CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

La Ley era la “constitución” del reino de Yahvé. Como proclamador de ese reino, Jesús nada opuso al tenor general de la Ley, aunque hay que matizar algunos detalles.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


En efecto, varios factores incidieron en una continua revisión de la supuestamente intocable Ley de Moisés. Entre ellos destacan la obligación de aplicarla en cualquier detalle de la vida, las deficiencias en la transmisión escrita de los textos, los lógicos problemas derivados de la memorización y las novedades que el mundo ha vivido desde siempre. Estas variables obligaban a revisar qué se tenía que hacer en cada circunstancia de la vida para saber si era correcta la aplicación e interpretación de la Ley. De hecho, hubo vertiginosos debates tan presentes en la vida de Judea como en Galilea y las poblaciones dispersas por el Mediterráneo.

Acuciado Israel por el desastre de su situación política y pensando que se debía en parte a no entender la voluntad divina, muchos judíos piadosos se valieron de la idea de Sabiduría y buscaron comprender el mensaje de la divinidad. Así, el grupo fariseo insistió en un perfeccionamiento que llevó a crear un cuerpo de enseñanzas que podían o no derivarse hasta Moisés, los comentarios que en el siglo II de nuestra era se denominaron halakhot, mediante los cuales se interpretaba o mejoraba la comprensión y la aplicación de las normas mosaicas. El impulso inicial llevó a que algunos judíos consideraran la posibilidad de completar la Ley con nuevas instrucciones, dato a tener en cuenta puesto que conviene distinguir si los debates versaban sobre el articulado de la Ley o sobre las ampliaciones de la misma. Por otra parte, algunos grupos esenios llegaron a dotarse de preceptos incluso contrarios a la Ley mosaica, siempre con la intención de mejorar a Israel y convertirse en el “resto” bueno.

A estos problemas de interpretación hay que añadir otros derivados de la simple existencia material de los manuscritos y su edición. En concreto, es de destacar que la transmisión de textos en la Antigüedad conllevaba lo que se conoce como variantes textuales: algunos manuscritos de Qumrán ofrecen textos con palabras diferentes a las que encontramos en la versión griega de la Biblia hebrea o en el texto hebreo conocido como Masorético. Esto, por fuerza, hubo de llevar a discusiones sobre cuál de las versiones se atenía al espíritu de Yahvé y de la misma Ley mosaica.

Además de esta tendencia al debate destaca la aparición de los haberim, personas que dedicaron especial atención a la pureza en el día a día más allá incluso que la recomendada para el ritual. En definitiva, en el ambiente existía el convencimiento de que investigar la Ley para mejorar la vida común era bueno mientras no se atacara la raíz de la Ley. Es entonces natural que la gran cantidad de variantes dentro del seno del judaísmo del s I y las escuelas que dentro de las sectas surgían desembocaran en un continuo debate entre unos y otros.

Dicho esto, para presentar la opinión de Jesús sobre la Ley quizá sea preciso todavía apuntar unos datos de los seguidores de Jesús: en Hch 15, 5 se indica que, presentes en la reunión entre Jacob, el hermano de Jesús, y Pablo “se levantaron algunos de la facción de los fariseos que habían creído para decir que era preciso que se circuncidaran y exigieran observar la ley de Moisés”. Es decir, para exigir lo que siempre habían exigido. Este grupo de Jacob, afincado en Jerusalén, interpretaba la muerte y resurrección del maestro como el último paso antes de la restauración del reino, restauración, por otra parte, inminente (en Ez 37, pasaje del que se piensa los inspiró, se liga resurrección y reino restaurado). El grupo seguía una vida enteramente judía ligada al templo (Hch 2, 46), se oponía a la entrada de paganos en la comunidad (Hch 11, 3 y Gál 2, 1-5), esperaba la vuelta inmediata de Jesús y la consiguiente proclamación del reino del dios judío y por tanto sus integrantes vivían en común desprendiéndose de los bienes para sufragar los gastos en el ínterin (Hch 2, 44-45; 4, 32-37). Sus exigencias de circuncisión y leyes de pureza de alimentos (Gál 2) indican que no debieron verse como algo distinto al judaísmo tradicional.

