Reseñas
Hillbilly, una elegía rural
Redacción T21 , 17/04/2017
Memorias de una família y una cultura en crisis
Ficha Técnica
Título: Hillbilly, una elegía rural
Autor:J. D, Vance
Edita: Ediciones Deusto. Barcelona, abril de 2017
Materia: Relatos
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 256
ISBN: 978-84-234-2723-9
PVP: 19,95 €
En Hillbilly, una elegía rural , J.D. Vance cuenta la historia de unos habitantes que se han ido degradando lentamente durante más de cuarenta años y cuyo declive ejemplifica a la perfección su disfuncional familia. De la mano de su violenta abuela, de su madre drogadicta o de su ausente padre, Vance retrata los anhelos, las luchas y conflictos, los valores y la incansable búsqueda de culpables para responsabilizar de su desdicha a una comunidad olvidada durante años por el sistema y ahora, tras la victoria de Donald Trump, convertida en centro de atención.
El resentimiento, la falta de ambición y una combinación letal de victimismo y pesimismo junto a una devoción por el país, una fervorosa fe en Dios y un desaforado sentido del honor han hecho que los hillbillies posean una tendencia a la violencia física y verbal, al alcoholismo y las drogas, se conformen con vivir de los subsidios del Gobierno y sean despreciados por sus compatriotas de ambas costas del país.
Por qué escribí este libro
Escribí este libro, dice el autor, porque he logrado algo bastante ordinario, cosa que no les sucede a la mayoría de los chicos que crecieron como yo. Porque yo crecí siendo pobre en el Cinturón del Óxido, en un pueblo acerero de Ohio que ha estado perdiendo puestos de trabajo y esperanzas desde que tengo memoria.
Mis abuelos, ninguno de los cuales acabó la educación secundaria, me educaron, y solo algunos parientes lejanos fueron a la universidad… Yo era uno de esos chicos con un futuro lúgubre. Casi dejé el instituto. Casi me dejé llevar por la ira profunda, por el resentimiento que sentía todo el mundo a mí alrededor… Independientemente del talento que tenga, estuve a punto de cagarla hasta que un puñado de gente, que me quería me rescató.
Quiero que la gente sepa qué se siente cuando se está a punto de dejarlo todo y por qué es posible no hacerlo. Quiero que la gente comprenda el “sueño americano” tal como mi familia y yo nos lo encontramos. Quiero que la gente comprenda qué es la movilidad social ascendente. Y quiero que la gente comprenda algo que he aprendido sólo hace poco: que los demonios que hemos dejado atrás quienes tenemos la suerte de vivir el sueño americano siguen persiguiéndonos.”
“Me identifico con los millones de americanos blancos de clase trabajadora y de ascendencia escocesa e irlandesa que no tienen un título universitario. Para esa gente, la pobreza es una tradición familiar: sus antepasados fueron jornaleros en la economía esclavista del Sur, después de eso aparceros, después de eso mineros del carbón, y en tiempos más recientes maquinistas empleados de acerías. Los estadounidenses los llaman hillbillies, rednecks (cuello rojo) o basura blanca. Yo los llamo vecinos, amigos, familia.
De modo que este libro no son sólo unas memorias personales, sino familiares, una historia de oportunidad y ascenso social vista a través de los ojos de un grupo de hillbillies de los Apalaches… esta historia es, hasta donde alcanzan mis recuerdos, un retrato completamente preciso del mundo del que he sido testigo.
Datos del autor
Reseñas
Elogio de la lucidez
Juan Antonio Martínez de la Fe , 01/04/2017
Liberarse de las falsas ilusiones que nos impiden ser felices
Ficha Técnica
Título: Elogio de la lucidez
Autor: Ilios Kotsou
Edita: Kairós, Barcelona, 2017
Colección: Psicología
Traducción: Miguel Portillo
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 216
ISBN: 978-84-9988-542-1
Precio: 15 euros
Ya el título de la obra resulta lo suficientemente provocador para acercarnos e introducirnos en sus páginas. Y lo es porque nos trae a la memoria otros elogios que pueden actuar como catalizadores, centrándonos en él. ¿Acaso no nos recuerda al erasmista Elogio de la locura? O, también por contraste, el Elogio de la sombra, bien en la obra de Humichirô Tazinaki, bien en el hermoso poema de Jorge Luis Borges; y, también en forma de poema, el Elogio de la quietud, de Alfredo Buxán; o, en formato de vídeo, el Elogio de la luz, de Juan Navarro, por no olvidar el más exitoso libro Elogio de la lentitud, de Carl Honoré.
Es este un libro en el que se habla de la felicidad. Un concepto inasible y que, sin embargo, nos resulta abrumadoramente actual, pues estamos siendo continuamente bombardeados por mensajes que nos la prometen, mediante una serie de eslóganes que, a la hora de la verdad, son incapaces de saciar esa ansia innata de una vida feliz. A tener en cuenta: una enfermera, que atendía a residentes ancianos, les preguntó por las cosas que habrían hecho y que dejaron de hacer; de manera masiva, respondieron que les habría gustado dedicar más tiempo a ser felices.
¿Qué es la felicidad? Para Aristóteles era el bien supremo y sus compatriotas la consideraban algo útil para el bien de la polis; se alcanzaba a través de las enseñanzas de la sabiduría, algo reservado a unos pocos. El cristianismo cambió el escenario de la felicidad, trasladándolo de esta vida a la del más allá, donde se lograría la felicidad plena y perfecta. La declaración de independencia de los Estados Unidos la considera un derecho humano inalienable. Hasta que el capitalismo la convirtió en un negocio, pues para alcanzarla habría que recorrer el camino del consumo, creando ilusiones de felicidad.
Pero no, no es posible ser siempre feliz. Al contrario, la felicidad está para ayudarnos a hacer frente a la sucesión de problemas que constituyen la vida y a sobrevivir a pesar de ellos; su función es la de hacer vivible la vida.
¿Y de qué trata este libro? Christophe André, en el Prefacio que firma, nos lo dice claramente: “habla de un trabajo sobre un alegre y saludable desengañarse, sobre una limpieza profunda de la idea de felicidad. Al mostrarnos cómo cultivar lucidez y libertad, nos ayuda a eliminar lo ilusorio, que nos orienta hacia falsas felicidades, o hacia felicidades inquietantes e irreales. Despeja el terreno para las verdaderas felicidades. No son perfectas, pero sí lúcidas. Nos enseña a no soñar en cómo alcanzar la felicidad, sino más bien en cómo amarla y facilitarla”. Eso sí: nos exige una aceptación de esa realidad que, siendo convincente y lúcida, pues se apoya en una alianza tranquila entre ciencia y sentido común, carece sin embargo de pruebas.
Pero no nos engañemos: no se trata de un libro triste “sino, al contrario, es una obra alegre llena de frescura y repleta de una energía contagiosa que nos alegrará el corazón y movilizará el espíritu”.
Qué felicidad
Ilios Kotsou nos ofrece, tras el Prefacio, una interesante Introducción, en la que nos advierte de que la obra que tenemos entre las manos no es un recetario de soluciones precocinadas, sino que de lo que trata es de advertirnos de ciertas trampas que nos alejan de una vida llena de sentido a la vez que propone alternativas.
No intenta hacer un tratado de la felicidad, tarea excesiva para los fines de su ensayo; pero sí se remite a dos definiciones utilizadas en la investigación científica: la hedonista, que la define en términos de placer y ausencia de dolor; y la eudemónica, que hace referencia a la impresión de que nuestra vida, en su conjunto, merece la pena ser vivida.
Nos muestra la paradoja de nuestra actualidad, cuando disponemos de condiciones susceptibles de hacernos felices y, sin embargo, los problemas de salud mental aumentan. Y se cuestiona sobre el rigor de los diversos manuales que, desde sus páginas, nos brindan un bálsamo de Fierabrás capaz de eliminar los obstáculos que se interponen para alcanzar una supuesta felicidad.
Antes de introducirnos en la primera de las dos partes que componen la obra, Kotsou nos propone unas páginas dedicadas a La trampa de la idealización. Nos plantea cómo, en la actualidad, se nos vende la idea de que una vida feliz no comporta pruebas ni sufrimientos, que la felicidad sería un estado duradero de plenitud y satisfacción, un estado agradable y equilibrado de la mente y el cuerpo del que estarían ausentes el sufrimiento, el estrés, la inquietud y la angustia. Y que ese estado se obtiene mediante el consumo de productos que vengan a satisfacer necesidades reales o creadas. Es una felicidad hedonista.
Se nos impone la idea de que la felicidad es un imperativo que hay que alcanzar; y, si nos obsesionamos en su búsqueda, corremos el riesgo de dejar de evaluar nuestra existencia según lo que realmente nos sucede. Incide en cómo esta corriente despierta en nosotros unas expectativas que, al no verse cumplidas, nos llevan a la decepción por no ser felices; y traslada tales ilusiones a las relaciones de pareja, que solemos idealizar, con cuya frustración tendemos a no aceptar a la otra persona tal cual es.
