Notas
Escribe Antonio Piñero
Deseo hoy añadir algunas precisiones complementarias, quizás importantes, a lo sostenido ayer. Concluíamos que es razonable suponer que las autoridades judías intervinieron en el prendimiento y en la muerte de Jesús, ya que –siendo Jesús en realidad un sedicioso contra el Imperio, y por muy bien que los pudiera caer la figura de un nacionalista judío, muy religioso y leal a su religión– primaron los intereses políticos y probablemente… económicos. La cuestión planteable con más detalle es la siguiente: ¿Partió la iniciativa para actuar en contra de Jesús directamente de Pilato? ¿Se limitó el Prefecto a expresar el descontento con las condiciones del país respecto a la lealtad para con el Imperio y a insistir en que se hiciera algo al respecto por parte de las autoridades judía? Una respuesta absoluta a esta pregunta no es posible. Pero sí lo es plantear un supuesto razonable partiendo del texto de Jn 11,47 – 50. Es posible que hubiera conversaciones previas entre Pilato y Caifás antes de realizarse la reunión informal de gran parte de los miembros del Sanedrín de la que da cuenta ese pasaje del Evangelio. Es posible que el Prefecto impulsara con ciertas amenazas, a Caifás para que este garantizara la lealtad a Roma por parte no solo de este Consejo, sino también del pueblo de Jerusalén. Esto explicaría por qué los Evangelios dicen que los jefes de los judíos azuzaban al pueblo de Jerusalén a que pidiere él mismo la 15,13-14: “La gente volvió a gritar: «¡Crucifícalo!». Pilato les decía: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaron con más fuerza: «Crucifícalo!»”. Según la escena que dibuja el Evangelio de Juan en 11,47-50, ciertamente no les convenía en absoluto a los miembros del Sanedrín que el nacionalismo religioso de un pequeño grupo pudiera suscitar algún movimiento popular antirromano en el entorno del Templo, lo que –a su vez– podría causar una violenta reacción por parte de los romanos y que muriera mucha gente (vv. 47-48: “Este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación»). Y segundo, tampoco les convenía que ese pequeño grupo –y además galileos– viniera a perturbar el excelente negocio del funcionamiento pacífico del Templo. Demasiado dinero en juego con la venta de animales y el cambio de moneda, más lo que los sacerdotes mismos obtenían de los sacrificios. Así que es probable que, tras dejar de lado las discusiones internas (vv. 49-50): les increpa Caifás: “Vosotros no sabéis nada…,ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación”), que demuestran que no todo el grupo del Sanedrín podría ser totalmente hostil a Jesús, se armaron de las mejores armas políticas (Lc 23,2: “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es el mesías rey»”) y entregaron a Jesús en manos de Pilato. Y este, encantado de que le facilitaran la labor. Entre los dos, Sanedrín y el Prefecto, lograron que el sentimiento antirromano no siguiera prendiendo entre el pueblo judío aunque por motivos fundamentalmente religiosos. Esta es más o menos la reconstrucción posible de la escena gracias a los datos del Cuarto Evangelio. Pero debe quedar claro que lo que primaba el interés de los romanos. Y si no hubieran actuado los jefes de los judíos para evitarse problemas, los romanos lo habrían hecho por su cuenta tarde o temprano. Y debe quedar claro que el juicio de verdad contra Jesús fue el romano; que allí hubo una cognitio extra ordinem, es decir, un juicio breve con acusación y fallo rápido por parte del Prefecto, y que fueron ellos, los romanos, los responsables de esa condena y de la muerte de los tres sediciosos. Por consiguiente no creo que esté fundamentada, por un lado, la tendencia a exonerar absolutamente a los judíos del prendimiento y muerte de Jesús (es decir, llevar al extremo la tesis de “La patraña del pueblo deicida”, DStoria Edicions de Sabadell 2014, como ha hecho Josep Montserrat, el autor también de El Galileo armado, de EDAF 2011). Por otro, tampoco me parece legítimo exonerar totalmente a los romanos, evitar la imagen de un Jesús sedicioso, ocultar el aspecto y consecuencias políticas de una predicación en apariencia exclusivamente religiosa y dejar que en el pueblo cristiano siga creyendo que la culpa de todo la tuvieron los judíos que por motivos estrictamente personales o de una religión mal enfocada; que fueron estos los que acabaron con un Jesús totalmente inocente, manso y humilde y de corazón. Esta postura, a la vez, fomenta el antisemitismo pensando que “los judíos” en general (ni siquiera distinguiendo entre los jefes y el pueblo; o entre una parte del pueblo de Jerusalén y el pueblo judío en general del siglo I) se movieron por una crueldad interna y malvada, o por un odio y envidia perniciosos contra Jesús, sino que en realidad todo ocurrió entre los judíos “como una decisión pragmática de las autoridades, y por lo tanto como el menor de dos males”, como expresa oportunamente F. Bermejo. Y una nota más a la conclusión: no había en el Israel del siglo I ninguna separación entre religión y política; no había tampoco en el mundo antiguo en general, romano y griego en particular, ninguna separación entre religión y política. El emperador (que es un cargo militar) era a la vez el pontífice máximo; el cuidado del culto a los dioses y el ofrecimiento de los sacrificios oportunos era importante y necesario para que no se encendiera la ira divina y acabaran con una ciudad en concreto o con el estado completo ya que los humanos no cumplían sus deberes para con ellos; y cuando se emprendía una guerra lo primero que se hacía era sacrificar convenientemente a la divinidad e interpretar los augurios y ómenes que esa misma divinidad había previamente dispuesto. Y en el siglo XXI no hay en otra religión abrahámica como es el islam ninguna separación entre religión y política. Y, curiosamente, la separación entre religión y política, entre la Iglesia y el Imperio, comenzó en el siglo V por parte de la Iglesia y fue una cuestión de mera supervivencia política por parte de ella. Cuando el Imperio tardorromano se hundía en el último cuarto del siglo V, la Iglesia quiso separar su suerte (la Iglesia estaba constituyéndose ya en el mayor latifundista del Imperio, la mayor propietaria de bienes raíces en iglesias, monasterios y campos adyacentes) de la del Imperio Romano. Y para ello se aprovechó de una teología sobre la condición humana y la obra dela gracia divina que provenía de san Agustín en último término. La Iglesia sobre todo comenzó a promover una cierta separación del Imperio utilizando ideas que había propagado la obra de Próspero de Aquitania en el segundo cuarto del siglo V (De vera humilitate, que en realidad no hablaba de la humildad, sino de la riqueza de la Iglesia y de cómo justificarla): es tal la dependencia humana de la gracia divina –afirmaba– que el pasado, es decir, el Imperio, no contribuía para nada al presente. En realidad no se necesitaba ya al Imperio, porque con el advenimiento del cristianismo Dios lo había hecho todo nuevo (Apocalipsis 21,5); para reformar el mundo bastaba con el milagro diario de la gracia. De hecho, con esta doctrina empezó a fundamentarse la noción de que la historia de la Iglesia era independiente de la historia del Imperio. Y con esta idea comenzaba también a separarse el poder civil del eclesiástico que deseaba su propia independencia. Esto era solo el comienzo y faltará aún mucho tiempo para que la Iglesia llegue al extremo opuesto: considerarse superior al estado y exigir no solo el “poder de la cruz”, sino también “el de la espada”, en el sentido de que la segunda se someta plenamente a la primera. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Martes, 14 de Febrero 2017
