CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
“La caldera de aceite hirviendo. La figura del apóstol Juan en los Hechos apócrifos (II)  (XV) (901)
Escribe Antonio Piñero
 
Como escribí en una postal anterior, un personaje desconocido, pero a quien se denomina Pseudo Abdías, escribió –dentro de una obra muy amplia sobre milagros de los Apóstoles, una sección dedicada a “Milagros (en latín “virtutes”) del “apóstol Juan”. El Pseudo Abdías  vivió en el siglo VI. Sin embargo, su obra no se publicó hasta 1531, y fue editada por F. Nausea en Colonia. Desde entonces se propagó con cierta rapidez, aunque hoy ha quedado prácticamente en el olvido. Creo que puede parecer interesante, o al menos curioso, leer texto que han servido de alimento espiritual de generaciones de cristianos durante siglos, pero que hoy nos parecen cuentecitos casi de niños. Partes de estas historias han pasado  a la Leyenda Áurea" de Jacobo de la Vorágine en el siglo XII, de ahí al Breviario Romano (texto que –dividido en partes– antes debían leer todos los sacerdotes todos los días…, y de ahí a veces al sermón de los domingos cuando venía bien contar milagros de los apóstoles.
 
Estos Hechos apócrfios, Las Virtutes o “Milagros de Juan”, repiten al principio –casi al pie de la letra, pero en resumen– las historietas que eran conocidas por los cristianos desde el final  del siglo II, recogidas en los primeros y más importantes Hechos de Juan, como son:
 
1. La muerte de una casta mujer casada porque no podía resistir los asaltos amorosos de un joven –de nombre Calímaco– que  pretendía a toda costa acostarse con ella. Sigue el relato comentando cómo, mientras Juan pronunciaba una exhortación ante la tumba, el enamorado preparaba con el apoyo de su cómplice Fortunato, el administrador de Andrónico, el marido de la joven muerta, la violación del cadáver de la difunta.
 
Ya no quedaba en el cuerpo de Drusiana otra prenda que el paño que cubría sus genitales, cuando apareció de pronto una serpiente que mató al mayordomo de un mordisco y derribó al enamorado, Calímaco, al que mordió igualmente. El joven cayó en tierra presa del terror y perdidas las fuerzas por efecto del veneno. Éste fue el cuadro que encontraron Juan y Andrónico –el marido de Drusiana– cuando entraron en el monumento. Iban a celebrar la eucaristía al tercer día después de la muerte de Drusiana cuando advirtieron que no encontraban las llaves. Juan prometió que las puertas se abrirían solas y avanzó el dato de que la fallecida no estaba en su sepulcro. Continúa el relato describiendo la visión de un joven sonriente, un ángel, que anunció la resurrección de Drusiana y cómo había ascendido al cielo.
 
Cuando Andrónico vio el espectáculo de Drusiana semidesnuda y el de los dos cadáveres, hizo ante Juan una exégesis precisa de lo sucedido. Suplicó al Apóstol que resucitara a Calímaco para que diera su versión de los hechos. Una voz misteriosa, procedente del “Hermoso”, Jesús, había anunciado: “Calímaco, muere para que vivas”. Siguió luego la resurrección de Drusiana, quien rogó para que el mismo Fortunato fuera también resucitado. Cosa que logró la piadosa mujer. Pero el traidor era árbol malo y de mala raíz y huyó despavorido, pues no quería saber nada de la religión. Una solemne eucaristía puso fin a la historia. Juan supo en espíritu que Fortunato estaba para morir, lo que confirmó un joven enviado para informarse.
 
Después el libro de los “Milagros de Juan” narra la “metástasis” del apóstol es decir, la traslación de su cuerpo al cielo después de su muerte. Según el autor, todo sucedió en domingo. Juan tuvo una alocución a los “consiervos, coherederos y copartícipes del reino de Dios”, y enumera las obras realizadas por su medio como apóstol o enviado: “signos, carismas, descansos, servicios, glorias, fe, comuniones, gracias, dones”.
 
Terminada la oración pidió a un ayudante suyo que tomara consigo a dos hermanos con cestas y azadones. Cuando llegaron al lugar don había ya otra tumba de uno de los hermanos en la fe, les dijo: “Cavad, hijitos”. Y les urgía para que cavaran más profundamente. Terminado el trabajo, se despojó de su manto y lo extendió en la fosa. Y en pie, vestido con una túnica de lino, extendiendo las manos, pronunció una larga oración. En ella agradecía al Señor que lo conservara limpio de todo contacto con mujer y le pusiera repetidas trabas para que no pudiera contraer matrimonio. Tras un tercer intento por casarse, Jesús le había dicho: “Juan, si no fueras mío, te hubiera permitido casarte”. El final de la Metástasis es sorprendentemente breve: “Con el rostro vuelto hacia oriente, se persignó, se puso en pie y dijo: «Tú conmigo, Señor Jesucristo». Se tumbó sobre la fosa en la que había extendido sus vestidos. Nos dijo: «La paz sea con vosotros, hermanos». Y entregó su espíritu”. Del sepulcro comenzó a manar un maná “hasta el día de hoy”, cuya virtud curaba todas las enfermedades y hacía realidad toda clase de deseos y plegarias.
 
