la vida pública de Jesús– de la conciencia me­siánica del Nazareno y su rotundo fracaso al final de su vida, pensaron que la solución radicaba en la positiva vo­luntad de Jesús de mantener oculto que él era el mesías. Si se proclamó mesías e hizo tantos milagros pero Jesús tuvo tan poco éxito es porque Jesús hizo algo para que esto sucediera así. Entonces el evangelista Marcos tuvo la idea de cómo explicar este hecho: el secreto mesiánico como orden dada por Jesús mismo
 
Pero desde el punto de vista de la investigación moderna, el hiato entre la tradición anterior a Marcos, que presentaba a Jesús como maestro y taumaturgo, y la concep­ción mesiánica de Jesús que era sostenida por la comunidad de sus seguidores obligaron al evangelista a crear este lazo de unión entre ambos elementos por medio del “secreto”. Pero tal conexión era puramente ideológica y no correspondía a la situación histórica, es decir, en realidad Jesús nunca se creyó mesías y, por tanto, nunca hubo tal prohibición.
 
Con otras palabras: el secreto mesiánico fue una “tradición” creada artificialmente, en realidad un invento imaginado por la primitiva comunidad cristiana y retomado por Marcos, que compuso su evangelio no como un historiador objetivo, sino como un teólogo que escribe desde el punto de vista de la fe.  Aceptando la idea de que Jesús fue el origen del secreto, Marcos solucionaba el problema: el poco éxito de Jesús –aunque en verdad él se creía el mesías– se explicaba solamente porque fue el mismo Jesús  el que prohibió que su mesianidad se divulgara. Pero la interpretación moderna descubre el truco literario: como es evidente que tal orden es absurda (¿cómo va a ser Jesús el mesías por designio divino y a la vez considerar sensato que él mismo prohibiera  que se supiera este hecho?), la solución es que  el “secreto mesiánico” es un mero artificio literario de la comunidad primitiva a la que el evangelista Marcos dio forma literaria para explicar la dignidad real de Jesús como mesías y a la vez su fracaso en la práctica.
 
La explicación que se propone en una breve nota del artículo que comentamos es que hubo algo de real en la vida de Jesús que llevó al invento del “secreto mesiánico”. Es decir, se  parte del supuesto de que las propuestas de los evangelistas al interpretar teológicamente a Jesús hubieron de tener en muchos casos una base en su vida que sirvió como de trampolín para la interpretación teológica idealizada del Maestro. Ocurrió algo real que hizo Jesús y que luego Marcos lo interpretó de otro modo (naturalmente partiendo de la fe en Jesús como el mesías divino, resucitado y exaltado al cielo). Ese algo real que ocurrió es que Jesús  sabía muy bien las consecuencias políticas terribles y el peligro que corría su vida si se proclama mesías… Su idea de su propio mesianismo no se diferenciaba de la común entre los judíos. Por ello hasta que no estuvo seguro de que Dios iba a intervenir para implantar su reinado y que él como mesías tendría en ese Reino una función importante, ordenó que se mantuviera en secreto su condición mesiánica. Jesús era consciente de que afirmar que él era el mesías-rey era peligroso que lo podían matar al instante como habían hecho con otros; que los romanos caerían enseguida en la cuenta de que proclamarse rey y mantenerse dentro de la ley del Imperio era imposible. Por ello ordenó mantener oculta  su pretensión mesiánico-real hasta estar seguro del éxito.
 
Consecuentemente, Pedro –que era un tipo impetuoso y sincero– se apresuró a decir la verdad en el diálogo de Cesarea de Filipo (Jesús preguntó qué opinaban las gentes quién era él: Mc 8,27): Jesús era el Mesías… tal como lo pensaba la gente. Pero el Maestro reaccionó acusándolo de temeridad y de estar inspirado por Satanás (es decir, al revelar el secreto se podía perturbar el ritmo de su proclamación paulatina que pretendía). Marcos aprovechó también esta reacción de Jesús para poner en boca de este la “profecía” (ex eventu; “a toro pasado”) de que su mesianismo no era político, sino puramente religioso: era un sacrificio querido por Dios por toda la humanidad (Mc 830-31 y 10,45). Nadie lo comprendería hasta su resurrección (momento en el que se abrirían los ojos de la fe)…, con lo que los judíos y los romanos acabarían matándolo.
 
Piense el lector lo que parezca. Pero creo que esta presunción es razonable en los siguientes puntos:
 
1. El secreto mesiánico es una orden absurda y un artificio literario del Evangelista Marcos.
2. Normalmente nada se inventa teológicamente si no hay una base en la vida de Jesús que da pie a la interpretación idealizada posterior.
3. Jesús se creyó en verdad el mesías de Israel, pero el principio consideró muy peligroso divulgarlo, hasta que todo estuviera claro y tuviera apoyos. Sabía que su vida y la de sus seguidores corría mucho peligro: tanto Antipas como los romanos lo considerarían un sedicioso contra el orden constituido y procurarían quitarlo de en medio. Así que fue prudente.
 
Seguiremos explicando otros aspectos de la vida de Jesús que pueden aclararse si se defiende la hipótesis de que Jesús actuó o dijo ciertas palabras dada su condición mesiánica, lo que implicaba ipso facto, que el Imperio lo declarara sedicioso.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 
Jueves, 16 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero
 
En el artículo que comentamos aclara el Prof. Bermejo que no solo múltiples aspectos de la pasión y muerte de Jesús se aclaran si tomamos como base la hipótesis de un Jesús sedicioso, sino también otros detalles en principio poco claros de la vida pública de Jesús y del comportamiento de sus discípulos. Desarrollaré este punto.
 
1. El primero es el sorprendente aviso del Maestro a sus discípulos respecto al grave peligro que corrían sus vidas si lo seguían:
 
 
“El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,38).
 
 
“Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,24-25)
 
 
¿Por qué escoge Jesús expresiones tan duras para manifestar las consecuencias del seguimiento a su persona y a sus propósitos? En la época de Jesús no era como es hoy, que  pensamos que la cruz tiene un significado simbólico y significa los sacrificios diarios que impone la dureza de la vida a cada persona. Esta interpretación metafórica solo es posible cuando Lucas altera la frase de Jesús y la reinterpreta Lucas, unos cincuenta años después de la muerte de Jesús, cuando  añade un “cada día” que cambia totalmente el sentido de la frase: “«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. No era así, sino que la cruz significaba solamente el suplicio al que condenaban los romanos a todo aquel  que fuera un sedicioso para el Imperio.
 
