CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Santiago, el hermano del Señor según los Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Historias Apostólicas. Santiago el de Alfeo

Pseudo Abdías VI,1-6

En el umbral del capítulo VI de las Historias Apostólicas del Pseudo Abdías, cuenta el autor detalles de la relación familiar de Santiago el de Alfeo. Según el Pseudo Abdías, Simón el Cananeo, Judas Tadeo y Santiago, llamado el hermano del Señor, eran hermanos carnales, oriundos de Caná de Galilea. Se ha pensado también que los tres podrían ser hijos de José, el esposo de la Virgen María, habidos de un matrimonio anterior. Pero sus padres según el Pseudo Abdías eran Alfeo y María, la hija de Cleofás.

Santiago era hijo de la misma madre, pero de distinto padre, a saber, del justo José, el esposo de la virgen María, madre de Dios. Era, pues, hermano del Señor según la carne. Su padre estaba desposado con María la que, según los textos, dio a luz virginalmente al Salvador, Por esta vinculación familiar, estos tres hermanos fueron muy queridos de Cristo que los llamó a la dignidad del apostolado.

Santiago, el más joven de estos tres, era querido especialmente por Cristo. Por su parte Santiago sentía tal afecto por el Maestro, que cuando éste fue crucificado, no quería probar alimento hasta que resucitara. Esta es la razón por la que el Jesús resucitado se apareció a María Magdalena, a Pedro y a Santiago. Cuenta el apócrifo que para que no tuviera que soportar un ayuno tan prolongado, Jesús preparó un panal de miel, al que invitó especialmente a Santiago para que comiera (c.1,4). Luego, después de la ascensión de Jesús al cielo, permaneció en Jerusalén predicando la palabra de Dios junto con Pedro y con Juan.

No habían pasado aún catorce años después de la pasión del Señor, cuando llegaron a Jerusalén Pablo, Bernabé y Tito con la intención expresa de visitar a Santiago, Pedro y Juan. Es la visita de la que habla Pablo en su carta a los gálatas (Gál 2,9), en la que se refiere a esos tres apóstoles como las “columnas” de la comunidad cristiana, y los nombra con el mismo orden que el apócrifo. En Jerusalén se reunieron los doce apóstoles por la fiesta de Pascua praesidente Iacobo (“bajo la presidencia de Santiago”).

Por aquellos días convocó Caifás a los apóstoles para que explicaran en qué razones se basaban para enseñar que Jesús era “el Dios eterno y el Mesías” (c. 2,2). Llegado el día señalado, los apóstoles comenzaron a adoctrinar a los sacerdotes sobre Cristo como único Dios. Defendieron ante los saduceos la resurrección de los muertos, discutida por esta facción hebrea. Frente a los samaritanos justificaron la consagración de Jerusalén como centro neurálgico de la presencia mesiánica del Cristo.

Se explayaron explicando a los fariseos la llegada con Jesús del reino de los cielos. En general, intentaban enseñar al pueblo todo que Jesús era el esperado Mesías eterno (c. 2,3). Señalaban como condicionantes para conseguir la salvación el bautismo para la remisión de los pecados y la participación en la eucaristía.

(Santiago, el Justo, obra del Greco)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 24 de Septiembre 2012
Hoy escribe Antonio Piñero


Continúo citando textos como paso previo a mi comentario, para que se vea la “tremenda novedad” de la noticia. Sin embargo, aludiré sólo dos pasajes más para no cansar: El Evangelio de María y el de Felipe. Tomo las notas de mi obra “Jesús y las mujeres”:

Evangelio de María:

Pedro, ya consolado, confiesa después:

Mariam, hermana nuestra, nosotros sabemos que el Salvador te amaba más que las demás mujeres (10,1-5: BNH II 135).

El verbo “amar” de este párrafo, tanto en griego (phileîn o agapân), como en copto (ouoōsh), o en español, puede tener varios significados y no expresa necesariamente por sí mismo una relación sexual entre María Magdalena y el denominado Salvador. Es el contexto el que ofrece la clave para el significado. Pues bien, todo el contexto del Evangelio de María hasta ese instante, y ciertamente también hasta su final, no ofrece el menor apoyo para un significado erótico: en todo momento el autor piensa que ese amor se traduce en recibir del Revelador, ¡resucitado!, por medio de visiones, enseñanzas espirituales reservadas a los escogidos.

Leví recrimina a Pedro por enfadarse con María Magdalena ya que Pedro había dicho: ¿Ha hablado Jesús con una mujer sin que nosotros lo sepamos?… ¿Es que él la ha preferido a nosotros?
Entonces María se echó a llorar…

Replica Leví:

Pedro: “Siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Es cierto que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros” (17,15-18,14: BNH II 137).


Evangelio de Felipe:


El Evangelio de Felipe es el apócrifo más explícito en el tema del afecto entre María Magdalena y Jesús. El primer pasaje importante es:

Tres mujeres caminaban siempre con el Señor: María, su madre, la hermana de ésta, y Magdalena, denominada su compañera. Así pues María es su hermana, y su madre, y es su compañera (59,6-11: BNH II 31).

El segundo pasaje es:

La sabiduría denominada "estéril" es la madre [de los] ángeles, y la compañera del [Salvador es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos y la besaba frecuentemente en […].
Los demás discípulos dijeron: “¿Por qué la amas más que a nosotros?”
El Salvador respondió y les dijo: “¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?”
Un ciego y un vidente, estando ambos a oscuras, no se diferencian entre sí. Cuando llega la luz, entonces el vidente verá la luz y el que es ciego permanecerá a oscuras.

El Señor dijo: "Bienaventurado el que es antes de llegar a ser, pues el que es, ha sido y será” (63, 30 – 64, 5).


En la misma obra, Jesús y las mujeres aduzco un texto de Fernando Bermejo que explica estos pasajes:


“El segundo texto con el que hay que comparar el del Evangelio de Felipe es Mc 3,31-35, en el que Jesús no quiere recibir a su familia carnal:

Vinieron su madre y su hermanos y desde fuera le mandaron llamar. Estaba la muchedumbre sentada en torno a él y le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”.
Él les respondió: “¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien hiciere la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Ante este texto hay que formularse un pregunta: ¿Quién puede ser a la vez en términos físicos, hermano, hermana y madre? Se trata, por tanto, de una asociación con Jesús de tipo espiritual, gracias a la fe en su doctrina. Si Mc 3,31-35 convierte en parentesco decisivo la relación espiritual y no la carnal, entonces con toda probabilidad el texto del Evangelio de Felipe está haciendo lo mismo: María es “compañera” de Jesús en el mismo sentido en que es “hermana” y “madre”, es decir, en tanto que posee con él un íntimo vínculo espiritual. Además, al igual que en Mc 3, 35 la expresión “mi hermano, hermana y madre” no enfatiza ninguno de estos tipos de parentesco (pues precisamente los hace indistintos: quien tiene un vínculo espiritual con Jesús merece ser llamado simultáneamente su “hermano” y “hermana” y “madre), así también en el Evangelio de Felipe el énfasis no recae en la expresión “compañera” (o, si se prefiere, recae tan poco como en “hermana” o “madre”): lo que se enfatiza es que quien tiene un vínculo espiritual con Jesús es –en el sentido genuino del nombre- su “madre” y “hermana” y “compañera”.