3. El suceso de la caldera de aceite hirviendo
 
El primer capítulo de los “Milagros de Juan” recoge la tradición de la prueba que hubo de soportar el apóstol cuando fue arrojado en una caldera de aceite hirviente. El texto de los “Milagros de Juan” parece suponer que el episodio tuvo lugar en Éfeso. El procónsul quiso obligar a Juan a que renegara de Cristo y cesara de predicar. Juan repitió la respuesta que dio Pedro al Sumo Sacerdote en similares circunstancias: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los  hombres” (Hch 5,29). El procónsul consideró tal actitud como un acto de rebeldía contra el emperador. Para castigar al atrevido ordenó que fuera arrojado en una caldera de aceite hirviente. De ella salió Juan “como un fuerte atleta ungido, no quemado”. El procónsul, estupefacto ante tal prodigio, quiso dejarlo libre, pero no lo hizo por temor a contravenir la orden imperial. Según el relato de los “Milagros de Juan”, los hechos ocurrían durante el reinado del emperador Domiciano.
 
La tradición, de venerable antigüedad, era ya conocida y testificada por Tertuliano (hacia el 220). Roma podía presumir de haber sido honrada con la doctrina y la sangre de los apóstoles: Pedro murió allí crucificado; Pablo, decapitado; “el apóstol Juan fue desterrado a una isla después de que, sumergido en aceite hirviente, nada padeció”[[1]]url:#_ftn1 . San Jerónimo se hace eco del testimonio de Tertuliano comentando que “Juan, arrojado por Nerón (PL “en Roma”) dentro de una caldera de aceite hirviente, salió más fresco y lozano de lo que entró”[[2]]url:#_ftn2 . Aunque la versión de los “Milagros de Juan” parece suponer que el acontecimiento tuvo lugar en Éfeso, el capítulo 11 de los Hechos de Juan de Prócoro (de los hablamos en la postal anterior) localiza los hechos en Roma, junto a la Puerta Latina, por donde sale de la ciudad la Vía Latina, al este de la puerta de San Sebastián y de la Vía Apia antigua.
 
La tradición del “martirio” de Juan en la caldera de aceite queda bien plasmada en la sección latina de los Hechos de Juan, escritos por su discípulo Prócoro (8-12). La descripción del suceso recuerda cómo salió de la caldera ileso y libre de daño, de la misma manera que durante su vida había quedado libre de la corrupción de la carne. No era la única ocasión en la que la integridad de Juan venía relacionada con su virginidad. Por lo demás, la prueba de la caldera de aceite es el núcleo del capítulo primero de los “Milagros de Juan”, donde se recuerda la muerte de Santiago bajo la autoridad de Herodes Agripa I. Juan, su hermano, sufrió y superó la prueba del aceite hirviente. Su éxito en aquella prueba es la ocasión de su destierro en la isla de Patmos. El procónsul se vio en un dilema. Juan era rebelde a las órdenes del emperador, por lo que merecía el correspondiente castigo. Pero su categoría de hombre de Dios, garantizada por el milagro de la caldera, le impedía tomar una decisión que iría contra el poder divino. Adoptó en consecuencia una solución de compromiso…, es decir, el destierro.
 
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
 
[[1]]url:#_ftnref1 TERTULIANO, De praescriptione, XXXVI 3. Habla Tertuliano de las ventajas de las iglesias apostólicas. Roma las tenía repetidas.
[[2]]url:#_ftnref2 JERÓNIMO, Contra Jov., I 26. La versión de la PL trae la lección “en Roma” en lugar de “por Nerón”.
Miércoles, 30 de Agosto 2017
“La figura del apóstol  Juan en los Hechos apócrifos" (I)  (XIV) (900)
Escribe Antonio Piñero
 
 
 
La figura de Juan va evolucionando un tanto en los diversos Hechos apócrifos que hablan de él y lo tienen como protagonista. Me fijaré solo en lo más importante y haré un resumen de su contenido. Lo tomaré del volumen I de la edición Piñero-del Cerro, Hechos Apócrifos de los apóstoles I, Editorial B.A.C., Madrid, pp. 240-242:
 
 
Los Hechos de Juan comienzan de un modo brusco con la decisión del Apóstol, movido por una visión, de ir a Éfeso. Allí tiene lugar el episodio de Licomedes y Cleopatra: ésta yace enferma sin remedio. Su marido suplica a Juan que la cure, pero finalmente muere. Por ello, Licomedes, su esposo, transido de pena, fallece también. Juan resucita primero a Cleopatra, y, a su vez, ésta resucita a su marido (18-24).
 
Ambos insisten en que Juan permanezca con ellos. Así sucede, y Licomedes manda venir a un pintor, quien dibuja el rostro de Juan. Licomedes venera el retrato del Apóstol como si se tratara de una imagen divina. Juan, al descubrirlo, arremete contra la superficialidad que supone una pintura. Sólo importa la imagen interior, dibujada por Cristo, cuyos colores son las virtudes verdaderas (25-37).
 
Hay luego una gran laguna en el texto en la que debía narrarse (cf. infra § 4) la conversión de Drusiana, su renuncia a la vida matrimonial, el enfurecimiento de su marido, Andrónico, el castigo de la esposa y del Apóstol en sendas tumbas, la liberación misteriosa de ambos y la aparición polimórfica de Cristo a Drusiana.
 
Juan, ante el estupor de los presentes por lo sucedido, explica a los fieles el sentido profundo de las apariciones polimórficas de Cristo: no son otra cosa que una manifestación múltiple de un ser incorporal y eterno que se acomoda a la debilidad de la naturaleza humana (87-93). A continuación, sigue un fragmento de talante gnóstico valentiniano (cf. infra § 8 II) que contiene un himno, misterioso a primera vista, de Cristo, la explicación del verdadero sufrimiento del Redentor y del gnóstico -que no es otro que la lucha por el apartamiento de la materia-, el profundo sentido del misterio de la Cruz y el verdadero evangelio, que consiste en la certeza de la salvación por medio del verdadero conocimiento, adorando  no a un hombre, sino a un Dios inmutable e incomprensible (94-105).
 