 
¿Qué sentido tiene que los romanos crucificaran a unos predicadores itinerantes, liderados por un maestro totalmente pacífico, sin interés alguno por los aspectos políticos de la vida de su país, absolutamente inofensivo, que predicaba continuamente el amor? Un mensaje de paz y amor no es amenazante para nadie. Por el contrario, si un maestro itinerante mueve a las masas tras él y les predica que viene un reino de Dios que supone una total inversión de valores sociales ––Los primeros serán los últimos y los últimos los primeros (Mt 19,30) y que los pobres serán bienaventurados y no los ricos (Mt 5,3) que ya han recibido su recompensa en esta tierra (Lc 16,26)–– gracias a la venida de un Reino cuya primera condición es que los romanos se “vuelvan”  (conviertan) todos hacia la ley de Moisés o de lo contrario que sean expulsados del país?
 
 
Me parece evidente, pues, que Jesús predicaba algo, un reino de Dios,  que los romanos consideraban peligroso, tanto como para amenazar con la muerte en cruz a quien siguiera a un maestro que predicaba semejante cosa. Hay que insistir en que la cruz no tenía entonces significado simbólico-metafórico alguno. Jesús afirma que quien le sigue puede perder su vida. Y que si la pierde (¿a manos de quién? De los romanos naturalmente), resucitará para ganar una vida eterna en el mundo futuro, es decir, en el inminente reino de Dios.
 
 
2. La hipótesis de un Juan sedicioso y las represalias de los romanos contra ellos explican claramente la huida de los discípulos tras el episodio del prendimiento del Maestro en Getsemaní. Si eran todos gente totalmente pacífica, por qué Jesús y sus discípulos fueron atacados de noche por una tropa más o menos poderosa, y por qué, al verse perdidos, sus seguidores huyeron a toda prisa? Naturalmente porque temían por su vida. Pero los totalmente pacíficos y predicadores solo del amor no suelen  temer por su vida.
 
 
¿Acaso no temía por su vida Pedro cuando negó repetidas veces a Jesús durante la noche de su  detención? Que el hecho es histórico se demuestra con verosimilitud por el criterio de dificultad, ya que nadie inventa porque sí que el jefe de su grupo es un cobarde, un traidor y un desleal, sobre todo cuando hacía poco que había manifestado que estaba dispuesto a morir por él? = Mc 14,31: “Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.» Lo mismo decían también todos”. Por cierto, en esta frase aparece de nuevo el peligro de muerte que corrían aquellos que estaban dispuestos a seguir a Jesús.
 
 
3. Por último: según Lc 13,31 (“Se acercaron algunos fariseos a Jesús, y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes Antipas quiere matarte»”), parte de la vida itinerante y errática, incluido el paso a territorios fuera de Israel, se explica bien porque Jesús huía de Antipas; porque temía correr la misma suerte que su maestro Juan Bautista de manos del tetrarca de Galilea. ¿Por qué motivo? Por el mismo que indica Flavio Josefo  (Antigüedades XVIII 116-117) respecto a Juan: porque él, Jesús, representaba un peligro social, ya que movía multitudes y a la larga, o a la corta, podía provocar un tumulto de gentes que derrocaran, o hicieran temblar seriamente, el trono de Antipas. La amenaza era tan grave que el tetrarca pensaba que solo se podía arreglar con la muerte. Estas circunstancias se explican muy bien –al igual que el caso de Juan Bautista– si se piensa en una predicación religiosa de la inminencia de un reino de Dios que trastocaba todo el orden social y político existente.
 
 
Seguiremos
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 
Miércoles, 15 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero
 
Deseo hoy añadir algunas precisiones complementarias, quizás importantes, a lo sostenido ayer.
 
 
Concluíamos que es razonable suponer que las autoridades judías intervinieron en el prendimiento y en la muerte de Jesús, ya que –siendo Jesús en realidad un sedicioso contra el Imperio, y por muy bien que los pudiera caer la figura de un nacionalista judío, muy religioso y leal a su religión– primaron los intereses políticos y probablemente… económicos. La cuestión planteable con más detalle es la siguiente: ¿Partió la iniciativa para actuar en contra de Jesús directamente de Pilato? ¿Se limitó el Prefecto a expresar el descontento con las condiciones del país respecto a la lealtad para con el Imperio y a insistir en que se hiciera algo al respecto por parte de las autoridades judía? 
 
Una respuesta absoluta a esta pregunta no es posible. Pero sí lo es plantear un supuesto razonable partiendo del texto de Jn 11,47 – 50. Es posible que hubiera conversaciones previas entre Pilato y Caifás antes de realizarse la reunión informal de gran parte de los miembros del Sanedrín de la que da cuenta ese pasaje del Evangelio. Es posible que el Prefecto impulsara con ciertas amenazas, a Caifás para que este garantizara la lealtad a Roma  por parte no solo de este Consejo, sino también del pueblo de Jerusalén. Esto explicaría por qué los Evangelios dicen que los jefes de los judíos azuzaban al pueblo de Jerusalén a que pidiere él mismo la 15,13-14: “La gente volvió a gritar: «¡Crucifícalo!». Pilato les decía: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaron con más fuerza: «Crucifícalo!»”.
 
 
Según la escena que dibuja el Evangelio de Juan en 11,47-50, ciertamente no les convenía en absoluto a los miembros del Sanedrín que el nacionalismo religioso de un pequeño grupo pudiera suscitar algún movimiento popular antirromano en el entorno del Templo, lo que –a su vez– podría causar una violenta reacción por parte de los romanos y que muriera mucha gente (vv. 47-48: “Este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación»). Y segundo, tampoco les convenía que ese pequeño grupo –y además galileos– viniera a perturbar el excelente negocio del funcionamiento pacífico del Templo. Demasiado dinero en juego con la venta de animales y el cambio de moneda, más lo que los sacerdotes mismos obtenían de los sacrificios.
 
