NotasQueridos amigos: Me escribe de nuevo mi amigo Arístides Moreno, director de la productora Steadycamline Productions a propósito del estreno oficial del documental “¿Por qué los cristianos no aceptan a Jesucristo?”, en el que como les dije tengo una colaboración relativamente importante. Reproduzco su correo: "El estreno en directo tuvo una audiencia modesta durante todo el día. Más de 1.200 personas y ya ha sido pre seleccionado en el Festival de documentales de Madrid. Pero últimamente observo que funcionan mejor los vídeos que una retransmisión en directo que está más limitada por el horario. Funciona mejor subir los vídeos y que la gente los vea cuando quieran. El primer documental en abierto, "Los dichos ignorados de Jesucristo", ya tiene más de 100.000 reproducciones. Lo que me anima a continuar. Finalmente le doy los enlaces definitivos de los 3 capítulos de ¿Por qué los cristianos no aceptan a Jesucristo? para todo aquel que no pudo ver el estreno, lo pueda ver en vídeo. Capítulo 1: https://www.youtube.com/ Capítulo 2: https://www.youtube.com/ Capítulo 3: https://www.youtube.com/ Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid
Sábado, 4 de Febrero 2017
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Notas
Escribe Antonio Piñero El último ejemplo que quiero mostrar de interpretación radical del patrón de recurrencia, “Jesús como sediciosos para el Imperio Romano” es conjunto es José Montserrat Torrents, estudioso del cristianismo antiguo, con su obra El galileo armado. Una historia laica de Jesús (EDAF, Madrid, 2007. Para el trasfondo de su pensamiento es también fundamental el conocimiento de su obra, La sinagoga cristiana, edición revisada, Trotta, Madrid, 2005). La postura de Montserrat se caracteriza por una actitud extremadamente crítica y escéptica respecto a las fuentes evangélicas. Para este investigador, el análisis demuestra de inmediato que se trata fundamentalmente de leyendas que contienen de vez en cuando ciertos mitos, por ejemplo, el nacimiento virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo. Tales leyendas son típicas en la historia de las religiones, y puede decirse que conforman una suerte de “género literario”: las biografías legendarias de los fundadores de grandes grupos religiosos como Pitágoras, Buda, Mahoma y Jesús. Desde el punto de vista histórico tales “biografías” han sido producidas a menudo por sujetos desequilibrados, visionarios y crédulos, junto con otros que son auténticamente falsarios, es decir, que buscan conscientemente engañar en pro de la defensa y propaganda de un interés particular relacionado con el biografiado. En general los autores de los Evangelios y de los Hechos se conducen respecto a los posibles documentos –tradición oral o escritos preevangélicos– que utilizan con una desenvoltura y una libertad propia de falsarios. Las fuentes indiscutiblemente históricas que se refieren a Jesús, aquellas a las que sólo debe atender un historiador laico, son las cartas de Pablo, las obras de Flavio Josefo, un breve pasaje de las Historias del historiador romano Tácito y quizá un corto fragmento de Suetonio. El cotejo de estas fuentes con los textos legendarios, como Evangelios y Hechos, permite extraer de estos últimos algunos datos sobre Jesús que completan la parquedad de las fuentes históricas. La documentación acerca de Jesús reconocida como auténtica por la ciencia histórica es, pues, muy escasa. La noticia fundamental y casi única es que Jesús fue crucificado como rebelde por el prefecto Poncio Pilato durante el principado de Tiberio. Ahora bien, el siglo I de nuestra era es una de las épocas más bien documentadas de la antigüedad por lo que podemos situar bien a Jesús en su contexto. Además, se han ido elaborando teorías generales que interpretan la época de Jesús y que enmarcan los datos extraídos de las fuentes. Su efectividad se juzga en función de su capacidad explicativa del conjunto de los hechos. Situando el episodio de Jesús en su contexto, llegamos a la conclusión de que fue ejecutado por un delito de sedición. Efectivamente, la muerte en cruz entraba en la categoría jurídica de la "mors aggravata", que en este período se aplicaba casi exclusivamente a los hombres libres por un delito de lesa majestad. Roma no crucificaba a gentes desarmadas. De ahí deduce Montserrat su imagen de Jesús: la de un galileo piadoso y fanático del siglo I de nuestra era que practicó la lucha armada. El estudio del entorno en el que vivió Jesús señala que las creencias y el imaginario de la población judía sometida al yugo romano se inspiraba en las hazañas de los Macabeos, que libraron a los judíos de la dominación griega de los monarcas seléucidas, sucesores de Alejandro Magno. En la tradición religiosa macabea revestía gran importancia el factor de la intervención divina directa en la lucha armada contra el opresor. La religiosidad de Israel en este período fue configurada también por el pensamiento apocalíptico, siempre sobre la base de la adhesión firme a la ley de Moisés. La apocalíptica proponía que la venida del reino de Dios sobre la tierra y la reivindicación de la elección del pueblo de Israel serían inminentes en conexión con el fin del mundo, que cambiaría en otro mejor concorde con la voluntad divina. De acuerdo con este contexto, las iniciativas de los activistas del entorno de Jesús se inspiraron en los modelos macabeos y apocalípticos, en particular en lo tocante a la intervención divina. El análisis crítico de los Evangelios en el entorno arriba expuesto y de acuerdo con las noticias de las fuentes estrictamente históricas, genera, según Montserrat, la siguiente imagen de Jesús: 1. Éste era un judío de Galilea, hijo natural de María y José. No hay noticias históricas acerca de María. No se sabe cuál fue el lugar de nacimiento y residencia de Jesús. Nazaret no existía en la época. El nombre nazoraîos, o nazarenós, viene muy probablemente del hecho de que Jesús era un nazir, es decir, un devoto que había hecho un voto religioso o político-religioso. 2. La historicidad de Juan Bautista está avalada por el testimonio indiscutible de Flavio Josefo. Juan practicaba un bautismo para el perdón de los pecados, y predicaba el advenimiento del reino de Dios. En contexto apocalíptico, esta doctrina revestía una gran potencialidad política, y es por esta razón por la que Juan fue ejecutado por Herodes. Jesús se hizo discípulo de Juan, y lo fue hasta su propia muerte. 3. La única diferencia entre Juan y Jesús era el postulado de la lucha armada para expulsar a los romanos de la tierra de Israel, no respaldada por Juan y sí asumida por Jesús y los suyos. Jesús y probablemente su hermano Santiago se limitaron a expandir la enseñanza de Juan Bautista. La historia del movimiento político-religioso en Galilea en esta época se simplifica: Juan, Jesús y Santiago están en la misma línea doctrinal. 4. Jesús estaba tan convencido de participar en una misión querida por Dios que pronunció el voto de nazireato sobre la liberación de Israel. Se hizo asceta, dejó de cortarse el pelo y pasó a ser conocido en Galilea como el nazir. 4. Su familia se inquietó. Comulgaban con los ideales político-religiosos del movimiento surgido en torno al Bautista, pero rechazaban la lucha armada. En este contexto de esperanza pacífica de la venida del reino de Dios se robusteció la figura de Santiago, en torno al cual se configuró la herencia auténtica de Juan Bautista, simpatizante con pero no practicante de la resistencia armada. 5. En los años de la llamada “vida pública” de Jesús, el gobernador Poncio Pilato multiplicaba sus agravios y sus escarnios contra el pueblo y contra el Templo. Hubo disturbios ahogados en sangre. En la lejana Roma, un emperador depravado demostraba que el Imperio romano era la nueva Babilonia corrompida. El cielo mostraba que eran ya inminentes los signos anunciados por Juan Bautista. La hora de los nuevos Macabeos había sonado. El proyecto insurreccional se fue perfilando en torno a la ejecución de un levantamiento en Jerusalén con ocasión de la Pascua. La estrategia era la tradicional en las revueltas centradas en la Ciudad Santa. Los amotinados, poco más de un centenar, establecerían su base logística en el desierto de Judea, a poca distancia de Jerusalén. Al anochecer, ocultando sus espadas de dos filos, se irían concentrando en el Monte de los Olivos. Cuando se abrieran las puertas de la ciudad por la mañana, entrarían e irrumpirían en el patio del Templo, cerrando los portones y haciéndose fuertes allí. A partir de este momento la iniciativa correspondería a la divinidad, que acudiría, como en tiempo de los Macabeos, a auxiliar a su pueblo asegurándole la victoria contra los romanos. Más exaltados que perspicaces, los conjurados no contaron con la densa red de informadores del prefecto y del rey Herodes. Ignoraron por ende la desconfianza de las autoridades judías de Jerusalén hacia toda clase de resistencia violenta. No acertaron a conjeturar que, entre unos y otros, los más ínfimos detalles de su plan estaban en conocimiento del prefecto, Pilato, el cual puso en marcha el dispositivo habitual en estos casos: refuerzo del destacamento de la Torre Antonia, vigilancia de las puertas de la ciudad y preparación de la cohorte que al amanecer debía atacar y desbaratar a los revoltosos. La consigna era matar a cuantos se pudiera y capturar a algunos para someterlos a juicio y ejecutarlos en la cruz por delito de sedición. 