Esta obsesión por perseguir idealizaciones corre el riesgo de aumentar nuestro individualismo, al considerar que es más importante mi éxito y supuesta felicidad que las relaciones con los demás, con lo que tendemos a descuidarlas e, incluso, a no relacionarnos.
Felicidad con trampas
Se trata de un capítulo que nos deja a las puertas de la primera parte del libro, Las trampas de la felicidad. En ella, dibuja algunas de las corrientes actuales que preconizan una felicidad a base de recetas, para alcanzar ese estado de carencia de sufrimientos y dificultades.
Insiste el autor en que, actualmente, es casi una imposición el tratar de encontrar ese estado de felicidad. Y uno de los medios que se utilizan más asiduamente es el evitar todas las emociones que nos puedan producir dolor o malestar, lo que conlleva una serie de consecuencias que aborda en un apartado que denomina Los peligros de la lucha contra el malestar. Se trata de lo que se denomina evitación emocional; lo que es considerado en un doble aspecto: de un lado, no aceptar vivir las emociones, las sensaciones o pensamientos desagradables; y, por otro, intentar controlar o modificar esos sentimientos y las situaciones que los generan. No hay nada malo en buscar esa evitación, un mecanismo adecuado de supervivencia; pero puede acarrear negativas consecuencias cuando se recurre a él de manera rígida y excesiva.
Hay comportamientos de evitación que funcionan muy bien a corto plazo, como el beber, fumar o usar drogas; un comportamiento que conlleva el peligro de la adicción. Por otro lado, el intentar evitar una situación o una emoción incómoda y molesta, puede llevarnos a renunciar a muchos comportamientos y a momentos útiles, felices o, incluso, importantes.
Otro efecto colateral de la evitación es que puede interferir en lo que realmente nos importa, en lo que podría contribuir a una vida rica a largo plazo. Es más: tratar de reprimir las emociones puede traer consecuencias a nivel interpersonal, rehuyendo diálogos complejos o desagradables que solo ocultan la existencia de un problema real. A lo que se añade que la evitación puede embotar nuestra sensibilidad frente a sentimientos y emociones agradables, como la alegría, el amor o la belleza. Y no cabe duda de que puede llevarnos al uso de medicamentos destinados a ayudarnos a amortiguar el efecto de esas emociones que rechazamos.
Como bien explica el autor, “la evitación de nuestras emociones, en lugar de hacer que vivamos mejor nuestra vida, reduce nuestras posibilidades, nuestras elecciones y nuestra calidad de vida. Pasamos a convertirnos en prisioneros de nuestras estrategias de control.” Y concluye acertadamente: “vivir es en ocasiones desagradable, pero no podemos evitar el malestar interior sin, en alguna parte, evitar vivir. […] Aprendamos entonces a no transformar nuestros dolores en sufrimientos.”
Todo lo puedo
Otra de las trampas de la felicidad es El mito del pensamiento positivo. Se trata de una corriente actual que propugna cambiar los pensamientos con carga negativa por otros positivos, mediante la reiteración de su enunciado, para tratar de convencernos de su realidad. “De creer a algunos gurús del pensamiento positivo, nuestra vida sería el simple reflejo de nuestros pensamientos: al controlarlos podríamos tener todo lo que deseásemos”, arguye el autor.
Los defensores del pensamiento positivo convienen en considerar que nuestras desgracias y dificultades provienen del hecho de que pensamos negativamente, por lo que la solución consistiría en controlar los pensamientos negativos, suprimirlos y solo tener pensamientos positivos, con la idea de dirigir nuestra vida hacia el éxito y la felicidad. Pero esto nos conduce a aceptar el mito del control que nos hace creer en la posibilidad, siempre buscada ciertamente, de dominar el entorno para evitar al máximo lo imprevisto y los riesgos; y, según estudios que aporta el autor, la tentativa de suprimir un pensamiento conduce a una subsecuente intensificación de él, a un efecto rebote. Parece evidente que el hecho de repetir a voluntad una frase con la idea de que condicionará nuestro inconsciente, modificándose así nuestro estado y nuestra vida, no constituye una verdad incontestable.
Pero es que, además, el fracaso de la aplicación de esta técnica puede llevar a un sentimiento de culpabilidad, al hacer recaer toda la responsabilidad de una situación sobre el individuo, en lugar de en factores sociales determinantes y en el contexto; sin caer en la cuenta de que conceder a los pensamientos un protagonismo central en nuestra vida y al presuponer que determinan directamente nuestros comportamientos, nos lleva a tomar esos pensamientos por hechos, convirtiéndonos en sus esclavos.
Ahora bien, el autor distingue claramente entre pensamiento positivo y psicología positiva; el primero es una corriente que postula un efecto mágico de los pensamientos en nuestra vida, mientras que la segunda, la psicología positiva, es una disciplina científica que estudia los medios de mejorar de manera realista el bienestar individual y colectivo, concentrando nuestra atención en los recursos, en lugar de en las dificultades. Lo que no implica, ciertamente, que Kotsou niegue que los pensamientos tengan influencia sobre nuestras vidas.
La autoestima
Otra trampa que pretende desactivar Ilios Kotsou: Los espejismos de la búsqueda de la autoestima, considerada como la opinión, positiva o negativa, que se tiene de uno mismo. Algo que, siendo natural en nosotros, algunas corrientes parecen sobrevalorar los beneficios que proporciona. Y lo hacen al considerar como base fundamental para el éxito en cualquiera de los campos de la vida de las personas el tener una autoestima alta. El autor trata de demostrar, basándose en diversos estudios académicos, que la autoestima alta es más bien el fruto del éxito, no la fuente de la que emana aquel.
Tampoco parece quedar demostrado que la debilidad de una autoestima sea el origen de una actitud de agresión personal, al intentar compensar aquella debilidad; es justamente el narcisismo el que provoca niveles de agresividad elevados. Aunque el autor deja claro que, lógicamente, la autoestima no es un tema fuera de lugar o algo superfluo y no necesario; lo que reclama es su justa medida.
Por otro lado, se puede apreciar cómo una búsqueda enardecida de la autoestima pasa a convertirse en el motor de nuestras acciones, lanzándonos a una carrera en un afán que dirige nuestras vidas. Es cierto que tal búsqueda puede proporcionar beneficios emocionales a corto plazo, pero también es cierto que, a largo plazo, no influye positivamente en los factores determinantes de nuestro bienestar que representan los lazos sociales, el aprendizaje o la autonomía. Y ello es así porque, en el fondo, esa búsqueda está motivada por factores externos, en lugar de por una motivación interior.
Cabe aquí hablar también del perfeccionismo, un comportamiento asociado a la autoestima, por el que, para tener valor, queremos corresponder absolutamente a un estándar que no alcanzamos jamás; lo que deviene, naturalmente, en una eterna insatisfacción y una mayor exigencia hacia nosotros mismos y hacia los demás. Además, se corre el peligro de, ante tanto fracaso en alcanzar ese ideal, pensar en abandonar nuestros objetivos para no salir nuevamente heridos.
Por otro lado, la búsqueda exacerbada de la autoestima interfiere también en la calidad de nuestras relaciones sociales, pues nos centramos obligatoriamente y en primer lugar en nosotros mismos, en detrimento de los sentimientos y necesidades de los demás. Como también la sociedad concede mucha importancia a valores extrínsecos como la apariencia, el poder o el estatus social, esa búsqueda de la autoestima nos hace aún más frágiles y fáciles de manipular, llevándonos, acuciados por esa búsqueda, a situaciones de ansiedad y de estrés importantes cada vez que no nos sentimos a la altura, alejándonos de lo que entendemos por felicidad.
Y concluye el autor: “Cuando la autoestima se convierte en nuestro objetivo esencial, nos obsesionamos en alcanzar esa meta a expensas de lo que realmente requiere la situación. A partir de ese momento y aunque esté basada en valores muy hermosos, la búsqueda de la autoestima corre el riesgo de volverse contra nosotros”.
Mirarse el ombligo
Un último espejismo de felicidad, que termina en inevitable fracaso, es el que aborda el autor para finalizar la primera parte de la obra: el ombliguismo, El punto muerto del ombliguismo.
Se trata de una tendencia que solemos tener en mayor o menor grado y que hace referencia al sentimiento rígido y reductor según el cual el mundo gira solo alrededor de nosotros. Y no únicamente se da cuando pensamos que todos nos deben reverencia y atención por ser los mejores; igualmente ocurre cuando resaltamos nuestros propios defectos o dificultades, pretendiendo ser el centro de todo el interés.
Piensa Ilios Kotsou que, en gran medida, esto se debe a que hemos creado una generación en la que hemos incrementado su personalidad hinchada, haciéndola sentir desproporcionadamente su valor personal. Esto se percibe claramente en las redes y en los medios de comunicación social, donde todos cuidan su imagen digital e intentan mostrarse de la mejor manera posible.
No cabe duda de que este afán autocentralizador lleva a intensificar aquellos aspectos que nos hacen diferentes de los otros: “el obliguismo conduce a sus víctimas a percibir su entorno y a los demás en función de lo que les separa y diferencia”. Indudablemente, ello conduce a que estas personalidades narcisistas sean más propicias a hacer trampas por su necesidad de ser admiradas y de mostrar su superioridad a los demás; y, al propio tiempo, son más propensas a presentar elevados niveles de la hormona del estrés, el cortisol.