Así que es probable que, tras dejar de lado las discusiones internas (vv. 49-50): les  increpa Caifás: “Vosotros no sabéis nada…,ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación”), que demuestran que no todo el grupo del Sanedrín podría ser totalmente hostil a Jesús, se armaron de las mejores armas políticas (Lc 23,2: “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey»”) y entregaron a Jesús en manos de Pilato. Y este, encantado de que le facilitaran la labor. Entre los dos, Sanedrín y el Prefecto, lograron que el sentimiento antirromano no siguiera prendiendo entre el pueblo judío aunque por motivos fundamentalmente religiosos.
 
Esta es más o menos la reconstrucción posible de la escena gracias a los datos del Cuarto Evangelio. Pero debe quedar claro que lo que primaba el interés de los romanos. Y si no hubieran actuado los jefes de los judíos  para evitarse problemas, los romanos lo habrían hecho por su cuenta tarde o temprano. Y debe quedar claro que el juicio de verdad contra Jesús fue el romano; que allí hubo una cognitio extra ordinem, es decir, un juicio breve con acusación y fallo rápido por parte del Prefecto, y que fueron ellos, los romanos, los responsables de esa condena y de la muerte de los tres sediciosos.
 
Por consiguiente no creo que esté fundamentada, por un lado, la tendencia a exonerar absolutamente a los judíos del prendimiento y muerte de Jesús  (es decir, llevar al extremo  la tesis de “La patraña del pueblo deicida”, DStoria Edicions de Sabadell 2014, como ha hecho Josep Montserrat, el autor también de El Galileo armado, de EDAF 2011). Por otro, tampoco me parece legítimo exonerar totalmente  a los romanos, evitar la imagen de un Jesús sedicioso, ocultar el aspecto y consecuencias políticas de una predicación en apariencia exclusivamente religiosa y dejar que en el pueblo cristiano siga creyendo que la culpa de todo la tuvieron los judíos que por motivos estrictamente personales o de una religión mal enfocada; que fueron estos los que  acabaron con un Jesús totalmente inocente, manso y humilde y de corazón.
 
Esta postura, a la vez, fomenta el antisemitismo pensando que “los judíos” en general (ni siquiera distinguiendo entre los jefes y el pueblo; o entre una parte del pueblo de Jerusalén y el pueblo judío en general del siglo I) se movieron por una crueldad interna y malvada, o por un odio y envidia perniciosos contra Jesús, sino que en realidad todo ocurrió entre los judíos “como una decisión pragmática de las autoridades, y por lo tanto como el menor de dos males”, como expresa oportunamente F. Bermejo.
 
Y una nota más a la conclusión: no había en el Israel del siglo I ninguna separación entre religión y política; no había tampoco en el mundo antiguo en general, romano y griego en particular, ninguna separación entre religión y política. El emperador (que es un cargo militar) era  a la vez el pontífice máximo; el cuidado del culto a los dioses y el ofrecimiento de los sacrificios oportunos era importante y necesario para que no se encendiera la ira  divina y acabaran con una ciudad en concreto o con el estado completo ya que los humanos no cumplían sus deberes para con ellos; y cuando se emprendía una guerra lo primero que se hacía era sacrificar convenientemente a la divinidad  e interpretar los augurios y ómenes que esa misma divinidad había previamente dispuesto. Y en el siglo XXI no hay en otra religión abrahámica como es el islam ninguna separación entre religión y política.
 
Y, curiosamente, la separación entre religión y política, entre la Iglesia y el Imperio, comenzó en el siglo V por parte de la Iglesia y fue una cuestión de mera supervivencia política por parte de ella. Cuando el Imperio tardorromano se hundía en el último cuarto del siglo V, la Iglesia quiso separar su suerte (la Iglesia estaba constituyéndose ya en el mayor latifundista del Imperio, la mayor  propietaria de bienes raíces en iglesias, monasterios y campos adyacentes) de la del Imperio Romano.
 
Y para ello se aprovechó de una teología sobre la condición humana y la obra dela gracia divina que provenía de san Agustín en último término. La Iglesia sobre todo comenzó a promover una cierta separación del Imperio utilizando ideas que había propagado la obra de Próspero de Aquitania en el segundo cuarto del siglo V (De vera humilitate, que en realidad no hablaba de la humildad, sino de la riqueza de la Iglesia y de cómo justificarla): es tal la dependencia humana de la gracia divina –afirmaba– que el pasado, es decir, el Imperio, no contribuía para nada al presente. En realidad no se necesitaba ya al Imperio, porque con el advenimiento del cristianismo Dios lo había hecho todo nuevo (Apocalipsis 21,5); para reformar el mundo bastaba con el milagro diario de la gracia. De hecho, con esta doctrina empezó a fundamentarse la noción de que la historia de la Iglesia era independiente de la historia del Imperio. Y con esta idea comenzaba también a separarse el poder civil del eclesiástico que deseaba su propia independencia. Esto era solo el comienzo y faltará aún mucho tiempo para que la Iglesia llegue al extremo opuesto: considerarse superior al estado y exigir no solo el “poder de la cruz”, sino también “el de la espada”, en el sentido de que la segunda se someta plenamente a la primera.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
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Martes, 14 de Febrero 2017
 
Escribe Antonio Piñero
 
Otra de las preguntas que suelen formularse a propósito de la crucifixión de Jesús  es “¿Quién fue en último término el causante de su muerte?”. La investigación confesional más antigua solía echar la culpa por entero a las autoridades judías y prestaban absoluta fe a lo que se desprende de la lectura rápida de los Evangelios: fueron los jefes de los judíos. Los romanos y su prefecto –que no habían intervenido en la purificación del Templo– actuaron como meros comparsas y no fueron culpables en el fondo. Pilato, aun persuadido de la inocencia de Jesús, lo condenó a muerte por complacer a las autoridades judías y al pueblo. Ni siquiera es lícito hablar de soborno, sino de una mera cesión por parte del Prefecto a las presiones de los judíos.
 
