Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Seguimos esta semana con el propósito de sustanciar la idea de que un conocimiento general de la formación de la Biblia hebrea, en especial el Pentateuco y los primeros libros históricos nos ayuda para situar en su justo marco la propuesta de algunos de que la Biblia contiene descripciones de fenómenos aéreos paranormales que podrían definirse como ovnis. Comenzamos por el éxodo, que supone la siguiente historia de base: un asentamiento de hebreos muy grande en Egipto, que es esclavizado por las autoridades locales hasta una situación de verdadera esclavitud. El pueblo hebreo es liberado por Dios por la mano de un hombre llamado Moisés. Guiados por Dios a través de este personaje, el pueblo hebreo huido no toma el camino directo de Israel sino que se retira hacia el sur, el mar Rojo y atraviesa el desierto del Sinaí. El itinerario está cuidadosamente señalado por la Biblia aunque no dice cuando sucede. ¿En qué momento? La Biblia no indica el nombre de faraón alguno, pero al señalar que los hebreos trabajaban en la edificación de Pitom y Rameses, ciudades almacenes, probablemente grandes silos para almacenar excedentes de grano, del faraón, apunta a la construcción de Pi-Ramsés, es decir la época de Ramsés II (siglo XIII: 1279-1212 a.C.) momento en el que Egipto se hallaba en un momento esplendoroso de poder y autoridad. Según la Biblia, los israelitas vagaron 40 años por el Sinaí antes de pasar a Transjordania y de ahí a la tierra prometida. Pues bien, después de numerosos intentos de prospecciones arqueológicas por toda la península, sobre todo alrededor del monte Sinaí y en las ciudades, bien identificadas de Cadés Barne y Esión Guéber, no se ha encontrado ni un solo fragmento ni restos de campamentos de nómadas (el número según la Biblia era de 600.000 hombres sin contar mujeres y niños), correspondientes a los siglos XIII y XII a.C. Ningún resto en absoluto. El desierto del Sinaí estuvo deshabitado en esa época; por allí no pasó nadie. Y eso con total seguridad porque la arqueología tiene técnicas muy avanzadas capaces de detectar la menor huella de restos de pastores nómadas, cazadores o recolectores. El resultado de la tenaz investigación arqueológica, conducida sobre todo por profesionales israelíes, es que “los lugares mencionados en el relato del éxodo son reales”… pero todos esos lugares “se hallaban despoblados precisamente en los momentos en los que se cuenta que tuvieron un papel relevante en el paso de los hijos de Israel por el desierto”. ¿Qué significa esto? Que el éxodo, tal como lo cuenta la Biblia, no ha existido nunca. La arqueología ha avanzado más y ha llegado a la conclusión de que lo que se pinta en este relato, a saber una gran masa de población semita asentada en el delta del Nilo y un movimiento de gentes por el desierto del Sinaí, más restos notables de asentamientos en Cadés Barne (donde se edifica una gran fortaleza), corresponde al siglo VII a.C., al período de la dinastía XXVI gobernada por el faraón Psamético I (664-610) y su hijo Necó II (610-595): exactamente la época del rey Josías de Judá, cuando el país de Israel pasaba por una situación de paz y relativa prosperidad, estaba fuerte y pudo atraer a israelitas asentados en Egipto en duras condiciones hacia su país de origen. Conclusión: “Parece claro que el relato bíblico del éxodo extrae toda su fuerza no sólo de tradiciones antiguas junto con detalles geográficos y demográficos contemporáneos al siglo VII, sino de manera aún más directa de las realidades políticas… de la época del rey Josías”. Se puede afirmar, pues, que el relato fundacional del éxodo es una construcción mítica hacia atrás, hacia los siglos precedentes, elaborada conscientemente para establecer los fundamentos gloriosos de un pueblo, el israelita del siglo VII a.C., que con su rey Josías a la cabeza comenzó a soñar, en un momento en el que el imperio asirio estaba hundido y los egipcios se mantenían tranquilos y sin pretensiones hegemónicas, que se establecería en Judá una monarquía gloriosa, un estado grande y unificado, expandido hacia el norte hasta Galilea, hacia los restos del Israel dejados por los asirios, y formaría “un pueblo que veneraría a un solo Dios, con una capital clara, Jerusalén y un solo templo”. Los fundamentos de ese pueblo serían: Yahvé cumplió la promesa de tierra, descendencia y poder hechas por Dios al patriarca fundacional, Abrahán, siglos atrás por medio de la epopeya del éxodo, la liberación del pueblo de la servidumbre de Egipto por la mano de Moisés, la conquista de Canaán y la continuación de la gloriosa monarquía de David y Salomón. Esta construcción gloriosa, que se revela literaria y mítica por obra de la arqueología, literaria y mítica –que puede ser que guarde algunos recuerdos antiguos--, fue luego adornada y pulida, aumentada con nuevos elementos en siglos posteriores, durante el exilio en Babilonia (que duró 580-500 a.C.), e incluso más tarde, durante la época de Esdras y Nehemías, que comienza en torno al 460 a.C. (hay muchas dudas), y en años posteriores, por redactores que se fueron encargando de la última recogida y edición de materiales aptos para servir y dar sustento al nuevo intento de restablecer el reino de Judá en Israel. Naturalmente si falla la veracidad de todo el aparato del éxodo, se cuestiona también la historicidad de su figura principal, Moisés. Hoy día el sentir medio de la investigación se debate entre admitir algún que otro rasgo de historia en la epopeya de Moisés –por ejemplo que fue él el que introdujo la veneración a Yahvé, una divinidad de Madián, no israelita, en competencia con el dios cananeo ’El y su príncipe Baal-- o declarar que es más bien un extraordinario montaje literario. Ya su nacimiento y primeras vicisitudes, como el rescate de las aguas del río están montadas sobre la leyenda del nacimiento del rey asirio Sargón II (722-705). Sobre la vida posterior de Moisés se dividen también los estudiosos: unos creen que la imagen de este personaje figura ha sido delineada tomando datos de la figura de un gran visir egipcio, anterior al siglo XIII, que había sustentado la candidatura a faraona de una reina madre, cuyo hijo, el faraón, había muerto de niño, un visir que fracasó en su empeño y hubo de huir con sus gentes de Egipto; y otros piensan que el mito de Moisés está montado sobre vagos recuerdos históricos de la acción reformadora religiosa del faraón