El día del aniversario del templo de Ártemis Juan se persona, mezclado con los paganos, en el santuario de la diosa. Hay un discurso del Apóstol emplazando a Ártemis a realizar los prodigios del Dios verdadero[[1]]url:#_ftn1 ; más tarde la destrucción del templo y la muerte del sacerdote principal. Luego se narra la conversión de la plebe y posterior resurrección del sacerdote pagano que, a su vez, se convierte también (37-47: sobre el orden de los caps., cf. § 4).
 
Juan, al día siguiente, y movido por un sueño, sale a la ciudad. Encuentra allí a un joven que acababa de asesinar a su padre, pues no toleraba la reprensión de éste, quien le echaba en cara su pasión amorosa hacia una mujer casada. A la vista de Juan, el joven se convierte y promete abandonar su vida pecaminosa si resucita a su padre. Juan devuelve a la vida al anciano. El joven, arrepentido, se automutila, pero el Apóstol le restituye sus partes, argumentando que el mal no anida en el cuerpo, sino en los malos pensamientos de la mente (48-55).
 
Juan viaja por diversas ciudades de Asia Menor. En Esmirna libera  del poder del demonio a los dos hijos de un prohombre. Pasado el tiempo, vuelve a Éfeso. Durante el camino unas chinches que le importunaban mientras dormía obedecen la voz del Apóstol y se mantienen quietas en un rincón del aposento. Sirven así de ejemplo a los seres humanos de cómo deben obedecer prontamente las órdenes de la divinidad (56-62).
 
Cuando ya Juan moraba en Éfeso, un cierto joven, de nombre Calímaco, se enamora perdidamente de Drusiana. Ésta lo rechaza, pues ni siquiera admite el contacto carnal con su marido. El joven continúa molestándola, por lo que muere Drusiana entristecida al ser objeto de escándalo. El joven intentará satisfacer en el cadáver de Drusiana su  incontenible pasión amorosa, por lo que corrompe con dinero al administrador de la casta mujer para que le facilite la entrada al monumento funerario. Ya en la tumba, y a punto de perpetrar su crimen, aparece una terrible serpiente que causa la muerta a ambos, al joven y al ecónomo infiel. Interviene luego Juan que resucita a Drusiana tras un largo discurso en el que pondera la perseverancia en la virtud y el desprecio por lo pasajero. La joven solicita le resurrección de Calímaco y del administrador. Juan accede y vuelve a la vida en primer lugar al joven enamorado. Éste narra lo sucedido en la tumba y se convierte. El Apóstol resucita también al ecónomo, quien persevera en su maldad, por lo que vuelve a morir. Todo el hecho sirve a Juan para poner de relieve el sentido de los prodigios, que no es otro que la conversión verdadera, y la gran paciencia y bondad de Dios respecto al ser humano (63-86)
 
Finalmente, Juan se despide de los hermanos en una homilía -dentro de una celebración litúrgica-, en la que explica la vocación divina sobre su persona concretada en la virginidad y el apostolado. Se extiende otra vez sobre la admirable naturaleza divina y su bondad, y tras dirigirle una súplica para que proteja a los fieles de la asechanza del Maligno, procede a la fracción del pan. Concluida la eucaristía, se dirige a las afueras de la ciudad, ordena que le caven una fosa, se tumba en ella y expira tranquilamente tras haber proclamado por última vez las maravillas de la economía divina, que procura la salvación de los hombres.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com
 
 
 
 
[[1]]url:#_ftnref1  Los milagros suelen tener una finalidad "demostrativa", como ocurre con el de la destrucción del templo de Ártemis. Cf. J. BOLYKI, "Miracle stories in the Acts of John" en J. N. BREMMER (ed.), The Apocryphal Acts of John, Kampen, 1995, p. 21.
Lunes, 28 de Agosto 2017
“Los amigos de Jesús. Juan  hijo de Zebedeo, en los Hechos apócrifos de los apóstoles”.   Los discípulos de Jesús (XIII) (899)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Los Hechos de apóstoles (no “Los Hechos de los apóstoles”, que es un título aún más tardío) suscitaron mucho interés entre los cristianos y muchos seguidores e imitadores literarios. Los Hechos de apóstoles que se editan en el Nuevo Testamento son de un autor que no conocemos a ciencia cierta. Sin embargo,  la mayoría de los intérpretes piensa que es el mismo que el del tercer Evangelio,  y a los dos llamamos Lucas por conveniencia. En realidad tampoco sabemos quién es. Tampoco podemos fecharlos a ciencia cierta y la data de su composición oscila entre los estudiosos: entre el 95/100 d. C. hasta el 130… y algunos autores… incluso más tarde.
 
 
Nos consta con bastante certidumbre que a mediados del siglo II (hacia el 150) ya se habían escrito unos Hechos apócrifos de Andrés, cosa curiosa porque este personaje tiene poca importancia en los Evangelios canónicos (doy al final lo datos técnicos de la edición multilingüe en español). Y a finales del siglo II ya había otros Hechos apócrifos de Pedro, de Pablo y  de Juan. Los de Tomás se hicieron esperar, pero a mediados del siglo III (hacia el 250) ya había unos “Hechos apócrifos de Tomás” completos.
 
 
Concentrándonos en el amigo íntimo de Jesús, Juan, hijo de Zebedeo, sabemos que hacia el 180 d. C. ya existían estos Hechos apócrifos, aunque no podemos dilucidar si vieron la luz en primer lugar los Hechos apócrifos de Pedro o los de Juan. Es probable que el orden de aparición cronológica de estas narraciones apócrifas sea el siguiente: Hechos de Andrés -> Hechos de Juan -> Hechos de Pedro -> Hechos de Pablo -> Hechos de Tomás.
 
