Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Tras haber ofrecido en las postales anteriores un suficiente desmontaje argumentativo del discurso de Javier Gomá –así como de la respuesta de este a la reseña de Antonio Piñero–, deben de haber quedado ya muy claras las razones de la crítica efectuada. Podríamos poner otros muchos ejemplos de los modos en que Necesario pero imposible vulnera todo rigor crítico y hasta atenta contra la inteligencia de los lectores, pero habrá que contentarse con los ya ofrecidos, pues ni nuestro tiempo ni nuestra paciencia dan para más. Concluimos hoy, pues, con algunas observaciones y aclaraciones que podrían resultar útiles a nuestros lectores más reflexivos. Que a quien firma estas líneas le parezca que nutrir esperanzas en una vida post mortem es una ilusión que no merece crédito no significa que considere justificado intentar privar de tal creencia a quienes la albergan. Y no por la precaución apotropaica de quien piensa que pueda haber más cosas en el cielo y en la tierra de las que se sueñan en la filosofía de Horacio, sino por razones al mismo tiempo más consistentes y más piadosas. Por una parte, porque bastante tiene ya cada cual con la onerosa tarea de sobrellevar su existencia como para que haya algo digno en pensar en arruinar gratuitamente las esperanzas ajenas; por otra, porque la respetabilidad de alguien no radica primariamente en lo que piensa, sino en cómo se comporta. Nuestra crítica a Necesario pero imposible, o qué podemos esperar no lo es, por tanto, a la creencia en la resurrección como tal, mantenida por su autor y por la tradición cristiana en la que se apoya. El mundo está lleno de vana palabrería, y vano es dilapidar el tiempo de uno y de los demás poniéndolo de relieve. Sin embargo, acaso merece la pena hacerlo en ocasiones en que concurren varias circunstancias. Primera, que la palabrería consista de proposiciones al menos una parte de las cuales son falsables y, más en concreto, demostrablemente falsas. Segunda, que la palabrería se ofrezca con tal enredo retórico que las apariencias amenacen con substituir a la realidad, en una de esas mímesis perversas que tanto atribulaban a Platón. Tercera, que el autor de la palabrería ocupe una posición social que le permita hacer de su discurso algo relativamente influyente. Cuarta, que nadie más parezca dispuesto a llamar a las cosas por su nombre, de modo que, como en el cuento, todo el público aplauda los supuestamente maravillosos ropajes de un rey que en realidad camina desnudo. Con la salvedad de que Antonio Piñero sí formuló una crítica –pero ya hemos mostrado que, aunque certera, en ciertos sentidos era incompleta–, todas estas circunstancias concurren en Necesario pero imposible. Quien se haya apercibido de la cantidad de falacias y dislates tanto del libro de Gomá como de la respuesta de este a Piñero, y en particular de la naturaleza de esta respuesta, entenderá también el tono, rayano ocasionalmente en el sarcasmo, de la crítica efectuada. De hecho, si quien esto firma no hubiera leído la respuesta de Javier Gomá a la cortés reseña de Antonio Piñero no solo se habría expresado hasta el momento en un tono sensiblemente diferente al aquí empleado, sino que terminaría este escrito en un estilo al menos tan conciliador y amable como el empleado por Piñero. Quien esto firma soporta la ignorancia –él mismo la padece en grado sumo–, pero no la chulesca altanería del semi-ilustrado pagado de sí mismo, menos aún cuando esta se despliega ante uno de sus amigos. Si Necesario pero imposible evidencia la imposibilidad de Javier Gomá de pensar con el imprescindible rigor sobre las cuestiones que pretende abordar, la respuesta de este autor a Piñero hace palmario el nivel de su autoengaño, de su patética petulancia y de su incapacidad para reconocer con lucidez sus límites como intelectual. Claro que quienes consideran su discurso inspirado por las Musas –de entre las cuales, ay, al menos Clío parece haberse ausentado– y se creen grandes pensadores y aun profetas de realidades más elevadas que las visibles están inmunizados ante toda crítica, y no pueden sino contemplar con desdén a los demás como a sujetos definitivamente superficiales. El examen de Necesario pero imposible arroja varias lecciones, que en parte son francamente divertidas pero que en el fondo resultan profundamente descorazonadoras. Para empezar, que alguien como Javier Gomá, que sin duda es una persona inteligente, culta y presumiblemente competente en sus actividades profesionales, se muestre a tal punto incapaz de adoptar una mínima distancia crítica frente a la tradición cristiana que le ha amamantado, hasta el punto de mistificar historia e historiografía y de faltar a menudo (sin duda inconscientemente) a la verdad no es seguramente producto de los límites de un carácter, sino también de los de una tradición interpretativa. En efecto, muchos de los disparates que contiene el libro de Gomá pertenecen al acervo de la apologética cristiana, en la cual han sido repetidos ad nauseam. Necesario pero imposible no es de hecho una impostura intelectual, solamente porque su autor –a quien ni es necesario ni osamos atribuir cinismo– parece creerse a pies juntillas todo cuanto dice. Conviene, pues, juzgar este libro como un monumental ejercicio de autoengaño por parte de un autor cristiano convencido de las bondades de una recristianización del mundo y al parecer asimismo interesado en afianzar el reconocimiento social como egregio pensador que, según parece creer, ha logrado con libros anteriores. Aun así, debería ser igualmente claro que una condición de posibilidad de la escritura, publicación y publicitación de una obra como Necesario pero imposible es el nivel de desconocimiento de gran parte de nuestros conciudadanos sobre las cuestiones que analiza. El hecho de que muchos lectores, entre los que se encuentran profesores universitarios –de filosofía y de otras disciplinas–, consideren valiosa la morralla y degusten tal bazofia intelectual como si de ambrosía se tratase dice mucho, y no precisamente bueno, sobre la situación cultural y espiritual de la sociedad en que vivimos. Un libro como este puede obtener reconocimiento y aplauso si y solo si la ignorancia y falta de sentido crítico que el gran público padece son aún mayores que las de su autor. Muchos parecen pensar que el libro de Javier Gomá es útil al cristianismo, hasta el punto de que no es aventurado augurar que más pronto que tarde –no digamos cuando el tratado sobre el Deus absconditus que este autor anuncia ya en su obra sea publicado e ilumine las mentes de quienes caminan en tinieblas– nuestro autor será investido doctor honoris causa en teología por alguna facultad del ramo. Pero a pesar del aplauso que este libro ha obtenido y obtendrá, este hace un flaco favor a la causa cristiana. El cristianismo tiene ciertamente algunos valores que pueden defenderse y que merecen ser defendidos, pero cuando ello se hace faltando una y otra vez a la verdad, como ocurre en este libro, no es solo el autor sino las ideas que defiende las que ulteriormente se desprestigian. De hecho, y a su pesar, Necesario pero imposible contribuye a la causa del pensamiento crítico, aunque sea solo en la medida en que sus numerosos disparates y falacias muestran e contrario que ni la resurrección de Jesús ni la superioridad del cristianismo son precisamente ideas que merezcan crédito alguno. Lo mismo ocurre con la praxis de caer de rodillas ante el Cristo, que a Gomá le gustaría reinstaurar: “Este prosternarse final del sujeto moderno no ofende la dignidad sino que la honra porque en lugar de conllevar el sacrificio acrítico de la conciencia, es la misma conciencia la que por íntima convicción ordena este homenaje” (sic). Lamentablemente, es falso también que tal prosternarse final -nada, por lo demás, sino el reflejo de una prosternación inicial- no ofenda la dignidad del sujeto, pues el modelo supuestamente ejemplar que, en continuidad con la tradición cristiana, vende Gomá con sus trucos de feriante no es más que un ídolo. El discurso de este mismo autor proporciona, como hemos demostrado, inequívoco testimonio del sacrificio acrítico de su conciencia intelectual. Todo esto indica, una vez más, tanto la fuerza como la debilidad del pensamiento crítico en el ámbito humano. Por una parte, una perspectiva que adopta como un valor esencial atenerse con rigor a las férreas constricciones de la argumentación válida para no dar rienda suelta a la fantasía desbocada es capaz de desenmascarar la charlatanería donde esta se dedica a campar por sus fueros. Y un racionalismo crítico que, sin perder de vista la complejidad del mundo y del ser humano, es sabedor tanto del lugar que este ocupa en la Naturaleza como de los mecanismos de la imaginación que hacen de los cantos de sirenas algo tan subyugador, está lo bastante aquilatado como para no incurrir en injustificadas jactancias, pero también para no aceptar de los delirantes charlatanes de turno lecciones de honestidad intelectual, nobleza o decencia espiritual. Por otra parte, sin embargo, la causa del pensamiento crítico nada tiene que hacer frente a quien se hurta de antemano al limpio ámbito de la razón común para refugiarse en el terreno resbaladizo de la ciénaga –o, como habría dicho el platónico Alejandro de Licópolis, frente a quien substituye los principios de la demostración por la voz de los profetas–. Y esto significa que la publicación de engendros como Necesario pero imposible es y seguirá siendo sufrida por la humanidad a lo largo de los siglos, quién sabe si como parte de una necesaria expiación por sus muchas miserias. Valga la crítica aquí formulada como sucedáneo y justificación de todas las muchas que no escribiré, pero también como prueba fehaciente de que el profundo desdén por la inacabable cháchara teológica y pseudofilosófica del estilo de la de Javier Gomá está muy sólidamente fundamentado, y de que quien calla ante ella, ya por simple aburrimiento y hartazgo, no siempre ni necesariamente otorga. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 15 de Julio 2015