Akhenatón, en la que se coadunan tres elementos fundamentales: a) reforma religiosa; b) grandes plagas, o enfermedades, que cayeron sobre el pueblo egipcio, y c) la salida de poblaciones orientales, semitas, que huyen del país. En realidad no sabemos, ni sabremos qué hay de verdad en la historia de Moisés. Lo que sí sabemos es que de la reunión, elaboración y montaje final de leyendas, sagas y epopeyas de héroes con nebulosos y vagos recuerdos históricos se puede aprender mucho no de la historia, sino de la autocomprensión del pueblo de Israel y de sus relaciones con los pueblos vecinos. Israel deseaba, y debía, fundarse sólidamente, siendo como era un pueblo pequeño en un país pobre pero apetecido por las grandes potencias porque era paso obligado de Egipto hacia el norte, Siria, Asia Menor o Mesopotamia; y por parte de los imperios mesopotámicos Israel tenía una franja costera apetecible para salir libremente hacia el Mediterráneo. El segundo acontecimiento que debemos examinar es la conquista de Canaán, es decir del territorio de Israel, por los hebreos hambrientos y diezmados después de 40 años de vagar por el desierto. Este hecho presenta problemas histórico-arqueológicos aún mayores que el éxodo: ¿cómo un pueblo pobre, andrajoso, mal armado pudo conquistar un país, Canaán-Israel, que según lo que se cuenta en los relatos bíblicos tenía grandes fortalezas en el siglo XIII-XII a.C. y además estaba totalmente controlado por los egipcios, en concreto el paso desde el desierto del Sinaí al territorio del Néguev donde comienza Israel? Según la Biblia, la conquista fue fulgurante de la mano de Josué, el sucesor de Moisés. Uno tras otro, fueron cayendo los reyes de las diversas ciudades de Canaán y sus poderosas ciudades fortificadas: Jericó, Hai, Laquis, Jasor: las ciudades del sur y sus reyes quedaron derrotados, aniquilados, en Gabaón; y los reyes del norte fueron igualmente barridos por las tropas israelitas y conquistados todos sus territorios,… todo ello también en el siglo XIII entre 1230-1220 a.C. Como en el caso del éxodo, nos hacemos la misma pregunta: confirman los múltiples datos arqueológicos de excavaciones muy numerosas esta descripción de la conquista de Canaán? Parece ser que no. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 20 de Marzo 2014
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Hoy escribe Fernando Bermejo
Es bien sabido que hasta hace medio siglo el latín (con cierto uso del griego) era la lengua utilizada en los actos litúrgicos de la Iglesia católica. Y es sabido también que el desconocimiento del griego, el latín y/o de la cultura cristiana ha provocado a menudo errores y generado nuevas palabras en la lengua española. El resultado es curioso y, a menudo, divertido. Diversos autores han publicado estudios sobre la cuestión. Algunos de ellos son: E. Moreno Cartelle, “El latín y el humor en la lengua coloquial”, Verba 5 (1978), pp. 397-402; J. Del Hoyo, Etimologicón, Ariel, Barcelona, 2013, pp. 199-216; J. Del Hoyo, “Del lavabo al adefesio: Influencia de la liturgia cristiana en el lenguaje cotidiano”, Estudios Clásicos 144 (2013), pp. 97-117. Ofrecemos a continuación algún material extraído de estos últimos trabajos. M. Fernández Galiano contaba la anécdota de una comunidad de monjas en la que se interrumpía la conversación del locutorio porque –decían– “nos vamos a rezar el candileta”. El “candileta” era, a todas luces, una deformación de las dos primeras palabras del texto latino del salmo 83, 2: “Quam dilecta tabernacula tua, Domine!” (¡Qué amables tus moradas, Señor!). La significación del término “Paráclito” (Parácletos: abogado, defensor, intercesor), usado en el Cuarto Evangelio, explica el uso del macarismo “Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito”. Dado, sin embargo, el desconocimiento del término griego por los christifideles, el “Paráclito” ha sufrido numerosas metamorfosis en la mente y los labios de muchos, a cual más penosa y divertida. De este modo, al menos, el palabro era convertido en algo reconocible. Si algunos oyentes se han referido al “Espíritu Santo Parásito”, otros han preferido bendecir al “Espíritu Santo Paralítico”. Entre las letanías del rosario se llama a la Virgen María “ianua coeli”, “puerta del cielo”, en referencia a la función de mediadora que se le atribuye en la salvación. Una señora que dirigía el rosario desde el ambón de una iglesia deformaba la advocación mariana diciendo “Ya no hay cielo”, a lo que la grey congregada contestaba unánime “Ora pro nobis”. Y, por seguir con advocaciones marianas, otra es “salus infirmorum” (“salud de los enfermos”). Una vez más, el desconocimiento del latín y la necesidad de hacer familiar lo que se dice llevó a otra señora que dirigía el rosario a musitar “sal del infernórum”. Pedir a la Virgen María que salga del infierno tiene su gracia, máxime porque, de nuevo, la respuesta de los fieles era siempre “Ora pro nobis”. Continuará. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 19 de Marzo 2014
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía III (56-62) Los debates entre Pedro y Simón Mago parecen tener un árbitro, al que hay que recurrir a la hora de resolver las dudas y las oscuridades de palabras, conceptos y posturas intelectuales de los contendientes. Lo veíamos ya en la nota anterior. El árbitro es una de las figuras señeras de esta literatura, el Profeta de la Verdad o Profeta Verdadero, que no es otro que Cristo Jesús, el Mesías, el enviado del Padre. Una figura similar a la de Moisés en autoridad y transcendencia. El árbitro del debate Una idea reiterativa en las enseñanzas del Profeta Verdadero es la afirmación de que Dios es el único que posee la bondad por esencia. Pedro recuerda las palabras de Jesús en Mc 10,18 par. No se pude llamar bueno a nadie, ya que el único bueno es Dios. Su bondad es por lo demás el modelo que debe guiar a los fieles de acuerdo con la predicación de las Bienaventuranzas (Lc 6,36 par.). Sed buenos y misericordiosos como vuestro Padre celestial lo es. Hace llover sobre justos injustos y no excluye a nadie de su bondad y su generosidad. Todo se basa en el hecho definitivo de que Dios es el único y solo Señor. Los contendientes se habían puesto de acuerdo sobre el método de la discusión, basado en la Sagrada Escritura. Pero Simón sospechó que perdía terreno y quedaba reducido a una situación de arenas movedizas. Y sin previo aviso, huyó de Pedro, del marco de