Una persona de estas características se forja una imagen de sí misma a la que se aferra de manera irrenunciable, llevándola a encorsetarse en ella evitando cualquier contradicción con esa concepción; crea una narración de su imagen que le sirve para justificar sus pensamientos y comportamientos, que continuamente la confirman y refuerzan, independientemente de las informaciones objetivas del entorno. Si en algún momento, su actuar difiere de tal imagen, crea perturbaciones en las referencias tranquilizadoras de las personas que la rodean, de ahí, su resistencia al cambio. Y, por supuesto, una persona así se hace muy reactiva hacia todo aquello que presiente como una amenaza a su imagen.
Concluye el autor: “El ombliguismo nos paraliza, circunscribe nuestra identidad a algunas descripciones limitadas de nosotros mismos, nos encierra, nos separa de aprendizajes que podríamos vivir y nos priva de experiencias que entrarían en contradicción con dicha conceptualización”.
Caminando hacia la lucidez
Ya en la segunda parte de su libro, Ilios Kotsou nos acerca a Los caminos de la lucidez. Y es la primera de estas vías La tolerancia, que, en este caso, se refiere a la alternativa a los comportamientos de evitación descritos en la primera parte; se trata de la capacidad de soportar y aceptar lo que se desaprueba y se considera desagradable, referida únicamente a nuestros malestares interiores. En psicología recibe el nombre de aceptación y se la define como el consentimiento a permanecer en contacto con las propias experiencias interiores desagradables. No se trata de buscar, apreciar o cultivar tales emociones desagradables, sino, simplemente, dejarlas existir, no malgastar tanta energía en combatirlas, huyendo de ellas o reprimiéndolas. Tarea nada sencilla para la que el autor ofrece algunas guías.
Hay que tener en cuenta que no se cuestiona la evitación en sí misma, sino solo la evitación compulsiva de nuestros malestares interiores. Para lo que es necesario aprender a reconocer y observar esas emociones desagradables, identificar los propios estados de ánimo; algo que es difícil de llevar a cabo cuando se está prisionero de los mecanismos de evitación.
Tolerar significa también soportar lo que se desaprueba, lo que nos da miedo; se trata, en definitiva, de hacerse amigo de nuestras emociones, afrontar las situaciones que intentamos evitar. Aceptar nuestras emociones y sensaciones incómodas nos permite no reaccionar únicamente en función de ellas, sino también poder actuar con más libertad, sin que nuestra actitud sea determinada por ellas.
Como ventaja adicional, la tolerancia hacia nuestras propias experiencias nos permite abrirnos más a las personas a las que amamos; algo que, evidentemente, nos hace más vulnerables, pues estar abierto es exponerse a ser alcanzado, pero no significa una mayor fragilidad; esto nos enriquece la vida, haciéndola más auténtica.
Emprendido el camino hacia esta tolerancia, el final de trayecto no es inmediato. Lo que cuenta es entrenarse en identificar y renunciar a las estrategias de evitación frente a toda vivencia desagradable: tolerar es dejar existir.
Cierra este bloque un texto de Rainer María Rilke, que el autor cita por lo acertado de su expresión: “No debe, pues, azorarse cuando una tristeza se alce ante usted, tan grande como nunca la había visto antes. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o como sombra de nubes sobre sus manos y sobre todo su proceder. Ha de pensar más bien que algo acontece en usted. Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre sus manos y no le dejará caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda pena, toda tristeza ignorando, como lo ignora, cuánto laboran en usted tales estados de ánimo?”
Lejos de apego
La siguiente propuesta que nos ofrece este libro en su intento de desmontar esas falsas creencias sobre la felicidad es la de El desapego, un desapego referido a nuestros pensamientos. Ya ha afirmado su autor que no niega la influencia de los pensamientos en nuestra vida; lo que propone es que cambiemos su naturaleza, liberarnos de las restricciones que nos imponen.
Partiendo de la base de que pensamos continuamente, el primer paso para liberarnos de su tiranía es comprender su naturaleza: nos ayudan, como útiles mapas, para comprender y desplazarnos por el mundo, pero no son el mundo. Bajo su dominio, corremos el riesgo de perder el contacto con la realidad sensible de la que nos informan nuestros sentidos. De ahí la necesidad de diferenciar entre el mundo real y el de nuestros pensamientos, haciéndonos conscientes del propio proceso del pensar. Nos propone que, en lugar de establecer una relación conflictiva con ellos, cultivemos una curiosidad benevolente hacia ellos; si los consideramos como simples pensamientos, nos hallamos en el camino hacia la libertad, arrancándonos de su servidumbre. No hemos de creer, por tanto, todo lo que nos cuenta la cabeza, algo nada sencillo para lo que se precisa de un entrenamiento. En palabras del autor, “practicar la observación de nuestros pensamientos también pondrá en marcha un cambio en nuestra relación con ellos, pasaremos de una esclavitud inconsciente a una relación más libre”. Eso sí: nos advierte de que ese distanciamiento no debe aplicarse en todos los sitios y en todas las circunstancias; por ejemplo, si nos despertamos con un pensamiento de que la vida es bella, no hay por qué obligarse a distanciarse de él.
Dulzura
La dulzura para con uno mismo constituye la siguiente propuesta en la búsqueda de la autenticidad de nuestras aspiraciones y va dirigida, especialmente, para combatir la excesiva autoestima que tantas consecuencias negativas arrastra, según se vio en capítulos anteriores.
Nos dice Kotsou que la mayoría de nosotros nos miramos con dureza, como consecuencia de una doble lógica de control y culpabilidad; en un contexto de permanente comparación social y de competitividad, nos cuesta aceptar que somos seres humanos, por naturaleza frágiles e imperfectos; de ahí que intentemos ignorar o enmascarar nuestras vulnerabilidades. Y lo que nos propone el autor es el descubrimiento de una relación que no implica evaluación ninguna, lo que nos permite escapar de la trampa de la búsqueda exacerbada de la autoestima. Si importante es ser empático y tolerante con los demás, no ha de serlo menos el actuar así con uno mismo.
¿De dónde nos viene esta dureza para con nosotros mismos? El autor apunta algunas sugerencias: la cultura de la competición (sin ir más lejos, es la que nuestra Lomce plantea), el narcisismo, la educación y los mensajes parentales críticos y, en definitiva, la cultura occidental en la que no está bien considerado el tratarse a sí mismo con dulzura. Y no se tiene en cuenta que esta dulzura alienta también el vínculo social y el sentimiento de pertenencia a una comunidad humana, permitiendo gestionar los conflictos y favoreciendo la apertura, el afecto y la tolerancia, no solo con la pareja, sino con el otro en general.
Esta actitud de autotolerancia nos lleva a comprender que el fracaso forma parte de la experiencia humana, comprensión que contribuye a calmar los sentimientos de derrota ante ellos y a evitar el aislamiento al que aquella induce. Evidentemente, esto no significa que hayamos de ser complacientes con nuestros defectos y errores y que podamos renunciar a cambiar y mejorar, muy al contrario nos debe incitar a corregirnos y a dar lo mejor de nosotros mismos.
Tal actitud de dulzura para con uno mismo no es innata; necesita aprendizaje para su desarrollo y a tal finalidad se han elaborado técnicas que colaboren en el aprendizaje. Y concluye el autor: “una persona con un elevado nivel de compasión hacia ella misma estará mucho menos a la defensiva: admitirá con más facilidad sus errores, se perdonará, pero también será más realista e intentará hacerlo mejor cuando la ocasión vuelva a presentarse”.
Nos liberamos
En el último capítulo de la obra, el autor nos revela algo más sobre el ombliguismo que vimos más arriba y la manera de comprenderlo para superarlo. Se trata de La liberación de uno mismo.
Ya se dijo que el ombliguismo reduce nuestra flexibilidad y limita nuestras elecciones, nos encierra en un marco referencial predefinido y nos hace correr el riesgo de perder de vista nuestros vínculos con los demás y con el mundo. “Prisioneros del ombliguismo, demasiado cargados con el equipaje de nuestra historia, acabamos por llevar maletas muy pesadas que nos impiden buscar y construir nuestro camino con total libertad”, nos dice Kotsou.
Con el ombliguismo, sobrevaloramos nuestra capacidad de libre albedrío y nuestro grado de autonomía, olvidando que todos nuestros comportamientos están influidos por numerosos elementos, tanto internos como externos; y nos hace olvidar que todos somos susceptibles de comportamientos censurables. De ahí que tomar conciencia de ello nos haga más libres y nos convierta en mejores ciudadanos.
¿Somos nuestra historia?, se pregunta el autor y recomienda distinguir entre lo que son nuestros pensamientos y lo que en realidad somos, nuestra imagen y nuestra realidad. No por tener un pasado doloroso hemos de creer que somos una mala persona, que no merecemos ser amados o todo lo contrario, imaginarnos una imagen muy positiva de nosotros basándonos en una historia más positiva. Porque estar menos enganchados al ombliguismo nos permite abordar las situaciones de la vida con más sabiduría. Y ¿qué entiende por sabiduría? Pues una cualidad definida por tres componentes: 1) la capacidad de reconocer que nuestro propio saber es limitado; 2) la conciencia de que el mundo cambia continuamente; y 3), dirigir nuestro interés hacia el bien común en lugar de a nuestros intereses particulares.
