CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

En las religiones precristianas no sólo hay vuelta a algún tipo de vida tras la muerte, también hay celebraciones que glorificaban este hecho. Es importante conocerlas.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


En la Antigüedad no sólo se pensaba con esperanza en que algunos héroes habían bajado al Hades para revivir hasta una muerte definitiva: sin duda lo mejor era adquirir una vida comparable a la de los siempre felices e inmortales dioses, como los denominaba ya Homero. Y esa ventura se dio en la mitología tanto griega como romana 

El caso más renombrado es el de Heracles. Su ejemplo es especialmente interesante pues había nacido de la unión de una mortal con Zeus, también era estimado como una suerte de santo bienhechor de la humanidad y, tras pagar su propia penitencia, fue considerado digno de reunirse con los dioses y vivir con ellos sempiternamente. Y Rómulo, fundador de Roma, también acabó reuniéndose con los dioses tras desaparecer en una nube un día de tormenta.  

Estas ideas sobre la vida tras la muerte quedaron refrendadas en ceremonias anuales sobre la vuelta a la vida de algunos de estos personajes. Dos testimonios literarios de gran interés pueden ilustrar el tema. El primero es un fragmento del idilio XV de Teócrito, autor siciliano del s. III antes de nuestra era. El poema incluye en su segunda parte la descripción de las fiestas denominadas Adonias, celebradas en honor de Adonis, un pastor que ya aparece en el Antiguo Testamento bajo el nombre de Tammuz, derivación de su nombre mesopotámico, y que es citado por el profeta Ezequiel como ejemplo de que el templo de Yahvé ha sido profanado por la idolatría (el libro de Ezequiel fue escrito y reescrito entre los siglos VI y III). Este mito de origen antiquísimo, con variaciones interesantes a lo largo de dos mil años, llegó al mundo griego en la siguiente forma: Adonis, un pastor, había nacido de la corteza del árbol de la mirra, en realidad su madre, que había cometido incesto con su propio padre. El joven, de una belleza arrebatadora, enamoró a Afrodita, que para ocultar su amor a Ares, su amante, decidió enviar a Adonis al país de los muertos junto a Perséfone. Pero ésta, también prendada del muchacho, no consintió devolverlo a Afrodita. Finalmente, las diosas decidieron que el joven pasara la mitad del año con cada una, es decir, bajo tierra y sobre tierra, muerto y vivo. También se decía que Adonis había muerto debido a la herida que un jabalí excitado por el celoso Ares le había producido en el muslo.  

El mito de Adonis no quedó en simple mitología sino que tuvo sus fiestas anuales. Una de las ceremonias de su culto era la confección de un tapiz floral con la narración en imágenes de la historia del desgraciado muchacho y su posterior vuelta a la tierra. Pero lo más interesante para nuestro propósito es que el texto de Teócrito incluye, en la descripción de esta fiesta, una canción, una saeta podríamos decir, en honor de Adonis:  

Sólo tú, caro Adonis, entre los semidioses, como es fama, vienes acá y vuelves al Aqueronte. No alcanzó Agamenón tal fortuna, ni el grande Ayante, el héroe de la cólera terrible, ni Héctor, el mayor de los veinte hijos de Hécuba; no la alcanzó Patroclo, no la alcanzó Pirro, cuando tornó de Troya, ni los lápitas y los hijos de Deucalión, que son aún más antiguos; no la alcanzaron los Pelópidas ni los pelasgos, caudillos de Argos (traducción de (traducción de M. García Teijeiro) 

Observemos cómo el ejemplo de este pastor cuya resurrección era celebrada cada año, en realidad un dios de la vegetación al que se debía propiciar para que las cosechas fueran abundantes, nos da la pista de la importancia del resucitar: la diferencia entre un héroe y los demás mortales, entre los grandes caudillos homéricos y este humilde pastor es, simplemente, que él había vuelto del Hades. Ésa es la cualidad decisiva. Y esa cualidad era festejada en un ritual que incluía tanto los lamentos por la muerte del héroe como la alegría por su vuelta a la tierra.  

Pasión y resurrección de Atis 

El ejemplo de un mortal, de la entereza que mostró en el momento culminante de su vida, cuando debía comportarse con la coherencia que se le suponía, no quedaría bien cuajado sin la circunstancia del juicio injusto, de la peripecia que amplía el hecho de morir y le otorga el carácter heroico o de sacrificio imprescindible. Y decimos sacrificio porque el caso cierto de Sócrates, su renuncia a huir mediante un soborno, resulta una especie de propia inmolación en el altar de la ética. De manera más general podríamos decir que, para que los humanos nos sintamos más amparados frente al límite último, no sólo es necesario que un mortal supere la muerte; es mejor que la supere con unas dosis de sufrimiento que hemos de comparar con las vicisitudes que habíamos comentado a la hora de traspasar el primer límite, el nacimiento.  

