CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas

La lectura atenta de los cuatro evangelios permite reparar en incoherencias entre los diversos autores. Esto no sería demasiado grave de haber pretendido el cristianismo basarse en hechos incontrovertibles dictados por la divinidad.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


         
Los textos de la colección Nuevo Testamento también ofrecen numerosos pasajes que son imposibles. Esto habría carecido de importancia caso de abstenerse el cristianismo de pretender ser historia verdadera. No es que otras religiones estuvieran más o menos lejos de la realidad, sino que la cercanía de los primeros cristianos respecto a su supuesto fundador hubo de resultar especialmente seductora para quienes se animaron a seguir la doctrina presentada por Pablo de Tarso en algunas ciudades del Imperio. La existencia de testigos oculares hubo de despertar tanto curiosidad como atracción.

Un punto imposible del relato evangélico es, por ejemplo, la relación entre el nacimiento de Jesús y el censo de Quirino, mencionado en Lc 2, 1-2: “Y sucedió en aquellos días que salió un decreto de Augusto César para que todo el mundo fuera censado. Este primer censo tuvo lugar siendo procurador de Siria Cirenio (Quirino)”. Este censo se llevó a cabo el año 6 de nuestra era, lo cual contradice la noticia del evangelio Mateo que afirma que Jesús de Nazaret nació durante el reinado de Herodes el Grande, muerto el año 4 antes de nuestra era. Además de la incompatibilidad entre las dos fechas es de destacar la novelesca anécdota del viaje de la familia a la que pertenecía Jesús a Belén.
Un dato más relacionado con el censo de Quirino resulta interesante: a consecuencia de dicho censo, tomado como ejercicio de poder absoluto por la población de Judea, se produjo una revuelta armada en la provincia.

            La conocida parábola del sembrador (Mc 4, 1-9; Mt 13, 1-9; Lc 8, 4-8), en realidad un ejemplo sobre la labor de quien enseña o predica, también merece un comentario sobre su imposibilidad. Sobre el fragmento, primero deberíamos considerar si un rabí judío (así se denomina al Galileo en muchos pasajes) que creció entre agricultores pudo ilustrar dicho tema mediante un ejemplo que proponía lo siguiente: aprender de un agricultor incapaz de sembrar correctamente pues arroja su grano a un camino, a unas malas hierbas o a unas piedras, además de a su campo labrado. Parece que tal agricultor no sería tomado muy en serio por quienes ya eran los receptores naturales de la doctrina del reino de Yahvé, los judíos. Por otra parte, el marco de referencia del ejemplo es muy vago, pues da la impresión de que el agricultor es consciente de que siembra en lugares que no darán el fruto apropiado. Este segundo dato lleva a pensar que realmente se trata de un ejemplo que se ajusta a la época en que el cristianismo predicaba por todas partes y a muchas gentes dispares: así se entendería que la intención del agricultor fuera diseminar sin prejuicio en lugar de trabajar cabalmente. Bajo este supuesto los receptores del mensaje sí aceptarían de forma natural lo que en términos agrícolas es una necedad.

Otro pasaje de los evangelios que presenta visos de imposibilidad es la conocida pregunta que uno de los crucificados formuló a Jesús también crucificado y la respuesta no de éste sino del tercer ajusticiado. Marcos (15, 27-32) reza: Y con él crucifican a dos bandoleros, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban al lado lo infamaban moviendo sus cabezas y diciendo: "¡eh! El que iba a derribar el templo y reconstruirlo en tres días, sálvate bajando de la cruz". Igualmente, también los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas y decían: "A otros salvó, a él mismo no puede salvarse; el Cristo, el rey de Israel, que baje ahora de la cruz para que veamos y creamos". Y los crucificados con él lo injuriaban.

El relato en Mateo (27, 38-41) sigue este guion y presenta también escuetamente a los dos crucificados con Jesús: Ha confiado en Dios, que le salve ahora si quiere; pues dijo "soy hijo de Dios". Y esto mismo también le echaban en cara los bandoleros crucificados con él.