Comentarios
NotasEscribe Antonio Piñero Otra de las preguntas que suelen formularse a propósito de la crucifixión de Jesús es “¿Quién fue en último término el causante de su muerte?”. La investigación confesional más antigua solía echar la culpa por entero a las autoridades judías y prestaban absoluta fe a lo que se desprende de la lectura rápida de los Evangelios: fueron los jefes de los judíos. Los romanos y su prefecto –que no habían intervenido en la purificación del Templo– actuaron como meros comparsas y no fueron culpables en el fondo. Pilato, aun persuadido de la inocencia de Jesús, lo condenó a muerte por complacer a las autoridades judías y al pueblo. Ni siquiera es lícito hablar de soborno, sino de una mera cesión por parte del Prefecto a las presiones de los judíos. Este punto de vista es simplemente inverosímil. No cuadra con el modo de ser de Pilato tal como lo describen Flavio Josefo y Filón: sus actuaciones cuando provocó a los judíos introduciendo estandartes de las legiones con el busto del emperador; de su enfrentamiento con el sacerdocio y el pueblo por el empleo de dinero del tesoro del pueblo para construir un acueducto para Jerusalén; de su asesinato de miles de samaritanos al final de su mandato, por el cual fue destituido por Vitelio, y aprobado por Tiberio. No parece posible que Pilato permaneciera impasible cuando los judíos mismos acusaban a Jesús de alteraciones de orden público y de hacerse su rey mesiánico, figura antirromana por excelencia. Como la crucifixión fue colectiva, y los judíos no pudieron ser responsables de la muerte en cruz de los dos bandoleros, parece evidente que los romanos actuaron como acusadores de esos dos personajes y los condenaron a muerte. ¿Es creíble que en ese caso colocaran a Jesús en medio de ellos, aun considerándolo inocente? No parece plausible. Es inverosímil que los sumos sacerdotes hubieran actuado solo por pura envidia contra Jesús (Mc 15,10: Pilato “se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia”). ¿Cómo se inventaron igualmente los jefes religiosos de los judíos de las acusaciones contra Jesús que recoge Lucas 23,1-2 (“Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato. Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey»), si es que eran una estricta mentira? Es sencillamente inverosímil. E igualmente lo es, como afirma el Cuarto Evangelio, que ante todo el pueblo judío gritaran contra Jesús «No tenemos más rey que el César» (Jn 19,15). Por el contrario, sí es verosímil la versión de este evangelio cuando pinta la escena de la deliberación del Sanedrín en casa de Caifás donde se pensó que lo mejor era eliminar a Jesús: “Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. 48 Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.» 49 Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, 50 ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación»” (Jn 11,47-50). Esta versión es sumamente verosímil: hubo una actuación de consuno entre las autoridades judías y las romanas para quitar de en medio a Jesús por razones puramente políticas y de orden público…, en absoluto por razones de envidia, blasfemia contra Dios y otras acciones de Jesús contra la religión judía. De ello se deduce que el prendimiento de Jesús fue probablemente una acción conjunta de la policía del Templo y de los romanos (Jn 18, 3: Judas llega al monte de los Olivos “con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas”). Incluso, si se me apura, parece inverosímil la presencia de guardias judíos contra Jesús, ya que iba en contra de las costumbres romanas de actuar solos y con disciplina militar estricta. Es más verosímil incluso que fueran los romanos solo lo que decidieron el prendimiento de Jesús y que –en todo caso– que se unieran a su grupo (cohorte) algunos acompañantes de Judas del entorno de los sumos sacerdotes. La decisión de prender a Jesús debió de partir en concreto de los romanos, por el interés que ellos mismos tenían. En todo caso podemos hablar también de una conjunción de intereses políticos (y económicos) por parte de las autoridades del Templo con los intereses puramente políticos y de orden público de los romanos. Por último: en general se suele explicar el silencio de Jesús ante Pilato (sobre todo) como un acto de majestad y autocontención, o bien como una decisión interna de aceptar el designio divino de su muerte en cruz con vistas a la redención de toda la humanidad. Pero, aparte de que una redención por toda la humanidad no encaja en absoluto con el perfil religioso de un judío a carta cabal como Jesús, el silencio de este, en especial ante Pilato (la escena de Jesús ante Herodes Antipas relatada solo por Lucas tiene muchas dificultades históricas), se explica mucho mejor si se tiene en cuenta el hecho de que un reo acusado de sedición puede temer verosímilmente que cualquier palabra que pronuncie ante la autoridad puede ser utilizada en contra suya y de su causa. En conjunto creo válido el resumen de la situación qua hace F. Bermejo en el artículo sobre “Jesús y la resistencia antirromana” que estamos comentando: “La responsabilidad de la crucifixión de Jesús corresponde a Pilato, que tenía el imperium (el único con capacidad de ordenar una condena a muerte en la Judea del momento)… Debe quedar claro que Jesús podría haber sido arrestado y crucificado por el prefecto romano sin la intervención de los jefes de los sacerdotes, porque la predicación de Jesús, las pretensiones y las actividades eran extremadamente contrarias al dominio de Roma… El que fueron los sacerdotes los que persuadieron a Pilato para hacer el trabajo… los presuntos motivos (odio, la envidia, hostilidad mortal... ) son casi increíbles y son todos probablemente invenciones cristianas… “Pero a la vez la idea de que las autoridades judías jugaron un papel en el destino de Jesús no deja de ser razonable... Si el Evangelio habla de la responsabilidad de las autoridades judías en detención de Jesús conserva probablemente un núcleo duro de la memoria histórica. El comportamiento de los judíos –que implicaba la dura decisión de entregar a un compañero judío (o un grupo de judíos) a los romanos para su ejecución – se explica mejor si Jesús, efectivamente, había actuado como un sedicioso: con el tiempo se habían alarmado sumamente las autoridades por la gravedad del peligro político que constituía Jesús y su grupo, puesto que ello podría conducir fácilmente a la muerte de muchas personas inocentes por los romanos. Las autoridades judías tenían la responsabilidad de mantener el orden público y la paz en Judea y, por lo tanto, la obligación de cooperar en el mantenimiento del gobierno romano en su tierra. Así pues, si tomaron parte los judíos en el prendimiento de Jesús, su intervención debió de haber sido de acuerdo con un escenario como el contenido en Jn 11,47-50 (citado arriba), pasaje que va en contra de la perspectiva del propio evangelista. Este texto es realista en la medida en que supone la existencia de actitudes profundamente contradictorios hacia Jesús dentro de las autoridades…, Los vv. 49-50 transmiten claramente la existencia de una discusión áspera entre las autoridades judías respecto a Jesús y, por lo tanto, parecen apuntar a la probabilidad de que al menos algunos de ellos tenían la intención de que se le permitiera a Jesús predicar y actuar sin perturbaciones ( " Si le dejamos ir de esta manera ... " : v. 48). La presuposición de la existencia de actitudes profundamente contradictorias hacia Jesús niega radicalmente la tendencia de los Evangelios a presentar a las autoridades judías en su totalidad como hostil a él”. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Lunes, 13 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