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Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilías Griegas Primer encuentro de Clemente con su madre Ya estaban juntos Clemente y su madre Matidia, pero sin reconocerse. Pedro llevaba las cosas a su ritmo. Sabía que un encuentro como aquel llevaba consigo muchos riesgos, que él trataba de evitar. Cuando la madre tuvo seguridades de que estaba a un paso de su hijo menor, quiso acelerar el encuentro. Clemente se encontraba en el barco cuando Matidia se convenció de que el joven de referencia era nada menos que su hijo. Mucha tristeza, muchos anhelos, muchas dudas estaban a punto de una feliz solución. Era el principio del final de una historia que comenzó a partir de un sueño inventado como recurso contra una peligrosa situación. Por el momento, uno de los protagonistas de la historia recuperaba su identidad y su contexto. Como lo recuperaba la noble matrona romana, transformada ahora en una humilde mendiga. Pedro había tomado de la mano a Matidia para llevarla al encuentro de su hijo. El gesto sorprendió a Clemente, que quiso liberar a su maestro de la pesadumbre de llevar de la mano a una extraña mujer. La reacción de Clemente provocó el contacto de las manos del hijo y de la madre. El relator de los sucesos cuenta con emoción y estremecimiento los detalles del momento: “Tan pronto como yo toqué su mano, dando ella un gran alarido como madre y abrazándose a mí fuertemente, me besaba como a su hijo. Y yo que desconocía todo el asunto, me desembaracé de ella como de una loca, pero respetando a Pedro, me contuve” (Hom XII 22,2-3). El mero contacto de las manos había sido para Matidia la razón y el argumento decisivo de su convencimiento. No necesitaba razonamientos ni silogismos que le dieran una seguridad mayor que la del toque de lo que era en realidad carne de su carne. Clemente reconoce a su madre La inicial reacción de Clemente provocó la intervención de Pedro y su aclaración de todos los extremos del extraño suceso: “¡Vamos! ¿Qué haces, hijo mío Clemente, rechazando a tu verdadera madre?” Cuando yo oí esto, me eché a llorar, me incliné sobre mi madre que estaba postrada y comencé a besarla. Pues a la vez que dijeron tales cosas, recordaba de algún modo oscuramente su imagen. Vinieron, pues, grandes multitudes para ver a la mujer mendiga, diciendo unos a otros que la había reconocido su hijo, que era un hombre importante. Como nosotros queríamos salir enseguida de la isla con mi madre, ella me dijo: “Hijo mío deseadísimo, es razonable que me despida de la mujer que me acogió, que es pobre y yace en su casa totalmente paralizada” (Hom XII 23,1-4). Clemente recogía con detalle y sentida ilusión el momento de lo que Rufino define con la palabra de Aristóteles: Reconocimiento, una situación que debía ser desde el punto de vista literario simultánea con el cambio de fortuna. Porque tal reconocimiento llevaba consigo la recuperación de la identidad perdida y largamente buscada. Pero Pedro tenía recursos para convertir las penas en gozo y las mendigas en ricas matronas. El acontecimiento tuvo además el clamor de una fama merecida. El gesto de Matidia y el agradecido recuerdo de su bienhechora provocó en Pedro el deseo de recompensar la bondad de Matidia y la generosidad de su colega de penas y necesidades. Como testimonio de su fe y el poder de su Dios, sanó a ambas enfermas de sus limitaciones con el gozo de sus paisanos. Todo el pueblo admiró al cúmulo de casualidades, entre otras, la generosidad de Clemente y el poder de Pedro. Final de las escenas del reonocimiento La Homilía XII, de valor especial en el desarrollo de la novela, termina con la invitación de Pedro a cuantos quisieran profundizar en los conocimientos de la fe cristiana. Él seguirá predicando en Antioquía. Por su cuenta, Clemente manifestó su gratitud hacia la protectora de su madre con un regalo de mil dracmas. Tuvo además la atención de ponerla al amparo y cuidado de un hombre importante de la ciudad, “que prometió con espontánea alegría cumplir el encargo”. Repartió también dinero a otros muchos habitantes de la ciudad. El episodio tenía evidentemente un final feliz. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 12 de Julio 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Interrumpo esta semana mi reseña sobre el libro de Andrade, “Jesucristo vaya timo”, para comunicarles una interesante noticia: la revista New Testament Studies, publicada por la Studiorum Novi Testamenti Societas, de la que soy miembro, un número muy interesante, vol. 61/03 de julio de 2015, sobre el papiro de “La mujer de Jesús”, publicitado descaradamente por Karen King de Harvard University con un afán notable de sensacionalismo, y del que hizo --¡nada menos!-- una “edición crítica. Cundo salió en la prensa yo publiqué en este Blog una postal su texto y una fotografía argumentando que me parecía falso… y que si no lo fuera, al ser claramente gnóstico, habría que interpretarla a la luz del Evangelio de María y de Felipe, donde queda absolutamente claro que la relación de Jesús (¡después de su resurrección!) con María Magdalena era la maestro-discípulo, ni más ni menos. En este número especial de New Testament Studies (que al menos es gratis para los socios de la Societas aunque no estemos suscritos a la revista; y ya que ignoro si en la mente del editor es gratis para todos transcribo aquí el vínculo: http://journals.cambridge.org/action/displayJournal?jid=NTS> Hay varios artículos que exponen de una manera detalladísima las razones por las que el papiro es descaradamente falso. He puesto de nuevo la fotografía y he aquí el texto de la versión castellana para que lo recuerden: “Mi madre me ha dado la vida… . los discípulos preguntaron a Jesús... negó. María es digna de eso... Jesús les dijo: mi mujer... podrá ser mi discípula. Que los malvados se inflen... en lo que me concierne, viviré con ella por... una imagen” El texto ha sido elaborado a partir de piezas pequeñas - palabras o frases - tomadas principalmente en el Evangelio de Tomás, copto, logia 101 y 114, y ambientada en contextos nuevos. Este modo de proceder es el que utilizaría probablemente un autor moderno y no un hablante nativo de copto. Seis de las ocho líneas incompletas del recto de este papiro están tan estrechamente relacionados con el Evangelio de Tomás copto, especialmente a los dichos 101 y 114, que esa dependencia es prácticamente segura. Hay una línea adicional tomada del Evangelio de Mateo. El autor ha usado la técnica de composición que se denomina "collage" o "patchwork", lo que apunta de nuevo un autor moderno, cuyos conocimientos de copto son limitados. En efecto, es muy posible que el fragmento sea incompleto intencionadamente, y que sus lagunas se hayan pensado así desde un principio, puesto que no parece posible colmar las lagunas de nuestro texto con material contiguo del Evangelio de Tomás. La impresión de modernidad se ve reforzada en la línea 1, cuya terminación parece depender de la línea divisoria de versículos del manuscrito copto de fácil acceso en las modernas ediciones impresas. A menos que esta impresión de la modernidad se vea contrarrestada por nuevas investigaciones y consideraciones, parece poco probable que el fragmento pertenezca a un evangelio originario. El autor precisa en uno de los artículos que estoy extractando la técnica de escritura y composición del papiro. Dice así: Ya sea antiguo o moderno el autor ha empleado la técnica del “collage” (o superposición al modo de corta y pega) en cuatro puntos principales: 1) Las líneas 1 y 5 del Papiro se basan en el logion 101 del Evangelio de Tomás, quien a su vez se fundamenta en Lucas 14,26. Jesús dijo: "Quien no odia a su padre y su madre por mí, no puede ser mi discípulo. Y el que no odia a su padre y a su madre a mi manera, no puede ser mi discípulo… A partir de esta materia prima el autor del Papiro ha creado las líneas: 1 "... [Puede] no sea mi [discípulo]. Mi madre me dio la vida ... " 5 "... ella puede ser mi discípulo ... " Es interesante que la línea 1 comienza en la mitad de una palabra, exactamente en el mismo lugar que en el pasaje equivalente en el único manuscrito superviviente del Evangelio de Tomas. Esta coincidencia es la que sugiere que el autor del Papiro tomó su material de una moderna El fragmento de papiro en sí podría ser muy antiguo. La cuestión radica en saber si la tinta también lo es. Las pruebas químicas que se están llevando a cabo podrían decidir si se ha utilizado tinta moderna sobre un papiro antiguo. Por tanto, por ahora lo mejor es reflexionar sobre cómo pudo elaborarse el fragmento. impresa. 2) La línea 2 consiste en la fórmula introductoria siguiente: "Dijo Jesús a los discípulos". Esta fórmula no aparece en los evangelios neotestamentarios, pero sí se encuentra tres veces en el Evangelio de Tomás, logia 12, 18, 20. 3) Las líneas 3 y 4 están tomadas del logion 114 = conclusión del Evangelio de Tomás 4) La línea 7: "Yo estoy con ella, así como a ...", no es una adaptación del Evangelio de Tomás, pero probablemente sí de Mateo 28,20: “” Por tanto el Papiro siempre se concibió como un texto fragmentario o mejor intenta dar la impresión de ser un texto fragmentario: fue así desde el principio. Todas estas consideraciones no prueban que el Papiro sea un falso, sino más bien suponer poner de relieve cuestiones que deben resolverse antes de que el texto pueda ser aceptado como genuino. Si es autentico no es imposible que otros fragmentos puedan posteriormente ver la luz: La “prueba” es que el copista repite en el Papiro el mismo error que aparece en la presunta edición moderna (de la que copió = la edición interlineal del Evangelio de Tomás que Grondin colgó en internet). Entre los estudiosos de la crítica textual del Nuevo Testamento se utiliza el sistema de detectar la repetición de un mismo error para clasificar los manuscritos por familias. El Claremont Profile Method lo hace así, y hoy es un sistema reconocido por los especialistas = “Repetición del mismo error = parentesco (casi) seguro”. El texto de los artículos que he leído, que en conjunto es muy amplio y muy técnico, añade a lo que escribí en su momento lo siguiente: • La falsificación es muy buena, ciertamente. Pero por eso es una falsificación que ha suscitado dudas de autenticidad. • El fragmento material de papiro es antiguo, ciertamente, pero de los siglos VII u VIII. • La parte de arriba no está “desgarrada” como si fuera un fragmento de verdad, sino que ha sido cortada mecánicamente. • El tipo de letra pretende ser del siglo IV. Pero hay algunos rasgos, en especial los de la letras épsilon y tau que no se encuentran en ningún texto de este siglo. Las letras del fragmento se han contrastado cuidadosamente con todos los tipos de letras del siglo IV que están todos registrados. • La tinta está hecha con polvo de carbón exactamente como sabemos que se hacía en la antigüedad. Los análisis espectrográficos son muy parecidos a los de la tinta auténtica, pero eso no prueba que sea antigua. Habría que dañar la parte escrita del pairo para someterlo al carbono 14. • El calígrafo que escribió el fragmento es el mismo que el de un fragmento licopolitano (de la ciudad de Licópolis en Egipto) del que se sabe con total y absoluta seguridad que es falso. • Se confirma que el texto está copiado a trozos de la edición impresa (tiene los mismos finales de línea) de los tratados del códice II de Nag Hammadi (en conreto el Evangelio de Tomás). Es además curioso que las pequeñas frase interesantes o sintagmas están todos completos para que no surja duda de que se habla de la “mujer” de Jesús • Se ha comprobado hasta la saciedad (por Andrew Bernhard sobre todo) que el texto en sí ha sido copiado –con todos los errores, particularidades y rarezas de la edición on line, con versión inglesa de Michael W. Grondin de 1997. He aquí la conclusión del minuciosísmo trabajo de este investigador: Parece innegablemente que el GJW (Gospel of Jesus Wife: “El Evangelio de la mujer de Jesús”) depende de una edición concreta de lo Nag Hammadi Codices II que fue publicada en línea en 2002. Dos de las características textuales notables en GJW pueden ser atribuidas a idénticos saltos de línea en NHC II, que se repiten en la edición de Grondin del Evangelio de Tomás, y tanto de las características problemáticas gramaticalmente en pueden explicarse igualmente bien por dependencia de un falsario de la misma edición moderna del texto. Además, GJW parece contener un error porque repite un error tipográfico que Grondin cometió naccidentalmente al crear la versión en PDF de su trabajo. Finalmente, GJW puede incluso relacionarse con la versión interlinear al inglés de Grondin a través de la traducción en inglés del fragmento que el coleccionista no identificado dio Karen King. El tiempo arrojará más luz sobre la identidad y motivación del falsario responsable de GJW. Pero a la espera de esas aclaraiones, al menos podemos decir con certeza que “El Evangelio de la mujer de Jesús” es una falsificación que no tiene cabida en ninguna discusión acerca del cristianismo antiguo” (p. 355 de la mencionada revista. El artículo se titula “The Gospel of Jesus’ Wife: Textual Evidence of Modern Forgery” (pp. 333-355). Definitivamente: El papiro es falso como muy cautamente escribí en este blog a finales de septiembre del 2012. Las deducciones de Karen King acerca del Papiro han sido apresuradas y para mí sensacionalistas. Añadiría que todo el mundo científico está esperando una retractación de Karen King. Veremos si se produce. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Miércoles, 8 de Julio 2015