Una vez que tomamos menos en serio nuestras historias y nos despeguemos de las etiquetas con que nos vestimos, estamos en condiciones de extraer una perspectiva más fluida de nuestra propia experiencia. Para ello debemos aprender a observar nuestros pensamientos (juicios y justificaciones), nuestras emociones y sensaciones tal y como se presenten, en el momento en que surjan y a verlas evolucionar momento a momento; es la perspectiva del denominado “yo observador”. Como concluye el autor, citando a Einstein, “nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar a todas las criaturas vivas y a la naturaleza entera en su belleza”.
El libro finaliza con un capítulo de Conclusión: la lucidez, al que sigue una nota del autor y un epílogo firmado por Matthieu Ricard. En la primera nos invita a dejar de cavilar sobre lo que debería ser distinto y a aceptar la realidad del momento. La lucidez es la capacidad de desilusionarnos y de percibir la realidad como es y no como nos gustaría que fuese; de comprender que la vida comportará momentos de malestar. Y tener en cuenta que lucidez no es sinónimo de apatía o resignación, sino que es una actitud que nos conduce a no tratar de controlar lo que a fin de cuentas no controlamos.
En nuestras relaciones, la lucidez nos hace constatar la otredad, el hecho de que todos funcionamos de manera diferente; también la impermanencia, que en nuestras vidas todo cambia continuamente; y que es imposible cambiar al otro cuando y como desearíamos. La lucidez nos orienta a vivir los valores que son importantes para nosotros, en lugar de pretender que el mundo, los demás, se ajusten a ellos. La lucidez nos hace percibir el éxito como un regalo y no como un deber; es clave para comprender que el resultado de nuestras acciones no depende únicamente de nosotros. Y nos abre a la gratitud, esa emoción que facilita el saborear más plenamente nuestras experiencias vitales favorables.
En este párrafo, extenso, Ilios Kotsou nos resume el contenido de su libro: “Todas las soluciones que se repasan en la primera parte de esta obra comparten la característica de no ser más que ilusiones, se trate de la obsesión por la felicidad placentera, de una vida sin malestar o de control de nuestros pensamientos, o de que nos olvidemos de nosotros mismos en la búsqueda de autoestima o en un ombliguismo reductor. Las alternativas elegidas tienen en común la desilusión, una consciencia ampliada, que participa de una dichosa lucidez: tolerar nuestros estados de ánimo, incluso cuando son incómodos; no tomarnos los pensamientos demasiado en serio; aceptar nuestra fragilidad con dulzura y ampliar nuestra concepción de nosotros mismos. Nuestra existencia pasa a ser contemplada sobre todo más como una experiencia que vivir y no como un problema que hay que resolver. Ello nos da la posibilidad de actuar y de vivir para amar mejor”.
Tras el Epílogo de Ricard, unas páginas nos ofrecen la bibliografía seleccionada.
Concluyendo
Nos encontramos ante una obra sugerente y sugestiva. Redactada en un estilo muy ameno, aderezado con ejemplos prácticos y las conclusiones de diversos estudios científicos, aportados como argumento en apoyo de sus postulados, puede parecer un libro más de autoayuda; pero no van por esa senda las intenciones de Ilios Kotsou. No nos ofrece unas recetas mágicas encaminadas a un logro inmediato. Lo que nos brinda es una serie de reflexiones muy acertadas sobre nuestra realidad que, como consecuencia, nos permitirán blindarnos ante los cantos de sirena que invitan a una felicidad que ni siquiera sabemos definir bien y que, más que una meta, es un camino, una manera de caminar. Que puede ser incómodo para quienes abogan por una teorías bien definidas en este ensayo como provocadoras de débiles ideas sobre la felicidad y la manera de lograrla, no es algo inevitable. Pero ahí están los planteamientos de Kotsou, respaldados por sus argumentos bien cimentados. Ahora corresponde al lector emitir su juicio.
Índice
Prefacio de Christophe André
Introducción
1. La trampa de la idealización
Parte I: Las trampas de la felicidad
2. Los peligros de la lucha contra el malestar
3. El mito del pensamiento positivo
4. Los espejismos de la búsqueda de autoestima
5. El punto muerto del ombliguismo
Parte II. Los caminos de la lucidez
6. La tolerancia
7. El desapego
8. La dulzura para con uno mismo
9. La liberación de uno mismo
Conclusión: La lucidez
Nota del autor
Epílogo de Matthieu Ricard
Bibliografía
Título: Elogio de la lucidez
Autor: Ilios Kotsou
Edita: Kairós, Barcelona, 2017
Colección: Psicología
Traducción: Miguel Portillo
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 216
ISBN: 978-84-9988-542-1
Precio: 15 euros
Ya el título de la obra resulta lo suficientemente provocador para acercarnos e introducirnos en sus páginas. Y lo es porque nos trae a la memoria otros elogios que pueden actuar como catalizadores, centrándonos en él. ¿Acaso no nos recuerda al erasmista Elogio de la locura? O, también por contraste, el Elogio de la sombra, bien en la obra de Humichirô Tazinaki, bien en el hermoso poema de Jorge Luis Borges; y, también en forma de poema, el Elogio de la quietud, de Alfredo Buxán; o, en formato de vídeo, el Elogio de la luz, de Juan Navarro, por no olvidar el más exitoso libro Elogio de la lentitud, de Carl Honoré.
Es este un libro en el que se habla de la felicidad. Un concepto inasible y que, sin embargo, nos resulta abrumadoramente actual, pues estamos siendo continuamente bombardeados por mensajes que nos la prometen, mediante una serie de eslóganes que, a la hora de la verdad, son incapaces de saciar esa ansia innata de una vida feliz. A tener en cuenta: una enfermera, que atendía a residentes ancianos, les preguntó por las cosas que habrían hecho y que dejaron de hacer; de manera masiva, respondieron que les habría gustado dedicar más tiempo a ser felices.
¿Qué es la felicidad? Para Aristóteles era el bien supremo y sus compatriotas la consideraban algo útil para el bien de la polis; se alcanzaba a través de las enseñanzas de la sabiduría, algo reservado a unos pocos. El cristianismo cambió el escenario de la felicidad, trasladándolo de esta vida a la del más allá, donde se lograría la felicidad plena y perfecta. La declaración de independencia de los Estados Unidos la considera un derecho humano inalienable. Hasta que el capitalismo la convirtió en un negocio, pues para alcanzarla habría que recorrer el camino del consumo, creando ilusiones de felicidad.
Pero no, no es posible ser siempre feliz. Al contrario, la felicidad está para ayudarnos a hacer frente a la sucesión de problemas que constituyen la vida y a sobrevivir a pesar de ellos; su función es la de hacer vivible la vida.
¿Y de qué trata este libro? Christophe André, en el Prefacio que firma, nos lo dice claramente: “habla de un trabajo sobre un alegre y saludable desengañarse, sobre una limpieza profunda de la idea de felicidad. Al mostrarnos cómo cultivar lucidez y libertad, nos ayuda a eliminar lo ilusorio, que nos orienta hacia falsas felicidades, o hacia felicidades inquietantes e irreales. Despeja el terreno para las verdaderas felicidades. No son perfectas, pero sí lúcidas. Nos enseña a no soñar en cómo alcanzar la felicidad, sino más bien en cómo amarla y facilitarla”. Eso sí: nos exige una aceptación de esa realidad que, siendo convincente y lúcida, pues se apoya en una alianza tranquila entre ciencia y sentido común, carece sin embargo de pruebas.
Pero no nos engañemos: no se trata de un libro triste “sino, al contrario, es una obra alegre llena de frescura y repleta de una energía contagiosa que nos alegrará el corazón y movilizará el espíritu”.
Qué felicidad
Ilios Kotsou nos ofrece, tras el Prefacio, una interesante Introducción, en la que nos advierte de que la obra que tenemos entre las manos no es un recetario de soluciones precocinadas, sino que de lo que trata es de advertirnos de ciertas trampas que nos alejan de una vida llena de sentido a la vez que propone alternativas.
No intenta hacer un tratado de la felicidad, tarea excesiva para los fines de su ensayo; pero sí se remite a dos definiciones utilizadas en la investigación científica: la hedonista, que la define en términos de placer y ausencia de dolor; y la eudemónica, que hace referencia a la impresión de que nuestra vida, en su conjunto, merece la pena ser vivida.
Nos muestra la paradoja de nuestra actualidad, cuando disponemos de condiciones susceptibles de hacernos felices y, sin embargo, los problemas de salud mental aumentan. Y se cuestiona sobre el rigor de los diversos manuales que, desde sus páginas, nos brindan un bálsamo de Fierabrás capaz de eliminar los obstáculos que se interponen para alcanzar una supuesta felicidad.