Este punto de vista es simplemente inverosímil. No cuadra con el modo de ser de Pilato tal como lo describen Flavio Josefo y Filón: sus actuaciones cuando provocó a los judíos introduciendo estandartes de las legiones con el busto del emperador; de su enfrentamiento con el sacerdocio y el pueblo por el empleo de dinero del tesoro del pueblo para construir un acueducto para Jerusalén; de su asesinato de miles de samaritanos al  final de su mandato, por el cual fue destituido por Vitelio, y aprobado por Tiberio.
 
No parece posible que Pilato permaneciera impasible cuando los judíos mismos acusaban a Jesús de alteraciones de orden público y de hacerse su rey mesiánico, figura antirromana por excelencia. Como la crucifixión fue colectiva, y los judíos no pudieron ser responsables de la muerte en cruz de los dos bandoleros, parece evidente que los romanos actuaron como acusadores de esos dos personajes y los condenaron a muerte. ¿Es creíble que en ese caso colocaran a Jesús en medio de ellos, aun considerándolo inocente? No parece plausible.
 
Es inverosímil que los sumos sacerdotes hubieran actuado solo por pura envidia contra Jesús (Mc 15,10: Pilato “se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia”). ¿Cómo se inventaron igualmente los jefes religiosos de los judíos de las acusaciones contra Jesús que recoge Lucas 23,1-2 (“Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»), si es que eran una estricta mentira?  Es sencillamente inverosímil. E igualmente lo es, como afirma el Cuarto Evangelio, que ante todo el pueblo judío gritaran contra Jesús «No tenemos más rey que el César» (Jn 19,15).
 
Por el contrario, sí es verosímil la versión de este evangelio cuando pinta la escena de la deliberación del Sanedrín en casa de Caifás donde se pensó que lo mejor era eliminar a Jesús:
 
“Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. 48 Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» 49 Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, 50 ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación»” (Jn 11,47-50).
 
 
Esta versión es sumamente verosímil: hubo una actuación de consuno entre las autoridades judías y las romanas para quitar de en medio a Jesús por razones puramente políticas y de orden público…, en absoluto por razones de envidia, blasfemia contra Dios y otras acciones de Jesús contra la religión judía.
 
 
De ello se deduce que el prendimiento de Jesús fue probablemente una acción conjunta de la policía del Templo y de los romanos (Jn 18, 3: Judas llega al monte de los Olivos “con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas”). Incluso, si se me apura, parece inverosímil la presencia de guardias judíos contra Jesús, ya que iba en contra de las costumbres romanas de actuar solos y con disciplina militar estricta. Es más verosímil incluso que fueran los romanos solo lo que decidieron el prendimiento de Jesús y que –en todo caso– que se unieran a su grupo (cohorte) algunos acompañantes de Judas del entorno de los sumos sacerdotes. La decisión de prender a Jesús debió de partir en concreto de los romanos, por el interés que ellos mismos tenían. En todo caso podemos hablar también de una conjunción de intereses políticos (y económicos) por parte de las autoridades del  Templo con los intereses puramente políticos y de orden público de los romanos.
 
 
Por último: en general se suele explicar el silencio de Jesús ante Pilato (sobre todo) como un acto de majestad y autocontención, o bien como una decisión interna de aceptar el designio divino de su muerte en cruz con vistas a la redención de toda la humanidad. Pero, aparte de que una redención por toda la humanidad no encaja en absoluto con el perfil religioso de un judío a carta cabal como Jesús, el silencio de este, en especial ante Pilato (la escena de Jesús ante Herodes Antipas relatada solo por Lucas tiene muchas dificultades históricas), se explica mucho mejor si se tiene en cuenta el hecho de que un reo acusado de sedición puede temer verosímilmente que cualquier palabra que pronuncie ante la autoridad puede ser utilizada  en contra suya y de su causa.
 
 
En conjunto creo válido el resumen de la situación qua hace F. Bermejo en el artículo sobre “Jesús y la resistencia antirromana” que estamos comentando:
 
“La responsabilidad de la crucifixión de Jesús corresponde a Pilato, que tenía el imperium (el único con capacidad de ordenar una condena a muerte en la Judea del momento)… Debe quedar claro que Jesús podría haber sido arrestado y crucificado por el prefecto romano sin la intervención de los jefes de los sacerdotes, porque la predicación de Jesús, las pretensiones y las actividades eran extremadamente contrarias al dominio de Roma… El que fueron los sacerdotes los que persuadieron a Pilato para hacer el trabajo… los presuntos motivos (odio, la envidia, hostilidad mortal... ) son casi increíbles y son todos probablemente invenciones cristianas…
 
“Pero a la vez la idea de que las autoridades judías jugaron un papel en el destino de Jesús no deja de ser razonable... Si el Evangelio habla de la responsabilidad de las autoridades judías en detención de Jesús conserva probablemente un núcleo duro de la memoria histórica. El comportamiento  de los judíos –que implicaba la dura decisión de entregar a un compañero judío (o un grupo de judíos) a los romanos para su ejecución – se explica mejor si Jesús, efectivamente, había actuado como un sedicioso: con el tiempo se habían alarmado sumamente las autoridades por la gravedad del peligro político que constituía Jesús y su grupo, puesto que ello podría conducir fácilmente a la muerte de muchas personas inocentes por los romanos. Las autoridades judías tenían la responsabilidad de mantener el orden público y la paz en Judea y, por lo tanto, la obligación de cooperar en el mantenimiento del gobierno romano en su tierra.
 
Así pues, si tomaron parte los judíos en el prendimiento de Jesús, su intervención debió de haber sido de acuerdo con un escenario como el contenido en Jn 11,47-50 (citado arriba), pasaje que va en contra de la perspectiva del propio evangelista. Este texto es realista en la medida en que supone la existencia de actitudes profundamente contradictorios hacia Jesús dentro de las autoridades…, Los vv. 49-50 transmiten claramente la existencia de una discusión áspera entre las autoridades judías respecto a Jesús y, por lo tanto, parecen apuntar a la probabilidad de que al menos algunos de ellos tenían la intención de que se le permitiera a Jesús predicar y actuar sin perturbaciones ( " Si le dejamos ir de esta manera ... " : v. 48). La presuposición de la existencia de actitudes profundamente contradictorias hacia Jesús niega radicalmente la tendencia de los Evangelios a presentar a las autoridades judías en su totalidad como hostil a él”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 
Lunes, 13 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero
 
El artículo que estamos comentando de F. Bermejo se detiene aquí en la aclaración de indicios relativamente menores de la última semana de Jesús en  Jerusalén que se explican también, según él, con suficiente claridad, si se admite la hipótesis del Jesús sedicioso contra los romanos.
 
