CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero



Hoy escribe Antonio Piñero

Tema: seguimos con el Punto 1 de la nota anterior.


A pesar de lo que dijimos en la nota anterior (orden de recopiar e intercambiar cartas entre comunidades), es más que posible que Pablo no pensara en que sus cartas iban a servir para generaciones futuras; entre otras razones porque para él el fin del mundo era inmediato (1 Tes 4).

Pero como este fin del mundo no llegó, lo cierto es tras su muerte (entre el 54-58 d.C., reinado de Nerón) lo que él había escrito era una fuente de autoridad para las siguientes generaciones.

Sospechamos que a finales del siglo I hubo ya una cierta colección de cartas de Pablo con fines de que su pensamiento llegara a todos los grupos. Tengamos en cuenta que la comunidad judeocristiana de Jerusalén, la Iglesia Madre, había perecido al final de la Primera Revuelta judía contra Roma (66-70), y que otros grupos judeocristianos en Galilea, en Samaría, Roma, Antioquía, o Alejandría, etc., eran conscientes de la pujanza de las comunidades paulinas. Ellos recibían también copias de las cartas paulinas, sobre todo la comunidad, muy potente, judeocristiana de Roma.

Indicios de la existencia de esta colección de finales del siglo I son diversos textos de escritos cristianos muy primitivos: 1ª Epístola de Clemente de Roma: compuesta hacia el 96 d.C.; textos de las Cartas de Ignacio de Antioquía (muerto en el 110 d.C.) y un pasaje del último texto que ingresó en el canon del Nuevo Testamento: 2 Pedro 3,15-16 (¿compuesta hacia el 120?).

Ofrecemos estos textos:

1. Clemente de Roma. El autor escribe desde Roma contra quienes han promovido una “sedición” contra las autoridades de la comunidad de Corinto. Invoca entonces el recuerdo del apóstol Pablo:


“Tomad en vuestra mano la carta del bienaventurado Pablo apóstol. ¿Cómo os escribió en los comienzos del Evangelio? A la verdad, divinamente inspirado, os escribió acerca de sí mismo, de Cefas y de Apolo, como quiera que ya entonces formabais grupos rivales”.


La carta supone que en Roma, fundación judeocristiana antigua, anterior a la misión de Pablo, la 1 carta a los Corintios era patrimonio común y fuente de autoridad (“divinamente inspirada”).

2. Ignacio de Antioquía, Carta a los cristianos de Éfeso, 12,2:


“Sois estación de paso para los que por la muerte caminan hacia Dios (Ignacio pasa por Éfeso, prisionero, camino de su martirio en Roma), compañeros de iniciación (en los misterios divinos) de Pablo, el que fue santificado, el que fue atestiguado, el que es digno de toda felicidad, cuyas huellas me es dado seguir a mí cuando alcance a Dios; de Pablo, en fin, que en toda carta suya hace mención de vosotros”.


Es evidente que Ignacio dispone de un grupo de cartas paulinas. Comenta el editor de Ignacio en Padres Apostólicos (B.A.C., Madrid, 1967 con múltiples reediciones, p. 393):


« No menos profunda es la huella que dejó san Pablo en el alma de san Ignacio… En todo caso, las cartas del Apóstol, resonancia perenne de su alma, y superiores, según sus émulos, a su misma palabra hablada, estaban indudablemente en mano del obispo antioqueno, y fueron fragua y troquel donde se modeló su alma. El hecho es tan palpable que huelga toda demostración. De una de ellas señaladamente, la primera y magna epístola paulina a los corintios, se ha podido autorizadamente afirmar que “debió de conocerla Ignacio casi de memoria” (D. Ruiz Bueno cita a W. R. Ingle, The New Testament in the Apostolic Fathers (“El Nuevo Testamento en los Padres Apostólicos”), Oxford, 1905, p. 57, uno de los primeros estudios que rastrean todas las posibles citas del Nuevo Testamento actual en los primeros escritos cristianos; como conjunto de textos esta obra es aún útil). »


3. 2 Pedro 3,15-16:


“Tened presente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación, tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio. En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición”

Es evidentísimo que este pasaje supone tener ante los ojos una colección de las cartas de Pablo, y además dotada de autoridad canónica, como si fuera ya "Sagrada Escritura"

En la propia carta 1 Cor 1,2b se lee actualmente un pasaje, que la mayoría de los críticos creen una glosa (entre ellos Senén Vidal, el autor del libro sobre Pablo que hemos comentado en este blog) y que es el siguiente:


“A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos”


La expresión “en cualquier lugar” deja traslucir un estado de la iglesia cristiana muy posterior al de los inicios, paulinos, tan modestos. Se trata ya de un a Iglesia muy expandida geogr´çaficament, más que en época de Pablo. Se cree por ello que es una glosa del principios del siglo II que da testimonio indirecto de la extensión en la que ya leían las cartas del Apóstol.

Seguiremos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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• Hoy en el “Blog de Antonio Piñero” se trata del siguiente tema:

“Literatura apócrifa cristiana”

• Magíster de "Ciencias de las Religiones" Universidad PABLO DE OLAVIDE, Sevilla (Véase postal de 26-06-2009)

Para obtener más información:

http://www.upo.es/historia_antigua/master_religiones/index.jsp

Saludos de nuevo.









Miércoles, 21 de Octubre 2009


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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