El relato de Lucas (23, 39-43) es: Uno de los malhechores colgados le injuriaba diciendo: "¿No eres tú el Cristo? Sálvate y sálvanos". Pero como respuesta le dijo el otro recriminándole: "¿No temes tú a Dios, cuando tienes el mismo castigo? Incluso nosotros con justicia, pues recibimos lo adecuado a lo que hicimos; pero él nada extraño hizo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Y le dijo: "Con seguridad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso".

La información resulta demasiado oscura como para tomarla literalmente. Si se atiende al relato según Marcos y Mateo habrá que preguntarse quiénes son esos dos crucificados de los que nada se dice anteriormente. Incluso se puede imaginar que hubo varias personas detenidas, juzgadas y crucificadas esos días. Si se atiende al relato según Lucas, cabe preguntarse por qué un malhechor haría una pregunta así en un momento como ese, es decir, por qué un crucificado, con sus respectivos dolores, habría de mofarse de otro; y también por qué un tercer crucificado, con sus respectivos dolores, habría de defender al segundo. Parece imposible, pese a los intentos, reconciliar las versiones tal como están. Se antoja más realista pensar que los crucificados podrían reprochar algo a Jesús (dos primeras versiones), en caso de pertenecer al mismo grupo que él, y que el relato se habría dulcificado con el tiempo para no dañar la imagen de Jesús; y en el caso de la tradición según cuenta Lucas, el reproche a propósito del salvarse, no sólo Jesús a sí mismo sino Jesús a los dos crucificados, parece corresponder a la misma lógica, cumplir lo prometido: los tres serían parte del mismo movimiento perseguido.

El breve estudio sobre la crucifixión de tres reos el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar, lleva a reflexionar sobre otro hecho sin paralelo en la historia de Roma: según los evangelios Marcos, Mateo y Lucas, durante los días en que fue apresado y ajusticiado el Nazareno había una fiesta en Jerusalén con una curiosa y, como se sabe, imposible tradición: liberar a un preso. Este proceder no es propio de ninguna instancia de la legislación romana que conozcamos. Hay base, por tanto, para considerar que se trata de una invención. Otra cosa es entender cómo se llegó a contar semejante imposible, cosa que trataré en su capítulo correspondiente.

Un último ejemplo puede resultar muy revelador: qué pensaba Jesús sobre el reino de Yahvé. Aunque parezca mentira, no hay descripción o desarrollo teórico sobre este tema en página alguna de los cuatro evangelios. Este extraño fenómeno, que aparentemente no debería haberse dado si Jesús quería predicar el reino de Yahvé, puede solucionarse atendiendo a la perspectiva histórica judía mencionada páginas atrás: el Nazareno no explicó lo que ya se conocía, lo que era propio de esa tradición. Esto significaría que era improbable que pensara en términos universales, es decir, que no habría contemplado la posibilidad de que ese concepto fuera a ser válido para el resto del mundo conocido en sus días. Una reflexión más podría ayudar a entender este punto de vista: habría sido más que oportuno o natural que se indicara a los futuros profetas de la nueva religión el contenido exacto de su promesa de nuevo mundo más allá de unas comparaciones si es que tenían que explicarlo a quienes lo ignoraban.

Por ahora, da la sensación de que leer la colección Nuevo Testamento como un texto acabado y sin contradicciones exige poco menos que una estrategia comprensiva. Una pista para alcanzarla puede darla una serie de interpretaciones que se constatan a la muerte de Jesús.

Extracto de mi obra Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, amazon.


Saludos cordiales.