Hay, por tanto, indicios dentro de la propia tradición cristiana de que Jesús, los fariseos y la Ley, todos estaban mucho más cerca de lo que parece. De hecho, al examinar las disputas entre Jesús y los fariseos y escribas E. P. Sanders apunta (Jesús y el judaísmo, p. 360):

Si Jesús hubiera declarado puros todos los alimentos, ¿por qué Pablo y Pedro no se ponían de acuerdo sobre la comida de los judíos con los gentiles (Gál 2, 11-16)? O, expresado más en términos de Hechos que de Gálatas, ¿por qué fue necesaria una revelación tres veces repetida para convencer a Pedro (o, más bien, para dejarlo perplejo para luego ir convenciéndole lentamente) (Hch 10, 9-17)? Y si Jesús transgredió conscientemente el sábado, permitió lo mismo a los discípulos y justificó su acción públicamente, ¿cómo pudieron los adversarios cristianos de Pablo en Galacia apremiar el cumplimiento del sábado (Gál 4, 10)?

En resumen, los datos que provienen de la propia tradición evangélica apuntan a que Jesús no debió despreciar la Ley. En lugar de oponerse a ella, hubo más bien de discutir algunos artículos de la Ley, no el concepto principal. Los evangelios y algún texto más de NT presentan, en efecto, cuatro temas concretos de discusión: divorcio, algunos detalles sobre pureza, el trabajo durante el Sabbat y los juramentos sirviéndose del nombre de la divinidad.
 

1. El divorcio.

Para empezar, no hay duda de que el Nazareno se opuso al divorcio, lo cual quiere decir que se enfrentó a algo que permitía la Ley mosaica, aunque no fue el único que trató este tema. Lo cierto es que, en época de Jesús, la discusión sobre el divorcio existía, aunque en general sobre detalles administrativos, y poco después incluso hubo una fuerte disputa entre dos ramas del fariseísmo (la de Hillel y la de Shamai), cada una más o menos aperturista.

En cuanto al Nazareno, los pasajes que tratan el tema son Mt 5, 32; Lc 16, 18; Mc 10, 11-12 y especialmente Mc 10, 2-10:

Y se le acercaron unos fariseos y le preguntaron si es conforme a la ley que un hombre repudie a una esposa, con el fin de ponerle a prueba. Y él les dijo como respuesta: "¿Qué os ordenó Moisés?" Y ellos le dijeron: "Moisés prescribió escribir un libro de divorcio y repudiar". Y Jesús les dijo: "Por vuestra dureza de corazón os prescribió Moisés este mandamiento. Pero desde el principio de la creación varón y mujer los hizo; por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y será fiel a su mujer, y los dos acabarán por ser una carne (Gn. 2, 24); de manera que ya no son dos sino una carne. Lo que Dios unió no lo separe un hombre. Y cerca de casa de nuevo los discípulos le preguntaban sobre esto. Y les dice: "Quien repudie a su mujer y se case con otra induce al adulterio a ésta; Y si ésta repudia a su marido y se casa con otro comete adulterio".

En este pasaje de Marcos, Jesús argumenta mediante una idea simétrica de principio y vuelta al principio: si el reino de Yahvé iba a aparecer de nuevo en ese mundo, lo lógico es que se volviera a un reino paradisiaco (nunca mejor dicho) en el que todo manara leche y miel, las relaciones personales no fueran problemáticas y, por supuesto, las familias fueran estables y felices. Ese criterio finalista, ese intentar restituir las cosas propias del principio ahora que se acerca el final, hacen coherente que el Nazareno, que ya veía los inicios del reino, pensara en superar ya algunos puntos de la Ley que sobrarían en el futuro inminente.
 

2. Normas de pureza.

El texto más famoso que retrata a Jesús argumentando contra estas leyes es Mc 7, 1-23, pero, como en muchas otras ocasiones, es más útil para conocer la historia de los seguidores del Nazareno que la de él mismo. Es muy relevante, por ejemplo, que la cita del profeta Isaías utilizada no pudo haber sido nunca leída u oída por Jesús, pues es la versión griega, que conlleva sutiles diferencias con las versiones en hebreo que podría haber conocido el Nazareno. Además, al leer el pasaje con ojos críticos uno no puede dejar de preguntarse cómo los fariseos y escribas protestan que los discípulos del galileo no se lavan las manos antes de comer y, contra toda lógica, no alzan la voz para condenar la supuesta negación de las leyes sobre los alimentos por parte de Jesús. Estos acontecimientos, por tanto, no son realmente de Jesús.