6. Al amanecer de un día de abril, cuando la partida de los insurrectos se disponía a bajar del Monte de los Olivos, atravesar el torrente Cedrón e irrumpir en la ciudad, los entrenados soldados de la tropa auxiliar romana cayeron sobre ellos. La batalla fue corta pero mortífera. Los legionarios acuchillaron a muchos y capturaron a tres, entre ellos a uno de los que parecía encabezar a los galileos. No sabían que habían aprehendido a Jesús, el nazir. El resto de los conjurados arrojaron las armas y escaparon al desierto, desde donde regresaron a Galilea desconcertados por el abandono de su Dios. Los prisioneros fueron llevados inmediatamente al pretorio. En un juicio sumarísimo, sin necesidad de testigos, pues habían sido hallados con las armas en la mano, Jesús y los dos insurrectos fueron condenados a mors aggravata en suplicio de cruz por delito de laesa maiestas populi romani. La sentencia se ejecutó inmediatamente. Las autoridades judías de Jerusalén no tuvieron parte alguna ni en su condena ni en su ejecución. Esta patraña fue una invención de los cristianos judíos helenistas destinada a explicar el "escándalo de la cruz" frente a sus oyentes paganos y a desacreditar por ende a los judíos ortodoxos de Jerusalén. En breve síntesis: hay suficientes indicios en los datos históricos extrabíblicos y en los Evangelios para sostener que Jesús formaba parte de una partida de galileos armados que preparaba un golpe de mano en Jerusalén. El grupo se refugiaba en el desierto galileo y estaba asistido por algunas mujeres. De la banda formaban parte algunos de los que posteriormente, en el cristianismo, fueron denominados "apóstoles". Después de estos ejemplos, el próximo día continuaremos con la cuestión fundamental “¿Qué significa afirmar que Jesús era un sedicioso?”, y veremos si hay alternativas al menos a esta última interpretación que considero extrema. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Viernes, 3 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero La importancia de S. G. Brandon en la interpretación del patrón recurrente “Jesús como sedicioso ante el Imperio Romano” es muy importante. Hemos escrito ya alguna vez sobre él. Pero ahora voy a resumir sus tesis más importantes. Su obra, Jesús y los celotas, de 1967 (Jesus and the Zealots, Manchester University Press. Brandon había comenzado a escribir sobre esta interpretación de Jesús ya en 1951 en su obra The Fall of Jerusalem and the Christian Church (“La caída de Jerusalén y la iglesia cristiana”) fue como un revulsivo y generó una gran polémica. A partir de la noticia cierta e innegable de la ejecución de Jesús por los romanos, Brandon efectúa un análisis meticuloso de los Evangelios que le lleva a trazar la pintura siguiente: I. Jesús era un judío religioso y nacionalista, totalmente enmarcado en la religión israelita, persuadido de la soberanía exclusiva de Dios sobre la tierra de Israel, cuya misión era predicar la inminente venida del reino de Dios. No puede decirse que fuera un activista directo contra el Imperio romano, un guerrillero, pero sí es cierto que atacó a la jerarquía sacerdotal por sus intereses económicos en torno al Templo y por su colaboración con la ocupación romana. No es extraño que fuera capturado por las tropas de Pilato, sometido a un juicio sumarísimo y ejecutado como un rebelde acusado de sedición contra el Imperio. II. Los seguidores más inmediatos de Jesús tras su muerte albergaban los mismos sentimientos patrióticos que su Maestro. Aunque la ideología teológico-religiosa de estos discípulos directos de Jesús no pueda reconstruirse totalmente por la casi total ausencia de fuentes directas, es posible recuperar sus orientaciones principales leyendo entre líneas las cartas auténticas de Pablo de Tarso, los evangelios canónicos y los Hechos de los apóstoles. Los “nazarenos” jerusalemitas estaban convencidos de que Jesús había sido el mesías prometido, que por un misterioso plan divino había aparentemente fracasado por su muerte en cruz. Pero Dios lo había vindicado resucitándolo y lo había confirmado en su misión de mesías, de modo que pronto volvería a implantar definitivamente el reino de Dios en la tierra de Israel. Este reinado divino era el cumplimiento de las promesas de la Alianza, según habían anunciado los profetas, y consistiría en bienes materiales y espirituales al mismo tiempo. La concepción del reino de Dios de estos seguidores jerusalemitas de Jesús no difería en nada de sus connacionales judíos. La única diferencia con ellos era el anuncio de que el mesías ya había venido…, y que volvería victorioso para instaurar definitivamente el Reino divino, acá en la tierra. III. No es extraño, por tanto, que a medida que se acrecentaban en Israel la temperatura mesiánica y los anhelos de liberación política en los años posteriores a la muerte de Jesús, sus seguidores inmediatos simpatizaran con los partidarios del enfrentamiento directo con Roma, pues creían que la pugna que se preveía sería el prenotando necesario para el establecimiento del Reino divino. Pero el resultado de la Gran Revuelta resultó bien distinto de lo que se esperaba: un rotundo fracaso. Con el Templo y casi toda Judea entera pereció también la Iglesia de Jerusalén en pleno. La historia, recogida por Eusebio de Cesarea (Historia Eclesiástica III 5,2-3), de que gracias a una revelación divina toda la comunidad judeocristiana había huido a la ciudad de Pella, allende el Jordán, y se había salvado de perecer, es una leyenda insostenible, meramente apologética. IV. Además de los de Jerusalén, había también otros seguidores de Jesús entre los miembros del grupo judeocristiano de Jerusalén que albergaban un pensamiento sobre Jesús como mesías y una teología distinta a la de la facción principal. Éstos eran los congregados en torno a Esteban y otros judíos helenistas (Hechos de los apóstoles 6-7), que acabaron sufriendo persecución por sus ideas. Tras el lapidamiento de su jefe espiritual, Esteban, el resto huyó de Jerusalén sobre todo hacia Samaría y Antioquía. Fue allí donde los encontró Saulo, luego Pablo de Tarso. Gracias a una revelación divina, Pablo se convirtió de perseguidor en propagandista de la fe en Jesús de acuerdo con las líneas maestras de la teología de los helenistas. Gracias a su impulso y a su genio religioso, la predicación sobre Jesús se extendió a los gentiles, lo que propició un cambio en la comprensión del Redentor. Fue Pablo el que transformó la imagen de Jesús, un mesías netamente judío, en un salvador universal, en un ser divino descendido a la tierra para redimir con su sacrificio en la cruz a toda la humanidad. Y lo que es también muy importante: de acuerdo con su natural divino, Jesús no pudo haberse comprometido con ninguna postura política terrenal, y menos con una radical en contra de los romanos. El culto a Jesús como salvador fue moldeado por Pablo para ser expandido entre los gentiles de acuerdo con conceptos muy similares a las religiones de salvación del mundo grecorromano (denominadas “cultos de misterios”). V. Sea como fuere, lo cierto es que la otra interpretación de Jesús con una teología consistente, la de los “nazarenos” de la iglesia madre de Jerusalén desapareció de la faz de la tierra. Al quedar éstos reducidos a mínimos restos, las iglesias fundadas por Pablo y sus seguidores se encontraron prácticamente como los únicos representantes del naciente cristianismo. Que las ideas de Pablo sobre Jesús no eran de recibo para los judeocristianos jerusalemitas, la “iglesia madre”, ni se correspondían a la historia verdadera de Jesús, queda demostrado por la continua oposición de los miembros de la iglesia de Jerusalén contra la doctrina paulina, tal como testimonian repetidas veces y con acritud los escritos mismos del Apóstol. VI. Tras la muerte de Pablo, sus seguidores, pasado el tiempo, no sólo conservaron las cartas de su maestro, sino que en cierto modo ampliaron y fundamentaron su doctrina. Algunos de ellos sintieron también la necesidad de complementarla por medio de otros escritos: en concreto sobre la vida terrena de Jesús –de la que Pablo se había ocupado muy poco o casi nada- (= Evangelios), sobre la historia de la Iglesia (= Hechos de los apóstoles) y sobre algunos aspectos no desarrollados de su doctrina (= Epístolas deuteropaulinas). Son sobre todo los Hechos de los apóstoles los que legitiman la actividad misionera paulina, contestada por la iglesia de Jerusalén, presentando a Pablo como un judío observante de la ley de Moisés que había conseguido la aprobación de su labor misionera de la iglesia madre jerusalemita, y que colaboraba con los jefes de ésta, los apóstoles. Los Evangelios, al pintar la vida de Jesús, eliminaron todos los datos (o casi todos) que presentaban al Nazareno como leal a la nación judía y como luchador en pro de la libertad de la dominación romana. Los autores evangélicos transforman así su figura en la de un enviado de la divinidad, que desciende del mundo superior, que se muestra indiferente a todas las realidades sociales y políticas de su entorno, que pasa naturalmente incomprendido por el pueblo entre el que se ha encarnado, y que acaba siendo mal interpretado, entregado injustamente a los romanos y condenado a la muerte en cruz. Ninguno de los judíos advierte que esto acontece según un plan divino, profetizado en las Escrituras –que realmente no entienden- y que esa muerte es el sacrificio por el cual queda restaurada la amistad, perdida por el pecado, entre Dios y la humanidad completa, no sólo Israel. VII. ¿Cómo puede explicarse este proceso de distorsión tan aparentemente anómalo en unos libros que se presentan a sí mismos como una suerte de biografía de Jesús? La razón está en su origen: los evangelios no son una mera transcripción de la tradición oral. Los que los compusieron son verdaderamente