El artículo que estamos comentando de F. Bermejo se detiene aquí en la aclaración de indicios relativamente menores de la última semana de Jesús en Jerusalén que se explican también, según él, con suficiente claridad, si se admite la hipótesis del Jesús sedicioso contra los romanos. El primero es la extraña frase de Mc 11,11: “Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania” Después de su “entrada” triunfal, que debió de ser mínima, que tuvo lugar fuera de las murallas (en realidad no entra en la ciudad triunfalmente), Jesús pasa las puertas de la ciudad y penetra en el Templo, lo observa todo detenidamente y se va. Al día siguiente, v. 15, tiene lugar la denominada purificación del Templo: “Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas”. Esta acción doble puede interpretarse de dos maneras: 1. Jesús entre en Jerusalén tranquilamente y visita el Templo como una acto de piedad. Se hace tarde y se retira a Betania. Es decir, todo es normal y no hay constancia alguna de lo que va a ocurrir al día siguiente. 2. Después de la entrada en Jerusalén, Jesús se dirige al Templo, “lo observa todo detenidamente y se va”. El acto de observarlo todo con precisión es un reconocimiento del terreno por parte de Jesús, para preparar lo que él sabe que va a ocurrir al día siguiente. La purificación será un acto peligroso y hay que prepararlo todo, por ejemplo, el modo de huida cuando se produzca el tremendo alboroto producido por la acción de volcar las mesas de los cambistas y abrir las jaulas de los animales. La observación previa y en secreto denota un plan premeditado y el miedo a las autoridades. Jesús sabe que su acción va en contra del orden constituido. El segundo es la manera de actuar el grupo en Jerusalén tanto en la entrada triunfal como en la Última cena: en los dos se respira en los Evangelios una especie de atmósfera secreta, preventiva, con contraseñas, que podría aclararse con el supuesto de que el grupo de Jesús tuviera que mantener en secreto sus actividades ante la policía o las autoridades. Leemos en Mc 14,13-17: “Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle 14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: “El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?” 15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.» 16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua”. Obsérvese: · Jesús queda oculto. Da los discípulos ciertas indicaciones. Siguen a un hombre que les lleva al dueño de la casa. Este conoce a Jesús y basta con decirle “El Maestro”, sin más indicación. Los discípulos cumplen el mandato de Jesús y encuentran todo tal como Jesús había predicho. Lo ocurrido puede interpretarse de dos maneras: 1. Jesús es un profeta, y por iluminación divina conoce el futuro. O él mismo es Dios, y sabe naturalmente lo que va a pasar. 2. Todo responde a un plan previamente convenido donde hay ciertas contraseñas previas; el dueño sabe perfectamente de qué se trata, pues conoce bien a Jesús, y le presta una sala para celebrar una cena. Marcos la presenta como la Pascua, pero en ausencia de todo detalle de cena pascual en su misma narración, da la impresión de ser una cena de despedida de los discípulos o de preparación para un acto solmene que va a suceder. El lector escoja entre las dos interpretaciones. Pero el historiador, por preceptiva del oficio, no puede aceptar la explicación sobrenatural. La tercera escena que se explica perfectamente por la hipótesis propuesta –y en la que no hay que extenderse mucho– es la del prendimiento de Jesús en el huerto de Getsemaní. Comenta F. Bermejo: “Lo que Jesús estaba haciendo allí, por la noche, rodeado de un séquito de hombres armados, es una cuestión que nunca se ha explicado de forma convincente entre la normalidad de los estudiosos. Sin embargo, si estaba preparando su grupo para la manifestación escatológica inminente de Dios (es decir, el inicio inmediato del Reino, que ya hemos explicado que según Zacarías 14 iba a comenzar en el Monte de los Olivos), la escena se vuelve significativa. El consejo de Jesús a sus discípulos de permanecer despiertos también se hace inteligible: habían sido asignados para montar guardia. Aunque el episodio de la detención sigue siendo enigmático, ya que ha sido manipulado con toda probabilidad, es claro que los seguidores estaban colectivamente listos para (y participar en) la resistencia armada, como se desprende de Lc 22, 49-50”: “Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?»; y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha”. Y puede añadirse que la historia de la traición de Judas –que los conduce a donde estaban congregados Jesús y sus discípulos– tiene más sentido aún, si todo lo que ocurrió allí es el resultado de un plan previamente preparado para los últimos eventos de la inminente llegada del Reino divino. Judas no tenía más que conducir a la turba y a los soldados romanos, al sitio indicado por el profeta Zacarías para el inicio de la acción de Dios. Es de suponer que tanto las autoridades judías como romanas conocían muy bien al grupo de Jesús, y que este no era un grupo desarmado e inofensivo: la resistencia era previsible. Da la impresión, pues, de que todo va encajando bien dentro del marco de la hipótesis propuesta de “Jesús como sedicioso desde el punto de vista de las autoridades romanas”. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Domingo, 12 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero: Si como propuse ayer, al final, se acepta la idea de que no hay enigma alguno en la muerte en cruz de Jesús ya que se había declarado “rey de los judíos” (titulus crucis: Jn 19,19) la réplica de los jefes de los judíos es muy ilustrativa: “Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: “El Rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos”»), expresa con la claridad suficiente que Jesús se había proclamado rey. Pilato no estaba de acuerdo en eliminar esa placa colocada sobre la cruz de Jesús porque informaba exactamente de la condena: “Esa inscripción fue leída por muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego… Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito»”. Las frases del Evangelio de Juan indican que la muerte de Jesús junto con la de los otros dos “bandoleros” (propuse que se entendiera esta crucifixión colectiva de Jesús en medio de los dos sediciosos, como su jefe) se hizo cerca de los muros de Jerusalén de modo que todo el mundo escarmentase. Creo que Pilato tuvo que tener razones muy serias para ordenar una crucifixión colectiva cerca de la Pascua, cuando en Jerusalén había cerca de cien mil personas y el impacto informativo era grande. Roma no condenaba a la cruz a cualquiera…, y menos en Judea, ya que una injusticia flagrante hubiera causado una