El ser humano nunca bajó de los árboles, ya que no tiene relación directa con un cuadrúpedo ni con un australopiteco, el primer primate que logró caminar en posición erecta y con sus manos libres. En realidad, el Hombre es la versión moderna de un primate ancestral que siempre fue bípedo y que vivía sobre la superficie, no en las ramas de los árboles.
Esta es la teoría que sostiene la paleontóloga del Centro de Investigaciones Cioentíficas de Francia (CNRS), Yvette Deloison, explicada en un libro que acaba de aparecer en Francia, titulado Prehistoria del peatón. La tesis está recogida también en un ilustrativo artículo difundido por el CNRS.
La teoría de Deloison se basa únicamente en argumentos anatómicos y científicos, como la Ley de Dollo, para llegar a este conclusión, ya que no existe de momento ningún fósil que pueda apoyar su hipótesis.
La Ley de Dollo sostiene que un órgano que haya perdido algunos de sus elementos a lo largo del tiempo, no retrocede ni recupera nunca su anatomía original.
Evolución irreversible
Eso quiere decir que todos los organismos muestran, experimentalmente, que la evolución es irreversible, si bien en ocasiones aparecen derivas genéticas reversibles dentro de una especie, que constituyen la excepción de esta ley.
Estudiando la anatomía humana, la antropóloga ha descubierto que las manos humanas nunca han podido servir de pies y que nuestra especie nunca ha caminado de cuatro patas, como pretenden las actuales teorías científicas.
Según estas teorías, el ser humano procede de una clase de homínido cuadrúpedo que evolucionó a partir del momento en que, por diversas circunstancias relacionadas con la supervivencia, comenzó a caminar erguido.
Según la anatomía, el origen de nuestra especie debía buscarse más bien en un antepasado no especializado, un vertebrado muy antiguo que no se parecía ni al hombre ni al mono, pero que presentaba características comunes al grupo.
Protohominoides bipes
El antecesor que reúne estas características, según Deloison, se llama Protohominoides bipes, un bípedo vertical con una cabeza más o menos esférica y una anatomía general muy próxima a la de los humanos.
Este Protohominoïde, al ser bípedo, conservó su mano primitiva y no especializada. Por el hecho de caminar erguido, su pie fue el que se adaptó hasta perfilarse como soporte de toda la estructura corporal.
Los datos genéticos permiten suponer que este ancestro común de los grandes simios y del hombre vivió hace 15 millones de años y que probablemente fue también el origen de los australopitecos, los cuales, así como los grandes simios (gorilas, chimpancés, orangutanes), se separaron de esta línea evolutiva unos ocho millones de años más tarde.
Sólo la hipótesis de un ancestro común, el así denominado Protohominoide, es compatible con el conjunto de datos anatómicos observables en los homínidos fósiles y actuales.
Híbrido simio y humano
El Protohominoide debía tener necesariamente una mano no especializada y un pie indiferenciado, ni simio ni humano. Su carácter bípedo es el que permitió el desarrollo de su cerebro, ya que al ser más vulnerable que los cuadrúpedos, necesitaba recurrir a sus facultades mentales para sobrevivir.
Ello no impidió que algunos Protohominoides menos capacitados buscaran refugio en los árboles, evolucionando hacia la anatomía conocida de los grandes simios y de los australopitecos, que de esta forma emergen como primos lejanos de la especie humana.
El origen y evolución de los homínidos es un proceso reciente: los hallazgos de los más antiguos progenitores directos del hombre, los Australopitecos, que vivieron en las sabanas africanas, permiten situarlos hace cuatro millones de años.
Según las teorías convencionales cuestionadas ahora por los estudios anatómicos, los primeros homínidos del género Australopiteco eran descendientes de grandes monos parecidos a los actuales chimpancés que vivían gran parte del tiempo en los árboles.
Estos homínidos sufrieron una serie de adaptaciones evolutivas, entre ellas la adquisición de la locomoción bípeda y de la postura erguida. Merced a estos cambios, se inició el progresivo desarrollo del cerebro de los hombres del Paleolítico y el desarrollo de las propiedades intelectuales humanas, origen remoto del Homo Erectus, responsable de la primera gran expansión geográfica de nuestra especie.