El primero es la extraña frase de Mc 11,11:
 
“Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania”
 
Después de su “entrada” triunfal, que debió de ser mínima, que tuvo lugar fuera de las murallas (en realidad no entra en la ciudad triunfalmente), Jesús pasa las puertas de la ciudad y penetra en el Templo, lo observa todo detenidamente y se va. Al día siguiente, v. 15, tiene lugar la denominada purificación del Templo: “Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas”.
 
Esta acción doble puede interpretarse de dos maneras:
 
1. Jesús entre en Jerusalén tranquilamente y visita el Templo como una acto de piedad. Se hace tarde y se retira a Betania. Es decir, todo es normal y no hay constancia alguna de lo que va a ocurrir al día siguiente.
 
2. Después de la entrada en Jerusalén, Jesús se dirige al Templo, “lo observa todo detenidamente y se va”. El acto de observarlo todo con precisión es un reconocimiento del terreno por parte de Jesús, para preparar lo que él sabe que va a ocurrir al día siguiente. La purificación será un acto peligroso y hay que prepararlo todo, por ejemplo, el modo de huida cuando se produzca el tremendo alboroto producido por la acción de volcar las mesas de los cambistas y abrir las jaulas de los animales. La observación previa y en secreto denota un plan premeditado y el miedo a las autoridades. Jesús sabe que  su acción va en contra del orden constituido.
 
El segundo es la manera de actuar el grupo en Jerusalén tanto en la entrada triunfal como en la Última cena: en los dos se respira en los Evangelios una especie de atmósfera secreta, preventiva, con contraseñas, que podría aclararse con el supuesto de que el grupo de Jesús tuviera que mantener en secreto sus actividades ante la policía o las autoridades. Leemos en Mc 14,13-17:
 
“Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle 14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: “El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?” 15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.» 16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua”.
 
 
Obsérvese:
 
 
· Jesús queda oculto. Da los discípulos ciertas indicaciones. Siguen a un hombre que les lleva al dueño de la casa. Este conoce a Jesús y basta con decirle “El Maestro”, sin más indicación. Los discípulos cumplen el mandato de Jesús y encuentran todo tal como Jesús había predicho.
 
 
Lo ocurrido puede interpretarse de dos maneras:
 
 
1. Jesús es un profeta, y por iluminación divina conoce el futuro. O él mismo es Dios, y sabe naturalmente lo que va a pasar.
 
 
2. Todo responde a un plan previamente convenido donde hay  ciertas contraseñas previas; el dueño sabe perfectamente de qué se trata, pues conoce bien a Jesús, y le presta una sala para celebrar una cena. Marcos la presenta como la Pascua, pero en ausencia de todo detalle de cena pascual en su misma narración, da la impresión de ser una cena de despedida de los discípulos o de preparación para un acto solmene que va a suceder.
 
 
 
El lector escoja entre las dos interpretaciones. Pero el historiador, por preceptiva del oficio, no puede aceptar la explicación sobrenatural.
 
 
La tercera escena que se explica perfectamente por la hipótesis propuesta –y en la que no hay que extenderse mucho– es la del prendimiento de Jesús en el huerto de Getsemaní. Comenta F. Bermejo:
 
 
“Lo que Jesús estaba haciendo allí, por la noche, rodeado de un séquito de hombres armados, es una cuestión que nunca se ha explicado de forma convincente entre la normalidad de los estudiosos. Sin embargo, si estaba preparando su grupo para la manifestación escatológica inminente de Dios (es decir, el inicio inmediato del Reino, que ya hemos explicado que según Zacarías 14 iba a comenzar en el Monte de los Olivos), la escena se vuelve significativa. El consejo de Jesús a sus discípulos de permanecer despiertos también se hace inteligible: habían sido asignados para montar guardia. Aunque el episodio de la detención sigue siendo enigmático, ya que ha sido manipulado con toda probabilidad, es claro que los seguidores estaban colectivamente listos para (y participar en) la resistencia armada, como se desprende de Lc 22, 49-50”:
 
 
“Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?»; y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha”.
 
 
Y puede añadirse que la historia de la traición de Judas –que los conduce a donde estaban congregados Jesús y sus discípulos– tiene más sentido aún, si todo lo que ocurrió allí es el resultado de un plan previamente preparado para los últimos eventos de la inminente llegada del Reino divino. Judas no tenía más que conducir a la turba y a los soldados romanos, al sitio indicado por el profeta Zacarías para el inicio de la acción de Dios. Es de suponer que tanto las autoridades judías como romanas conocían muy bien al grupo de Jesús, y que este no era un grupo desarmado e inofensivo: la resistencia era previsible.
 
 
Da la impresión, pues, de que todo va encajando bien dentro del marco de la hipótesis propuesta de “Jesús como sedicioso desde el punto de vista de las autoridades romanas”.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com 
Domingo, 12 de Febrero 2017
Otros enigmas acerca de la muerte de Jesús se resuelven también. Jesús y la resistencia antirromana (XXXIV)

 
Escribe Antonio Piñero:
 
Si como propuse ayer, al final, se acepta la idea de que no hay enigma alguno en la muerte en cruz de Jesús ya que se había declarado “rey de los judíos” (titulus crucis: Jn 19,19) la réplica de los jefes de los judíos es muy ilustrativa: “Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos”»), expresa con la claridad suficiente que Jesús se había proclamado rey. Pilato no estaba de acuerdo en eliminar esa placa colocada sobre la cruz de Jesús porque informaba exactamente de la condena:
 
“Esa inscripción fue leída por muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego… Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito»”.
 