autores, es decir, escribieron sus obras reflejando en ellos nítidamente sus puntos de vista previos sobre el material que a ellos llegaba. Los evangelios están compuestos con una tendencia apologética en defensa de la religión –en concreto de su visión de Jesús- que sinceramente profesan, y se vieron condicionados por intereses sociales derivados de su fecha y lugar de composición. En concreto el Evangelio de Marcos –que fue el primero en componerse y del que dependen al menos Mateo y Lucas- es un ejemplo palpable de cómo el material tradicional es moldeado por unas circunstancias sociales determinadas y una ideología previa. Se trata de una obra mucho más refinada y pensada que lo que su lenguaje sencillo da a entender a primera vista, y su orientación es eliminar la posible mala impresión que el cristianismo podría tener ante los lectores a los que dirige la obra. Inmediatamente veremos cuáles pueden ser éstos. El carácter de prioridad cronológica del Evangelio de Marcos es lo que hace que este escrito suscite el mayor interés de los análisis de Brandon, ya que influye en los que le siguen. No es difícil probar por medio del análisis que la “biografía” de Jesús presentada por Marcos se halla muy determinada y condicionada por el marco sociológico y cronológico en el que fue redactado. La lectura crítica del Evangelio mismo nos muestra que fue compuesto después de la catástrofe judía del año 70, y que sus lectores potenciales son los paganos de la ciudad de Roma, que pudieran sentir cierta atracción ideológica por el monoteísmo judío. Por ello puede decirse que el escrito marcano es una “verdadera apología del cristianismo ante los romanos, compuesta después del año 70”. No era fácil en aquellos momentos hacer propaganda religiosa de una secta judía, o al menos que aparecía así ante los romanos, después de lo que había ocurrido en Judea en los años inmediatamente anteriores. Cerca de siete legiones habían sido necesarias para apagar el foco de la rebelión contra el Imperio. Después de la derrota de los judíos, los romanos habían tenido ocasión de presenciar el “triunfo” de Tito por las calles de la capital, en el que habían contemplado los utensilios sagrados del templo de Jerusalén y la espléndida cortina que separaba el santo de los santos del resto del santuario. Los romanos odiaban en principio a los judíos, causantes para el Imperio de tantos males. En tales circunstancias se comprende fácilmente que Marcos intentara disminuir, u ocultar en lo posible, todos los rasgos demasiado judíos de la biografía del salvador Jesús, y que manipulara cualquier tipo de anécdota o dichos de su vida que pudieran asimilarlo a los ojos de los lectores paganos con los perversos judíos o las peculiaridades de su religión. Además sentía la obligación de resaltar todos aquellos aspectos de la vida de Jesús que pudieran poner de relieve, por muy críptica y oculta que pudiera parecer, la verdadera esencia celestial y la misión trascendente que había tenido su persona. Era preciso ante todo escribir sobre su pasión, muerte y resurrección –el resto del evangelio sería más bien un complemento–, y dejar bien claro cuál era su sentido. Jesús era el enviado celeste que estaba destinado a sufrir, en un aparente fracaso que acababa en la gloria de su resurrección. Era el verdadero mesías, sin duda, pero su mesianismo nada tenía que ver con las aspiraciones de gloria y bienandanza terrenal de sus connacionales judíos. Jesús era más bien el redentor divino de la humanidad, por lo que tampoco le interesaron los temas de la política terrena y la liberación de Israel. Consecuentemente, su condena, primero por las autoridades judías y luego por el procurador romano, había sido un tremendo error y una crasa injusticia. VIII. El resultado es que la imagen de Jesús es presentada por Marcos como en el fondo creía que fue: la de un Jesús totalmente pacífico, que predicó el amor incluso a los enemigos, desinteresado de los intereses materiales de su nación y que –en contra del deseo de los nacionalistas de su época- indicó veladamente que era conveniente pagar el tributo al César. Por suerte para nosotros hoy, sin embargo, que vemos la narración evangélica con ojos de historiadores, Marcos y también sus colegas Mateo y Lucas, preservaron del olvido una serie de material, ofrecido por la tradición oral originada a partir de los recuerdos de los discípulos sobre Jesús, que apuntaba hacia la verdadera figura histórica de éste. Un estudioso de hoy –si aplica los métodos de la crítica histórica, sobre todo si cae en la cuenta del sesgo tendencioso e ideológico del evangelista Marcos y colegas– puede recuperar con bastante seguridad el material primitivo y su sentido. De él se deduce en verdad que Jesús fue condenado por los romanos como auténtico sedicioso desde su punto de vista; que enseñó, aunque crípticamente, que no había que pagar el tributo al César y que fue detenido según las leyes del Imperio después de una provocativa entrada triunfal en Jerusalén, y sobre todo tras un asalto armado al Templo. Su muerte como un héroe nacional conquistó la buena voluntad de los jerusalemitas para con los seguidores más íntimos del Ajusticiado, que se congregaron precisamente en la capital, tras su muerte. Dirigidos por Santiago, el hermano de Jesús, participaron de todas las aspiraciones nacionalistas de sus paisanos, con lo que no hacían otra cosa que seguir los pasos de su Maestro. Cuando llegó el momento crítico de alzarse contra Roma, en el año 66 d.C., se unieron al movimiento de resistencia…, y perecieron heroicamente con los demás judíos piadosos en la toma de Jerusalén por los romanos. Creo que esta interpretación contiene muchos puntos que se aproximan a lo que pudo ser la verdad histórica. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Jueves, 2 de Febrero 2017
NotasEscribe Antonio Piñero Ayer puse un ejemplo de interpretación del patrón recurrente “Jesús como sedicioso respecto al Imperio romano”. Y voy a poner solo tres más, para no ser repetitivo. Aunque a algunos –y a pesar de la existencia ineludible del patrón– les parezca una interpretación exagerada y poco razonable debemos mencionar a algunos porque sus autores son gente seria en el ámbito de la investigación. Uno ha sido publicado en España y por autor español, el de Josep Montserrat. Aquí va el primero: Archibald Robertson. Su educación fue la propia de una persona nacida en una familia de recia raigambre religiosa y conservadora: su padre era el obispo anglicano de la ciudad de Exeter, en el Reino Unido. La obra que nos afecta lleva el título de Los orígenes del cristianismo y fue publicada en su primera edición en 1954 (The Origins of Christianity, International Publishers, Nueva York ,1954, 2ª ed. corregida de 1962). Su postura frente a los Evangelios es en extremo crítica, pues aunque no duda de la historicidad de Jesús, su persona ha sido mal interpretada. Para empezar hay que denominar a Jesús nazoreo, no “el nazareno”, puesto que los Evangelios y los Hechos de los apóstoles lo denominan así más veces que el nazareno o de Nazaret. Los datos son 13 veces “nazoreo”; 6 veces “nazareno”; “(natural de o criado en) Nazaret”: 3 veces. De acuerdo con estos datos objetivos, Jesús muy probablemente tenía los votos de nazir, es decir, un ser humano consagrado a Yahvé totalmente, como quizás Juan Bautista y desde luego Pablo (véase Hch 18,18). El nazir muestra esa consagración a Dios por el cumplimiento de unas reglas estrictas, como abstenerse de vino, dejarse crecer la cabellera, no quedar impuro por acercarse a un cadáver, y probablemente abstención sexual. Al final del tiempo de su voto debía cumplir un rito en el Templo, con sacrificios y libaciones en honor de Yahvé. Según Robertson, el adjetivo “nazoreo” fue confundido voluntariamente con “nazareno” –natural de Nazaret, villa que probablemente era una población mínima en tiempos de Jesús– para hacer de él una figura superior o distinta a la de un simple “nazoreo”. Robertson deriva el vocablo “nazoreo” del hebreo natzar, que significa “guardar/observar”, tanto secretos religiosos como la ley divina. Defiende también Robertson que al comenzar a escribirse los Evangelios unos 40 años después de la muerte de Jesús se introdujeron en ellas junto con ciertos datos históricos y verdaderos mucho material legendario de tipo mítico-teológico. Según Robertson, lo único absolutamente cierto que podemos saber de Jesús es su crucifixión como pretendiente mesiánico, autoproclamado “rey de los judíos”, por el procurador Poncio Pilato. Ello demuestra el verdadero talante del nazoreo Jesús. Con bastante seguridad, Jesús fue discípulo de Juan Bautista, el cual era una figura auténticamente revolucionaria desde el punto de vista no sólo religioso, sino político, aunque quizás por implicaciones. Herodes Antipas tenía razones serias para quitarlo de en medio, mucho más profundas que las meras intrigas de alcoba –Antipas había robado la mujer a su hermano-, las únicas señaladas por los Evangelistas, puesto que su predicación arrastraba a las masas y a la larga, o más bien a la corta, podría generar un motín contra su gobierno. Los estratos más antiguos de los Evangelios –estimados como tales por medio de la crítica interna y el estudio comparativo entre ellos, sobre todo entre los denominados Sinópticos (Marcos y Mateo/Lucas)– señalan con seguridad que Jesús, al igual que su maestro Juan Bautista, intentó con la ayuda de Dios expulsar por la fuerza a los romanos y a los partidarios de la dinastía herodiana del suelo de Israel. Su intención era implantar el “reino de Dios” en la tierra con una auténtica