Antes de introducirnos en la primera de las dos partes que componen la obra, Kotsou nos propone unas páginas dedicadas a La trampa de la idealización. Nos plantea cómo, en la actualidad, se nos vende la idea de que una vida feliz no comporta pruebas ni sufrimientos, que la felicidad sería un estado duradero de plenitud y satisfacción, un estado agradable y equilibrado de la mente y el cuerpo del que estarían ausentes el sufrimiento, el estrés, la inquietud y la angustia. Y que ese estado se obtiene mediante el consumo de productos que vengan a satisfacer necesidades reales o creadas. Es una felicidad hedonista.
Se nos impone la idea de que la felicidad es un imperativo que hay que alcanzar; y, si nos obsesionamos en su búsqueda, corremos el riesgo de dejar de evaluar nuestra existencia según lo que realmente nos sucede. Incide en cómo esta corriente despierta en nosotros unas expectativas que, al no verse cumplidas, nos llevan a la decepción por no ser felices; y traslada tales ilusiones a las relaciones de pareja, que solemos idealizar, con cuya frustración tendemos a no aceptar a la otra persona tal cual es.
Esta obsesión por perseguir idealizaciones corre el riesgo de aumentar nuestro individualismo, al considerar que es más importante mi éxito y supuesta felicidad que las relaciones con los demás, con lo que tendemos a descuidarlas e, incluso, a no relacionarnos.
Felicidad con trampas
Se trata de un capítulo que nos deja a las puertas de la primera parte del libro, Las trampas de la felicidad. En ella, dibuja algunas de las corrientes actuales que preconizan una felicidad a base de recetas, para alcanzar ese estado de carencia de sufrimientos y dificultades.
Insiste el autor en que, actualmente, es casi una imposición el tratar de encontrar ese estado de felicidad. Y uno de los medios que se utilizan más asiduamente es el evitar todas las emociones que nos puedan producir dolor o malestar, lo que conlleva una serie de consecuencias que aborda en un apartado que denomina Los peligros de la lucha contra el malestar. Se trata de lo que se denomina evitación emocional; lo que es considerado en un doble aspecto: de un lado, no aceptar vivir las emociones, las sensaciones o pensamientos desagradables; y, por otro, intentar controlar o modificar esos sentimientos y las situaciones que los generan. No hay nada malo en buscar esa evitación, un mecanismo adecuado de supervivencia; pero puede acarrear negativas consecuencias cuando se recurre a él de manera rígida y excesiva.
Hay comportamientos de evitación que funcionan muy bien a corto plazo, como el beber, fumar o usar drogas; un comportamiento que conlleva el peligro de la adicción. Por otro lado, el intentar evitar una situación o una emoción incómoda y molesta, puede llevarnos a renunciar a muchos comportamientos y a momentos útiles, felices o, incluso, importantes.
Otro efecto colateral de la evitación es que puede interferir en lo que realmente nos importa, en lo que podría contribuir a una vida rica a largo plazo. Es más: tratar de reprimir las emociones puede traer consecuencias a nivel interpersonal, rehuyendo diálogos complejos o desagradables que solo ocultan la existencia de un problema real. A lo que se añade que la evitación puede embotar nuestra sensibilidad frente a sentimientos y emociones agradables, como la alegría, el amor o la belleza. Y no cabe duda de que puede llevarnos al uso de medicamentos destinados a ayudarnos a amortiguar el efecto de esas emociones que rechazamos.
Como bien explica el autor, “la evitación de nuestras emociones, en lugar de hacer que vivamos mejor nuestra vida, reduce nuestras posibilidades, nuestras elecciones y nuestra calidad de vida. Pasamos a convertirnos en prisioneros de nuestras estrategias de control.” Y concluye acertadamente: “vivir es en ocasiones desagradable, pero no podemos evitar el malestar interior sin, en alguna parte, evitar vivir. […] Aprendamos entonces a no transformar nuestros dolores en sufrimientos.”
Todo lo puedo
Otra de las trampas de la felicidad es El mito del pensamiento positivo. Se trata de una corriente actual que propugna cambiar los pensamientos con carga negativa por otros positivos, mediante la reiteración de su enunciado, para tratar de convencernos de su realidad. “De creer a algunos gurús del pensamiento positivo, nuestra vida sería el simple reflejo de nuestros pensamientos: al controlarlos podríamos tener todo lo que deseásemos”, arguye el autor.
Los defensores del pensamiento positivo convienen en considerar que nuestras desgracias y dificultades provienen del hecho de que pensamos negativamente, por lo que la solución consistiría en controlar los pensamientos negativos, suprimirlos y solo tener pensamientos positivos, con la idea de dirigir nuestra vida hacia el éxito y la felicidad. Pero esto nos conduce a aceptar el mito del control que nos hace creer en la posibilidad, siempre buscada ciertamente, de dominar el entorno para evitar al máximo lo imprevisto y los riesgos; y, según estudios que aporta el autor, la tentativa de suprimir un pensamiento conduce a una subsecuente intensificación de él, a un efecto rebote. Parece evidente que el hecho de repetir a voluntad una frase con la idea de que condicionará nuestro inconsciente, modificándose así nuestro estado y nuestra vida, no constituye una verdad incontestable.
Pero es que, además, el fracaso de la aplicación de esta técnica puede llevar a un sentimiento de culpabilidad, al hacer recaer toda la responsabilidad de una situación sobre el individuo, en lugar de en factores sociales determinantes y en el contexto; sin caer en la cuenta de que conceder a los pensamientos un protagonismo central en nuestra vida y al presuponer que determinan directamente nuestros comportamientos, nos lleva a tomar esos pensamientos por hechos, convirtiéndonos en sus esclavos.
Ahora bien, el autor distingue claramente entre pensamiento positivo y psicología positiva; el primero es una corriente que postula un efecto mágico de los pensamientos en nuestra vida, mientras que la segunda, la psicología positiva, es una disciplina científica que estudia los medios de mejorar de manera realista el bienestar individual y colectivo, concentrando nuestra atención en los recursos, en lugar de en las dificultades. Lo que no implica, ciertamente, que Kotsou niegue que los pensamientos tengan influencia sobre nuestras vidas.
La autoestima
Otra trampa que pretende desactivar Ilios Kotsou: Los espejismos de la búsqueda de la autoestima, considerada como la opinión, positiva o negativa, que se tiene de uno mismo. Algo que, siendo natural en nosotros, algunas corrientes parecen sobrevalorar los beneficios que proporciona. Y lo hacen al considerar como base fundamental para el éxito en cualquiera de los campos de la vida de las personas el tener una autoestima alta. El autor trata de demostrar, basándose en diversos estudios académicos, que la autoestima alta es más bien el fruto del éxito, no la fuente de la que emana aquel.
Tampoco parece quedar demostrado que la debilidad de una autoestima sea el origen de una actitud de agresión personal, al intentar compensar aquella debilidad; es justamente el narcisismo el que provoca niveles de agresividad elevados. Aunque el autor deja claro que, lógicamente, la autoestima no es un tema fuera de lugar o algo superfluo y no necesario; lo que reclama es su justa medida.
Por otro lado, se puede apreciar cómo una búsqueda enardecida de la autoestima pasa a convertirse en el motor de nuestras acciones, lanzándonos a una carrera en un afán que dirige nuestras vidas. Es cierto que tal búsqueda puede proporcionar beneficios emocionales a corto plazo, pero también es cierto que, a largo plazo, no influye positivamente en los factores determinantes de nuestro bienestar que representan los lazos sociales, el aprendizaje o la autonomía. Y ello es así porque, en el fondo, esa búsqueda está motivada por factores externos, en lugar de por una motivación interior.
Cabe aquí hablar también del perfeccionismo, un comportamiento asociado a la autoestima, por el que, para tener valor, queremos corresponder absolutamente a un estándar que no alcanzamos jamás; lo que deviene, naturalmente, en una eterna insatisfacción y una mayor exigencia hacia nosotros mismos y hacia los demás. Además, se corre el peligro de, ante tanto fracaso en alcanzar ese ideal, pensar en abandonar nuestros objetivos para no salir nuevamente heridos.
Por otro lado, la búsqueda exacerbada de la autoestima interfiere también en la calidad de nuestras relaciones sociales, pues nos centramos obligatoriamente y en primer lugar en nosotros mismos, en detrimento de los sentimientos y necesidades de los demás. Como también la sociedad concede mucha importancia a valores extrínsecos como la apariencia, el poder o el estatus social, esa búsqueda de la autoestima nos hace aún más frágiles y fáciles de manipular, llevándonos, acuciados por esa búsqueda, a situaciones de ansiedad y de estrés importantes cada vez que no nos sentimos a la altura, alejándonos de lo que entendemos por felicidad.
Y concluye el autor: “Cuando la autoestima se convierte en nuestro objetivo esencial, nos obsesionamos en alcanzar esa meta a expensas de lo que realmente requiere la situación. A partir de ese momento y aunque esté basada en valores muy hermosos, la búsqueda de la autoestima corre el riesgo de volverse contra nosotros”.
Mirarse el ombligo
Un último espejismo de felicidad, que termina en inevitable fracaso, es el que aborda el autor para finalizar la primera parte de la obra: el ombliguismo, El punto muerto del ombliguismo.