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Como hemos visto, Necesario pero imposible intenta hacer razonable la creencia en la supervivencia del galileo Jesús –y de paso la pervivencia postmortem del ser humano en general–, es decir, la idea cristiana de la resurrección. Para hacer respetable su discurso en un marco presuntamente no-religioso y secular, su autor pretende recurrir a un ámbito ajeno a la fe y cuya respetabilidad intelectual todo sujeto, independientemente de sus creencias, pueda conceder, razón por la cual se acude al ámbito de la historia. Como hemos visto, Javier Gomá postula el carácter intrigante y asombroso de tres fenómenos: la divinización de Jesús, la expansión del cristianismo y la (súper)ejemplaridad de la figura histórica de Jesús. Es –sostiene Gomá– la convergencia del carácter singular e inesperado de estos tres fenómenos relacionados con el mismo sujeto lo que dota de razonabilidad a la prima facie singular y asombrosa resurrección de este. Más aún, esos tres fenómenos serían tan asombrosos que necesitan una explicación que –según él– los historiadores no han dado todavía. La explicación de esos fenómenos es –sostiene Gomá– un acontecimiento sobrenatural: la resurrección de Jesús, operada por Dios, quien “salió de su escondite para añadir a la realidad una esperanza más allá de la experiencia” (sic). Cito un par de párrafos del libro que sintetizan bien el pensamiento del autor y presentan, de paso, la ventaja de hacer superflua la lectura del libro: “El encadenamiento congruente de todos los eslabones, antes piezas sueltas, discurriría ahora así: al ser el galileo de una ejemplaridad única y su muerte una intolerable súper-injusticia, su Padre lo rescató de la muerte; su salida del sepulcro convencería a sus discípulos de su condición extrahumana, pues sólo lo que es divino no muere para siempre; dada esta condición –que manifiesta una voluntad de Dios respecto del mundo–, nada más natural que la expansión universal del culto. El eslabón intermedio no es un hecho histórico de la misma naturaleza que los otros tres, científicamente verificables. Consiste en la hipótesis de un acontecimiento suprahistórico, pero no por ello menos real. Aun perteneciendo al terreno de lo no falsable en la experiencia, lo que presta veracidad a ese hecho hipotético es su capacidad de explicar de manera razonable y convincente la secuencia de los otros tres, que sí son empíricos, y su impredecible concurrencia en la misma persona. Desmesurada ejemplaridad, desmesurada exaltación, desmesurado éxito histórico: esta concentración de tanta desmesura en un solo hombre se antoja poco creíble para una conciencia libre de prejuicios […] Por el contrario, si se admite, aunque sólo sea de forma condicionada, que la resurrección realmente tuvo lugar, ese eslabón intermedio, como se ha visto, demuestra una muy elevada capacidad explicativa del resto de los hechos historiográficamente seguros. El eslabón intermedio disfruta entonces de la misma verosimilitud que toda la cadena, a la que otorga sentido y razonabilidad histórica. No hay manera de corroborarlo en la experiencia pero se torna una hipótesis creíble” Lamentablemente, hemos comprobado en las tres primeras entregas de la presente crítica que las afirmaciones de Gomá son, punto por punto, una sarta de despropósitos. Ninguno de los fenómenos abordados por el autor tiene nada de asombroso ni de inexplicable a no ser prima facie para la mirada ingenua y acrítica del lego, y la singular ejemplaridad del Jesús histórico es una típica afirmación cristiana que, aun siendo comprensible en boca de creyentes, carece de cualquier fundamento en una reconstrucción histórica mínimamente fiable del personaje; de hecho, los análisis más verosímiles de la figura del galileo no solo no respaldan sino que en varios aspectos clave refutan la exaltada imagen de Jesús ofrecida en las corrientes cristianas históricamente exitosas, y que Necesario pero imposible asume sin el menor atisbo de crítica. Se aprecia así la vacuidad de este discurso, cuya rimbombante charlatanería es lo único desmesurado que cabe apreciar aquí. Por supuesto que la divinización de Jesús y la expansión del cristianismo son hechos, pero ni esa exaltación ni esa expansión son, como argumentamos, hechos desmesurados en el sentido –de únicos, inexplicables e incomparables– que les otorga Gomá. Súmese a esto que en ningún sentido es la “ejemplaridad” de Jesús un hecho, mucho menos uno “historiográficamente seguro” o “científicamente verificable”, sino solo una creencia religiosa. Desde luego, para todos los fenómenos mencionados en el libro hay muy buenas explicaciones, y por tanto la pretensión de que su explicación o concesión de sentido histórico está pendiente no es nada más que una ocurrencia insensata. Finalmente, la pretensión de que la “resurrección” de Jesús otorga sentido a tales fenómenos es una afirmación delirante producto de la mente alucinada de un intelectual devoto a quien ha abandonado definitivamente todo sentido crítico. Las conclusiones de Javier Gomá se derivan, en efecto, como hemos demostrado, de una manifiesta ignorancia de todos los temas que analiza, así como de su sistemática mistificación. La aproximación a todas estas cuestiones no está solo ni principalmente viciada de entrada por la circularidad de una precomprensión religiosa que presupone la existencia de Dios, su envío de Jesús al mundo, y todo lo esencial del mito cristiano, sino también y sobre todo por la casi pasmosa falta de sentido histórico y filológico de su autor, cuyo discurso, lejos de constituir un curso argumentativo mínimamente fiable, es poco más que una ilación de falacias e insensateces, por muy adornadas que vayan con una larguísima ristra de citas y florituras retóricas. Esto significa que los intentos de Javier Gomá de hacer razonable la creencia en la resurrección de Jesús carecen de fundamento y de toda respetabilidad intelectual. Si, como afirma Gomá en su respuesta a Piñero, su intención era “pensar filosóficamente esa mera conjetura de forma verosímil, creíble o plausible para la conciencia moderna”, hay que decir que Necesario pero imposible solo conseguirá persuadir a una conciencia ya persuadida de antemano, y en todo caso tan acrítica y confusa como la de su autor. Pero esto no es todo, pues en las páginas dedicadas específicamente a la presunta resurrección de Jesús uno halla todavía ulteriores ejemplos de la falta de rigor crítico, de la endeblez argumentativa y de las distorsiones típicas del autor, algunas de las cuales señalo a continuación. De principio a fin, las docenas de páginas dedicadas a la resurrección (en un capítulo titulado “Mortalidad prorrogada”) asumen del modo más natural la fiabilidad del contenido los evangelios. Mientras que Gomá cita a diestro y siniestro a exegetas y teólogos cristianos que con la misma unción que él proclaman la maravillosa resurrección de Jesús, no dice ni una sola palabra a sus lectores sobre las numerosas contradicciones e incongruencias de los relatos referidos a ella, que durante siglos han sido puestas de manifiesto por autores de muy diversa procedencia y trasfondos culturales e ideológicos. Lo que esto dice sobre la probidad intelectual de Gomá, infiéralo por su cuenta el lector. Gomá afirma –tanto al final como en la introducción a su libro– que la idea de la resurrección de Jesús es “absolutamente original”, “extraña a su entorno intelectual, sin antecedentes ni consecuentes en la historia universal de las creencias religiosas” y que “no fue tomada en préstamo ni del judaísmo antiguo ni del helenismo […] esta idea es original de los cristianos”. Dejando aparte el hecho de que Gomá parece olvidarse de que los primeros seguidores de Jesús eran religiosamente judíos, y por tanto de que su creencia en la resurrección debe de haber tenido sentido en el marco del judaísmo –y no de un cristianismo que, como religión autónoma, todavía no existía–, nuestro autor repite aquí otra rancia afirmación de una extendida apologética cristiana que mantiene la absoluta e incomparable singularidad de la presunta resurrección de Jesús. Por desgracia, tal afirmación es demostrablemente falsa. Gomá no parece conocer, por ejemplo, las tradiciones griegas que vehiculan la creencia en la resurrección e inmortalización –en cuerpo– de ciertos personajes, ni tampoco las elocuentes diatribas de Plutarco sobre las creencias populares relativas al más allá, que muestran e contrario la existencia de la creencia en la resurrección de la carne también en el mundo griego. Artículos de Adela Yarbro Collins y Stanley Porter, y muy en particular las monografías de Dar øistein Endsjø y David Litwa han demostrado con pelos y señales que la génesis de la creencia en la resurrección de Jesús es entendible no solo en el ámbito del judaísmo sino también en el ámbito grecorromano en el que se desarrollan las creencias de la secta nazarena, y que la noción de que el paganismo concibió solo la inmortalidad del alma es falaz y obsoleta. Hasta tal punto es así, que varios apologistas cristianos de los primeros siglos, aunque a regañadientes, reconocieron las obvias analogías. Por ejemplo, Justino Mártir afirma en su 1ª Apología: “Cuando nosotros decimos también que el Verbo, que es el primer retoño de Dios, nació sin comercio carnal, es decir, Jesús Cristo, nuestro maestro, y que este fue crucificado y murió y, habiendo resucitado, subió al cielo, nada nuevo presentamos, si se atiende a los que vosotros llamáis hijos de Zeus”. Justino sigue refiriéndose a Asclepio, Heracles, Dioniso y otros, así como también a los emperadores difuntos. Otros autores paganos y cristianos de los primeros siglos podrían fácilmente ser aducidos en este sentido. Y los paralelos están ahí para quien quiera verlos, pero no son en absoluto los únicos, como han demostrado entre otros los especialistas citados. Uno de los problemas de Gomá es que no tiene en cuenta que en una taxonomía científica la identificación de un fenómeno no consta únicamente de la determinación de su differentia specifica sino también de su pertenencia a un genus proximum, que es precisamente lo que permite comenzar a comprender su inteligibilidad (de ahí que hable siempre de todo lo relativo a Jesús y de la resurrección como sui generis). No obstante, la inteligencia de Gomá es sin duda más que suficiente para entender algo tan elemental, por lo que la mera ignorancia no basta en este caso para explicar su omisión; esta parece deberse de nuevo a la obnubilación en que le ha sumido su necesidad apologética de hacer del fenómeno cristiano algo incomparable. Gomá