revuelta inmediata en el pueblo, como sucedió cuando el prefecto introdujo en Jerusalén los estandartes de las legiones romanas que naturalmente portaban también el busto del emperador (Filón, Embajada a Gayo XXXVIII 299-305; Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XVIII 55-59) utilizó dinero del tesoro del Templo para construir un acueducto, llevar agua a la deficitaria Jerusalén y solucionar el problema continuo de la falta de agua para los peregrinos (la fuente de Siloé no daba abasto para todos). Aun siendo evidente la utilidad, los judíos se amotinaron contra Pilato (Flavio Josefo, Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos XVIII 60-63). · También recibe nueva luz el episodio de Barrabás. No estoy pretendiendo decir que sea exactamente histórico (que no lo es, por las dificultades para admitir la existencia –jamás atestiguada en ningún lugar– de un perdón romano, cada año, para delincuentes graves e incluso sediciosos), sino porque en el entorno de esta historia Marcos señala que cerca del tiempo en el que fueron crucificados Jesús y sus dos posibles colegas, entre los presos de Pilato “había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato” (Mc 15,7). Ahora póngase en relación la muerte de Jesús por sedición, junto con otros dos y la noticia de que antes había habido una sedición contra Roma con el resultado de una pelea contra los romanos, y un muerto… No afirmo que pueda probarse estrictamente la relación entre los dos acontecimientos, pero da mucho que pensar. Únase también este episodio con lo de la crucifixión colectiva, arriba mencionada de nuevo. · Si se acepta que la muerte en cruz de Jesús fue por sedición contra Roma, reciben nueva luz las chanzas de los soldados después del juicio romano contra Jesús. Todos los motivos de la burla se refieren a un condenado que se había proclamado rey contra el poder de Roma: los elementos de esta parodia son: la púrpura, vestidura real; la corona de espinas; la caña con la que lo golpean es el cetro; la proskínesis o adoración de rodillas ante él; la exclamación: «¡Salve, Rey de los judíos!» (Mc 15,17-19). ¿Tiene sentido el que los soldados, no influenciados por los sumos sacerdotes, consideraran que Jesús merecía una burla de ese calibre si no se supiera como cierto que había mostrado públicamente que él era el mesías, el rey de Israel? Todo adquiere sentido, si se admite que a Jesús no lo condenaron por blasfemia, sino por sedición contra el Imperio. · Tiene sentido el que los discípulos de Jesús portaran espadas, y que Jesús les ordenara “vender su túnica” y comprar espadas (Lc 22,36). Alguna confrontación iba a haber con los soldados romanos o al menos con la policía del Templo · Tiene sentido el que Jesús prometiera a sus discípulos que iba a concederlos un reino, como se lo había concedido a él su padre (Lc 22,29), que les prometiera que iban a ocupar en ese reino futuro posiciones importantes (“juzgar a las doce tribus”: Lc 22,30 ) y que los discípulos se pelearan entre sí por conseguir el favor de Jesús de les otorgara los mejores puestos (Mt 18,1 y paralelos). · Tiene sentido el que Jesús se opusiera al pago del tributo al César (Mc 12,14-16 y sobre todo Lc 23,2). · Tiene sentido pleno el que los discípulos se defendieron con la espada en la escena del prendimiento de Getsemaní (el más claro es Jn 18,10, porque da nombres). Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com La foto es el único testimonio arqueológico de Poncio Pilato: la inscripción con su nombre descubierta en Cesarea Marítima en 1961 por Antonio Frova y que está en el Museo de Israel de Jerusalén. Texto : …]S TIBERIEVM …PON]TIVS PILATVS …PRAEF]ECTVS IVDA[EAE]
Sábado, 11 de Febrero 2017
NotasEscribe Antonio Piñero La hipótesis de un Jesús sedicioso para el Imperio romano explica algunas de las cuestiones sobre la vida y la personalidad de Jesús que se plantean normalmente los exegetas, y sobre las que escriben miles de páginas… pienso que algunas inútiles. Así, en primer lugar, la hipótesis de un Jesús sedicioso explica con mucha sencillez la razón por la que Jesús fue condenado a muerte en cruz… y por los romanos, no directamente por los judíos. Según el pensamiento del evangelista Marcos (14,61-64) Jesús fue condenado por blasfemia. Según Lucas, su condena fue un trágico error: un Jesús inocente y pacífico fue tenido por lo que no era, un Jesús subversivo (Lucas da a entender que las tres acusaciones formuladas contra Jesús en 23,1: “«Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey”) son en realidad falsas y que los testimonios de la testigos no coincidían. Es cierto que Jesús se declara “rey de los judíos” en el Evangelio de Lucas, pero de inmediato Pilato, el guardián del orden imperial, dice que “no halla en el ningún delito”. Eso significa que la realeza de Jesús –según Lucas– no ofendía al Imperio. Por tanto, era una relaza simplemente espiritual. En esa misma idea abunda el Evangelio de Juan (“Mi Reino no es de este mundo: Jn 18,36). Las tres razones dadas por los evangelistas para la muerte de Jesús (blasfemia; simple injusticia; espiritualidad/un reino de Dios inocuo) no convencen para quien conozca al siglo I y a los personajes que intervienen en la condena. En primer lugar, según los evangelios mismos, Jesús jamás pronunció blasfemia alguna (era preciso que se pronunciara expresamente el nombre de Dios en una frase injuriosa contra él). Tampoco fue una blasfemia la purificación del Templo, ni mucho menos el conjunto de su enseñanza, tanto en Galilea como en Jerusalén. Marcos concluye, pues, explícitamente que los jefes de los judíos mintieron en esa reunión del Sanedrín. Además cuando llevaron a Jesús ante Pilato para que lo condenara a muerte (él era el único que poseía ese derecho, el denominado ius gladii = literalmente “derecho de espada”), los judíos omiten el cargo de blasfemia y le acusan de “muchas cosas” (Mc 15,3), pero no precisamente de aquello por lo que lo habían condenado según la ley judía. Y ¿de qué lo acusan? De lo más verosímil según la vida pública de Jesús. E igualmente, según los mismos evangelistas, el crudelísimo y duro Poncio Pilato, se encarga de defenderlo!!! Marcos, pues, prepara el terreno para que Lucas insista en el tremendo error de haber condenado a muerte a un justo inocente. E igualmente el Evangelio de Juan. Que se equivocaran tanto Herodes Antipas (que persiguió a muerte a Jesús: Lc 13,31) y Poncio Pilato es altísimamente inverosímil. ¿Cuál es, pues, la solución al “enigma” (según escriben algunos) de la muerte de Jesús?: pues que tanto Pilato como Antipas sabían por sus informadores que la predicación de Jesús sobre el reino de Dios era políticamente subversiva, y que al final de su vida Jesús se había declarado rey mesiánico de Israel. Y eso suponía un gravísimo delito de lesa (“herida”) majestad del emperador, Tiberio, y del Imperio mismo. Luego la condena a muerte en cruz por sedicioso era inevitable. He ahí la razón simple y sencilla de la muerte de Jesús apuntada ya por el patrón de recurrencia con treinta y seis indicios nada menos… que si se busca en los comentaristas confesionales es muy difícil que se encuentre. No hay enigma alguno en la causa de la muerte de Jesús. Tampoco hay enigma alguna en el hecho de que Jesús no fuera crucificado solo (Mc 15,27. 