Se trata de una tendencia que solemos tener en mayor o menor grado y que hace referencia al sentimiento rígido y reductor según el cual el mundo gira solo alrededor de nosotros. Y no únicamente se da cuando pensamos que todos nos deben reverencia y atención por ser los mejores; igualmente ocurre cuando resaltamos nuestros propios defectos o dificultades, pretendiendo ser el centro de todo el interés.
Piensa Ilios Kotsou que, en gran medida, esto se debe a que hemos creado una generación en la que hemos incrementado su personalidad hinchada, haciéndola sentir desproporcionadamente su valor personal. Esto se percibe claramente en las redes y en los medios de comunicación social, donde todos cuidan su imagen digital e intentan mostrarse de la mejor manera posible.
No cabe duda de que este afán autocentralizador lleva a intensificar aquellos aspectos que nos hacen diferentes de los otros: “el obliguismo conduce a sus víctimas a percibir su entorno y a los demás en función de lo que les separa y diferencia”. Indudablemente, ello conduce a que estas personalidades narcisistas sean más propicias a hacer trampas por su necesidad de ser admiradas y de mostrar su superioridad a los demás; y, al propio tiempo, son más propensas a presentar elevados niveles de la hormona del estrés, el cortisol.
Una persona de estas características se forja una imagen de sí misma a la que se aferra de manera irrenunciable, llevándola a encorsetarse en ella evitando cualquier contradicción con esa concepción; crea una narración de su imagen que le sirve para justificar sus pensamientos y comportamientos, que continuamente la confirman y refuerzan, independientemente de las informaciones objetivas del entorno. Si en algún momento, su actuar difiere de tal imagen, crea perturbaciones en las referencias tranquilizadoras de las personas que la rodean, de ahí, su resistencia al cambio. Y, por supuesto, una persona así se hace muy reactiva hacia todo aquello que presiente como una amenaza a su imagen.
Concluye el autor: “El ombliguismo nos paraliza, circunscribe nuestra identidad a algunas descripciones limitadas de nosotros mismos, nos encierra, nos separa de aprendizajes que podríamos vivir y nos priva de experiencias que entrarían en contradicción con dicha conceptualización”.
Caminando hacia la lucidez
Ya en la segunda parte de su libro, Ilios Kotsou nos acerca a Los caminos de la lucidez. Y es la primera de estas vías La tolerancia, que, en este caso, se refiere a la alternativa a los comportamientos de evitación descritos en la primera parte; se trata de la capacidad de soportar y aceptar lo que se desaprueba y se considera desagradable, referida únicamente a nuestros malestares interiores. En psicología recibe el nombre de aceptación y se la define como el consentimiento a permanecer en contacto con las propias experiencias interiores desagradables. No se trata de buscar, apreciar o cultivar tales emociones desagradables, sino, simplemente, dejarlas existir, no malgastar tanta energía en combatirlas, huyendo de ellas o reprimiéndolas. Tarea nada sencilla para la que el autor ofrece algunas guías.
Hay que tener en cuenta que no se cuestiona la evitación en sí misma, sino solo la evitación compulsiva de nuestros malestares interiores. Para lo que es necesario aprender a reconocer y observar esas emociones desagradables, identificar los propios estados de ánimo; algo que es difícil de llevar a cabo cuando se está prisionero de los mecanismos de evitación.
Tolerar significa también soportar lo que se desaprueba, lo que nos da miedo; se trata, en definitiva, de hacerse amigo de nuestras emociones, afrontar las situaciones que intentamos evitar. Aceptar nuestras emociones y sensaciones incómodas nos permite no reaccionar únicamente en función de ellas, sino también poder actuar con más libertad, sin que nuestra actitud sea determinada por ellas.
Como ventaja adicional, la tolerancia hacia nuestras propias experiencias nos permite abrirnos más a las personas a las que amamos; algo que, evidentemente, nos hace más vulnerables, pues estar abierto es exponerse a ser alcanzado, pero no significa una mayor fragilidad; esto nos enriquece la vida, haciéndola más auténtica.
Emprendido el camino hacia esta tolerancia, el final de trayecto no es inmediato. Lo que cuenta es entrenarse en identificar y renunciar a las estrategias de evitación frente a toda vivencia desagradable: tolerar es dejar existir.
Cierra este bloque un texto de Rainer María Rilke, que el autor cita por lo acertado de su expresión: “No debe, pues, azorarse cuando una tristeza se alce ante usted, tan grande como nunca la había visto antes. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o como sombra de nubes sobre sus manos y sobre todo su proceder. Ha de pensar más bien que algo acontece en usted. Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre sus manos y no le dejará caer. ¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, toda pena, toda tristeza ignorando, como lo ignora, cuánto laboran en usted tales estados de ánimo?”
Lejos de apego
La siguiente propuesta que nos ofrece este libro en su intento de desmontar esas falsas creencias sobre la felicidad es la de El desapego, un desapego referido a nuestros pensamientos. Ya ha afirmado su autor que no niega la influencia de los pensamientos en nuestra vida; lo que propone es que cambiemos su naturaleza, liberarnos de las restricciones que nos imponen.
Partiendo de la base de que pensamos continuamente, el primer paso para liberarnos de su tiranía es comprender su naturaleza: nos ayudan, como útiles mapas, para comprender y desplazarnos por el mundo, pero no son el mundo. Bajo su dominio, corremos el riesgo de perder el contacto con la realidad sensible de la que nos informan nuestros sentidos. De ahí la necesidad de diferenciar entre el mundo real y el de nuestros pensamientos, haciéndonos conscientes del propio proceso del pensar. Nos propone que, en lugar de establecer una relación conflictiva con ellos, cultivemos una curiosidad benevolente hacia ellos; si los consideramos como simples pensamientos, nos hallamos en el camino hacia la libertad, arrancándonos de su servidumbre. No hemos de creer, por tanto, todo lo que nos cuenta la cabeza, algo nada sencillo para lo que se precisa de un entrenamiento. En palabras del autor, “practicar la observación de nuestros pensamientos también pondrá en marcha un cambio en nuestra relación con ellos, pasaremos de una esclavitud inconsciente a una relación más libre”. Eso sí: nos advierte de que ese distanciamiento no debe aplicarse en todos los sitios y en todas las circunstancias; por ejemplo, si nos despertamos con un pensamiento de que la vida es bella, no hay por qué obligarse a distanciarse de él.
Dulzura
La dulzura para con uno mismo constituye la siguiente propuesta en la búsqueda de la autenticidad de nuestras aspiraciones y va dirigida, especialmente, para combatir la excesiva autoestima que tantas consecuencias negativas arrastra, según se vio en capítulos anteriores.
Nos dice Kotsou que la mayoría de nosotros nos miramos con dureza, como consecuencia de una doble lógica de control y culpabilidad; en un contexto de permanente comparación social y de competitividad, nos cuesta aceptar que somos seres humanos, por naturaleza frágiles e imperfectos; de ahí que intentemos ignorar o enmascarar nuestras vulnerabilidades. Y lo que nos propone el autor es el descubrimiento de una relación que no implica evaluación ninguna, lo que nos permite escapar de la trampa de la búsqueda exacerbada de la autoestima. Si importante es ser empático y tolerante con los demás, no ha de serlo menos el actuar así con uno mismo.
¿De dónde nos viene esta dureza para con nosotros mismos? El autor apunta algunas sugerencias: la cultura de la competición (sin ir más lejos, es la que nuestra Lomce plantea), el narcisismo, la educación y los mensajes parentales críticos y, en definitiva, la cultura occidental en la que no está bien considerado el tratarse a sí mismo con dulzura. Y no se tiene en cuenta que esta dulzura alienta también el vínculo social y el sentimiento de pertenencia a una comunidad humana, permitiendo gestionar los conflictos y favoreciendo la apertura, el afecto y la tolerancia, no solo con la pareja, sino con el otro en general.
Esta actitud de autotolerancia nos lleva a comprender que el fracaso forma parte de la experiencia humana, comprensión que contribuye a calmar los sentimientos de derrota ante ellos y a evitar el aislamiento al que aquella induce. Evidentemente, esto no significa que hayamos de ser complacientes con nuestros defectos y errores y que podamos renunciar a cambiar y mejorar, muy al contrario nos debe incitar a corregirnos y a dar lo mejor de nosotros mismos.
Tal actitud de dulzura para con uno mismo no es innata; necesita aprendizaje para su desarrollo y a tal finalidad se han elaborado técnicas que colaboren en el aprendizaje. Y concluye el autor: “una persona con un elevado nivel de compasión hacia ella misma estará mucho menos a la defensiva: admitirá con más facilidad sus errores, se perdonará, pero también será más realista e intentará hacerlo mejor cuando la ocasión vuelva a presentarse”.
Nos liberamos
En el último capítulo de la obra, el autor nos revela algo más sobre el ombliguismo que vimos más arriba y la manera de comprenderlo para superarlo. Se trata de La liberación de uno mismo.
