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Hoy escribe Fernando Bermejo
Herodes Antipas es una figura bien conocida de la historia judía en la primera mitad del s. I de la era común. Tetrarca de Galilea y Perea, mandó ejecutar a Juan el Bautista, y en los Evangelios hay rastros de que, si hubiera podido, probablemente también se habría deshecho de Jesús el galileo. La antipatía era mutua: Jesús –que nunca parece haber intentado siquiera buscar la salvación del tetrarca– evitó los centros de poder de Galilea y se refirió a Antipas en términos claramente despreciativos. Pues bien, ¿estuvo este personaje alguna vez en Hispania? Es sabido que, tras varias décadas como tetrarca, acabó siendo desterrado por Gayo Calígula. La cuestión es: ¿adónde? Resulta que, mientras que todos los manuscritos de De bello judaico de Flavio Josefo (Bell 2) afirman que Antipas fue desterrado a “Hispania”, y que más tarde murió en “Hispania”, el paralelo en Antigüedades 18, que se refiere a su destierro pero no a su muerte, dice que fue enviado a “Lugdunum, una ciudad de la Galia” (Lyon). La edición de Niese de 1894 de la Guerra Judía 2, 183 enmienda el texto griego en dos ocasiones para leer “Galia”, explicando en el aparato que la enmienda toma como referencia el texto de Antigüedades. Pero ¿es esto convincente? En primer lugar, no parece haber razón para preferir una lectura a otra, dado que “Hispania” es una magnitud conocida. En segundo lugar, no hay ninguna razón evidente por la que Galia fuera un lugar de exilio más probable de lo que lo habría sido Hispania –o, para ser más precisos, no hay una razón obvia por la que Josefo debería haber pensado, o escrito, que Galia era un destino más probable que Hispania. En tercer lugar, “Galia” y “Hispania” no son paleográficamente similares, de modo que podamos explicar fácilmente el cambio de términos achacándolo a un error de copia. Así pues, parece más aconsejable dejar el texto de De bello judaico como está, y dejar abierta la posibilidad de que Josefo se haya equivocado, o haya cambiado de opinión, en los quince o veinte años que pasaron entre la redacción de ambas obras. Esta posibilidad es tanto más plausible cuanto que en este caso hay dos explicaciones fáciles de por qué Josefo podría haberlo hecho. Además de una Lugdunum en Galia, había también una Lugdunum Convenarum en la frontera entre Galia e Hispania. Así pues, si Josefo sabía que Antipas había sido exiliado a “Lugdunum” puede haber cambiado su opinión, entre la Guerra y Antigüedades, o bien con respecto a de qué localidad se trataba, o –si sabía que se trataba de Lugdunum Convenarum– con respecto a si la ciudad fronteriza tenía que ser considerada parte de Galia o de Hispania. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 9 de Abril 2014
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Hoy escriben Carlos A. Segovia y Antonio Piñero
Queridos amigos: Carlos A.Segovia, bien conocido por todos ustedes, ha organizado un Seminario en la Fundación Zubiri de Madrid, c/ Núñez de Balboa 90, 5º. Tf. 91431 5418, los días 12 y 13 de mayo, lunes y martes respectivamente sobre el tema del surgimiento del cristianismo y del judaísmo moderno, su camino paralelo, como fenómenos judíos de la época del Segundo Templo (desde el retorno del exilio hasta la caía de Jerusalén y la aniquilación del templo de herodes el Grande), y su lenta separación que dura hasta los siglos IV/V de nuestra era... a cargo de Daniel Boyarin... Boyarin es el autor del famosísimo libro Espacios fronterizos. Judaísmo y cristianismo en la Antigüedad Tardía, Madrid, Trotta, 2013, y de un pequeño libro, maravilloso y verdaderamente rompedor, titulado "The Jewish Gospels. The Story of the Jewish Christ", New York, The New Press 2012. Unas diez horas nada menos con uno, o quizás el máximo, de los investigadores judíos actuales con repercusión máxima fuera de Israel. El precio del Seminario es bien bajo: 100 euros. El título es "Rethinking/Remaking of A Difference" El seminario será en inglés, seguro que facilito, porque Boyarin es un excelente pedagogo. Estar diez horas en contacto con un genio ¡no tiene precio!, en mi opinión. Les transcribo a continuación la versión española de la introducción a este Seminario que ha escrito Carlos A. Segovia: La definición cristiana del judaísmo en tanto que religión ha tenido perdurables y complejos efectos en la auto-definición de los judíos, desde la antigüedad hasta nuestros días. No es posible decir que el judaísmo existía con anterioridad al cristianismo, sino que hay que ver en él un hecho interno al proceso de invención del cristianismo. El cristianismo, al constituirse como religión, necesitó de la diferencia religiosa, necesitó que el judaísmo fuera su otro —la religión falsa. El judaísmo nació cuando el cristianismo separó la creencia y la práctica religiosa de la Romanitas, el culto religioso de la cultura. Los