32; Lc 23,33; Jn 19,18; a este tema ha dedicado F. Bermejo un artículo completo que los lectores pueden leer en “Academia.edu”). La solución más sencilla a este “enigma” es que; a) había relación entre los tres crucificados; los tres estaban condenados por el delito de sedición, como supone el suplicio escogido para la muerte; b) que Jesús estuviera colocado en el centro tiene como explicación probable el que él, Jesús, fuera el más importante de los tres; c) y si , flanqueado por los otros dos es que eran reos del mismo delito. Incluso el Evangelio de Marcos indica que esos dos individuos que sufren la misma suerte de Jesús podían ser denominados lestaí (bandoleros; es decir, sediciosos en la jerga política de la época; vocablo rebajado a simples “malhechores” por Lucas 23,33), parece también probable que Jesús fuera considerado un lestés, es decir, un sedicioso según las leyes del Imperio. Lucas pone en boca de uno de esos dos “bandoleros/sediciosos” que Jesús había sido condenado a la misma pena… Con cierta oscuridad está indicando –aunque no lo diga expresamente– que la causa de la condena es la misma. En una palabra: no hay enigma ninguno en la muerte de Jesús ni tampoco en que fuera condenado en compañía de otros dos. La causa era clara según Poncio Pilato: “Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos”. Jesús era un sedicioso contra el Imperio Romano. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 10 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
La presentación de ayer buscaba encuadrar a Jesús, y por tanto comprenderlo, dentro del ambiente de la piedad judía, ni mucho menos solo dentro de los estudios sociológicos o políticos de la sociedad judía del siglo I. La posición de Jesús se comprende mejor como una continuación de la vida y mentalidad de otros personajes de la historia de su religión, tal como Jesús habría leído y oído en la sinagoga. En realidad esa posición sediciosa contra el Imperio era una de las expresiones de la fe absoluta, y más acendrada. en Yahvé y en sus designios. Pienso que muchos del pueblo en Israel, aunque no se atrevieran a desafiar al poder de la cúpula religiosa del pueblo judío y al poder romano con la valentía con la que lo hacía a veces la predicación de Jesús, lo admiraría muchísimo. La investigación independiente resalta este aspecto: Jesús sería como un héroe del nacionalismo de las masas judías del siglo I… precisamente porque era un hombre religioso. Ello explica que hasta el momento mismo de su condena y según el Evangelio de Marcos, Jesús gozaba de la simpatía absoluta del pueblo: “Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo» (Mc 14,1-2). En este punto señala F. Bermejo, en el artículo citado, que “El Jesús sedicioso no es todo el Jesús, y describirlo como un sedicioso no tiene como objetivo captar una especie de 'esencia' total de su figura, sino simplemente una dimensión o aspecto de él, aunque a la verdad un aspecto decisivo”. Hay otros aspectos que caracterizan también a Jesús como un judío fiel, que ponen de relieve la naturaleza fundamentalmente religiosa de su personalidad, o el hecho de que la mayoría de las veces se dirigiera a las gentes en sus discursos tratando temas espirituales y morales. Si se considera así hay que aceptar que Jesús era algo más que un "mero sedicioso”. Esperaba y anunció que al final del presente orden de las cosas, que esta estaba cerca, y predicaba ante todo el Reino de Dios y la restauración de Israel. Pero todas estas ideas casan muy bien con ese aspecto de su figura poliédrica que estamos tratando de destacar, la derivación o las implicaciones políticas de su mensaje y de su actuación puesto que es persistentemente negado por parte de la investigación. El que estemos destacando que Jesús fuera sedicioso contra el Imperio no niega en absoluto que, a la vez y sin contradicción alguna, fuera también una personalidad fundamentalmente religiosa. El reino de Dios que Jesús predicaba no era un simple programa político, sino ante todo moral, y espiritual. Comenta F. Bermejo: “Para los judíos del siglo I libertad nacional no era sólo una cuestión de política, sino que también fue de gran importancia espiritual… Por lo tanto, a diferencia de lo que el Jesús marcano y la investigación confesional estándar parecen implicar, no existe contradicción alguna entre ser un maestro religioso y ser un sedicioso como, por ejemplo, en el caso del Rabí Aquiba”. Este es un ejemplo excelente, ya que Aquiba, junto con Hillel o Gamaliel, es considerado uno de los padres del judaísmo como se entiende hoy. Sin embargo, este maestro de la Ley, absolutamente preocupado por la religión, no tuvo inconveniente alguno en mostrarse como un sedicioso contra el Imperio romano al apoyar intensa y públicamente a Bar Kochba como rey mesiánico de Israel…, con las consecuencias políticas que ello supuso: la aniquilación de Israel como estado desde el 135 (tiempo de Adriano) hasta 1948 (constitución del estado de Israel). Anteriormente al ministerio público de Jesús, al final de la vida de Herodes el Grande (hacia el 5 a. C.), unos fariseos piadosos, maestros de la Ley, animaron a unos cuantos jóvenes que echaran abajo a hachazos las águilas que coronaban una de las puertas del templo de Jerusalén, sencillamente porque suscitaban sentimientos idolátricos y de obediencia al poder blasfemo de Roma representado por las águilas de sus legiones. Y poco después, la gran revolución contra Roma surgida a propósito del censo del país en el 6 d. C. fue promovida por Judas el Galileo –a quien muchos ven solo como una suerte de guerrillero contra Roma– al que Flavio Josefo llama “maestro de la Ley” (este el significado de la palabra “sofista” que emplea en La Guerra de los judíos II 118). En una palabra: como todo hombre grande, Jesús tuvo una personalidad poliédrica y compleja. Fue ante todo un maestro de la Ley y un proclamador del reino de Dios, pero eso no obsta que las autoridades políticas vieran en él un peligro político y social, es decir, un sedicioso. Y por eso lo mataron, no por otra cosa. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Jueves, 9 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero:
Sigo con el tema de ayer en torno a la mentalidad de Jesús respecto a la batalla final que debía de constituir los momentos previos al Juicio y a la instauración del reino de Dios. · Corroboro la idea ya expresada anteriormente: no andamos lejos de la verdad si pensamos que Jesús podría tener unas ideas muy parecidas sobre la ayuda decisiva de Dios. Escribe Hyam Maccoby en su obra “Revolución en Judea”: “Probablemente Jesús tenía en mente el ejemplo de Gedeón... La salvación tendría un aspecto ciertamente militar pero los fieles no sería meros espectadores del milagro divino. (Colaborarían con él), pero la gloria de la victoria sería principalmente de Dios (p. 158). "Jesús... era un profeta apocalíptico convencido, que consideraba que la lucha contra Roma se ganaría en gran medida por un medio milagroso. Por ello no tuvo que hacer serios preparativos militares. Solamente sería necesaria en todo caso una mínima. Jesús no tenía la mentalidad de un Judas Macabeo, es decir que pretendiera expulsar a los romanos por la fuerza de las armas, como Judas había expulsado a los griegos. Este no sería su propósito ya que tal empresa conduciría a la fundación de una dinastía real pero terrena. Lo que pretendía Jesús era que se inaugurara el reino de Dios, lo que suponía una nueva época en la historia del mundo. Pero