NotasQueridos amigos todos: Interrumpo hoy mi serie de “Preguntas y Respuestas” para anunciaros que después de más de cinco años de ajetreo y reelaboraciones, cambios de formato, espera infructuosa a una subvención estatal y algún que otro problema más, se ha puesto a la venta (mejor: “preventa”, como veréis en la dirección de internet que os envío) la obra “Los libros del Nuevo Testamento”, cuya aparición física se espera para la primera semana de noviembre de 2021. Como sabéis, se trata de un Comentario, creo que breve y enjundioso, a las 27 obras que componen el Nuevo Testamento, que lleva naturalmente una traducción propia, la mayoría de las veces bastante literal. Este comentario ha procurado ser en todo momento equilibrado, conciso y muy informativo; es independiente de cualquier iglesia y confesión, laico en el buen sentido de la palabra, meramente histórico, no militante, es decir, respetuoso y aséptico. Pero su carácter laico comporta que el entendimiento de los textos del Nuevo Testamento sea para muchos lectores muy nuevo y en cierto sentido un cambio de mente, un paradigma distinto de interpretación…, por ello puede suscitar el interés, aunque sea para rebatirlo. Y empezando por el título de la obra “Los libros del Nuevo Testamento” y no simplemente “El Nuevo Testamento” el el carácter de novedad de este libro se acentúa porque –al menos que yo sepa– nada hay parecido en lengua española. La obra tiene 1.665 páginas, incluidos los índices. Está impresa en papel fino, semibliblia, en un solo volumen que considero muy manejable. Tanto la editorial, Trotta, Madrid, como los autores hemos hecho un esfuerzo notable para abaratar costes y lograr un precio verdaderamente popular durante el momento del lanzamiento previo a la venta normal: 51 euros. El lector que esté al tanto de los precios de libros en España de carácter más o menos religioso en torno a las 1.000 páginas, sabe muy bien que estos alcanzan precios en el mercado que rondan los 80-90 euros… Así que el esfuerzo por parte de los autores y la Editorial Trotta ha sido notable reduciendo los derechos de autor y editoriales al mínimo para subsistir meramente. Alguno de los autores ha renunciado incluso a recibir derechos de autor en pro de la obra. Todos los ejemplares que se vendan (o mejor se “prevendan”) antes del 24 de octubre próximo estarán firmados al menos por mí, que soy el editor general, y ya veremos si es posible que también lo estén además por algún otro colaborador. Para la península ibérica y Baleares el envío de la obra por correo es gratis. Desgraciadamente no puede ser así para el resto del mundo, pero creo que Trotta tiene un proyecto de envío por correo a cualquier país a un precio interesante. Hay que consultar a la Editorial en cada caso. Envío el enlace de la “preventa” en donde tenéis más detalles: indico algunas otras características de la obra y en donde se puede abonar la compra de la preventa. Es el siguiente: https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/ Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 18 de Septiembre 2021
Comentarios
NotasPREGUNTA: Hay un milagro que supongo que usted convendrá conmigo que es cierto que es el de la hija de Jairo. Y digo que supongo que coincidirá conmigo que es un milagro que hace dudar hasta a los más ateos porque recoge una frase en arameo como la hubiera dicho Jesús) además lo recogen 3 evangelios, Mateo 9:18–23, Marcos 5:21–35 y Lucas 8:41-49.) Igual que tampoco creo que haya duda de la frase dicha por Jesús en la cruz en arameo ¡Eloi, Eloi!, ¿lama sabactani?, y recogida por los 4 evangelistas. ¿Pueden ser las únicas dos cosas invariablemente ciertas del Nuevo Testamento? RESPUESTA: Siento decirle que para un historiador (y nosotros estamos en el campo de la historia; solo de la historia; no de la teología o "ciencias" similares) ningún milagro es "cierto" cuando se trata de algo que rompe lo que denominamos "leyes de la naturaleza". Y una resurrección rompe todas las leyes de la naturaleza. Me dirá: Pero lo afirma mucha gente... testigos, varios evangelios, etc. Le respondo: eso es teología. Si es algo que no es repetible, observable, etc., no puede ser tenido, o considerado como histórico. Si ocurrió o no… ahí no se mente el historiador. Este solo afirma que en cuanto a la ciencia de la historia no puede ser admitido como tal. Pero sí puede ser histórico un exorcismo o una sanación, porque ahí intervienen factores psicológicos y psiquiátricos, que pueden repetirse y estudiarse. El factor principal es la fe del sanado en el sanador. Por eso afirmo que milagros de nación o exorcismos son históricos en Jesús. Además los enemigos de Jesús en evangelios mismos dan testimonio de que Jesús era un sanador. Y si esa noticia viene de enemigos, hay que creerla. Pero repito, una resurrección es otro campo, como multiplicar panes, hacer cesar una tormenta, o caminar sobre las aguas. Otra idea: el que tres evangelistas lo citen constituye una sola prueba, no tres, ya que Mateo y Lucas están copiando de Marcos. A veces ocurre con los cuatro evangelistas, que dependen de una y misma tradición. La fuente es, pues una, no tres o cuatro. El que el texto del milagro contenga palabras arameas suele reconocerse como signo de historicidad… Cierto. Incluso el añadido del nombre del padre, cosa que no sueles hacer Marcos. Pero, también estará de acuerdo conmigo, que si en el fondo del asunto hay una “resucitación” (es decir, una niña en estado cataléptico, pero viva, que es devuelta a la vida “normal” por Jesús), ese hecho pudo causar tanta conmoción que se guardó el recuerdo (Jesús hablaba siempre en arameo, o casi siempre) de esa ocasión… sin más. Por tanto, en síntesis pudo no ser un milagro, sino un hecho extraordinario, pero natural. Y que sean las dos únicas cosas ciertas del Nuevo Testamento, ¿no le parece que es una absoluta exageración? Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 17 de Septiembre 2021