inversión de valores: los más pobres, los últimos, serían los primeros; los ricos serían expulsados con las manos vacías, y los desheredados conseguirían el ciento por uno en esta vida, en casas y haciendas. Sostiene Robertson que esta teología estaba muy probablemente emparentada con la de los esenios (aún no se habían publicado más que unos pocos textos de los Manuscritos del Mar Muerto), judíos por cierto que iban siempre armados, y cuyas obras –descubiertas en Qumrán, que Robertson estudia brevemente en un apéndice– muestran cuán fuertes eran sus inclinaciones antirromanas, expresadas en su concepción de una batalla final contra los paganos, en la que éstos resultarían aplastados sobre todo por la ayuda divina a Jesús y sus seguidores. El intento de los nazoreos, Jesús y los suyos, de apoderarse de Jerusalén terminó en un fracaso al igual que los planes del Bautista. Jesús fue detenido y crucificado por Poncio Pilato antes del año 36 d.C. Según Robertson, los esenios, antes de la era cristiana, creían en un mesías que, aunque hubiera sufrido la muerte, habría de resucitar. A tenor de lo que dicen los evangelios sinópticos, había personas en Israel que creían en la reencarnación: de entre los seguidores de Jesús creían que éste era el mesías como reencarnación de Juan Bautista, o bien de Elías o de alguno de los profetas. Desde la época del Libro de Daniel, las aspiraciones mesiánicas judías no eran más que la proyección de esperanzas de liberación revolucionarias, albergadas sobre todo por los más piadosos e ignorantes de los judíos. El pueblo creía que un mesías de este tipo resucitaría, aunque hubiera muerto (por ejemplo, así parece indicarlo el Apocalipsis siríaco de Baruc, redactado en el siglo I de nuestra era). No es de extrañar, por tanto, que esto mismo se creyera de Jesús. Añade Robertson, para concluir, que nada tiene de asombroso, dado el ambiente de la época, que el movimiento iniciado por el Nazoreo continuara en sus seguidores después de muerto aquél, un seguimiento fundado en la creencia mítica en su resurrección. A propósito de este tipo de interpretaciones de Jesús comenta F. Bermejo en el artículo citado: “A pesar de la burla generalizada de estas hipótesis en el gremio de los eruditos, debo confesar que la distorsión sufrida por el material de los Evangelios es tan profunda y sensible, que no se pueden descartar fácilmente tales reconstrucciones como el mero resultado de un exceso de imaginación de mentes propensas a hacer afirmaciones fantasiosas. Hay demasiados pasajes interesantes, y demasiados rastros de manipulación en los textos evangélicos, como para poder inferir que lo que estos estudiosos atribuyen a Jesús es simplemente imposible. Simplemente basta con preguntarse: ¿por qué, por ejemplo, fue una tropa fuertemente armada necesaria para apoderarse de Jesús y su séquito, si estos hombres eran tan inofensivos?”. Veremos en los dos día siguientes, Deo favente y el Diablo no lo impide, las tesis de S. Brandon y J. Montserrat. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Miércoles, 1 de Febrero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
En el artículo que estamos extractando y comentando “Jesús y la resistencia antirromana Una reevaluación de los argumentos”, publicado en la revista “Journal for the Study of the Historical Jesus” 12 (2014) 1-105, aborda ahora F. Bermejo una cuestión interesante que debemos discutir y que paso a plantearles: “¿Qué significa ser sedicioso en la sociedad en la vivió Jesús?”. La pregunta es pertinente ya que los evangelistas escriben a) mucho tiempo después de la muerte de Jesús; b) en un contexto vital muy diferente; c) con una mentalidad religiosa que depende, al menos en parte, de la teología de Pablo de Tarso quien había sido el principal impulsor de la fe en Jesús como mesías fuera de Israel; d) con un deseo de hacer propaganda religiosa de la fe que profesaban, es decir, “desde la fe y para la fe”. Por tanto y a priori se puede albergar la sospecha de que sean sesgados, incluso sin pretenderlo expresamente.. Y la cuestión planteable es: ¿en qué grado son los evangelistas consistentemente fieles a la mentalidad de Jesús que a priori podemos suponer era ya bastante diferente a la suya? En efecto, Jesús vivía en un Israel con unas tradiciones cerradas; Jesús predicaba solo para los israelitas; ellos, los evangelistas, vivían dentro del Imperio Romano y con una mentalidad abierta a la admisión de los gentiles dentro de la fe común que ya profesaban. ¿Nos presentan a un Jesús consistente con el patrón de recurrencia que hemos expuesto hasta el momento en esta serio, por el contrario, nos ofrecen una figura sublimada e idealizada con el paso de los años y por influencia de sus ideas teológicas previas? Esta es, pues, la cuestión. O cómo había planteado Samuel Brandon, ¿sufrió el evangelio de Marcos –el que inició el género literario biográfico sobre Jesús – la presión psicológica del temor al Imperio Romano, que había acabado hacía poco con una revolución sangrante en Israel (la guerra del 66-73), y en el que las autoridades de este podían considerar muy probablemente que la fe en Jesús –al fin y al cabo un judío crucificado– que estaban propagando era un peligro real para el imperio? ¿Era el cristianismo a los ojos de los romanos una apología disfrazada de lo que hoy se denominaría terrorismo? En el siglo pasado ha habido autores que pensaron que la presentación de Jesús por parte de los evangelistas estaba totalmente distorsionada. Esto les llevó a sostener que Jesús en realidad era una figura militar que había intentado llevar a cabo una suerte de asonada o golpe de estado, como llegó a afirmar Karl Kautsky (quien en 1908 publicó una obra de gran impacto: El origen del cristianismo, versión inglesa Foundations of Christianity, Russell and Russell, New York, 1953) y en cierto modo en España, Josep Montserrat en su libro “El galileo armado” (EDAF, Madrid 2007). En esta línea, Jesús entró en Jerusalén como el rey de Israel o salvador mesiánico, intentó apoderarse del Templo. Pero escapó. Más tarde, sin embargo, los soldados de Pilato mezclaron la sangre de otros seguidores galileos de Jesús con la de los sacrificios del Templo. Jesús finalmente fue detenido y eliminado por los romanos, quienes en juicio sumarísimo por obra de Pilato, condenaron a él y a dos de sus seguidores a la muerte en cruz. Uno de los casos más famosos en esta línea de interpretación es el de Robert Eissler, que en un libro muy amplio, Jesús, el rey que nunca reinó (Munich 1929-1930; el título del libro está en realidad en griego: Iesoús basileús ou basileúsas) defendió una posición muy semejante. En esta obra utilizaba Eisler además de los Evangelios fuentes judías extracristianas sobre Jesús, en especial la versión eslava antigua de la Guerra de los judíos de Flavio Josefo. En opinión de la mayoría de los expertos, es esta versión eslava una expansión medieval del texto griego del historiador judío, pero Eisler la consideraba como la fuente principal para recobrar el original perdido, arameo, de la Guerra, aunque mutilado en algunas partes por los escribas cristianos. Pero, Eisler otorgaba a esta versión un extraordinario valor. Dicho de paso, hay hoy día un consenso bastante generalizado a este respecto, pues en el Josefo eslavo se perciben ecos de “noticias” sobre Jesús que pertenecen al acervo difamatorio judío sobre este personaje recogido en el Talmud –siglos V/VII: tratado Sanhedrin 43ª– y las “historias” sobre el Nazareno recopiladas en la obra conocida como “Toledoth Jesu” (literalmente “Las generaciones de Jesús”), cuya última versión es quizás de los siglos X/XI. Lo cierto es, sin embargo, que Eisler le concedió una importancia extraordinaria para descifrar qué fue realmente Jesús. La imagen de Jesús de Eisler es la de un judío muy religioso dedicado al principio de su vida pública a la predicación de un mensaje, tanto para los judíos como para el resto del mundo, orientado a lograr la paz universal por medio de la implantación del reinado de Dios. Pero este proceso pacífico fracasó en la práctica, por lo que se vio impelido a utilizar la acción violenta como medio alternativo. Reunió Jesús en torno a sí a muchos discípulos, a los que exigió la renuncia provisoria a todos los bienes del mundo y la retirada al desierto. Una vez convenientemente preparados, era su intención dirigirse a Jerusalén y, desde allí, repetir la experiencia del éxodo de los judíos cuando salieron de Egipto. Así pues, una vez conquistada la capital, Jesús tenía el propósito de dirigir el pueblo israelita al Jordán y volver a una suerte de estado primitivo, ideal, en el que –entre otras cosas- la función del Templo sería sustituida por la “Tienda de la reunión” de la época de los Patriarcas (la descripción idealizada de esta “tienda” puede verse en los capítulos 25-31 del libro del Éxodo. Era el lugar en el que Yahvé conversaba con Moisés, según Éxodo 33,11 y Números 12,4-10). Jesús, que se dejó llevar por sus discípulos más exaltados en la confección de estos planes y en sus ideas sobre la venida del reino de Dios, reunió a unos 150 seguidores fieles en el Monte de Olivos y una gran multitud de otros secuaces menos calificados. Tanto él como algunos de sus discípulos albergaban ciertas dudas sobre lo que había que hacer. Pedro, por ejemplo, no estaba del todo convencido de cómo debía realizarse la acción sobre Jerusalén. Con todo, Jesús inició la gran aventura de la instauración del reino divino pergeñando una entrada triunfal en la capital de Israel, donde pensaba hacer una solemne proclamación mesiánica. Posteriormente pretendía apoderarse del Templo. De hecho Jesús y sus seguidores lograron ocupar una parte del santuario, pero fueron derrotados por los romanos, prevenidos e impulsados por una denuncia previa de los dirigentes judíos. Jesús fue detenido y condenado como mago, engañador del pueblo, insurgente y revolucionario, enemigo del Imperio y pretendiente real al trono de Israel, por lo que murió crucificado. El fracaso de Jesús, aunque real, no fue del todo inútil. Según Eisler, su nombre y figura sirvieron de cierta inspiración para otros movimientos revolucionarios y mesiánicos posteriores contra el poder de los romanos, no sólo para la primera Gran Revuelta contra Roma -que fracasó en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén y su templo a manos de las tropas de Tito-, sino incluso para el segundo gran intento de alzamiento antirromano, el de Bar Kochba, que fracasó igualmente ante las legiones del emperador Adriano en el 135. Seguiremos Saludos cordiales de Antonio Piñero http://www.pineroandhudgins.com/