 
Para que surgiera en concreto la literatura de los “Hechos apócrifos de Juan” ayudaron varios factores:
 
 
· El halo de misterio en torno al Discípulo amado como autor del Cuarto Evangelio.
 
 
· La inseguridad sobre quién había compuesto las tres Cartas de Juan, y que este se llamara el “Presbítero”, es decir, “El Anciano”, tal como se presenta a sí mismo al comienzo de las Cartas Segunda y Tercera (1Jn 1,1 y 2 Jn 1,1)
 
 
· Que el autor del Apocalipsis se presentara a sí mismo como “Yo, Juan” en 9,9 y 22,8… ¡sin más! Por tanto, se trataba de alguien conocido por los cristianos.
 
 
· Que hubiera también un texto misterioso sobre Juan al final del Cuarto Evangelio, que indujo a creer que este personaje vivió muchos años:
 
 
“Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». 21 Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?». 22 Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» 23 Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.» 24 Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.
 
 
 
Este conjunto de “Juan hijo de Zebedeo / El misterioso Discípulo Amado / el Presbítero-Anciano / Juan autor del Apocalipsis” llevó a los cristianos a hacer una mezcla de estas figuras y a crear fantasiosamente el “Juan”, autor del Cuarto Evangelio, que era el mismo que el Presbítero de las Cartas de Juan, y el Juan del Apocalipsis. Ciertamente esta figura, salida de esta mezcla es un personaje imposible históricamente (algo parecido ocurrió con las Marías de los Evangelios y su confusión con María Magdalena  a partir de finales del siglo V y ciertamente ya en el siglo VI). Pero es seguro que a partir de finales del siglo II (hacia el 180: unos ciento cincuenta años tras la muerte de Jesús y ciento cuarenta después de la muerte de su hermano Santiago/Jacobo, hijo de Zebedeo: Hch 12, 1ss) este personaje de historia-ficción llego a  ser el protagonista, la figura central, de los “Hechos apócrifos de Juan”.
 
 
 
Pero no paró la cosa ahí, hacia el 180 d. C.  A partir de estos primeros “Hechos de Juan”, compuestos tan tardíamente, se formó una literatura aún posterior, cuyos elementos principales están reunidos en los segundos “Hechos apócrifos de Juan”, compuestos por un tal Prócoro (no sabemos si es un personaje también de historia-ficción, un presunto criado que tenía “Juan”, que lo acompañó durante la parte de su vida que transcurrió –según la tradición– entre Jerusalén, la isla de Patmos, en el Mar Egeo. y Éfeso en Asia Menor (la actual Turquía).
 
 
Gonzalo del Cerro y yo hemos escrito lo siguiente en la “Introducción” a estos Hechos (vol. III, página 475, de la edición que citaré al final:
 
 
“Los Hechos de Juan, compuestos por Prócoro según reza el título de la obra, son un capítulo más en el conjunto de tradiciones y leyendas sobre el discípulo amado. Sin embargo, una obra tan larga y prolija como son estos Hechos, parecen ignorar las líneas esenciales de la personalidad del apóstol protagonista transmitida por la tradición. No contienen ni la más liviana alusión a estos grandes detalles de su historia bíblica. Los primitivos Hechos de Juan recuerdan su experiencia sobre la cumbre del Tabor (Hechos apócrifos de Juan 90), que estos Hechos silencian. Apenas hacen una ligera referencia al detalle de que fue el discípulo que se recostó sobre el pecho del Maestro (Jn 13,23; Hechos de Juan de Prócoro 3,6). Esta obra se compuso  en torno a los siglo  V o VI, cosa que deducimos por estilo del relato, por las cosas que cuenta y por razones de orden lingüístico”.
 
 
Y finalmente la fantasía popular se concentró en otra obra, muy distinta, de un autor igualmente desconocido, a quien denominamos el Pseudo Abdías, obra titulada “Milagros (en latín “virtutes”) de los Apóstoles”, que  procede también del siglo VI. Esta obra no se publicó hasta 1531, y fue editada por F. Nausea en Colonia.
 
 
La edición española de toda esta tradición multisecular se concentra en las siguientes obras, fácilmente accesibles que cito a continuación. Tiene Introducciones, textos originales en griego y latín en la página izquierda, y en la derecha sus traducciones, y notas para que se entienda bien el texto. El volumen contiene también traducciones literales delos fragmentos coptos y siríacos (el texto en estas lenguas no se imprime por motivos prácticos y económicos) y copiosos índices. Hay un “Índice analítico de materias”, bastante amplio, de modo que puede uno encontrar fácilmente el tema que le interese.
 
 
Así pues, las obras aludidas son:
 
 
· Hechos apócrifos de los Apóstoles. Texto multilingüe. Edición crítica. Introducción, traducción y notas  (con Gonzalo del Cerro). Vol.  I (Hechos de Andrés, Juan y de Pedro), B.A.C. 646, Madrid 2004. ISBN 847914716-4, pp. XIX + 682;
 
· Hechos apócrifos de los Apóstoles. Texto multilingüe. Edición crítica. Introducción, traducción y notas  (con Gonzalo del Cerro) Editorial B.A.C., Madrid. Volumen II, Madrid 2005 (Hechos de Pablo; de Pablo y Tecla Hechos de Tomás. Índices), ISBN 84-7914-804-7, pp. XVII + 683-1601.
 