 
Las frases del Evangelio de Juan indican que la muerte de Jesús junto con la de los otros dos “bandoleros” (propuse que se entendiera esta crucifixión colectiva de Jesús en medio de los dos sediciosos, como su jefe) se hizo cerca de los muros de Jerusalén de modo que todo el mundo escarmentase. Creo que Pilato tuvo que tener razones muy serias para ordenar una crucifixión colectiva  cerca de la Pascua, cuando en Jerusalén había cerca de cien mil personas y el impacto informativo era grande. Roma no condenaba a la cruz a cualquiera…, y menos en Judea, ya que una injusticia flagrante hubiera causado una revuelta inmediata en el pueblo, como sucedió cuando el prefecto introdujo en Jerusalén los estandartes de las legiones romanas que naturalmente portaban también el busto del emperador (Filón, Embajada a Gayo XXXVIII 299-305; Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XVIII 55-59) utilizó dinero del tesoro del Templo para construir un acueducto, llevar agua a la deficitaria Jerusalén y solucionar el problema continuo de la falta de agua para los peregrinos (la fuente de Siloé no daba abasto para todos). Aun siendo evidente la utilidad, los judíos se amotinaron contra Pilato (Flavio Josefo, Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XVIII 60-63).
 
 
· También recibe nueva  luz el episodio de Barrabás. No estoy pretendiendo decir que sea exactamente histórico (que no lo es, por las dificultades para admitir la existencia –jamás atestiguada en ningún lugar– de un perdón romano, cada año, para delincuentes graves e incluso sediciosos), sino porque en el entorno de esta historia Marcos señala que cerca del tiempo en el que fueron crucificados Jesús y sus dos posibles colegas, entre los presos de Pilato “había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato” (Mc 15,7). Ahora póngase en relación la muerte de Jesús por sedición, junto con otros dos y la noticia de que antes había habido una sedición contra Roma con el resultado de una pelea contra los romanos, y un muerto… No afirmo que pueda probarse estrictamente la relación entre los dos acontecimientos, pero da mucho que pensar. Únase también este episodio con lo de la crucifixión colectiva, arriba mencionada de nuevo.
 
 
· Si se acepta que la muerte en cruz de Jesús fue por sedición contra Roma, reciben nueva luz las chanzas de los soldados después del juicio romano contra Jesús. Todos los motivos de la burla se refieren a un condenado que se había proclamado rey contra el poder de Roma: los elementos de esta parodia son: la púrpura, vestidura real; la corona de espinas; la caña con la que lo golpean es el cetro; la proskínesis o adoración de rodillas ante él; la exclamación:  «¡Salve, Rey de los judíos!» (Mc 15,17-19). ¿Tiene sentido el que los soldados, no influenciados por los sumos sacerdotes, consideraran que Jesús merecía una burla de ese calibre si no se supiera como cierto que había mostrado públicamente que él era el mesías, el rey de Israel? Todo adquiere sentido, si se admite que a Jesús no lo condenaron por blasfemia, sino por sedición contra el Imperio.
 
 
· Tiene sentido el que los discípulos de Jesús portaran espadas, y que Jesús les ordenara “vender su túnica” y comprar espadas (Lc 22,36). Alguna confrontación iba a haber con los soldados romanos o al menos con la policía del Templo
 
 
· Tiene sentido el que Jesús prometiera a sus discípulos que iba a concederlos un reino, como se lo había concedido a él su padre (Lc 22,29), que les prometiera que iban a ocupar en ese reino futuro posiciones importantes (“juzgar a las doce tribus”: Lc 22,30 ) y que los discípulos se pelearan entre sí por conseguir el favor de Jesús de les otorgara los mejores puestos (Mt 18,1 y paralelos).
 
· Tiene sentido el que Jesús se opusiera al pago del tributo al César (Mc 12,14-16 y sobre todo Lc 23,2).
 
· Tiene sentido pleno el que los discípulos se defendieron con la espada en la escena del prendimiento de Getsemaní (el más claro es Jn 18,10, porque da nombres).
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
 
La foto es el único testimonio arqueológico de Poncio Pilato: la inscripción con su nombre descubierta en Cesarea Marítima en 1961 por Antonio Frova y que está en el Museo de Israel de Jerusalén. Texto :

…]S TIBERIEVM
…PON]TIVS PILATVS
…PRAEF]ECTVS IVDA[EAE]
 
Sábado, 11 de Febrero 2017
 
Escribe Antonio Piñero
 
La hipótesis de un Jesús sedicioso para el Imperio romano explica algunas de las cuestiones sobre la vida y la personalidad de Jesús que se plantean normalmente los exegetas, y sobre las que escriben miles de páginas… pienso que algunas inútiles. Así, en primer lugar, la hipótesis de un Jesús sedicioso explica con mucha sencillez la razón por la que Jesús fue condenado a muerte en cruz… y por los romanos, no directamente por los judíos.
 
Según el pensamiento del evangelista Marcos (14,61-64) Jesús fue condenado por blasfemia. Según Lucas, su condena fue un trágico error: un Jesús inocente y pacífico fue tenido por lo que no era, un Jesús subversivo (Lucas da a entender que las tres acusaciones formuladas contra Jesús en 23,1: “«Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey”) son en realidad falsas y que los testimonios de la testigos no coincidían. Es cierto que Jesús se declara “rey de los judíos” en el Evangelio de Lucas, pero de inmediato Pilato, el guardián del orden imperial, dice que “no halla en el ningún delito”. Eso significa que la realeza de Jesús –según Lucas– no ofendía al Imperio. Por tanto, era una relaza simplemente espiritual. En esa misma idea abunda el Evangelio de Juan (“Mi Reino no es de este mundo: Jn 18,36).
 
Las tres razones dadas por los evangelistas para la muerte de Jesús (blasfemia; simple injusticia; espiritualidad/un reino de Dios inocuo) no convencen para quien conozca al siglo I y a los personajes que intervienen en la condena. En primer lugar, según los evangelios mismos, Jesús jamás pronunció blasfemia alguna (era preciso que se pronunciara expresamente el nombre de Dios en una frase injuriosa contra él). Tampoco fue una blasfemia la purificación del Templo, ni mucho menos el conjunto de su enseñanza, tanto en Galilea como en Jerusalén. Marcos concluye, pues, explícitamente que los jefes de los judíos mintieron en esa reunión del Sanedrín. Además cuando llevaron a Jesús ante Pilato para que lo condenara a muerte (él era el único que poseía ese derecho, el denominado ius gladii = literalmente “derecho de espada”), los judíos omiten el cargo de blasfemia y le acusan de “muchas cosas” (Mc 15,3), pero no precisamente de aquello por lo que lo habían condenado según la ley judía. Y ¿de qué lo acusan? De lo más verosímil según la vida pública de Jesús. E igualmente, según los mismos evangelistas, el crudelísimo y duro Poncio Pilato, se encarga de defenderlo!!! Marcos, pues, prepara el terreno para que Lucas insista en el tremendo error de haber condenado a muerte a un justo inocente. E igualmente el Evangelio de Juan. Que se equivocaran tanto Herodes Antipas (que persiguió a muerte a Jesús: Lc 13,31) y Poncio Pilato es altísimamente inverosímil.
 