Ya se dijo que el ombliguismo reduce nuestra flexibilidad y limita nuestras elecciones, nos encierra en un marco referencial predefinido y nos hace correr el riesgo de perder de vista nuestros vínculos con los demás y con el mundo. “Prisioneros del ombliguismo, demasiado cargados con el equipaje de nuestra historia, acabamos por llevar maletas muy pesadas que nos impiden buscar y construir nuestro camino con total libertad”, nos dice Kotsou.
Con el ombliguismo, sobrevaloramos nuestra capacidad de libre albedrío y nuestro grado de autonomía, olvidando que todos nuestros comportamientos están influidos por numerosos elementos, tanto internos como externos; y nos hace olvidar que todos somos susceptibles de comportamientos censurables. De ahí que tomar conciencia de ello nos haga más libres y nos convierta en mejores ciudadanos.
¿Somos nuestra historia?, se pregunta el autor y recomienda distinguir entre lo que son nuestros pensamientos y lo que en realidad somos, nuestra imagen y nuestra realidad. No por tener un pasado doloroso hemos de creer que somos una mala persona, que no merecemos ser amados o todo lo contrario, imaginarnos una imagen muy positiva de nosotros basándonos en una historia más positiva. Porque estar menos enganchados al ombliguismo nos permite abordar las situaciones de la vida con más sabiduría. Y ¿qué entiende por sabiduría? Pues una cualidad definida por tres componentes: 1) la capacidad de reconocer que nuestro propio saber es limitado; 2) la conciencia de que el mundo cambia continuamente; y 3), dirigir nuestro interés hacia el bien común en lugar de a nuestros intereses particulares.
Una vez que tomamos menos en serio nuestras historias y nos despeguemos de las etiquetas con que nos vestimos, estamos en condiciones de extraer una perspectiva más fluida de nuestra propia experiencia. Para ello debemos aprender a observar nuestros pensamientos (juicios y justificaciones), nuestras emociones y sensaciones tal y como se presenten, en el momento en que surjan y a verlas evolucionar momento a momento; es la perspectiva del denominado “yo observador”. Como concluye el autor, citando a Einstein, “nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar a todas las criaturas vivas y a la naturaleza entera en su belleza”.
El libro finaliza con un capítulo de Conclusión: la lucidez, al que sigue una nota del autor y un epílogo firmado por Matthieu Ricard. En la primera nos invita a dejar de cavilar sobre lo que debería ser distinto y a aceptar la realidad del momento. La lucidez es la capacidad de desilusionarnos y de percibir la realidad como es y no como nos gustaría que fuese; de comprender que la vida comportará momentos de malestar. Y tener en cuenta que lucidez no es sinónimo de apatía o resignación, sino que es una actitud que nos conduce a no tratar de controlar lo que a fin de cuentas no controlamos.
En nuestras relaciones, la lucidez nos hace constatar la otredad, el hecho de que todos funcionamos de manera diferente; también la impermanencia, que en nuestras vidas todo cambia continuamente; y que es imposible cambiar al otro cuando y como desearíamos. La lucidez nos orienta a vivir los valores que son importantes para nosotros, en lugar de pretender que el mundo, los demás, se ajusten a ellos. La lucidez nos hace percibir el éxito como un regalo y no como un deber; es clave para comprender que el resultado de nuestras acciones no depende únicamente de nosotros. Y nos abre a la gratitud, esa emoción que facilita el saborear más plenamente nuestras experiencias vitales favorables.
En este párrafo, extenso, Ilios Kotsou nos resume el contenido de su libro: “Todas las soluciones que se repasan en la primera parte de esta obra comparten la característica de no ser más que ilusiones, se trate de la obsesión por la felicidad placentera, de una vida sin malestar o de control de nuestros pensamientos, o de que nos olvidemos de nosotros mismos en la búsqueda de autoestima o en un ombliguismo reductor. Las alternativas elegidas tienen en común la desilusión, una consciencia ampliada, que participa de una dichosa lucidez: tolerar nuestros estados de ánimo, incluso cuando son incómodos; no tomarnos los pensamientos demasiado en serio; aceptar nuestra fragilidad con dulzura y ampliar nuestra concepción de nosotros mismos. Nuestra existencia pasa a ser contemplada sobre todo más como una experiencia que vivir y no como un problema que hay que resolver. Ello nos da la posibilidad de actuar y de vivir para amar mejor”.
Tras el Epílogo de Ricard, unas páginas nos ofrecen la bibliografía seleccionada.
Concluyendo
Nos encontramos ante una obra sugerente y sugestiva. Redactada en un estilo muy ameno, aderezado con ejemplos prácticos y las conclusiones de diversos estudios científicos, aportados como argumento en apoyo de sus postulados, puede parecer un libro más de autoayuda; pero no van por esa senda las intenciones de Ilios Kotsou. No nos ofrece unas recetas mágicas encaminadas a un logro inmediato. Lo que nos brinda es una serie de reflexiones muy acertadas sobre nuestra realidad que, como consecuencia, nos permitirán blindarnos ante los cantos de sirena que invitan a una felicidad que ni siquiera sabemos definir bien y que, más que una meta, es un camino, una manera de caminar. Que puede ser incómodo para quienes abogan por una teorías bien definidas en este ensayo como provocadoras de débiles ideas sobre la felicidad y la manera de lograrla, no es algo inevitable. Pero ahí están los planteamientos de Kotsou, respaldados por sus argumentos bien cimentados. Ahora corresponde al lector emitir su juicio.
Índice
Prefacio de Christophe André
Introducción
1. La trampa de la idealización
Parte I: Las trampas de la felicidad
2. Los peligros de la lucha contra el malestar
3. El mito del pensamiento positivo
4. Los espejismos de la búsqueda de autoestima
5. El punto muerto del ombliguismo
Parte II. Los caminos de la lucidez
6. La tolerancia
7. El desapego
8. La dulzura para con uno mismo
9. La liberación de uno mismo
Conclusión: La lucidez
Nota del autor
Epílogo de Matthieu Ricard
Bibliografía
Reseñas
Inclinar la balanza. Un científico ante Dios
Leandro Sequeiros , 31/03/2017
Ficha Técnica
Título: Inclinar la balanza. Un científico ante Dios
Autor: Jorge Felip Fernández
Edita: Atrio Llibres. Valencia
Materia: Espiritualidad y religión
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 512
ISBN: 978-84-941429-5-6
PVP: 20 €
Nos encontramos aquí con un libro honesto y sorprendente. Con un trasfondo autobiográfico. Jorge Felip Fernández, biólogo y profesor de universidad y de secundaria, nos narra su personal y particular búsqueda de sentido religioso para su vida. Se confiesa como cristiano y católico, aunque escribe el libro para intentar aclarar sus ideas para cuando se le oscurezca la fe. Por eso conviene leerlo con ojos críticos y comprensivos. No es fácil intentar clarificar por qué uno cree y qué opciones más racionales (hacia dónde se inclina el fiel de la balanza) entre posturas antagónicas.
Producto de un trabajo colectivo, estas páginas son el fruto de años de reflexión y de búsqueda de un lenguaje que permita dotar de racionalidad a las propias creencias. Ante tal desbordamiento de sinceridad solo cabe el silencio y el respeto.
Un biólogo en búsqueda de sentido
La extensa y multicolor bibliografía que se contiene al final del libro, revela que estamos ante una persona que no solo piensa, sino que intenta buscar respuestas en lo que otros han estudiado a fondo.
¿Qué es lo que pretende el autor? Según lo que el mismo dice en el prólogo: “Esta obra la he escrito con la intención de obligarme a aclarar mis ideas religiosas, que desde hace años me preocupan e implican. Estas ideas son fruto de más de 30 años de reflexión y estudio de una abundante bibliografía, de la que he hecho una reseña de las más significativas para mí, al final de la obra. La reflexión ha ido cuajando poco a poco las ideas, cambiando, corrigiendo, eliminando, etc., hasta asumirlas como propias. Por ello en el texto no hay ninguna cita ni referencia de los autores de los que las he tomado, las cuales en su mayoría las he modificado”.
Y prosigue: “El objetivo que persigo consiste en tener mis ideas religiosas ordenadas y a punto para ser consultadas cuando me falte la memoria y vuelvan a causarme dolor antiguos problemas de fe. Seguramente en adelante nuevos problemas y nuevas dudas aparecerán con el tiempo a las que tendré que hacer frente, pero al menos no serán las mismas. Sin embargo, alguno de los problemas que pienso que está resuelto aquí, no sea solución definitiva y tenga nuevamente que revisarlo o volver a aclararlo. Espero que a alguien que tenga problemas similares, le sirva de ayuda para tomar sus propias decisiones”.
El prólogo del autor
Es particularmente significativo el prólogo del autor, Jorge Felip, del que seleccionamos algunos párrafos: “Durante años me sentí cómodo y seguro con las explicaciones de la Ciencia sobre el mundo, el hombre y las sociedades humanas, en las que la idea de Dios no intervenía ni era necesario. Con el tiempo me di cuenta de que el cientificismo era también una creencia, del mismo orden que la propuesta de Dios. No existen seguridades ni Verdades Absolutas que nos disculpen de la libertad de decidir. Tampoco la opción por el nihilismo o el agnosticismo, me resultaron asumibles, porque en realidad se traduce en vivir una vida como si Dios no existiese y sin explicaciones. Sin duda, este modo de vivir también es una opción sostenida por una creencia, que para mí no es la mejor alternativa aunque sea hoy elegida por una mayoría. Si no podemos eludir la creencia pues pongamos el coraje de decidir su contenido y el esfuerzo por justificarla de modo razonable”.