su disputa y de los riesgos que corría y se dirigió a Tiro de Fenicia. Fue una de tantas huidas de Simón, destacadas por el relator de los sucesos. El gesto era usado por Clemente como argumento para proclamar la superioridad de Pedro en todos los pasos del contencioso. En Tiro seguía Simón practicando su magia y embaucando a sus oyentes, como los fieles comunicaban a Pedro. Su huida no era el abandono de la contienda. Simón, par negativo de Pedro Al corriente Pedro de la nueva situación creada, insistió en su obsesión de afirmar la unidad de Dios frente a las pretensiones de Simón de proclamar la multitud de dioses. Pedro atacaba a los que introducían las nuevas teorías sobre la pluralidad de dioses. Y vuelve Pedro a recordar la teoría de los pares, presentando como un par a Simón y a sí mismo. Simón era el par negativo de Pedro. De ahí que su actuación consistía en contradecir la doctrina fundamental de Pedro sobre la unidad de Dios. La teoría de que entre los humanos, el primer elemento de los pares era negativo, Simón la realizaba con su personalidad. Por eso vino antes que Pedro. Negaba la unidad de Dios, que Pedro proclamaba con toda contundencia. La doctrina de Simón guiaba a sus oyentes a la mentira y a la perdición. Pedro refutaba las ideas y la pretensión de su adversario de apartar a los hombres de la verdad y conducirlos al engaño y a la consiguiente perdición (cf. Hom III 59). Los que sigan a Simón irán primero al engaño, después al castigo. Idea de la sucesión Otra idea obsesiva en Pedro es la de su sucesión. Simón ha huido, pero Pedro sigue pensando en el futuro de la iglesia que él preside y para la que es preciso buscar a una persona idónea. Éstas son sus palabras: “Puesto que es necesario designar a alguien para que me sustituya ocupando mi lugar, oremos todos a Dios con un solo sentimiento, para que de los que están entre nosotros manifieste quién es el mejor a fin de que, sentado sobre la cátedra de Cristo, administre piadosamente su Iglesia” (Hom III 60,1). La recomendación va seguida de una serie de consideraciones sobre la dignidad, autoridad y responsabilidad del obispo. Pedro exige al obispo una diligencia que compara en cierto modo con la de los banqueros, encargados de administrar los bienes de la comunidad. Compara también el cargo del obispo con la unidad (monarquía) de Dios. El obispo debe ser uno y el mejor. La comunidad cristiana no merece menos. La unidad lleva a la paz y a la concordia Pedro justifica su criterio con razonamientos de peso: “Pues lo que acaba en el poder de una sola autoridad en forma de monarquía permite a los que se someten a la causa del buen orden disfrutar de la paz. Pero el que todos quieran mandar y no quieran someterse a uno solo corren el riesgo de caer y por causa de la división acaban cayendo de todas maneras” (Hom III 61,4). Se trata nada menos que de la supervivencia de la comunidad y de la convivencia en una comunión de pensamientos y voluntades, en consonancia con la voluntad de Dios. Pedro demuestra en base a los acontecimientos sociales que la unidad es fundamento de paz, mientras que la multiplicidad y diversidad de reyes o autoridades es principio de disensiones y de guerras. Y recapitula su pensamiento diciendo: “En una palabra, Dios coloca ahora en este mundo a un solo rey del universo para los que son dignos de la vida eterna, con el fin de que gracias a la monarquía se produzca una paz estable” (Hom III 62,3). Unidad o monarquía es igual a paz y concordia. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 16 de Marzo 2014
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Podemos preguntarnos por qué ocurrió lo descrito en la postal anterior precisamente en la época del rey Josías antes de finalizar el siglo VII a.C. La respuesta es que tras muchísimo tiempo de turbulencias, después de la muerte de Salomón, el reino de Judá gozaba de una cierta paz y prosperidad. El imperio de Asiria, al este, se hallaba en horas bajas y, al oeste, Egipto tenía un faraón que no había intervenido aún seriamente en Israel. Éste gozaba de un tiempo de libertad. Piénsese que Israel es una pequeña franja de terreno, casi toda ella seca e inhóspita, pero al lado del Mediterráneo. Asiria le interesaba controlar a Israel para tener acceso libre al mar. Y a Egipto le interesaba lo mismo, porque sus caravanas pasaban por esa franja para comercial con los países del norte y del oriente. Pues bien, en esos momentos de Josías el rey mismo, sus escribas, funcionarios y sacerdotes empezaron la tarea de compilar todo el material de historia, leyes, leyendas, poesía y cuentos populares que podía servir para constituir o fortalecer la identidad de Israel como pueblo. Las leyendas de la creación, el diluvio y otras se tomaron de otras anteriores de los sumerios, transmitidas por ese pueblo o por los acadios. De los cananeos se tomaron noticia de su panteón cuyos dioses fueron rebajados a ángeles. Las leyendas sobre Abrahán y los patriarcas se forjaron a bases de epopeyas legendarias de héroes-pastores de grandes rebaños, que a su vez formaban cuadrillas de familiares mercenarios que los protegían, y cuyo recuerdo se había mantenido en el pueblo en relatos contados de generación en generación. Sobre el núcleo de tales materiales el que podemos denominar “equipo de Josías y sus sucesores” se entretejieron conscientemente las historias de los patriarcas y el resto de las que cuentan los cinco primeros libros de la Biblia. Pero no hubo un desarrollo lineal en esta tarea de recopilación y reelaboración de historias, oráculos y leyes porque en el año 587 a.C. Yoyaquín, último rey de Judá, aliado con los egipcios contra el poder asirio-babilónico, imperio que deseaba una vez más establecer su reino firmemente hasta las orillas del Mediterráneo, es derrotado por Nabucodonosor y transportado al exilio, junto con gran parte de la nobleza de la nación. No muchos; probablemente no mas de 2 o 3.000, pero lo suficiente para que el país quedara totalmente descabezado y sin gobierno. Grupos selectos de exiliados que llevaban copias de los textos a los que hemos aludido anteriormente, continuaron la redacción de las leyendas de Israel, de las crónicas e historias de sus reyes hasta el exilio, y como dijimos de los textos de los profetas y de la literatura sapiencial del pueblo. El entorno influyó sobre ellos e incorporaron narraciones babilónicas que les parecieron o bien interesantes o bien que la divinidad