· Hechos apócrifos de los Apóstoles. Texto multilingüe. Edición crítica. Introducción, traducción y notas (con Gonzalo del Cerro) Volumen III, Madrid 2011, 1123 pp. (Hechos de Pedro (Martirio); Felipe; Andrés y Mateo; Martirio de Mateo; de Pedro y Pablo; Viajes y martirio de Bernabé; Hechos de Tadeo; Hechos de Juan narrados por Prócoro (VJ); Hechos de Santiago; Santiago, Simón y Judas; Martirio  de Andrés). ISBN: 78-84-7914-974-1.
 
De esta edición, un tanto más técnica y completa hay una edición popular sin texto latino, griego, copto o siríaco, y sin apenas notas, que es la siguiente, en dos volúmenes:
 
· Hechos apócrifos de los apóstoles (I) (Hechos de Andrés, Juan, Pedro Pablo y Tomás). Edición preparada por Antonio Piñero y Gonzalo del Cerro, Editorial B.A.C., Madrid, 2013. ISBN 978-84-220-1637-3. 417 pp. Edición popular del vol. I  = nº 17.
 
· Hechos apócrifos de los apóstoles (II) (Hechos de Pedro (Martirio); Felipe; Andrés y Mateo; Martirio de Mateo; de Pedro y Pablo; Viajes y martirio de Bernabé; Hechos de Tadeo; de Juan narrados por Prócoro; de Santiago; Santiago, Simón y Judas; Martirio de Andrés). Editorial B.A. C. 2013. ISBN: 978-84-220-1661-8. 450 pp.  Edición popular de los vols. I = nº 18.
 
 
Seguiremos el próximo día.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Sábado, 26 de Agosto 2017
“Los amigos de Jesús. Juan  hijo de Zebedeo, en Hechos de apóstoles”. Los discípulos de Jesús (XII) (898)
Escribe Antonio Piñero
 
 
De un personaje tan importante al que la tradición atribuye nada menos que la composición de todo el corpus johánico (Cuarto Evangelio y tres cartas, 1 2 3 Juan) solo sabemos algo más de cierto (¿?) a través de Gálatas 2,7-9 (poco: que era una “columna” = un dirigente de la iglesia de Jerusalén) y de los Hechos de apóstoles canónicos, obra que se ocupa parcialmente de Pedro y de Juan en su primera parte (grosso modo hasta el capítulo 13). En Hechos y en Gálatas el apóstol Juan no habla, sino que solo lo hace Pedro. Juan actúa como de comparsa y ayuda.
 
 
Mi hipótesis al respecto es conocida: los Hechos (prescindo de Gálatas por el momento; diré algo al final) están compuestos con la intención de presentar una imagen más o menos idílica de  la Iglesia primitiva y sobre todo para promover que el paulinismo –al que pertenece el autor y que es la corriente más importante de los seguidores de Jesús– aparezca unido a la comunidad madre de Jerusalén.
 
Indirectamente también que no tenía nada absolutamente en contra de la expansión del judeocristianismo en Samaria y la periferia de Jerusalén (considerando así ciudades de la costa como Jope, que hoy denomina Jafa o Haifa) que estaban relativamente alejadas del poder de Santiago, el hermano de Jesús. Pedro no aparece como si esta estuviese dirigiendo la comunidad de Jerusalén, sino como su embajador, cuestionado, en todo caso. Léase el comienzo del capítulo 11, al principio, en donde se dice que “los apóstoles y los hermanos que había por Judea”  controlan perfectamente a Pedro. En este cuadro o paisaje espiritual, Juan no pinta realmente casi nada.
 
 
Los textos que afectan a Juan son los siguientes:
 
 
1. Hechos 3,1-11 Lo que nos interesa de este texto  es:
 
3,1: Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona (las quince horas actuales)
 
3,2-3. 5-11: un hombre, tullido desde su nacimiento ve a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna, esperando recibir algo de ellos. Pedro lo cura, en presencia de Juan y el ex tullido no soltaba a ninguno de los dos (Pedro y Juan) y entra con ellos en el Templo. El que pronuncia un discurso importante es Pedro vv.12-26.
 
 
2.  Hechos 4. En ese capítulo completo (4,1-33) aparece Juan, de nuevo al lado de Pedro, pero permanece en silencio. El autor de Hechos procura presentar a Pedro y a Juan como “ellos dos” en gran sintonía; pero en realidad es Pedro el que actúa y habla. Así: Estaban hablando al pueblo, cuando se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos… les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues había caído ya la tarde. Los llevan a la cárcel y al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus jefes, ancianos y escribas…  pusieron en medio y les preguntaban: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?». Y entonces es Pedro, quien, lleno del Espíritu santo, pronuncia su tercer gran sermón. Juan está a su lado, pero nada dice.
 
Los grandes jefes y los que presenciaban la escena, (v. 13) al ver la valentía de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban maravillados. Reconocían, por una parte, que habían estado con Jesús… y al mismo tiempo veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado; de modo que no podían replicar. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y deliberaban entre ellos. Temían que las noticias sobre Jesús se divulgara entre el pueblo y aumentara el número de seguidores del Crucificado. Por eso, llaman a Pedro y Juan y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Pero  Pedro y Juan les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios.  No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.» Ellos, después de haberles amenazado de nuevo, les soltaron, no hallando manera de castigarles, a causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que había ocurrido,
 
 
Una vez libres, Pedro y Juan vinieron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y ancianos. La comunidad da gracias a Dios por lo ocurrido y pide que conceda a sus siervos, principalmente a Pedro y a Juan  que puedan predicar tu Palabra con toda valentía. La comunidad supone que los dos apóstoles van a continuar realizando curaciones, señales y prodigios por el nombre de Jesús. Y concluye la parte del capítulo 4 que nos interesa con la afirmación siguiente: “Acabada la oración del grupo de judeocristianos, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios con valentía.
 