no solo se empecina en negar absurdamente la capacidad explicativa de las teorías desarrolladas por las ciencias humanas para explicar la génesis de los fenómenos cristianos –teorías que, como ya observamos en su momento sobre la disonancia cognitiva, ni siquiera parece entender–, sino que en el colmo del delirio pretende convencerse a sí mismo y a sus lectores de que más plausible que tales explicaciones –y que la resurrección haya sido “una creación imaginativa de la comunidad cristiana”– es la verdad de los relatos evangélicos, y por tanto una efectiva resurrección de Jesús. Por si el lector cree que estoy atribuyendo a nuestro autor cosas que no dice, léase el siguiente párrafo: “Las explicaciones genéticas, culturales, sociológicas o psicológicas, del origen de la fe pascual, con frecuencia muy artificiales, adolecen del defecto de separarse del relato del Nuevo Testamento, el único testimonio histórico disponible sobre la cuestión, el cual presenta ese ‘algo’ como encuentros de los discípulos con el resucitado, una hipótesis que, en comparación con las aludidas explicaciones genéticas, tiene la ventaja de la sencillez pero, por otro lado, exige estar abierto mentalmente a la posibilidad de una acción divina de la que no ofrece ninguna señal la experiencia” Sí, claro, igual que la creencia en Rivendel exige estar abierto mentalmente a la posibilidad de una acción élfica de la que no ofrece ninguna señal la experiencia… Para Gomá es mucho más probable y convincente que el Dios cristiano exista y que haya tenido a bien vulnerar las leyes de la naturaleza mediante una resurrección y una serie de apariciones del resucitado a sus discípulos que que un grupo de personas emocionalmente necesitadas hayan creído ver y oír cosas y, sirviéndose de las creencias de su tiempo, hayan articulado un discurso sobre la resurrección de Jesús. Es una lástima, sin embargo, que la ciencia no avance según el principio obscurum per obscurius, mucho menos aún según el principio clarum per obscurius, que parece ser el único modo en que progresa la mente de nuestro autor. La mistificación de la realidad operada por Gomá no se limita a aspectos epistémicos, sino que también atañe a dimensiones axiológicas. Si la retórica de Gomá es capaz de hacer pasar los más aberrantes disparates por altísima sabiduría y de hacer del milagro la explicación de fenómenos comprensibles, es también capaz de transmutar la ensoñación, por arte de birlibirloque, en esforzada virilidad y valentía intelectual: “esperar lo inesperado… exige levantamiento de ánimo y magnanimidad… para atreverse a una creencia tan inverosímil desde la perspectiva de la experiencia”. El vicio del arbitrario incrementismo es transformado con desenvoltura en la virtud del visionario, y la navaja de Ockham solo sirve, en todo caso, para rebanar, si no el cuello, al menos la increencia de los “descreídos de todo linaje (positivistas, empiristas, cientificistas, deconstructivistas)” (sic) a los que los dotados de “sentido de la trascendencia” podrán mirar por encima del hombro por permanecer aquellos “obnubilados por el exceso de evidencia del mundo”. Claro que el hecho de que la completa endeblez argumentativa del discurso de Gomá empiece por sus primeras páginas y se prosiga hasta las últimas permite inferir una vez más cuál es la credibilidad que merece la respuesta de aquel a la crítica de Antonio Piñero: “Mi libro desborda con mucho en su intención el asunto del Jesús histórico, el cual adquiere centralidad cuando es usado como precedente para una reflexión filosófica sobre la posibilidad de una supervivencia individual post mortem […] la reseña de Piñero, prestando atención a asuntos menores de erudición historiográfica, escamotea al lector la integridad del cuadro filosófico, que es donde, sin embargo, reside la fuerza persuasiva de la argumentación”. Engreído en su pedestal de gran pensador inspirado por las Musas, Javier Gomá se nos crece una vez más. Pero ¿dónde está en este libro tal sublime cuadro filosófico? Aunque Antonio Piñero centró su análisis en el asunto del Jesús histórico, hemos examinado hasta ahora los otros supuestos pilares de la argumentación de Gomá, y demostrado sistemáticamente que ninguno de ellos tiene la menor consistencia. El discurso de este autor carece de toda fuerza persuasiva, pues su argumentación no es otra cosa que una sucesión de falacias y disparates. Concedamos que, en teoría, uno podría escribir un libro de filosofía y adquirir respetabilidad lucubrando sobre lo que puede haber más allá de la experiencia, pero siempre y cuando lo que se afirma no se vea refutado y contradicho de manera flagrante por la experiencia misma. Como hemos demostrado, sin embargo, numerosas afirmaciones cruciales del libro de Gomá son refutadas por los hechos y por el estado del mejor conocimiento histórico y científico. En realidad, lo que Gomá presenta pomposamente como “la integridad del cuadro filosófico” es cáscara que recubre una sonrojante vacuidad argumentativa. Además de lo ya expuesto, la hipótesis de la supervivencia es justificada de esta guisa: “La lógica enseña que no cabe prueba de la inexistencia de un hecho, por lo que la supervivencia post mortem de la individualidad, imposible de probar, es también imposible de refutar. La esperanza en un bien de esa naturaleza es, en consecuencia, una hipótesis posible y éticamente deseable”. Razonamiento sin duda impecable, que igual nos sirve para legitimar filosóficamente la esperanza en una próxima instauración del país de Jauja, en el que correrán ríos del mejor Rioja, lechones ya asados penderán de los árboles listos para ser degustados y –ya puestos– los charlatanes habrán sido definitivamente desterrados del mundo humano. De hecho, lo único que tiene este libro de filosófico es una pátina retórica que intenta maquillar un discurso a todas luces religioso-teológico. A pesar de todos sus intentos de hacer más digerible el mito cristiano (Gomá canta con Bonhoeffer las excelencias de un “cristianismo arreligioso” y dice querer recuperar la distinción de Karl Barth entre religión y fe/esperanza –ellas mismas bonitas fórmulas de propaganda cristiana en la modernidad–), el lector atento se percata fácilmente de todo lo que Gomá le va endilgando a lo largo de su libro: Dios, lo trasmundano, la revelación, el legalismo judaico, el Jesús-Cristo como la Verdad, los milagros, la resurrección, el incomparable e inexplicable cristianismo, el sentimiento de pecado, la necesidad de la conversión a Cristo, la lectura cristológica del Antiguo Testamento y todo lo esencial de la soteriología cristiana (cito literalmente: “es aquí donde cabría recuperar el antiguo tratado de soteriología que estudia los efectos salvíficos en la humanidad de la muerte y resurrección de Cristo”). En fin, que solo le falta a este libro de expectativas supernumerarias cerrarse con una oración a San José María Escrivá de Balaguer y Albás y el número de teléfono del centro de reclutamiento del Opus Dei más próximo. Esta es la verdadera “filosofía” de Javier Gomá Lanzón, con la que el autor va ilustrando poco a poco a sus lectores. Eso sí, con civilizada dosificación para evitar incómodas indigestiones. Continuará (y terminará) la próxima semana. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 8 de Julio 2015
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XI I Encuentro de Matidia con Pedro Los datos de la novela incrustada entre los textos de las Homilías griegas y los relatos latinos de los sucesos narrados en la obra del Pseudo Clemente reciben un golpe decisivo en la Homilía XII. En las tierras lejanas de Fenicia coinciden los protagonistas de la novela con la predicación del Evangelio, desempeñada por Pedro y sus colaboradores. El día pasado pudimos conocer los datos esenciales de los sucesos transmitidos por la madre de la familia romana zarandeada por una suerte adversa. Los motivos de la separación de los miembros de la familia, el enamoramiento del cuñado de Matidia, su sueño fingido y su ausencia de Roma en compañía de sus dos hijos gemelos. El naufragio y sus consecuencias El naufragio del barco que los llevaba al destierro dio al traste con los proyectos de la familia, que acabó en una situación inesperada y por demás desesperada. La lógica de los sucesos puso especial énfasis en el relato del naufragio. Una tempestad violenta como las conocidas por los habitantes del mar Egeo había puesto punto final a la huida en común de la matrona romana y sus hijos. Por su relato conocemos los detalles del terrorífico acontecimiento. Lo peor en principio para la mujer era la obligada separación de sus hijos, a los que suponía perecidos en las profundidades del mar embravecido. Ella cuenta su situación, su desolación, el favor de los habitantes de la zona y su encuentro con la viuda joven y generosa que le ofreció hospedaje y compañía. De las distintas opciones que se le ofrecían, Matidia eligió la oferta de una joven viuda, cuya situación era paralela a la suya propia. Su soledad era consecuencia de un naufragio que se había llevado a su joven marido. Ella recordaba y respetaba la memoria del difunto, gesto que movió a Matidia a preferir la opción de su compañía. La anfitriona ofrecía un proyecto de vida generoso y lleno de cariño: “Tendremos, pues, en común lo que las dos podamos conseguir con nuestras manos” (Hom XII 17,4). La enfermedad de las dos mujeres La narración de la mendiga prosigue su exposición a Pedro de los detalles y desarrollo de su convivencia. Las dos mujeres vivían una vida llena de gestos de cariño y generosidad. La compañera de Matidia sufrió una enfermedad de sus manos, que Matidia define como consecuencia de picaduras o mordeduras. El resultado fue la inutilidad en que quedaron sus manos para cualquier clase de trabajo manual. Todo quedaba ahora en manos de Matidia, que sufrió igualmente una enfermedad de las manos que las dejaron inútiles para el trabajo. No quedaba otra solución que la mendicidad, vergonzosa en opinión de Pedro, pero necesaria para dos personas enfermas. Matidia, la matrona romana, casada con un pariente del emperador se veía obligada a practicar la mendicidad para ella y su generosa compañera. Sospecha de Pedro acerca de la mendiga Pedro, que ya conocía la versión de los hechos de la familia por el relato de Clemente, tuvo la corazonada de que algo gozoso estaba a punto de suceder. Pues, en efecto, el relato de Matidia tenía puntos paralelos con la versión de los hechos dada por Clemente. La prudencia de Matidia, deseosa de ocultar su verdadera identidad personal, cambió intencionadamente algunos detalles que desconcertaron a Pedro. Cuando Pedro le preguntó sobre los detalles concretos de su familia, afirmó que ella era de Éfeso, que su marido era siciliano y cambió los nombres de sus hijos. En base a estos datos, la sospecha de Pedro se disipaba. Su sospecha era nada menos que la mendiga podía ser la madre del Clemente que le acompañaba en su ministerio. Pedro insistió en su deseo de descubrir lo que sospechaba. Y continuó contando a la mendiga datos por demás interesantes: “Hay un cierto joven que me sigue, deseoso de oír las palabras sobre la religión y es ciudadano romano, que me ha contado que tenía un padre y también dos hermanos gemelos, a ninguno de los cuales ha vuelto a ver. Pues mi madre, según dice, tal como mi padre me contaba, al tener un sueño, salió de la ciudad de Roma durante cierto tiempo con sus hijos gemelos, para