En efecto, el padecimiento y los duelos de la muerte juegan un papel decisivo en el interés que despiertan ciertos movimientos religiosos entre quienes los profesan. No tanto por el hecho de sufrir sino por el cambio de perspectiva que supone pensar que esos dolores del héroe terminan por ser olvidados tras la gloria de la resurrección. Y esos dolores no son otra cosa que un símbolo de la vida que debemos llevar, determinada por dos límites llenos de riesgos y relacionados con la nada, nacer y morir. Así pues, la pasión seguida de resurrección ofrecía las mejores posibilidades de triunfar. Y lo hizo.  

En la época de su llegada a Roma, el mito de Cibeles era ya tan llamativo como sus sacerdotes y cultos. Ovidio describe el mito tal como se conocía en época de Augusto (27 a. C. -14 d. C.). Atis, un joven pastor de Frigia, en Asia Menor, rompe su promesa de castidad a Cibeles, la gran Diosa Madre. Lo hace para contraer matrimonio con Ia, hija del rey Midas de Pesinunte, la ciudad de la que los romanos recibieron el culto a Cibeles. Para castigar el desprecio de Atis la diosa desencadena un brutal escarmiento el mismo día de la boda, y lo hace acudiendo a ella y despertando tal deseo en los hombres allí presentes que los hace enloquecer: para comenzar, el mismo Atis se corta los genitales con un pedernal bajo un pino y muere bajo el que desde entonces será su árbol; Midas también se mutila y la novia, por su parte, se cercena los pechos, de cuya sangre nacen violetas al contacto con la tierra. Cibeles se arrepiente de todo y suplica a Zeus que resucite a Atis, y el padre de todos los dioses le concede que el joven quede incorrupto y que le crezca perennemente el cabello y se le mueva un dedo meñique.  

La pasión y muerte de Atis, seguida de su resurrección, y su influencia sobre el cristianismo, ha sido tema de muy intenso debate. Es cierto que el auge de este movimiento religioso tuvo lugar durante el reinado de los Severos, en último cuarto del s. II de nuestra era, pero no hay que olvidar que Augusto, primer emperador, ya había reinaugurado en el Palatino un templo dedicado a Cibeles el año 3 del s. I, y que Claudio, que reinó del 41 al 54, instituyó y oficializó en el calendario sagrado romano la que algunos denominan semana santa de Atis. Las fiestas que instituyó en el mes de marzo coincidiendo con el equinoccio se desarrollaban de la siguiente manera:  

Tras una semana de abstinencia de ciertos alimentos, el 22 se cortaba en un bosque consagrado a Cibeles un pino, recuerdo de Atis, para llevarlo al templo de la diosa en el Palatino. La procesión recorría el centro de Roma entonando cantos fúnebres  

en honor del muerto que representaba el pino. Los creyentes en el rito se daban golpes lamentándose por la muerte de Atis 

El día 23 era dedicado a los cantos fúnebres a cargo de los salios, sacerdotes del culto oficial romano.  

El día 24, el tercer día, se llevaba a cabo una danza ritual a clamor de tambores, címbalos, flautas, danza que transportaba al paroxismo a los sacerdotes y fieles. En medio de su éxtasis religioso, se golpeaban, herían, e incluso castraban. Tras esta brutal ceremonia, que pretendía imitar la pasión previa a la muerte de su modelo heroico, se procedía a enterrar el tronco de pino, amortajado con vendas de lana como un cadáver y rodeado de violetas.  

El día 25 se proclamaba que Atis había resucitado. Era el día de la Hilarias, o del regocijo.  

Finalmente, el 26 se procedía a lavar tanto los ajuares sagrados como la piedra negra que, procedente de Asia Menor, había sido traída a Roma en el 208 a. E. C.  

En Roma las fiestas alcanzaron un éxito tremendo, convirtiéndose en referente incluso de hechos políticos. Desde allí, y con el paso de los años, la religión de Cibeles y Atis no cesó de extenderse por todo el Imperio, y no es extraño, ni mucho menos, encontrar en las ciudades de todo el Mediterráneo santuarios y templos dedicados a estos cultos, incluso en Grecia, cuya forma de pensar era tan adversa a la castración. 

 

Tomado de La verdadera historia de la Pasión, EDAF. 

 

Saludos cordiales. 


Domingo, 25 de Mayo 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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