CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía XI

Retomamos nuestro comentario de la afirmación apodíctica de Pedro, según la cual “el conocimiento destruye la ignorancia”. Y la fuente impoluta del conocimiento es el Profeta Verdadero. En el amplio campo de la doctrina de este Profeta no hay espacio para la duda ni para la ignorancia. Su palabra es la Verdad sin el menor atisbo de oscuridad. Una vez que sabemos que es profeta, el definitivo, no tenemos problema sobre el alcance y el contenido de “toda la verdad” según la expresión de Juan 16,13.

El conocimiento, principio de unidad

El conocimiento es, además, principio de unidad. Frente a la sorpresa de que haya familiares que se separan unos de otros, Pedro considera que es lo más lógico y justo. Porq ue los que desean salvarse huyen de los que ni lo quieren ni lo buscan, ya que quieren perecer y hacer perecer. Pero el conocimiento une mentes e intenciones en la práctica de la verdad. Y la verdad es como la luz, que se posee y se emite para la iluminación de los que van por el camino recto.

Además, los que son sensatos no quieren separarse, sino convivir y ayudarse con la mutua presentación de las cosas mejores. La unidad es en opinión de Pedro fruto de la sensatez. Por ese motivo, los incrédulos, que no querían escucharse, se hacen la guerra separándose, persiguiéndose, odiándose. Los que sufren estas cosas, compadeciéndose de aquellos que están sufriendo las insidias de la ignorancia, oran mediante la doctrina de la prudencia por los que preparan males contra ellos, pues están convencidos de que la ignorancia es la causa de su pecado. El mismo Maestro Jesús, estando clavado, rogaba al Padre que quitara el pecado a los que lo mataban diciendo: “Padre, perdónales sus pecados, pues no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

Como imitadores del Maestro, también ellos, en sus sufrimientos, ruegan por sus perseguidores tal como han sido instruidos. Por eso, ni odiando a sus padres, se separan de ellos, siendo así que elevan plegarias incluso por los que no eran sus padres sino sus enemigos, y tratan de amarlos como se les ha recomendado.

El amor al Padre, Dios Creador del universo

Uno de los deberes que la naturaleza impone a los hombres es el amor a los padres. Explicando qué son los padres, Pedro los define como “los autores del origen” (XI 21,2). Por esta suprema razón los hombres deben amar a Dios, Creador original del universo entero con todo su contenido, del que ha nombrado reyes a los hombres. Sin embargo, muchos seres humanos se olvidan de la verdad transcendental de su existencia y no aman al que es el origen del universo y eligen amar y dar culto a los ídolos, elementos insensibles sin conocimiento.

Los ídolos son creación del hombre

Es verdad que no siempre es fácil saber qué y quién es Dios, sin embargo, los seres racionales no pueden dejar de saber lo que Dios no es, como para comprender que Dios no es madera, ni piedra, ni bronce ni cualquiera otra cosa hecha de materia corruptible. Esos ídolos que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, cerebros imaginados, pero no piensan ni sienten. Los más ignorantes de los hombres saben perfectamente que Dios no es madera, ni piedra, ni bronce ni cualquiera otra cosa hecha de materia corruptible.

En consecuencia se pregunta Pedro: “¿Acaso no han sido cincelados con hierro, y el hierro que los ha cincelado no ha sido ablandado por fuego, y el fuego no se apaga con agua? ¿Y no tiene su movimiento el agua por el viento, y el viento no tiene su primer impulso de Dios que todo lo ha creado?” (Hom XI 22,1). Moisés narraba así la obra original de la creación: “En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba invisible y caótica, las tinieblas estaban sobre el abismo y el Espíritu de Dios se deslizaba sobre el agua” (Gén 1,2).

Este Espíritu, al decir de Dios, como si fuera su mano, fabricó todas las cosas separando la luz de las tinieblas; y después del cielo invisible, desplegó el visible, para que los ángeles de luz habitaran los lugares superiores, y lοs inferiores fueran habitadοs por el hombre y las cosas creadas para él. Porque la realidad es que “Dios hizo todo en favor de los hombres”.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro






Domingo, 26 de Abril 2015


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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