A lo largo de esta reflexión en voz alta y clara y puesta por escrito con vigor y corazón, Jorge Felip va desgranando los resultados, siempre parciales y perfectibles, de sus convicciones, hacia dónde se inclina el fiel de la balanza de su racionalidad.
Prosigue: “Al observar nuestro entorno natural y humano tengo la impresión de que para su existencia y sostenibilidad, su origen y evolución, debe intervenir una Fuerza y Sabiduría de orden superior que el simple azar y necesidad para dar cuenta de este maravilloso y casi imposible Universo. Esta impresión no apunta a un mayor conocimiento del entorno que la Ciencia no sepa, pues ninguna creencia puede aportar nada al conocimiento positivo, ni tampoco que esa Fuerza derive de una necesidad lógica o metafísica, sino que se propone como posibilidad. En nada altera la constitución de la Naturaleza ni del hombre más allá de lo que la Ciencia describe, ni sostiene una suprarrealidad sobrenatural llena de espíritus, fantasmas o duendes, sucesos milagrosos o acciones mágicas. Para nada obliga a dotar a las cosas de energías espirituales, a los seres vivos de fuerza vital, ni tampoco al hombre de alma inmortal, pues de todo ello no se puede probar su existencia porque esas sustancias sutiles no pueden mostrarse”.
Con el mismo Jorge he debatido si el camino de sus convicciones sigue la misma ruta de otro buscador, Antony Flew. Pero el hilo de sus reflexiones va en otra dirección: “La creencia nos impone una alternativa ¿existe o no existe Dios? La respuesta más razonable es simple, no lo sé y además no puedo saberlo; pero el simple vivir nos obliga a decidir, porque no podemos situarnos en medio, pues en verdad se vive como si Dios no existiese o lo contrario. Sin Dios la vida humana es fugaz, insignificante, limitada, el tiempo se escapa en un presente efímero, cerrando el futuro a toda esperanza, no sólo para el individuo sino para toda la humanidad. Con Dios la vida se llena de valor trascendente, se carga de sentido y finalidad, abriendo el futuro hacia lo eterno. En absoluto puedo probar la existencia de Dios, pero tampoco nadie puede demostrar su imposibilidad, y por eso la elijo como alternativa porque creo que es la mejor”.
¿Cómo se ha escrito este libro?
En el prólogo del editor del libro, Antonio Duato (director de Atrio), narra la historia de la construcción de este ensayo que es fruto de un largo proceso. “Jorge Felip empezó en 2009 a comentar sus reflexiones en las páginas de ATRIO . Con preferencia por temas de pensamiento y con mente bien estructurada de científico y cristiano adulto. En octubre de 2015 presentó un manuscrito elaborado a lo largo de muchos años, no con el objetivo de publicarlo sino para sí mismo. Nos pareció que era un texto que contenía mucha información y reflexión y que se prestaba a convertirlo en la base de un curso-taller de los que ofrece ATRIO.
Tras un mes de colaboración transoceánica entre Jorge Felip y Oscar Varela, el primero de diciembre de 2015 se presentaba en ATRIO en formato curso-taller con la denominación “Inclinar la balanza… ciencia y fe”.. Los materiales de dicho curso interactivo son accesibles en dicho portal. Al texto definitivo fueron adjuntados resúmenes de los comentarios que sobre sus reflexiones publicadas ha recibido el autor.
Índice
Prólogo
Primera Parte: Ciencia y religión
1. El Hombre
2. Pensar lo absoluto. Propuestas de contenido de lo Absoluto
3. ¿Existe Dios?
4. La respuesta de Dios
5. El problema del mal
- Primera parte: desde la filosofía y la tradición
- Segunda parte: desde la experiencia humana
6. Un Dios personal
7. La fe
8. Una fábula escatológica
Segunda Parte: Qué dios, qué religión
1. El Islam.
2. El Judaísmo
3. Jesús de Nazaret
5. La Iglesia
6. La ética del amor
Epílogo
Conclusión
Agradecimientos
Bibliografía
Reseñas
La dama del Nilo
Redacción T21 , 16/03/2017
La historia de Hatshepsut, reina de reinas
Ficha Técnica
Título: La dama del Nilo
Autora: Pauline Gedge
Edita: Pàmies. Madrid, febrero de 2017
Colección: Histórica
Encuadernación: Rústica con solapa
Número de páginas: 448
ISBN: 978-84-16331-23-0
PVP: 19,95€
«Así pues, yo, hija de Amón, he sido y seré siempre rey de Egipto. Y en los días venideros, los hombres lo sabrán y se maravillarán, como también yo lo he hecho al contemplar los monumentos y las formidables obras llevadas a cabo por mis antepasados. No estoy sola. Después de todo, viviré eternamente».
Así se expresaba la reina egipcia Hatshepsut, en la intimidad de sus aposentos, mientras hacía balance de todos los esfuerzos dedicados a su eterno y hermoso Egipto: “le he brindado mi divino ser; he transpirado y he pasado noches en vela para que mi pueblo pudiera dormir y estar a salvo. Ni siquiera los campesinos hablan en este momento de otra cosa que no sea la guerra. Guerra: no incursiones de saqueo ni escaramuzas de frontera, sino grandes batallas para la conquista de un imperio. Y yo debo quedarme cruzad de brazos, impotente. No hemos nacido para la guerra. Reímos, cantamos, hacemos el amor, construimos, comerciamos y trabajamos, pero la guerra es algo demasiado solemne para nosotros, y terminará por destruirnos”.
La dama del Nilo es una novela de Pauline Gedge en la que la autora nos relata la azarosa vida de la primera reina de reinas del antiguo Egipto.
Mil seiscientos años antes que Cleopatra, reinó en Egipto Hatshepsut, una mujer extraordinaria no sólo por su inteligencia y su belleza, sino también por ser la primera mujer en la historia que gobernó con plenos derechos en un mundo dominado por los hombres.
Según la tradición secular, los faraones de Egipto sólo podían gobernar si se casaban con una mujer de sangre real que, mediante el matrimonio, otorgaba al hombre la condición de soberano. Tan arraigada costumbre iba a romperse por primera vez hace treinta y cinco siglos, cuando el faraón reinante dictaminó que su hija Hatshepsut, de quince años, fuera consagrada primera emperatriz de la historia de Egipto.
Hábil en la administración, audaz en la guerra y, sobre todo, entregada a su tierra y a su pueblo, la dama del Nilo supo defenderse de los celos y la insidia de sus enemigos y mantener el poder del imperio en el apogeo de su gloria.
Datos de la autora
Reseñas
La exploración de la conciencia
Redacción T21 , 02/03/2017
En Oriente y Occidente
Ficha Técnica
Título: La exploración de la conciencia
Autora: María Teresa Román
Edita: Editorial Kairós . Barcelona, febrero de, 2017
Colección: Sabiduría perenne
Materia: Filosofía
Encuadernación: Rústica con solapas
Número de páginas: 456
ISBN: 978-84-9988-546-9
PVP: 18,00€
La exploración de la conciencia de María Teresa Román, nos invita a ir más allá de nuestros esquemas convencionales y nos sumerge en campos tan apasionantes como la conciencia chamánica, el universo de los sueños, la meditación, la propia textura de la realidad… tal y como han sido explorados y desarrollados por las tradiciones de sabiduría de Oriente, pero también por el chamanismo o la ciencia moderna.
El principal objetivo de este libro, apunta la autora en la Introducción, es poner en marcha una maquinaria narrativa dentro del marco de un lenguaje lo más abierto posible con el fin de reunir las piezas necesaria para obtener una idea, siquiera vaga, de ciertas formas especiales de imaginar, sentir y percibir el mundo y que tienen su cuartel general en la actividad profunda, oculta, misteriosa, esquiva, maravillosa, aventurera y mágica de la “Conciencia”.
Y más adelante añade, esta obra está dirigida a despejar el camino para que los lectores puedan formularse preguntas que suelen transitar por las autopistas convencionales. En algunos casos puede que provoque algún que otro sofoco e incluso la tentación de “matar al mensajero” a base de descalificaciones u olvido. Los advierto de que no son pocos los que avisan del peligro de una condenación apresurada de las ideas nuevas y fuera del discurso oficial.
Estoy convencida, dice, de que existen patrones insospechados a nuestro alrededor que podrían llegar a manifestarse si supiéramos qué, dónde y cómo mirar…
Sumario
Agradecimiento
Prólogo. Manuel Almendro
Introducción
- ¿Qué es la realidad?
- El universo de los sueños
- Un campo de práctica, experiencia y estudio
- La conciencia chamánica
- ¿Un viaje de ida y vuelta?
- Miscelánea de lo desconocido
- Una nueva visión del mundo
Datos de la autora
Redacción T21
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850