NotasPREGUNTA: Si tenemos en cuenta que Jesús jamás dice la palabra "Jehová" o "Yahvé" pero se nombra casi 10.000 veces ambos nombres en el Antiguo testamento, y si tenemos en cuenta que Jesús llama a su padre Abbá (Papa) pero casualmente en el antiguo testamento no sale ni una sola vez. ¿Alguna vez ha valorado Usted la posibilidad de que el dios del Antiguo testamento no sea el Dios y padre de Jesús y que las referencias que indirectamente los pudieran vincular sean interpolaciones posteriores? RESPUESTA: No lo he valorado ni una sola vez en mi vida. Jesús dice que su Dios es el Dios de Israel (Marcos 12,29). Para Jesús no había más Dios que el ya tradicional en su momento y que ellos creían firmemente que había sido el único y el de siempre. Otra cosa es la crítica histórica, la cual plantea desde la Ilustración, no solo en el estudio de la Biblia, sino de la historia en general que nos hace ser más preciso y ver más cosas. En un cierto sentido, nosotros sabemos de la religión de Jesús más que él mismo desde el punto de vista de la historia de las tradiciones religiosas. La religión de Jesús no se comprende si su imagen de Dios NO es la misma que la del Antiguo Testamento. El concepto del reino de Dios en jamás se comprenderá si no se sabe que su trasfondo y expresiones son las de los profetas de Israel, cuyo Dios, desde el siglo VIII a. C. era sin duda alguna Yahvé. Y no se me ha ocurrido pensar en lo que Usted dice porque ningún judío pronunciaba el nombre de Dios en el siglo I, y menos un experto en las Escrituras judías como era Jesús de Nazaret. Se sustituía el nombre de Yahvé por “Señor”, “Altísimo”, “Lugar”, “Presencia”. Jamás se decía el nombre de Dios, salvo una vez al año, y muy bajito, postrado de bruces en el santo de los santos del templo de Jerusalén por el sumo sacerdote. Si le es posible, le recomendaría leer el libro de Julio Trebolle, “Imagen y palabra de un silencio. La Biblia en su mundo”, de Edit. Trotta, Madrid, 2008, que le ilustra sobre el origen del nombre “Yahvé”. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Jueves, 16 de Septiembre 2021
NotasEscribe Antonio Piñero El 14 de mayo de 2019 escribí mi última entrega de una serie de “Preguntas y Respuestas” que titulé “Compartir”. Por exceso de compromisos editoriales hube de interrumpirla, incluso frené en seco mi costumbre de escribir diariamente. Ahora, cuando acabo ya he terminado dos de los compromisos pendientes –es decir, contratos firmados desde hace años– y solo me queda un contrato, pues el resto del trabajo son “apalabramientos” de futuras obras, cuyo contrato no está firmado aún. Tengo, pues, un poco más de libertad en las fechas de entrega. Esta es la razón por la que retomo la serie de “Preguntas y respuestas”. Las obras que he entregado ya a las editoriales son: 1 El volumen IV y último de los “Hechos Apócrifos de los Apóstoles” (el primero salió en 2005 ¡!) para la Editorial B.A.C. que he hecho junto con G. del Cerro. Se trata de la más que enrevesada “Literatura pseudoclementina”, cuyo núcleo es la “Novela de Clemente de Roma”. Es esta una obra muy manipulada y reelaborada por diversos autores, anónimos todos, durante los siglos III al V, obra que se nos ha conservado en griego, latín y parte en siríaco. El volumen tiene una larga Introducción, texto griego y latino impresos (el siríaco va en traducción literal en las notas, pero no se imprime) con aparato crítico y notas aclaratorias. En la página de la izquierda van los originales (con aparato crítico de las principales lecturas variantes de los manuscritos) y en la de la derecha va la traducción española y las notas aclarativas. La pandemia ha trastocado el plan de edición de la Editorial B. A. C., que tiene ahora obras previas pendientes de publicación. Así que no sabemos cuándo le tocará el turno a este volumen IV…; quizás a finales del 2022. 2. El segundo libro entregado es el Comentario a los 27 libros del Nuevo Testamento, con Introducción, traducción y notas aclaratorias. Su título definitivo será “Los libros del Nuevo Testamento” ya que no es exactamente un Nuevo Testamento usual, ni por el orden de las obras –que intenta ser aproximadamente cronológico a la vez que temático– ni por el contenido. Por diversas circunstancias llevamos haciendo este comentario varias autores desde hace más de cinco años por lo que se han rehecho las traducciones, introducciones y notas por lo menos dos o tres veces. Como creo que saben, ya que lo he escrito y dicho muchas veces, este Comentario es puramente histórico, crítico, independiente de toda confesionalidad respecto a cualquier iglesia, laico, pero su independencia es no militante, es decir, respetuoso con las demás interpretaciones, que suelen ser confesionales y que se exponen también. Por ejemplo, respecto a los Evangelios: son estos textos en los que los lectores suelen preguntar ¿“Esta sección, (por ejemplo, un milagro de Jesús o un dicho de él) es verdadera o falsa, es decir, corresponde la historia o ha sido inventada por la comunidad que está detrás del evangelista, o la iglesia antigua en general?”