esta posición jesuánica que suponía un desprecio del militarismo fue convertida por la iglesia paganocristiana en una suerte de doctrina pacifista (pp. 172. -73). Estoy de acuerdo con esta posición. · El punto anterior lleva a la conclusión de que no es un argumento serio concluir que Jesús era totalmente pacifista porque su grupo poseía pocas armas, espadas en concreto. Argumentar así significa desconocer la mentalidad religiosa del siglo I, tanto en Judea como en el mundo grecorromano, a saber, la posibilidad real de que la divinidad interviniera continuamente en los asuntos humanos. Las ideas al respecto de Jesús eran, pues, como las de Gedeón y las de otros héroes de la historia de Israel. En el artículo, tantas veces citado de F. Bermejo, y que estamos comentando, este investigador trae a colación varios textos de los libros de los Macabeos que sirven de ilustración sobre cómo podría ser la mentalidad de Jesús: “Al ver éstos el ejército que se les venía encima, dijeron a Judas: «¿Cómo podremos combatir, siendo tan pocos, con una multitud tan poderosa? Además estamos extenuados por no haber comido hoy en todo el día.» 18 Judas respondió: «Es fácil que una multitud caiga en manos de unos pocos. Al Cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos; 19 que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza que viene del Cielo. 20 Ellos vienen contra nosotros rebosando insolencia e impiedad con intención de destruirnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, y hacerse con nuestros despojos; 21 nosotros, en cambio, combatimos por nuestras vidas y nuestras leyes; 22 El les quebrantará ante nosotros; no les temáis» (1 Macabeos 3,17-22) “Entonces Judas Macabeo, al observar la presencia de las tropas, la variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los elefantes, extendió las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien sabía que, no por medio de las armas, sino según su decisión, concede él la victoria a los que la merecen. 22 Decía su invocación de la siguiente forma: «Tú, Soberano, enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca de 185.000 hombres del ejército de Senaquerib; 23 ahora también, Señor de los cielos, envía un ángel bueno delante de nosotros para infundir el temor y el espanto. 24 ¡Que el poder de tu brazo hiera a los que han venido blasfemando a atacar a tu pueblo santo!» Así terminó sus palabras” (2 Macabeos 15,21-24). Y presento un último texto de 1 Samuel 14,6 en donde se ve que esta confianza absoluta en Yahvé para la victoria ante los enemigos de Israel era muy antigua en Israel. El que habla es Jonatán, hijo del rey Saúl, y amigo de David: “Jonatán dijo a su escudero: «Ven, crucemos hasta la avanzadilla de esos incircuncisos. Acaso Yahveh haga algo por nosotros, porque nada impide a Yahveh dar la victoria con pocos o con muchos”. Esta, creo, podría ser la mentalidad de Jesús: para Dios era igual conceder la victoria con pocos hombres o con muchos. Lo único que importa es la ayuda divina. Hagamos por nuestra parte lo que podamos, porque Dios proveerá para la victoria. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: Por si a alguien le interesa, aquí va un enlace radiof´pnico de una entrevista que me hicieron para World Press: Enigmas de Jesús y del Cristianismo primitivo, con Antonio Piñero EDLR 1x3 04/02/2017 Ecos de lo Remoto
Miércoles, 8 de Febrero 2017
NotasEscribe Antonio Piñero Continuando con nuestra pregunta “Qué tipo de sedicioso era Jesús”, y a tenor de lo que hemos escrito hasta el momento podemos afirmar: · Jesús no era un sedicioso para los judíos piadosos, sino para los romanos, que defendían su Imperio (ley y orden) por la fuerza. Probablemente lo era también para la capa superior de los judíos que contemporizaban de algún modo con el régimen, o lo consideraban un mal menor aceptable y del que debían aprovecharse económicamente. El reino de Dios que predicaba Jesús era para estos judíos una revolución social, puesto que atacaba a los ricos, despreciaba las riquezas en sí y proclamaba que ellos, los primeros de la sociedad, serían los últimos en el reino de Dios; y los pobres, los últimos de la sociedad serían los primeros en el Reino. Este pensamiento se llama sencillamente subversión del orden social existente. · A Jesús no le podía repugnar la idea de una batalla final entre el Bien (Yahvé) y el Mal (el Imperio), ya que era un pensamiento usual de los profetas. Desde Isaías y antes, los profetas se habían posicionado en pro del país propio, Israel/Judea, el cual con la ayuda de Yahvé había derrotado a todos los enemigos terrestres (incluso aniquilado con el beneplácito de Yahvé) que habían oprimido al pueblo de Dios. No podemos atribuir a ningún judío del siglo I, y consecuentemente tampoco a Jesús pensamientos humanísticos que ha desarrollado sobre todo la civilización occidental después de la Revolución Francesa. En el pensamiento del Israel de tiempos de Jesús no había piedad ninguna para quienes hollaban impunemente la viña querida de Yahvé (Is 5,1) y además se aprovechaban inicuamente de sus frutos. Si Jesús hubiese tenido otros pensamientos, y los hubiera manifestado públicamente jamás le hubiera seguido el pueblo, jamás las masas habrían ido detrás de él. · No se puede probar estrictamente con la tradición evangélica recibida que a Jesús le hubiese parecido mall que el ser humano colaborara con Dios para lograr la restauración de Israel. Esta colaboración no estaba ajena a una cierta violencia. Pero tampoco puede negarse. Que Jesús pensar, junto a otros judíos, que había que colaborar con Dios para expulsar a los romanos de Israel (condición necesaria para el Reino) es verosímil al menos. Y más con el “ruido de sables” que ha recogido el patrón de recurrencia. · Es más que probable (a tenor de Mc 14,25: “Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios”) que Jesús pensara que el reino de Dios se iba a instaurar pronto y desde luego en Jerusalén y que él participaría en él. Este era un pensamiento común judío. También lo era que la marcha triunfante de Yahvé, o sus legiones de ángeles hechas visibles) sobre la capital, Jerusalén, se iniciaría en el Monte de los Olivos, conforme a Zacarías 14,1-8. El texto escribe también la batalla final y el resultado feliz en el que Israel, con su capital Jerusalén dominará sobre el mundo entero: “He aquí que viene el Día de Yahvé en que serán repartidos tus despojos en medio de ti. 2 Yo reuniré a todas las naciones en batalla contra Jerusalén. Será tomada la ciudad, las casas serán saqueadas y violadas las mujeres. La mitad de la ciudad partirá al cautiverio, pero el Resto del pueblo no será extirpado de la ciudad. 3 Saldrá entonces Yahvé y combatirá contra esas naciones como el día en que él combate, el día de la batalla. 4 Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente, y el monte de los Olivos se hendirá por el medio de oriente a occidente haciéndose un enorme valle: la mitad del monte se retirará al norte y la otra mitad al sur. 5 Y huiréis al valle de mis montes, porque el valle de los montes llegará hasta Yasol; huiréis como huisteis a causa del terremoto en los días de Ozías, rey de Judá. Y vendrá Yahvé mi Dios y todos los santos con él. 6 Aquel día no habrá ya luz, sino frío y hielo. 