 
Lunes, 27 de Enero 2025
Hoy escribe Antonio Piñero
 
Con Paolo Sacchi, el editor italiano de esta literatura apócrifa de la Biblia hebrea, podemos decir que los problemas que angustiaban de un modo especial a las mentes judías de la época de los autores de los Apócrifos eran los siguientes:
 
            1. La existencia del mal y su origen;
 
            2. Las relaciones que debían mantener los israelitas con los paganos;
           
            3. La justicia de Dios en este mundo y el sufrimiento y fracaso aparente de los justos;
 
            4. La urgencia de la salvación y la figura que habría de ejecutarla: el mesías, como dijimos;
 
            5. El destino futuro del hombre: inmortalidad o no del alma, la resurrección, el juicio futuro;
 
            6. La libertad del ser humano y la de Dios a pesar de la predestinación;
 
            7. El intento de plasmar una ética interior que diera vida a los múltiples preceptos de la Ley y condujera a la salvación; los deseos de justificación /absolución partiendo de un estado de pecado.
 
 
Modelados por todas estas preocupaciones, los apócrifos del Antiguo Testamento desarrollan una cierta visión del mundo, un cierto talante espiritual, que varía algo, naturalmente, de unos escritos a otros, pero que muestra los siguientes rasgos comunes, algunos de los cuales se deducen de lo que he indicado hoy.
 
 
Enseguida les sonarán a los paralelos cristianos y los ecos de lo oído en las enumeraciones anteriores les servirá para la fijación de ideas. Vuelvo a hacer una lista:
 
 
            1) Se espera y se cree febrilmente en un fin del mundo muy próximo, en el que tendrá lugar la liberación de todos los justos. Las épocas anteriores han sido de preparación; Lo nuevo es en este número 1) la edad final es aquella en la que vive el escritor de cada libro en cuestión.
 
             2) Este fin del mundo será una gran catástrofe cósmica: habrá grandes guerras y conflagraciones, todo el universo se conmoverá, pero al final vencerán los justos. Este punto es parcialmente nuevo respecto a la Biblia hebrea
 
            3) El tiempo se divide en dos grandes períodos: uno, el presente (con toda su historia anterior), malo y perverso, dominado por el espíritu del mal, adversario de la divinidad; otro, el futuro, regido por Dios, en el que los justos habrán de vivir una vida paradisíaca y dichosa. Hay en este punto una insistencia mayor que en la Biblia hebrea.
 
            4) El período presente evoluciona irremisiblemente hacia el futuro según un esquema predeterminado por el plan divino. Parcialmente nuevo, pues se insiste en el “esquema”, pero se insiste en la predeterminación.
 
            5) El espacio entre la divinidad y el hombre se piensa como mucho más poblado por seres intermedios, ángeles y demonios, que influyen en el comportamiento del hombre y del mundo. Este punto es solo parcialmente nuevo en la intensidad de la idea y cómo se recalca el papel de ángeles y demonios.
 
            6) Se delinean con precisión las características del mesías. Se piensa menudo que vendrá un rey davídico anunciado por los profetas, a pesar se que se sabía que el último davídida, Zorobabel, había muerto; que será el héroe que aniquilará militarmente a los enemigos de Israel; pero ante todo juez supremo y príncipe de la paz. Al acabarse el período malo, el agente mesiánico abrirá de nuevo el paraíso de par en par para los justos. Dios oculta a su ungido durante un tiempo, pero al final aparecerá indefectiblemente. Este punto es parcialmente nuevo porque en la Biblia hebrea no hay mesías estricto.
 
            7) La gloria es el estado definitivo del justo. Para la mayoría de los apócrifos, será el estado solo del israelita piadoso; para algunos, de todo ser humano justo. Parcialmente nuevo.
           
 
El próximo día terminaremos las nociones generales sobre qué son los Apócrifos del Antiguo Testamento y qué importancia tienen para la comprensión del judaísmo de Jesús y el nacimiento del cristianismo.
 