rabinos desarrollaron su propio sentido de la identidad, en parte, “apropiándose” de la idea de identidad formulada por algunos autores cristianos primitivos. Esta parcial “apropiación” no es sin embargo, en mi opinión, producto de la influencia ejercida por el cristianismo sobre el judaísmo, sino un intento de actuar de cierta manera por parte de los judíos no-cristianos en una situación “colonial”. Debe interpretarse, propondré aquí, como una suerte de mimetismo en el sentido postcolonial del término y, por lo tanto, como un acto de resistencia. Finalmente —al menos en el último periodo de la antigüedad tardía— el judaísmo rabínico rechazó la opción de convertirse en una religión, otra de las especies que el cristianismo ofrecía. En el estadio final del movimiento rabínico clásico, la idea de que la identidad es algo que se otorga y no algo que pueda alcanzarse —o perderse— terminó por ser emblemática del judaísmo, que redefinió así el uso “locativo” de la noción de identidad. Podría decirse que lo que diferenció finalmente al judaísmo y al cristianismo, lo que hizo de ellos diferentes productos en la historia de la cultura religiosa post-israelita, fue el re-enraizamiento del primero, esto es, la a/negación de la religión en tanto que categoría discreta de la experiencia humana, el rechazo de los judíos a ser interpelados como miembros de una religión. Al final, no es que el cristianismo y el judaísmo sean dos religiones autónomas o diferentes, sino que son dos cosas completamente distintas. De acuerdo con estas observaciones, el seminario busca analizar, desde una nueva perspectiva, los orígenes de la noción de “religión” en cuanto tal. Y aquí va el vínculo para mayor información. https://sites.google.com/site/origenesdelcristianismo/2014-2nd-edition Saludos cordiales de Carlos a. Segovia y Antonio Piñero
Martes, 8 de Abril 2014
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Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía III 67-69 La semana pasada tuvimos la ocasión de asistir a las gestiones de Pedro encaminadas a la búsqueda laboriosa de un sucesor y al debate sobre las características precisas para la elección. Pedro no tuvo ojos para otros candidatos al margen de su preferido, que no era otro que el antiguo publicano Zaqueo. El personaje había tenido un gozoso encuentro con Jesús según el texto canónico del evangelio de Lucas. Jesús había caído muy bien al antiguo publicano, que tuvo deseo de conocer a Jesús sin intermediarios. Y Zaqueo, su gesto y sus actitudes arrancaron de Jesús un elogio sin dudas ni condiciones. Zaqueo fue el elegido como sucesor Zaqueo fue, pues, el elegido. Su resistencia topó con la dialéctica de Pedro. Las razones del candidato para verse libre del cargo no tuvieron ni fuerza ni gracia ante la clarividencia de Pedro. El que no quería en principio se vio obligado por los argumentos y la caridad del Apóstol. No podía Zaqueo, en efecto, presentar a nadie que lo superara en erudición ni en preparación para un cargo tan importante. Sus reticencias se vinieron abajo ante el ataque inmisericorde de Pedro. “Si crees que hay otro que merezca el cargo más que tú, preséntalo”. Disciplina Seguía luego Pedro hablando de las obligaciones del cargo de obispo, del jefe de quien depende toda la acción de la Iglesia. Menciona, como es natural, a los presbíteros, a los diáconos y a los demás hermanos. Sus consejos pueden resumirse con la frase de San Ignacio de Antioquía: Nihil sine Episcopo (Nada sin el obispo). Y en esencia, una palabra, concentra la función personal de cada cristiano como miembro de su comunidad: disciplina (o actitud). Ventajas del matrimonio A diferencia de los Hechos Apócrifos, esta literatura presta una atención particular al matrimonio. El autor recomienda con obsesión la castidad y reprocha con ardor el adulterio y sus funestas consecuencias. Pongo la versión del capítulo 68 de la Homilía III, porque en ella vemos el criterio de Pedro interpretado por el Pseudo Clemente: “No sólo inculquen el matrimonio a los jóvenes, sino también a los de edad avanzada, no sea que el apetito ardiente lleve la peste a la Iglesia con ocasión de la fornicación y el adulterio. Pues por encima de cualquier pecado, Dios abomina la impiedad del adulterio, porque no sólo destruye al pecador, sino también a los que comen con él y con él conviven. Pues se parece a la rabia, que por naturaleza contagia su propia locura. Así pues, por la castidad que se apresuren a celebrar las bodas no sólo los presbíteros, sino también todos. Ya que el pecado del adúltero llega a todos a la fuerza. Pero el procurar que los hermanos vivan la castidad es la primera obra de misericordia, pues es la salud del alma, porque la salud del cuerpo es el descanso” (Hom III 68,1-4). En otros pasajes compara el autor la gravedad de ciertos pecados, y el adulterio queda prácticamente a la altura del homicidio. Lo dice