no morir de mala muerte. Salió, pues, con ellos, y no se la ha vuelto a ver. Su marido y padre del joven marchó también en busca de ella, y tampoco se lo encuentra” (Hom XII 20,1-3). El misterio se despejaba en medio de unos sucesos narrados al margen de alegorías o metáforas. Matidia y su hijo menor, al que dejara la mujer para consuelo de su padre estaban ahí con sus identidades íntegras y un deseo intacto del mutuo reconocimiento. Comenzaba uno de los pasos interesantes y esenciales de la obra literaria en opinión de Aristóteles. Primero venía la “peripecia” (peripéteia), el cambio de una situación de desgracia a otro de felicidad. Y en coincidencia, el “reconocimiento” o anagnórisis. Pero es mejor que uno de los pasajes más interesantes de la obra nos llegue con la realidad del texto sin mayores comentarios: Cuando Pedro hubo dicho estas cosas, la mujer que había escuchado atentamente, se desmayó como fuera de sí. Pedro se acercó, la tomó y le recomendó que volviera en sí convenciéndola para que confesara qué era lo que le pasaba. Pero ella, incapacitada en todo el cuerpo como por la embriaguez, se recuperó como para poder soportar la magnitud de la esperada alegría, y frotándose el rostro, dijo: - “¿Dónde está ese joven?” Y él, comprendiendo ya todo el asunto, dijo: - “Habla tú primero, de lo contrario, no podrás verlo”. Ella dijo a toda prisa: - “Yo soy la madre del joven”. Y dijo Pedro: - “¿Cuál es su nombre?” Ella respondió: - “Clemente”.Y Pedro dijo: - “Es él, y él era el que hace un momento estaba hablando conmigo, al que ordené que me esperara en el barco”. Y ella, cayendo a los pies de Pedro, le suplicaba que se diera prisa en ir al barco. Y Pedro le dijo: - “Si me guardas lo pactado, también cumpliré esto”. Ella dijo: - “Todo lo haré, sólo muéstrame a mi único hijo. Pues tendré la sensación de que veré a través de él a mis dos hijos que murieron aquí”. Pedro replicó: - “Cuando lo veas, permanece tranquila hasta que salgamos de la isla”. Y ella dijo: - “Así lo haré” (Hom XII 21,1-6). Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 5 de Julio 2015
Notas
Domingo, 5 de Julio 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Escribía ayer que iba concluir hoy con la presentación del material del libro de Andrade y su valoración, pero he cambiado de opinión: en lengua española existen muy pocos, verdaderamente escasos, libros que traten las cuestiones en torno a Jesús con una mirada crítica, bien informada, en textos escritos respetuosamente, que no presten lugar alguno para adjetivos y adverbios descalificadores, y con un uso abundante de los argumentos e hipótesis plausibles. El libro presente es uno de ellos y mi cambio de opinión se debe a la idea de que es una pena que comprima en poco tiempo los argumentos de su autor, que considero interesantes y que deben exponerse y quizás en algún caso, muy pocos, criticarse. Y sobre todo me hace cambiar de opinión el hecho más que probable que la inmensa mayoría de la gente que duda, y que no se halla entre la previamente convencida, va a rechazar a priori el libro debido al título. Creerán que es un panfleto más al que no se le debe prestar caso. Y es así, porque estoy convencido que es una mala política comenzar una argumentación para convencer al interlocutor con un insulto o con una expresión que éste considere altamente ofensiva. Diría que es casi imposible, pues el diálogo sobre un tema conflictivo, como es el de la figura y misión de Jesús ha de hacerse siempre con exquisita educación y cortesía, donde abunden solo los argumentos racionales. Por esta razón voy a dedicar más tiempo al comentario, porque aparte del título, es un libro que razona cortés y educadamente. Ya veremos cuánto tiempo podré dedicarle. El siguiente capítulo del libro de Andrade, el tercero, trata de la “vida privada y los ‘años perdidos’” de Jesús. Critica con mucha razón el autor la leyenda construida en el siglo XIX por Nicolás Notovich acerca de que Jesús viajó al Tíbet y que, al romperse una pierna accidentalmente, se hospedó en el monasterio de Hemis, donde dejó una inmensa huella. La razón ofrecida por nuestro autor de la falsedad de esta tesis es clara: apoyándose en la investigación de un personaje, cuyo nombre no cita, demuestra que los monjes de Hemis no tenían la menor idea de un tal Issa (= Jesús) que hubiera estado allí jamás. Ni siquiera conocían al tal Issa. Todo había sido una fantasía de Notovich para vender libros. Igualmente rechaza Andrade la curiosa idea de Mirzad Ghulam Ahmad, el fundador de la secta islámica Ahmadiyya, de que Jesús había estado en la India, en concreto en Cachemira, con un discípulo. Esta teoría fue popularizada posteriormente por Andreas Faber-Kaiser. Pero es rematadamente falsa, porque Ahmad tomó el material de una leyenda árabe antigua acerca de otros personajes, y la trastocó en viaje de Jesús a la India. pero lo hizo para dar fuerza al movimiento islámico por él fundado. Critica igualmente Andrade otras leyendas de relaciones de Jesús con el hinduismo que no merece la pena ni nombrar y que se basan en la paralelomanía de ideas comunes religiosas. Hemos repetido mil veces que los modos de relación del ser humano (como categorías mentales) con lo divino son muy limitados en su número, por lo que siempre habrá concomitancias entre las religiones, que son espontáneas y no necesitan de la teoría de que se han copiado unas a otras. Otra buena crítica que se halla en el libro de nuestro autor Andrade es la idea, ampliamente aceptada por muchos, de que Jesús fue un esenio. Andrade lo refuta contundentemente porque, aunque haya muchas ideas semejantes, compartidas por Jesús y los esenios, el talante del Nazareno, en especial su contacto con todo el mundo, su misión a todo Israel más otras ideas hacen improbabilísimo que Jesús fuera un esenio. He escrito en otro lugar, y con ello está de acuerdo Andrade, que si Jesús se acercó alguna vez al asentamiento de Qumrán, fue inmediatamente expulsado. Todas las similitudes en la teología se trata de que el pensamiento fariseo, o casi fariseo, de Jesús es una rama del tronco polimorfo del judaísmo del siglo I. Y otra rama del mismo árbol era la esenia. ¡Seguro que tenían ideas comunes! Del mismo modo, la hipótesis de José O’Callaghan, de que entre los manuscritos de Qumrán hay textos cristianos, está hoy totalmente refutada. El paralelo más cercano entre el texto denominado "7Q5" y Marcos 6,52-53 está totalmente fuera de combate es porque E. Puech, entre otros, ha demostrado filológicamente que se trata de un texto de la parte final (Epístola de Noé) del Libro I de Henoc, y M. Broshi ha demostrado también que las “huellas dactilares” del papiro, es decir, la disposición de las fibras de cada hoja, que es única, al igual que nuestras huellas, demuestra que la hoja de papiro en la que se escribió el citado fragmento del Libro de Noé y la de 7Q5 es la misma. Finalmente las pruebas con Carbono 14 de los manuscritos con los que B. Thiering o R. Eisenmann (Regla de la comunidad y los Himnos básicamente) intentaban demostrar sus tesis – a saber que Juan Bautista era el Maestro de justicia y Jesús el secerdote malvado, o bien que Jesús era Maestro de justicia y Pablo el sacerdote malvado-- son al menos del siglo I a.C., unos doscientos años del nacimiento titubeante del cristianismo. Andrade critica la posible versión de un Jesús homosexual, derivada del Evangelio secreto de Marcos, con el célebre añadido de los carpocratianos –según la presunta carta de Clemente de Alejandría “descubierta” por Morton Smith” —a saber, que Jesús practicaba desnudo una suerte de rito nocturno de iniciación con un jovencito también desnudo-- es muy probablemente falsa, así como los dos fragmentos del presunto Evangelio secreto. Igualmente critica nuestro autor las igualmente presuntas bodas de Jesús y María Magdalena y su todavía más que presunta descendencia que dio lugar en último término a la dinastía carolingia. Como los argumentos de Andrade coinciden al cien por cien con los míos expuestos en la obra Jesús y las mujeres, no tengo que detenerme más. En síntesis este capítulo 3 sobre la vida privada y los “años perdidos” de Jesús no tiene desperdicio. Es breve pero rotundo y sus argumentos casi no admiten ningún “pero”. La síntesis y exposición del libro que comentamos es estupenda. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 4 de Julio 2015
Notas
Escribe Antonio Piñero
Como he reseñado anteriormente en otro libro de G. Andrade, en la misma colección, La teología ¡vaya timo!, y otro de G. Puente Ojea, La religión ¡vaya timo!, estamos ante libros muy serios, de autores bien informados y de argumentos bien tramados editados por la Editorial de “fomento del pensamiento crítico” Laetoli, Pamplona. Pero si confesaba ya antes que me molestaba mucho la coletilla comercial del “¡vaya timo!”, con el tema de Jesús mucho más, pues ganas de molestar y herir las sensibilidades de muchísima gente para quien Jesús significa toda su vida. y además, el título provoca un rechazo notable entre otros también que podrían comprarlo y disfrutar de sus razonamientos. Pero después de mi inútil queja –es un derecho al pataleo, ya que la colección está bien consolidada y no van a cambiar, vayamos a las razones, que es lo que importa. Por otro lado, la colección en sí tiene el mérito de ser muy valiente, incluso necesaria, como la ha calificado F. Savater, ya que tiene la enorme valentía de “meterse en aguas turbulentas, no solo turbias, y de plantear debates que comprometen rutinas mentales sacrosantas”. Es una cocción muy crítica que invita continuamente a reflexionar. El autor del libro presente, G. Andrade, es un hombre bien formado en sociología, filosofía y religión. Tiene otros volúmenes interesantes en su currículum como el dedicado a “La crítica literaria de G. Girard”, o sobre “El darwinismo y la religión” y una “Breve introducción a la filosofía de la religión”. En esta colección Dios Laetoli tiene otras obras, con la consiguiente perspectiva muy crítica, sobre las cuestiones siguientes: el posmodernismo, la inmortalidad, la teología y las razas humanas. El autor precisa su tema en este libro: “Jesucristo es un timo, pero no por ello no existió. Es un timo en el sentido de que en torno a su vida hay una serie de falsas afirmaciones. Pero ese ‘timo’ está construido sobre una base histórica real. Jesús es real; Cristo es un timo. Jesús es un personaje que vivió en Palestina hace 2.000 años. Cristo (que no es un nombre propio, sino meramente una traducción al griego del título mesías, que quiere decir en hebreo ‘ungido’) es el artificio teológico legendario que crearon sus seguidores y lo entremezclaron con el Jesús real. Así pues, al separar en este libro el trigo y la cizaña, atacaré tres frentes. Primero, las propuestas según las cuales Jesús no existió. Segundo, las afirmaciones hechas por los mismos evangelistas y que luego aceptaron los creyentes. Tercero, algunas hipótesis o teorías que proceden de leyendas posteriores a los evangelios y que, aunque no suelen contar con el aval eclesiástico, gozan de cierta popularidad en los medios de comunicación” (Contracubierta). En mi opinión el plan del libro es excelente y, en términos globales, su realización también. Adelante que, salvo pequeñas discrepancias, estoy muy de acuerdo con los planteamientos del autor y con las soluciones/argumentos que aporta. Me detengo un momento en la Introducción, porque aclara bien el pensamiento