¿Cuál es, pues, la solución al “enigma” (según escriben algunos) de la muerte de Jesús?: pues que tanto Pilato como Antipas sabían por sus informadores que la predicación de Jesús sobre el reino de Dios era políticamente subversiva, y que al final de su vida Jesús se había declarado rey mesiánico de Israel. Y eso suponía un gravísimo delito de lesa (“herida”) majestad del emperador, Tiberio, y del Imperio mismo. Luego la condena a muerte en cruz por sedicioso era inevitable. He ahí la razón simple y sencilla de la muerte de Jesús apuntada ya por el patrón de recurrencia con treinta y seis indicios nada menos… que si se busca en los comentaristas confesionales es muy difícil que se encuentre. No hay enigma alguno en la causa de la muerte de Jesús.
 
Tampoco hay enigma alguna en el hecho de que Jesús no fuera crucificado solo (Mc 15,27. 32; Lc 23,33; Jn 19,18; a este tema ha dedicado F. Bermejo un artículo completo que los lectores pueden leer en “Academia.edu”). La solución más sencilla a este “enigma” es que; a) había relación entre los tres crucificados; los tres estaban condenados por el delito de sedición, como supone el suplicio escogido para la muerte; b) que Jesús estuviera colocado en el centro tiene como explicación probable el que él, Jesús, fuera el más importante de los tres; c) y si , flanqueado por los otros dos es que eran reos del mismo delito. Incluso el Evangelio de Marcos indica que esos dos individuos que sufren la misma suerte de Jesús podían ser denominados lestaí (bandoleros; es decir, sediciosos en la jerga política de la época; vocablo rebajado a simples “malhechores” por Lucas 23,33), parece también probable que Jesús fuera considerado un lestés, es decir, un sedicioso según las leyes del Imperio. Lucas pone en boca de uno de esos dos “bandoleros/sediciosos” que Jesús había sido condenado a la misma pena… Con cierta oscuridad está indicando –aunque no lo diga expresamente– que la causa de la condena es la misma.
 
En una palabra: no hay enigma ninguno en la muerte de Jesús ni tampoco en que fuera condenado en compañía de otros dos. La causa era clara según Poncio Pilato: “Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos”. Jesús era un sedicioso contra el Imperio Romano.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
 
Viernes, 10 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero
 
La presentación de ayer buscaba encuadrar  a Jesús, y por tanto comprenderlo, dentro del ambiente de la piedad judía, ni mucho menos solo dentro de los estudios sociológicos o políticos de la sociedad judía del siglo I. La posición de Jesús se comprende mejor como  una continuación de la vida y mentalidad de otros personajes de la historia de su religión, tal como Jesús habría leído y oído en la sinagoga. En realidad  esa posición sediciosa contra el Imperio era una de las expresiones de la fe absoluta, y más acendrada. en Yahvé y en sus designios. Pienso que muchos del pueblo en Israel, aunque no se atrevieran a desafiar al poder de la cúpula religiosa del pueblo judío y al poder romano con la valentía con la que lo hacía a veces la predicación de Jesús, lo admiraría muchísimo. La investigación independiente resalta este aspecto: Jesús sería como un héroe del nacionalismo de las masas judías del siglo I… precisamente porque era un hombre religioso. Ello explica que hasta el momento mismo de su condena y según el Evangelio de Marcos, Jesús gozaba de la simpatía absoluta del pueblo:
 
“Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo» (Mc 14,1-2).
 
 
En este punto señala F. Bermejo, en el artículo citado,  que
 
 
“El Jesús sedicioso no es todo el Jesús, y describirlo como un sedicioso no tiene como objetivo captar una especie de 'esencia'  total de su figura, sino simplemente una dimensión aspecto de él, aunque a la verdad un aspecto decisivo”.
 
 
Hay otros aspectos que caracterizan también a Jesús como un judío fiel, que ponen de relieve la naturaleza fundamentalmente religiosa de su personalidad, o el hecho de que la mayoría de las veces se dirigiera a las gentes en sus discursos tratando temas espirituales y morales. Si se considera así hay que aceptar que Jesús era algo más que un "mero sedicioso”. Esperaba y anunció que al final del presente orden de las cosas, que esta  estaba cerca,  y predicaba ante todo el Reino de Dios y la restauración de Israel. Pero todas estas ideas casan muy bien con ese aspecto de su figura poliédrica que estamos tratando de destacar, la derivación o las implicaciones políticas de su mensaje y de su actuación puesto que es persistentemente negado por parte de la investigación. El que estemos destacando que  Jesús fuera sedicioso contra el Imperio no niega en absoluto que, a la vez y sin contradicción alguna, fuera también una personalidad fundamentalmente religiosa. El reino de Dios que Jesús predicaba no era un simple programa político, sino ante todo moral, y espiritual.
 
 
Comenta F. Bermejo:
 
“Para los judíos del siglo I libertad nacional no era sólo una cuestión de política, sino que también fue de gran importancia espiritual… Por lo tanto, a diferencia de lo que el Jesús marcano y la investigación confesional estándar parecen implicar, no existe contradicción alguna entre ser un maestro religioso y ser un sedicioso como, por ejemplo, en el caso del Rabí Aquiba”.
 
Este es un ejemplo excelente, ya que Aquiba, junto con Hillel o Gamaliel, es considerado uno de los padres del judaísmo como se entiende hoy. Sin embargo, este maestro de la Ley, absolutamente  preocupado por la religión, no tuvo inconveniente alguno en mostrarse como un sedicioso contra el Imperio romano al apoyar intensa y públicamente a Bar Kochba como rey mesiánico de Israel…, con las consecuencias políticas que ello supuso: la aniquilación de Israel  como estado desde el 135 (tiempo de Adriano) hasta 1948 (constitución del estado de Israel).
 
