CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Los escenarios religiosos son muy interesantes. Algunos elementos del paisaje religioso son en realidad elementos de la naturaleza que la humanidad ha dotado de simbolismo sacro.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Columbario de la villa romana de Dora Pamphilii. fotografía, Eugenio Gómez
Columbario de la villa romana de Dora Pamphilii. fotografía, Eugenio Gómez

La estructuración del espacio es otra característica de las religiones. En este sentido, la presencia de las divinidades es una muestra de orden y concierto para la comunidad que vive y saca provecho de una región o comarca. Dado, además, el carácter agrario de las religiones mediterráneas, es normal que el espacio determinado por la economía comporte santuarios y símbolos religiosos, bien sean de carácter general, bien sean particulares.
La ciencia denominada Historia de las religiones ha realizado un enorme esfuerzo por determinar y analizar los usos comunes de todas ellas, una especie de diccionario simbólico general. El rumano Mircea Eliade incorporó en su Tratado de Historia de las Religiones (1949) unos capítulos a este tema.
Resumiendo mucho la obra de Eliade, con lo que comporta de simplificación, podemos decir que, desde tiempos difíciles de precisar, para la conciencia humana ciertos puntos geográficos han resaltado tanto que nuestra especie ha acabado por asignarles carácter sacro. Algunos de estos lugares son los manantiales, los ríos y las aguas estancadas (lagunas, lagos, etc.); las rocas prominentes, los riscos, los meteoritos; las cuevas; las cimas de montaña.
Por supuesto, no todos los elementos que entran en estas categorías, pero sí muchos. De ríos y fuentes, por ejemplo, el número es elevado; de cuevas, bastantes menos; de alturas y rocas, en general despertaron el sentimiento religioso las muy destacadas tanto por su esbeltez como por su aislamiento pese a ser bajas.
Por otra parte, es de reseñar la importancia que el elemento vegetal ha adquirido a lo largo de los tiempos, ya desde las religiones propias de los cazadores-recolectores previos a la agricultura: grandes árboles, algunos por su altura, otros por sus copas o el porte en general que ofrecen, siempre han sido lugar de reunión asociados a las divinidades. Las flores, los frutos, son ofrendas todavía hoy; los bosques, alejados del dominio humano y a menudo considerados intimidadores, son frecuente morada de los espíritus.
Traducido al español hace años, el libro El imaginario griego: los contextos de la mitología, de Richard Buxton, ed. Akal, ofrece un magnífico panorama de estos lugares sagrados como escenario de la mitología clásica, no sólo la asociada a los héroes, también la íntimamente ligada a las divinidades.
Cimas de montaña asociadas a Zeus se cuentan unas cien, entre ellas algunas muy famosas como Ida, Olimpo, Himeto. Pueden ser altas o bajas, como ya he indicado, y son puntos de atención porque se destacan sobre los alrededores y no están dentro de la población. Zeus, dios de la lluvia, encuentra un asiento perfecto allí donde ésta se almacenará y desde donde poder acercarse más hacia su dominio, el límpido éter.
Pero la montaña también es sede del trabajo pastoril y en la mitología clásica lugar de aventuras peligrosas: Acteón fue convertido en ciervo cuando cazaba por los montes del montañoso territorio de Orcómenos, en Beocia; varias hazañas de Heracles tienen lugar en las montañas asociadas a fuentes; los centauros, mitad hombre mitad caballo, poblaban las alturas griegas. Como las mismas montañas, el valor de los centauros era doble: por un lado eran medio bestias, pero por otro conocían los usos medicinales de las plantas de las alturas.
Tan interesantes como ellas son las cuevas y las fuentes. Las primeras fueron sede de cultos prehistóricos que se asociaron a la Tierra, Gea, como madre de dioses y hombres. Lo femenino convertido en realidad: la cueva y el útero, el origen de todo. Pilares constituidos por estalactitas y estalagmitas, como en la cueva Psicro de Creta, equivalían a estructuras ordenadas del cosmos que permitían ganar seguridad al fiel, que veía en ellos la representación de la divinidad.
Las fuentes, siempre necesarias porque representan el agua fresca no estancada y ponzoñosa, fueron dominio de las Ninfas, divinidades menores, cierto es, pero benéficas para la humanidad, pues protegían el manantial de espíritus malignos.
Basta comparar estos elementos de la mitología clásica, de la religión clásica, con muchos de los santuarios que podemos visitar en España para comprender que hay un uso similar, que el imaginario religioso, como diría Buxton, es sorprendentemente parecido: cueva de Covadonga con su fuente, como Lourdes; santuario de Montserrat con sus riscos; Virgen del Pilar o incluso las apariciones de la Virgen en Prado Nuevo, El Escorial, la primera asociada a la columna y la segunda al árbol.
Y el judaísmo tampoco careció de estas referencias.
 

Domingo, 9 de Febrero 2020


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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