había “participado” en ellas. La derrota de los babilonios ante la pujanza de los persas, encabezados por Ciro II el Grande hacia el 550, hizo que la duración de este exilio babilónico de los judíos no durara en total más unos 70 años. Ciro muere en el 530, pero antes había dado los primeros pasos para restituir a Israel como entidad política dentro de un Imperio Persa, ciertamente muy controlador pero que a la vez permitía cierta autonomía de sus pueblos dominados. La mayoría de los descendientes de los exiliados volvieron a Israel durante el reinado de Darío I, sucesor de Ciro, a principios del siglo siguiente, el V (época de Esdras y de Nehemías, o al revés; no sabemos el ordern, en torno al 450-440). Reorganizado más o menos el país de Israel hacia la mitad de ese siglo V a.C. (en Grecia es el tiempo de Pisístrato), los escribas de Jerusalén retomaron una tarea a la que los exiliados en Babilonia habían dedicado ya muchos esfuerzos: editar concienzudamente el material que se había ido ya recogiendo durante casi un par de siglos. Gracias a los escasas noticias que nos dan los textos mismos, gracias sobre todo al estudio científico continuado de la Biblia en general, desde los inicios del siglo XIX, y gracias a lo que puede deducirse también de los Manuscritos del Mar Muerto --en donde se han encontrado algunos textos que son muy anteriores a la fundación de la secta esenia, de inicios del siglo IV a.C. y más de 200 manuscritos bíblicos desde los inicios del siglo II a.C.— sabemos que aparte del Pentateuco, se editaron los libros de los Jueces y Josué, los hechos de Samuel junto con los de los reinados de David y Salomón (libros 1º 2º Samuel), las historias de los reyes del Norte y del Sur de Israel, (1º 2º Reyes), más algunos Salmos tradicionales que se atribuyeron a David, y probablemente también el libro de los Proverbios y el de Job. Este es el origen próximo de la Biblia hebrea, por tanto en tiempos muy cercanos a la Grecia clásica. Debió de empezar entonces la difusión de copias de estos libros o de sus secciones más importantes entre las gentes o grupos más ricos (probablemente en esa época aún no había sinagogas). Aunque no tenemos noticia alguna directa ni documento específico que hable de estas tareas de edición, por el análisis de las copias de estos textos (repito Ley, Profetas, historias de los reyes y otros escritos como los Salmos) halladas entre los manuscritos de Qumrán sabemos dos cosas: 1ª. Que de los libros importantes de lo que luego sería la Biblia canónica había diversas formas o recensiones. Las principales eran, por orden de antigüedad: • La versión griega de los LXX traducida de un texto hebreo de finales del siglo IV o principios del III; • Un texto hebreo depurado y mejorado, diverso por tanto del anterior, base de los LXX, que se transformará más tarde en el texto hebreo canónico, y • El Pentateuco de los samaritanos. Además que de cada una de estas formas se hicieron dos o tres ediciones en las que se iba mejorando el texto. Todo esto quiere decir que, aun en el siglo II a.C., el texto de los libros de la Biblia era fluido, no fijo, a pesar de que las historias o relatos tuvieran un origen lejanísimo. Importaba más el contenido que la letra exacta. 2ª Que el pueblo aceptó muy pronto la tradición de que esos libros eran sagrados sobre todo la Ley, por venir de Dios mismo a través de Moisés, y los profetas por inspiración directa (la fórmula que indicaba que el texto era sagrado era: “Y vino la palabra de Yahvé sobre…). Así en poco tiempo, en unos dos siglos, se estableció la creencia de que la Ley y los Profetas eran palabra de Dios. Esto lo sabemos por las noticias de 1 y 2 Macabeos (1, 25-27; 2,14-15) del rescate de libros sagrados por parte de Judas Macabeo, libros que quiso destruir el rey griego Antíoco IV Epífanes en su intento de desjudaizar a Israel e integrarlo en la cultura helénica. Igualmente, en la misma época, es posible que algunos salmos fueran también sacralizados. No estamos hablando todavía de ninguna lista expresa y oficial de libros sagrados, sino de la consideración de santos que entre las gentes gozaron enseguida estos escritos. Otros libros, históricos o sapienciales alcanzarían esta consideración más tarde. Una vez que hemos visto a vuelo de pájaro la historia de la composición de la Biblia, tornamos nuestros ojos al problema de la veracidad de algunos episodios fundamentales de la llamada historia sagrada: el éxodo, y dentro de él la figura de Moisés, la conquista de Canaán, las monarquía de David y Salomón. Lo haremos guiados por las manos expertas de un arqueólogo y un historiador, israelíes, que han desmontado prácticamente con sus resultados inapelables la veracidad histórica estos hechos fundamentales de la Biblia: Israel Finkelmann y Neil Silbermann. Su obra se titula La Biblia desenterrada, Madrid 2001, de la editorial Siglo XXI, y supondo que será conocida por muchos de los lectores. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 13 de Marzo 2014
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Literatura Pseudo Clementina Homilía III (51-56) Nos quedábamos el día anterior debatiendo con Pedro y Simón Mago acerca del carácter de Dios, raíz y base de las disensiones esenciales entre las doctrinas de ambos contendientes. Como en otros pasajes, el argumento referencial es la figura del Profeta Verdadero o Profeta de la Verdad. En su personalidad, su doctrina y su misión está la solución de los problemas de los que, como Clemente, viven con pasión su deseo de encontrar el camino que a ella (la Verdad) conduce. El que confesó en un momento solemne y transcendental de su vida que había bajado del cielo y venido al mundo “para dar testimonio de la verdad”, tenía en sus manos y en su palabra las llaves que abrían las puertas del misterio. Otra vez, el criterio del Profeta Verdadero En las explicaciones de Pedro, era el Profeta el que hablaba. Y de sus aclaraciones se deriva el hecho de que no todas las palabras de la Ley pertenecían realmente a ella. Un argumento irrebatible eran sus palabras de que no había venido a disolver la Ley. Lo decía precisamente cuando procuraba, cuando menos, poner limitaciones a su extensión: “Oísteis que se dijo…”, pero “Yo os digo…” Esta actitud del Profeta significaba que algunas cosas oídas y conocidas por sus oyentes debían considerarse ajenas a la doctrina de la Ley. Aires de cambio La palabra de Pedro alumbraba puntos de vista