Anteriormente al ministerio público de Jesús, al final de la vida de Herodes el Grande (hacia el 5 a. C.), unos fariseos piadosos, maestros de la Ley, animaron a unos cuantos jóvenes que echaran abajo a hachazos las águilas que coronaban una de las puertas del templo de Jerusalén, sencillamente porque suscitaban sentimientos idolátricos y de obediencia al poder blasfemo de Roma representado por las águilas de sus legiones. Y poco después, la gran revolución contra Roma surgida a propósito del censo del país en el 6 d. C. fue promovida por Judas el Galileo –a quien muchos ven solo como una suerte de guerrillero contra Roma– al que Flavio Josefo llama “maestro de la Ley” (este el significado de la palabra “sofista” que emplea en La Guerra de los judíos II 118).
 
En una palabra: como todo hombre grande, Jesús tuvo una personalidad poliédrica y compleja. Fue ante todo un maestro de la Ley y un proclamador del reino de Dios, pero eso no obsta que las autoridades políticas vieran en él un peligro político y social, es decir, un sedicioso. Y por eso lo mataron, no por otra cosa.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com
 
Jueves, 9 de Febrero 2017
Escribe Antonio Piñero:
 
Sigo con el tema de ayer en torno a la mentalidad de Jesús respecto a la batalla final que debía de constituir los momentos previos al Juicio y a la instauración del reino de Dios.
 
· Corroboro la idea ya expresada anteriormente: no andamos lejos de la verdad si pensamos que Jesús podría tener unas ideas muy parecidas sobre la ayuda decisiva de Dios. Escribe Hyam  Maccoby en su obra “Revolución en Judea”:
 
“Probablemente Jesús tenía en mente el ejemplo de Gedeón... La salvación tendría un aspecto ciertamente militar pero los fieles no sería meros espectadores del milagro divino. (Colaborarían con él), pero la gloria de la victoria sería principalmente de Dios (p. 158). "Jesús... era un profeta apocalíptico convencido, que consideraba que la lucha contra Roma se ganaría en gran medida por un medio milagroso. Por ello no tuvo que hacer serios preparativos militares. Solamente sería necesaria en todo caso una mínima. Jesús no tenía la mentalidad de un Judas Macabeo, es decir que pretendiera expulsar a los romanos por la fuerza de las armas, como Judas había expulsado a los griegos. Este no sería su propósito ya que tal empresa conduciría a la fundación de una dinastía real pero terrena. Lo que pretendía Jesús era que se inaugurara el reino de Dios, lo que suponía una nueva época en la historia del mundo. Pero esta posición jesuánica que suponía un desprecio del militarismo fue convertida por la iglesia paganocristiana en una suerte de doctrina pacifista (pp. 172. -73). Estoy de acuerdo con esta posición.
 
· El punto anterior lleva a la conclusión de que no es un argumento serio concluir que Jesús era totalmente pacifista porque su grupo poseía pocas armas, espadas en concreto. Argumentar así significa desconocer la mentalidad religiosa del siglo I, tanto en Judea como en el mundo grecorromano, a saber, la posibilidad real de que la divinidad interviniera continuamente en los asuntos humanos. Las ideas al respecto de Jesús eran, pues, como las de Gedeón y las de otros héroes de la historia de Israel. En el artículo, tantas veces citado de F. Bermejo, y que estamos comentando, este investigador trae a colación varios textos de los libros de los Macabeos que sirven de ilustración sobre cómo podría ser la mentalidad de Jesús:
 
“Al ver éstos el ejército que se les venía encima, dijeron a Judas: «¿Cómo podremos combatir, siendo tan pocos, con una multitud tan poderosa? Además estamos extenuados por no haber comido hoy en todo el día.» 18 Judas respondió: «Es fácil que una multitud caiga en manos de unos pocos. Al Cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos; 19 que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza que viene del Cielo. 20 Ellos vienen contra nosotros rebosando insolencia e impiedad con intención de destruirnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, y hacerse con nuestros despojos; 21 nosotros, en cambio, combatimos por nuestras vidas y nuestras leyes; 22 El les quebrantará ante nosotros; no les temáis»  (1 Macabeos 3,17-22)
 
 
“Entonces Judas Macabeo, al observar la presencia de las tropas, la variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los elefantes, extendió las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien sabía que, no por medio de las armas, sino según su decisión, concede él la victoria a los que la merecen. 22 Decía su invocación de la siguiente forma: «Tú, Soberano, enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca de 185.000 hombres del ejército de Senaquerib; 23 ahora también, Señor de los cielos, envía un ángel bueno delante de nosotros para infundir el temor y el espanto. 24 ¡Que el poder de tu brazo hiera a los que han venido blasfemando a atacar a tu pueblo santo!» Así terminó sus palabras” (2 Macabeos 15,21-24).
 
Y presento un  último texto  de 1 Samuel 14,6 en donde se ve que   esta confianza absoluta en Yahvé para la victoria ante los enemigos de Israel era muy antigua en Israel. El que habla es Jonatán, hijo del rey Saúl, y amigo de David:
 
“Jonatán dijo a su escudero: «Ven, crucemos hasta la avanzadilla de esos incircuncisos. Acaso Yahveh haga algo por nosotros, porque nada impide a Yahveh dar la victoria con pocos o con muchos”.
 
Esta, creo, podría ser la mentalidad de Jesús: para Dios era igual conceder la victoria con pocos hombres o con muchos. Lo único que importa es la ayuda divina. Hagamos por nuestra parte lo que podamos, porque Dios proveerá para la victoria.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero

Universidad Complutense de Madrid
www.ciudadanojesus.com

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Por si a alguien le interesa, aquí va un enlace radiof´pnico de una entrevista que me hicieron para World Press:
 
Enigmas de Jesús y del Cristianismo primitivo, con Antonio Piñero EDLR 1x3 04/02/2017 Ecos de lo Remoto
 
Miércoles, 8 de Febrero 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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