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La física intuitiva deja su huella en nuestras fantasías

Nuestra imaginación está limitada en parte por la percepción


Nuestras fantasías se rigen por la física intuitiva, nuestro sentido innato de cómo funciona el mundo: hasta en Harry Potter hay gravedad porque nuestra imaginación está limitada por la percepción.


18/11/2019

Las personas recurrimos frecuentemente a la imaginación para suponer cómo serían las cosas en otros mundos de fantasía: pensamos que las personas pueden volar, que es posible hacer levitar a una rana o convertirla en piedra.

Son episodios muy corrientes en los mundos fantásticos que gustan tanto a niños como a mayores y que no sólo sirven de entretenimiento: también desvelan secretos de cómo nuestro cerebro organiza la elaboración de esos escenarios.

Este proceder ha sido analizado en diferentes estudios realizados en el pasado. Por ejemplo, tal como explicamos en otro artículo, se sabe que la actividad cerebral fluye en sentido contrario cuando imaginamos algo.

En ese momento, se produce un aumento del flujo de información desde el lóbulo parietal del cerebro hacia el lóbulo occipital, justo al contrario de lo que ocurre cuando recreamos mentalmente imágenes reales.

Imaginarios, pero menos

Una investigación desarrollada ahora en la Universidad de Harvard, y publicada en PLOS ONE, ha descubierto que esos mundos imaginarios son en gran parte reflejo del mundo que percibimos y no tan alejados de las leyes que rigen la física ordinaria.

Lo ha descubierto porque ha constatado que, cuando imaginamos, recurrimos a lo que se llama física intuitiva, una especie de sentido innato que nos permite saber espontáneamente  cómo funciona el mundo físico.

Gracias a esta física intuitiva, hasta un niño pequeño entiende que hay ciertas reglas en el mundo: por ejemplo, si suelta un juguete, inexorablemente se cae al suelo. Un coche grande pesa más que uno pequeño, y no es posible atravesar ni siquiera a los superhéroes que tiene en sus manos.

Esta física intuitiva la ejercemos incluso cuando soñamos mundos imaginarios: Superman, por ejemplo, a pesar de sus poderes, no puede llegar de un salto a Krypton (su planeta de origen). Al igual que los humanos, debe recorrer un trecho si quiere visitarlo. Hasta en Harry Potter la gravedad existe.

Los investigadores de Harvard sugieren que, si bien investigaciones anteriores han demostrado que las personas confían en su conocimiento del mundo real para construir mundos imaginarios, una forma importante de hacerlo es recurriendo a la innata física intuitiva.

Esfuerzo diferente

Señalan en su artículo que “cuando las personas juzgan la plausibilidad de una violación física particular en un mundo mágico, pueden considerar la cantidad de fuerza o esfuerzo que su teoría intuitiva de la física sugiere que sería necesario para lograr ese cambio en el mundo real”.

Por ejemplo, aun cuando estamos en el mundo imaginario, pensamos que se requiere menos esfuerzo para hacer levitar a una rana que para convertirla en piedra. Por eso en muchos cuentos, los aprendices de brujos o magos empiezan a practicar con la levitación.

Es una suposición implícita en el relato mágico que tiene su base en la física intuitiva que nos acompaña desde los primeros años de nuestra vida, según ha establecido esta investigación.

Por este motivo, los autores consideran que el sentido intuitivo no solo respalda nuestra comprensión del mundo "real", sino que también conforma la ficción que creamos con nuestra imaginación.

Tomer Ullman, autor principal de esta investigación, lo explica así en un comunicado : “Básicamente, cuando construimos el lienzo de un mundo imaginario, importamos algunas cosas de nuestro mundo, por lo que si bien hay algunas cosas que han cambiado, como el hecho de que las personas puedan realizar magia, hay otras cosas que asumimos".

Tres estudios

Esta constatación se obtuvo mediante un experimento poco ortodoxo desarrollado con una serie de voluntarios, a los que se pidió que clasificaran diferentes hechizos, como hacer levitar a una rana o convertirla en un ratón, según su dificultad.

Los resultados de este experimento mostraron que todos los participantes coincidían en que cuesta más trabajo conseguir algunos efectos mágicos que otros: es más sencillo cambiar el color de una rana que convertirla en un conejo.

La investigación tuvo en cuenta también la posibilidad de que esa valoración estuviera condicionada por relatos de mundos ficticios conocidos por la literatura o el cine y descubrió que la influencia de esta cultura fue mínima en el resultado.

En un segundo experimento, se preguntó a los voluntarios sobre los mismos hechizos, pero con vacas en vez de ranas. Y la valoración del esfuerzo necesario para conseguir el efecto mágico era el mismo que con el de las ranas: es más sencillo hacer levitar a una vaca que convertirla en un elefante.

En un tercer experimento, los investigadores replicaron con muchos más voluntarios el primer ejercicio (con ranas) y los resultados fueron idénticos que los obtenidos con menos voluntarios.

Conocimientos innatos

Estos resultados coinciden con los obtenidos tras décadas de investigación, según los cuales los niños pequeños, incluso de solo 4 meses de edad, ya poseen cierta jerarquía cuando se trata de emplear la física intuitiva.

Comprender cómo funcionan esos sentidos intuitivos y de dónde provienen podrá ayudar a arrojar nueva luz sobre cómo funciona el cerebro, señalan los investigadores.

Una vez establecido que sin física intuitiva no hay mundos imaginarios, los investigadores plantean que cuando fantaseamos usamos por un lado conocimientos innatos y por otro lado conocimientos adquiridos a lo largo de la vida, aunque sea muy corta.

Tal vez por este motivo, el cerebro despliegue un esfuerzo diferente cuando imaginamos: según otra investigación publicada en PNAS en 2013, en ese momento, una red neuronal se activa por todo el cerebro y manipula conscientemente las imágenes de nuestra fantasía.

Referencia

Judgments of effort for magical violations of intuitive physics. John McCoy, Tomer Ullman. PLOS ONE 14(5): e0217513. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0217513



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