nuevos, propios del Profeta de la Verdad. Que las cosas apuntaban a cambios en la vida social de los fieles era por lo demás una evidencia. Los hechos no necesitan de grandes argumentaciones. Pedro decía con sencillez y contundencia: “Así pues, cuando todavía subsistían el cielo y la tierra, cesaron los sacrificios, los reinos, las profecías entre los nacidos de mujer y todas las cosas por el estilo, como si no fueran mandamientos de Dios” (Hom III 52,1). Lo que la Escritura había sancionado desde Moisés, lo que conformaba la mentalidad del pueblo hebreo, había llegado a su final. Otros eran los escalones que conducían a la salvación. La palabra definitiva del Profeta Verdadero no ofrecía la menor duda: “Yo soy la puerta de la vida; el que entra a través de mí, entra en la vida” (Jn 10,9), ya que no hay otra doctrina que pueda dar la salvación” (Hom III 52,2). Podía decir con toda la seguridad de su autoridad profética: “Venid a mí los que buscáis la verdad y no la encontráis”. Porque la Verdad no es una mercancía pública, conocida con facilidad y sin esfuerzo. Pero es una oferta que el Profeta proporciona a los que la buscan a la sombra de su magisterio. Él es la puerta de la vida, la puerta en exclusiva que lleva a la salvación. Es la razón por la que muchos profetas desearon ver los días del Profeta, pero no los pudieron ver. Recuerdo del vaticinio de Moisés Pedro reitera en su alocución el vaticinio del Profeta que llegó a Israel desde Moisés: “Yo soy aquel del que profetizó Moisés diciendo: «El Señor Dios levantará para vosotros un profeta entre vuestros hermanos como yo: escuchadle en todo. Pero el que no escuchare a aquel profeta, morirá” (Hch 3,22-23; Dt 18,15). Podía, pues, proclamar Pedro con claridad y contundencia que “es imposible asentarse en la verdad salvífica sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca. Pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús” (Hom III 54,1). Algunas doctrinas del Profeta Asentado, pues, el magisterio de Jesús, como el Profeta Verdadero, puede Pedro permitirse la libertad de regalar a sus oyentes con algunas perlas de la enseñanza de su Maestro. Ante todo, la forma de afirmar sin necesidad de excesivas explicaciones. Para afirmar basta un “sí”, para negar basta un “no”; el resto viene del Maligno o del interés de rodear la propia palabra de las garantías de verdad. Habla de los patriarcas muertos como de los vivos que poseen a Dios. Certifica que el Maligno es el tentador, que no dudó a la hora de tentar al mismo Cristo. La raíz hebrea de Satanás nos lleva precisamente al concepto y perfil del tentador. Del manido tema de la presciencia de Dios, asegura el Profeta que todos deben saber que Dios conoce las necesidades de los fieles antes de que recurran a su misericordia. Y a los que todavía abrigan dudas en su interior, les recuerda que su oración no precisa de muchas palabras ni muchos gritos. La relación de los fieles con Dios se realiza perfectamente en el silencio, porque Dios ve lo oculto y escucha el silencio. El Profeta recuerda a los suyos que Dios busca más la misericordia que los sacrificios, el reconocimiento de Dios más que los holocaustos (M7 9,7; 12,17). Es decir, cuenta más a los ojos de Dios la fidelidad a su voluntad que las observancias rituales. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Miércoles, 12 de Marzo 2014
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Como es sabido, el descubrimiento de los rollos del Mar Muerto ha renovado y expandido inmensamente el conocimiento del judaísmo en época helenística y romana, contribuyendo a alterar muchos paradigmas en el estudio del judaísmo y del cristianismo antiguo, sea en lo relativo a la lingüística hebrea, a la historia de los textos bíblicos, la formación del canon, etc. Los estudios paulinos han sido también afectados, pues representan los escritos más antiguos del nuevo movimiento que, con el tiempo, se convertiría en el cristianismo. Muy pronto tras los descubrimientos, los paralelos entre Pablo y Qumrán atrajeron la atención de los estudiosos. Entre estos trabajos tempranos destacan los de David Flusser, “The Dead Sea Sect and Pre-Pauline Christianity”, la obra de Herbert Braun (Qumran und das Neue Testament, 2 vols. 1966) así como muchas contribuciones de Heinz-Wolfgang Kuhn y de Jerome Murphy O’Connor (Paul and Qumran, 1968). Sin embargo, los primeros estudios comparativos pudieron usar únicamente lo que era accesible en los años 1950-1970, es decir, esencialmente los manuscritos de la cueva 1. Desde entonces, la aceleración de la publicación de todo el corpus que ha tenido lugar en el período que va de 1990 a 2010 ha cambiado nuestra percepción de la colección, y los temas relevantes se han ampliado de manera substancial. Exceptuando algunas colecciones de artículos (entre las que destacan las ya señaladas), la mayor parte de estudios sobre las conexiones entre Qumrán y Pablo están dispersas en diversos volúmenes consagrados bien a las cartas de Pablo bien a los manuscritos del Mar Muerto, y los investigadores no disponen de síntesis o de una formulación de la problemática implicada en los contactos entre los dos corpora. Intentar llenar este vacío ha sido uno de los objetivos del volumen, de recentísima aparición, cuya referencia facilitamos hoy: Jean-Sébastien Rey (ed.), The Dead Sea Scrolls and Pauline Literature, Brill, Leiden – Boston, 2014. Mientras que la investigación anterior a menudo se concentró en reunir paralelos significativos entre los dos corpora, este volumen intenta contextualizar los textos por medio de otros textos, poniendo las relaciones en perspectiva. Las conferencias contenidas en este volumen fueron pronunciadas durante el Segundo Simposio Internacional sobre literatura judía y cristiana de los períodos helenístico y romano, celebrado en la universidad de Lorraine en junio de 2011, y que contó con la colaboración de Florentino García Martínez, de la Katholieke Universiteit Leuven Leuven y de Jörg Frey, de la Universidad de Zürich. Además de la introducción, el libro se compone de 15 artículos, entre cuyos autores constan, además del ya fallecido Friedrich Avemarie, nombres tan significados como los de Florentino García Martínez, Émile Puech, Daniel R. Schwartz, Jörg Frey o Loren T. Stuckenbruck. Índices de fuentes antiguas y de autores modernos completan esta nueva obra de referencia. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 12 de Marzo 2014
Notas