Martes, 31 de Enero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Un par de notas más a propósito de cómo debemos interpretar este patrón de recurrencia. La primera se refiere a los discípulos de Jesús. A veces me he preguntado si muchos se han parado a reflexionar que los tres íntimos de Jesús eran personas de carácter un tanto violento, al menos. Y eran íntimos en verdad de Jesús porque los escogía expresamente –según cuentan los Evangelios– para estar presentes en determinadas acciones excluyendo a los demás. Por ejemplo, en la Transfiguración (sea cual fuere el trasfondo histórico de este hecho; Mc 9,2: “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto”.); en la resurrección de la hija de Jairo (igualmente; no sabemos si se trató de una resucitación de un estado de coma: Mc 5,37: “Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago”.; en la oración del huerto en Getsemaní, etc. (Mc 14,33: “Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia”). ¿Por qué Jesús mismo denominó a esos dos discípulos predilectos “hijos del trueno”? (es decir “tronantes”, “explosivos” diríamos hoy; es sabido que la expresión “hijos de…” equivale a un adjetivo; ejemplo “administrador de la injusticia”/ “Maestro de justicia” es igual a “administrador injusto” o “Maestro justo”). Este apelativo de “explosivos” lo tenían bien merecido a la luz de dos anécdotas evangélicas conocidas. La primera: pidieron a Jesús ser los primeros en el futuro reino de los cielos y los demás discípulos se enfadaron con ellos (Mc 10,35-37: “Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos.» El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?» Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda»”). La segunda, la también conocida petición de que el Cielo (= Dios) arrasara con fuego a los samaritanos poco hospitalarios con su grupo (Lc 9,54: “Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?”). Y otra característica del grupo de discípulos selectos de Jesús –los Doce– era que uno, al menos, era un celota (Simón el “cananeo”, es decir, probablemente no “oriundo de Caná”, sino “el celota” Mc 3,18 como interpreta Lucas en 6,15 ). Ciertamente no un “celota” en el sentido de la Guerra contra Roma del 66-73, sino en extremo ardiente defensor de la Ley hasta llegar a una cierta imposición hacia los demás. Y reflexionemos que a este grupo de discípulos Jesús mismo les ordenó comprar espadas (Lc 22,36), les advirtió de que seguirlo podía terminar muy mal: muertos en la cruz (Mt 10,34), pero a la vez les prometió que les daría un reino («Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí»”,) y que ocuparían en él los puestos más importantes, a saber los de “jueces” que están sentados en tronos (Mt 19,28). A este respecto F. Bermejo protesta de que en la investigación actual se admite a veces (no hay más remedio) el carácter violento de los discípulos íntimos, los verdaderamente amigos de Jesús, pero se niega absolutamente que el Maestro participara en ese espíritu de violencia. Ciertamente paree, al menos, muy poco verosímil entre amigos de verdad; además Jesús era el elector y ellos, los elegidos. Comenta al respecto F. Bermejo: “Este hecho nos permite evaluar la falta de fiabilidad de la manera de proceder dentro del ámbito académico actual (la mayoría de los exegetas son profesores de teología o de estudios de Nuevo Testamento en universidades estatales de diversas confesiones o de la s universidades pontificias), que consiste en el establecimiento de diferencias cruciales en materia de violencia e insurrección entre Jesús y sus discípulos. Un dispositivo muy frecuente en efecto, consiste en trazar una línea divisoria clara entre ellos y una actitud completamente pacífica por parte de Jesús, el cual parece estar más allá de la lógica violenta y sin relación con las turbulencias externas (naturalmente contra los romanos y contra Herodes Antipas) que se vivían en el Israel del tiempo de Jesús. Y cita aquí a par de investigadores tan conocidos como Oscar Cullmann y Paul Winter. En especial el último quien en su obra On the Trial of Jesus (“El juicio de Jesús”) admite claramente que Jesús era un sedicioso, pero sostiene a la vez la distancia entre Jesús y sus discípulos en cuanto a la violencia. Sostiene Winter que textos como Hch 1,6 (“Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?”); Mt 19,28 (“Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”) y Lc 19,26-27 (“Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. «Pero a aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí.”) son textos que no proceden del Jesús histórico sino de la comunidad primitiva (El juicio de Jesús , p. 193)”. Y al comentar que esta manera de juzgar se debe al deseo íntimo de disculpar a Jesús de todo sentimiento violento añade: “Tal dispositivo, sin embargo, no sólo es insostenible e increíble a la luz de los testimonios, sino que revela su dependencia esclava del procedimiento de disculpa similar ya presente en los Evangelios (Lc 19,11 implica que sólo los discípulos – no a Jesús– estaban equivocados cuando se espera la llegada inminente del Reino de Dios )… Podría haber ciertas diferencias entre Jesús discípulos, pero crear un abismo entre él y sus discípulos es totalmente contrario a la lectura de los textos. Jesús era el líder y maestro de su grupo”. “Por lo tanto, lo que los discípulos querían y hacían debió de estar de acuerdo, al menos en términos generales, con los objetivos y expectativas propias de Jesús, al menos durante su vida pública. Si los discípulos esperaron que él rescataría a Israel de manos de sus enemigos (Hch 1,6), Jesús debía de haber esperado lo mismo; y si ellos estaban armados con espadas y, finalmente, las usaban, esto significa que la violencia no era en última instancia incompatible con el punto de vista de Jesús. El intento de disociar a Jesús de las expectativas generadas por las afirmaciones o actuaciones de sus discípulos o del derramamiento de sangre causado por estos es históricamente implausible”. Saludos cordiales de Antonio Piñero También en Blog “Across theAtlantic”. He aquí el enlace: http://www.pineroandhudgins.com/
Lunes, 30 de Enero 2017
Notas
¿Jesús manso y humilde corazón? Jesús y la violencia
La resistencia antirromana y Jesús (XXII) Escribe Antonio Piñero Notemos que no estamos hablando ya de una actitud interior de resistencia al Imperio Romano, que podría manifestarse por fuera en una simple apariencia tranquila (al estilo del ghandiano “No colaboración; no violencia), sino si hay en los datos recibidos por la tradición una relación expresa de Jesús y sus discípulos con la violencia. Yo creo que sí la hay. Los indicios son los siguientes: Es cosa sabida que la imagen que se transmite generalmente de Jesús entre los cristianos es la de un personaje dulce, manso y humilde de corazón (Mt 11,29 y Lc 9,55), que aborrece en absoluto cualquier acto de violencia. Esa imagen que se ha extendido por el mundo católico encarnada en la devoción al “Sagrado corazón de Jesús”. Por tanto, otra prueba que ha de pasar el patrón de recurrencia “Jesús como sedicioso desde el punto de vista del Imperio” es si en el conjunto de datos que hemos reunido hay suficientes indicios que relacionen a Jesús y a sus discípulos con la violencia en sí. 1. Los discípulos iban armados: Lc 22,38: “Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas.» El les dijo: «Basta»” Lc 22,49-50: “Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?» y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha”. Mc 14,47: “Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja”. Lc 22,36: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; Lc 22,37 es sugerente: “Os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los impíos / malhechores”. Porque lo mío toca a su fin”. Ya sabemos que “malhechor” en Lucas recubre el griego lestés, (bandido) que era la palabra despectiva utilizada por los romanos para significar lo que indicaríamos como “facciosos” o “terrorista” (siempre desde el punto de vista del que manda. Véase cómo Lucas sustituye este palabra de Mc 15,27 por el simple “malhechor” (griego kakourgós), lo que significa rebajar o eliminar el tono político sediciosos de la palabra recogida por la tradición de Marcos. 