 
La interpretación de este pasaje es que estamos en un contexto altamente legendario, como indica la repetida mención de milagros, y un terremoto. Y de un contexto legendario es difícil obtener una verdad histórica. Pero sí podemos deducir que Juan apenas es nada más que un soporte silente de Pedro.
 
 
En segundo lugar puede inferirse que los seguidores de Jesús tiene éxito entre el pueblo porque un crucificado por los romanos era un héroe nacional. Las palabras que se dijeran sobre él tendrían éxito seguro en el ambiente exaltado de Jerusalén que habría de conducir unos treinta años más tarde al inicio de la guerra de los judíos contra Roma. El punto de vista de los evangelistas a este respecto es inverosímil. En efecto, pintan a un pueblo de Jerusalén que pasa de ser un fervoroso seguidor de Jesús, a odiar tremendamente a Jesús y luego ir detrás de Pedro y Juan con gran fervor –llegan a convertirse de un golpe más de 5.000 jerusalemitas a la fe en Jesús como mesías (Hch 4, ) y a proclamarse seguidores de él.
 
A mi parece que goza de gran probabilidad la hipótesis interpretativa de que al principio Jesús crucificado fue un héroe de las multitudes jerusalemitas (antes de  ser reinterpretado por Pablo), alentadas por Pedro y Juan, porque había sido un profeta que –por predicar el reino de Dios y sus consecuencias político-sociales–  había sido crucificado por el Imperio Romano, con la ayuda de los jefes supremos del pueblo judío en ese momento. Esta imagen no es a que los cristianos normales que leen hoy los Hechos de apóstoles obtienen de la lectura  de los capítulos que comentamos.
 
 
Los textos del Nuevo Testamento al respecto son:  
 
 
“Faltaban dos días para la Pascua y los Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle.  Pues decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo» = Mc 14,1-2) a pedir que Poncio Pilato lo crucifique (sobre todo en Mateo cuando grita: con más fuerza: «¡Sea crucificado!», cuando Poncio Pilato se declara inocente de la sangre de Jesús vuelve a gritar «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»: Mt 27,22-25), y Hch 4,4)
 
 
3. El siguiente pasaje que nos interesa respecto a Juan está en el capítulo 8 de Hechos desde el principio:
 
 
“En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria…4 Los que habían sido dispersados iban por todas partes anunciando la palabra. 5 Entonces Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba al Mesías. 6 Las multitudes, de modo unánime, escuchaban atentamente lo que Felipe decía al oír y ver los signos que realizaba. 7 De muchos posesos salían los espíritus impuros dando grandes gritos; muchos paralíticos y cojos eran curados. 8 Y se produjo una gran alegría en aquella ciudad.
 
14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan, 15 quienes bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu santo. 16 Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
 
 
El comentario a vuela pluma muestra que es imposible tanto éxito de la predicación sobre Jesús en Samaria, por parte sobre todo del apóstol Felipe, si Jesús hubiese dicho tal cual lo que le atribuye el evangelista Mateo: “A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos” (Mt 10,5).
 
 
Dejo de lado, de momento, una reconstrucción plausible de las palabras y de la mentalidad de Jesús aquí para concentrarme en lo que puede afectar al apóstol Juan: ¿Cómo iban a contravenir palabras tan claras de Jesús sus seguidores más íntimos? No es posible. Y lo que nos importa: los que mandaban en Jerusalén confiaron a Pedro y Juan que fueran a Samaria y confirmaran con sus bendiciones, más la venida del Espíritu santo, el ingreso de samaritanos en el grupo de seguidores de Jesús. El apóstol Juan es también el ayudante de campo de Pedro.
 
 
4. El último texto que afecta a Juan en Hechos de apóstoles es el capítulo 12: durante la persecución anti judeocristiana de Herodes Agripa I (reinó del 41 al 44 d. C.), muere asesinado Santiago / Jacobo, el hermano de Juan, Pedro se escapa y no se sabe a dónde va… y de Juan no se dice ni una palabra.
 
He aquí el texto:
 
 
“Por aquel tiempo el rey Herodes tomó la iniciativa de dañar a algunos miembros de la Iglesia. 2 Mató a espada a Jacobo, el hermano de Juan. 3 Al ver que aquello resultaba agradable a los judíos, pasó a detener también a Pedro…” este  es liberado por un ángel… y llegó a la casa de María, la madre de Juan, de sobrenombre Marcos, donde había muchos reunidos y orando…. Cuando abrieron y lo vieron, quedaron estupefactos. 17 Y haciéndoles señas con la mano para que guardaran silencio, les explicó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. Luego añadió: ‘Anunciad esto a Jacobo y a los hermanos’ Y Pedro salió y se dirigió a otro lugar….” (Hch 12,1-17)
 
 
Y se acabó prácticamente la intervención de Pedro en la vida de la comunidad de Jerusalén y en la que estaba por entonces Pablo (en Antioquía) hasta el denominado “concilio de los apóstoles” (Hch 15). Y allí Juan debió de desempeñar una función prominente, pero no sabemos cuál era en concreto.
 
El capítulo 2 de Gálatas (vv. 7-9) le reconoce esa importancia… pero sin especificar… y por tanto nos quedamos sin saberlo. He aquí el texto:
 
 
“Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, –pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles–  y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos.
 
 
Solo queda claro que el apóstol Juan no estaba en absoluto comprometido con la predicación del Evangelio a los paganos.
 
