CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Dioniso, el dios-hijo. Intercambios entre mitos paganos y dogma cristiano. Dioniso y Cristo (8-10-18) (II)
Escribe Antonio Piñero
 
Foto: Dioniso, dios del vino y del éxtasis
 
Como dijimos el día pasado, recorreremos ahora, llevado como de la mano por el libro de David Hernández de la Fuente,  El despertar del alma. Dioniso y Ariadna: mito y misterio, la peripecia de Dioniso y Ariadna en la antigüedad tardía, en la que se enfrentan el cristianismo y el paganismo en decadencia. Es de notar que la figura de Dioniso fue una de las que más tardó en desaparecer en el paganismo debido a su enraizamiento entre las clases populares, y por el simbolismo místico y filosófico que se había ido enriqueciendo con el tiempo por el uso de su imagen, y la de Ariadna, en la iconografía.
 
A partir del siglo III sobre todo se nota el afianzamiento del neoplatonismo dentro del ámbito pagano y entre los intelectuales cristianos. Esto llevó entre los paganos a que se reforzara el henoteísmo (hay dioses, pero uno de ellos es el verdaderamente importante; los demás apenas cuentan) y la vez –por la unión del neoplatonismo con un cierto misticismo– a desear una buena vida de ultratumba, salvada de las adversidades de la presente, cuyo fin era la unión con esa divinidad una y principal que –platónicamente también– se equiparaba al Bien. Otros, culminando un pensamiento que había comenzado con el estoicismo de Cleantes (hacia el 300-232 a. C.) tiempo atrás, llegaron a pensar que esa divinidad única y suprema era el dios sol = Zeus. Y Dioniso era su hijo predilecto, el hijo por antonomasia. Así el dios de la vida y de la vid, del vino y la alegría llegó a ocupar una parcela conceptual relacionada con la vida más allá de la muerte: el poder liberador del vino se tornó en redención después de la muerte. Esta faceta lo haría entrar en competencia con Jesucristo. Y Ariadna desempeña aquí su papel; como su sueño la había hecho símbolo del alma dormida entre los enredos de la materia, esa Ariadna perdida y encontrada quedó como símbolo  del ascenso del alma hacia la divinidad.
 
Otro aspecto interesante de la figura de Dioniso en esta época fue que su muerte por los Titanes y su resurrección por obra de Zeus le llevó a representar la proyección de la divinidad fuera de sí misma que acaba produciendo el universo. En efecto, Zeus, como el Uno, era el dios supremo, y Dioniso resucitado, su hijo, era su pensamiento, su sabiduría…, que proyectada hacia el exterior acabaría por generar el mundo. Si de la materia inerte y desgarrada, destrozada por los Titanes, había surgido la maravilla de la vida,  esta misma vida, múltiple y variada,  vuelve a la unidad por obra del mismo Dioniso, intelecto o sabiduría de Zeus. Dioniso se transforma en el dios más cercano a los humanos, y su seguidora, Ariadna será el símbolo de la reversión del hombre, que aspira a la justicia, hacia arriba, hacia la unión con lo divino. De este modo Dioniso y Ariadna, como símbolos, se convierten en la época del final del paganismo en un modelo filosófico-religioso que empalmó muy bien no solo con los neoplatónicos, sino con los hombres espirituales que seguían el ejemplo de la escuela de Pitágoras. Por eso no es extraño que junto con los cultos de misterio de Eleusis (Deméter y Perséfone), o los de Isis, hubiera también “misterios de Dioniso”, que ofrecían la salvación definitiva del alma a quienes ejecutaran piadosa y estrictamente los ritos preceptivos.
 
En síntesis, en la antigüedad tardorromana Dioniso se convertirá en el dios hijo, cuya venida había sido profetizada por los sabios antiguos para la salvación de los hombres. Al mismo tiempo, por parte del cristianismo (que iba adquiriendo gran pujanza desde la época de Constantino –emperador, sin embargo, nunca cristiano– hasta la declaración de religión única del Imperio, con Teodosio el Grande en el 381), cambiaba el modelo a seguir por las almas espirituales; no fue entonces la figura del militar victorioso, sino la del santo,  que tiende a contemplar su morada no aquí abajo, sino en un mundo prometido, más allá de la experiencia humana. En este ambiente puede comprenderse el porqué los sabios filósofos tardorromanos lucharon intelectualmente contra el cristianismo: no necesitaban hacerse cristianos, porque algunas de las ideas importantes que estos proclamaban, que pertenecían a la salvación y a la esencia, la naturaleza de Jesucristo, las tenían en Dioniso, y el alma pretendidamente cristiana no era para ellos más que el reflejo de Ariadna, un personaje muy anterior a Cristo.
 
El punto central de la unión de Cristo–Dioniso era ciertamente el vino, naturalmente el tinto, símbolo natural de la sangre. Así, el Dioniso simbolizado en el cabrito, que era desgarrado por las ménades (las seguidoras del dios) e ingerido por ellas, fue como el sacrificio sangriento de Cristo en la cruz y la ingestión de su cuerpo divino en la eucaristía cristiana. Otro motivo coincidente era el milagro central de ambos dioses respecto a la conversión de agua en vino (Jn 2,9) por parte de Cristo, y la conversión de la materia inerte en vino por parte de Dioniso. El episodio de las bodas de Caná era en muy importante en Cristo –según el evangelista Juan–, porque representaba la encarnación, la presentación del Logos divino en el mundo de la materia (las bodas), y la resolución de las dificultades existenciales. Y en el caso de los mitos de Dioniso es fundamental., según  Hernández de la Fuente, ese paso de la materia al vino porque ahí se revela la divinidad de Dioniso. En diversos mitos dionisíacos aparecen muertes de personajes que terminan en resurrecciones en el ámbito astral.
 
El Evangelio de Juan muestra otra prueba de la relación / oposición entre las dos divinidades. El Jesús johánico dice que él es la vid verdadera (Jn 15,1-8), con lo que afirma –entendían los cristianos de la antigüedad tardía– que había “otra vid falsa”, que era Dioniso. El despertar del sueño por obra de Dioniso–Ariadna contrastaba con el despertar del sueño, la muerte, que proporciona Jesucristo al alma creyente. Puede sospecharse entonces que el dicho del autor de Efesios 5,14 (“Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos”) sea una contraposición clara a los efectos del culto a Dioniso.
 
Seguiremos con algunas apostillas a la exposición de David Hernández de la Fuente.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

Http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
NOTA:
 
Acaba de salir también lo que yo creo que es la enésima edición (no sé cuántas en España, porque la Editorial nunca me lo dijo, tuvo lo que fue el libro inicial, de 1992, “El Otro Jesús. Vida de Jesús según los evangelios apócrifos”) de este libro que ha sufrido al menos dos reelaboraciones. La actual lleva por título “La vida de Jesús según los evangelios canónicos y apócrifos”, pero el título verdadero debería ser “La vida oculta de Jesús según los evangelios canónicos y apócrifos”. Lo publica Tritemio, Madrid. Es una edición que estimo muy buena, con letra grande. N sé el precio.

Domingo, 8 de Abril 2018


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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