Por tanto: lo que quiere decir, y recalcar, el Evangelio de Felipe no es precisamente que María Magdalena sea la mujer legítima y carnal de Jesús, sino la discípula perfecta. Al escuchar al Salvador / Revelador María se hace espiritualmente de la “familia espiritual” del Salvador, al igual que su madre al pie de la cruz. Por ello a la Magdalena se le puede denominar con toda propiedad –espiritual- “su hermana y su madre, y su compañera” (Evangelio de Felipe 59,6-11). Y lo mismo pude decirse de la Salomé del Evangelio de Tomás (véase capítulo anterior) y de cualquiera otra mujer que oiga y ponga en práctica la revelación del Salvador. No se puede ser en el orden físico esposa, madre, hermana, compañera, etc., a la vez, como afirma el texto. Todas estas expresiones –sobre todo si se formulan conjuntamente- deben entenderse de un modo simbólico y en el ámbito de lo espiritual.

Como señalé, tengo todavía muchos textos más sobre María Magdalena que el lector puede leer en mi obra citada o bien en una obra clásica en lengua inglesa: Marjanen, A., The Woman that Jesus Loved. Mary Magdalene in the Nag Hammadi Library and Related Documents, Brill, Leiden, 1996. Supongo que Karen King la conoce.

En síntesis: si Karen King presenta el papiro copto en Roma como una “novedad”, tal como dicen las noticias de periódico, sería una tontería. Y yo no creo que Karen King sea tonta, sino todo lo contrario: es bastante lista. Luego, insisto: si es así, parece claro que pretende algo diferente. Y los periodistas, ignorando lo que se ha escrito en español, le hacen el juego de presentarla como la héroe de la novedad. Pero los periodistas son presas de nuestra vorágine: no pretenden otra cosa que suscitar el mero interés en un mundo donde si no hay algo nuevo, la gente se muere de aburrimiento, al parecer.

¿Es así? Casi me atrevería a asegurarlo, aunque algunos de los que han dado eco amplio a la noticia gozan de mi estima. Opino que es evidente que se trata de un montaje sensacionalista --un simple argumento más-- aunque para una causa justa: llamar la atención en la Iglesia sobre su estructura “masculina”, “machista”, e injusta. Si la Iglesia no emplea a las mujeres en sus estructuras de mando, sufrirá graves detrimentos. Ahora bien, tal causa está defendida en este caso con argumentos de “novedad” que no es tal.

Seguiremos otro día, el miércoles que viene, analizando con brevedad esta noticia sensacionalista, pero en sí verdaderamente irrelevante.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Sábado, 22 de Septiembre 2012
439-01 “Un Papiro del siglo IV "afirma" que Jesús estuvo casado”. Un comentario
Hoy escribe Antonio Piñero


Tanto Facebook, como El Mundo, Religiodigital y otros medios se han hecho eco de la noticia. Al parecer, aunque no me fío del todo que sea exactamente así, Karen King, profesora de la Facultad de Teología de Havard (y no de “divinidad como ha sido traducido en otros foros = inglés “Divinity” no traducible al pie de la letra, salvo traición al sentido) ha publicado en un congreso de coptología en Roma el descubrimiento de un nuevo papiro en copto del siglo IV, muy pequeño, del tamaño de una tarjeta de visita o de crédito, con líneas poco legibles, cuya posible traducción es la siguiente (según El Mundo, jueves 20 septiembre 2012, p. 45):

“Mi madre me ha dado la vida… .
los discípulos preguntaron a Jesús...
negó. María es digna de eso... Jesús
les dijo: mi mujer... podrá ser mi discípula. Que los malvados se inflen...
en lo que me concierne, viviré con
ella por... una imagen».

Ciertamente, el papiro copto dice literalmente en la línea 4: “Dijo Jesús a ellos (antes ha aparecido la palabra mathetés = “discípulo en greco-copto): “Mi mujer…” (= copto ta hime… que se lee muy bien). No me meto en el resto de la traducción porque el pairo es de difícil lectura, aunque ciertamente se pueden leer bien algunas otras palabras como “María” y “discípulo/a”.

Estoy de acuerdo también en que el papiro puede ser auténtico y del siglo IV. Ciertamente en el estilo de letra del soporte y en la tinta se parece relativamente a los documentos de Nag Hammadi que hemos editado José Montserrat, Francisco García Bazán, Fernando Bermejo y yo mismo en la Editorial Trotta (4ª edición 2011).

Pero en lo que no estoy de acuerdo es en que se presente el papiro como un gran descubrimiento, que se diga que pertenece a un evangelio griego (apócrifo, naturalmente) del siglo II que fue luego traducido al copto en el siglo IV y que se lo titule nada menos como “El Evangelio de la mujer de Jesús”. Esto es pura traslación a ese fragmento de lo que sabemos de los pairos de Nag Hammadi, sobre todo el Evangelio de Tomás copto y en parte del Evangelio de María (posiblemente del siglo II) y del Evangelio de Felipe (casi seguro del siglo II) a este papiro. El título es meramente sensacionalista.

Si así lo presenta la Dra. King (a la que conozco bien por su libro sobre María Magdalena y otras publicaciones; no lo sé a pesar del artículo periodístico), me confirmaría en que busca un exagerado protagonismo / sensacionalismo, una manera de hacerse autopropaganda más un modo de suscitar de nuevo la discusión sobre las bases históricas de la negación a las mujeres de un papel relevante en las iglesias. Es una suerte tener tanta audiencia.

Pero lo que no es en absoluto verdad es que el “descubrimiento” sea nuevo. Sabemos desde hace muchos años que en el Evangelio copto de Tomás, logion 61 leemos:

Jesús dijo: Habrá dos descansando en una cama; uno morirá, el otro vivirá.
Salomé dijo: ¿Quién eres tú, hombre, y de quién (provienes)? Te has reclinado sobre mi lecho y has comido en mi mesa.
Jesús le dijo: Yo soy el que proviene del que es igual. Me ha sido dado de entre lo perteneciente a mi padre.
(Salomé dijo): Yo soy tu discípula.
(Jesús dijo): Por ello te digo: cuando alguien se hace igual (si el discípulo llega a ser igual), se llenará de luz; pero cuando se separa (si llega a estar dividido), se llenará de tiniebla (F. Bermejo, Todos los Evangelios, Edaf, p. 447).

También sabemos por los restos del Evangelio de los Egipcios (perdido, pero transmitido por Clemente de Alejandría) lo que sigue:

A Salomé, que preguntaba: “¿Durante cuánto tiempo estará en vigor la muerte?”, respondió el Señor: “Mientras vosotras las mujeres sigáis engendrando[…] y afirman (en este evangelio) que dijo Jesús en persona: “He venido a destruir las obras de la mujer. De la mujer, esto es, de la concupiscencia; las obras de ella, esto es, la generación y la corrupción”.

Al tocar el punto de la consumación hizo bien en decir Salomé: “¿Hasta cuándo los hombres estarán muriendo?” […] Y el señor le respondió con toda circunspección: “Mientras las mujeres sigan engendrando”. (Respondió Salomé): “Bien hice en no engendrar” A lo que el Señor replicó diciendo: “Puedes comer cualquier hierba, pero aquella que es amarga no la comas”.

Preguntando Salomé cuando llegarían a realizarse aquellas cosas de que había hablado, dijo el Señor: “Cuando holléis la vestidura del rubor y cuando los dos vengan a ser una sola cosa, y el varón, juntamente con la hembra, no sea ni varón ni hembra” (Clemente de Alejandría, Stromata III 6.9.13; G. del Cerro, Todos los Evangelios p. 624 y A. Piñero, Jesús y las mujeres, Aguilar, Madrid, 2008, 208ss)

Evangelio copto de Tomás, logion 114:

Simón Pedro les dijo: “Que María salga de entre noso¬tros porque las mujeres no son dignas de la vida”.
Jesús dijo: “Mirad, yo la impulsaré para hacerla varón, a fin de que llegue a ser también un espíritu viviente semejante a vosotros los varones; porque cualquier mujer que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos”.