global del autor. Andrade parte, como resultado de análisis previos, que en los evangelios hay mucho material histórico, y que de él se pueden obtener datos preciosos para componer una figura de Jesús que, aunque esquemática, suscita el consenso entre muchos investigadores, pero que también contiene mucho material legendario, que debe rechazarse como no pertinente a la figura del Jesús histórico. Sostiene igualmente Andrade que él se mueve entre los fundamentalistas que consideran que todo, absolutamente todo, en los evangelio es real y que incluso las contradicciones palmarias entre ellos tienen soluciones armonizadoras convincentes, entre gente más sensata que admiten que los evangelio contienen “adornos literarios”, pero que la mayoría de los hechos que cuentan son verdaderos y, finalmente entre otros que simple pontifican que todo lo que hay en los evangelio pertenece al género literario de lo legendario y que la figura Jesús es más o menos del mismo calibre que Robin Hood o Superman. Una interesante pregunta de la Introducción es qué ocurre con la fe del creyente si el lector cae en la cuenta de que el Cristo presentado por los evangelios –y consecuentemente por el cristianismo-- es distinto del Jesús que vivió realmente. ¿Puede alguien ser cristiano una vez que ha comprendido que muchos de los relatos de los evangelios son sencillamente falsos? ¿Puede el cristiano adoptar como fórmula de escape algo parecido a la afirmación de Rudolf Bultmann, a saber, que para el cristiano convencional el Jesús histórico es irrelevante? Andrade opina que es imposible. Esopo, por ejemplo, contaba fábulas moralizantes presentándolas como tales, pero los evangelistas no tuvieron la intención de contar eras historias moralizantes, sino que afirman, o dan por supuesto, que todo lo que narran ocurrió realmente, Por ello, concluye Andrade, esta percepción lleva inexorablemente a rechazar la fe, al menos la convencional. El personaje Jesús, centro de los evangelios no pudo ser Dios. “La religión que exige confesar que este mismo predicador apocalíptico, un hombre que fracasó en su empresa en el siglo I, es el creador del universo, omnipotente, omnisciente (la segunda persona de la Trinidad), nos está pidiendo algo casi tan absurdo como proclamar que el círculo es cuadrado. Y una institución que pide eso no es digna de nuestra confianza” (p. 12). Andrade ocupa parte de su introducción es explicar las herramientas filológicas para discernir lo auténticamente histórico de lo dudoso o falso en los evangelios, es decir, los criterios de autenticidad usuales, que aclara convenientemente y acepta. Lo más curioso en este apartado, por lo menos para mí, es que nuestro autor llama al “criterio de dificultad” criterio “de vergüenza”. Así, por ejemplo, el que Jesús muriera crucificado fue algo vergonzoso y necesitado de grandes explicaciones para los evangelistas y la iglesia primitiva…, luego es impensable que fuera algo inventado por los seguidores de Jesús; luego es histórico. Explica también someramente, pero con exactitud, la historia general de Israel en la que se enmarca la vida de Jesús, las sectas religiosas (aquí formulo un caveat: aunque el autor conoce ciertamente la materia, da la impresión de considerar a los celotas como una “secta” independiente, al mismo nivel que los esenios, saduceos o fariseos, aunque es bien sabido que el celotismo surgió históricamente como un paroxismo del fariseísmo, que no se diferenciaba de éste más que en la afirmación del necesidad del empleo de las armas para lograr la instauración del reino de Dios (algo así como el Estado islámico), y que solo fue un “partido oficial” poco antes del estallido de la Gran Guerra contra Roma. El último tramo de la Introducción es dedicado por Andrade a una “brevísima biografía” de Jesús, más otra breve historia de los primeros pasos del judeocristiano. En ellos resume –con acierto-- el estado actual, o consenso de la investigación independiente, acerca de estos dos temas. Adelanta así su pensamiento, y presenta al principio lo que en teoría debería estar al final como el resultado o de la crítica que ocupa todo el libro. Pero de este modo el lector tiene bien claro desde el principio con qué imagen reconstruida está implícitamente contrastando aquellos elementos de los evangelios, sobre todo, que luego someterá a aguda crítica. Pienso que la idea no es mala. El resto del libro se dedica al análisis pormenorizado de la figura, mensaje y misión de Jesús, que divide en los temas siguientes: Fuentes para reconstruir la vida de Jesús: ¿existió este realmente? Relatos de la infancia de Jesús. Vida privada y “años perdidos”. Inicios de su vida pública. Mensaje de Jesús; Milagros; Últimos días. Resurrección. Todos estos temas se enfocan en un etilo erotemático, es decir, de preguntas y respuestas. Haré un breve recorrido por lo que estimo más interesante y formularé mis propias reflexiones y valoraciones. En cuanto a la existencia de Jesús, he indicado ya que es defendida por nuestro autor a capa y espada. Mantiene Andrade la sana postura de que, entre las fuentes, no debemos considerar a los evangelios apócrifos, tardíos y secundarios respecto a los canónicos, salvo solo al Evangelio gnóstico de Tomas. Esta es la opinión común de la investigación hoy día, que sostiene que puede ser un buen medio de confirmar la autenticidad probable de algunos dichos de Jesús. Me parece interesante el hincapié, al hablar del Cristo celestial formulado ante todo por Pablo, la insistencia de Andrade sobre cómo el Apóstol presenta muchos más contactos y alusiones a la vida del Jesús terreno de lo que cree la mayoría de las gentes, lo que confirma su existencia histórica. Es interesante la crítica del autor acerca de la hipótesis de que la figura de Jesús está formada radicalmente a base de combinar características de diversos dioses mediterráneos, hipótesis que califica de absurda al igual que otras que insisten en los paralelos de la vida de Jesús con personajes o dioses antiguos, a las que califica correctamente de “paralelomanía”. Valora luego si los evangelios son fiables o no, y ofrece la respuesta ya esperada por los lectores. Dedica luego una breves páginas a la existencia de interpolaciones (“corrupción ortodoxa” de la Escritura en terminología de B. D. Ehrman) en el texto de los evangelios y reflexionar sobre cómo éstos son en realidad escritos anónimos, es decir, ignoramos quiénes fueron n verdad sus autores y dónde y cuándo se compusieron exactamente. A este propósito añado que la crítica textual del Nuevo Testamento predica siempre a los cuatro vientos que todos los esfuerzos críticos de análisis de los manuscritos neotestamentarios y sus variantes, llevan únicamente a establecer cómo estaba el texto del Nuevo Testamento en el año 200, y que no es posible ir más atrás. Así, entre el original de Marcos, el primer evangelista cronológicamente hablando, y el texto que de su obra original podemos reconstruir han pasado unos 130 años. No es posible rellenar este hueco. Pero, a la vez, tenemos poderosas razones para pensar que la reconstrucción del texto en el año 200 se parece muchísimo, más del 95%, de lo que pudo ser exactamente el original. El capítulo 2, “Relatos de la infancia”, plantea las cuestiones usuales: censo de Quirino, hermanos de Jesús virginidad de María, fecha de nacimiento, detalles de los relatos de Lucas y Mateo, como los magos y la estrella, su posible infancia en Egipto y la pérdida de Jesús en el Templo. Las respuestas de Andrade son muy ponderadas y razonables y se muestran de acuerdo con el pensamiento crítico de los investigadores independientes. En general todas son respuestas negativas, menos la de que Jesús tuvo realmente hermanos de sangre, manifestando así el pensamiento de la Iglesia primitiva y el gran consenso de hoy a este respecto, del que participan incluso estudiosos católicos. Concluiremos mañana con la presentación del material del libro de Andrade y su valoración. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 3 de Julio 2015
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
En la postal anterior mostramos que la supuesta ejemplaridad de Jesús, postulada de modo genérico en el discurso cristiano y también en el libro Necesario pero imposible de Javier Gomá, carece de fundamento. Para todas y cada una de las aserciones que hice sobre los límites de Jesús como paradigma moral y espiritual hay suficiente fundamento textual y argumentativo, pero incluso si pudiera demostrarse que alguna de ellas fuera el resultado de un exceso retórico, la validez de las restantes seguiría refrendando mi argumento, a saber: 1) que, si de una reconstrucción histórica rigurosa se trata, no es de recibo presentar la figura histórica de Jesús como un paradigma moral, menos aún como el más alto de ellos. Y no porque el historiador deba permanecer ajeno a los juicios de valor, sino porque una reconstrucción genuinamente crítica pone radicalmente en cuestión tal constitución del personaje como ejemplar ético. 2) que toda consideración de la figura de Jesús como ejemplar se debe ya en buena medida a una alteración (tampoco ella precisamente ejemplar, aunque no necesariamente consciente) de la realidad histórica que ha sido operada en las fuentes neotestamentarias. Pero hay además una tercera razón no expuesta en la postal anterior, que todo lector reflexivo, independientemente de sus creencias, debería meditar cuidadosamente con el objeto de percibir con claridad que la ejemplaridad que la tradición cristiana atribuye a Jesús es no solo epistémicamente infundada sino que también ella misma está caracterizada por una dudosa moralidad. Me refiero con ello a dos hechos inextricablemente conectados. El primero es que la exaltación de Jesús en la tradición cristiana está desde el principio, por indirectamente que sea, al servicio de un nada desprendido interés de los creyentes; de hecho, esos procesos de exaltación tuvieron al menos parcialmente como móvil y objetivo el de justificar a la comunidad nazarena en una situación de crisis psicológica, emocional y social producida por el flagrante fracaso de su querido líder. Solo si Jesús no era lo que parecía ser –un visionario fracasado– ellos no eran lo que a todas luces parecían ser –unos pobres crédulos sin criterio ni esperanza–, sino tipos que reconocían el más alto bien y que al hacerlo se identificaban con él. La exaltación de Jesús, por tanto, está destinada por supuesto a reivindicar su memoria, pero ante todo a dotar de sentido la vida de sus propios seguidores, de vulnerada autoestima. La exaltación de Jesús es, en este sentido, una eficaz autoexaltación del creyente. El segundo hecho, este sí verdaderamente grave y preocupante, es que la exaltación de Jesús en los evangelios (incoativamente en Pablo) se ha producido a costa de denigrar moral y espiritualmente –y de modo inverosímil, arbitrario y hasta repulsivo– a otros personajes históricos. Hemos dicho ya algo sobre el “lestaí” de Marcos y Mateo, o sobre el “malhechores” de Lucas. Pero un caso mucho más claro e inequívoco es el retrato de los fariseos, de las autoridades judías –y aun de la multitud de Jerusalén– ofrecido en esos evangelios. Con el objeto de blanquear la imagen de Jesús como sujeto inocente y víctima ejemplar, no solo con toda probabilidad se ha mistificado la historia (por ejemplo, presentando al prefecto romano Poncio Pilato como a alguien deseoso de liberar a un alborotador