 
Nos queda solo un apartado –aunque amplio–– sobre el apóstol Juan: la enorme expansión de su figura en a) la tradición neotestamentaria y b) la tradición apócrifa de la que tenemos constancia escrita desde finales del siglo II.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Jueves, 24 de Agosto 2017
“Los amigos de Jesús. Juan  hijo de Zebedeo, ¿el Discípulo amado?”. Los discípulos de Jesús (XI) (897)
Escribe Antonio Piñero
 
Sobre este misterioso personaje escribí brevemente en la “Guía para entender el Nuevo Testamento”, Madrid, 5ª ed., 2016. Haré ahora una síntesis, ya que mi pensamiento no ha cambiado al respecto.
 
El Evangelio mismo (en su apéndice del capítulo 21, que es ciertamente de otra mano) presenta como su autor, o al menos como garante de la información en él contenida, al “Discípulo amado” (21,24: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”.). El resto del Evangelio (el propiamente tal: capítulos 1-20) no contiene dato alguno sobre este personaje que ciertamente es el garante –según el Evangelio mismo– de lo que en él se contiene:
 
Quizás haya otra afirmación por el estilo –es dudosa y poco clara en todo caso– en 19,35 a propósito de la lanzada en el costado de Jesús  (“Lo atestigua quien lo vio, y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis”).  Es posible que este texto procediera de la misma mano que la del redactor secundario del Apéndice (capítulo 21 y que se refiriera también al Discípulo amado.
 
Hay cinco menciones de este “discípulo amado” en el Evangelio de Juan:
 
1. 13,23-26: Última Cena.
 
2. 18,15-16: aquí aparece como “otro discípulo” que hace el favor a Pedro de introducirlo en el palacio del sumo sacerdote.
 
3. 19,25-27: Jesús confía el cuidado de su madre al discípulo amado.
 
4. 20,2-10: el discípulo a quien Jesús amaba corre con Pedro y llega antes al sepulcro.
 
5. 21,20-24. Aquí aparece dos veces: “Pedro se vuelve y ve que le seguía el discípulo a quien Jesús amaba”: v. 20; “Éste es el discípulo que da testimonio de esto y que lo ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es  verdadero”: v. 24.
 
La tradición entera de la iglesia primitiva y algunos estudiosos hasta hoy ven en este “discípulo” al apóstol Juan, hijo del Zebedeo (Mt 4,21 y par), muerto quizás en el 44 d.C. (Hch 12,2). Sin embargo, de un modo casi unánime, incluso entre los críticos católicos, se rechaza esta opinión. Son tres fundamentalmente las razones que apoyan este rechazo:
 
1. El Cuarto Evangelio no es el producto de un testigo visual, sino alguien que utiliza material escrito anterior: por ejemplo, una especie de fuente donde se hallan recogidos varios milagros de Jesús, más otra al menos, la historia de la Pasión, similar a la de los Sinópticos. ¿Necesitaría de fuentes ajenas un testigo visual de los hechos?
 
2. Este discípulo nunca es llamado por su nombre. ¿Qué razón habría para no hacerlo si se tratara de Juan hijo del Zebedeo? El cap. 1 del Evangelio llama por su nombre a otros varios discípulos, ¿por qué callar precisamente el de Juan? Este argumento tiene su punto débil en que el autor del Cuarto Evangelio tampoco llama por su nombre a la madre de Jesús. El argumento del silencio es llevado al extremo por algunos investigadores que piensan que, al no nombrar a este discípulo de un modo específico, el autor mismo del Evangelio da a entender que se trata de un discípulo ideal, no real, la encarnación literaria del modelo del discípulo perfecto.
 
3. La teología del Cuarto Evangelio es muy evolucionada, su cristología es muy avanzada; supone un conocimiento de la tradición sinóptica y sólo puede haberse compuesto en su conjunto en un estadio tardío dentro del desarrollo de la teología cristiana del siglo I.
 
 
Para mantener en parte la tradición eclesiástica hay autores que defienden que el “Discípulo amado” –no precisamente Juan, hijo del Zebedeo, sino otro personaje secundario del cristianismo primitivo, desconocido por otra parte— pudo estar en el origen, tras la línea de pensamiento que interpretó la vida, misión y figura de Jesús de esta manera tan peculiar. Es decir, el autor real del Cuarto Evangelio se inspira en las interpretaciones de Jesús de este “discípulo amado”, que está detrás de la denominada “escuela johánica” (cf. cap. 23) de pensamiento.
 
No es improbable que la figura de un garante de la tradición dibujada en el Evangelio pudiera haber sido importante en la historia de la comunidad que está detrás del Evangelio (quizás el fundador de ella), y que se transformara o sublimara con el tiempo en el tipo del discípulo ideal de Jesús.
 
Siguiendo esta hipótesis, en una época posterior un personaje anónimo del grupo de seguidores del “discípulo amado” compuso el Cuarto Evangelio basándose en las tradiciones que se fundamentaban en ese discípulo, probablemente ya fallecido. A éste autor l denominamos “Juan” por comodidad. Pero no pudo ser un espectador directo de la vida de Jesús porque ofrece una imagen demasiado diversa a la de los Sinópticos, sobre todo de la de Marcos, que en opinión de muchos estudiosos es la que más se acerca al Jesús histórico.
 
