CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero

Respecto a lo que expusimos en la nota anterior, opino que no hay razones contundentes para oponerse a la opinión de "Lucas", autor de los Hechos de los apóstoles, en su afiramción de que Pablo era ciudadano romano. Por tanto, aceptamos en principio su afirmación.

A este respecto surge otra cuestión:

En las cartas auténticas nunca aparece Pablo con un nombre romano completo compuesto de tres nombres. Por ejemplo, Marco Tulio Cicerón. A este propósito se ha argumentado que este hecho –Pablo aparece simplemente con un nombre- es una prueba más de que no era ciudadano romano. Este argumento no es en sí fuerte, pues la mayoría de los cristianos, y muchos judíos, de quienes por otro lado se sabe ciertamente que eran ciudadanos romanos, nunca o casi nunca utilizaban el nombre triple completo. Probablemente no lo hacían porque la costumbre judía, y también cristiana primitiva, era acentuar su pertenencia al grupo religioso en donde el nombre completo desempeñaba ningún papel.

¿Por qué el cambio de Saulo a Pablo?

A lo largo de los siglos se ha formulado muchas veces esta pregunta. En los Hechos de los Apóstoles, en los primeros capítulos –del 7 al 13-, aparece siempre "Saulo" (en griego Saulos como helenización del hebreo Sha'ul), en total unas quince veces. Pablo no se encuentra nunca en estos capítulos.

De repente en Hechos 13,9 encontramos la siguiente frase: “Entonces Saulo, que también es Pablo”…, y desde ese momento, de la narración de la segunda parte de la obra de Lucas desaparece el primer nombre para encontrar sólo “Pablo”. Y en las cartas auténticas del Apóstol encontramos también sólo “Pablo”. ¿Por qué?

Saulo parece a veces como Soulos en la traducción de los LXX. Como es bien sabido, Saúl /Saulo es el nombre del primer rey de Israel, de la tribu de Benjamín, y Paulos es la helenización del nombre latino Paulus, que significa literalmente “pequeño”.

La historia de la investigación sabe que se han formulado muchas hipótesis para responder a esta cuestión del cambio de nombre y de la falta de explicación. Algunos han llegado a creer probado que el nombre latino del Apóstol era Gaius Julius Paulus, porque la familia de Pablo -al recibir la ciudadanía romana después de que hubo nacido el niño Saulo- había adoptado el nombre de la famosa familia que había dado al mundo al general Emilio Paulo. Los otros dos vocablos, Gaio Julio, se los habrían puesto al niño Saulo/Pablo en honor de Julio César, personaje conocidísimo que tantos beneficios había procurado a los judíos. También es posible que si la familia de Pablo/Saulo, aunque libre, procedía de antiguos esclavos luego liberados (los "libertos"), sus padres hubieran puesto al niño el nombre del "patrono" de la familia que sería un roamano y se llamba Paulus.

Todas estas explicaciones no pasan de ser meras especulaciones, o hipótesis que carecen de apoyo o fundamento en los textos que conservamos.

Es conveniente que antes de ofrecer una posible respuesta a la cuestión del cambio de nombre nos detengamos en un tema previo: ¿Cómo se formaba un nombre romano?

El nombre romano tenía tres partes. Para explicar su uso tomemos como ejemplo la designación de un romano famoso: Marco Tulio Cicerón.

- El primer miembro era el “praenomen” (“lo que está delante del nombre”): por ejemplo, Gaius, Lucius, Marcus… Corresponde a lo que hoy nosotros llamamos el nombre propio de cada persona.

- El segundo miembro era el “nomen”, nombre o “gentilicio”: es la designación según la “gens” o tribu a la que pertenecía cada uno. Al principio, en la antigua Roma, había grandes clanes o tribus de latinos dispersos en aldeas del Lacio, que se fueron congregando poco a poco tras la fundación de Roma, hasta formar el gran pueblo que fue más tarde. Cada ciudadano recibía como segunda parte de su nombre el “gentilicio”. En nuestro ejemplo Marco Tulio. Este personaje era por tanto de la tribu, o gens, Tulia.

- El tercero y último miembro era el “cognomen” o designación específica -a veces un apodo- con el que llamaba concretamente a una “familia” dentro de cada gens o tribu. En nuestro caso Cicerón (literalmente: “el garbanzón”). Esa familia era, pues, designada como “Los Garbanzones”. A veces este cognomen era un apodo, bien para la familia entera o para un miembro ilustre de ella.

Por tanto un nombre romano estaba compuesto de:

Un nombre propio + El nombre de la tribu + el nombre la familia (a veces un apodo).

Nada que ver, en principio, con nuestro sistema:

Nombre propio + nombre de la familia del padre + nombre de la familia de la madre.

En las cartas auténticas de Pablo sólo aparece como nombre un vocablo: el Apóstol se designa a sí mismo con una sola palabra, que suena a latina, aunque esté helenizada en su terminación, Paulos. Nunca se presenta con un nombre completo compuesto de tres partes. En principio, pues, no sabemos por boca de Pablo cuál era su nombre complet, ni tampoco si "Paulos" era un praenomen -nombre propio- o un "gentilicio", como arriba hemos explicado.

En este cambio de nombre, además, hay como un juego de palabras: de “Saulus” a “Paulus” sólo se muda un fonema, una letra. Es éste en principio un cambio muy curioso y llamativo: de tener nombre de un gran rey de Israel, al que la tradición pinta como grande y apuesto, pasa el Apóstol a utilizar un nombre que significa “El pequeño”.

Nos preguntamos de nuevo: ¿Por qué?

Entre todas las explicaciones que he leído a este respecto la que más me convence es la que ofrece Giorgio Agamben en las pp. 20 y siguientes de su obra “El tiempo que resta. Un Comentario a la Carta a los romanos”, Madrid, Editorial Trotta, 2006.

Exponer los argumentos de Agamben será el tema de nuestra próxima nota.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

Viernes, 19 de Diciembre 2008


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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