CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero


Sinesio de Cirene (370-413) es el tercer autor de la escuela alejandrina que se ocupa de la transmigración. Intelectual, político y también obispo, con una buena formación en retórica y derecho, siguió en Alejandría las enseñanzas de Hipatia, quien le introdujo en la filosofía pitagórica y neoplatónica. Se le llamó el “platónico con mitra”. En su Dión, 8-9 (traduccción. española de Fernando García Romero 1995) afirma con claridad que su estilo de vida preferido es el de los griegos.

No es, pues, de extrañar que los himnos de Sinesio muestren en su vocabulario cierto colorido platónico, que comparte con los gnósticos. Así, por ejemplo, en el Himno I, en donde, en lo referente a nuestro tema, podemos leer:

“Pues tú en el universo depositaste el alma y a través del alma sembraste la inteligencia en el cuerpo” (565-566).

Estas palabras apuntan a la creencia en la preexistencia del alma. Esta creencia y la de la transmigración aparecen también en su tratado Sobre los ensueños, cuando afirma que el pneuma es el vehículo específico del alma durante el viaje que la lleva desde la patria celeste al mundo de la materia y viceversa, y que le es posible al alma purificarse con el tiempo, con el trabajo y con otras vidas con el fin de volver a ascender (7).

Añade, tal vez para armonizar sus pensamientos con la resurrección de la carne, que la sustancia corpórea no tiene otro recurso que unirse al alma cuando ésta asciende para ascender con ella, elevarse así de su caída y entrar en armonía con las esferas (10) y que para el ascenso del alma se necesita un pneuma sano. Por tanto, dice, preocuparse por tener un pneuma sano es ejercitarse en la piedad religiosa (11). Un eco de la culpa precedente y del deseo de liberación se puede percibir en el Himno III, que dice así:

“Que mi alma, sin soportar la huella de las penas, lleve una vida sosegada, con sus dos pupilas en tu resplandor, para que limpio de materia, me apresure yo por senderos sin retorno, fugitivo de los pesares de la tierra, a unirme a la fuente del alma”.

Y poco después le pide al Hijo que le envíe al Espíritu:

“Así quieras tú enviármelo, de acuerdo con el Padre, para que riegue de vida las alas de mi alma y dé cumplimiento a los dones divinos”.

Sinesio, de sólida formación platónica y obispo de la Pentápolis, parece asumir la idea de la preexistencia del alma y la doctrina de la transmigración, pues piensa que el alma puede purificarse en otras vidas para volver a ascender a Dios y aproximarse a Él por “senderos sin retorno”, liberado ya de “la huella de las penas”.


Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero

Viernes, 23 de Septiembre 2016
Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero

Recordemos que la postal anterior (VIII) concluía con la siguiente frase: “A la metensomatósis opondrá Orígenes (Contra Celso, VII 32) el concepto de la resurrección cristiana”. Y añadimos ahora que el Padre de la Iglesia manifiesta su desacuerdo con la idea defendida por Celso de que los cristianos, cuando hablan de la resurrección, repiten lo que han oído a los paganos en torno a la metensomatósis.

Le explica su concepto de resurrección, que podría resumirse así: el alma, que es por naturaleza incorpórea e invisible, cuando se encuentra en un lugar material necesita un cuerpo que se adecue al lugar, pero este cuerpo, que es como su vestimenta, llega un momento en el que se hace superfluo y entonces el alma para ascender a las regiones etéreas más puras y celestes se reviste de lo que llevaba al principio, esto es, de inmortalidad e incorruptibilidad. El alma en ese estado en el que ya no necesita el cuerpo está en las mejores condiciones, dice, de conocer a Dios, pues para conocerlo no se necesitan los ojos del cuerpo sino los del espíritu. Afirma que el alma, cuando está separada del cuerpo, no existe en ningún lugar material pero cree en los cambios de estado del alma, especialmente cuando entra o sale de un cuerpo perecedero (V 49). Con sus palabras nuestro autor está defendiendo, a fuer de buen platónico, su creencia en la preexistencia del alma así como en su existencia más allá de la muerte, elementos constitutivos de la doctrina de la transmigración. También cree Orígenes (Comentario a Romanos VII 5,10) en la salvación final de todos los eres humanos, lo que puede equipararse al objetivo final de la transmigración, que es la total purificación de las almas.

Orígenes se pregunta (en Contra Celso I 32) si no sería razonable que las almas fueran introducidas en los cuerpos de acuerdo con sus méritos y hábitos previos y, por tanto, que un alma buena “tenga necesidad de un cuerpo, que no solamente sobresalga entre los cuerpos humanos sino también que sea mejor que todos”. Parece, pues, creer que las almas cuentan con ciertos méritos por acciones previas en el momento en que se unen a un cuerpo, si bien el objetivo del fragmento mencionado es justificar por qué Jesús nació de la Virgen y demostrar que por este nacimiento Dios iba a estar con los hombres. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿cuándo ganó esos méritos el alma y qué hábitos anteriores la hicieron merecedora de un cuerpo sobresaliente? ¿Acaso su vida en otro cuerpo? No es fácil hoy dar respuesta a esas preguntas.

Se plantea también nuestro autor el tema de las causas antecedentes previas a nuestro nacimiento corporal, por las que las almas, afectadas por la acción de diversos espíritus, unos buenos y otros malos, eran movidas unas hacia el bien y otras hacia el mal, según afirma en el De principiis (III 3,4-5), que debió de escribir en Alejandría en torno al año 229 o 230 y que conocemos gracias a la traducción latina de Rufino de Aquilea. Esos espíritus que actúan desde fuera y que pueden llevar al hombre hacia la locura, el crimen o a la santidad siempre le dejan un margen de libertad para consentir o no a su acción. De acuerdo con la dirección de movimiento que emprendía el alma, la Divina Providencia la juzgaba y la situaba en el cuerpo que merecía (De principiis III 3,5-6).