rodeado de un grupo armado –eso sí, al tiempo que lo declara inocente lo hace flagelar y crucificar…) sino que con toda seguridad se ha ennegrecido, sin apenas escrúpulo ético alguno, la imagen de muchos de sus contemporáneos y correligionarios –algo que con el triunfo del cristianismo acabaría contribuyendo a fomentar y legitimar persecuciones y pogromos sin cuento. Por si falta hiciera, conviene señalar ya que la anterior afirmación no es el resultado de ningún sesgado apriorismo anticristiano ni nada remotamente parecido, entre otras razones porque ha sido reconocido y argumentado por algunos intelectuales cristianos particularmente lúcidos y honrados con los mismos argumentos con los que estudiosos independientes han denunciado esta situación con anterioridad (recuerdo aquí, por ejemplo, al último Gregory Baum o a Rosemary Ruether –quien afirmó en su memorable Faith and Fratricide que “el antijudaísmo es la mano izquierda de la cristología”–, pero hay por fortuna bastantes más), que con considerable decencia y coraje se han enfrentado a los límites de su propia tradición –y por supuesto también a las descalificaciones de sus propios correligionarios, que nunca faltan–. La ejemplaridad de Jesús, por consiguiente, no solo está construida con materiales de muy mala calidad, que se deshacen a poco que se los rasque, sino que el edificio como tal está construido, para utilizar una imagen que no pretende ser denigratoria sino solo suficientemente gráfica, sobre una ciénaga. Con esta imagen me refiero no solo ni principalmente a la distorsión de la historia, sino también y sobre todo al envilecimiento de aquellos sujetos que han servido, ya desde las Escrituras fundacionales del cristianismo, como chivos expiatorios y exutorios de la necesidad cristiana de dotar de sentido a la muerte de Jesús. Este es el auténtico reverso y de hecho la condición de posibilidad de la supuesta ejemplaridad de Jesús: la distorsión sistemática, el falseamiento y el ennegrecimiento del pueblo judío. El discurso cristiano está asentado sobre pilares en algunos de los cuales –al menos– la ejemplaridad moral y espiritual brilla, sí, pero por su ausencia. Y es sobre esa ciénaga sobre la que se levanta igualmente la aparentemente sublime, poética y civilizada prosa de Necesario pero imposible. De todo lo anterior, por supuesto, Javier Gomá no dice nada a sus lectores. Tanto es así, que él reproduce las distorsiones evangélicas repetidas ad nauseam en la historia de la exégesis confesional más rancia y obsoleta. En efecto, al hablar de Jesús, Gomá –por supuesto tras el preceptivo reconocimiento de boquilla de que Jesús fue un judío– se recrea página tras página en contraponer a este a su propia religión, de un modo que solo puede producir vergüenza ajena en alguien que posea un mínimo de sentido histórico, que sea consciente del grado de distorsión contenido en los evangelios, y que conozca la historia de la investigación y sepa cómo esta ha demostrado que cualquier intento de contraponer a Jesús al judaísmo no solo está condenado al fracaso sino condicionado por la más crasa ignorancia y los más penosos prejuicios. No es de extrañar, de todos modos, pues si Gomá no sabe nada sobre el Jesús histórico es también porque no sabe nada sobre el judaísmo. Gomá se refiere al sermón de la montaña como un programa ético “en el que la justicia veterotestamentaria es desbordada por una dosis de bondad sobreabundante” y afirma que Jesús introduce “una nueva imagen de Dios como Padre compasivo” (el judaísmo, claro, no conocía la figura de Dios como Padre compasivo, solo la del inmisericorde justiciero… Sin comentarios). Y que “el espíritu de profecía se extinguió en Israel y la conversión cedió su sitio en la religión judía al legalismo formalista”. Y que “Jesús, acosado por los sacerdotes, presiente la proximidad de su muerte violenta”. Y que “los judíos acusaron a Jesús de blasfemo y lo condenaron a muerte”. Y que “fue condenado por los sacerdotes, representantes oficiales del judaísmo”. Y así suma y sigue hasta el final del libro. Una cosa es que sea posible y legítimo argumentar a favor de la idea de que las autoridades judías tuvieron una participación en el destino de Jesús (aunque hay muy buenos argumentos para ponerlo en cuestión, esto no es descabellado a priori), y otra muy distinta asumir como históricamente verosímil el sesgado retrato evangélico. Gomá no dice una palabra a sus lectores de que hace más de un siglo Maurice Goguel demostró que hay toda una serie de indicios en los evangelios que apuntan a un arresto de Jesús efectuado por los romanos. Ni dice nada de las incongruencias y las inverosimilitudes que pueblan los relatos de la comparecencia de Jesús ante el sanedrín. Ni de que elementos esenciales de esos relatos pueden ser explicados como anacronismos. Ni de que hay una explicación extremadamente sencilla de que Jesús fue crucificado, que nada tiene que ver ni con presuntas blasfemias ni con supuestos mortales conflictos entre judíos, y que hace completamente superfluas tales arriesgadas explicaciones. Y Gomá no lo dice o porque no lo sabe o porque no le interesa decirlo, porque una historia alternativa a la versión evangélica haría que su bonita construcción se derrumbase en pedazos. Pero sea que el silencio se produzca por ignorancia o por interés, la cosa es francamente grave. Una reflexión crítica sobre la falta de ejemplaridad de Jesús lleva así a otra, no menos crítica, sobre la falta de ejemplaridad del discurso del propio libro Necesario pero imposible. Sus múltiples deficiencias –que han quedado patentes ya en las anteriores postales, y que seguiremos viendo en las próximas– son tantas y de tal calibre que a veces uno necesita leer dos veces para convencerse de que realmente está leyendo lo que tiene delante. Una de ellas fue señalada también brevemente por Antonio Piñero en la crítica de Revista de Libros, pero merece la pena que la reconsideremos a continuación, pues enseña mucho sobre la categoría intelectual del discurso de Gomá. Los lectores atentos se habrán percatado ya de que, tanto en esta postal como en alguna anterior, he hecho referencia con aprobación a diversos autores cristianos, señalando explícitamente su carácter confesional. Quienes nos dedicamos a estas lides sin las habituales camisas de fuerza, conservamos la independencia de juicio y la imparcialidad suficientes para citar a los autores en función del rigor y la fuerza de convicción de su argumentación, y no meramente en función de que sean aconfesionales o dejen de serlo. Nadie que quiera escribir con conocimiento de causa sobre los prejuicios antijudíos de la exégesis mayoritaria (confesional) podrá dejar de citar con reconocimiento a George Foot Moore, a Ed Parish Sanders o a Charlotte Klein. Nadie que quiera ocuparse de la escatología de Jesús podrá dejar de citar con aprobación los lúcidos análisis del protestante Johannes Weiss. Nadie que quiera plantear críticamente la cuestión de la identidad de los responsables del arresto de Jesús podrá dejar de citar con admiración a Maurice Goguel. Nadie que quiera plantear críticamente la discusión metodológica sobre el estudio de Jesús en la actualidad puede dejar de citar con simpatía a Dale C. Allison. Todos ellos son autores cristianos. A pesar de que algunos hemos criticado y seguimos criticando acerbamente las distorsiones ideológicas que acostumbra a generar con demasiada frecuencia la visión confesional, reconocemos sin ambages el valor intelectual de las obras de estos autores cristianos mencionados, y de otros. Esta es una de las muchas diferencias entre los especialistas sensatos y los autores crasamente doctrinarios como Javier Gomá Lanzón, cuya unilateralidad clama al cielo. En efecto, ya Antonio Piñero señaló con toda la razón que uno de los problemas de este autor está en la flagrante parcialidad de la bibliografía que utiliza. En su crítica escribe Piñero: “Se trata de una «literatura secundaria» totalmente unilateral, confesional […] Falta íntegramente la lectura de la otra parte, de la investigación independiente y seria, universitaria también, sobre Jesús”. Una vez más, sin embargo, Gomá –un autor cuya autocomplacencia no va a la zaga de su ignorancia–, incapaz de reconocer sus límites, intenta defenderse recurriendo una vez más a las falacias a las que ya nos tiene acostumbrados: "Cada uno de los temas que uno elige para investigar demanda un método o una aproximación específica. Naturalmente, en ese intento de ofrecer un relato creíble sobre la hipotética resurrección del galileo, aquella bibliografía que no es que niegue esta posibilidad, sino que lo considera de plano imposible, si no absurda, fuera de toda humana proporción y medida, como es el caso del propuesto Puente Ojea, no conviene a mi investigación. Este es un ejemplo de cómo esa llamada por Piñero «bibliografía confesional» podría ser denominada con mejor acuerdo «bibliografía profesional» por contraste con otra más ocurrente, más rompedora, más original, pero quizá dotada de menor grado de parsimonia científica". Este párrafo, una vez más, no tiene desperdicio. Resulta muy divertido, ante todo, oír a Gomá –en cuyo discurso, como hemos demostrado, todo rigor y toda ciencia brillan por su ausencia– querer juzgar sobre “parsimonia científica”. Y resulta desternillante, casi hasta las lágrimas, contemplar a alguien que no solo jamás ha hecho la más mínima contribución intelectual al estudio de Jesús y los orígenes cristianos sino que –como hemos comprobado en una postal anterior– tiene al respecto una considerable empanada mental atreverse a soltar la barrabasada de que autores como Reimarus, Eisler, Brandon, Maccoby y muchos más a los que se refiere Piñero son solo una literatura “ocurrente”. Pero ni siquiera estos disparates constituyen lo más penoso de estos párrafos. La falacia principal consiste –¿hace falta decirlo?