. Los autores intentamos responder planteando las diversas opciones –verdadero o falso históricamente, o algo intermedio– de modo que el lector pueda escoger por sí mismo. Finalmente, creo no “meter la pata” si adelanto que el libro está ya maquetado y que se han corregido las primeras pruebas. En este libro hemos colaborado tres autores en las introducciones, traducciones y notas, y dos más que han hecho de traductores específicos de algunas obras. Los autores son por orden alfabético: G. Fontana, de la Universidad de Zaragoza; J. Montserrat, de la Universidad Autónoma de Barcelona y yo mismo de la Complutense de Madrid, que trabajo también como editor general. Los dos traductores son G. del Cerro y C. Padilla, de las Universidades de Málaga y Córdoba respectivamente. La editorial de “Los libros del Nuevo Testamento” es Trotta, de Madrid. La obra es voluminosa, casi 1.700 páginas, impresa en papel “biblia” o “semibiblia”, en un solo volumen, pero –puedo asegurar ya que será muy manejable. Piense el lector que las “biblias” comunes que contienen tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento tienen unas 2.300 pp. en un solo volumen y se manejan muy bien. Esperamos, o se estima, que la fecha de aparición “Los libros del Nuevo Testamento” sea a principios de noviembre de este año, si todo va bien, como deseamos. La Editorial está haciendo un esfuerzo enorme por abaratar los costes y ofrecer un precio aceptable. Habrá, como he anunciado, una preinscripción para adquirirlo a un precio lo más bajo posible (cuyos detalles prácticos aún no está fijados por completo) y que la Editorial aclarará en su momento. Pues bien, retomo la idea del principio de esta comunicación: a partir de mañana empiezo a publicar “Preguntas y respuestas”. Parte corresponden a un foro madrileño, titulado “Basketcantera”, que además del baloncesto está interesado en temas históricos-religiosos y parte son preguntas que me llegaron por correo hace tiempo, que tengo ya contestadas, pero no publicadas. Calculo que hay unas 300 preguntas y respuestas, más o menos afortunadas, aceptables o rechazables y algunas respondidas con un “No sé”, ya que no se puede saber de todo. Pido encarecidamente por favor que no me envíen más preguntas, porque primero tengo que publicar las ya respondidas. Y si lo hacen, se arriesgan a que no pueda responder. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Miércoles, 15 de Septiembre 2021
Notas
El paso del nacionalismo judío al pacifismo dentro del judeocristianismo del siglo I (9-09-2021.- 1190)
Escribe Antonio Piñero Foto: Ruinas de Pella en Jordania, tomada de “Serturista.com” Una de las cosas que quizás pueda llamar la atención es el paso de los seguidores más directos de Jesús desde una posición nacionalista judía, reflejada en los siguientes textos que transcribiré del Evangelio de Lucas, a una posición pacifista, enemiga del nacionalismo judío extremo que condujo a la guerra contra Roma. Los pasajes son los siguientes: Lucas 24,19-21: “Entonces Jesús les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados, le entregaron a condenación de muerte, y lo crucificaron. Pero nosotros esperábamos que Él era el que había de redimir a Israel”. Esto supone una teología de un mesianismo victorioso de Israel frente a todos sus enemigos tal como se dice en el mismo Lc en 1,31-33 “Y he aquí, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por siempre; y su reino no tendrá fin”. Y Lc 1,67-73 acerca ciertamente de Juan Bautista que es el precursor de Jesús, y por tanto lo que se diga del Precursor vale igualmente para aquel a quien este precursor anuncia: “Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: 68 Bendito el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, 69 y nos alzó cuerno de salvación en la casa de David su siervo, 70 tal como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio del mundo; 71 Que habríamos de ser salvos de nuestros enemigos, y de mano de todos los que nos aborrecen; 72 para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; 73 Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, 74 que nos habría de conceder, que liberados de la mano de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos, 75 en santidad y justicia delante de Él, todos los días de nuestra vida”. Otro claro pasaje es del autor de Hechos de Apóstoles 1,6-7 (probablemente no “Lucas”, el autor del tercer evangelio, sino un discípulo suyo que escribe en continuación con su pensamiento) donde leemos: “Entonces los que se habían reunido (con Jesús resucitado) le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y Él les dijo: No toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad”, pasaje donde no se niega el concepto, sino el cuándo. Ya he escrito que es muy probable que la muerte de Jesús en cruz, rodeado quizás de dos de sus partidarios, hizo de él un héroe popular en Jerusalén respetado y admirado… hasta que todo cambió. Por otro lado, la persecución a los judeocristianos helenistas narrada en Hechos 8,1-2, donde se dice que las autoridades de Jerusalén persiguieron solo a estos y dejaron en paz a los Apóstoles (es decir, a la iglesia de Jerusalén formada por judíos practicantes a creían a Jesús era el Mesías), solo se explica porque en ese momento (muerte de Esteban) la comunidad jerosolimitana no era sospechosa de amistad alguna prorromana o algo por el estilo y tenía una teología judía acerca del mesías Jesús que era aceptable a los ojos de las autoridades. ¿Cómo es posible entonces que según la tradición misma, en el año 68, esa misma comunidad es ya enemiga de los nacionalistas que han declarado la