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Salida del laberinto. Una trayectoria intelectual Juan Antonio Martínez de la Fe , 08/06/2020
Salida del laberinto. Una trayectoria intelectual
Ficha Técnia

Título: Salida del laberinto. Una trayectoria intelectual
Autor: Lluís Duch
Edita: Fragmenta Editorial, Barcelona, 2020
Colección: Fragmentos
Traducción: Iris Parra Jounou
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 220
ISBN: 978-84-17796-25-9
Precio: 18 euros

Lluís Duch no necesita presentación. Tanto las obras publicadas durante su vida como las aparecidas tras su muerte gozan de gran prestigio por la temática abordada y por la profundidad con la que accede a cada una de ellas, tanto en el campo de la teología como en el de la antropología.

En su día, dictó una serie de Lecciones en la cátedra Ferrater Mora, de la Universidad de Gerona, y fruto de aquellas Lecciones nació esta obra que es una síntesis autorizada de su pensamiento y una autobiografía vital e intelectual.

¿De qué laberinto habla el autor? En sus palabras: “En la enorme variedad de culturas y formas de vida, toda existencia humana ha sido -y sigue siendo- en términos religiosos o profanos, consciente o inconscientemente, un intento, un experimento, una apuesta por salir del laberinto que es la vida humana misma”. Echar una mirada a un extenso atrás y a un futuro más breve, un recorrido por ese laberinto que ha sido su vida desde un punto de vista religioso y antropológico. Se trata, pues, de una referencia autobiográfica que recoge los lugares que marcaron su trayectoria como monje benedictino y su quehacer como antropólogo, deteniéndose en aquellos mojones de su pensamiento.

Montserrat y Tubinga

Si bien destaca cuatro espacios vitales como más importantes en su vida, Montserrat, Tubinga, Münster/W y Múnich, solo se detiene en los dos primeros. Desde su vida monástica, vivió los últimos años del franquismo y todo el Concilio Vaticano II, convenciéndose de que el éxito que tuvo la dictadura se debió, en gran parte, al fracaso ideológico y moral de las izquierdas, con la contribución de las carpetovetónicas derechas. Le influyó, en aquellos años, el pensamiento de Teilhard de Chardin, consecuencia del final feliz que el sabio jesuita preveía para la historia de la humanidad. Y, por supuesto, la paulatina aparición de textos que revelaban el horror del nazismo, que le hicieron descubrir la capacidad del hombre para causar mal a sus semejantes y no en situaciones excepcionales, sino en la cotidianidad burocratizada: burocracia y mal son dos realidades que, a menudo, comparten los mismos rasgos.

Mircea Eliade fue faro de sus lecturas, que le llevaron a descubrir cómo las incompatibilidades entre las dos culturas, la semítica y la griega, presentes en la cultura occidental y del propio cristianismo, habían contribuido a la trágica historia europea. Con sus palabras: “La cuestión del otro, el choque de culturas, la relación entre igualdad y diferencia, la descripción de eso que, a pesar de la innegable diversidad cultural, es común a todos los seres humanos, etc., de un modo explícito o implícito, serán las referencias omnipresentes de mi trabajo”. Ideas todas ellas que le llevaron a formular uno de los principios rectores de su antropología y que, de manera reiterada, aparece a lo largo de las páginas del libro: para el ser humano no hay posibilidad extracultural; se trata de una cultura concreta, con sus posibilidades expresivas y también sus límites, en todos los ámbitos de la existencia humana.

Se convenció de que un sabio equilibrio entre los efectos y los afectos tiene una decisiva importancia para el desarrollo tendencialmente armonioso del ejercicio de nuestro oficio de hombres y mujeres; y de que el sentido del humor es uno de los antídotos más poderosos contra las patologías humanas, ocasionadas casi siempre por la conquista y la administración del poder.

Su estancia formativa en Tubinga marcó, también, profundamente a Duch. En contacto con lo más destacado de la intelectualidad de la época, evolucionó en su postura de admiración por Eliade a posiciones más críticas. Aquí, su planteamiento antropológico se fue consolidando . Cada vez le fue más evidente que cualquier proyecto humano hallaba solo realizaciones provisionales, nunca con pretensiones de culminación definitiva y perfecta, en el transcurso del proyecto de los seres humanos.