El alma, según Orígenes, está en posesión de su libre albedrío tanto cuando está en el cuerpo como cuando está fuera de él, y ese libre albedrío genera un movimiento que se dirige al bien o al mal. Ese movimiento es el que le concede al alma ciertos méritos o deméritos incluso antes de su nacimiento en el cuerpo y facilita la permanencia en ella tanto del bien como del mal. Afirma, asimismo, Orígenes (De principiis IV 3,1) que a algunas almas que descendieron a la tierra, se les puede ordenar, de acuerdo con sus méritos, que nazcan en un país diferente o en otra nación o con otro modo de vida o con enfermedades de distinta naturaleza o que desciendan de padres religiosos o de otros que no lo sean. Por eso dice que a veces sucede que nace un israelita entre los escitas o que un egipcio pobre es humillado en Judea. El hecho de que un israelita o su alma se convierta en escita, ¿no podría apuntar a que subyace en ello la idea de transmigración?. También considera que hubiera sido mejor que las profecías en lugar de ir dirigidas a los pueblos, se hubieran dirigido a los pueblos de almas que habitan ese cielo que se dice “pasajero”. Si nos habla de un cielo “pasajero”, ¿quiere decir que las almas que están allí lo pueden abandonar? Y ¿cuál es entonces su destino? Pero se muestra cauto cuando dice que sobre asuntos de esta importancia no se pueden confiar nuestras decisiones ni a conceptos comunes ni a la evidencia de aquello que se ve (De principiis IV 3,14).

Hemos de tener en cuenta que no conservamos el original griego del De principiis y que Rufino (Praefatio 2) atestigua que ciertos traductores de Orígenes al latín, como Macario, limaban y corregían los textos para que el lector latino no encontrara nada que no fuera acorde con su fe. Rufino afirma que él también procedió de este modo para proteger a su público de aquello que se encontraba en los escritos de Orígenes que pudiera estar en desacuerdo o en contradicción con sus pensamientos y que, si encontraba algo un poco dudoso, o lo pasaba por alto o lo reformulaba de acuerdo con las reglas de la fe (Praefatio 3). Tal vez por esto no encontramos declaraciones claras de Orígenes sobre sus creencias en torno al viaje del alma después de la muerte.

El tema del alma y de su relación con el cuerpo, es una cuestión que a Orígenes le interesó; meditó sobre ella e hizo un esfuerzo importante para conjugar las teorías platónicas con ciertos supuestos cristianos como el de la resurrección. Prueba de este interés es su Comentario a Juan (VI 85-86), en el que invita a la profundización en el estudio de la esencia del alma, cuál es el origen de su existencia, cómo es su acceso a un cuerpo terreno, cuáles son los elementos de la vida de cada una, cómo marcha de aquí, y si es posible que entre por segunda vez en un cuerpo o no, y en caso de que esto sea así, si entra en el mismo ciclo o en otro, en su mismo cuerpo o en otro, o si el alma servirá siempre al mismo cuerpo o si cambiará. Invita, asimismo, a estudiar qué es la reencarnación (metensomatósis) y en qué se diferencia de la encarnación (ensomatósis).

En resumen, Orígenes, aunque criticó en su conjunto la doctrina de la transmigración, especialmente la idea de que el alma humana se pudiera reencarnar en un animal, defendió, sin embargo, algunos de los elementos que la constituían. Creyó, en efecto, en la preexistencia del alma, en su vida después de la muerte y en la salvación universal de todas las almas y defendió también los cambios de estados del alma cuando entra en el cuerpo o sale de él. Exhortó al estudio del origen y destino del alma, y a sus posibles procesos desde que se separa del cuerpo. Se plantea, asimismo, si los méritos de las almas antes de su incorporación son factor determinante en relación al cuerpo en el que se encarnan. Contempla la posibilidad de que las almas nazcan de nuevo en un país diferente, de otros padres o con otra naturaleza o constitución corporal. Orígenes maneja, pues, todos los elementos que caracterizan la doctrina de la transmigración y considera que los temas más delicados desde un punto de vista cristiano son merecedores de un estudio en profundidad.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero

NOTA: Como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores, Madrid, 2011.
Jueves, 22 de Septiembre 2016
Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero


Geográficamente cercana al territorio donde más florecieron las teorías gnósticas –Egipto– y a la potente escuela de filosofía neoplatónica en la propia ciudad, la tradición de la teología cristiana en Alejandría es la que está más cerca de admitir la posibilidad de la reencarnación. Sus tres pensadores más importantes –Clemente, Orígenes y Sinesio de Cirene– tienen afirmaciones cuanto menos ambiguas sobre el tema.


Clemente de Alejandría

Clemente no toca directamente el tema en su obra conservada, pero hay una referencia en los Stromata (“Tapices! VII 32, 8) que dice que si un cristiano es vegetariano, no es por creer como los pitagóricos en la doctrina de la reencarnación. Esta afirmación parece indicar que Clemente rechaza la posibilidad de la transmigración. Sin embargo, el patriarca Focio en el siglo XI acusó a Clemente de haberla defendido. Este cargo proviene tal vez de una proyección sobre el alejandrino de las acusaciones vertidas sobre su discípulo Orígenes, por lo que no es prueba definitiva, aunque también es posible que Clemente no tuviera una posición clara sobre esta doctrina.


Orígenes


La postura de Orígenes nos es algo mejor conocida. Este teólogo, de acuerdo con Eusebio de Cesarea (Historia eclesiástica libro VI), nació en Alejandría en el 185, aunque pasó la mayor parte de su vida en Cesarea. Fue perseguido y encarcelado por Decio y murió hacia el año 254. Recibió su primera formación de su padre Leónidas, que fue martirizado en el año 202, y sus mejores maestros fueron Platón indirectamente y Clemente de Alejandría presencialmente. Eusebio dice (Historia eclesiástica VI 19,5,2-6) que Porfirio consideró a Orígenes un verdadero maestro en filosofía griega pero que lo condenó por dejar “el buen camino” y convertirse al cristianismo.

