CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas

La lectura atenta de los cuatro evangelios permite reparar en incoherencias entre los diversos autores. Esto no sería demasiado grave de haber pretendido el cristianismo basarse en hechos incontrovertibles dictados por la divinidad.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


         
Los textos de la colección Nuevo Testamento también ofrecen numerosos pasajes que son imposibles. Esto habría carecido de importancia caso de abstenerse el cristianismo de pretender ser historia verdadera. No es que otras religiones estuvieran más o menos lejos de la realidad, sino que la cercanía de los primeros cristianos respecto a su supuesto fundador hubo de resultar especialmente seductora para quienes se animaron a seguir la doctrina presentada por Pablo de Tarso en algunas ciudades del Imperio. La existencia de testigos oculares hubo de despertar tanto curiosidad como atracción.

Un punto imposible del relato evangélico es, por ejemplo, la relación entre el nacimiento de Jesús y el censo de Quirino, mencionado en Lc 2, 1-2: “Y sucedió en aquellos días que salió un decreto de Augusto César para que todo el mundo fuera censado. Este primer censo tuvo lugar siendo procurador de Siria Cirenio (Quirino)”. Este censo se llevó a cabo el año 6 de nuestra era, lo cual contradice la noticia del evangelio Mateo que afirma que Jesús de Nazaret nació durante el reinado de Herodes el Grande, muerto el año 4 antes de nuestra era. Además de la incompatibilidad entre las dos fechas es de destacar la novelesca anécdota del viaje de la familia a la que pertenecía Jesús a Belén.
Un dato más relacionado con el censo de Quirino resulta interesante: a consecuencia de dicho censo, tomado como ejercicio de poder absoluto por la población de Judea, se produjo una revuelta armada en la provincia.

            La conocida parábola del sembrador (Mc 4, 1-9; Mt 13, 1-9; Lc 8, 4-8), en realidad un ejemplo sobre la labor de quien enseña o predica, también merece un comentario sobre su imposibilidad. Sobre el fragmento, primero deberíamos considerar si un rabí judío (así se denomina al Galileo en muchos pasajes) que creció entre agricultores pudo ilustrar dicho tema mediante un ejemplo que proponía lo siguiente: aprender de un agricultor incapaz de sembrar correctamente pues arroja su grano a un camino, a unas malas hierbas o a unas piedras, además de a su campo labrado. Parece que tal agricultor no sería tomado muy en serio por quienes ya eran los receptores naturales de la doctrina del reino de Yahvé, los judíos. Por otra parte, el marco de referencia del ejemplo es muy vago, pues da la impresión de que el agricultor es consciente de que siembra en lugares que no darán el fruto apropiado. Este segundo dato lleva a pensar que realmente se trata de un ejemplo que se ajusta a la época en que el cristianismo predicaba por todas partes y a muchas gentes dispares: así se entendería que la intención del agricultor fuera diseminar sin prejuicio en lugar de trabajar cabalmente. Bajo este supuesto los receptores del mensaje sí aceptarían de forma natural lo que en términos agrícolas es una necedad.

Otro pasaje de los evangelios que presenta visos de imposibilidad es la conocida pregunta que uno de los crucificados formuló a Jesús también crucificado y la respuesta no de éste sino del tercer ajusticiado. Marcos (15, 27-32) reza: Y con él crucifican a dos bandoleros, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban al lado lo infamaban moviendo sus cabezas y diciendo: "¡eh! El que iba a derribar el templo y reconstruirlo en tres días, sálvate bajando de la cruz". Igualmente, también los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas y decían: "A otros salvó, a él mismo no puede salvarse; el Cristo, el rey de Israel, que baje ahora de la cruz para que veamos y creamos". Y los crucificados con él lo injuriaban.

El relato en Mateo (27, 38-41) sigue este guion y presenta también escuetamente a los dos crucificados con Jesús: Ha confiado en Dios, que le salve ahora si quiere; pues dijo "soy hijo de Dios". Y esto mismo también le echaban en cara los bandoleros crucificados con él.

El relato de Lucas (23, 39-43) es: Uno de los malhechores colgados le injuriaba diciendo: "¿No eres tú el Cristo? Sálvate y sálvanos". Pero como respuesta le dijo el otro recriminándole: "¿No temes tú a Dios, cuando tienes el mismo castigo? Incluso nosotros con justicia, pues recibimos lo adecuado a lo que hicimos; pero él nada extraño hizo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Y le dijo: "Con seguridad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso".

La información resulta demasiado oscura como para tomarla literalmente. Si se atiende al relato según Marcos y Mateo habrá que preguntarse quiénes son esos dos crucificados de los que nada se dice anteriormente. Incluso se puede imaginar que hubo varias personas detenidas, juzgadas y crucificadas esos días. Si se atiende al relato según Lucas, cabe preguntarse por qué un malhechor haría una pregunta así en un momento como ese, es decir, por qué un crucificado, con sus respectivos dolores, habría de mofarse de otro; y también por qué un tercer crucificado, con sus respectivos dolores, habría de defender al segundo. Parece imposible, pese a los intentos, reconciliar las versiones tal como están. Se antoja más realista pensar que los crucificados podrían reprochar algo a Jesús (dos primeras versiones), en caso de pertenecer al mismo grupo que él, y que el relato se habría dulcificado con el tiempo para no dañar la imagen de Jesús; y en el caso de la tradición según cuenta Lucas, el reproche a propósito del salvarse, no sólo Jesús a sí mismo sino Jesús a los dos crucificados, parece corresponder a la misma lógica, cumplir lo prometido: los tres serían parte del mismo movimiento perseguido.

El breve estudio sobre la crucifixión de tres reos el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar, lleva a reflexionar sobre otro hecho sin paralelo en la historia de Roma: según los evangelios Marcos, Mateo y Lucas, durante los días en que fue apresado y ajusticiado el Nazareno había una fiesta en Jerusalén con una curiosa y, como se sabe, imposible tradición: liberar a un preso. Este proceder no es propio de ninguna instancia de la legislación romana que conozcamos. Hay base, por tanto, para considerar que se trata de una invención. Otra cosa es entender cómo se llegó a contar semejante imposible, cosa que trataré en su capítulo correspondiente.

Un último ejemplo puede resultar muy revelador: qué pensaba Jesús sobre el reino de Yahvé. Aunque parezca mentira, no hay descripción o desarrollo teórico sobre este tema en página alguna de los cuatro evangelios. Este extraño fenómeno, que aparentemente no debería haberse dado si Jesús quería predicar el reino de Yahvé, puede solucionarse atendiendo a la perspectiva histórica judía mencionada páginas atrás: el Nazareno no explicó lo que ya se conocía, lo que era propio de esa tradición. Esto significaría que era improbable que pensara en términos universales, es decir, que no habría contemplado la posibilidad de que ese concepto fuera a ser válido para el resto del mundo conocido en sus días. Una reflexión más podría ayudar a entender este punto de vista: habría sido más que oportuno o natural que se indicara a los futuros profetas de la nueva religión el contenido exacto de su promesa de nuevo mundo más allá de unas comparaciones si es que tenían que explicarlo a quienes lo ignoraban.

Por ahora, da la sensación de que leer la colección Nuevo Testamento como un texto acabado y sin contradicciones exige poco menos que una estrategia comprensiva. Una pista para alcanzarla puede darla una serie de interpretaciones que se constatan a la muerte de Jesús.

Extracto de mi obra Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, amazon.


Saludos cordiales.

 

Lunes, 27 de Enero 2025


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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