guerra a Roma (66-70/73) y tenga que huir de Jerusalén y emigrar a la ciudad transjordana de Pella por miedo a persecución de las autoridades rebeldes? Las dos únicas fuentes para esta huida son Eusebio de Cesarea y Epifanio de Salamina. He aquí los textos: A. “También el pueblo de la iglesia de Jerusalén, por seguir un oráculo remitido por revelación a los notables del lugar, recibieron la orden de cambiar de ciudad antes de la guerra y habitar cierta ciudad de Perea que recibe el nombre de Pella” (Eusebio HE III 5,3) B. “Por decisión y mandato de una ley de Adriano, se prohibió desde entonces a todo el pueblo judío poner el pie ni siquiera en la región que rodea a Jerusalén, de manera que ni de lejos pudieran contemplar el suelo patrio. Aristón de Pella es quien lo cuenta. Así es como la ciudad llegó a quedar vacía de la raza judía y fue total la ruina de sus antiguos moradores. Gentes de otra raza vinieron a habitarla y la ciudad romana constituida luego cambió su nombre y se llamó Elia, en honor del emperador Adriano. Mas también la iglesia de allí vino a estar compuesta de gentiles, y el primero a quien se encargó de su ministerio, después de los obispos que procedían de la circuncisión, fue Marcos” (Eusebio HE IV 6,3-4) C. “Esta herejía de los nazarenos existe en Berea, en las vecindades de Celesiria y de la Decápolis, en la región de Pella y en Basanítide, en la denominada Kokabá, en hebreo Khokhabá. Allí se establecieron después del éxodo desde Jerusalén, cuando todos los discípulos se fueron a vivir a Pella, porque Cristo les había dicho que abandonaran Jerusalén y se fueran lejos de allí y evitarían un cerco. Por este aviso vivieron en Perea después de haberse movido a ese lugar que he dicho. Allí tuvo su origen la herejía de los nazarenos” (Epifanio, Panarion XXIX 7,7-8). No discuto ahora si esta tradición es o no verdadera. De eso se puede hablar/escribir en otro momento. Lo que sí parece cierto es que la comunidad de Jerusalén había pasado de ser un grupo judío nacionalista a ser otro pacifista opuesto a la guerra contra los romanos. Opino que la única razón plausible para ese cambio es la idea de los judeocristianos (y de los judíos en general) de que Dios interviene en la historia humana, y que con la aceptación de la muerte del mesías en la cruz, obra de romanos (con colaboración de las autoridades judías) había Él mismo indicado –insisto, con el aparente fracaso de la cruz– que la vía del nacionalismo estricto no era correcta y que había que cambiarla con un pacifismo respecto al Imperio, lo que en el fondo abría el camino también para la misión a los gentiles. Pero si esto es así, la iglesia de Jerusalén, la comunidad primitiva de seguidores de Jesús más acorde con su pensamiento genuino, no podría estar de acuerdo, a priori y antecedentemente, con los pasajes del Evangelio de Lucas redactados después acerca de su huida, (no me meto ahora tampoco en la cuestión de quién escribió esos capítulos). Cierto es que tales textos se publicaron de hecho decenios después de la marcha a Pella de la comunidad jerosolimitana, pero pretendían reflejar la opinión del judeocristianismo de los primeros momentos cuando se aceptaba en la comunidad que tanto Juan Bautista como Jesús eran figuras totalmente judías. Ellos, los judeocristianos de Jerusalén, eran tan judíos como Juan Bautista y Jesús el Mesías. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Jueves, 9 de Septiembre 2021
Notas
Escribe Antonio Piñero
Foto: Judaísmo y Cristianismo Sigo con mi comentario al Prólogo de X. Pikaza al libro “La infancia del cristianismo” de Étienne Trocmé. Señala Pikaza que “tras la muerte de los primeros líderes cristianos y la caída de Jerusalén, con la destrucción del sistema del Templo (año 70 d. C.), comenzó la división si retorno entre los judíos rabínicos, que fijaron su interpretación de la Escritura en la Misná y los judíos mesiánicos o cristianos, que la fijarán en el Nuevo Testamento”. Creo que Pikaza está señalando, cosa que a mucha gente le resulta novedosa, que el Nuevo Testamento es un producto totalmente judío, de judíos que creían en Jesús como mesías pero seguían siendo judíos. Por ello he insistido siempre, en cuanto veo que alguien interpreta pasajes del Nuevo Testamento aplicándolos errónea y atemporalmente al mundo actual, y enseguida en proclamar que solo metiéndose dentro del pensamiento judío del siglo I e inicios del II se puede entender correctamente el Nuevo Testamento. Naturalmente también pensando que esos judíos son de la Diáspora y que su pensamiento no es igual al de los judíos palestinenses, más helenizados de lo que ellos mismos creían pero mucho menos que los judíos de lengua griega. Estos últimos recibían, aun sin querer, de la atmósfera lingüística y “espiritual” de la lengua helénica que era la suya propia un sutil influjo de la filosofía, ética y religiosidad griegas. Señala Pikaza que ese proceso de división sin retorno entre judaísmo y cristianismo culmina hacia el final del siglo II. De esto último no estoy tan seguro, ya que –al menos en los cristianismos orientales de Siria y países hacia más el este como Babilonia, el tránsito entre judíos “normativos”, o “usuales”, no mesianistas, y judíos creyentes en Jesús era muy fluido. Había una tierra de nadie o las fronteras ideológicas eran muy fluidas, incluso borrosas. Carlos Segovia, en las líneas que escribió como traductor para la contraportada al libro de Daniel Boyarin, “Espacios fronterizos. Judaísmo y cristianismo en la antigüedad Tardía (Madrid, Trotta 2013) que “eso que hoy