Pedro con claridad: “Dios abomina la impiedad del adulterio por encima de cualquier pecado”. La práctica de la vida de castidad es la primera obra de misericordia. Es incluso la salud del alma. Por estas razones, el autor la recomienda. Es por lo tanto una de las obligaciones de los presbíteros el procurar el matrimonio para todos los fieles, empezando por ellos mismos. Las bienaventuranzas Sigue Pedro insistiendo en la necesidad de una vida de caridad mutua. Para ello, nada mejor que hacer una glosa detallada de los consejos de vida contenidos en el discurso sobre las Bienaventuranzas. Así recomienda Pedro la práctica de la caridad para todos, particularmente, para los más necesitados: “Alimentaréis a los hambrientos, proporcionaréis bebida a los sedientos, vestiréis a los desnudos, visitaréis a los enfermos, ayudaréis en la medida de lo posible a los que están en la cárcel, acogeréis de buen ánimo en vuestras propias moradas a los peregrinos, a nadie odiaréis” (Hom III 69,1). El tema de las bienaventuranzas es un tema socorrido en varios pasajes de esta literatura. No en vano es uno de los discursos más famosos del Profeta Verdadero. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 6 de Abril 2014
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Hoy escribe Antonio Piñero
Una vez que hemos analizado la cuestión de la veracidad de la Biblia en algunos puntos esenciales, y hemos visto cómo en este voluminoso libro hay una enorme recogida de datos históricos, cierto, pero que en él, sobre todo, tienen su ámbito natural múltiples leyendas de muy diversas regiones y países, oráculos de profetas, cuentos, sabiduría y folclore popular, podemos preguntarnos finalmente si cabe defender que el inspirador de todo este inmenso y abigarrado conjunto, producto de diversas culturas del Oriente Medio próximo, fue un Yahvé extraterrestre que viajaba durante el éxodo delante de su pueblo en una nave espacial (véanse los textos recogidos y comentados en las postales número 487, 488 y 489), y si cabe opinar con verdadero sentido histórico que algunos relatos de este conjunto folclórico reflejaban, sin que los autores ni redactores durante siglos fueran plenamente conscientes, la descripciones de ovnis y otros fenómenos por el estilo. Como filólogo, escéptico, racionalista y un tanto agnóstico, me veo inducido a sostener --por la historia de la composición de la Biblia que hemos descrito a grandes rasgos-- que el causante del conjunto de la parte que debemos calificar como no histórica en la Biblia es la facultad mitopoética (“creadora de mitos”) del ser humano, tal como muy acertadamente reflejó ya hace muchos siglos Jenófanes de Colofón (hacia 570 a.C.- 468) hablando de un tema semejante. De este autor se conserva muy poco, pero ha llegado hasta nosotros un fragmento interesante escrito dentro del contexto de una acerba crítica del politeísmo: se trata de un momento de su poema Sobre la naturaleza, conservado fragmentariamente por Clemente de Alejandría (Stromata V 109,2-3; VII 22,1) y que dice así Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido y que tienen vestido, voz y figura humana como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros; y los tracios, que tienen los ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar como los humanos, los caballos dibujarían las imágenes de sus dioses semejantes a las de los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes, y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo. Quiso con ello decir Jenófanes que “son los hombres los que crean a los dioses y no los dioses a los hombres”, y el pensamiento de los muy diversos autores y redactores de la Biblia, al no poder eludir esta regla, estuvo condicionado por las concepciones y la cosmovisión de su tiempo. Pues bien, la concepción del mundo que refleja el conjunto de la Biblia no podía incluir en ella de ningún modo extraterrestres ni nada parecido, pues su concepción del mundo era muy pequeña y geocéntrica. No cabían en ella más que una tierra minúscula, rodeada de las aguas del océano, que tenía por encima siete cielos, en los que, en el primer y segundo círculo, estaban insertados el sol y la luna; una concepción en la que el paraíso estaba en el tercer cielo, del cuarto al sexto estaban llenos diversos espíritus servidores del Altísimo, y el trono de éste y sus más altos ángeles en el séptimo En esta visón del mundo las estrellas del firmamento era un conjunto de astros fijos, llameantes, pequeños, controlados por ángeles o arcontes al servicio de la divinidad, que giraba todo a la vez en el cielo, el denominado círculo de las estrellas fijas, de izquierda a derecha. Un mundo en donde el reino de los muertos ocupaba, por debajo de aguas primordiales que sustentaban la tierra, sólo tres esferas, y además más pequeñas que las siete celestes, donde sólo moraban los muertos como sombras flotantes. En este universo