– en lo siguiente. La crítica recibida por Piñero estribaba en que, en sus presuntas referencias a la figura histórica de Jesús, Gomá utiliza únicamente bibliografía sesgada y estrictamente confesional. Pero, en lugar de responder a la crítica, con un movimiento típico de trilero, Gomá se va por los cerros de Úbeda respondiendo que… ¡cómo va a utilizar él obras de autores que consideran imposible la resurrección del galileo! Debería resultar obvio que esto no tiene absolutamente nada que ver con la crítica de Piñero, que se refiere al estudio histórico de Jesús. El estudio histórico, cuando se hace de manera rigurosa, puede hacerse –y de hecho se hace– con total independencia de lo que uno crea sobre la “resurrección” –entre otras razones porque la “resurrección” nada tiene que ver con tal estudio. Por ello precisamente creyentes y no creyentes –al menos algunos– podemos ponernos de acuerdo sobre la capacidad de convicción o el valor de un argumento, independientemente de si quien lo ha presentado cree o no en Dios, la resurrección de Cristo, la virgen María, los gremlins o el Spaghetti Trascendental. Por tanto, que Puente Ojea o Fulano o Mengano sea un conocido no-cristiano que se chotea de todo lo trasmundano no tiene absolutamente nada que ver con su capacidad de análisis de la figura histórica de Jesús. Y viceversa: que uno crea en la resurrección de Jesús no le imposibilita por ello necesariamente a hacer un trabajo serio sobre la figura histórica de Jesús. Esta es la razón por la que todos los autores independientes que yo conozco –empezando por Reimarus, Robert Eisler, Samuel Brandon, Hyam Maccoby, y terminando en España por Gonzalo Puente Ojea, Antonio Piñero, Josep Montserrat o un servidor– citan en sus obras también a autores confesionales con aprobación, siempre y cuando sus argumentos sean convincentes. Porque esto es lo que hace cualquier autor dotado de juicio crítico y sentido común que aspira a la verdad. Javier Gomá no. Este autor, cuya unilateralidad se precipita directamente en el simplismo más atrozmente maniqueo, es incapaz de afrontar los argumentos que no sirven a sus mistificaciones, y por tanto no solo no cita la literatura no cristiana, sino que ni siquiera cita la bibliografía confesional más crítica, que desconoce por completo. El parroquialismo de Gomá es tan obvio y tan patético que no extraña que este tenga que recurrir a falacias para contestar a Antonio Piñero. Sería muy instructivo poner pausadamente a prueba el disparate de Gomá de que a la “literatura confesional” debería llamársele más bien “literatura profesional”, caracterizada por una genuina parsimonia científica. Por el momento baste, como ejemplo de “literatura profesional”, decir un par de cosas sobre uno de los héroes exegéticos de Javier Gomá –y, para ser sinceros, de muchos otros–, a saber, Joachim Jeremias. Nadie niega que Jeremias supiera arameo, que conociera muy bien la ciudad de Jerusalén, y que haya escrito algunas cosas interesantes. Solo que Jeremias se ha distinguido también por escribir un buen número de disparates cuya falsedad ha sido evidenciada hasta la saciedad. Ya hemos tenido ocasión de ver la “credibilidad” que merecían las genialidades de este autor sobre el “Abba” de Jesús. Pero no son las únicas. Aunque Joachim Jeremias se presentó en sociedad como gran especialista en literatura rabínica, consiguiendo que cientos de exegetas, teólogos y predicadores repitieran sus consignas, algunos autores que conocen o conocían las fuentes mejor que él ya se explayaron a gusto sobre las distorsiones y caricaturas que Jeremias efectuó. El propio Ed Sanders ha escrito páginas muy duras sobre ello, calificando las visiones del judaísmo (“judaísmo tardío”) propagadas por Jeremias como “wrong and malignant”; de hecho, Sanders escribió en uno de sus artículos que la distorsión de los testimonios operada por Jeremias “is so great that it must have been intentional” (“es tan grande que debe de haber sido intencionada”). Jeremias es uno de los más claros y machacones exponentes de la posición, estándar en la exégesis confesional durante siglos, de que Jesús abolió determinados aspectos de la Ley mosaica, y que “hizo temblar los fundamentos del judaísmo”, lo que habría provocado su muerte. Y ello, a base de otorgar credibilidad a todos los relatos evangélicos de conflicto intrajudío y de atribuirle las dimensiones mortales que le atribuyen los evangelistas (por cierto, algo de lo que se ven no pocos ecos en el propio discurso de Gomá). Lástima que, como mostraron Sanders y otros, las lecturas erróneas y caricaturas del judaísmo sean moneda corriente en la obra de Jeremias. Cambiando de tercio, fue también el gran Jeremias, por ejemplo, quien dijo de Von dem Zweck Jesu und seiner Jünger de Reimarus –una obra de la que alguien tan honrado y capaz como Albert Schweitzer afirmó con toda razón que constituye “uno de los mayores acontecimientos del espíritu crítico”– que era “un panfleto lleno de odio” (sic). Hay que haber leído a Reimarus y luego repetir la frase de Jeremias unas cuantas veces en voz alta para captar el grado de distorsión, prejuicio y hasta mala baba de la aserción de marras, que no calificaré de “rebuzno” solo porque Jeremias está muerto y no puede defenderse. Para terminar con una anécdota insignificante, nuestro buen Jeremias fue uno de los editores literarios del Festschrift con el que varios teólogos alemanes honraron a Karl Georg Kuhn, un tipo que se había unido al partido nazi en 1932, que había sido miembro de las SA entre 1933 y 1945, y que pronunció numerosas conferencias antisemitas a grupos de propaganda nazi, habiendo sido miembro del Instituto para la erradicación del Judaísmo de la vida eclesial alemana (sic) junto con otras lumbreras profesionales como Walter Grundmann. Exonerado por un comité de desnazificación, en 1954, Kuhn fue nombrado profesor de Nuevo Testamento en Heidelberg. Cuando se retiró en 1971, se hizo el volumen de homenaje que Jeremias editó –un volumen, por cierto, que no incluía la habitual biografía y bibliografía de las publicaciones de Kuhn, obviamente para evitar mencionar su implicación en el período nazi. En fin, Jeremias, ese verdadero y ejemplar “profesional”… Allá cada cual con sus estándares de calidad, fiabilidad y ejemplaridad. Una vez más hemos podido apreciar cuáles son los de Javier Gomá Lanzón. Continuará. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 1 de Julio 2015
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía XII En la isla de Árados, Pedro dialoga con la mujer mendiga Mientras los curiosos visitaban las artísticas vigas y otros monumentos, Pedro tuvo una conversación con una mendiga que le había llamado poderosamente la atención. Aquella mendiga, pobre y enferma, resultaba ser la madre de Clemente y de sus dos hermanos Nicetas (Faustino) y Aquila (Faustiniano). La casualidad había reunido a los perdidos miembros de la familia romana en un mismo lugar. Sumidos todavía en la ignorancia de sus respectivas personalidades, vivían sus últimos momentos de seres desconocidos. La Homilía XII recogía los detalles de un feliz reconocimiento. El mismo Pedro comenzó sospechando la realidad que tenía ante sus ojos, pero el relator, el “Yo, Clemente”, tan reiteradamente aludido en el texto de toda la obra, buen narrador, añadía detalles que sembraban en el lector nuevas incertidumbres. Iban enmascarados en el interés de la mendiga por ocultar su auténtica personalidad. Pero la narración que hizo Clemente sobre su familia y las circunstancias de su dispersión habían dejado impresionado a Pedro y poseedor de datos interesantes para descifrar el misterio de aquella familia. Las bases del viaje de Matidia con sus gemelos en un sueño fingido, los nombres auténticos de los jóvenes, el naufragio y sus consecuencias. Todo iba incluido en el contexto de la enfermedad de la mendiga y su anhelo por recuperar a sus hijos desaparecidos en la fatídica noche del naufragio. La prometida curación de los males de la mendiga provocó la confesión de la pobre mujer y la exposición de su historia. La reacción de la mendiga resultó ser una nueva versión de los sucesos narrados de primera mano por su gran protagonista. Como la mujer no entendió lo que Pedro le había dicho de forma ambigua, confiada en lo prometido, empezó a contar los más interesantes detalles de su caso: Versión de la historia de la familia dada por Matidia “Si hablo de mi familia y de mi patria, no creo que pueda convencer a nadie. No obstante, ¿qué más te da conocer esto o solamente la causa por la que tengo muertas las manos por el tormento de mis heridas? Sin embargo, te explicaré mi situación en la medida en que puedas escucharla. Siendo yo de familia muy noble, por orden de un hombre poderoso me convertí en la esposa de un varón emparentado con él. Y después de tener dos hijos gemelos, tuve otro hijo. Pero el hermano de mi marido se enamoró locamente de la desgraciada de mí, que deseaba vivir en castidad perfecta. Y al no querer ni entregarme a mi enamorado, ni revelar a mi marido el amor de su hermano hacia mí, decidí no mancharme con el adulterio, ni deshonrar el lecho de mi marido, ni enemistar al hermano con su hermano ni divulgar el oprobio de toda mi gran familia ante todos los demás. Como ya he dicho, decidí dejar la ciudad con mis dos gemelos para un cierto tiempo, hasta que cesara el amor impuro del que me halagaba para mi desgracia. Dejé, sin embargo, a mi otro hijo para que permaneciera con su padre para su consuelo” (Hom XII 15,1-4). Aquí tenemos la versión de los hechos sin eventuales interpretaciones de intermediarios. Es lo que realmente ocurrió, que Pedro recordó contra la interpretación del cuñado de Matidia, que pretendió después cambiar el sentido de los sucesos para interpretar falsamente los hechos como exigencia de la situación de los astros en el momento del nacimiento. El nuevo intérprete, deseoso de dar gusto al cuñado enamorado, recurrió a sus pretendidos conocimientos sobre la teoría del Nacimiento como explicación del destino de los hombres. La coincidencia de la versión de Matidia con la explicación que Clemente había dado a Pedro sobre la supervivencia de su familia (Hom XII 8) fue el argumento definitivo para el reconocimiento de la mendiga como madre de sus hijos. Nuevos detalles de la historia Pero la mendiga continuó narrando su historia aportando detalles y razones, que encajaban en el contexto de la situación. Así sonaba su relato: “Para que estas cosas sucedieran así, me propuse imaginar un sueño, como si alguien se me presentara de noche y me dijera: Mujer, sal enseguida de la ciudad junto con tus hijos gemelos durante un cierto tiempo hasta que te avise para que vuelvas acá; de lo contrario, morirás de mala muerte de forma imprevista junto con tu marido y tus hijos. Y así lo hice” (Hom XII 16,1). Ella misma ofrece datos con los que la narración de su hijo Clemente enriquece el conjunto de esta extraña historia: “Cuando conté a mi marido el falso sueño, quedó espantado, y me envió en barco a Atenas con mis dos hijos, con siervos y siervas, y dinero abundante con el objetivo de que educara a mis hijos, hasta que, -según dijo-, el que te dio el oráculo piense que tú debías retornar a mí. Por lo demás, navegando, desgraciada de mí, a la vez que mis hijos, arrojada por la furia del viento en estos lugares, deshecha la nave por la noche, padecí naufragio. Muertos todos, yo sola, desdichada, fui arrastrada por una ola violenta y lanzada contra una roca. Sentada, infeliz de mí, sobre ella, gracias a la esperanza de poder encontrar vivos a mis hijos, no me arrojé al abismo entonces cuando, teniendo el alma ebria por las olas, podía haberlo hecho fácilmente” (Hom XII 16,2-4). Situación penosa de Matidia La mendiga termina su relato contando las consecuencias del naufragio. Las gentes del lugar se compadecieron de los náufragos y los ayudaron en la medida de sus posibilidades. Matidia fue acogida por una viuda joven, que había perdido a su marido en un naufragio semejante y permanecía viuda por respeto a su esposo fallecido. El gesto agradó especialmente a Matidia, que acabó viviendo en casa de la viuda hasta que la fatalidad se cebó en ambas. Sus manos sufrieron una parálisis deformante, que las impidió trabajar y las obligó a vivir de la limosna. Matidia ignoraba que sus hijos habían sido vendidos en el mercado de esclavos en Tiro y habían ido a parar a casa de la piadosa Justa la cananea, cuya hija había sido curada por Jesús de Nazaret. Su inicial amistad con Simón Mago fue causa de su conocimiento de la persona y las obras del Mago. Los dos gemelos dieron a Pedro informes útiles para su debate con Simón. Cuando esto sucedía, estaba inminente el reconocimiento de Matidia con sus hijos. Pedro fue un agente necesario del suceso básico en el desarrollo de las novelas griegas de la época. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 28 de Junio 2015
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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