Saludos cordiales
 
NOTA:
 
Enlace a una entrevista de Pedro Riba, “Luces en la oscuridad” sobre la novela “Herodes el Grande”:
 
https://www.youtube.com/watch?v=vMhlgOM5tAE
Martes, 21 de Enero 2025
Escribe Antonio Piñero
 
 
Resumo ahora los que creo rasgos esenciales del ideario teológico de los Apócrifos del Antiguo Testamento.
 
 
1. Dios existe y su existencia no necesita demostración alguna.
 
 
Ningún autor de los apócrifos manifiesta la mínima duda de su existencia, ni necesita probarla; ni se cuestiona. Tampoco duda de que se trata de un Dios único, el Dios de Israel, el mismo que luego el dios de los judeocristianos y luego cristianos a secas; en tiempo de los apócrifos, siglo IV a.e.c. en adelante, el politeísmo había sido desterrado de Israel hacía al menos un siglo o más.
 
 
Ahora bien, si se ataca vivamente el politeísmo en los apócrifos es sólo cuando la temática de algunos de estos libros reproduce momentos del pasado o reelabora pasajes de la Biblia ya existentes, o bien tiene dirige su discurso contra los gentiles de su tiempo. Este Dios de los apócrifos pierde rasgos antropomórficos de la Biblia hebrea (no es el dios del Génesis; por ejemplo, Dios se pasea por el Paraíso dónde está Adán después de caída y la primera pareja se esconde a sus ojos: Gn 3,8), y se convierte en absolutamente trascendente, es decir, está muy por encima de todo lo humano  y no se puede representar con ningún rasgo de hombre.
 
 
2. A pesar de que Dios es creador del mundo y del ser humano, el estado idílico del principio duró muy poco. La mala inclinación del hombre, en expresión de los rabinos posteriores, el corazón o inclinación maligna, condujo al pecado y éste trastornó todos los planes divinos sobre el cosmos.
 
 
3. Entonces Dios interviene en la historia; ha elegido para sí entre los pueblos a uno sólo, Israel. La historia no es cíclica o circular como pretenden los griegos. No se repiten el universo y los acontecimientos en él ocurridos después de un período más o menos largo y tras una conflagración o fuego purificatorios finales, como pensaban en general los gentiles helenos para quienes la materia es eterna, sino que la historia es lineal.
 
 
            La historia camina, pues, directamente hacia un objetivo decidido por Dios. Es como una línea más o menos recta, que va desde los orígenes hasta un fin predeterminado por Dios: a saber, la restauración del estado primigenio del paraíso antes del pecado, es decir, la mencionada línea directa de la historia hará que se restauren las condiciones del paraíso: el final será como  el principio. Ello conlleva la salvación de Israel y en algunos autores de los apócrifos de la salvación participarán también de los gentiles, o al menos de algunos de ellos.
 
 
4. Dios ha concedido a Israel una alianza y una ley. Si se cumplen los términos de esa Ley, Dios se mostrará benévolo e Israel gozará, ya en esta vida, de un estado normal de felicidad y abundancia de bienes materiales. Luego gozará de una vida y felicidad eternas y perfectas.
 
 
5. Dios es el rey verdadero de Israel. Para todos los judíos cualquier realeza terrena, incluso la judía, si no obraba conforme a la Ley, era contraria a esta realidad, pues sustituía el régimen ideal, el gobierno de Dios sobre su pueblo, postulado una y otra vez por los profetas del pasado, por el dominio de un rey humano. La religión judía en tiempos de los Apócrifos era una religión a la espera del reinado de Dios.
 
 
6. La realización práctica de este reinado habría de ser llevada a cabo por una personalidad misteriosa, el mesías. Sobre su figura circulaban muy diversas ideas y perspectivas, pero todas convergían en una idea simple y fundamental: el mesías sería la “mano derecha de Dios”, el agente divino para implantar su reino en la tierra. Y también en algunos ambientes la teología de Dios como rey de Israel se irá combinando con una teología de Dios como rey del mundo entero, incluidos los gentiles o paganos.
 