Allí, se dispuso a ser capaz de soportar la presencia desestructuralizadora del misterio del mal que, siempre de un modo entre oportunista, acrítico y apologético, se intenta reducir a un simple problema. También se convenció de que el interrogante fundamental de toda antropología y de toda teología era: ¿qué es -o, mejor- qué va siendo el ser humano?, porque este ser humano es siempre una cuestión en danza, un qué que no encuentra en este mundo una respuesta definitiva, sino que, continuamente, se encuentra en procesos de contextualización y de interpretación; no es un ente a priori, sino un a posteriori.

Narradas estas experiencias vitales de su biografía, Duch plantea su propuesta sobre temas fundamentales que, como mojones en la vía, van marcando su salida del laberinto. Y es la estructura, el primero de los asuntos abordados.

Estructura

Parte Duch de la base de que existe igualdad de todos los seres humanos de todos los tiempos y latitudes y todos poseemos unas predeterminaciones o estructuras comunes que solo colapsan cuando intervienen las articulaciones de cada una de nuestras determinaciones biográficas, religiosas, sociales, etc. Hombres y mujeres de todos los tiempos somos radicalmente iguales, pero históricamente, en relación con las determinaciones de cada individuo y grupo humano, somos cultural y biográficamente diferentes. Y, aquí, de nuevo, el leit motiv de toda la obra: para el ser humano no hay ningún tipo de posibilidad extracultural.

Esto, evidentemente, tiene sus consecuencias antropológicas. No hay ningún punto firme que marque con decisión el rumbo de la existencia humana, sino que todo es relativo y depende de los intereses y de las comodidades que unos y otros tienen o se proponen conseguir en cada momento; se ha acabado la Modernidad, con sus ideales de justicia y libertad, de felicidad y de progreso para todo el mundo: ahora nos vemos obligados a compensar y a ser compensados ya que el tejemaneje ocupa el lugar de la responsabilidad.

Homo loquens

Para todo tipo de relaciones que, inevitablemente, establecemos los seres humanos, lo primero y lo más fundamental es el lenguaje. La cuestión actual es que el poliglotismo inicial, por el que cada lenguaje configuraba la vida de hombres y mujeres, desde finales del siglo XVII se ha ido reduciendo drásticamente a un monolingüismo centrado en lo económico, lo que constituye un peligroso desencadenante de toda forma de violencia.

Y en este proceso de desarrollo de las sociedades, especialmente en las occidentales, tiene papel preponderante la transmisión de saberes, costumbres, paradigmas, modos de vida, etc. Para Duch, hoy día, los procesos de transmisión se encuentran dominados por los intereses de todo tipo manipulados por el poder y, específicamente, por las distintas estrategias e intervenciones adoptadas por el poder económico. Y se plantea: ¿quién transmite y qué transmite? Y piensa que existe una fallida confianza en las estructuras de acogida: una acogida que ha de contar con la firme voluntad de acoger en los transmisores y una atmósfera de confianza en los receptores.

Símbolo y mito

Punto de especial interés para el autor es el referido al símbolo. ¿Qué entiende por símbolo? Un artefacto material o inmaterial que mediatamente presente lo que está inmediatamente ausente. En sus reflexiones, llega a la conclusión de que el ser humano es un animal ubicado en tramas de significación que él mismo ha tejido. Cita las palabras de Geertz: “la cultura denota un esquema históricamente transmitido de significaciones representadas en símbolos, un sistema de concepciones heredadas y expresadas en formas simbólica por medios con los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y actitudes frente a la vida”, frente al laberinto cuya salida busca el autor en esta obra.

Igual ocurre con el mito, que no deja de ser una historia, una fábula simbólica, simple e impresionante que resume un número muy grande de situaciones más o menos análogas, que permite abarcar de una ojeada ciertos tipos de relaciones constantes y librarlas de la confusión de las apariencias cotidianas. Y, en este apartado, hace una serie de especiales consideraciones entre mythos y logos, dos realidades que no son autoexcluyentes, consecutivas o yuxtapuestas, sino que el logos siempre está en el mismo corazón del mito y este en el de aquel.