se llama ‘judaísmo rabínico’ y ‘cristianismo’ no terminaron de formarse hasta aproximadamente el siglo V. Y que lo hicieron mediante un proceso análogo al de la partición política de un solo territorio… en este caso territorio”. Con esto quiere decirse que fueron los “políticos” que mandaban en uno y otro bando religioso (es decir, los obispos, por un lado y los grandes rabinos, por otro) los que promovieron la neta división entre judaísmo y cristianismo con el fin de mandar más cómodamente sobre la grey de creyentes. Y esto lo hicieron por medio de la fijación de una ortodoxia (en uno y otro bando) y declarando herejes a aquellos que no seguían tal ortodoxia impuesta por ellos. Al señalar a unos como herejes puede uno designarlos como “heresiólogos”. Continúa Segovia: como auténticos cartógrafos de la religión, “los primitivos heresiólogos cristianos hicieron pasar ideas y conductas de las gentes de un lado al otro de una frontera que ellos mismos fijaron con su discurso acerca de lo que era específico del hecho religioso (es decir, las nociones teológicas y conductas concretas del cristianismo, por un lado, y del judaísmo, por otro) independientemente de cualquier elemento étnico o lingüístico”. En esto último insistieron más decididamente los cristianos, y menos los rabinos, que se encerraron rotundamente en el elemento étnico para conservar vivo un pueblo que ya no tenía patria física fija. Los rabinos, actuando igualmente como heresiólogos hicieron lo mismo. De este modo, esos dirigentes religiosos, unos y otros insisto, contribuyeron a dar forma rotunda a sus respectivas religiones y a la religión de quienes percibían como adversarios tanto sociales como teológicos. Y concluye Segovia que el final de este complejo y sinuoso proceso (en el siglo V), el cristianismo se consolidó como religión del Imperio, mientras que el judaísmo rabínico rechazó autodefinirse como “religión”. El judaísmo sería otra cosa un poco diferente dentro del ámbito más amplio de lo que en griego se llama “threskeía”: no sería estrictamente una religión, sino un culto, un respeto y veneración hacia una divinidad única, a la que se honraba por medio de unas ceremonias determinadas a la vez que se guardaban las normas que se creían emanadas por la divinidad. Por tanto, el judaísmo se entendió a sí mismo no como una religión con una ortodoxia fija, sino como un culto que tenía pocos principios firmes y que dejaba amplio campo a la diversidad de opiniones teológicas dentro de ella, algo casi imposible dentro del cristianismo. Esta precisión es importante respecto a la idea de Pikaza de que los procesos de división entre judaísmo y cristianismo alcanzaron su culmen hacia finales del siglo II. Para fundamentar mi opinión contraria a esta idea acudo de nuevo (ya lo presenté en otra ocasión en este medio) al libro de Francisco del Río, cuyo título lo dice todo: “Living on blurried fontiers. Jewisg¡h devoteess of Jesus an Christians observers of the Law (of Moses) in Palestine, Syria and Mesopotamia (5th–10th centuries) = “Vivir entre fronteras borrosas. Judíos devotos de Jesús y cristianos observantes de la Ley (de Moisés) en Palestina, Siria y Mesopotamia” y podríamos añadir Persia (UCO Press, Córdaba 2021. Los siete textos recogidos en este libro de Del Río describen un judeocristianismo de esas zonas donde no había una división impermeable y una hostilidad implacable entre judíos y cristianos, sino regiones con grupos de individuos, o bien comunidades enteras, cuya identidad judía o cristiana no era nítida. Lo curioso también es que algunos de estos individuos o grupos vivían dentro de comunidades o grupos donde había otras personas que sí se sentían pertenecientes de un modo claro al judaísmo o al cristianismo. Ciertamente, en palabras de Del Río existía mucho más allá del siglo del Concilio de Nicea un continuum cultural que propiciaba contactos y a menudo una suerte de culto común al mismo Dios entre judíos y cristianos. No se habría dado una separación neta en algunos sitios hasta el siglo X (¡!). Es muy posible que cuando Pikaza habla de esa neta separación entre judaísmo y cristianismo a finales del siglo II se esté refiriendo a las comunidades cristianas y judías del occidente mediterráneo, o incluso de la parte oriental de las tierras que bordean este mar. Pero lo cierto es que el cristianismo antiguo no se limitaba estas zonas, sino que se extendía más allá hacia oriente, hasta territorio persa. En este sentido debemos limitar un tanto el concepto de “Gran Iglesia” más a Occidente que a Oriente, dentro incluso del mismo Imperio Romano, por ejemplo, en Palestina y Siria. Es interesante constatar cuán compleja es la historia del desarrollo del cristianismo y cómo no es fácil hablar de un bloque compacto y de una Gran Iglesia común (hay que reservar la expresión par el grupo dominante), sino de diversos “cristianismos”… menos que en los orígenes por el predomino de la iglesia paulina, ciertamente, pero seguía existiendo un cristianismo que no era precisa y concretamente petrino, sino en general heredero de las comunidades de Galilea y de Jerusalén, sobre todo, como sucesoras del espíritu judío de Jesús. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Viernes, 27 de Agosto 2021
Notas
Escribe Antonio Piñero