 
7. Si una cara de la Alianza era la firme creencia en la providencia divina, la otra cara era la necesidad de una absoluta obediencia a Dios por parte del ser humano. A esta obediencia se unen sentimientos de temor respetuoso, de confianza hacia el gobierno de Dios y de agradecimiento por sus dones. La insurrección contra ese Dios o contra sus designios es el pecado.
 
 
8. De resultas del mencionado pecado y del mal mundano, la historia se divide en dos grandes mitades: la “edad presente” y la “edad futura”. La presente –que dura desde la creación del mundo hasta el final físico de éste–, será sustituida por una edad futura, paradisíaca, donde todo será distinto y mejor.
 
 
            Las concepciones de esta edad futura varían en los apócrifos: la mayoría de las veces se piensa que ocurrirá en esta misma tierra, de Israel naturalmente, renovada y purificada; otras veces se piensa que la edad futura tendrá a su vez dos partes: una tendrá lugar en esta tierra –normalmente un Israel idílico y restaurado en sus doce tribus– durante un cierto lapso de tiempo; la segunda parte ocurrirá en un paraíso o cielo en el que entrarán unos pocos, los justos judíos salvados. Un solo apócrifo, el Testamento de Moisés piensa que la edad futura tendrá lugar exclusivamente en un espacio ultraterreno: el cielo, en un paraíso, o lugar celeste de suprema felicidad.
           
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Entrevista hecha por Jorge Ferrándiz sobre Apocalipsis y el canon del Nuevo Testamento
 
Enlaces de Youtube partes 1 y 2
 
https://www.youtube.com/watch?v=5g04sAjG4uU
 
 
https://youtu.be/SKmoEDuBkPQ
 
 
Enlaces de Ivoox partes 1 y 2
 
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Martes, 14 de Enero 2025

Una colección tan variada como el Nuevo Testamento exige a quien busca historia cierto método analítico, prudente y sosegado. Es preciso atender a muchas cosas, cosas que nadie tiene en conjunto y, por tanto, es preciso recopilar de muchas mentes expertas. Veamos algunos detalles de esta delicada lectura histórica.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


El Nuevo Testamento es en realidad una colección diversa de textos. Además de diversa es sumamente compleja por el origen, composición y autoría de los diferentes libros. Si a esto se añade el problema de la transmisión escrita, el número de manuscritos y su calidad, la forma en que se copiaron siglo tras siglo, con los consiguientes errores y malentendidos, así como la pluralidad de versiones que un mismo pasaje puede presentar, no sorprenderá que hagan falta unas instrucciones y avisos para leerlo con prudencia.
 

Todas estas vicisitudes y sus lógicas incongruencias han sido la materia que desde hace doscientos años ha estudiado la investigación con ánimo independiente. Las conclusiones que desde entonces se están alcanzado son, para el lector inadvertido, cuando menos desconcertantes porque chocan por completo con lo aprendido o leído tradicionalmente sobre los comienzos del cristianismo y sus personajes más relevantes.
 

Este hecho aconseja exponer algunos puntos y mecanismos de razonamiento que revelen las perspectivas y herramientas de la investigación independiente y que, al mismo tiempo, anticipen algunos temas sustanciales sobre el consenso histórico que ahora se reconstruye sobre Jesús de Galilea.
 

Un buen comienzo de esta muestra pueden ser los versículos 55-56 del capítulo 13 del evangelio atribuido popularmente a Mateo. Dicen así:
 

¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Jacob, José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas no están todas entre nosotros?
 