Que esta María sea la Magdalena lo sabemos sólo por el conjunto de los textos gnósticos, que unas veces –pocas- la denomina con su nombre completo y otras no, dando por supuesto que el lector sabe de qué María se trata.

En otra obra gnóstica, la Sabiduría de Jesucristo leemos:

En 98,10 se lee:

Le dijo María: “Señor, ¿de qué modo sabremos esto?” (la diferencia entre lo corruptible y lo incorruptible).

Y luego sigue Jesús explicando la diferencia, que no interesa ahora para nuestro tema. Y en 114,9:

Díjole María: “Señor Santo, tus discípulos ¿de dónde han venido, a dónde van y qué harán en ese lugar?”.
Le dijo el Salvador perfecto: “Quiero que entendáis que la Sabiduría, la Madre del Todo…, etc.”.

En este Evangelio, María aparece dos veces como interlocutora de Jesús al que formula alguna pregunta. Hay que señalar que, en la inmensa mayoría de los casos en esta interlocución, la persona que hace la pregunta no desempeña más papel activo que formularla. Luego Jesús toma la palabra y en un monólogo, breve o extenso, expone su doctrina. Luego se le formula otra pregunta, etc. El que pregunta es como un periodista que está entrevistando a Jesús: quien tiene el peso de lo que se dice no es el entrevistador, sino el entrevistado. Por tanto, lo que en estos textos aparece es sólo una María (se sobreentiende Magdalena) que actúa como discípula de Jesús que en la narración sirve de mera introductora a la doctrina del Revelador resucitado formulándole preguntas (A piñero, Jesús y las mujeres, p. 224).

En la obra el Diálogo el Salvador (Biblioteca de Nag Hammadi II 165-187 aparece el mismo Jesús con un tono absolutamente negativo respecto a las mujeres:

(144,17-21) :

Dijo el Señor: “Orad en el lugar en el que no haya mujer(es)”. Mateo dijo: Nos dijo: "Orad en el lugar en el que no hay mujer(es)", lo que significa: aniquilad las obras de la feminidad, no porque haya otra manera de engendrar, sino para que cese la generación. María dijo: ¿No serán eliminadas jamás?”.

Este pasaje es totalmente encratita, antimatrimonial, y no se refiere a las actividades de la mujer en la vida religiosa, sino al deseo del gnóstico de que cese en absoluto la procreación de seres humanos (dar a luz, propio de las mujeres), puesto que el cuerpo es la cárcel del espíritu, el único que se salvará. No interesa crear más cárceles.

Mañana publicaré otros textos, probablemente bien conocidos por algunos lectores, como paso previo al comentario en sí de la noticia, que no es tan relevante como parece desde el punto de vista del historiador.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Jueves, 20 de Septiembre 2012
Hoy “escribe” Antonio Piñero

Por amor a la claridad y porque este Blog es ante todo discursivo, un espacio donde pueden dirimirse ideas cortés y educadamente sin el menor interés de molestar u ofender a las personas, tengo interés en que se publique la réplica, o las precisiones del autor a mis críticas sobre su libro “Apuntes sobre Jesús y el cristianismo”.. Tengo permiso del replicante para publicar sus obsrvaciones.

Los lectores de este Blog saben de sobra que he defendido siempre que las únicas portadoras de derechos son las personas no las ideas, y que éstas como tal no deben “respetarse”. De lo contrario no habría progreso alguno. Las ideas, conceptos, hipótesis explicativas de obscuridades de la historia, argumentos al respecto, etc., como tal no son sujeto de derecho, por lo que deben comprenderse, estudiarse, criticarse, contrastarse, sustituirse por otras, etc. Por consiguiente ahí van las precisiones del autor a mis críticas, de tono general, a su libro.

COPIA

Querido profesor y amigo:

Le agradezco de nuevo el tiempo que ha dedicado a la lectura de mi ensayo, así como su presentación y crítica, sin duda alguna atinadas.

He tomado buena nota de los aspectos negativos que denuncia, y le aseguro que ya he corregido varias de las carencias reseñadas, como la no inclusión (aparente desentendimiento) de la crítica realizada a algunas tesis negacionistas en la obra colectiva compendiada por Vd. “¿Existió Jesús realmente?”

Al final de su crítica, realiza Vd. un resumen de los tres pilares que a su juicio, y no en el que manifiesto en mi ensayo, constituirían los pilares de las hipótesis negacionistas en general. Como pudiera confundirse con lo que aparece en la obra que acaba de comentar, desearía esclarecerle que de esos tres argumentos, sólo asumo relevante el tercero de ellos (referido al desconocimiento mostrado por Pablo sobre la vida y enseñanzas de Jesús). No así al segundo (contradicciones interevangélicas), en el jamás he entrado para apoyar una tesis negacionista; ni en el primero (paralelismos con otras religiones). Claro que denuncio estos paralelismos, pero sólo ayudan a explicar el mito, referido al dios que sufre el recorrido habitual (nacimiento virginal, adoración, muerte y resurrección salvífica) propio de las deidades solares o mistéricas; algo que en modo alguno excluye la existencia del personaje histórico con el que éste se funde y que podría seguir subyaciéndole. De hecho, por mucho espacio que dedique a las tesis negacionistas (de Drews, Fau, Doherty, Wells e incluso, en su apartado, Cascioli), no me apunto a ellas, sino –en buena medida- a la historicista.

En cambio, en la propia tabla que se reparten las páginas 54 y 55 de la obra, se resumen los argumentos de peso de ambos grupos, los cuales trato de abordar a lo largo de varias decenas de páginas, de un modo coherente e individualizado:

I. Razones favorables a la existencia de Jesús:
- Las enormes dificultades, detectables por quienes apliquen los métodos histórico-críticos, que han de afrontar los autores evangélicos para lograr una fusión imposible entre un personaje histórico y una deidad inventada.
- Su cita, más o menos directa, en fuentes históricas como F. Josefo (“Antigüedades judaicas” y “Las guerras de los judíos”) y Tácito (“Anales”); y acaso en el “Talmud”.
- La misma existencia del cristianismo, que debió evolucionar a partir de los dichos, biografía y tradiciones sobre la resurrec-ción de un personaje creíble, que vivió en un contexto histórico hoy bien conocido.
- La existencia explícita de los judeocristianos, discípulos directos de dicho personaje, que esperaban su retorno como Mesías.
- La creencia en la resurrección de Jesús. Sus discípulos directos habrían creído (precozmente, unas semanas después de su ejecución) que Jesús (un hombre histórico ejecutado) habría resucitado de su tumba y ascendido a los Cielos.
- La existencia de “unidades de tradición” susceptibles de combinarse según un modelo que, en palabras de GPO, “exige la directa reconstrucción del modelo mesiánico judío (...) que habitaba en la mente de Jesús, desalojando así el dogmatico modelo paulino con el que se ha construido fraudulentamente la fe cristiana.”

II. Razones y datos contrarios a la existencia de Jesús:

- Las pruebas documentales son escasas o inexistentes.
- Pablo parece desconocerlo todo del Jesús histórico: su personaje es un dios mistérico.
- Los evangelios mienten en buena parte de su relato, no sólo fundiendo a un profeta con un dios mistérico, preexistente en el marco helenístico y egipcio, sino incluyendo sucesos falsos y frases copiadas del Antiguo Testamento, de autores clásicos y, en suma, de varios personajes legendarios o literarios.
- El personaje de partida en la tradición es el dios. Los datos biográficos (Q-3) se generan e incorporan algo tardíamente al primer evangelio (que parece incluir la fuente única).
- Carecemos de cualquier testigo directo. No sólo de un autor evangélico que hable de primera mano: nada de lo que sabemos a través de Pablo y de sus propias alusiones a otros evangelizadores nos lleva a sospechar que cualquiera de ellos ha tenido algún conocimiento directo de un Jesús histórico y humano.
- El dilema de E. Doherty: Si Jesús hubiera ejercido en sus seguidores y en los miles de creyentes que respondieron a su mensaje, el efecto explosivo que se afirma de él, dicho hombre tuvo que haber brillado en el firmamento de su tiempo. Los historiadores no podrían ignorarlo. Si por el contrario, fue un sabio anodino, discretamente seguido, hasta el punto de dejar escaso eco, sin realizar prodigios ni hazañas... ¿por qué iba a ser posteriormente erigido en una deidad?”