Foto: Juan evangelista. El Greco. Sigo con mi comentario al Prólogo de X. Pikaza al libro de É. Trocmé, “La infancia del cristianismo”. Señala Pikaza con razón que estos años fueron fructíferos, entre otras cosas por la fijación de las “biografías mesiánicas” de Jesús, los evangelios sinópticos. Y añade nuestro comentarista que antes no había sido posible escribir tales “biografías” (entre comillas puesto que son biografías helenísticas, muy distintas en sus intereses a las actuales) ya que bastaba a los fieles “el kerigma (“proclamación”) básica sobre Jesús que aparece en los escritos mismos de Pablo. Por ejemplo, en el texto comentado de Romanos 1,3-4 y en e1 de 1 Cor 15,3-5: “Os he entregado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que fue visto por Cefas, y después por los Doce”: existencia del mesías que es Jesús; muerte sacrificial por los pecados (de toda la humanidad); sepultura (no indica dónde ni cómo; había diversas opiniones) resurrección y apariciones. La intensa espera apocalíptica dentro de un marco tan rico en teología como era el judaísmo mesiánico-apocalíptico, a la espera de un fin del mundo inmediato y una vida renacida en el reino de Dios anunciado y esperado, proporcionaba a los judeocristianos mesianistas todo lo que se necesitaba para vivir piadosamente. Y además, sobre todo la comunidad jerusalemita tenía los rezos y oficios diarios del Templo. Nada sabemos cómo vivía la comunidad naciente en Galilea, y quizás algún grupo en Samaria. Pero se supone que más o menos lo mismo, sin el Templo, a lo que estaban acostumbrados, y lo suplían con la asistencia a la sinagoga. Añade Pikaza que la reinterpretación mesiánica de la Ley, iniciada por Jesús a la espera de la venida del reino de Dios, fue continuada por algunas secciones del Evangelio de Mateo. Se supone que se refiere al núcleo delos cinco grupos de “sermones” o dichos de Jesús de ese evangelio, especialmente las “antítesis del Sermón de la Montaña: “Oísteis que se dijo… pero yo os digo” = El Mesías tenía el derecho de precisar, comentar, ajustar la Ley y, aparentemente al menos, incluso cambiarla, por ejemplo, estrechando el margen del divorcio. Esto es doctrina judía. Muy ajustada es también la observación de Pikaza de “que solo en estos años, la muerte de los dirigentes (Pedro, Pablo, Santiago, hermano del señor; antes habían desaparecido Santiago Zebedeo y quizás su hermano Juan) y el distanciamiento respecto al tiempo de Jesús, al final de la segunda generación cristiana se fijaron los evangelios”. Es cierto. Añadiría que el retraso de la parusía o segunda venida de Jesús hizo necesario recoger las palabras y dichos de Jesús porque se percibía que había que corregir un tanto la estrecha concepción de Pablo, quien se fijaba obsesiva y casi únicamente en la muerte y resurrección de mesías, más sus consecuencias. Esto era poco, dado que la parusía se retrasaba. Los evangelistas hacen volver la mente a los cristianos hacia la idea de que también la vida y ejemplos de Jesús eran salvíficos y dignos de imitación. Los evangelios acentúan este aspecto, aunque siga primando el hincapié paulino. No en vano se ha definido el primer intento de estas biografías sinópticas, la de Marcos, como “Un relato de la pasión de Jesús con una larga introducción”. Un intento…, sí. Pero ya con ello se complementaba, y corregía, la estrecha visión paulina: se daban ejemplos a seguir para una iglesia en el mundo que debía esperar pacientemente la venida definitiva de Jesús a la tierra. Señala Pikaza que los evangelios son “formas distintas, pero convergentes, de fijar la memoria de Jesús”. Creo que es relativamente certera la expresión. Pero añadiría algún matiz: los evangelios de Mateo y Lucas son un complemento y corrección del de Marcos. Cada uno de esos dos evangelios es una edición corregida y aumentada del primer evangelio. Insisto en que los cambios de Mateo y de Lucas sobre Marcos implican, pues, no solo una convergencia, sino también una corrección de la perspectiva marcana. Y el Evangelio de Juan… lo designaría como una “corrección a la totalidad”, puesto que sus autores opinaban que los evangelistas anteriores habían dicho la verdad sobre Jesús, cierto, pero una verdad superficial. Se habían quedado como en la corteza de la vida de Jesús, sin profundizar en el verdadero significado de la figura y misión del Mesías. Esos autores, o el grupo que está detrás de ellos, compuesto de maestros y profetas, exponen –con las “nuevas” palabras y acciones de Jesús, por ejemplo, la escenas de Nicodemo, la samaritana, y la aparición a María Magdalena (capítulos 3,4 y 20)–, o describen cuál era la verdadera personalidad de Jesús: un mesías sí, pero divino totalmente. Primera noticia en el cristianismo de la “encarnación”. Antes de Juan, opino, el mesías es divino por adopción, incluido Pablo. Pero los autores del IV Evangelio defienden, o exponen que Jesús era ante todo el revelador celestial y el que en el fondo comunicaba una sola idea (su revelación constaba solo de una idea básica): él y el Padre son uno y los discípulos, si se hacen uno con Jesús, participan de la naturaleza divina del Padre. Esta perspectiva no está en los Sinópticos. ¿Se puede llamar “convergente” como hace Pikaza? Quizás sea posible, pero yo tengo mis dudas. Seguiremos. Espero terminar pronto mi comentario a este denso prólogo al libro de Trocmé. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Jueves, 19 de Agosto 2021