Nuestro autor tiene en su haber una amplia obra teológica y literaria, de la que no es demasiado lo que se conserva. Buena parte de lo que conocemos se debe a traducciones latinas de los siglos IV y V, que no siempre son tan literales como nos gustaría. Orígenes mostró su desacuerdo con la doctrina de la transmigración, pues le parece inadmisible que un alma humana pueda pasar a cuerpos animales o vegetales. Además alega que no está aceptada por la Iglesia y que no es comparable a la resurrección. Admite, sin embargo, la preexistencia del alma y ciertas causas antecedentes que hacen que ésta se mueva hacia el bien o hacia el mal.

En su Comentario a la epístola a los Romanos VI 8,8 se hace eco de la recepción de la teoría de la reencarnación (metensomatósis) por ciertos grupos pero no acepta la creencia de que el alma humana transmigre a cuerpos de fieras, de aves o de peces ni viceversa. En su Contra Celso V 49 hace especial hincapié en la diferencia de intención entre pitagóricos y cristianos cuando se abstienen de comer carne: los primeros se abstenían por su creencia en el mito de la reencarnación, que le parece a Orígenes un “sin sentido” (III 75), y los ascetas cristianos, en cambio, para mortificar el cuerpo (V 49; También Clemente hizo notar la diferencia de intención entre cristianos y pitagóricos por su común norma de no comer carne: Stromata VII 32,8).

Orígenes nos está sugiriendo, en efecto, que la doctrina de que el alma humana puede ingresar en animales remite a Pitágoras y por eso tiene interés en señalar la diferente motivación existente en prácticas comunes a cristianos y pitagóricos, como la de la abstinencia de carne. Afirma que si los griegos introdujeron la doctrina de la metensomatosis es porque se negaban a admitir la destrucción del mundo y sostiene que al final de los tiempos, en la parousia del Hijo del Hombre, el castigo de los pecados no iba a estar en la reencarnación sino en el fuego. Deja constancia además de que la doctrina de la transmigración no fue manejada por los apóstoles y que no se adecua a las Escrituras (Comentario a Mateo XIII 1).


A la metensomatósis opondrá Orígenes (CC, 7.32) el concepto de la resurrección cristiana y la oposición resultará muy interesante.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero


Nota: como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores, Madrid, 2011.
Miércoles, 21 de Septiembre 2016

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero

Hasta la aparición de manuscritos como el de Pistis Sophia o los códices de Nag-Hammadi nuestro conocimiento de los gnósticos procedía de los testimonios de autores cuyo objetivo era crear una identidad uniforme del cristianismo, especificar claramente las creencias que lo sostenían y anatematizar como herejes a los que se apartaran de ellas. Estos diseñadores del cristianismo oficial, que quisieron establecer las fronteras de la normativa en la cristiandad, fueron, entre otros, Ireneo de Lyon , Hipólito de Roma , Epifanio de Salamina y Tertuliano de Cartago . Gracias a sus críticas conocemos a ciertos personajes, que no comulgaron con sus cánones y a los que tildaron de “heréticos” . Algunos de ellos defendieron la transmigración de las almas. Ireneo (Contra los herejes 1.24-25) destaca entre los seguidores de esta doctrina a Basílides y Carpócrates .

Basílides vivió en Alejandría entre los años 120 y 140, y es muy probable que procediera de la Antioquía siria. Ireneo dice (Contra los herejes 1. 24. 1-2) que Basílides estuvo bajo el influjo de Simón el Mago, lo relaciona con Saturnino de Antioquía, y afirma que Basílides y Saturnino fueron discípulos de Menandro. Basílides fue un escritor prolífico, pero sólo conservamos ocho fragmentos con citas o referencias de su obra: siete han sido transmitidos por Clemente de Alejandría y uno por Orígenes . Son Basílides y Valentín los dos primeros cristianos de los que tenemos noticia en Alejandría . Ambos, señala King , aplicaron las formas platónicas al pensamiento cristiano y manifestaron un fuerte interés por la teogonía, la cosmogonía y la salvación de las almas. Orígenes los leyó y afirma que Basílides, lo mismo que Marción y Valentín , consideraba que el único castigo para el alma de los que habían pecado era pasar, después de la muerte del pecador, a algún cuerpo de animal. En el Comentario a la epístola a los Romanos (6.8.8) cita también la doctrina de la metensomatosis defendida por Basílides . Este autor quiso dar al cristianismo una estructura filosófica basada en el pensamiento griego. Uno de sus más conocidos discípulos fue Carpócrates. Los seguidores de Basílides desaparecieron en el siglo IV.

Carpócrates debía de proceder de Asia Menor pero realizó la mayor parte de su actividad en Alejandría, donde fue discípulo de Basílides. Hacia el año 150 es cuando sus doctrinas gozaron de mayor prestigio, pero no se ha conservado nada de su obra. Ireneo de Lyon dice de Carpócrates y sus seguidores:

“Afirman que por medio de las transmigraciones en los cuerpos conviene que las almas experimenten todo tipo de vida y acción, a no ser que alguien sumamente diligente lo realice todo de un golpe en una sola vida” (Contra las herejías I 25).

También según Ireneo, en los escritos de los carpocracianos se dice que sus almas se emplean a fondo en experimentar todo en la vida, de modo que, al salir del mundo, no les quede nada para hacer, “no sea que, faltando alguna cosa a su libertad, se vean obligadas a reingresar en un cuerpo”. La frase de Lucas: “Te aseguro que no saldrás de allí hasta haber pagado el último cuadrante” (12,59) la interpreta este grupo, siempre según Ireneo, en el sentido de que nadie escapará del poder de los ángeles que crearon el mundo, antes bien, irá pasando de cuerpo en cuerpo, hasta que haya experimentado todas las acciones que en este mundo se pueden experimentar; y cuando ya no le falte nada, entonces el alma se liberará e irá hacia el Dios que está por encima de los ángeles creadores

“Y aún continúa diciendo que, de acuerdo con la doctrina de los de Carpócrates y en consonancia con lo que se acaba de decir, se salvan todas las almas, ya sea por haberse dado prisa en experimentar todo tipo de obras en una sola vida, ya porque, al haber transmigrado de cuerpo en cuerpo y haberse inmiscuido en cada especie de vida, han cumplido y pagado su deuda hasta quedar liberadas de tener que volver otra vez a un cuerpo”.