Como antropólogo, Duch nos ofrece un detalle sobre los modelos antropológicos, a los que divide en tres grupos en función de la caracterización que hace cada uno de ellos hacia el ser humano. En primer lugar, desarrolla la antropología optimista, que se basa en la creencia de que el ser humano es naturalmente bueno. A ella se opone la antropología pesimista, para la que el ser humano es ontológicamente, estructuralmente, malo o, mejor, deficiente, caído, incapaz de hacer el bien. Y existe una tercera antropología que denomina de la ambigüedad, para la que el ser humano es indefinición, es libre, aunque, eso sí, condicionalmente libre; un ser humano que tiene miedo, incluso angustia, de esa libertad. Es a esta tercera clase a la que se apunta el autor, pensando que somos constitutivamente ambiguos, seres no fijados que hacemos recorridos en zig-zag.

Religión, lo religioso, la verdad

Y esta omnipresente ambigüedad de todo ser humano se expresa con un síntoma que es la religión; no en vano las religiones históricas ofrecen un mensaje salvador, consolador y, en ocasiones, acusador y perturbador. Y todo lo que es cuestionable (la religión, el hombre, la cultura, la política) es una extraña mezcla de bien y de mal, de verdad y falsedad, de fuerzas creadoras y destructoras, de libertad y necesidad. En este sentido, cree el autor que no puede haber una definición universal de religión, pues cada una de ellas lo son en función de las posibilidades expresivas y axiológicas de la cultura concreta que articula lo religioso en espacios y tiempos concretos.

Esto da pie a la existencia del pluralismo religioso, que define como “una situación social en la cual personas de diversas procedencias étnicas, con distintas cosmovisiones y moral, conviven de forma pacífica e interactúan de manera amistosa”. Para Duch, es lo religioso lo que es estructural en el ser humano, mientras que las religiones son la concreción histórica de cada hombre y cada mujer. Y aquí aborda, aunque de manera somera, el tema de la verdad.

Y, por supuesto, la cuestión de Dios, que subyace permanentemente. “Acercarse al misterio de Dios implica considerar un grupo de cuestiones con unos registros de cariz gramatical, contextual, histórico, social, etc.” Y tener la soberbia pretensión de saber por adelantado quién es o qué es o no Dios, comporta negarse a reconocer la realidad finita y contingente del ser humano. Y, citando a John D. Caputo, afirma que “Dios es el nombre del otro, de cualquier otro, sin importar quién”.

No cabe duda de que, hablando de Dios, no puede faltar la presencia de los místicos, quienes intentan una identificación definitiva con aquello (personal o impersonal) que consideran el origen y meta de su existencia. Y considera el autor que la mística es una actitud y una praxis irrenunciables para toda existencia humana.

¿Se relacionan religión y política? Para Duch toda religión tiene, de un modo u otro, exigencias políticas y toda política tiene, de un modo u otro, exigencias religiosas. Las religiones históricas no se contentan con el cuidado de las almas, sino que también, con figuras y fórmulas muy variadas, tienen carácter religioso-económico-político, aspirando a determinar y dominar la vida ciudadana y estatal; y, políticamente, tanto las derechas como las izquierdas, se interesan por incidir con eficacia en la conciencia de hombres y mujeres, en el ámbito de sus valoraciones morales y de sus convencimientos más profundos y religiosos.

Se refiere el autor también a aquellos pensadores que han incidido en la formación de su pensamiento. Estableció que romanticismo e ilustración no son solo dos épocas históricas concretas, sino que son estructuras insuperables del ser humano que, por más esfuerzo que emplee, nunca podrá dejar de ser coincidencia de opuestos, indefinible y afectado por la inefabilidad que la mayoría de tradiciones suelen imputar al mundo de lo religioso. Georg Simmel, Hans Blumenberg, Odo Marquard, Rainer María Rilke, desfilan por estas páginas.

“Resulta evidente que la búsqueda del otro debería ser el tema indiscutible de las ciencias humanas actuales”. Así comienza Duch un capítulo dedicado a El otro y la antropología. Sin embargo, las humanidades están siendo desplazadas de nuestros sistemas educativos; la razón de este relegarlas no está en que no se encuentran entre las disciplinas económicamente rentables, sino en el miedo de los gobernantes a la crítica, a la búsqueda de criterios alternativos, a la capacidad que tienen las humanidades para la deconstrucción de los sistemas que el poder da por definitivamente consolidados e irreformables.