NotasEscribe Antonio Piñero Foto: Otra imagen de Pedro (Archivo de la Historia) Sigo comentando la página 24 del Prólogo de Xabier Pikaza al libro de Étienne Trocmé, “La infancia del cristianismo”, Madrid, Trotta, 2021. Estoy comentando estas páginas porque Pikaza ofrece una buena síntesis de lo que es una parte importante de la evolución ideológico-histórica del primitivo judeocristianismo, a que deseo añadir unos puntos de vista propios. Sostiene Pikaza que hay un movimiento “convergente” en el cristianismo de los años 50-90 que vincula las tres figuras más importante del judeocristianismo de esos años: la existencia de la iglesia petrina, la que teóricamente tiene que estar detrás de la pervivencia de Pedro, la paulina (que está detrás del corpus paulino) y la de Santiago gracias al Epístola que lleva su nombre. Es muy justo decir que en torno a los años 90 se puede hablar de “la pervivencia de Pedro” en el conjunto de las iglesias judeocristianas gracias a la carta “Primera de Pedro” compuesta en torno a esta fecha, según la opinión común. Pero yo añado, de acuerdo con mi imagen de la evolución del cristianismo primitivo, que esta “pervivencia” y esta carta ha de interpretarse como una acción positiva de la corriente paulina, pues no tiene mucho sentido el que el autor –si lo que deseaba era poner de relieve no solo la mera figura de Pedro, sin ante todo una teología petrina– construya una carta cuya teología parece más bien escrita desde el punto de vista de la teología de Pablo. Precisamente porque es así su autoría es muy discutida entre los estudiosos, y hoy día los investigadores están divididos sin ponerse de acuerdo sobre quién la compuso. De cualquier modo esta carta, junto con 2 Pedro, pone de relieve la importancia histórica de este personaje en el Nuevo Testamento. Y de acuerdo con ello opino que al grupo paulino le interesaba sobremanera que su teología estuviese en consonancia con la petrina, o mejor que se diese toda la apariencia de quenada menos que Pedro estaba totalmente de acuerdo con la teología paulina. Con otras palabras: la carta es una falsificación positiva (y si esto es muy duro, que cada uno lo califique como desee) del grupo paulino, bien fuera para fomentar la unidad de las iglesias, bien para atraerse a los presuntos seguidores de Pedro. He escrito en mi “Guía para entender el Nuevo Testamento” (Trotta, 5ª edición) pp. 465-466: “No se ve en 1 Pe ninguna de las características que podríamos esperar del pensamiento teológico de Pedro. No muestra el autor un conocimiento directo de la vida, doctrina y pasión de Jesús. Tenemos, además, la impresión de que en los momentos en los que se escribió este tratado el gran problema de la admisión de los gentiles en el cristiano o la cuestión de la Ley como camino de salvación no se planteaba ya. Son temas y superados que no suscitan polémica. Esta situación se corresponde muy poco a lo que deberíamos esperar de los tiempos de Pedro. La “carta de Pedro” cita las Escrituras por la traducción de los LXX, y está compuesta en un griego elegante. Sobre todo lo primero no es propio de un humilde pescador de Galilea, quien citaría un texto hebreo. Se afirma que estas últimas circunstancias podrían explicarse del modo siguiente: Pedro utilizó un secretario que conocía bien el griego. El escrito mismo dice que fue compuesto “por medio de Silvano” (5,12). Es decir, éste secretario debería entenderse en sentido muy amplio, como alguien que proporcionó al escrito no sólo su forma exterior sino algunas ideas que “suenan” a Pablo, de quien antes había sido colaborador. Pero incluso en este caso no podríamos llegar a saber qué corresponde exactamente a Pedro en este escrito y qué al secretario, pues éste habría aportado ideas propias” que son paulinas, lo cual no es comprensible en la tarea de un amanuense. Añade Pikaza que esta línea convergente se percibe ante todo en la Segunda Carta de Pedro, compuesta en torno al año 125 (o más tarde, añado) que “vincula en una misma iglesia las res tradiciones anteriores: “la de Pedro, en cuyo nombre escribe, la de Santiago con quien se vincula a través de la carta de Judas (explico: la Segunda Carta de Pedro es en gran parte dependiente y comentario correctivo a la Epístola de Judas: el capítulo segundo de 2 Pedro reproduce casi todo el contenido de la Epístola de Judas. Y por si fuera poco en el material propio, capítulos 1 y 3, el autor de 2 Pedro se inspira también en su antecesor) y la de Pablo a quien defiende a pesar de que en sus cartas aparezcan temas difíciles distorsionados por los falso cristianos”. Estoy de acuerdo con Pikaza añadiendo dos precisiones. La primera es que debo insistir que con más claridad aún que en 1 Pedro, esta segunda carta es un falso producido por la escuela paulina para vincularse con la tradición petrina, e incluso apropiarse de ella. Se ve bien claro que la importantes es la iglesia paulina. Una vez más creo que se demuestra, o mejor se muestra (en historia antigua es difícil demostrar), la no existencia de una “Gran Iglesia petrina” unificada y unificante de otras corrientes, en especial la paulina, sino precisa y exactamente al revés: una iglesia paulina (bastante) unificada y unificante que pretende a toda costa no depender solo de Pablo, sino también de Pedro, porque reconoce sin duda alguna que es la mejor manera de vincularse con el Jesús histórico (no solo con el Cristo celestial paulino) del que Pedro fue discípulo más importante y preferido. Y me atrevo a afirmar que se trata de una operación estricta y consciente de política eclesiástica con un fin muy determinado: ya que se es el grupo dominante (el paulino), fundamentar la idea de una “Gran Iglesia unida” con el apoyo no solo del maestro intelectual, Pablo, sino del discípulo predilecto de Jesús, Pedro, que no tiene una teología concreta, sino la judeocristiana, afín a la de Santiago. Al mismo tiempo, pues, esta operación programática se defiende –como dije– de la acusación de que el “evangelio paulino” es meramente visionario, y se gana “historicidad” con el refrendo expreso de Pedro, concretizado en esas dos cartas, falsificadas conscientemente adoptando el nombre de Pedro, para conseguir el propósito indicado. Me queda por comentar en la próxima ocasión cómo entiendo dentro de este marco la Epístola de Judas, con una propuesta de interpretación que a muchos parecerá aventurada y situar la Epístola de Santiago también dentro de este mismo marco de pacto por parte de la Gran Iglesia paulina en su intento de ser “universal, unificad y unificante. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Jueves, 12 de Agosto 2021