De acuerdo, pues, con el testimonio de Ireneo, Carpócrates y sus seguidores tenían la idea de que el alma, una vez encarnada, tenía que realizar todo tipo de acciones, incluso las más impensables, que no es lícito decir ni escuchar, y si no las realizaba en su primera encarnación, se debía encarnar en otros cuerpos, hasta cumplir con esa misión de experimentarlo todo. Sólo entonces el alma material podría alcanzar su libertad y dirigirse a Dios. Según Pearson la doctrina de la reencarnación de Carpócrates refleja un platonismo popular más que doctrinas específicamente gnósticas. Es, de cualquier modo, testimonio de que la transmigración de las almas era conocida por el cristianismo antiguo y que hubo grupos de cristianos que adoptaron esta opción. El más fiel seguidor de Carpócrates fue su hijo Epífanes.

Según Ireneo (I 26,2), los ebionitas, grupo de esenios convertidos al cristianismo después del año 70, profesaban la misma doctrina que Cerinto, Carpócrates y sus seguidores. Josefo (Josefo, Bellum Iud. II 8.11.154) atribuye a los esenios la creencia en la preexistencia del alma. Orígenes (Comentario a Mateo 38) afirma que Marción, al igual que Basílides y Valentín, enseñaban que la purificación de los pecados no se conseguía sino por la transmigración del alma después de la muerte. Epifanio de Salamina afirma (Panarion XLII 4, 6), asimismo, que Marción defendía la reencarnación de las almas.

En resumen, en el tratado gnóstico, Pistis Sophia se incide en la metensomatosis del alma, cuando está manchada por el pecado, hasta cumplir con su ciclo. En este tratado es la Virgen de la Luz, la que actúa como jueza, y la que decide si los espíritus remedadores deben ingresarla de nuevo en otro cuerpo o no. Además de a la transmigración y reencarnación hay en este mismo escrito referencias a la preexistencia del alma.

A propósito de Mateo 11, 14, donde se afirma que Juan es Elías, el autor de Pistis Sofía, como también Orígenes en su Comentario al Evangelio de Juan, apuntan a que los judíos creían en la transmigración, tanto en la preexistencia del alma como en su reencarnación en otros cuerpos. Caracteriza, en efecto, a los gnósticos la creencia en la preexistencia del alma, que consideran que cae en el cuerpo desde otro eón, y también el paso del alma a cuerpos sucesivos hasta alcanzar su liberación.

Un caso especial es el de Carpócrates, quien predica que el alma cuando está en este mundo tiene que realizar todo tipo de actos y vivir todo tipo de vidas. Si alguien lo logra realizar en una única vida, queda liberado, pero, si no es así, el alma debe encarnarse en otros cuerpos hasta que su experiencia en obras y tipos de vida sea completa.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero

Nota: como hemos indicado ya varias veces esta postal es parte del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores, Madrid, 2011.
Martes, 20 de Septiembre 2016
Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero

Contamos también con un texto, aparecido en el Codex Askewianus, llamado así por el nombre de su comprador, Antonio Askew, médico y coleccionista de manuscritos, quien se lo compró a un librero londinense en 1750. Este manuscrito fue publicado por primera vez en 1905 por Carl Schmidt (reeditado en 1978 en Leiden por Brill) y contiene el tratado gnóstico denominado Pistis Sophia, que versa sobre una conversación del Jesús resucitado con su madre, con María Magdalena y con algunos discípulos. El original griego de esta obra debió de escribirse en la segunda mitad del siglo III o principios del IV y probablemente se tradujo al copto sahidíco un siglo después. En español contamos con la traducción hecha desde el copto de García Bazán en 2007 en la Editorial Trotta con el Título La gnosis eterna, Madrid.

En un momento de la conversación María, la de Magdala, le preguntó a Jesús: “Señor mío, ¿de qué manera podrían las almas ser retenidas fuera o de qué modo podrían ser purificadas?” (Pistis Sophia I 33.24). La respuesta de Jesús fue harto compleja hasta el punto de que, cuando terminó de hablar, les dijo a sus discípulos: “¿Entendéis de qué modo estoy hablando con vosotros?” Pistis Sophia III 292.

María Magdalena responde afirmativamente y resume las palabras de Jesús en cuatro pensamientos. Vamos a referirnos sólo al último, que María expresa así:

Si el alma abandona el cuerpo y va por el camino con el espíritu remedador y no ha encontrado el misterio de la liberación de todas las ataduras y sellos que la atan al espíritu remedador… éste lleva al alma ante la presencia de la Virgen de la Luz, la juez (III 292ss).

Si la juez encuentra que ha pecado, la entrega a uno de los recibidores, que la mete en otro cuerpo y no abandona los cambios de cuerpo hasta que se cumpla el ciclo. Un poco después vuelve a resumir este pensamiento casi con las mismas palabras: Cuando un alma no está liberada del espíritu remedador atado a ella, la Virgen de la Luz, la jueza, “pone esa alma en las manos de uno de los recibidores y su recibidor la instala en la esfera de los eones y ella no queda libre de los cambios de cuerpo hasta que haya hecho el último ciclo que se le ha asignado” (Pistis Sophia III 295-2969. El espíritu remedador se define como “enemigo del alma”, pues la incita a pecar y a seguir todas las pasiones. Ese espíritu remedador es el que la transporta hasta la Virgen de la Luz para que la juzgue.

Hay otro fragmento en esta misma obra, que hace referencia al siguiente versículo evangélico:

Escrito está en la Escritura que, cuando el Cristo esté por llegar, vendrá Elías antes que él y preparará su camino (Mateo 7,10).

Su interpretación apunta a la preexistencia de las almas y a su transmigración, pues Jesús explica a sus discípulos cómo un alma, la de Elías, accede a otro cuerpo, al de Juan el Bautista. También les dice que cuando se encontró a Isabel, la madre de Juan, antes de concebirlo, echó “dentro de ella una potencia que había recibido del Pequeño Iao” y añade:

En lugar del alma de los arcontes que debía recibir, hallé el alma del profeta Elías en los eones de la esfera, y la recibí y tomé su alma de nuevo; se la di a la Virgen de la Luz y ella se la dio a sus recibidores. Ellos se la dieron a la esfera de los arcontes y la pusieron en la matriz de Isabel. Y así el poder del pequeño Iao (…) y el alma del profeta Elías se juntaron en el cuerpo de Juan el Bautista (Pistis Sophia I 12-13).