no cabían extraterrestres, ni nada parecido. Sencillamente no hay universo para ellos, porque todo el universo es pequeño, aprehensible y sencillo; porque todo está controlado por una divinidad suprema y unos dioses, o ángeles / espíritus secundarios que la sirven. No hay hueco para galaxias, otros mundos extraterrestres ni posibilidad alguna de que sus posibles habitantes pudieran influir en este universo más allá de lo que el Dios supremos y su corte ángeles permitiera a otros espíritus siempre controlados de algún modo por Yahvé. En conclusión: va contra el conocimiento de la Antigüedad que tienen las ciencias históricas, arqueología incluida, explicar lo que son meramente fantasías del ser humano reflejadas en la Biblia, o remotas leyendas, obscuras en su origen, por lo más obscuro de hipótesis indemostrables sobre seres de más allá, incluso de nuestra galaxia. Los fenómenos aéreos paranormales en la Biblia son representaciones de una divinidad, que al final acabará por ser considerada como única, a la que no se puede representar más que a base de los símbolos y de la fantasía. Dirá alguien que esta conclusión no es válida, porque quizás toda la Biblia, no sólo los fenómenos paranormales en ella consignados, puede explicarse por la acción de seres extraterrestres, de la que no queda más que huellas…, y que ellas son esos fenómenos paranormales. Entonces respondería: a grandes afirmaciones, grandes pruebas. Y si no las hay, prefiero los resultados de la arqueología y la crítica literaria e histórica. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 3 de Abril 2014
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Hoy escribe un ciudadano conmovido
Me disponía a hablarles de Herodes Antipas, pero no sé por qué –quizás por alguna extraña asociación de ideas– el cuerpo me pide a última hora referirme brevísimamente al funeral de Estado de un expresidente español. Tengo que confesar que lamento sobremanera no haber visionado el mencionado espectáculo que, según creo, fue retransmitido en la Televisión Pública. Tenía otras cosas que hacer, ciertamente menos importantes. No obstante, me he hecho una idea cabal viendo un par de fotografías panorámicas y leyendo o escuchando algunas de las perlas del momento. Suficiente para haberme quedado satisfecho y haberme sentido orgulloso, una vez más, de ser ciudadano de este país. Uno de los aspectos que más me ha gustado es que una vez más ha quedado de manifiesto la modélica aconfesionalidad del Estado Español: toda la plana mayor de las más altas autoridades del Estado, incluyendo a sus Católicas Majestades, escuchando devota y respetuosamente las ocurrencias de uno de los Hechiceros Mayores del Reino, ante el cual ya han inclinado la cerviz en cientos de ocasiones todos los miembros de la familia real. Reconforta comprobar una vez más la superación de todo cainismo y anticlericalismo trasnochados, y el grado de tolerancia y de aconfesionalidad del Estado. Y lo que me conmueve de modo igualmente hondo es que una vez más ha quedado de manifiesto el inmenso respeto por la justicia y los Derechos Humanos de nuestros gobernantes, abriendo a un Feliz Dirigente Guineano las puertas de nuestro país. Por supuesto que habría sido una falta de consideración y de decencia cerrarle la puerta. Además, esta hospitalidad está en plena consonancia con el hecho de haberle invitado a pronunciar una conferencia sobre la lengua española en una sede del Instituto Cervantes, a este prohombre que, entre otras lindezas, honra el lenguaje negando la existencia de pobreza en Guinea (“pobreza” es, ciertamente una palabra muy fea del diccionario) o diciendo que todo gobernante es un dictador, porque todo gobernante –sic– dicta las normas por las que se rige su pueblo. ¿Quién puede resistirse a tanta lucidez lexicológica y semántica, a tanto buen gusto? No sé si asistieron doña Cristina y don Iñaki, pero deberían haberlo hecho: no habrían desmerecido lo más mínimo en esta lucida ceremonia. Un bonito funeral de Estado. Y un precioso funeral católico, sí señor. Saludos cordiales de un ciudadano conmovido
Miércoles, 2 de Abril 2014
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Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