Notas
Escribe Antonio Piñero
Foto: Santiago el Mayor según El Greco Como pueden observar los lectores, el Prólogo de X. Pikaza al libro de Étienne Trocmé “La infancia del cristianismo” (Trotta, 2021) da para mucha reflexión pues se tocan puntos de una historia que afecta a los inicios del cristianismo; historia está plagada de oscuridades, de las cuales han surgido tradiciones interpretativas, que no están exentas de muchos problemas, ya que lo que hacen los historiadores es enhebrar hipótesis, no certezas. Tenga en cuenta el lector que casi nuestra única fuente para estos años es el Nuevo Testamento. Es posible que la Primera Carta de Clemente pertenezca este período junto con las cartas de Ignacio de Antioquía. Pero nada más. Hay que tener en cuenta también que es muy posible que la denominada Segunda Epístola de Pedro, escrita por un seguidor de Pablo (Pikaza lo acepta) pertenece al final de la composición del Nuevo Testamento: años 125-135 más o menos. Es interesante la constatación del prologuista X. Pikaza sobre Juan Zebedeo, del que no sabemos nada seguro. Pikaza afirma (p. 23) que no es improbable que este Juan muriera junto con su hermano Santiago, el Mayor, en la persecución de Herodes Agripa I (entre el 41 y 45). Parece muy razonable aunque esta afirmación suponga poner absolutamente en duda toda la tradición sobre este apóstol recogida en los “Hechos Apócrifos de Juan” (compuestos en torno al 160 d. C. y posteriores a los Hechos de Pedro; véase Piñero-Del Cerro, “Hechos apócrifos de los Apóstoles I”, B.A.C., Madrid, 2004, pp. 286-287), sobre su presunta longevidad, su estancia en Éfeso, el acompañamiento de dio a la Virgen María y de la permanencia de esta en la misma ciudad, en Éfeso, que se visita hasta hoy día) y la muerte/dormición natural de Juan (el apóstol ordenó cavar su propia tumba y se tumbó en ella). Todo esto es, pues, legendario. También me parece interesante la constatación del Prologuista de que cualquier trato entre Santiago, el “hermano del Señor” y Pablo (y por tanto de las comunidades que los siguieron tras muerte) fue a la postre un absoluto fracaso, a pesar de lo que hubiera dicho Pablo mismo en Gálatas 1,19 (visita expresa de Pablo a Santiago y Pedro, excluidos otros apóstoles y Gálatas 2,9 (reconocimiento por parte de Santiago del “evangelio” de Pablo a los gentiles, y de (Hch 15,19: no debe molestarse a los gentiles exigiéndoles la circuncisión). Ahora bien, opino que ese fracaso (representado por la influencia de los de Santiago sobre el mismísimo Pedro en Gal 2,11-14, quien se unió a los de Santiago y dejó de lado a Pablo) hace prácticamente imposible la opinión de Pikaza de que en “entre los años 62–64 d. C. […] se acabó una etapa de pactos básicos entre el judaísmo (Santiago), la apertura universal (Pablo) y las mediaciones, que parecen representadas por Pedro” (p. 23). Esta imagen vehiculada por la afirmación de Pikaza me parece sencillamente equivocada. No hubo pactos básicos entre estos “primeros cristianismos”. Opino que esto se prueba con bastante claridad por el alineamiento Santiago-Pedro contra Pablo y “su evangelio básico” (= “Santiago y Pedro “no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio”: Gálatas 2,14). En mi opinión, no hay aquí mimbres ningunas para la formación inmediatamente posterior de una “Gran Iglesia” mezcla de las tres posturas. Por ello, el comentario de Pikaza que sigue a continuación no me parece pertinente. Transcribo: “Los tres líderes antiguos –Pedro, Santiago y Pablo– murieron casi al mismo tiempo, pero su recuerdo permaneció y desembocó al fin en el surgimiento de una iglesia unida (Gran Iglesia) un siglo después de la muerte de Jesús”… Es decir hacia el 130, según Pikaza, había una Gran Iglesia unida formada por el pensamiento de los tres. No es posible, insisto. Pikaza se ve obligado a matizar de modo inmediato: “La pervivencia más clara es la de Pablo, en cuyo nombre se escriben pronto dos cartas llamadas de la cautividad, donde Pablo aparece como portador de su mensaje cósmico de salvación y creador de una iglesia unida abierta a los gentiles (las cartas a los colosenses y efesios; las pastorales son posteriores)”. Pikaza apunta clara pero incoativamente hacia la idea de que la Gran Iglesia será básicamente paulina. Creo que esta es la hipótesis correcta. Seguiremos la próxima semana comentando la p. 24 de este interesante Prólogo. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Jueves, 5 de Agosto 2021
Notas
Queridos amigos:
Hoy solo una nota con un enlace: https://www.youtube.com/watch?v=BnBLlsmY_cw Una notable discusión entre un partidario de la realidad histórica de la resurrección de Jesús y otro que la niega. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 30 de Julio 2021
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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