Dos palabras atrapan inmediatamente la atención: hermanos, hermanas, que, seguidas además de cuatro nombres claros y concretos, cuatro nombres relevantes del Antiguo Testamento, prometen alicientes a quien busca saberes. Las razones que habitualmente se aducen para explicar por qué quien no tuvo hermanos sí los tuvo suelen ser lingüísticas, en este caso la referencia a un idioma, el arameo, que traducido al griego de la época habría provocado un error de concepto: el arameo no dispondría de palabra similar en cuanto al uso y significado para “hermano”, que con ese término aludiría tanto a los hermanos de madre como a los parientes cercanos. Se trataría, en definitiva, de un problema de traducción entre el arameo y el griego. También se aduce que el supuesto error de traducción del arameo al griego se debería al hecho de que se describía un ambiente semítico y que ese ambiente es lo que debe primar al interpretar esta dificultad.
 

Quienes así argumentan, como queda meridianamente claro, argumentan lingüísticamente. Así pues, también puede haber respuesta lingüística para resolver la dificultad: Pablo de Tarso, judío nacido en el mundo griego, no debería confundir las palabras en su propio idioma, por eso, cuando se refirió en Gál 1, 19 a Jacob el hermano del Señor, tendría que saber perfectamente a qué se refería. Como, además, el nombre aportado por Pablo coincide con uno de los que el escritor conocido como Mateo también incluía en su lista, es posible pensar que Jesús sí tuvo hermanos y hermanas. Y es necesario, ante posibles opiniones contrarias a ésta, añadir que pensar que Jesús tuvo hermanos y hermanas no es un prejuicio sino una deducción.
 

Así pues, dado que la discrepancia sobre el personaje histórico Jesús de Galilea consiste en una argumentación lingüística y cultural, no resultará extraño que para conocer mejor una historia tan importante para Occidente, para aclarar discusiones como la de la familia de Jesús, para indagar también más allá de lo obvio sobre el propio libro Nuevo Testamento con el fin de comprender, en la medida de lo posible, el fenómeno histórico cristianismo en sus mismos orígenes, se tome esa misma idea de buscar el trasfondo cultural judío a un texto griego.
 

Lo que uno encuentra durante esa investigación que debería quedar unida a cierta frialdad analítica, es una sucesión de problemas encadenados cuya solución, apenas esbozada, conlleva más problemas e incertidumbres.

 

Tomado de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica.

 

Saludos cordiales.

Sábado, 11 de Enero 2025
Escribe Antonio Piñero
 
 
¿En qué suelo vieron la luz los libros apócrifos del Antiguo Testamento ?
 
 
Es este otro tema general que debemos tratar: el del lugar de procedencia de los apócrifos de la Biblia hebrea y los motivos de su composición. Con muy pocas excepciones (Novela de José y Asenet; Oráculos Sibilinos judíos, que proceden del judaísmo de Egipto), parece, por su contenido y temática, que el lugar sobre el que brotó esta pretendida prolongación del Antiguo Testamento que son los Apócrifos fue Palestina / Israel.
 
 
Recordemos que he escrito que “Palestina” fue una designación usada también por los hebreos antiguos. Solo en el Imperio Romano después de los tres  levantamientos judíos contra Roma adquirió un sentido antijudío. Se tomó como una designación despectiva: “la tierra de Israel era la tierra de los filisteos”, filistim o pilistim (con pérdida de la “aspiración” de la /h/ y con el iotacismo, cambio de /a/ breve en /i/: Mariam à Miriam).
 
 
El nacimiento de los apócrifos veterotestamen­tarios se debió sin duda a la ausencia de nuevos profetas en Israel, una vez que pasó tiempo suficiente tras la vuelta del Destierro. Y los rabinos decidieron que a profecía canónica se había acabado, con Malaquías y Zacarías. Además, era necesario acomodar a tiempos difíciles el mensaje, ya estereotipado, de los hagiógrafos /escritores de los libros santos del pasado. Sin duda también debió de influir en el nacimiento de los Apócrifos el conjunto de circunstancias históricas que motivaron el alzamiento de los Macabeos en el s. II a. C.
 