La dignidad y autoridad del obispo La importancia de la sucesión en el gobierno de la Iglesia queda bien plasmada en la obsesión de Pedro de buscar un digno sucesor. Lo encontró en la persona del antiguo jefe de publicanos Zaqueo, conocido por su encuentro con Jesús (Lc 19) y por el hospedaje que le ofreció junto con un cambio de conducta que lo convertía en digno de la salvación. Es uno de los personajes del Nuevo Testamento que el Pseudo Clemente incluye en el elenco de los actores de su historia. La función desempeñada en esta literatura por Zaqueo no desmerecía de la categoría de su dignidad de jefe de los publicanos. Nolentes quaerit ecclesia En el caso de Zaqueo, como en el de Clemente, se cumple el axioma eclesiástico de que para obispos nolentes quaeruit ecclesia, la Iglesia busca a los que no lo desean, generalmente por humildad. Pedro trata de animar a su candidato con argumentos tan sinceros como cariñosos. Es verdad que el cargo comporta riesgos y sacrificios, pero también lo es que la recompensa prometida logra igualar los platillos de la balanza: “Lo mismo que lleva consigo esfuerzo y peligro el gobernar la Iglesia de Cristo, tanto mayor es la recompensa” (Hom III 65,1). El cargo de obispo para el mejor Del mismo modo, el castigo será mayor para el que puede asumir el cargo, pero rehúsa. Y Pedro no duda de que Zaqueo es “el más erudito de los presentes”. Tiene las dotes necesarias para el cargo de obispo. Su renuncia lleva también consigo el riesgo de un eventual castigo, que será consecuencia de la tentación de falsas humildades. Además, el resultado podría ser efecto del refugio en la comodidad del anonimato. Un anonimato que podría representar una pérdida para el caudal de la Iglesia. Por eso Pedro insiste con argumentaciones de hombre enterado y consciente de su pretensión. Porque conoce las obligaciones del cargo y los valores de Zaqueo. Su ataque dialéctico no tiene vuelta de hoja y anula todas las excusas posibles que pueden aducir los nolentes. Ésta es la postura del apóstol frente a las dudas de su candidato. “Pero si no quieres ser constituido como buen custodio de la Iglesia, señala a otro en tu lugar, que sea más erudito y más fiel. Mas no lo podrás, pues tú conviviste con el Señor, contemplaste sus obras maravillosas y aprendiste la administración de la Iglesia” (Hom III 3-4). Si no aceptas, busca a otro mejor El ataque de Pedro ad hominem deja diáfana su opinión sobre el antiguo publicano. Busca a un buen custodio para la Iglesia. Piensa en el mejor y no encuentra a otro que supere a Zaqueo en erudición y fidelidad. En consecuencia, lanza un reto a su candidato. Si rehúsas por tus razones personales, señala a otro que supere tus cualidades. Intento imposible en opinión de Pedro. En Zaqueo coinciden unas circunstancias exclusivas, que nadie posee. Convivió con el Señor, fue testigo ocular de sus obras maravillosas, es un experto en la administración de la Iglesia. Evidentemente, no hay quien dé más. Zaqueo no tiene, pues, escapatoria posible. La labor del obispo y el valor de su palabra Mucho menos por las razones que Pedro destaca en la labor del obispo. Ocupa el lugar de Cristo, su palabra goza de la autoridad de su Maestro, es decir, de Dios. La obediencia de sus fieles a su palabra y sus normas es la garantía de la salvación. Proclama esta doctrina con claridad y contundencia para que los fieles sepan lo que se juegan. Deja ya la tercera persona normativa y casi legal para poner ante los ojos de Zaqueo las consecuencias de su autoridad: “El que desobedece tus órdenes, desobedece a Cristo, y el que desobedece a Cristo exaspera a Dios”. Y continúa concretando su pensamiento en detalles nimios y sencillos, pero sobre todo, claros. La Iglesia es como la ciudad edificada en alto, que es objeto de contemplación del mundo. Por ello merece “una organización piadosa y un buen gobierno”. El obispo es el jefe, sus palabras son la norma. Los presbíteros deben esforzarse en que esa norma se cumpla. Los diáconos deben cuidar sus relaciones con los fieles y dar parte al obispo, a quien corresponde la decisión decisiva. La actitud esencial y normativa es la concordia. Toda clase de problemas puede y debe resolverse co0n la reconciliación, por la que trabajarán los servidores de la Iglesia, que llevarán sus experiencias al obispo. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 30 de Marzo 2014
NotasHoy escribe Antonio Piñero Acabábamos la postal anterior con la siguiente pregunta: “¿Confirman los múltiples datos arqueológicos de excavaciones muy numerosas esta descripción de la conquista de Canaán? Rotundamente no. La arqueología presenta una situación en Canaán que no corresponde en nada a esta pintura de ciudades guerreras, ampliamente fortificadas y luego destruidas por la mano de Yahvé y de los israelitas. No había nada de eso. Jericó, por ejemplo, en esta época, era un poblacho pequeño, pobre y sin fortificación alguna. Y así las demás. No hubo, pues, a tenor de datos arqueológicos incontestables, conquista de Canaán, tal como lo pinta la Biblia Se impone por tanto la formación de otra hipótesis explicativa. Lo que ofrece la arqueología es otra visión distinta, a saber que en las colinas del interior de Canaán, en la Edad del hierro, en torno al 1200, se produce una colonización pacífica y lenta de gentes de dentro del país, también semitas o cananeos, que viniendo de otras regiones del sur del mismo país comienzan a formar pequeñas aldeas a escala muy pequeña en as zonas del norte: villas minúsculas de grupos de unos 50 habitantes, cuyo terreno apenas