En este tratado fundamenta Jesús, mediante el ingreso del alma de Elías en el cuerpo de Juan, el versículo de Mateo citado y puede unificar ambos personajes, pues dice en otro pasaje de Mateo: “Si queréis oírlo, él es Elías, del que he dicho que iba a venir” (Mateo 11,14).

Elías es el profeta que subió de la tierra a los cielos llevado por un carro de fuego con caballos de fuego (2 Reyes 2, 11-12). En realidad tiene rasgos de psicopompo, pues pasa con facilidad de la tierra al cielo y del cielo a la tierra. Aparece además en momentos importantes de tránsito: Lucas relata cómo Elías y Moisés hablaban con Jesús, antes de su transfiguración y subida al cielo, sobre la partida que había de cumplirse en Jerusalén. Pedro dijo entonces: “Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Lc 9,30-31). En Malaquías, cuando se anuncia el día del Juicio, leemos:

He aquí que yo enviaré a Elías, el profeta, antes de que venga el día de Yavé, grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres a los hijos y el corazón de los hijos a los padres, no sea que venga yo y entregue la tierra toda al anatema (Mal 4,5-6).

Estos textos evocan el supuesto parentesco de Pitágoras con Hermes, el dios psicopompo, cuya facilidad para pasar del mundo de los vivos al de los muertos, le da pie a Pitágoras para dar razón de su conocimiento del Más Allá. Algo parecido le debió de pasar a Juan el Bautista respecto a Elías, pues de Juan dice Jesús: “Si queréis oírlo, él es Elías, del que he dicho que va a venir” (Mt 11,14). Precisamente esta frase es la que le da pie al texto gnóstico que comentamos a elucubrar sobre la transmigración del alma de Elías al cuerpo de Juan el Bautista. En su Comentario al Evangelio de Juan VI 73 dice Orígenes respecto a la pregunta a Juan el Bautista de ¿tú eres Elías? (Jn 1,21), que si los judíos, que tenían que conocerlo, se la plantean es porque creían que la doctrina de la reencarnación (metensomatósis) era verdadera.
Encontramos también en Pistis Sofía una alusión a misterios y ritos para la purificación de las almas que recuerdan las teletai órficas. Así se expresa:

En verdad os digo que todo lo que ha sido asignado a cada uno por el Destino se cumplirá, bien sea bueno o malo, o si es todo pecado, todo lo que les ha sido asignado les llegará. Por esto he traído la llave de los misterios del Reino de los Cielos pues de otro modo ninguna carne en el mundo se salvaría. Porque sin misterios, ninguno, bien sea justo o pecador, irá al Reino de la Luz (Pistis Sophia III 346,10).

Los misterios a los que se refiere son los tres bautismos, el del agua, el del fuego y el del Espíritu Santo. Como explica García Bazán (en la ora citada arriba, pp. 21-22), en estos misterios se utilizan objetos sagrados, los que se inician llevan túnicas de lino y deben cumplir con determinados ritos.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero

Nota: como hemos indicado ya varias veces esta postal es parte del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores, Madrid, 2011.

Lunes, 19 de Septiembre 2016


Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero

Los textos de Nag-Hammadi se hallaron en 1945 en una jarra sellada a once kilómetros de la ciudad de Luxor. La jarra contenía 13 cuadernos, escritos en copto con 46 tratados de diferente índole, realizados por autores que discrepaban en ciertos puntos con la doctrina eclesiástica que se estaba fraguando y que compartían ciertos rasgos comunes, como el deseo del conocimiento de Dios y de identificarse con él. Algunos de estos escritos coinciden con los que la ortodoxia había condenado como heréticos por participar de lo que llamamos “pensamiento gnóstico” .

Los documentos de Nag-Hammadi fueron traducidos por primera vez a una lengua moderna en 1977 . En español contamos con una traducción completa realizada por Piñero, Montserrat y García Bazán . Los gnósticos cristianos, que tuvieron probablemente su apogeo en el siglo II, no se doblegaron a la ortodoxia de la Iglesia emergente, sino que defendían el conocimiento del hombre interior para llegar al conocimiento del Ser divino. No eran, en consecuencia, partidarios de una autoridad eclesiástica que determinara cuáles debían ser las creencias de los cristianos.

Algunos escritos gnósticos apuntan a la creencia en la preexistencia y reencarnación del alma . Así, por ejemplo, en el Tratado de la Resurrección, también conocido como Carta a Regino, parece admitirse la preexistencia cuando dice:

No dudes, por tanto, en lo que atañe a la resurrección, Regino, hijo mío, pues si tú no existías en la carne, recibiste carne al entrar en este mundo .

El tratado titulado Exposición sobre el alma comienza así:

Los antiguos sabios dieron al alma nombre de mujer y es realmente una mujer por su naturaleza. El alma tiene su propia matriz: mientras estaba sola con el Padre era virgen y tenía figura andrógina, pero cuando se precipitó en un cuerpo y accedió a esta vida mundana, cayó en poder de muchos bandidos violentos, que se la fueron pasando del uno al otro (…) pero en cuanto se apartaba de aquellos adúlteros, corría de nuevo hacia otros (…). Finalmente, sin embargo, la abandonaban y se iban. Entonces ella pasaba a ser una viuda pobre y sola sin ayuda alguna .

Un poco más adelante dice en torno al alma y la resurrección:

Conviene, pues, que el alma se genere por sí misma y regrese a su forma anterior. Entonces el alma se vuelve a sí misma. Y recibe del Padre el don divino del rejuvenecimiento a fin de regresar al lugar donde se hallaba al principio. Ésta es la resurrección entre los muertos (…). Al rejuvenecerse ascenderá loando al Padre y al hermano por el que fue rescatada. Así el alma será rescatada por medio de la regeneración .