2. Jesús mismo aconseja portar espadas: Si Jesús mismo fue el que aconsejó a los discípulos que llevaran espadas (véase el texto citado Lc 22,36), todos estos textos apuntan claramente a una relación de Jesús con la violencia. Naturalmente se puede decir que “todo el mundo llevaba armas en el Israel de ese tiempo cuando iba de camino para defenderse de los malhechores”. Pero esta afirmación tiene una respuesta: No es verdad en un país con “ley y orden” generalmente garantizada por el Imperio. Y una cosa es llevar una daga defensiva…, y otra muy distinta es portar espadas pesadas (máchaira), término empleado por los cuatro evangelistas unánimemente en Mc 14,47; Mt 26,51; Lc 22,49 y Jn 18,10. Además, de estos cuatro evangelistas hay tres de ellos que identifican al agresor como discípulo de Jesús (es precisamente Mc 14,47, quien escribe “uno de los presentes”). Otro intento de “quitar hierro” a esta invitación de Jesús a comprar espadas es considerarla en sentido figurado o metafórico, o bien negar su autenticidad histórica. Opino que son intentos desesperados de eliminar un testimonio evangélico en nada dudoso (por los criterios de dificultad; múltiple atestiguación y plausibilidad histórica) para defender un Jesús totalmente pacífico, idea que no puede sostenerse dada la convergencia de textos y circunstancias: por ejemplo, explica el carácter fuertemente armado de la partida romano-judía para prender a Jesús. Cortar la oreja al siervo del sumo sacerdote no es un acto sin importancia. Significa que Pedro (según Jn 18,10) hirió a Malco, el siervo del sumo sacerdote, con intención de matarlo. Por lo demás, he señalado muchas veces, y estoy de acuerdo con F. Bermejo también en este punto, que hay otros indicios menores (¿?) de que el clima entre los discípulos de Jesús podía ser muy violento. Primero: indicamos que sin el apoyo de los discípulos (muy probablemente armados, Jesús no pudo expulsar del Templo a los cambistas y vendedores de animales para los sacrificios. 3. Jesús dijo “Mt. 10,34 “«No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada.” 4. Santiago y Juan, discípulos predilectos de Jesús eran llamados “hijos del trueno” (Mc 3,17) no porque eran mansos y humildes de corazón a imitación del Maestro. Recuérdese que he aducido muchas veces el texto en el que estos hermanos piden a Jesús que caiga fuego del cielo sobra la ciudad de samaritanos que se negó a darles albergue cuando iban de camino a Jerusalén (Lc 9,54) 5. F. Bermejo añade otros datos que algunos considerarán también menores pero que ayudan a la formación de la imagen de un Jesús que de vez en cuando parece que está rodeado de cierta violencia. Así, “Las invectivas virulentas contra algunos oponentes religiosos, el lenguaje duro utilizado en contra de Antipas, la predicación amenazante del juicio escatológico, no pueden conciliarse con una especie de pacifismo absoluto de Jesús. Y esto significa que, a pesar de la afirmación general de que tales textos como Mt 5,38-48 (“Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente…”) y Mt 26,52-53 (“Le dijo entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto) dibujó a un Jesús más allá de los antagonismos de su época y lo hacen políticamente inofensivo. Esto es totalmente injustificado. El mensaje de Jesús no parece haber sido incompatible en absoluto con la violencia”. Y finalmente Bermejo concluye así esta sección: “A su vez, esto implica que las reconstrucciones actuales de amortiguación / eliminación de las connotaciones violentas de las pruebas son casi generalizadas pero implausibles. El intento de minimizar o suprimir los aspectos violentos de Palabras y los hechos de Jesús con el fin de presentar una imagen pacífica de él sólo es posible… si se ignoran otros pasajes de los Evangelios que contradicen tal ‘espíritu’ de pura bondad. El 'espíritu' de Jesús –si podemos hablar de tal cosa en absoluto– es bastante menos parecido al pacifismo que la mayoría de los estudiosos les gusta pensar. Esto es construir una figura de Jesús artificial que es mucho más agradable al gusto de las gentes. Esta intervención es insostenible en la investigación crítica”. “Es cierto que algunos estudiosos han sido acusados de ir más allá de los testimonios disponibles al considerar a Jesús como el líder guerrero de un ejército. Pero la inmensa mayoría de los estudiosos que defienden a Jesús totalmente pacífico puede –y debe– ser justamente acusado de haber minimizado, e incluso de haber negado los testimonios que apuntan al hecho de que el grupo de apoyo Jesús era –al menos en el último período de su vida– un grupo que portaba armas. Los intentos de disociar a Jesús de los temas embarazosos de armas y violencia muestran claramente un deseo previo de interpetr los textos embarazosos de otra manera”. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com ¿Jesús manso y humilde corazón? Jesús y la violencia La resistencia antirromana y Jesús (XXII) Escribe Antonio Piñero Notemos que no estamos hablando ya de una actitud interior de resistencia al Imperio Romano, que podría manifestarse por fuera en una simple apariencia tranquila (al estilo del ghandiano “No colaboración; no violencia), sino si hay en los datos recibidos por la tradición una relación expresa de Jesús y sus discípulos con la violencia. Yo creo que sí la hay. Los indicios son los siguientes: Es cosa sabida que la imagen que se transmite generalmente de Jesús entre los cristianos es la de un personaje dulce, manso y humilde de corazón (Mt 11,29 y Lc 9,55), que aborrece en absoluto cualquier acto de violencia. Esa imagen que se ha extendido por el mundo católico encarnada en la devoción al “Sagrado corazón de Jesús”. Por tanto, otra prueba que ha de pasar el patrón de recurrencia “Jesús como sedicioso desde el punto de vista del Imperio” es si en el conjunto de datos que hemos reunido hay suficientes indicios que relacionen a Jesús y a sus discípulos con la violencia en sí. 1. Los discípulos iban armados: Lc 22,38: “Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas.» El les dijo: «Basta»” Lc 22,49-50: “Viendo los que estaban con él lo que iba a suceder, dijeron: «Señor, ¿herimos a espada?» y uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha”. Mc 14,47: “Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja”. Lc 22,36: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada; Lc 22,37 es sugerente: “Os digo que es necesario que se cumpla en mí esto que está escrito: “Ha sido contado entre los impíos / malhechores”. Porque lo mío toca a su fin”. Ya sabemos que “malhechor” en Lucas recubre el griego lestés, (bandido) que era la palabra despectiva utilizada por los romanos para significar lo que indicaríamos como “facciosos” o “terrorista” (siempre desde el punto de vista del que manda. Véase cómo Lucas sustituye este palabra de Mc 15,27 por el simple “malhechor” (griego kakourgós), lo que significa rebajar o eliminar el tono político sediciosos de la palabra recogida por la tradición de Marcos. 2. Jesús mismo aconseja portar espadas: Si Jesús mismo fue el que aconsejó a los discípulos que llevaran espadas (véase el texto citado Lc 22,36), todos estos textos apuntan claramente a una relación de Jesús con la violencia. Naturalmente se puede decir que “todo el mundo llevaba armas en el Israel de ese tiempo cuando iba de camino para defenderse de los malhechores”. Pero esta afirmación tiene una respuesta: No es verdad en un país con “ley y orden” generalmente garantizada por el Imperio. Y una cosa es llevar una daga defensiva…, y otra muy distinta es portar espadas pesadas (máchaira), término empleado por los cuatro evangelistas unánimemente en Mc 14,47; Mt 26,51; Lc 22,49 y Jn 18,10. Además, de estos cuatro evangelistas hay tres de ellos que identifican al agresor como discípulo de Jesús (es precisamente Mc 14,47, quien escribe “uno de los presentes”). Otro intento de “quitar hierro” a esta invitación de Jesús a comprar espadas es considerarla en sentido figurado o metafórico, o bien negar su autenticidad histórica. Opino que son intentos desesperados de eliminar un testimonio evangélico en nada dudoso (por los criterios de dificultad; múltiple atestiguación y plausibilidad histórica) para defender un Jesús totalmente pacífico, idea que no puede sostenerse dada la convergencia de textos y circunstancias: por ejemplo, explica el carácter fuertemente armado de la partida romano-judía para prender a Jesús. Cortar la oreja al siervo del sumo sacerdote no es un acto sin importancia. Significa que Pedro (según Jn 18,10) hirió a Malco, el siervo del sumo sacerdote, con intención de matarlo. Por lo demás, he señalado muchas veces, y estoy de acuerdo con F. Bermejo también en este punto, que hay otros indicios menores (¿?) de que el clima entre los discípulos de Jesús podía ser muy violento. Primero: indicamos que sin el apoyo de los discípulos (muy probablemente armados, Jesús no pudo expulsar del Templo a los cambistas y vendedores de animales para los sacrificios. 