Esto supone que una frase tan famosa como “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda profanarlo; por el contrario, lo que procede del hombre es lo que lo profana” (Mc 7, 15) es también propia de la generación preocupada por el problema que le producía la convivencia entre creyentes gentiles y judíos, no de Jesús.
 

3. El Sabbat

En tercer lugar, hay que mencionar que los textos principales son curaciones o disputas entre fariseos y Jesús. Pero, respecto a las curaciones, según comentan estudios modernos no hay ninguna posibilidad de que curar a alguien en sábado fuera un problema a tenor de la ausencia de este tema en la literatura anterior o contemporánea a él que conservamos. Es decir, es una recreación de la segunda o tercera generación cristiana forzada por la necesidad de distanciarse del judaísmo.

En cuanto a los debates, éstos pudieron basarse en argumentaciones reales entre judíos afines o discrepantes pero eso no quiere decir que ocurrieran tal como se narran en los evangelios ni que se dijera exactamente lo que se supone que se dijo. Se trataría de escenarios. De todos modos, la forma habitual de discusión es la típicamente rabínica: se propone escoger entre dos opciones igualmente válidas para saber, mediante la confrontación de argumentos, cuál es la más cercana al espíritu de la Ley, es decir, no se trataría de lidiar contra el enemigo sino de argumentar siguiendo las normas de la casa común, el judaísmo.
 

4. Juramentos e invocaciones.

Por último, la prohibición de jurar en vano. Una vez en los evangelios, Mt 5, 34-37, y otra en la Carta de Santiago (St 5, 12) aparece la prohibición de jurar, es decir, invocar el nombre de la divinidad como potente respaldo de lo afirmado o, incluso, como nombre cuya magia ayuda a lograr o detener algo. El texto de Mateo es el siguiente (Mt 4, 33-37):

A su vez oísteis que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso, sino que dedicarás tus juramentos al Señor". Pero yo os digo que no juréis en modo alguno; ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén porque es la ciudad del gran rey, ni por tu cabeza jures, porque ni un solo pelo puedes hacer blanco o negro. Por el contrario, que vuestra palabra sea sí, sí, no, no; el exceso de esto es propio del mal.

 

El pasaje recoge ideas realmente antiguas que refieren a conceptos como el poder de la palabra o, muy curiosamente para nosotros, a la sacralidad de la cabeza y el pelo. Además, que la palabra sea fuerza poderosa es una idea habitual del judaísmo. El valor del nombre, la idea de que el nombre representa a la divinidad, se puede observar en Dt 10, 8: «En aquella ocasión ordenó el Señor a la tribu de Leví levantar el arca del pacto del Señor para colocarla delante del Señor para hacer servicio y dar gracias a su nombre hasta este día». Además, el nombre transmite poder. La idea puede verse en Gn 12, 8: «e invocó el nombre del Señor», evidentemente para santificar el altar que se acababa de construir.

Pero la Ley anuncia dos cosas que podrían parecer contradictorias, aunque en realidad no lo son: Lv 19, 12 prohíbe jurar sirviéndose del nombre del Señor para ganar autoridad y respaldar lo prometido, es decir acudiendo al poder del nombre; Dt 6, 13 recomienda «Al Señor, tu dios, temerás, a él servirás, y a él te mantendrás unido, y mediante su nombre jurarás». Parece que, claramente, la idea debería ser que, mediante la invocación de su nombre, se reforzará el juramento. Jesús, en este tema, debió optar por no jurar.

Es momento de volver a la segunda razón que explicaría la notable preferencia de Jesús por la idea “Yahvé padre” y la expresión “reino de los cielos”. Pienso que el Nazareno rechazó el uso del nombre divino y puso en práctica su idea acudiendo a estas etiquetas, todas lógicas en el ambiente religioso que conoció.
 

Saludos cordiales


Domingo, 15 de Enero 2023

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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