Para el autor de este texto el alma preexiste y su unión al cuerpo humano se ve como una prostitución, pero finalmente por un acto de voluntad el alma regresa al lugar de donde procedía regenerada y rejuvenecida. Termina el tratado con una cita de la Odisea alusiva al deseo de Ulises de retornar a su ciudad. Esta idea del continuo retorno de alguna manera se encuentra en la doctrina de la transmigración.

Del mismo tenor es el tratado Enseñanza autorizada o Discurso soberano , en el que también se encuentra la creencia en la preexistencia del alma, pues se dice que cuando es arrojada a algún cuerpo, el alma espiritual se convierte en alma material, esto es, se mezcla con las pasiones, los placeres, la concupiscencia, la envidia y los odios, hasta que “se percata de lo que de profundo hay en ella y se afana en acceder a la cámara nupcial, en cuya puerta aguarda, erguido, su pastor”. Según este Discurso, son unos seres intermedios los que se ocupan de confeccionar un cuerpo para el alma con el propósito de destruir el alma invisible. No hay en este relato transmigración propiamente dicha, pero si la transmigración tiene como objeto la purificación, ese objetivo se cumple también en la doctrina que exponen esos relatos. Pues en ellos el alma racional se esfuerza hasta llegar al conocimiento de lo inaccesible, lo que le abre el camino a una vida bienaventurada.

En el Apocalipsis de Pablo , cuyo original griego podría situarse en la segunda mitad del siglo II, el alma, cuando está siendo castigada en el umbral del cuarto cielo por haber transgredido la ley, protesta y dice: “Aporta testigos y que muestren en qué cuerpo cometí transgresión” . Después de haber oído a los testigos, el alma “bajó los ojos con tristeza, luego miró hacia arriba y se precipitó hacia abajo. El alma, precipitada hacia abajo, [accedió] a un cuerpo que había sido preparado [para ella]” . Todo apunta a que el autor de este Apocalipsis creía que las almas manchadas por el pecado, caían de nuevo en otro cuerpo y así sucesivamente hasta purificarse y poder ascender a través de los cielos.

Resumiendo, en algunos de los tratados de Nag-Hammadi se acepta la preexistencia del alma, como, por ejemplo, en la Carta a Regino, en la Exposición sobre el alma o en el Discurso soberano; en otros como en el Apocalipsis de Pablo se hace referencia al ingreso del alma en otro cuerpo para su purificación. En todos ellos hay rasgos que se compadecen con la concepción pitagórica de la transmigración.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero
Y subsidiariamente de Antonio Piñero
Viernes, 16 de Septiembre 2016
Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero


Justino Mártir, samaritano de origen, griego por formación y cristiano por elección, vivió en la primera mitad del siglo II (100-165) y fue el primer autor cristiano que tuvo en alta consideración la filosofía platónica e incluso imitó el género dialógico. Es también el primer autor del que conservamos textos que abordan el tema de la transmigración (palingenesia), considerado como un “renacimiento” del alma.

En su Diálogo con el judío Trifón , cuya redacción se fecha entre el 155 y el 160, los interlocutores se plantean la cuestión de si los hombres podrán ver a Dios mediante su inteligencia cuando su alma está aún en el cuerpo, o si, por el contrario, una vez liberada del cuerpo, el alma alcanzará una visión más clara de la divinidad . Concluyen que cuando el alma es ella misma, esto es, cuando está separada del cuerpo, es cuando alcanza la mejor visión de Dios, pero afirman que cuando el alma vuelve al cuerpo, olvida lo que ha visto.

Y, así, cuando Trifón, el judío helenizado, le pregunta al filósofo, qué pena sufren las almas indignas de la divina visión, éste le responde: “Viven encarceladas en cuerpos de fieras y ese es su castigo” . Habida cuenta de que las almas reencarnadas no son conscientes de que viven en otros cuerpos en expiación de algún pecado y que, por tanto, no tienen conciencia de ser castigadas, Trifón concluye que ni las almas ven a Dios ni transmigran a otros cuerpos (metameibousin) y que los filósofos no tienen ni idea de qué cosa es el alma .

Consideran los interlocutores que la transmigración es un castigo, por cuanto que lo sufren las almas que aún no son dignas de la visión de Dios, y, a su vez, la ponen en tela de juicio porque piensan que con ella el alma no aprende, pues no es consciente de que está en otro cuerpo para expiar sus pecados. Si las almas fueran conscientes de ello, dice Trifón, “temerían en lo sucesivo cometer cualquier tipo de falta” .

Resumiendo, en este diálogo, ya responda a una realidad ya sea ficción , el filósofo convertido al cristianismo admite que las almas de los pecadores transmigran a cuerpos de animales para expiar sus pecados pero lo contrapuntea con la opinión de Trifón, a quien le parece absurda esta teoría, por cuanto que el alma que ha ingresado en el cuerpo del animal no sabe que está ahí para purificarse y, en consecuencia, no saca beneficio de ello en aras de la redención de sus pecados. También, el hecho de afirmar que el alma que ha visto a Dios antes de encarnarse, se olvida de Él, al entrar de nuevo en un cuerpo, apunta, además de a la preexistencia del alma, a la posibilidad de su reencarnación . Sin embargo, Justino prefiere pensar en una resurrección final de los cuerpos, en la que cada alma reingrese en el cuerpo que había tenido en su vida terrenal .

Saludos cordiales de M.L. Salvá y M. Herrero.

Texto tomado del capítulo “Reencarnación y cristianismo primitivo”, del libro de A. Bernabé – M. Kahle y M. A. Santamaría (eds.), “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores, Madrid, 2011 .
Jueves, 15 de Septiembre 2016
Escribe Antonio Piñero


Una breve reflexión hoy sobre la postal de ayer, 13-9-2016 a la “Introducción” de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero de Jáuregui, capítulo del libro sobre la “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente, Abada Editores, Madrid, 2011.