Estos elementos han de poderse refutar o someter a prueba uno a uno. ¿Es el caso? En el ensayo reseño varios puntos débiles a explicar en el conjunto de la historia a descubrir. Puntos cuya elucidación ayudaría mucho a descubrir la verdad sobre el personaje que nos interesa. Tengo la esperanza de que el trabajo sea admisible a este respecto, aunque poco se puede hacer más que proponer las respectivas tesis . Al final, mi decantación historicista obedece a ese poco –imperfecto- que no se explica salvo desde una literatura inverosímil y restos que permanecerían a contracorriente del devenir histórico-doctrinal. Lo que no quita que el personaje parece aparecer de un modo aluvional, mediante incorporación de tradiciones referidas a diferentes aspectos aislados, referidos al contenido de su predicación, su vida, su misión, su muerte...

En algún que otro lugar se someten las principales hipótesis a un estudio comparativo. E incluso se proponen predicciones (derivadas de ellas) a refutar o confirmar.

La hipótesis historicista quedaría refrendada por la confirmación de: i) existencia de tradiciones directas, primitivas y confluentes sobre una misma persona llamada Jesús que viviera en esa época y fuera, al tiempo, maestro (rabí), profeta apocalíptico y candidato mesiánico (o proclamado mesías) de origen galileo, ejecutado por Pilatos; ii) inicio consistente (no diluido hasta el punto de contar comunidades adoradoras de un Cristo celestial pero desconocedoras de cualquier papel terreno, frente a otras seguidoras de un maestro perfecto que no es deificado, ni predica el Reino Judío, ni muere ejecutado, etc.), continuidad verosímil de dichas tradiciones, evidencia de su transmisión a lo largo de varias generaciones; iii) punto de partida en el hombre histórico, más tarde divinizado, al que sus propios discípulos habrían creído ver resucitado en tres días escasos; mejor que en un dios salvador que adquiera, más tardíamente, con el paso de los decenios, una historia terrena crecientemente verosímil e “historizada” [adaptada al contexto, de modo que quepa entresacar algo verosímil entre otros elementos inventados o copiados de otras fuentes]; iv) conocimiento de los evangelios primitivos (versiones del último tercio del siglo I al primero del siglo II), y de las fechas redaccionales exactas de las versiones disponibles (que varios autores consideran propias del siglo II avanzado), con argumentos que afiancen inequívocamente una de las tesis.

Desde luego, la hipótesis negacionista se vería bastante avalada si esas
tradiciones fueran diversas en momentos, lugares, autorías o/y origen cultural, de modo que la redacción final incluyera tradiciones de diversas fuentes, en especial si éstas son además previas a Jesús. Máxime si primero, o por un lado, existiera el dios; y por otro, de un modo independiente, apareciera el maestro. Tal es la dicotomía que los negacionistas ven entre Pablo y la comunidad Q; o entre los apologetas del siglo I (adoradores de un Cristo ahistórico y carente de enseñanzas) y los logion cuasi carentes de cualquier biografía (enunciadores de frases de sabiduría) de la fuente Q (Q-1 y Q-2) en especial, y del evangelio copto de Tomás, como muestra práctica (aunque algo tardía). Y en varias tradiciones extracristianas llamativas .

Además de estas dos hipótesis, se incluyen: la confesional (que puede seguirse, como la negacionista y la defendida por cualquiera de los autores citados, mirando en el índice temático: ver “Versión confesional (Jesús evangélico, desarrollo del cristianismo)”) y otras que señalo como de índole atrevida, no por su negacionismo (como advirtió en su primera postal), sino por su originalidad exclusiva y su carácter especulativo a la hora de atar (quizá demasiados) cabos sueltos. Aprovecho para señalar que las tesis atrevidas no coinciden en ser de índole negacionista: la interpretación de Eisenmann no lo es; como no lo era el Conde del primer ensayo (sí, la del segundo y más criticable). En cuanto a Carotta y Cascioli sólo lo son a medias: el primero, por decir que “existió”, aunque no podemos conocer su vida real por haber sido diegéticamente transpuesta o sustituida por las hazañas de Julio César y su hijo; el segundo, porque toma a los evangelios como fuentes de primer orden para referirnos una historia básicamente verdadera y creíble, aunque referida a otro hombre, Juan de Gamala, hijo de Judas el Galileo que tendría hermanos de los mismos nombres, se habría movido por el mismo territorio y vivido en la ciudad descrita en los evangelios. Por el contrario, y contra la tesis de Cascioli, moriría una década más tarde, bajo Tiberio Alejandro, tendría otro nombre, así como otro padre, y sus dos hermanos menores no aparecen en los textos evangélicos, que distan de presentarnos a un Santiago zelote(!).

Vd. considera que me decanto por la existencia de interpolaciones masivas. Varias veces a lo largo de la obra he expresado la tesis contraria (pág 161), señalando que constituye su propia conclusión y la de la mayoría de los estudiosos. Pero, en efecto, la frase aparece tanto atribuida a Ehrman como Vd. en lo referente a la probada abundancia de correcciones doctrinales durante los siglos II y III como, en un sentido muy diferente e hipotético, a lo meramente denunciado por varios negacionistas.

Otro asunto a corregir, pues. Me he apuntado los siguientes, sin eludir la inclusión de otros que Vd. me indique: i) inclusión de las conclusiones que se omitieron (más que frente a Bauer, al que apenas cito, frente a Drews y Pujol ); ii) mejora expositiva: mejor organización del material, síntesis de enfoques personalizados de algunos autores (espero que en su mayoría estén bien sintetizados), y mejor concreción de mis conclusiones críticas particulares.

Sin otro particular, y rogándole sepa disculpar el tiempo que le robado, aprovecho para asegurarle que su crítica no caerá, en lo que a mí respecta, en saco roto. Me despido muy cordialmente, manifestándole, como siempre, mi mayor admiración.

J. Manuel Barreda

FIN DE COPIA

Por mi parte, saludos cordiales. y con esto ponemos punto final a nuestras obsrvaciones sobre el libro del Dr. Barreda.
Antonio Piñero
Miércoles, 19 de Septiembre 2012
Hechos apócrifos de los Apóstoles Santiago, Simón y Judas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Identidad de los protagonistas según la tradición

El Pseudo Abdías aborda su narración sobre los tres hermanos Santiago, Simón y Judas, cuyos nombres coinciden con los de los hermanos de Jesús, mencionados en los Sinópticos (Mc 6,1-6 y paral.) y con los tres apóstoles de las listas en su tercer cuarteto (Mc 3,16-19 y paral.). Según el autor del relato, los tres hermanos de referencia son hermanos entre sí y del Señor; además, los tres son miembros del colegio apostólico. Merece la pena, sin embargo, notar que en las listas de Lucas y de los Hechos, Santiago aparece como hijo de Alfeo.

Conviene recordar que Alfeo es el término aramaico Jalfay, cuya transcripción griega es Klōpâs (Cleofás). Una de las Marías, testigos de la crucifixión, era según Marcos la madre de Santiago el menor (mikroû); según Mateo, era la madre de Santiago (de Alfeo); según Juan, era María la de Cleofás. De acuerdo con estos textos, es obvio concluir que Santiago el de Alfeo y Santiago el Menor o Cleofás son la misma persona.