3. Jesús dijo “Mt. 10,34 “«No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada.” 4. Santiago y Juan, discípulos predilectos de Jesús eran llamados “hijos del trueno” (Mc 3,17) no porque eran mansos y humildes de corazón a imitación del Maestro. Recuérdese que he aducido muchas veces el texto en el que estos hermanos piden a Jesús que caiga fuego del cielo sobra la ciudad de samaritanos que se negó a darles albergue cuando iban de camino a Jerusalén (Lc 9,54) 5. F. Bermejo añade otros datos que algunos considerarán también menores pero que ayudan a la formación de la imagen de un Jesús que de vez en cuando parece que está rodeado de cierta violencia. Así, “Las invectivas virulentas contra algunos oponentes religiosos, el lenguaje duro utilizado en contra de Antipas, la predicación amenazante del juicio escatológico, no pueden conciliarse con una especie de pacifismo absoluto de Jesús. Y esto significa que, a pesar de la afirmación general de que tales textos como Mt 5,38-48 (“Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente…”) y Mt 26,52-53 (“Le dijo entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto) dibujó a un Jesús más allá de los antagonismos de su época y lo hacen políticamente inofensivo. Esto es totalmente injustificado. El mensaje de Jesús no parece haber sido incompatible en absoluto con la violencia”. Y finalmente Bermejo concluye así esta sección: “A su vez, esto implica que las reconstrucciones actuales de amortiguación / eliminación de las connotaciones violentas de las pruebas son casi generalizadas pero implausibles. El intento de minimizar o suprimir los aspectos violentos de Palabras y los hechos de Jesús con el fin de presentar una imagen pacífica de él sólo es posible… si se ignoran otros pasajes de los Evangelios que contradicen tal ‘espíritu’ de pura bondad. El 'espíritu' de Jesús –si podemos hablar de tal cosa en absoluto– es bastante menos parecido al pacifismo que la mayoría de los estudiosos les gusta pensar. Esto es construir una figura de Jesús artificial que es mucho más agradable al gusto de las gentes. Esta intervención es insostenible en la investigación crítica”. “Es cierto que algunos estudiosos han sido acusados de ir más allá de los testimonios disponibles al considerar a Jesús como el líder guerrero de un ejército. Pero la inmensa mayoría de los estudiosos que defienden a Jesús totalmente pacífico puede –y debe– ser justamente acusado de haber minimizado, e incluso de haber negado los testimonios que apuntan al hecho de que el grupo de apoyo Jesús era –al menos en el último período de su vida– un grupo que portaba armas. Los intentos de disociar a Jesús de los temas embarazosos de armas y violencia muestran claramente un deseo previo de interpetr los textos embarazosos de otra manera”. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Domingo, 29 de Enero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Hasta este momento hemos reunido los elementos del patrón de recurrencia “Un Jesús sedicioso respecto al Imperio romano”. Pero estos elementos dispersos en los Evangelios no ofrecen por sí mismos una imagen nítida y clara de lo que ocurrió exactamente con Jesús a lo largo de su vida pública, y sobre todo en la semana, o semanas, que precedieron a su muerte en cruz. La investigación crítica del Nuevo Testamento ha presentado diversas propuestas de reconstrucción de los hechos y de su interpretación más convincente. Hay que partir del Evangelio de Marcos y de su base anterior, pero gracias a los datos reunidos ya en las postales anteriores podemos albergar la sospecha de que los datos ofrecidos por los Evangelistas han sido cuidadosamente seleccionados, dispuestos y presentados a una luz determinada para ofrecer una versión concreta del motivo y del hecho mismo de la muerte de Jesús. Y se puede sospechar que esta presentación es una versión que hoy denominaríamos apologética, es decir que defiende una interpretación de Jesús determinada. En concreto un Jesús que intentó enfrentarse al judaísmo de su momento y que ni siquiera pensaba oponerse a la dominación romana. Pero ya empezamos a ver que esta interpretación no es la correcta. La cuestión básica es si la actitud, los hechos y los dichos de Jesús iban dirigidos contra los romanos y su poderío en Israel (es decir, si iban en el fondo y la forma a pedir a Dios que instaurara un régimen político y religioso en Israel en el que no tenían cabida alguna los romanos) o bien contra los jefes de los judíos o contra ciertos aspectos de la religión judía (solamente). A este respecto acepta F. Bermejo que “Es cierto que, según Marcos, el conflicto principal de Jesús fue con los sumos sacerdotes de Jerusalén, y es muy probable que Jesús incluyera a la élite de Jerusalén entre los ' gobernantes injustos' a quienes Dios habría de juzgar en el futuro. No obstante, una parte importante de los testimonios recogidos (la crucifixión, la burla de los soldados, el tema del pago del tributo donde, según Lucas se trataba de entregar a Jesús al prefecto romano = Lc 20, 20: “Quedándose ellos –escribas y sumos sacerdotes– al acecho, le enviaron unos espías, que fingieran ser justos, para sorprenderle en alguna palabra y poderle entregar al poder y autoridad del procurador), el títulos crucis, la comparación del movimiento de Jesús con el de Teudas y el egipcio en Hechos 5,36; la mención de una cohorte en Jn 18,3 (y en Mc 15, 16 para describir el conjunto de soldados que se burlan de Jesús) apuntan inequívocamente a un conflicto con los romanos. “Este choque entre Jesús y el Imperio romano es más perceptible en dos puntos del patrón recurrente, a saber, el dicho de Jesús sobre "cargar con la cruz" (Mt 10,38) y en pasaje del discurso de Caifás a los miembros del Sanedrín recogido en Jn 11,47-50 (“Este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación… conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación). Es esta una perícopa que pretende reproducir la esencia de un discurso del sumo sacerdote, y que contiene la única mención de los romanos en los Evangelios”. Dicho con otras palabras: estos dos pasajes están afirmando que si sigue la doctrina de Jesús y se proclama el futuro reino de Dios, se corre el serio peligro de acabar crucificado por los romanos. Y es cierto también que la crítica de Jesús iba en especial contra los jefes de los judíos, pero no en general contra el pueblo, salvo apelaciones también generales a la incredulidad que mostraban acerca de su mensaje del Reino: (“¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! –en el juicio final que se acerca–; porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido: Mt 11,21). Pero debe advertirse que esa crítica es típica de cualquier nacionalista que carga con especial dureza contra los colaboracionistas con las fuerzas invasoras (en especial los dirigentes de Jerusalén que se aprovechaban del comercio favorecido por los romanos y el gran negocio del Templo) y bien que eran simples muñecos al servicio del poder romano (Herodes Antipas en Galilea). Ahora bien, esta crítica a los estamentos judíos importantes es también reducible a una crítica contra los romanos, contra el régimen imperial y por tanto contra Poncio Pilato y Tiberio. Y concluye este sección F. Bermejo: “A la luz de todo este material, negar que el mensaje de Jesús y sus actividades fueron dirigidas en contra de la dominación romana, o afirmar que los Evangelios no han registrado dichos explícitos de Jesús contra el Imperio Romano, no tiene en cuenta una línea importante de pruebas existentes en la tradición ni tampoco una forma bastante evidente de la lectura de dichas pruebas”. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid En el otro Blog, “Across theAtlantic”, en inglés se está tratando de los siguientes temas: 1. Announcing A New Book Series In Spanish2. The Teaching Of Paul Concerning Women (Part 1) He aquí el vínculo: http://www.pineroandhudgins.com/
Sábado, 28 de Enero 2017
Notas
Escribe Antonio Piñero
Escribíamos ayer, entre otras cosas que el período de gobernanza de Pilato fue más bien turbulento y problemático lo que apunta a que el ambiente en Judea (y en Galilea) fue bastante menos pacífico que lo que parece suponer la famosa frase de Tácito “Sub Tiberio quies”. Así que, al menos desde esta consideración general de la época, de ningún modo puede considerarse absurdo que un predicador religioso como Jesús estuviera a la vez interesado en cuestiones sociales que conllevaban necesariamente un cambio político. Y eso para los romanos era un intento de sedición contra la majestad de Tiberio y el poder del Imperio. A este respecto concluye F. Bermejo, tras examinar la plausibilidad histórica del patrón “Jesús como sedicioso respecto al Imperio”, que: “La combinación de un patrón convergente, junto con la aplicabilidad de los criterios de dificultad y de la verosimilitud histórica, nos permite inferir que el patrón tiene una probabilidad muy alta de historicidad. De hecho, es dudoso el que exista mucho material en los Evangelios que se pueda comparar con este en su alto grado probabilidad de que se retrotraiga al predicador galileo”. “Es revelador que la hipótesis de un Jesús sedicioso se enfrenta a dos objeciones mutuamente excluyentes con respecto a la naturaleza de las pruebas a nuestra disposición. En primer lugar, se ha formulado la objeción siguiente: si los textos eran realmente embarazosos para el cristianismo primitivo, habrían sido sencillamente eliminados; de acuerdo con esta objeción, tendríamos demasiados textos-prueba. Por otro lado, sin embargo, a menudo se afirma que, si Jesús hubiera sido un sedicioso antirromano, tendríamos más textos explícitos de apoyo a la hipótesis”. Pero todo lo recogido hasta ahora es posible responder con claridad a las dos objeciones. A la primera: hemos indicado ya que no tenemos “demasiados textos”, ya que son solo indicios, aunque numerosos; que son pequeñas frases o detalles; que están esparcidos por todo el material evangélico entre otros pasajes que contrarrestan la impresión del Jesús sedicioso porque la lectura rápida de los lectores hace que se obtenga una impresión diferente; que esos textos o detalles han sido transmitidos porque la tradición era demasiado evidente para poderlos suprimir, etc. Respeto a la segunda objeción puede replicarse: · Muchas veces no se tienen cuenta la existencia de este patrón; simplemente se niega. · El patrón nos lleva a formular una hipótesis explicativa, no una certeza. · Es sabido, por otros análisis que el relato de la Pasión está construido expresamente por el primitivo autor (desconocido) y luego seguido por Marcos y los demás