Estoy de acuerdo con toda la “Introducción” y el artículo en su conjunto que me parece estupendo y clarificador. Pero estoy menos de acuerdo con un par de párrafos de la introducción al capítulo que paso a transcribir ahora y a comentar brevemente:


”Los primeros pensadores cristianos, cuando asumieron la concepción del hombre como compuesto de cuerpo y alma, se preguntaron, al igual que los paganos, sobre la vida del alma después de la muerte del cuerpo: si moriría con el cuerpo o le sobreviviría. En caso de sobrevivir se preguntaron por la posibilidad de una retribución post mortem para el alma de los justos o si habría alguna oportunidad para los impíos de redimir sus culpas”.


”Estas reflexiones están muy unidas a las concepciones que se tengan sobre el origen y el destino del alma: si se considera que no ha sido generada, como defendía Platón, parece lógico que se piense que es inmortal, pero si se piensa que ha sido creada, como defiende la tradición veterotestamentaria, sería lógico pensar que es perecedera. Pero el cristianismo antiguo siempre cuestionó esta opción”.



El primer párrafo es correcto en sí pero podría parecer como si el cristianismo, como religión autónoma y separada del judaísmo, hubiera asumido por su cuenta, a partir de su contacto congénito con la tradición pagana la idea de la distinción alma y cuerpo. Si alguien llegara a esta idea habría que decirle que el cristianismo, que nació como una secta apocalíptica en el seno de un judaísmo muy variado, era pues una secta judía al principio, no hubo de asumir “personalmente” nada ya que desde el siglo III a.C. el judaísmo helenizado había aceptado, asumido de la cultura griega y divulgado en sus escritos esta concepción dicotómica de la naturaleza humana. El cristianismo se encontró con una herencia griega aunque ya “vestida” de judía. Creo que en el siglo I los judíos normales aceptaban casi todos esta doctrina de la división del hombre en lama y cuerpo, pero sin tener ya ninguna idea clara que tal división venía del helenismo.


El segundo párrafo da a entender como que la tradición veterotestamentaria asume esa misma distinción antropológica y que afirmaba que el alma ha sido creada. Ciertamente ha sido creado el “hálito vital” como indica la “insuflación” divina en el Génesis (2,7; nada de esto dice el primer relato de 1,26, de muy distinta tradición), pero los judíos, hasta el advenimiento del helenismo incluso en su propio país no tuvieron nada claro qué era eso del “alma”. Y desde luego el autor del Eclesiastés, anónimo, compuesto hacia el 260 a.C. protesta contra las ideas griegas de la inmortalidad del alma, entendida al modo helénico.


Es necesario de nuevo insistir en este cambio antropológico de la mentalidad hebrea que llevó a un profundo cambio de la antropología. Para una mayor aclaración de este aspecto puede verse el capítulo del libro “Biblia y Helenismo. El pensamiento griego y la formación del cristianismo” (Córdoba, El Almendro, 2006, 129-164), capítulo “El cambio general de la religión judía al contacto con el helenismo” de Luis Vegas-Antonio Piñero.


Seguiremos en sucesivas postales con el capítulo del libro mencionado.


Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Miércoles, 14 de Septiembre 2016


Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero de Jáuregui


La doctrina de la transmigración fue asumida, como vemos en los respectivos capítulos de este libro, por la especulación órfica y pitagórica, y aceptada por autores como Empédocles y Platón, quien, ya en su madurez, la incorporó con algunas modificaciones a su filosofía . A través del platonismo medio el concepto de transmigración penetró, como veremos, en ciertos sectores del cristianismo alejandrino y también en el gnosticismo. Lo trataron autores como Tertuliano y los Padres capadocios. Así como Platón pensaba que el alma si era inmortal debía ser también no generada, de igual modo algunos de los primeros teólogos cristianos defendieron que el alma existía antes del nacimiento del cuerpo. Tal fue el caso de Orígenes y de los gnósticos, que tanto por influjo de Platón como por propia reflexión adoptaron esta creencia. Respecto al destino del alma estos teólogos creían que después de las necesarias purificaciones todas las almas alcanzarían el objetivo final de la visión beatífica.

Cabe señalar que la reencarnación es tratada, aunque sea para criticarla o rechazarla, por la mayor parte de apologistas y Padres de la Iglesia, quienes en ocasiones acumulan una serie de argumentos en contra, que devendrán tópicos: Tertuliano, siguiendo a Ireneo, es el autor que con más fuerza los esgrime. Otros autores como Hermias o Gregorio de Nazianzo también dedicarán largos pasajes a la refutación de la reencarnación, dentro de la polémica antiplatónica, antignóstica y antiorigenista .

Dada la difusión de la doctrina de la transmigración, el Concilio de Nicea (325) , convocado por el emperador Constantino para defender la unidad del cristianismo, fijó que después de la muerte habría un juicio, por el que unos irían al cielo y otros al infierno, lo que fue ratificado por los concilios de Lyon (1274) y de Florencia (1439). En el II Concilio de Constantinopla, convocado bajo los auspicios del Emperador Justiniano y celebrado en mayo del 553, se declaró anatema a quienes defendieran las doctrinas de Orígenes. El hecho de que dos siglos después de haber formulado éste sus enseñanzas se escogieran quince, entre ellas la de la preexistencia del alma, para discutirlas y después condenarlas en el Concilio, no es sino prueba de la popularidad y extensión de la que gozaban entre la población cristiana.

Los Primeros Padres encontraron dificultades para pronunciarse sobre si el alma es mortal o inmortal. La Iglesia asumió la doctrina platónica de la inmortalidad del alma y la definió como dogma en el V Concilio de Letrán (1513). En el IV Concilio de Letrán (1215), presidido por el Papa Inocencio III, se definió también como dogma la eternidad del infierno y los suplicios eternos para los réprobos, anatematizando así la idea defendida por Orígenes de que al final de los tiempos, y después de múltiples ciclos cósmicos, todas las almas se unirían a Dios.