Queridos lectores:
Me comunica el Dr. D. Gonzalo del Cerro que por problemas técnicos, que espera se solucionen pronto, no ha podido "colgar" su postal de hoy lunes 10 marzo. Lo hará en cuanto sea posible. Saludos, Antonio Piñero
Lunes, 10 de Marzo 2014
NotasHoy escribe Antonio Piñero Seguimos comentando los textos que Manuel Carballal me presentó como usuales dentro del grupo de quienes defienden con ardor la existencia de ovnis en la Biblia 4. Armas atómicas sobre Sodoma y Gomorra A. Gn 19,24-28: Entonces Yahvé hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahvé. 26 Su mujer miró hacia atrás y se volvió poste de sal. 27 Levantóse Abrahán de madrugada y fue al lugar donde había estado en presencia de Yahvé. 28 Dirigió la vista en dirección de Sodoma y Gomorra y de toda la región de la redonda, miró, y he aquí que subía una humareda de la tierra cual la de una fogata Aquí habría que añadir el episodio del Nuevo Testamento que narra cómo dos de los discípulos, del grupo de los íntimos de Jesús, Santiago y Juan pidieron a éste que rogara a Dios que enviara fuego del cielo sobre un pueblo de samaritanos que no los había recibido porque iban a dorar a Dios en Jerusalén y no en el monte Garizim: B. Lc 9,51-54 Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, 52 y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; 53 pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. 54 Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» Brevísimo comentario: De los textos nº 4 A. y B. se ve bien claro que el Yahvé extraterrestre disponía ya de armas atómicas y que no dudaba mucho en usarlas. Esas armas estaban compuestas fundamentalmente de fuego y azufre. De hecho Sodoma y Gomorra quedaron arrasadas por su efecto. Y los discípulos de Jesús, Juan y Santiago, hijos del Zebedeo, irritados por el rechazo de unos samaritanos a admitirlos en su aldea preguntaron a Jesús si ellos mismos podían invocar al cielo y lograr, del Yahvé extraterrestre naturalmente, que cayera sobre esa ciudad una bomba semejante. Menos mal que Jesús les reprendió y la tal bomba no cayó sobre los pobres samaritanos. Puede verse que los discípulos de Jesús tenían contacto asiduo con los extraterrestres como para estar seguros de que con el permiso de Jesús la bomba habría caído sobre aquella ciudad. 3. Relaciones sexuales entre extraterrestres y mujeres terrestres Gn 6,1-4: Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre el haz de la tierra y les nacieron hijas, 2 vieron los hijos de Dios que las hijas de los hombres les venían bien, y tomaron por mujeres a las que preferían de entre todas ellas. 3 Entonces dijo Yahvé: «No permanecerá para siempre mi espíritu en el hombre, porque no es más que carne; que sus días sean 120 años.» 4 Los nefilim existían en la tierra por aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: estos fueron los héroes de la antigüedad, hombres famosos. Comentario: Del texto nº 3, relato sobre las relaciones sexuales de extraterrestres, denominados en el pasaje los “hijos de Dios”, es decir, dioses secundarios o ángeles al servicio de Yahvé, y que son de su misma estirpe, se deduce que esa relación no gustaba nada al extraterrestre principal, Yahvé, ya que castigó a toda la humanidad desde entonces a que su vida no pudiera pasar nunca de los 120 años. Antes podía durar hasta cerca de 1.000, como sabemos por la historia de los patriarcas. Pero después del desvarío sexual de los extraterrestres resulta que quienes resultaron castigados con el acortamiento de la vida por Yahvé… ¡fueron los pobres humanos! Este Yahvé extraterrestre no era muy lógico… o bien protegía demasiado a los suyos de los encantos de las hijas de los hombres. 8. Un OVNI guió a los 3 Reyes Magos Mt 2,1-10: Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, 2 diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.» 3 En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. 4 Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.» 7 Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. 8 Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.» 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Comentario: El texto nº 8 nos es muy conocido: una estrella que salió por Oriente, apareció sobre Jerusalén, que giró al sur hacia Belén, donde se detuvo sobre una casa, habría constituido un fenómeno celeste sin paralelo en la historia astronómica; sin embargo, no la registraron las crónicas de entonces. Por tanto el texto en sí está preñado de dificultades intrínsecas de credibilidad puesto que una estrella no puede actuar de esa manera. Desde luego el propio autor de la narración, denominado Mateo aunque no sabemos bien quién era en realidad, está convencido de que era una estrella y así lo transmite. Es decir, un ovni según la interpretación que aquí nos ocupa, guía a los magos hasta el lugar donde nace Jesús. Interpretado como un ovni el texto adquiere más sentido que considerado el texto al pie de la letra, como una estrella, como acabamos de ver. Pero otra conclusión se impone: el propio autor que nos transmite la narración se equivocó y todo el cristianismo después; afirma que era una estrella pero naturalmente era un ovni. 9. La nueva Jerusalén que desciende de los cielos era un OVNI Ap 21,10: Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios Comentario: El texto nº 9 afirma también que la Jerusalén celestial, es decir la parte “terrena” del paraíso que describe el autor del Apocalipsis, quien habla de que, al final, Dios, Yahvé, eliminará la tierra y cielo antiguos y creará una nueva tierra y un nuevo cielo. Estar en la nueva Jerusalén, en donde no hay templo sino que la presencia del mismo Dios, Yahvé, que también habita dentro de ella, sustituye el templo es el núcleo de la felicidad futura. De ello se deduce que en el paraíso por venir los fieles a Yahvé vivirán eternamente en un ovni, o bien confundieron la futura Jerusalén con una nave espacial. Yo creo que personalmente no me apuntaría a ese paraíso así concebido. ********* Hasta aquí, pues, la primera parte de mi charla: algunas elementales reflexiones o deducciones de la teoría general acerca del testimonio de la Biblia sobre ovnis y extraterrestres. Seguro que pueden obtenerse más y seguro también que a algunos de los presentes se le habrán ocurrido ya. Voy ahora a la segunda parte cuya tesis es: la historia de la composición de la Biblia, sobre todo del Antiguo Testamento y las consideraciones