El desencanto y la desconfianza han propiciado una civilización del olvido, sin caer en la cuenta de que el homo loquens es también, inevitablemente, un ser tradicional. Una sociedad saludable necesita un conocimiento intenso y extenso de la propia tradición; y “la verdadera tradición es siempre recreación porque críticamente, en un doble movimiento de aceptación y rechazo, asume diferentes procesos de contextualización y administración de las distintas herencias que nos vienen del pasado”. Necesitamos saber de dónde venimos para poder situarnos crítica y sapiencialmente en el momento que nos toca vivir.

Y, para bien o para mal, donde hay humanidad hay necesariamente traducción; ya que no disponemos de una lengua perfecta, común a todos, siempre nos vemos obligados a la traducción e interpretación, ya que entender es traducir. Sin olvidar que contextualizar y contextualizarnos, es decir, a traducir y a traducirnos, equivale, de hecho, a traicionar y traicionarnos; hay que caer en la cuenta de que el vivir y el convivir de los humanos implica una inmersión permanente en el arte de encontrar criterios, ya que el traducir (casi siempre, una forma de traicionar) es siempre un asunto coyuntural, marcado por los límites que nos imponen la inestabilidad y fugacidad del momento actual.

Del mayor interés es el último capítulo de este interesante libro, titulado Conclusión. En unas pocas páginas, muy densas, el autor nos resume lo que ha expuesto a lo largo de su obra. Este párrafo cierra prácticamente su estudio: “La salida verdadera y real del laberinto que es siempre nuestra experiencia concreta nunca deja de ser un interrogante con respuestas, si las hay, que no son sino nuevas preguntas con renovadas respuestas-preguntas, y así ad infinitum”.

Concluyendo

Este libro es, probablemente, uno de los más íntimos y profundos de Lluís Duch. Nos expone la biografía de la formación de su pensamiento y nos presenta temas que han fundamentado su experiencia intelectual, religiosa y antropológica. Aquí se han expuesto unas pinceladas del contenido de su obra; en definitiva, no son sino invitaciones a adentrarse en la lectura sosegada y meditada de tan ambicioso texto.

Índice

Prólogo

Introducción: el factor biográfico

I Mis tiempos y mis espacios vitales
1 Montserrat
2 Tubinga

II Los grandes temas
1 Estructura – historia
a Antropología y tradición
2 Homo loquens
3 Las transmisiones
a Las estructuras de acogida
4 El símbolo
5 El mito
6 Modelos antropológicos
a Antropologías optimistas
b Antropologías pesimistas
c Antropologías de la ambigüedad
7 Religión - cristianismo
a El pluralismo religioso
b La cuestión de Dios
c Teologías protestantes
d Antropología y mística
e Religión y política
f Tradición cristiana y tradición socialista
8 Salida del laberinto

III Descubrimientos: autores

IV El otro y la antropología

V Traducciones e introducciones

Conclusión


Salida del laberinto. Una trayectoria intelectual
Notas sobre el autor

Lluís Duch (Barcelona, 1936 - Montserrat, 2018) era doctor en antropología y teología por la Universidad de Tubinga y ha sido profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Fructuoso de Tarragona y en la Abadía de Montserrat. Fue monje de Montserrat desde 1961. Tradujo escritos de Lutero, Müntzer, Silesius, Schleiermacher y Bonhoeffer. Fue galardonado con la Creu de Sant Jordi (2011).

Es autor de más de cincuenta libros y opúsculos y de más de trescientos artículos y colaboraciones en obras colectivas. Su dilatada trayectoria intelectual fue reconocida y estudiada en el libro de homenaje Empalabrar el mundo. El pensamiento antropológico de Lluís Duch. También publicó Religión y comunicación, obra que compone una suerte de díptico junto con el volumen Religión y política (2014), y El exilio de Dios (2017) y la obra póstuma Salida del laberinto. Una biografía intelectual (2020). En 2019 Ignasi Moreta publicó Conversación con Lluís Duch. Religión, comunicación y política, y en 2020 estuvo a cargo de la edición dei Conceptos fundamentales de antropología y religión, de Lluís Duch. Duch también tradujo e introdujo Moisès i Aaron, de Arnold Schönberg (2012), con la colaboración de Josep Barcons. Y fue el autor de la introducción del libro Violencia y monoteísmo, del egiptólogo alemán Jan Assmann (2014).






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08/06/2020 Comentarios



Redacción T21
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