Las definiciones de la jerarquía eclesiástica cerraron el paso a la idea de una posible liberación de las almas réprobas después de la muerte y más aún a la de que el alma viajara de un cuerpo a otro para su purificación o a la esperanza de una salvación universal, que sería el objetivo final de la doctrina de la transmigración. Pero veamos cuál es el eco que se hacen de estas doctrinas los Padres de la Iglesia antigua y cuál fue su actitud ante ella.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero de Jáuregui

Dos notas:

1. Recuerdo que esta miniserie sobre la reencarnación es un capítulo del libro que mencioné ayer (Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente, Abada Editores, Madrid, 2011, ISBN: 978-84-15289-25-8) y que no se ha escrito expresamente para el Blog o Facebook.
2. Mañana haré una pequeña observación a la materia de esta Introducción.

Saludos de Antonio Piñero
Martes, 13 de Septiembre 2016
Reencarnación y cristianismo primitivo. Primera parte (670)

Queridos amigos:

A lo largo de los últimos tiempos me han planteado repetidas veces –en especial en una conferencia sobre el estado de la investigación actual en torno a Jesús de Nazaret– el tema de la reencarnación en el cristianismo primitivo. Siempre he sostenido que esa cuestión no interesó a los primeros seguidores de Jesús, judeocristianos, y que por lo tanto no se halla en el Nuevo Testamento. Y que tampoco es un tema que aparezca en la Biblia hebrea a pesar de que escenas y menciones a la evocación de espíritus y al “traslado” del Espíritu de Moisés a los Setenta y dos ancianos, Números 11,17:

“Yahvé respondió a Moisés: «Reúneme setenta ancianos de Israel, de los que sabes que son ancianos y escribas del pueblo. Llévalos a la Tienda del Encuentro y que estén allí contigo. Yo bajaré a hablar contigo; tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo”

o del espíritu de Elías a Eliseo en 2 Reyes 2,15:

“Habiendo visto a Eliseo la comunidad de los profetas que estaban enfrente, dijo: «El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo.» Fueron a su encuentro, se postraron ante él en tierra”,

ni tampoco en el en el Nuevo Testamento a pesar de las apariencias que la gente crea que Jesús es Elías o alguno de los profetas de antaño (Mt 16,14), o incluso Juan Bautista reencarnado en Jesús (pero lo piensa Antipas, un judío de mentalidad griega en Mc 6,14ss. Pero se trata entre los judíos, como dice claramente el texto de Números de una “porción” del Espíritu que se traslada, no de una reencarnación.

La idea de la transmigración de las almas ha tenido una notable difusión en el espacio y en el tiempo. A pesar de que en el cristianismo esta doctrina había sido abandonada casi totalmente ya en el siglo IV, el interés que suscita incluso hoy entre gentes, sencillas o no, es importante. Conozco personalmente a gentes que me han contado experiencias, de las que afirman que fueron vividas en una existencia anterior. He sido respetuoso con sus opiniones, aunque quizás se me haya escapado una mueca de escepticismo.

Pero como el tema es arduo y las dudas grandes, he pedido a dos compañeros de mi antiguo Departamento de la Universidad Complutense de Madrid que me permitieran reproducir el capítulo de un libro que he reseñado aquí y que trata de este tema:

Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente, Abada Editores, Madrid, 2011, ISBN: 978-84-15289-25-8.

El capítulo se titula “Transmigración en el cristianismo primitivo” y los dos autores son Mercedes López Salvá y Miguel Herrero de Jáuregui. Este capítulo no ha sido escrito expresamente para el Blog o Facebook ni tampoco editado expresamente. Yo voy a transcribir el texto tal cual, aunque si se me ocurre puede señalar algo en nota. Pero advertiré de ello.

Aquí va el texto. Por tanto,

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero de Jáuregui

Del siglo II proceden los primeros testimonios cristianos conservados en torno al tema de la transmigración de las almas. Esta doctrina alcanzó gran difusión entre las escuelas filosóficas grecorromanas, especialmente en las de inspiración platónica . Los primeros pensadores cristianos, al igual que los paganos, se preguntaron sobre la vida del alma después de la muerte del cuerpo: si el alma de los justos obtendría recompensa después de morir o si había alguna oportunidad para los impíos de redimir sus culpas.


La reflexión sobre el origen y destino del hombre pertenece a la naturaleza humana. Con frecuencia la concepción del origen del hombre va ligada a la de su destino. Por ejemplo, se considera que si el alma no ha sido generada es lógico que sea inmortal, pero si ha sido creada parece lógico que se la considere mortal.


Entre los cristianos hay acuerdo en que el hombre fue creado por Dios, pero no lo hay, en cambio, respecto a si fue creado primero el cuerpo o el alma, o si su creación fue simultánea. Para quienes asumen la tradición veterotestamentaria del Génesis , Dios hizo al hombre del barro de la tierra y luego le insufló su aliento. En ese relato, por tanto, la creación del cuerpo, al menos en el caso del primer hombre, precedería a la del alma. Autores de formación platónica, como Orígenes (s. II), prefieren creer en la preexistencia de las almas, mientras que otros, como Gregorio de Nisa (s. IV), defienden la creación simultánea de cuerpo y alma.


Respecto al destino, el cristianismo antiguo reflexionó sobre diferentes planteamientos posibles. Uno de ellos fue la transmigración de las almas. Según esta doctrina, el alma, cuando muere el cuerpo que la acogía, trasmigra a otros para purificarse y las reencarnaciones se repiten hasta que el alma queda totalmente purificada para acceder a una vida más plena.


La transmigración se fundamenta en la creencia de la dualidad cuerpo/alma, en la preexistencia del alma respecto al cuerpo, en su inmortalidad y en la posibilidad de trasladarse a otros cuerpos con el fin de purificarse, y, en consecuencia, en que, una vez purificadas, alcanzarán al final de los tiempos una vida feliz. Conviene, tal vez, recordar que el concepto de alma que se encuentra en el cristianismo antiguo no tiene sus raíces en el pensamiento hebreo veterotestamentario sino que lo recibe del mundo griego. Según testimonio de Cicerón y de Porfirio , fueron Ferecides y su discípulo Pitágoras, quienes primero defendieron el concepto de inmortalidad del alma entre los griegos. Platón lo difundió ampliamente .


Seguiremos mañana.

Saludos cordiales de Mercedes, Miguel y subsidiariamente Antonio
Lunes, 12 de Septiembre 2016
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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