evangelistas precisamente para ocultar este hecho. Por todos los medios los evangelistas procuran presentar la muerte de Jesús como un acto claro de extrema injusticia por parte de los romanos y de los judíos. Se declara una y otra vez que Jesús solo tenía pretensiones ultraterrenas, no mundanas (el reino de Dios ya había comenzado y era un reinado fundamentalmente interior, en los corazones, nada de en la tierra de Israel); que Jesús era un justo injustamente perseguido y condenado sin que hubiera hecho absolutamente nada en contra del Imperio…., hasta llegar al absurdo de que cuando los judíos lo acusan de sedición es el mismo prefecto romano, Pilato –conocidísimo a base de otras fuentes por su dureza y crueldad– es el que se encarga de defenderlo. Por último afirma F. Bermejo: “Si los Evangelios explícita y consistente hubieran presentado al grupo de Jesús como una peligrosa banda de sediciosos, la hipótesis sería en verdad totalmente superflua, y los estudiosos que han propuesto esta hipótesis desde el siglo XVIII podrían haberse ahorrado esos esfuerzos. Por otra parte, la objeción no tiene en cuenta que en los pueblos dominados en gran medida se lleva a cabo el arte del disfraz político, y que este modelo puede y debe ser aplicado al caso de Jesús”. “En consecuencia, la afirmación de que la falta de testimonios más claros respecto a la dominación romana en las enseñanzas de Jesús tal como han llegado a nosotros significa que él no estaba interesado en cuestiones políticas o que adoptó una concepción del Reino más bien de otro mundo está equivocada totalmente. Del mismo modo, la falta de una 'llamada clara a las armas' en los Evangelios nada demuestra, precisamente porque (aunque Lc 22,36 se asemeja a una llamada de este tipo: “Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin sandalias, ¿os faltó algo?» Ellos dijeron: «Nada.» Les dijo: «Pues ahora, el que tenga bolsa que la tome y lo mismo alforja, y el que no tenga que venda su manto y compre una espada”) dado el proceso de edición de oscurecimiento de los hechos y el hecho de que las formas de resistencia se expresan con mucha frecuencia encubierta y de una manera indirecta. Por consiguiente su ausencia es de esperar. Lo importante no es que no tengamos más material que apunta a un Jesús sedicioso, sino que hayamos conservado tanto”. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid
Viernes, 27 de Enero 2017
NotasEscribe Antonio Piñero Escribimos ayer que “en Judea y Galilea hubo movimientos antirromanos durante los meses o años (¿?) que duró la vida pública de Jesús”. No hubo tanta paz como sugiere la famosa frase del historiador Tácito “Sub Tiberio quies” (“En tiempos de Tiberio hubo paz en Israel”) = Historias V 9,2. Desde luego, esta frase que debe ser bien entendida, no justifica de ningún modo –como hay que confesar que se ha dicho– que Israel fuera en esos momentos un hervidero de revueltas antirromanas, o el escenario de una gran agitación política como se ha sostenido a veces por historiadores un tanto exagerados. Ciertamente no fue así. Pero tampoco vale negar esta perspectiva absolutamente. Sostiene F. Bermejo con toda razón que “Tácito se refiere solamente a rebeliones que hicieran necesaria la intervención directa del legado romano en Siria”, quien no solo tenía tres legiones en esa provincia sino además “el respaldo tres o cuatro legiones” más del ejército romano desplegado cerca del río Éufrates. Estaban desplegadas allí para contener ciertamente a los partos, pero en caso necesario podrían enviar refuerzos a Siria a o a Israel. Que hubo paz (= latín “quies”) “significa que los gobernantes de Palestina podrían manejar cualquier problema, incluidos aquellos que ellos mismos habían creado”. Por tanto, entender que había una paz tranquila y absoluta es una interpretación también exagerada de lo que dijo Tácito. Pero también deseamos subrayar que tal tranquilidad era solamente “relativa”, es decir si se la compara con los dos mil crucificados de la época del legado de Siria Quintilio Varo, tras la muerte de Herodes el Grande, o con las revueltas de Teudas (y luego el llamado Profeta egipcio) de los años 40 del siglo I, es decir, poco tiempo después de la muerte de Jesús, a la que alude el rabino Gamaliel en los Hechos de los Apóstoles 5,36. En tiempos estrictos de Jesús debemos enumerar los siguientes casos de agitación política antirromana: 1. El antecesor de Poncio Pilato (26-36 d. C.) Valerio Grato (25-36) depuso a cuatro sumos sacerdotes. Esto es un hecho extraordinario. El gobierno teocrático de Judea debía –según la disposición de los romanos– mantener el orden público. No sabemos casi nada concreto de lo que ocurrió porque el historiador Flavio Josefo (Antigüedades de los judíos XVIII 33-35) solo da este simple dato. Pero podemos concluir con probabilidad que el ambiente de orden público en Judea no era ni mucho menos como deseaba Roma. 2 El asesinato de Juan Bautista por parte de Herodes Antipas en Galilea. Ya henos comentado en ocasiones anteriores que el Bautista enardecía a las masas y que Antipas lo degolló, anticipándose astutamente a los acontecimientos por miedo a que el Bautista suscitara una revuelta. Y también sabemos que al pueblo le sentó muy mal este asesinato de un profeta, y se alegró de que el ejército de Antipas –las tropas de su propia tierra– fuera derrotado por el rey Aretas IV…, el nabateo. Muy enfadado tenían que estar las gentes para alegrase de un fracaso nacional ante los árabes, y tan estrepitoso y dañino. 3. Pilato asesinó también a una serie de galileos quizás en el templo de Jerusalén o en las cercanías, si exprimimos bien el contenido de la noticia que nos da Lc 13,1-3: “En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo”. Parece evidente que el enfrentamiento con Poncio Pilato por parte de unos peregrinos (¡galileos!) al Templo no era por motivos puramente religiosos, sino por sus derivaciones de orden público o meramente políticas. Y es evidente que el Prefecto no se andaba con chiquitas y regó las losas del Santuario con la sangre de los peregrinos. Este hecho ocurrió probablemente en el 28-29 d. C., es decir, inmediatamente antes del comienzo de la vida pública de Jesús. 4. En Mc 15,7 leemos a propósito de la liberación de Barrabás: “Había un preso, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos (griego “lestaí”) que en el motín habían cometido un asesinato”. El pasaje es bien claro: en tiempos mismos de Jesús hubo un motín contra el poder de Roma con el resultado de un muerto. Y el mismo evangelista confirma que Barrabás era un “sedicioso”, es decir, esa acción sediciosa era totalmente antirromana. 5. La crucifixión de Jesús fue colectiva. Fueron tres, y no uno, los crucificados; además cerca de la fiesta de Pascua; por tanto, se trató de una ejecución amenazadora y ejemplarizante. F. Bermejo se ha quejado repetidas veces de que la investigación ha prestado muy poca atención a este hecho tan significativo. Es claro que el caso apunta al castigo de tres insurrectos, que se habían levantado contra la majestad del Emperador y del Imperio. La investigación independiente opina que como Jesús fue crucificado en medio de los otros dos, él era el jefe de los insurrectos. Con otras palabras: que los famosos dos bandidos eran seguidores de Jesús. Esta opinión no es totalmente segura, pero si probable. Naturalmente no podemos esperar que la tradición evangélica recogida unos cuarenta años después de la muerte de Jesús y con vistas a la propaganda religiosa paganos, que podían convertirse a la fe en el mesías Jesús, no iba a proclamar a las claras que aquellos dos crucificados con Jesús y que este mismo eran insurrectos desde el punto de vista del Imperio. Pero la investigación sí puede afirmarlo como muy probable. 6. Puede añadirse como complemento que, después de la muerte de Jesús, en el año 35, las tropas de Poncio Pilato atacaron violentísimamente a unos peregrinos samaritanos, al parecer pacíficos, que se habían reunido en el Monte Garizim por motivos en apariencia puramente religiosos: ser testigos de cómo Dios hacía que reaparecieran milagrosamente los instrumentos del templo de Jerusalén, que fueron escondidos por el profeta Jeremías antes del asedio de Nabucodonosor a Jerusalén que acabó con la ciudad y con el templo en el 589 a. C. El ataque de las Pablo tropas de Pilato fue tan brutal que causó miles de muertos entre gentes la mayoría desarmadas. Tiberio destituyó y exilió a Pilato por este hecho a petición de una delegación del pueblo samaritano que se trasladó a Roma. En conclusión y parafraseando a F. Bermejo la frase “En tiempos de Tiberio hubo paz en Judea” ha de entenderse de modo muy relativo: es una generalización retórica; no es una descripción lo bastante precisa y sí se entiende sesgadamente lo único que se logra es “minimizar todo lo posible los rastros de resistencia antirromana lo que entraña un considerable error de interpretación”. La atmósfera que respiraba Jesús y la que generaba él mismo con su predicación exclusivamente a Israel del futuro reino de Dios conllevaba una exclusión de los romanos del Reino, y sobre todo suponía una resistencia implícita a que el país de Israel fuera gobernado por los extranjeros romanos. Era para Poncio Pilato un caso claro de sedición anti imperial, y era un grave peligro de orden público. Lo mismo que para Herodes Antipas lo fue la figura en apariencia puramente religiosa de Juan Bautista. Saludos cordiales de Antonio Piñero http://www.pineroandhudgins.com/
Jueves, 26 de Enero 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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