a propósito de su veracidad, ayudan a impostar el problema de los fenómenos aéreos “milagrosos” de la Biblia en una nueva y razonable luz: puede ayudar a formarnos un contexto científico de la generación de la Biblia dentro del cual explicar este tipo de fenómenos y obtener una satisfacción suficiente del porqué aparecen en ese libro narraciones de hechos portentosos. Pido disculpas de antemano a algunos del público por si algunas cosas que diré a continuación son también elementales y conocidas. Pero para el conjunto de Ustedes pienso que es conveniente recordarlas. La Biblia hebrea es un conjunto de códigos legislativos, datos históricos, poesía, sabiduría proverbial, hechos portentosos y leyendas muy antiguas, cuyo origen puede remontarse quizás a los siglos XVII/XVIII a.C. como las leyendas sobre Abrahán que hablan de la vida de pastores de esas épocas en el Medio Oriente. La parte más antigua de la Biblia es sin duda el conjunto formado por los 4 primeros libros: Génesis, Éxodo, Levítico y Números. La investigación actual sigue conservando, aunque con muchas precisiones, la idea de principios del siglo pasado de que estos libros se componen de tres estratos, o mejor de la actividad de tres manos que recogieron tres estratos de leyendas, etc., tanto propias como tomadas de otros pueblos, el sumerio y acadio, y algunos datos históricos tanto del propio pueblo como de los de alrededor. La primera mano es la del llamado redactor J., denominado así porque llama a Dios siempre Yahvé. Se cree que realizó su compilación en torno a la mitad del siglo X a.C., es decir, en el reinado de Salomón y que representaba el pensamiento teológico del reino de Judá en el sur. La segunda mano es la del redactor E, que denomina a Dios Elohim (literalmente “dioses” pues al principio se refería a Dios uniéndolo con su corte de dioses menores) que representa el pensamiento del reino de Israel, al norte (Samaría y Galilea). Esta “mano” debió de realizar su tarea de recogida por la misma época o un poco más tarde a finales del siglo X, o en el IX, pero sin pasar del 720, que fue el momento en el que la capital, Samaría sucumbió ante las tropas del rey asirio Salmanasar. La tercera mano: Hubo otro redactor, también anónimo que se dedicó a recopilar fundamentalmente leyes que se había ido dando el pueblo, cuya fecha de actividad es un poco posterior a los otros dos ya nombrados J y E; en torno al siglo VIII. A este bloque primitivo se añadió un nuevo código legal, que hoy llamamos Deuteronomio, que contiene un resumen de todas las regulaciones legales anteriores y que narra parte de la vida de Moisés, sobre todo su final. Quizá sea este código el señalado en un relato en la Biblia que cuenta legendariamente que en tiempos del rey Josías de Judá (640-609 a.C.) se encontró en el templo de Jerusalén un misterioso rollo de la Ley divina. Muchos investigadores opinan que ese libro misterioso es precisamente el núcleo o primerísima edición del Deuteronomio. Sabemos, además, que a partir del siglo VIII comenzaron a recopilarse oráculos de profetas famosos en la época y posteriores, Isaías, Oseas, algunas partes de Amós. Por tanto en el siglo VII, fecha del rey Josías empieza a recopilarse el núcleo de lo que luego será la Biblia, pues las leyendas, historias, leyes y oráculos proféticos comienzan a ser venerados por sacerdotes, escribas y el pueblo como palabra divina expresada a través de hombres y su historia. A partir, pues, de este momento, s. VII comienza el desarrollo “moderno” de la Biblia hebrea. Fíjense en el espacio temporal que hay entre las leyendas en torno a Abrahán, siglo XVII o XVIII a.C. y su recogida formal en el siglo VII. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 7 de Marzo 2014
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
Entre las obras dedicadas a la resistencia judía contra el Imperio romano en el período que va de la muerte de Herodes hasta la primera Guerra Judía ocupa un lugar de honor la obra de Martin Hengel (investigador por entonces en el Institutum Judaicum, Tübingen), publicada por vez primera hace algo más de medio siglo: Die Zeloten. Untersuchungen zur jüdischen Freiheitsbewegung in der Zeit von Herodes 1. bis 70 n. Chr., Brill, Leiden- Köln, 1961 (Los zelotas. Investigaciones sobre el movimiento judío de Resistencia en la época desde Herodes I hasta el 70 d.C.). La obra había sido presentada como tesis doctoral en octubre de 1959 en la Facultad de teología evangélica en la Eberhard-Karls-Universität en Tübingen, y había sido inspirada, en palabras del propio Hengel, por la traducción de Josefo efectuada por los profesores Otto Michel y D. Bauernfeind, en la que el propio Hengel había colaborado como asistente. La obra fue saludada en general en términos muy laudatorios, como una contribución fundamental al objeto de estudio. Algunas recensiones, no obstante, señalaron algunas presuntas deficiencias en el análisis de las fuentes rabínicas, mientras que otras (v. gr. la de Paul Winter en la Revue de Qumran) criticaron a Hengel por la aguda contraposición entre Jesús y los zelotas, señalando la falta de fundamento para tal tipo de contraposición, ideológicamente determinada. Esta última crítica me parece correcta, pero es cierto también que esa contraposición ocupa un lugar del todo menor en la obra y no es óbice para reconocer sus restantes méritos, que son numerosos. La segunda edición alemana vio la luz quince años después, en 1976. Esta edición es importante no solo porque en ella se corrigieron algunos errores y erratas, y porque se añadieron nuevas indicaciones de fuentes y referencias bibliográficas, así como algunos complementos, sino también porque un nuevo capítulo final contenía una respuesta a los críticos del autor, que básicamente se reafirmaba en sus posiciones. La edición inglesa no aparecería hasta 1989, en traducción de David Smith, en T. & T. Clark (Edinburgh): The Zealots. Investigations into the Jewish Freedom Movement in the Period from Herod I until 70 A.D. Esta obra contiene un interesante prefacio, también en ingles, en el que Hengel narra las circunstancias personales y culturales en que surgió la obra. La necesidad de una nueva edición alemana se hizo sentir ya años atrás, dado que la edición de 1976 estaba agotada hacía tiempo y era difícil de encontrar incluso en librerías de anticuarios. Así pues, ya en vida de Hengel (1926-2009) la editorial Mohr Siebeck, en la que Hengel había colaborado como autor y editor durante muchos años y a la que estaba unido por lazos de amistas, había decidido publicar una nueva edición. Tras la muerte de Hengel, se decidió publicar una nueva edición en la que se corrigieron algunas erratas y se suprimieron los términos, ideológicamente cargados, de “Spätjudentum” (“judaísmo tardío”) y el adjetivo correspondiente “spätjüdisch”. El volumen, editado por Roland Deines y Claus-Jürgen Thornton, fue publicado por Mohr Siebeck, Tübingen, en 2011. Ha sido completado por un amplio e interesante artículo de uno de los editores, Roland Deines, en que se hace balance de la investigación sobre el tema, desde 1961 hasta la actualidad. Se trata, en fin, de una obra imprescindible para cualquiera que quiera entender aspectos cruciales en el desarrollo político-religioso del judaísmo en el siglo I de la era común. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 5 de Marzo 2014