El recuerdo conjunto de estos tres apóstoles en este pasaje tiene su base tanto en los textos bíblicos como en los apócrifos. Santiago el de Alfeo, Simón el Cananeo y Judas Tadeo aparecen juntos en todas las listas de los apóstoles, concretamente en el tercero de los cuartetos. Santiago va designado como hijo de Alfeo, Simón lleva como calificativo necesario para su identificación el de “Cananeo” en las listas de Mateo y de Marcos, Judas Tadeo aparece con su sobrenombre en las listas de Mateo y de Marcos, mientras que en las de Lucas y de los Hechos figura con su nombre propio de Judas. En las listas de Lucas y de los Hechos, Simón va determinado como Zelotes, “Celador”. Es probable que en estos pasajes se trate del mismo personaje. En consecuencia, es obvio suponer que entre ambos calificativos, “Cananeo” y “Zelotes”, exista alguna clase de coincidencia, ya sea de identidad, ya de significado.

El término “cananeo” fue interpretado por autores antiguos, incluido Jerónimo, como natural de Caná de Galilea. Pero llama la atención el hecho de que los textos de Lucas (Lc 6,15 y Hch 1,13) usen en su lugar la denominación de Zelotes, (Celador o Celoso). Por eso pensaron los investigadores que ambos términos pudieran tener un mismo significado. Εn la base de Zelotes podría estar el término arameo qan᾿ānā, con el mismo contenido semántico. También podía expresar la pertenencia a los fanáticos celosos de la ley y la cultura de los hebreos, los llamados celotas. El hecho de que en las listas hubiera dos apóstoles con el nombre de Simón imponía la necesidad de un dato que facilitara su identificación.

Eusebio de Cesarea en su Historia de la Iglesia (H.E. III 11 y 22) alude a un Simeón o Simón, hijo de Cleofás, posiblemente el citado por Juan como padre de una de las Marías que estaban al pie de la cruz (Jn 19,25). Algunas tradiciones, basadas en la tradición de su posible condición de natural de Caná, lo consideraban incluso como el esposo de las famosas bodas a las que asistieron María, la madre de Jesús, y el mismo Jesús con sus discípulos (Jn 2,1-2). Por lo demás, Simón era de Caná de Galilea como sus dos hermanos Santiago y Tadeo según el texto del Pseudo Abdías. Así lo dice expresamente el autor del relato (VI 1). Pero J. A. Fabricius en nota a este pasaje del Pseudo Abdías recoge la opinión de los que consideran a estos tres hermanos como hijos de José, esposo de la Virgen María, habidos de un matrimonio anterior.

No faltan quienes piensan que podría ser el Natanael del pasaje de Jn 1,45-51. De todos modos, este Simón es el apóstol del que menos noticias se han conservado. Concretamente, los datos de las listas en los textos que lo mencionan son objeto más de conjetura que de comprobación.

Otro tanto cabe decir de su pareja literaria, Judas Tadeo, al que ya conocemos por el apócrifo dedicado a su ministerio. En las listas de los apóstoles había también dos Judas, que era preciso distinguir, tanto más cuanto que uno de ellos llevaba el estigma de traidor. Es lo que hace el evangelio de Juan cuando narra su intervención en la última Cena: “Le dice Judas, no el Iscariote” (Jn 14,22). Con su nombre de Judas aparece en las listas de Lucas, tanto en su evangelio como en los Hechos, pero con el detalle de su referencia familiar: “Judas el de Santiago”. Ocupa el último lugar en la lista de Hch 1, 13, una vez desparecido Judas Iscariote. En Mateo y Marcos, Tadeo va inmediatamente delante de Simón. Este Judas ha provocado una cierta ternura en la piedad cristiana, que lo honra con particular devoción, como para compensar el hecho de llevar el mismo nombre del traidor.

La tradición le atribuye la autoría de la epístola canónica que lleva su nombre, en la que se define como “hermano de Santiago” (Jds 1). La carta tiene arranques retóricos como cuando describe a los que siguen las sendas de Caín, Balaán y Coré, a quienes califica como “nubes sin agua”, “árboles otoñales sin fruto”, “olas bravas del mar”, “astros errantes” (Jds 12-13).

El libro VI de la Colección del Pseudo Abdías lleva, en efecto, como título Historia de los bienaventurados Santiago, Simón y Judas, hermanos. Luego, inicia el texto ofreciendo estos datos: “Simón, de sobrenombre (cognomine) cananeo, Judas llamado también Tadeo y Santiago, a quien llaman «hermano del Señor», fueron hermanos, oriundos de Caná de Galilea. Los dos primeros eran hijos de Alfeo y de María, la hija de Cleofás; el padre del último era otro, concretamente José el Justo, esposo de la beatísima Virgen María, madre de Dios”. Era preciso reservar para este Santiago el título de “hermano del Señor”. En efecto, cuando los evangelios apócrifos hablan de la familia de José, señalan como primogénito a Santiago, pero mencionan con él a sus hermanos José, Judas y Simón. Santiago, pues, como hijo primogénito de José, tiene con su padre un marcado protagonismo en los evangelios apócrifos. Los hijos varones de José eran cuatro: Santiago, José, Judas y Simón (EvPsMt 41,1 y 42,1). Cf. A. Piñero, Todos los evangelios, p. 236.

El texto de este apócrifo ocupa el libro VI de la colección de Historias Apostólicas del Pseudo Abdías. Los capítulos 1-6 están dedicados a Santiago; el resto (cc. 7-23) comprende las historias de Simón y Judas. Como ya hemos dicho, la obra en su conjunto fue compuesta en el siglo VI, pero recoge tradiciones más antiguas, conocidas ya por Clemente de Alejandría (s. III) y por Eusebio de Cesarea (s. IV). Sobre la Colección del Pseudo Abdías pueden verse, entre otras, las siguientes relaciones: R. A. Lipsius, Die Apocryphen Apostelgeschichten und Apostellegenden, I-II, Braunschweig 1883-1887, vol. I, “Der angebliche Abdias und die lateinische Passionensammlung”, pp. 117-178; G. Besson, “La Collection dite du Pseudo-Abdias: un essai de définition à partir de l’étude des manuscrits”, Apocrypha 11 (2000) 181-194; M. Brossard-Dandré, “La Collection du Pseudo-Abdias. Approche narrative et cohérence interne”, Apocrypha 11 (2000) 195-205.

(Icono de Santiago el Justo, hermano del Señor)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Lunes, 17 de Septiembre 2012
438-03 Valoración del libro "Apuntes sobre Jesús y el cristianismo" de J. M. Barreda Arias
Hoy escribe Antonio Piñero


Mi valoración del libro es positiva en cuanto que contiene mucho material, sobre todo resúmenes, síntesis fidedignas, a menudo con abundantes citas textuales, de autores que conviene conocer, aunque su metodología científica y el enfoque un tanto apriorístico del tema “Jesús y cristianismo primitivo” lleve a la inmensa mayoría de los especialistas confesionales a no dignarse ni a lanzar una ojeada sobre ellos. El autor revive argumentos antiguos que algunos creen muertes, pero que aparecen una y otra vez y son leídos por muchas gentes.

Estoy de acuerdo también con las líneas generales sobre los hechos, más o menos probados, o muy probables que suponen el cañamazo fundamental de la interpretación del Jesús de la historia.

También estoy de acuerdo en el papel general asignado a Pablo de Tarso en la obra como creador del Cristo celeste, que como un “factum” puramente teológico no existió nunca históricamente…, pero que ha tenido unas consecuencias interpretativas determinantes durante 19 siglos. Luego haré, sin embargo, una precisión.