ocuparía media hectárea. Como la arqueología no da señales de invasión violenta, murallas abatidas, incendios y grandes destrozos de núcleos urbanos, lo único que se puede concluir es que hubo una invasión pacífica de un Canaán bastante despoblado y decaído, desde el 1200 hasta el año 1000, de una población también semita, muchos de ellos cananeos, pero de otras regiones que en total no llegaría a las 45.000 personas. A pesar del odio contra los cananeos que respiran los relatos bíblicos de la conquista, los primero habitantes de Israel earn también cananeos, o bien “hapiru”, hebreos, cuya estirpe lengua y costumbres son casi iguales a las cananeas. Quizás por eso el odio, como suele ocurrir entre ciudades vecinas. La conclusión general acerca de la realidad de la conquista por parte de Finkelstein y Silbermann merece citarse: “El proceso descrito en nuestro libro es, en realidad, el contrario del que encontramos en la Biblia: la aparición del primitivo Israel, los hebreos, fue el resultado del colapso natural de la cultura cananea, no su causa. La mayoría de los israelitas no llegó de fuera de Canaán, sino de su interior. No hubo, pues, una conquista violenta de Canaán. La mayoría de las personas que formaron el primer Israel eran gentes del lugar, las mismas que se ven las tierras altas a lo largo de las edades del Bronce (3.500-1150) y de la primera edad del Hierro (1550-900). En su origen los primeros israelitas fueron también –ironía de las ironías-- ¡cananeos!”. Respecto a los reinados de David y Salomón, tan emblemáticos para los judíos y el primero, sobre todo, para el Israel actual, los resultados de la arqueología no pueden ser más decepcionantes, teniendo sobre todo en cuenta el mito del gran Israel que fue el reinado de David que es el sustento del estado del Israel moderno. Según las prospecciones arqueológicas realizadas con enorme cuidado por arqueólogos israelitas, la ciudad de David, Jerusalén, en el siglo X a.C. era una villa minúscula cuyos habitantes no llegaban al millar y medio de personas. David, por tanto, más que el rey y administrador de un imperio, el Gran Israel, era un reyezuelo de un país pequeño y pobre. Se parecía más al jefe de una cuadrilla de mercenarios que a un monarca. Y en cuanto a Salomón, cuya riqueza era proverbial, cuyos caballos y carros de combates se contaban por miles, que había construido un templo a Yahvé con esplendor y cuya corte fastuosa había atraído la admiración de la reina de Saba, las excavaciones nos dicen que la construcción más grande de la Jerusalén de su tiempo –incluso mayor que otra que podría ser un templo minúsculo--, que debía ser el palacio real con todos sus aledaños, tenía una cuadra mínima donde apenas cabría un decena de caballos… Con otras palabras: el fasto y toda la parafernalia del reino y corte de Salomón es pura fantasía. La conclusión en conjunto no puede ser más desoladora para la veracidad histórica de los primeros libros de la Biblia y las historias de sus reyes hasta el siglo VII a.C.: las narraciones de la creación y el diluvio están tomadas de sumerios y acadios y son míticas. Igualmente mítico es el paraíso y el pecado de Adán; míticos son los relatos de la expansión de los pueblos y de la división de las lenguas en la torre de Babel. Las leyendas sobre Abrahán y sus descendientes, muy antiguas ciertamente, se reúnen en el siglo X, 700 u 800 años después y reciben su forma primera y contundente en el siglo VII a.C. en el reinado del rey Josías. Las epopeyas del éxodo, de Moisés, de la conquista de Canaán y la exageración asombrosa sobre los reinados de David y Salomón nos llevan ineluctablemente a pensar que la Biblia comienza a montarse como libro mítico-legendario-histórico-jurídico y profético en el siglo VII a.C. y que no cesa de sufrir elaboraciones hasta bastante después del exilio de Babilonia. Una vez asentados más o menos los textos, hacia el siglo IV hasta el III a.C., las obras principales reciben retoques y retoques en forma de nuevas recensiones. Estas fueron fundamentalmente tres: la traducción al griego denominada de los LXX, su texto hebreo básico, luego muy depurado y editado, y el Pentateuco samaritano. Llegamos al siglo II a.C. y aún no tenemos un texto bíblico absolutamente fijo; se siguen haciendo ediciones del texto hebreo y del griego, por lo menos tres, ni tampoco tenemos todavía todos los libros de la Biblia hebrea con los que contamos hoy. Llegados al siglo I, época de Jesús y de Pablo, el texto bíblico se ha ido fijando, se han formado tres bloques de escritos sagrados, Ley, Profetas anteriores y posteriores (lo que incluye los libros históricos de 1 2 Samuel y 1 2 Reyes) y los salmos, Proverbios y Job. Tenemos que llegar a finales del siglo I d.C. para que tengamos, gracias a las obras del historiador judío Flavio Josefo, Contra Apión y las Antigüedades de los judíos, la lista de libros sagrados de los