Notas
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro
Homilía III (43-50) El debate entre Pedro y Simón Mago llega a un punto de vueltas y revueltas en torno a la personalidad del Creador. La unidad de Dios parece descartada en opinión de Simón, desde el momento en que el mismo Dios advierte a los primeros padres del peligro de que el hombre logre cotas de sabiduría propias de los dioses (Gén 3,4). El Creador manifestaba un sentimiento, humano si los hay, de envidia. No podía consentir que los seres creados por su poder le hicieran competencia. Presciencia de Dios, Adán y Moisés Estaba claro que Adán, como después Moisés, gozaban del privilegio de la presciencia. Es decir conocían cosas antes de que sucedieran. Pero la presciencia de Adán no tenía sentido sin la presciencia de Dios que lo había creado. De ahí el escándalo del autor de la Escritura cuando recuerda que Dios necesitaba “considerar” como si lo necesitara a causa de su ignorancia. Otro tanto parece desprenderse del hecho de que Dios necesitara de alguna manera conocer si Abrahán le obedecería (Gén 22,1). Por ello, Pedro afirma con absoluta contundencia que es falso lo que dice la Escritura refiriéndose a Dios: “Se arrepintió de haber creado al hombre” (Gén 6,6). Dios ya sabía con su infinita presciencia que el hombre acabaría desviándose hacia el mal. Pedro podía, en consecuencia preguntarse “cómo era posible que convivieran las tinieblas, la oscuridad y la tormenta (pues esto también está escrito) con el que desplegó un cielo puro, creó el sol para que diera luz y definió el inmutable orden de los cursos de las estrellas innumerables? Así, Simón, el manuscrito de Dios, (me refiero al cielo), manifiesta el designio puro y firme del que lo ha creado” (H III 45,3-4). Para las dudas y afirmaciones de Simón, tenía Pedro una respuesta en lo que denomina el “manuscrito de Dios”, su obra visible y el presunto mundo invisible que se extiende más allá de las estrellas visibles y comprobables. Verdades y falsedades contra Dios en las Escrituras Es verdad que la Escritura contiene palabras calumniosas contra Dios, pero el resto de la Biblia contiene palabras y reflexiones contrarias a esas calumnias, que no han sido escritas por una mano profética. El requerimiento de Simón para que Pedro demostrara la base de sus criterios abre las puertas a un debate más amplio sobre el tema. Pedro recurre al hecho de la presencia de manos extrañas en la composición de las Sagradas Escrituras. “La ley de Dios, según la tradición, fue entregada por Moisés, y no por escrito, a setenta varones para que pudiera ser transmitida a la posteridad. Después de la asunción de Moisés fue escrita por alguien, pero no por Moisés” (H III 47.1). Explica estos hechos porque la Ley narra la muerte de Moisés, que no pudo ser hecha por el legislador. Cuenta Pedro que la Ley permaneció unos quinientos años después de Moisés custodiada en el templo. Y allí estaba cuando en tiempos de Nabucodonosor pereció en un incendio. Por todos estos detalles, la Ley no pudo dar testimonio de lo que iba a suceder con ella. Lo que, sin embargo, no vale para negar la presciencia de Moisés, como profeta que era. Por el contrario los que escribieron sobre ella podían equivocarse ya que no eran profetas. Simón pregunta sobre los criterios Simón, hombre de acreditada dialéctica, no acababa de comprender los razonamientos de Pedro. No comprendía los sistemas para separar las cosas verdaderas de las falsas. Pedro le responde que existe un fragmento de la Ley escrita que permite reconocer sin error la Providencia de Dios, criterio infalible para distinguir las cosas verdaderas de las falsas. Simón preguntó acerca de ese fragmento importante para discriminar la verdad o falsedad de los temas discutidos. La respuesta de Pedro no podía eludir la pregunta de Simón. Moisés dio la respuesta sin titubeos con una alusión directa a uno de los temas de esta primera discusión de Pedro, que es el Profeta Verdadero. Éstas son sus palabras: “No faltará un príncipe de Judá, ni un caudillo de su semilla hasta que venga su dueño; él es la expectación de las gentes. Si alguno, pues, pudiera comprender al que venga después de que falte de Judá un príncipe y un caudillo, el que será la expectación de las gentes, aquél podrá reconocer por los acontecimientos que el que ha venido es el verdadero. Y convencido por su enseñanza, sabrá cuáles de las Escrituras son las verdaderas y cuáles las falsas”. Pedro incluye la referencia concreta del texto aludido. Está contenido hacia el final del primer libro de la Ley (concretamente en Dt 18,15-22). Las lecciones del Profeta Verdadero Simón insistió en solicitar nuevos datos sobre el tema discutido. Pensó que el Profeta Verdadero habría enseñado a sus discípulos a distinguir las Escrituras verdaderas de las falsas. Pedro recordó una discusión de Jesús con los saduceos. Era el pasaje de Mc 12,24 y Mt 22,29: “Por eso os equivocáis al desconocer las cosas verdaderas de las Escrituras, porque ignoráis el poder de Dios”. Y si les echó en cara que desconocían la verdad de las Escrituras, está claro que es porque también hay en ellas cosas falsas. Era el mismo argumento sobre los cambistas. Pues “también cuando dijo «Sed probados cambistas»” basado posiblemente en algún apócrifo, es porque hay palabras auténticas y espurias. Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro
Domingo, 2 de Marzo 2014
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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