Mi valoración es parcialmente negativa en algunos otros aspectos importantes.


1. Creo que el libro debería ser categóricamente más breve y ordenado. En sus “Aclaraciones”, el autor siente la necesidad de aclarar el esquema general de su pensamiento. Opino que Barreda Arias reconoce indirectamente que su obra es un tanto confusa. Opino también que hay que resumir los pensamientos afines de los diversos autores de modo que puedan discutirse sintéticamente. Abrevia páginas de imprenta, abarata costes y ayuda a la comprensión de los lectores.

2. Creo que el libro debería haber tenido en cuenta metodológicamente la notable cantidad de argumentos vertidos, en pro de la muy probable existencia de Jesús, en la obra colectiva, ¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate, Madrid, Raíces, 2008. El autor conoce el libro y lo cita múltiples veces, por ejemplo, para resumir las opiniones de Llogari Pujol y Francesco Carotta. Pero no tiene en cuenta los argumentos de la Introducción, de la Conclusión, los dos estudios de Fernando Bermejo sobre Bruno Bauer, Martin Kähler y Luke T. Johnson: los dos capítulos sobre Arthur Drews y otros (desde J.M. Robertson hasta M. Onfray pasando por Couchoud, Alfaric, Wells, etc.), etc. El trabajo de G. Puente Ojea contenido en este volumen colectivo fue un encargo para este libro, pero fue luego expandido por el autor en una obra aparte.

3. En la mayoría de los casos el autor expone las opiniones de esos autores, en ocasiones abigarradas y heterogéneas, sin someterlas a una crítica severa. Con ello, tales opiniones se transforman –-faltas de un análisis profundo-- en meras afirmaciones hipotéticas, sin pruebas sólidas pero contrarias a lo generalmente establecido por la crítica académica, por lo que llaman la atención del público. Éste, carente en muchas ocasiones de espíritu crítico, las abraza sin más. Pongo un ejemplo: el tema “cristianismo primitivo y las religiones mistéricas” habría merecido un tratamiento ordenado, metódico, con argumentos en pro y en contra, síntesis final, y no diversas generalizaciones.

4. Muchos de los argumentos en contra de la existencia de Jesús, literarios (contradicciones de los Evangelios, inverosimilitudes…, etc.), de historia de las religiones, como semejanzas paralelismos más o menos fundados, a veces “tomados por los pelos”, han sido discutidos y –opino— que debidamente refutados en otras obras “serias” que no son citadas.

Creo que los argumentos contra la existencia de Jesús pueden reducirse a tres:

A. Existen tantos paralelos de la historia de las religiones sobre temas, motivos, historias, narraciones, etc. en apariencia –para las gentes—puramente cristianos que invitan de modo espontáneos a sostener que “todo” en el cristianismo, incluida la figura del “fundador” es un mito literario.

B. Las contradicciones invencibles entre los testimonios de los evangelistas

C. El desconocimiento casi total por parte de Pablo de la vida terrena de Jesús.

Brevemente (pues a todos ellos se responde directa o indirectamente en libro citado ¿Existió Jesús realmente) y respecto a

A. Los paralelos no prueban estrictamente nada salvo que seamos capaces de establecer con claridad un nexo entre un fenómeno religioso y otro posterior. En líneas generales las religiones, aunque de facto lo hayan hecho, no necesitan copiarse unas a otras: el repertorio de posibilidades de “religarse con la divinidad” es muy limitado. Por ello se repiten los modelos. Además, los dioses no crean a los hombres, sino los hombres a los dioses (Jenófanes de Colofón, siglo VI a.C.), y dada la escasa inventiva de los seres humanos, los fundadores de las diversas religiones han de repetirse necesariamente. Y otra cosa más: la inmensa mayoría de los paralelos están tomados por los pelos. Por ejemplo, los de Jesús y las narraciones primitivas egipcias: alguna que otra palabra en común entre un texto evangélico y otro egipcio (anterior a veces al primero 2000 años), ocultando que el contexto, los personajes, la atmósfera del texto y el sentido son radicalmente distintos.


B. Las contradicciones son evidentes y han sido puestas de relieve sobre todo desde el 170 d.C. por el polemista Celso, (“El discurso verdadero”). De ahí, empero, no se puede colegir lógicamente que el impulsor o fundador de una religión nop existió, sino que su figura y misión fue fortísimamente reinterpretada. Esta aclaración explica mucho mejor los hechos que la creación voluntaria de un mito complejísimo, como es Jesús el cristianismo posterior.

C. Aparte de que Pablo sabe mucho más del Jesús terreno que lo creído por los lectores superficiales (Me remito al estudio, desgraciadamente sin traducir de James D. G. Dunn, The Theology of Paul the Apostle, Eerdmann, Grand Rapids, 1998, &8.1 How much did Paul know or care about the life of Jesus, pp. 182-195), el que el Apóstol, que creía que el final del mundo estaba a la vuelta de la esquina, cite pocas palabras o hechos de Jesús se explica porque le interesaba sólo el aspecto básico y fundamental de la que creía su misión salvadora. Es exagerado metodológicamente deducir de este hecho la no existencia de Jesús.

Así pues, el tema “Pablo y Jesús” necesita ser estudiado con mucha mayor profundidad. Como digo, el asunto es muchísimo más complejo: lo indican libros que alertan sobre una línea de investigación sobre el Apóstol, desde aproximadamente 1960, que ha de tenerse totalmente en cuenta y que revisa la interpretación de Pablo en su posible continuidad con Jesús. De nuevo, el que pueda leer inglés podría consultar el libro de Magnus Zetterholm, Approaches to Paul. A Student’s Guide to Recent Scholarship, de Fortress Press, Minneapolis, 2009. Como ejemplo: la síntesis de Barreda (p. 438): Pablo fue un “iluminado y un traidor al judaísmo; fundó una nueva religión de salvación, un culto gnóstico-mistérico universalista con cuyo dios contactaba privilegiadamente” son sólo medias verdades, imposibles de aceptar hoy día tal cual, y necesitadas de un estudio mucho más profundo.


5. Otros de los argumentos presentados en el libro de Barreda Arias que minan la credibilidad histórica de diversos rasgos del Jesús de la historia o del cristianismo primitivo, como, por ejemplo, la afirmación de interpolaciones masivas y falsificaciones de los textos neotestamentarios hasta bien entrado el siglo IV d.C. me parecen sencillamente improbabilísimos, quizás erróneos e incompatibles con un estudio serio de la transmisión del texto del Nuevo Testamento que incluye la codicología y la papirología, el estudio de las técnicas de transmisión textual. Naturalmente que Ehrman ha probado la “corrupción ortodoxa” de la Escritura quizás en escasos 200 pasajes. Pero esta obra, que fue su tesis doctoral, dista mucho de ser el fundamento para otras afirmaciones exageradas.


En conjunto, pues, y a pesar de mis severas reticencias, diría que la obra de Barreda Arias es un trabajo meritorio de toma de postura personal en temas religioso-críticos esenciales y que ofrece al lector las posibilidades de conocimiento de una bibliografía poco o nada tenida en cuenta por la ciencia universitaria. En ámbitos académicos podemos creer que ciertos temas están ya resueltos, o amortizados, cuando no es así.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 14 de Septiembre 2012
Diccionario de la Biblia. Sal Terrae.
Hoy escribe Antonio Piñero


Por un problema técnico con Internet no pude ayer colgar la foto de la cubierta del Diccionario de la Biblia. Editorial Sal Terrae, Santander, 2012, que hizo ayer Fernando Bermejo. Aquí está, por fin.