judíos…, que más o menos coincide con la actual. En la época de Jesús, desde el alumbramiento de las historias de la creación en Sumeria habían pasado más de 4.000 años de continua evolución, y de los relatos del éxodo, conquista de Canaán y los reinados de David y Salomón, más de 1.000 años, de continua edición, pulido, aumentado y abrillantado. Como el centro del comienzo de la producción de la Biblia es el siglo VII a.C., reinado de Josías, y desde allí se escribe hacia atrás y hacia delante cronológicamente (el último libro de la Biblia hebrea es el libro de Daniel que se compuso en la época de los Macabeos hacia el 160 a.C.) debemos concluir que desde ese siglo VII a.C. hacia atrás casi todo es fantasía: se dibuja un Israel tal como se desea que hubiera sido en el pasado para fundamentar el presente, y desde el siglo VII hasta el II a.C. se dibuja un Israel tal como se desea que fuera en el futuro. La Biblia acaba convirtiéndose en un anhelo mesiánico de triunfo futuro que fundamenta esa victoria final de Israel en el cumplimiento de las promesas de Dios a Abrahán hechas casi al principio de los tiempos: “serás padre de numerosos pueblos (Gn 17,5), que traducido a román paladino significa: Israel dominará a numerosos pueblos que aceptarán de algún modo la supremacía de Yahvé sobre sus propios dioses…, lo cual se traduce en supremacía económica y guerrera del minúsculo pero poderosísimo Israel Apoyado muy efectivamente por el “Brazo de Yahvé” y sus legiones de ángeles. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 27 de Marzo 2014
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Hoy escribe Fernando Bermejo
La celebración del cumpleaños fue una práctica usual en Grecia y Roma, pero –como muestra la Biblia por su silencio sobre el asunto– no lo era en el antiguo Israel. Uno se pregunta si esto cambió cuando los judíos se encontraron con el mundo grecorromano, si este fue uno de esos aspectos en los que la aculturación se manifestó. El dossier de testimonios relevantes al respecto no es precisamente abundante. Uno de los escasos elementos disponibles es un texto del historiador Flavio Josefo. En Antiquitates 19, 321 Josefo cuenta que el rey Agripa I (el “Herodes” de Hch 12, nieto de Herodes "el Grande") estaba de tan buen humor en un banquete en el que celebraba su cumpleaños que perdonó al comandante en jefe de su ejército, a quien había exiliado con anterioridad. Esto, en principio, resulta razonable. Herodes había sido educado en Roma (según nos cuenta también Josefo en Antiquitates 18). Y no olvidemos que en otra fuente (Mt 14, 6; Mc 6, 21) se dice que otro Herodes, Antipas, el tío de Agripa, celebró también su natalicio (aunque se ha conjeturado también que el término griego correspondiente podría referirse al aniversario de su coronación), y que en esa ocasión hubo danza y jolgorio. No obstante, antes de añadir Antiquitates 19, 321 al fichero que recoge los casos de aculturación judía en la Antigüedad, deberíamos recordar que el relato de Josefo recuerda extrañamente a Génesis 40, 20, donde, en plena historia de José, se lee que el faraón, mientras celebraba su natalicio, restituyó en su oficio al jefe de sus escanciadores, que volvió a servirle. Por supuesto, esta semejanza entre los pasajes quizás no signifique mucho (hay también algunas diferencias). Pero si nos tomamos la molestia de leer la información sobre Agripa en los libros 18 y 19 de Josefo, resulta que nos encontramos con otros varios ecos de la historia bíblica de José. Así, por ejemplo, en Ant 18, 237, cuando Tiberio muere y su sucesor, Gayo Calígula, libera a Agripa de la presión, Josefo cuenta que al ser liberado, pero antes de aparecer ante Calígula, Agripa se hizo cortar el pelo y cambió su vestimenta. Cosas tan mundanas parecen tener que ser asumidas aun si Josefo no las contase –lo cual es una razón ulterior para conjeturar que Josefo las escribió porque están en Gen 41, 14: cuando José es liberado de la prisión “se afeitó y cambió sus vestidos y se presentó ante el faraón”. Y en el mismo pasaje (Ant 18, 237) se cuenta que Calígula dio a Agripa una cadena de oro cuando este fue liberado de su prisión; en Gen 41, 42, el faraón da a José un collar de oro. Otras similitudes son perceptibles (confróntese, por ejemplo, Ant 18, 195-201 y Gen 40, 16-19). Si ahora volvemos a Ant 19, 321 y nos preguntamos si aceptarlo como prueba de que Agripa celebró su cumpleaños, probablemente nos lo pensaremos dos veces. Quizás nos las veamos aquí con un topos literario: Josefo podría haber estado interesado en aplicar una historia bíblica que se centra en un joven y talentoso judío alcanzando la grandeza en una capital imperial, cuando cuenta e interpreta la carrera de otra figura semejante de su propia época. Así pues, tal vez Josefo simplemente inventó la celebración de cumpleaños de Agripa con un determinado propósito narrativo (no sabemos si asumiendo o no que sus lectores entenderían su intención). Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 26 de Marzo 2014