 
La historia de este período puede iluminar el porqué del nacimiento de esta litera­tura apócrifa. Desde la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., Palestina se vio sometida, muy a pesar suyo, a un proceso imparable de helenización. Comprimida entre dos grandes potencias, el Egipto de los Ptolemeos y la Gran Siria de los Seléucidas, de lengua y cultura griegas, Israel no podía quedar ausente de la gran corriente helenizadora que invadía la cuenca mediterránea.
 
 
Poco a poco, el país se fue dividiendo intelectual y afectivamente en dos grupos de muy diverso tamaño. Uno, formado por la aristocracia, los ricos comerciantes y la élite sacerdotal, grupo bastante dispuesto a dejarse invadir por las ideas helénicas, que debían aparecer a sus ojos como un verdadero modernismo.
 
 
Otro grupo, muy numeroso, constituido por las capas inferiores del sacerdocio y la mayor parte del pueblo, veía en la aceptación del ideario helenístico al gran enemigo del ser propio, religioso, de Israel. La gran batalla comenzó de hecho, como es sabido, cuando los hermanos Macabeos se levantaron en armas tras rechazar las terribles imposiciones del rey seléucida Antíoco IV Epífanes en el 168 a.e.c. Este monarca pretendía acabar, ni más ni menos y en un asalto definitivo, con una nación teocrática, de una religión muy particular y exclusivista, que se resistía a integrarse en su imperio y acomodarse a la cultura y religión griegas.
           
 
Esta situación de pugna y angustia nacional se prolongaba más de lo deseado y contribuyó poderosamente a la formación de grupos de “piadosos” (en hebreo hasidim), que luchaban por mantenerse fieles a la Ley y a su entidad nacional como pueblo teocrático.
 
 
Entre estos “piadosos” destacaron los fariseos y los esenios que nacieron por esta época. De tales grupos de “piadosos”, y de otros similares de clara mentalidad apocalíptico / escatológica (el fin del mundo presente, caótico y anti Yahvé está cercano), es de donde nace el deseo de prolongar la vida espiritual y el mensaje de la Biblia hebrea, y fue lo que, al parecer, condujo a la producción de literatura religiosa, de la cual casi todos acabaron siendo apócrifos.
 
 
En realidad, sociológicamente considerados, estos escritos no intentaban más que contribuir a salvaguardar la propia esencia religiosa, nacional, de Israel. Por este motivo, y aunque dirigidos en principio a cenáculos reducidos, selectos, los luego apócrifos no constituyen solo una literatura de marginados, que puede serlo sin duda, sino también los libros religiosos de amplios círculos populares que en tiempos de crisis se nutrían de ella espiritualmente.
 
 
Entre los manuscritos de Qumrán han aparecido con profusión los hoy apócrifos de la Biblia hebrea. Jesús y los primeros judeocristianos, sin duda, debieron también vivir inmersos en el ambiente espiritual que se formaba tanto por la continua lectura de la Biblia como por los comentarios de la escuela sinagogal que bebían de este tipo de literatura pseudónima que, como digo, esperaba influir en la vida espiritual de la nación.
 
 
Así pues, los libros judíos hoy no canónicos son herederos de la teología de la Biblia a la que desean matizar, complementar y en algunos casos corregir. Pero igualmente por ello son fieles al marco general de esta teología. Al enumerar los rasgos esenciales de la teología de los Apócrifos, en la postal próxima se verá cómo coinciden mucho con la teología de la Biblia hoy canónica, aunque se observará que hay variantes.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
Enlaces de iVoox; Spotify; YoutubeMusic y Apple Podcast a una entrevista  de Raúl Fernández Gómez sobre la novela Herodes el Grande, editada por Penguin Random House, Barcelona 2024.
 
· iVoox: https://go.ivoox.com/rf/137196864
· Spotify: https://open.spotify.com/episode/1ZBJucrXGILG7jsCvzULAp?si=7037a9f1c19543ff
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Martes, 7 de Enero 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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