Esta es la teoría que sostiene la paleontóloga del Centro de Investigaciones Cioentíficas de Francia (CNRS), Yvette Deloison, explicada en un libro que acaba de aparecer en Francia, titulado Prehistoria del peatón. La tesis está recogida también en un ilustrativo artículo difundido por el CNRS.
La teoría de Deloison se basa únicamente en argumentos anatómicos y científicos, como la Ley de Dollo, para llegar a este conclusión, ya que no existe de momento ningún fósil que pueda apoyar su hipótesis.
La Ley de Dollo sostiene que un órgano que haya perdido algunos de sus elementos a lo largo del tiempo, no retrocede ni recupera nunca su anatomía original.
Evolución irreversible
Eso quiere decir que todos los organismos muestran, experimentalmente, que la evolución es irreversible, si bien en ocasiones aparecen derivas genéticas reversibles dentro de una especie, que constituyen la excepción de esta ley.
Estudiando la anatomía humana, la antropóloga ha descubierto que las manos humanas nunca han podido servir de pies y que nuestra especie nunca ha caminado de cuatro patas, como pretenden las actuales teorías científicas.
Según estas teorías, el ser humano procede de una clase de homínido cuadrúpedo que evolucionó a partir del momento en que, por diversas circunstancias relacionadas con la supervivencia, comenzó a caminar erguido.
Según la anatomía, el origen de nuestra especie debía buscarse más bien en un antepasado no especializado, un vertebrado muy antiguo que no se parecía ni al hombre ni al mono, pero que presentaba características comunes al grupo.
Protohominoides bipes
El antecesor que reúne estas características, según Deloison, se llama Protohominoides bipes, un bípedo vertical con una cabeza más o menos esférica y una anatomía general muy próxima a la de los humanos.
Este Protohominoïde, al ser bípedo, conservó su mano primitiva y no especializada. Por el hecho de caminar erguido, su pie fue el que se adaptó hasta perfilarse como soporte de toda la estructura corporal.
Los datos genéticos permiten suponer que este ancestro común de los grandes simios y del hombre vivió hace 15 millones de años y que probablemente fue también el origen de los australopitecos, los cuales, así como los grandes simios (gorilas, chimpancés, orangutanes), se separaron de esta línea evolutiva unos ocho millones de años más tarde.
Sólo la hipótesis de un ancestro común, el así denominado Protohominoide, es compatible con el conjunto de datos anatómicos observables en los homínidos fósiles y actuales.
Híbrido simio y humano
El Protohominoide debía tener necesariamente una mano no especializada y un pie indiferenciado, ni simio ni humano. Su carácter bípedo es el que permitió el desarrollo de su cerebro, ya que al ser más vulnerable que los cuadrúpedos, necesitaba recurrir a sus facultades mentales para sobrevivir.
Ello no impidió que algunos Protohominoides menos capacitados buscaran refugio en los árboles, evolucionando hacia la anatomía conocida de los grandes simios y de los australopitecos, que de esta forma emergen como primos lejanos de la especie humana.
El origen y evolución de los homínidos es un proceso reciente: los hallazgos de los más antiguos progenitores directos del hombre, los Australopitecos, que vivieron en las sabanas africanas, permiten situarlos hace cuatro millones de años.
Según las teorías convencionales cuestionadas ahora por los estudios anatómicos, los primeros homínidos del género Australopiteco eran descendientes de grandes monos parecidos a los actuales chimpancés que vivían gran parte del tiempo en los árboles.
Estos homínidos sufrieron una serie de adaptaciones evolutivas, entre ellas la adquisición de la locomoción bípeda y de la postura erguida. Merced a estos cambios, se inició el progresivo desarrollo del cerebro de los hombres del Paleolítico y el desarrollo de las propiedades intelectuales humanas, origen remoto del Homo Erectus, responsable de la primera gran expansión geográfica de nuestra especie.