Dos límites jalonan la vida, nacer y morir: nacer tiene la ventaja de traernos a lo único que conocemos; morir conlleva la tragedia de abandonar lo único que conocemos. Ésta es la piedra de toque de toda religión, solucionar lo irresoluble. Con todo, el imaginario mitológico ofrece tres posibilidades: morimos y punto; morimos pero volvemos a la vida, por supuesto transitoriamente pues acabaremos por morir en su momento; morimos y revivimos para siempre.
El héroe mítico, aquel personaje que ejemplifica la superación del primer límite vital, el nacimiento, es también el modelo con el que aprender alguna de las tres soluciones propuestas. Aquiles y Héctor, pongamos por caso, pueden ser modelo de la aceptación consciente y valiente del final. En el canto XVIII de la Ilíada, el primero desvela a su madre, la diosa Tetis, que está decidido a aceptar su muerte (vv. 88-92):
...Mas sucedió así para que sufrieras penas infinitas en el alma
por el fallecimiento de tu hijo, a quien no volverás a dar
la bienvenida de regreso a casa, pues mi ánimo me manda no
vivir ni continuar entre los hombres, a menos que Héctor
pierda antes la vida abatido bajo mi lanza...
Y poco después continúa (vv. 115-121):
...Mi parca yo la acogeré gustoso cuando Zeus
quiera traérmela y también los demás dioses inmortales.
Ni la pujanza de Hércules logró escapar de la parca,
aunque fue el mortal más amado del soberano Zeus Cronión,
sino que el destino lo doblegó y además la dura saña de Hera.
Así también yo, si el destino dispuesto para mí es el mismo,
quedaré tendido cuando muera.
En cuanto a nuestro segundo héroe, Héctor, el canto XXII nos ofrece su muerte frente a Aquiles. De todo este canto destacamos el pasaje en que finalmente reconoce que ha llegado su hora (vv. 297-305):
¡Ay! Sin duda los dioses ya me llaman a la muerte.
Estaba seguro de que el héroe Deífobo se hallaba a mi lado;
pero él está en la muralla, y Atenea me ha engañado.
Ahora sí que tengo próxima la muerte cruel; ni está ya lejo
ni es eludible. Eso es lo que hace tiempo fue del agrado
de Zeus y del flechador hijo de Zeus, que hasta ahora me
han protegido benévolos; mas ahora el destino me ha llegado.
¡Que al menos no perezca sin esfuerzo y sin gloria,
sino tras una proeza cuya fama llegue a los hombres futuros!
Observemos cómo ambos héroes arrostran el final con la misma entereza, si bien envueltos en una moral nobiliaria y guerrera que, con todo, no obsta para convertirlos en modelos a la hora de asumir la muerte como final de todo, una concepción expresada a propósito del destino de Héctor (vv. 361-363):
Apenas hablar así, el cumplimiento de la muerte lo cubrió.
El aliento vital voló de la boca y marchó a la morada de Hades,
llorando su hado y abandonando la virilidad y la juventud.
No es ésta, como decíamos, la única forma de buscar solución al límite último de la existencia. En la mitología hay ejemplos abundantes de primeras muertes, si se nos permite la expresión, de muertes que son seguidas de una resurrección o de una vuelta a la vida, aunque finalmente el sujeto habrá de morir. El hecho de visitar ese Hades donde no hay, ya lo hemos leído, juventud ni virilidad, y volver de él, es decir, superar al menos una vez el límite fatal, muestra hasta qué punto ese límite es una tragedia. Porque, en definitiva, todos pensamos en la muerte y ansiamos más que ninguna otra cosa alejarla de nuestras vidas. Con esa noción en la cabeza podemos hacernos buena idea de lo que supone encontrar un ejemplo de superación de nuestro fin.
Entre los casos más renombrados de quienes volvieron a la vida tras reposar junto a los muertos, se cuenta Alcestis, que dio su propia vida por la de su esposo y fue recompensada con la vuelta del Hades; o Glauco el hijo de Minos, al que Poliido volvió
a la vida frotando su cadáver ya en la tumba con una hierba secreta6. Con todo, quizá sea más interesante desde el punto de vista de las aspiraciones humanas la historia de Asclepio7, hijo del dios Apolo y una mortal, que aprendió tan bien la medicina que resucitó a muchos. Y el caso es interesante no sólo por ser Asclepio capaz de resucitar a difuntos, sino porque tal proeza no podía ser consentida por Zeus ya que, obviamente, dejaba sin valor la muerte, diferencia entre mortales e inmortales, de manera que acabó fulminando al médico.
Hay aún una variante de esta segunda vía, pues tenemos bastantes ejemplos mitológicos de héroes que visitaron en vida a los muertos y después volvieron entre los todavía mortales, una peripecia que, naturalmente, era considerada indicio, si no prueba, de un carácter especial entre los humanos. Por ejemplo, Heracles visitó el Hades cuando volvió a la vida a Alcestis; o el propio Orfeo, que bajó al reino de Perséfone para rescatar a su esposa Eurídice; o el héroe ateniense Teseo, también rescatado de allí por Heracles.
Texto procedente de La verdadera historia de la Pasión, Ed. EDAF.