7 Un día único será - conocido sólo de Yahvé -: no habrá día y luego noche, sino que a la hora de la tarde habrá luz. 8 Sucederá aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas, mitad hacia el mar oriental, mitad hacia el mar occidental: las habrá tanto en verano como en invierno”. Que el pensamiento del profeta Zacarías estaba muy presente en Jesús se prueba por su uso de Zac 9,9 en la denominada entrada triunfal en Jerusalén: “Yo acamparé junto a mi Casa como guardia contra quien va y quien viene; y no pasará más opresor sobre ellos, porque ahora miro yo con mis ojos. 9 ¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. 10 El suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra. · Es también probable que Jesús limitara la parte violenta de su misión solo a esos momentos finales… que no durarían mucho, ya que la acción de Dios y la de sus ángeles se suponía totalmente efectiva. Jesús se concebía a sí mismo como el profeta de Dios de esos tiempos finales. Y si Dios actuaba violentamente contra los malvados, no e s impensable que su profeta y el proclamador del Reino pudiera tener también su parte, aunque pequeña, ya que era humano y la parte mayor correspondía a Dios en esa violencia. · No creo implausible que Jesús tuviera aquí una mentalidad parecida a la esenia (como por ejemplo, la tenía respecto al matrimonio y el divorcio) que pensaban que el día de la instauración de reino de Dios sería un día de venganza divina contra los enemigos de Israel. El Rollo de la Guerra dibuja claramente a los esenios peleando físicamente contra los romanos al lado de las huestes angélicas. No sabemos si Jesús pensaba exactamente así. Probablemente sí. Y también al menos que tenía que existir una cierta colaboración humana con la acción divina. Esto basta para hacer más que verosímil lo que estamos defendiendo: que a los ojos de los romanos Jesús era un sedicioso peligroso que no rehuía la violencia al menos en los instantes previos al Reino, violencia humana que acompañaba la violencia divina. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Martes, 7 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Decíamos ayer que lo decisivo en la instauración del reino de Dios, según Jesús, era la intervención divina. Pero esto no suponía que él y sus discípulos pensaran que debían permanecer absolutamente inactivos a la espera de esa acción de Dios. No parece que sea esa la “atmósfera” que se deduce de la lectura de la lectura de los Evangelios. Al igual que los esenios que dibuja el “Rollo de la Guerra” de Qumrán (los piadosos colaborarían en la batalla final contra los Kittim –los romanos– junto con los ángeles), Jesús pensaría muy probablemente que la colaboración humana era necesaria para tal intervención. Y no solo la colaboración espiritual, la penitencia, el arrepentimiento, el llevar una vida de acuerdo con la ley de Moisés, sino también acciones materiales de preparación para la venida del Reino. En qué grado esta colaboración suponía el uso de las armas contra quienes estaban impidiendo con su actitud la intervención divina no podemos saberlo con seguridad. Pero lo que sí es seguro que Jesús advirtió a sus discípulos de que ciertas acciones suyas podían acabar en la cruz (“Tome su cruz…”: Mc 8,34). Por tanto, a los ojos de las autoridades romanas esas acciones serían subversivas, en nada leves. Un Jesús embebido en las Escrituras sagradas tendría muy en cuenta que ciertos profetas habían hablado de una batalla final. Véase, por ejemplo, el profeta Joel (que era tenido muy en cuenta por el judeocristianismo primitivo, ciado en Hch 2,17: “Sucederá en los últimos días, dice Dios: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne…”): “Pregonad esto entre las gentes, proclamad la guerra santa, despertad a los valientes, acérquense y suban todos a la guerra. Forjad espadas de vuestros azadones; lanzas, de vuestras hoces… Haz bajar allí, oh Yahvé a tus valientes. Que se alcen y suban las gentes al valle de Josafat porque allí me sentaré yo a juzgar a todas las gentes de en derredor. Meted la hoz que ya está madura la mies. Venid, pisad que está lleno el lagar… porque es mucha su maldad… Muchedumbre, muchedumbres en el valle del Juicio. El sol y la luna se oscurecen y las estrella pierden su brillo…” (4,9-10). Este pasaje es impresionante porque está describiendo la batalla final antes del Juicio también final. Es un ambiente de guerra santa contra la maldad encarnada en los enemigos de Yahvé, una batalla promovida por la divinidad misma y en la que ella ayuda y participa. El judeocristianismo primitivo tenía también muy presente este texto ya que sus ideas se perciben claramente en el Apocalipsis: “14 Y vi, mira, una nube blanca, y sobre la nube, a uno sentado semejante a un hijo de hombre que tenía sobre su cabeza una corona de oro y en su mano, una hoz afilada. 15 Y salió otro ángel del templo, gritando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: «¡Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, porque ha madurado la cosecha de la tierra!». 16 Y lanzó el que estaba sentado sobre la nube su hoz sobre la tierra, y la tierra quedó segada. 17 Y otro ángel salió del templo que está en el cielo, llevando también una hoz afilada. 18 Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y gritó con gran voz al que tenía la hoz afilada diciendo: «¡Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque han madurado sus uvas! 19 Y lanzó el ángel su hoz a la tierra y vendimió la viña de la tierra, y la arrojó en el gran lagar del furor de Dios. 20 Y el lagar fue pisado fuera de la ciudad, y salió sangre del lagar hasta las bridas de los caballos en un espacio de mil seiscientos estadios” (14,14-20). Obsérvese que el que interviene en esta destrucción final de los enemigos es el Hijo del Hombre, según el autor del Apocalipsis. Jesús mismo estaría pensando en el texto de Joel cuando predice algunos fenómenos celestes que preceden al Juicio: “«Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas” (Mc 13,24-25). Otros textos de profetas famosos, que estaban en la mente de todos los judíos piadosos del siglo I, son de los profetas Jeremías y Zacarías. Así Jr 6,3, quien declara la guerra santa contra una Jerusalén impía (para Jesús la gobernada por un sacerdocio corrupto y colaboracionista con los romanos: “¡Declaradle la guerra santa! ¡En pie y subamos contra ella a mediodía!... ¡Ay de nosotros, que el día va cayendo, y se alargan las sombras de la tarde…«Talad sus árboles y alzad contra Jerusalén un terraplén… Aprende, Jerusalén, no sea que se despegue mi alma de ti, no sea que te convierta en desolación, en tierra despoblada”. Es claro en este texto que también los judíos impíos serán presa de la ira divina en los tiempos finales, y que en ella habrá una guerra. El profeta Zacarías es también elocuente. He aquí un texto muy conocido en el que el opresor es la ciudad pagana de Tiro: “Se ha construido Tiro una fortaleza, ha amontonado plata como polvo y oro como barro de las calles… He aquí que el Señor va a apoderarse de ello: hundirá en el mar su poderío, y ella misma será devorada por el fuego… Yo truncaré el orgullo de los filisteos; quitaré su sangre de su boca, y sus abominaciones de sus dientes…” (9,3.6-7) Y luego viene el triunfo final de Jerusalén, la implantación del reino de Dios en la tierra de Israel el dominio de este sobre todas las naciones y luego el reino de Dios en paz sobre toda la tierra: “¡Exulta sin freno, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. El suprimirá los cuernos de Efraím y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el Río hasta los confines de la tierra (9,9-10). Y recordemos que según este mismo profeta, el reino de Dios comienza a desarrollarse a partir de la venida de Yahvé al Monte de los Olivos: “1 He aquí que viene el Día de Yahveh en que serán repartidos tus despojos en medio de ti. 2 Yo reuniré a todas las naciones en batalla contra Jerusalén. Será tomada la ciudad…3 Saldrá entonces Yahveh y combatirá contra esas naciones como el día en que él combate, el día de la batalla. 