Yo quiero sumarme entusiásticamente a las alabanzas de este volumen formuladas por mi colega y amigo Fernando. Cuando tuve el diccionario entre las manos, en seguida caí en la cuenta del enorme esfuerzo social y económico que supone confeccionar un diccionario nuevo y al día. Me parece una obra estupenda: es manejable, sucinta y ofrece lo esencial, no sólo sobre los contenidos, sino sobre el estado de la investigación (confesional, aunque sin distinguir entre católicos y protestantes). No deja de ser interesante al leer artículos de este diccionario observar de nuevo cómo se han ido acercando posiciones entre católicos y protestantes en materias de exégesis bíblica, en interpretaciones históricas (temas de historicidad incluidos), en crítica literaria, y en el uso de los métodos bíblicos

El signo de los tiempos hace que sea absolutamente necesaria la abundancia de material gráfico, que veo muy atractivo.
Estoy de acuerdo también en lo novedoso de los mapas en relieve, expresamente confeccionados para esta edición. La disposición y contenido de los artículos es muy pedagógica. Por tanto, para los que desean iniciarse en el estudio de la Biblia será un instrumento de primera mano. Me interesa también el que no sólo se traten asuntos históricos o de "prosopografía" (todos los nombres propios que aparecen en la Biblia, sino también los temas más importantes de teología bíblica.

Espero que les parezca interesante.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www. antoniopinero.com
Jueves, 13 de Septiembre 2012
Hoy escribe Fernando Bermejo

Es una alegría poder presentar hoy a los lectores una obra que acaba de aparecer en lengua castellana, el Diccionario de la Biblia, una traducción del Herders Neues Bibellexikon, cuya segunda edición apareció en 2009 en la editorial Herder (Friburgo de Brisgovia). Se trata de una obra colectiva de biblistas, tanto católicos como protestantes, mujeres y varones, de Alemania, Austria, Suiza, Canadá, Italia y Bolivia, dirigida por el Dr. Franz Kogler.

La obra ha sido publicada ahora por las editoriales Mensajero y Sal Terrae, Bilbao y Maliaño (Santander), 2012. Estará en las librerías (si no ha llegado ya) en los próximos días, pues acaba de salir de la imprenta.

El hecho de que la mayor parte de los traductores sean especialistas reconocidos (de Antiguo y de Nuevo Testamento), y que en todo caso la traducción haya sido sometida a una muy concienzuda revisión, ofrece las mayores garantías al lector de que no se encontrará con galimatías ni con los tan habituales disparates. Además, nos consta que las editoriales españolas se han tomado su tiempo (varios años) para hacer su trabajo, de modo que los lectores pueden confiar en la calidad del resultado.

¿Qué tiene de especial este diccionario? Varias características. En sus más de cinco mil artículos, que van desde “Aarón” hasta “zuzeos”, una de sus novedades es recoger, por primera vez en un diccionario enciclopédico, todos los nombres propios de personas y lugares que aparecen en la Biblia. Su reciente fecha de aparición hace que las obras mencionadas, tanto canónicas como extracanónicas, se expliquen a la luz del estado actual de la exégesis.

Uno de los rasgos más llamativos de esta obra es la gran cantidad de ilustraciones (en especial fotografías, todas ellas acompañadas de pies de foto) que contiene: más de un millar, a todo color, que hacen la consulta mucho más agradable y amena. La obra contiene, además, un centenar de mapas y una detallada cronología (historia universal y cronología bíblica). De hecho, el material gráfico constituye casi un tercio de la extensión total de la obra.

El mimo y la honradez que caracterizan a este trabajo se ha expresado en el hecho de que los responsables de la edición española han mejorado ocasionalmente el original alemán, para hacerlo más actual y fiable. Esa misma honradez se traduce también en la voluntad de mejora por parte de sus responsables. Así, los editores han habilitado una dirección de correo para enviar sugerencias y propuestas de corrección, con el objeto de subsanar errores tipográficos e inexactitudes. Adelanto ya que no se encontrarán muchos.

Por supuesto, resulta obvio que en una obra de esta magnitud siempre es posible encontrar algún error o imprecisión. Así que, con espíritu constructivo, me permitiré señalar uno. Bajo la entrada “Crucifixión”, al referirse a la consideración de esta como la forma más cruel de castigo, se cita la expresión latina mors turpissima crucis como proveniente de Tácito (Historiae IV, 3, 14). Esta atribución a Tácito, aunque se halla muy a menudo en la bibliografía, es sin embargo errónea. La cita pertenece en realidad al Comentario a Mateo del alejandrino Orígenes: “non solum homicidam postulantes ad vitam, sed etiam iustum ad mortem et ad mortem turpissimam crucis” (“pidiendo no solo la vida para un asesino, sino también la muerte para un inocente, y además la muerte, máximamente vil, de la cruz”). Como curiosidad, el origen del error parece hallarse en el artículo de J. Schneider en el famoso Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (original alemán), una obra de referencia.

Obviamente, alguna imprecisión menor como esta no desmerece en lo más mínimo el conjunto. Aliquando bonus dormitat Homerus. Y lo cierto es que el Diccionario de la Biblia, cuya edición española ha sido tan competentemente dirigida por Ramón Alfonso Díez Aragón, tiene también, por su extensión y su empeño, rango de epopeya. Nuestras calurosas felicidades a las dos editoriales católicas por un trabajo bien hecho: una de esas obras que los interesados en el mundo bíblico deberían tener siempre a mano.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 12 de Septiembre 2012
Vida del Apóstol Santiago el Mayor según sus Hechos Apócrifos
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Muerte de Santiago

El alegato pronunciado por Santiago, tan ilustrado por textos de la Sagrada Escritura, fue motivo de disgusto para los escribas y de admiración para las turbas. Los presentes benévolos gritaron a una voz diciendo: “Hemos pecado, hemos obrado injustamente, danos el remedio. ¿Qué podemos hacer?” La solución era la habitual en las parénesis apostólicas: Creer y recibir el bautismo para la remisión de los pecados.

Muchos judíos, según el relato del autor, creyeron y recibieron el bautismo. Indignado con ello el pontífice de aquel año, de nombre Abiatar, promovió una grave sedición contra Santiago. Uno de los escribas arrojó una soga al cuello del apóstol y lo arrastró hasta el pretorio del rey Herodes, el hijo de Arquelao. El rey condenó a Santiago a morir decapitado. Cuando era conducido al suplicio, le abordó un paralítico pidiéndole que lo curara de sus dolencias. Santiago le dijo: “En el nombre de mi Señor Jesucristo crucificado, por cuya fe soy conducido a la muerte, levántate sano y bendice a tu Salvador” (c. 8,3). Se levantó al punto el paralítico y empezó a correr bendiciendo a Dios.

Al ver el prodigio aquel escriba, llamado Josías, el que había echado la soga al cuello del apóstol, se arrojó a sus pies suplicando que le perdonara y que lo hiciera discípulo del hombre santo. Santiago le exigió un acto de fe y que creyera que Jesucristo era el Hijo de Dios. Josías respondió con un “yo creo”, y afirmaba que ésa era ya su fe desde ese momento. El pontífice Abiatar oyó aquella clara confesión y ordenó detener al escriba. Le intimó a maldecir el nombre de Jesús, pues de lo contrario padecería la misma pena que el apóstol condenado.

La respuesta del escriba a las amenazas del pontífice no abrigaba duda: “Maldito seas tú y malditos sean todos tus días”. Por el contrario, se mantenía en la actitud de bendecir el nombre de Jesús. Abiatar abofeteó al escriba y envió una relación a Herodes suplicando que fuera decapitado junto con Santiago.