Notas
Queridos amigos:
Para los que vivan en Madrid y tengan tiempo e interés, les recuerdo que mañana miércoles día 26, a las 20.00 horas, pronunciaré una conferencia sobre "Los cristianismos primitivos y la Gnosis", en la sede de la Gran Logia Provincial de Madrid, c/ Juan Ramón Jiménez, nº 6, bajos,(parte posterior del Ministerio de Economía) metro Cuzco. Saludos cordiales. Antonio Piñero
Martes, 25 de Marzo 2014
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Nos quedamos el otro día subrayando la intención de Pedro sobre el interés personal acerca de la importancia de cuidar el tema de la sucesión. La comunidad cristiana necesita pastores que la cuiden y dirijan. El tema tiene una transcendencia particular, porque son varios los elementos que intervienen en la operación. Hay de por medio una misión del Enviado del Padre, que transmite su intención a un grupo de discípulos que responden a la denominación de “Apóstoles”, precisamente por la herencia de esa misión de “Enviados” Condiciones del futuro obispo En una de las cartas introductorias a estas Homilías se describe en concreto la serie de cualidades que deben reunir los designados para el gobierno de la comunidad. Ahora Pedro reflexiona sobre esas condiciones esenciales en el momento de tomar la decisión concreta de la elección. Éstas son sus palabras envueltas en sus razonamientos: Elección de Zaqueo, el antiguo publicano “¿Y a qué otro voy a elegir entre los presentes sino a Zaqueo, en cuya casa entró el Señor para descansar juzgando que era digno de ser salvado? Dicho esto, poniendo la mano sobre Zaqueo, que estaba presente, lo obligó a sentarse sobre su silla. Pero Zaqueo, cayendo a sus pies, le rogaba que lo liberara de mandar después de prometer y decir: “Cuanto tenga que hacer el que manda, lo haré; solamente no permitas que yo lleve ese nombre, pues siento temor de llevar el nombre de jefe, pues está cargado de amarga envidia y peligro” (Hom III 63,1-2). Toda la Literatura Pseudo Clementina está plagada de referencias a personajes y sucesos presentes y activos en las páginas del Nuevo Testamento. El designado para suceder a Pedro no es otro que el Zaqueo, en cuya casa se alojó el mismo Jesús con las consecuencias recogidas en el relato del evangelista Lucas en su Evangelio cap. 19,1-10 En las cercanías de Jericó, una capilla recuerda la escena del encuentro de Jesús con Lázaro. A las puertas de la capilla, hay una vieja higuera salvaje, sobre la que, de acuerdo con la tradición, se subió Zaqueo para ver a Jesús. Pues Zaqueo, príncipe de los publicanos era más bien bajo de estatura. Las palabras de Lucas suponen un elogio del personaje y de su conducta, reflejado de forma muy llamativa en el cambio personal proclamado por el publicano. Ya lo dice también Pedro en su presentación, “era digno de ser salvado”. Humildad de Zaqueo La reacción de Zaqueo recuerda la de Clemente en la carta aludida. Una cosa es aceptar el trabajo, otra muy distinta la conciencia de la dignidad y la autoridad. La lección de humildad tiene en el texto visos de sinceridad y generosidad. Zaqueo aceptaba el trabajo y el sacrificio, hasta riesgos eventuales de envidias o celotipias. El desarrollo de la narración da testimonio del acierto de Pedro en la elección del antiguo publicano. Dignidad y autoridad del obispo En el capítulo siguiente de la Homilía desarrolla Pedro toda una teoría amplia y detallada de lo que significan la dignidad y la autoridad del obispo. La dignidad tiene aquí un perfil de visión de los hechos desde una perspectiva divina. Es decir, la dignidad es la recomendación de Dios de sus elegidos para gobernar a sus fieles. Y la autoridad es más bien una forma de servicio. No es una forma personal de interpretar las palabras. Pedro es el que hace la exégesis desde su punto autorizado de vista: “Tienes que ejercer el mando no como los jefes de los pueblos, sino como un siervo que presta sus servicios a los hombres, como un padre que protege a los ultrajados, como el médico que va de visita, como un pastor vigilante” (Hom III 64,3). Cuatro metáforas, como un siervo, un padre, un médico, un pastor. Ninguno de los mencionados presume ni de dignidad ni de autoridad. Buen espejo para el obispo. Como Pedro está seguro de que Zaqueo simplemente cumplirá, se permite la sagrada libertad de exigir en cierto modo el ofrecimiento de Zaqueo: “Te ruego que lo asumas por Dios, por Cristo, por la salvación de tus hermanos, por su buena administración y por tu utilidad” (Hom III 64,4). Lo que será útil para la comunidad cristiana lo será sin duda ninguna para Zaqueo y su augurada salvación. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 23 de Marzo 2014
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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