4 Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente, y el monte de los Olivos se hendirá por el medio de oriente a occidente haciéndose un enorme valle: la mitad del monte se retirará al norte y la otra mitad al sur… 7 Un día único será - conocido sólo de Yahveh -: no habrá día y luego noche, sino que a la hora de la tarde habrá luz. 8 Sucederá aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas, mitad hacia el mar oriental, mitad hacia el mar occidental: las habrá tanto en verano como en invierno. 9 Y será Yahveh rey sobre toda la tierra: ¡el día aquel será único Yahveh y único su nombre! Habrá una batalla final. Yahvé parte en defensa de Jerusalén contra las tropas invasoras… se producirá una derrota total de estas y finalmente se establecerá el reino de Dios sobre la tierra de Israel y sobre el mundo entero. Pienso que a partir de estos textos hay que reconstruir como posible la mentalidad de Jesús respecto al fin del mundo, la batalla final y es establecimiento del reino de Dios. Él tenía estos textos a su disposición y los conocía –me parece seguro– de memoria. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Lunes, 6 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
El patrón de recurrencia “Jesús y la resistencia antirromana” no debe llevar a la investigación a hipótesis extremas para explicarlo. Por una razón: porque tales hipótesis no dan cuenta de la complejidad de la situación de Jesús y de su grupo, que se percibe igualmente a través de los pequeños datos dispersos que ha recogido el patrón. Una de esas hipótesis que –adelanto ya– me parece poco probable históricamente es la de que A) Jesús tenía un ejército en toda regla; y B) Jesús era, al menos, un guerrillero. En mi opinión desde hace mucho tiempo –y en esto coincide conmigo la tesis de F. Bermejo en el artículo que estamos comentando–, me parece imposible que Jesús tuviera un ejército o que hubiese practicado realmente la guerrilla. Por dos razones. La primera: porque hay testimonios suficientes en los Evangelios de que era un hombre pobre en recursos (ejemplo típico: Mt 8,20: “Este hombre no tiene ni donde reclinar su cabeza…”), y no hay indicios de que mantuviera contactos con gente nacionalista y lo suficientemente adinerada como para que hubiera podido sostener una tropa por pequeña que fuese. Se ha propuesto que ese presunto mecenas, que podría haber sostenido el presunto ejército jesuánico, podrá haber sido Lázaro, el rico judío de Betania, hermano de María y de Marta del que nos hablan los Evangelios (véase Lc 10,38 y Jn 11,1ss). Probablemente es cierto que Lázaro compartía con Jesús el ideario fuertemente nacionalista del “reino de Dios en la tierra de Israel”. Pero no hay ningún indicio seguro de que fuera tan rico como para sostener un ejército, o un grupo armado de al menos doscientas personas como para mantener en jaque a los romanos a modo de los guerrilleros, ni que hiciera donaciones a Jesús de ese calibre. El segundo motivo en contra de la hipótesis al menos guerrillera es el tipo de vida de Jesús, itinerante, predicando por pueblos y aldeas. No se le conocen visitas a grandes ciudades, salvo Jerusalén (y de paso Jericó, donde apenas hizo nada: Mc 10,46: “entró y salió de la ciudad”). Ahora bien, los pueblos pequeños del Israel del siglo I no hubieran podido resistir las exacciones económicas que supone mantener una cuadrilla armada por muy pequeña que fuese (como he escrito de unos doscientos hombres). Para que Herodes Antipas y Pilato consideraran a Jesús políticamente peligroso bastaba con una predicación inflamada en torno al reino de Dios y un pequeño grupo de discípulos que portaran algunas armas, aunque fueran para la autodefensa. Y sobre todo Jesús sería potencialmente muy peligroso por el simple hecho de haberse acercado a las murallas de Jesús acompañado de un grupo de ruidoso galileos y por haberse proclamado directa o indirectamente el mesías de Israel. ¿Era necesario más para ser considerado un sedicioso antirromano? He hablado de unos doscientos. Pero en realidad, ¿podemos hacernos una idea del número de seguidores íntimos de Jesús, que portaran armas además de los Doce? No. No tenemos datos. Ni siquiera sabemos con seguridad el número de gente que fue a prenderlo al Monte de los Olivos. Probablemente ni tan grande como una cohorte romana (600 hombres teóricamente: Jn 18,3) ni tan pocos como una simple turba armada de palos y unas pocas espadas. Más bien el peligro de Jesús para las autoridades podría ser potencial. Desde luego, Jesús no actuaba solo en Jerusalén. De lo contrario, Caifás no habría tenido miedo a una gran revuelta (Jn 11,48: “Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación”). Apoyado en el posible dicho de Jesús que recoge Mt 26, 53 (“¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?”), siempre he pensado que la mentalidad del Nazoreo/Nazareno respecto a la batalla final contra el Mal (la invasión romana en Israel, que intrínsecamente era perversa por apoderarse de bienes ajenos, de Dios concretamente, y porque no permitía el desarrollo de ese reinado divino con un gobierno teocrático y con una “constitución” que fuera la ley de Moisés y no la del estado romano) debía de ser al estilo de Gedeón. Según la historia que Jesús sabía de memoria desde pequeñito, Gedeón con trescientos hombres y la ayuda de Yahvé derrotó a más de treinta mil madianitas (Jueces 7,22-25). Señala F. Bermejo, comentando una página de Hyam Maccoby (de su libro Revolución en Judea. Jesus and the Jewish Resistance Ocean Books, Londres 1973, en inglés), que “De hecho, la tesis de un Jesús involucrado en algún tipo de resistencia antirromana no implicaba que su objetivo fuera la guerra como tal o que él fuera un hombre especialmente belicoso. Sin lugar a dudas, Jesús probablemente anhelaba que el reino de Dios fuera una situación futura en la que la violencia y los conflictos humanos estarían definitivamente eliminados”. Seguiremos mañana con ulteriores precisiones a esta imagen de Jesús como nacionalista judío que ponía muy probablemente casi solo en manos de Dios el desenlace final de la batalla contra el Mal. Cuando el autor del Apocalipsis señalaba que la Gran Bestia que se opone al designio de Dios sobre su creación era el Imperio Romano –apoyado por Satanás y otros colaboradores humanos (las gentes que formaban el sacerdocio imperial y que promovían el culto al Emperador… naturalmente contrario al culto al mesías Jesús– tenía en la mente un modelo muy claro: el pensamiento de Jesús, el verdadero Mesías y su oposición fáctica cuando aún estaba en la tierra al Imperio en defensa de la idea del reino de Dios en la tierra de Israel. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.ciudadanojesus.com
Domingo, 5 de Febrero 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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