Llevados el apóstol y Josías al lugar del suplicio, pidió Santiago que le trajeran agua. Cuando la recibió, preguntó a Josías: “¿Crees en Jesucristo, el Hijo de Dios?” “Si creo”, respondió el escriba. El apóstol lo bautizó y le dio el ósculo de paz. Puso luego la mano sobre la cabeza de Josías, hizo en su frente la señal de la cruz y ofreció su cuello al verdugo. A continuación, Josías, ya cristiano perfecto, recibió exultante la palma del martirio por aquél a quien Dios envió al mundo para nuestra salvación, “a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos” (c. 9,3).

(Santiago el Mayor, cuadro de José Ribera, el Españoleto, s. XVII)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 10 de Septiembre 2012
El autor del libro, cuyo material hemos resumido antes de ofrecer una crítica, me envía sus aclaraciones. Estimo que es conveniente que los lectores las tengan antes de que el viernes que viene (14 septiembre 2012) presente mi propia crítica


COPIA

Estimado D. Antonio.


Quiero agradecerle sinceramente su crítica de mi libro.
Por si pudiera servir para esclarecer algún que otro punto en el que acaso pudiera explicarme mejor, le hago el siguiente resumen sobre mi trabajo y posición particular:
En mi obra me planteo varias cuestiones que trato de responder a partir de los datos o evidencias e hipótesis o interpretaciones disponibles:
<!--more-->
- ¿Existió Jesús? (resumiéndose en una primera tabla, págs. 54-55, las razones para defender un “sí” o para inclinarse por un “no”.)

Mi “sí” va con reservas y sólo para una parte del personaje, presidida por aquellos aspectos que supera la “Lectio difficilior”.

- ¿Qué cuenta Pablo? (Y qué nos cuentan otros posibles autores: historiadores, literatura rabínica, evangelistas, “cristianos” de principios del segundo siglo: los gnósticos, Ignacio de Antioquía y otros primeros padres y apologetas...)

Realmente poco para construir cualquier biografía humana, aunque en el conjunto de tradiciones que recogen los evangelios, incluye un personaje que participa del credo paulino: un hombre-dios salvador que muere y resucita, y vendrá en breve a completar su misión, la esperanza y promesa redentora, los sacramentos (vivificantes y fraternizadores), el pacifismo universalista y cuasi conformista, etc.

- ¿Cómo se construye el material evangélico?

I. La primera de estas cuestiones comienza distinguiendo (como hacen los historiadores en general, y Vd. y Puente Ojea en particular) entre el Hombre-Dios que se encarna y muere por nuestra Salvación eterna, que forma parte de un mito preexistente en el tiempo a cualquier tradición sobre el Jesús evangélico, y el hombre concreto que pudo existir (y probablemente existió).

Pero el Jesús evangélico es un personaje mixto, complejo y contradictorio, que suma varias capas e incluso interpolaciones que han ido siendo explicadas a la luz de la evolución doctrinal del que se fue constituyendo (al menos desde mediado el siglo II) credo cristiano mayoritario.
Es por ello que, incluso despojado de cualquier deificación (y distorsión confesional, en general), seguimos estando ante un personaje complejo y poco creíble del estudio de las escasas fuentes disponibles para su reconstrucción.

Los estudiosos (filólogos e historiadores especializados) han ido depurando numerosas interpolaciones y hallando (o denunciado) numerosas copias parciales de textos preexistentes, tanto míticos y religiosos como literarios; tanto de origen griego o romano (a veces una remodelación de escritos o tradiciones cuyo origen es anterior y foráneo: egipcio, persa…), como judío. Pero, a la hora de separar lo más probable de lo menos factible, tanto en referencia a la biografía, como a las palabras y convicciones del personaje que buscamos, los estudiosos más serios siguen un método que distingue entre “lectio diffilior” (lecturas extrañas, que vayan a contracorriente de la propia evolución del pensamiento cristiano, o sean difíciles de justificar desde su idealización progresiva) y “lectio facilior” (las que favorecen las modificaciones explicables desde la evolución ideológica, confesional y cultual que conocemos), entre otras consideraciones, prefiriendo siempre la primera. Distinguen, además, diversas tradiciones, tipos de textos superpuestos o recosidos, capas y subcapas del relato sinóptico, etc.
Resumiendo mucho, tenemos un personaje verosímil que predicó la Buena Nueva, el advenimiento próximo del Reino prometido por los profetas para el Final de los Tiempos, que se movió por las aldeas próximas al Mar de Galilea (o Lago de Genesaret) y entró en Jerusalén con pretensiones de depuración y liderazgo nacional-religiosos, enfrentándose al sumo sacerdocio “ilegítimo” y al conjunto de judíos colaboracionistas (herodianos, saduceos…). Un personaje del que quedan frases probables (en especial las que surgen de su “lectio difficilior”), otras más discutibles y unas terceras bastante improbables (atribuidas falsamente y a veces demostradas como interpolaciones incluso tardías).

Un personaje que fracasa tanto en sus probables profecías esperanzadoras (para los judíos) como en sus posibles pretensiones mesiánicas; si bien es reconvertido en deidad en el marco de otra cultura y lengua, por seguidores que lo idealizan (hacen de él un Maestro pacifista y universalista; un hombre cuasi perfecto, además de un Dios).

II. Pablo cuenta bien poco. Cuesta adivinar si se refiere a un hombre recientemente muerto en la Tierra y no son pocos los autores que lo ponen en duda. “Sabe” mucho por inspiración mística directa, que hace derivar de la lectura de las Escrituras. Pero “sabe” que Jesús es judío, preexistente en el tiempo a su nacimiento terrenal, Segundo Adán, mediador, Hijo de Dios, Cristo celestial, Salvador, Cordero Pascual, sacrificado (traspasado o colgado) por los arcontes, que descenderá viniendo al encuentro de sus creyentes o escogidos para presidir, junto a los resucitados dignos de ello y a los creyentes (o “santos”) supervivientes de las iglesias paulinas, para inaugurar el Reino del Fin de los Tiempos.

No nos sirve Pablo para reconstruir el personaje histórico que buscamos. Sí, el dios y la doctrina de salvación que le es inherente, además de los principales sacramentos (no tan exclusivos del cristianismo, según se explicita).

III. Pero la doctrina que Pablo sigue, en fin, se incluye en los textos evangélicos. Su Dios, Salvación, Resurrección (con algunos matices considerablemente añadidos) y esperanza de regreso instaurador del Reino, son claramente recogidos, junto a milagros de diversos orígenes y frases que en buena parte tienen un origen incierto. Sobre los dichos de Jesús, parece reconocerse la existencia de una tradición que hoy se estima la primera de todas (mito mistérico-salvífico aparte) las que componen el material evangélico: una serie de dichos de sabiduría sobre la que se superpone otra de dichos de signo escatológico-proféticos y, por último, un relato biográfico final. Un relato que en un principio podría no incluir un tipo de muerte concreta (ni, menos, una ejecución); ni, tampoco, claro está, una resurrección.

La obra trata de explicitar de dónde proceden los añadidos literarios y las muertes teóricas, así como la evolución de estos relatos.

Finalmente, se incluyen tesis atrevidas, dándole algo más de extensión a la de Cascioli, referida a un personaje (Juan de Gamala) que, aunque muere en una fecha posterior y bajo otro gobernante romano (año 46, Tiberio Alejandro), guarda un cierto paralelismo en procedencia plausible, características de la ciudad (Gamala y el Nazaret descrito en los evangelios), nombre (y sobrenombres) de sus seguidores y lugares de predicación (Genesaret) con el Jesús evangélico.

Gracias por su atención y un saludo siempre admirado, D. Antonio.

FIN DE COPIA

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 8 de Septiembre 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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