Como nos ha ocurrido hasta ahora, sabemos muy poco de lo que nos interesará saber. A algunos les puede parecer que es desesperante nuestra escasez de datos. Pero precisamente por ello, la tradición y la imaginación posterior amplifica lo poco que hay y se inventa, a veces, presuntos hechos que no resisten la menor crítica. “Ignoramos e ignoraremos”.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Martes, 22 de Agosto 2017
“Los amigos de Jesús. Juan  hijo de Zebedeo. ¿Quién era realmente este personaje?”. Los discípulos de Jesús (X) (896)
Escribe Antonio Piñero
 
El texto que comentamos es el mismo que la vez anterior, que repito para mayor comodidad en su segunda parte:
 
 
Marcos 3,17: “Llamó Jesús …a Jacobo el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Jacobo, los apodó también Boanergés, que significa «tronantes»”.
 
 
Sobre Juan habría mucho que decir, porque la tradición ha inventado mil cosas sobre él, que la crítica poco a poco ha ido poniendo en duda:
 
 
· Ciertamente no puede dudarse que era un discípulo de Jesús. Que fue llamado por él junto con su hermano; que pertenecía al grupo de los íntimos; que era un “tronante”, igualmente de espíritu fuerte, celoso de Yahvé, amante de imponer por la fuerza sus ideas, si fuere necesario.
 
 
· A pesar de que Lucas afirma que los dos discípulos comisionados por Jesús para prepararle la Pascua eran Pedro y Juan (22,8), como la tradición de la que bebe Lucas (Mc 14,13) esos discípulos son innominados (“Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice…”), es muy probable que –siguiendo una de las leyes de la tradición de especificar y aumentar los detalles en donde antes había poco– esa tradición no es fiable.
 
 
Pongo otro ejemplo de tradición que amplifica: el personaje a quien un discípulo (también innominado) corta la oreja en el episodio del prendimiento de Jesús en Getsemaní (Mc 14,47): en Marcos, Mateo y Lucas  (que siguen a Marcos) el discípulo es innominado / en el Evangelio de Juan (18,10) es Pedro. El que sufre la agresión en su oreja es innominado igualmente en Marcos / Mateo y Lucas. Pero en el Evangelio de Juan se llama Malco. La oreja cortada es simplemente una oreja en Marcos y Mateo. Pero ya Lucas precisa que es la oreja derecha. Y la tradición que sigue el Evangelio de Juan afirma también que es la oreja derecha.
 
 
Por tanto: la tradición tiende a aumentar y precisar por su cuenta (legendariamente) lo que al principio es algo ignorado. Puse otro ejemplo en una postal anterior cuando sostuve que otro caso interesante es el contraste entre Lc 3,7: “Decía, pues, a la gente que acudía para ser bautizada por él: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?” (Fuente Q). Pero Mateo precisa (3,7): “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?”.
 
Y es curioso porque Lucas –que probablemente es posterior cronológicamente a Mateo había conservado una tradición antigua e imprecisa; pero Mateo, posterior, ya maneja una tradición que ha sido amplificada. Por tanto, hay razones para dudar de las tradiciones amplificadoras, que aquí en concreto se mueve por la inquina de la comunidad primitiva contra los fariseos –dominantes en el judaísmo superviviente a la catástrofe de Israel y Jerusalén del año 70 y que no quería ya “sectas” separadas como las de los judeocristianos… Y sin duda esos judíos las criticaban ferozmente. La respuesta de los judeocristianos fue amplificar contra los fariseos especialmente la tradición de enemigos innominados de Jesús (es decir, añadir, o precisar “eran fariseos” donde solo había un “alguno”).
 
 
· Es dudoso quién es ese discípulo, innominado, conocido del ex sumo sacerdote Anás, que introduce a Pedro en el patio de la mansión donde –según una tradición también dudosísima– se estaba juzgando a Jesús (Jn 18,15-18).  La exégesis está aquí dividida:
 
 
- Unos opinan que es imposible, o inverisímil que un humilde pescador de Galilea fuera amigo, conocido, de un sumo sacerdote
 
- Otros sostienen que no es imposible, ya que Zebedeo tenía jornaleros a su servicio (Mc 1,20) y por tanto era el propietario de una empresa que podría haber suministrado pescado a Jerusalén desde el Mar de Galilea (por ejemplo, conservado en sal, etc.)
 
 
· Es dudoso quién es el discípulo que estaba con Pedro en la escena dibujada en  Jn 20,4-8:
 
 
1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. 2 Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» 3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. 6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, 7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos
 
 
Aquí las preguntas y las dudas se acumulan:
 
 
· ¿Quién es el discípulo amado del v. 2?
 
 
· Hay que tener en cuenta que en el Evangelio de Juan no se menciona nunca cómo tal en el Evangelio de Juan… ¿Por qué?
 
 
· ¿Cómo es que el discípulo al que amaba Jesús no creyera en él hasta después de su resurrección: = “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó”?
 
 
· Y la afirmación más general del v. 9: “Pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos”.
 
 
¿Cómo es posible este hecho después de que Marcos afirma en 8,31-32:
 
 
1. “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. 32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle”.
 
 
2. Y en 9,30-32: “Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, 31 porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.» 32 Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle”.
 
 
3. Y en 10,32-34: “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: 33 «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, 34 y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará»”.
 
 
No es posible, pues, lo que afirma el Cuarto Evangelio: “Y vio y creyó”. 9: “Pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos”.
 
 
Y para muestra basta un botón. Insisto en que no es posible mantener una actitud acrítica respecto a la información proporcionada por los Evangelios.
 
 
Las mencionadas hasta ahora son preguntas claves que debemos hacernos respecto a Juan como discípulo. Continuaremos el próximo día  exponiendo algo más sobre el “Discípulo amado”. ¿Era realmente Juan, hijo de Zebedeo?
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Domingo, 20 de Agosto 2017
“Los amigos de Jesús. Santiago hijo de Zebedeo”. Los discípulos de Jesús (IX) (895)
Escribe Antonio Piñero
 
Ante todo, deseo expresar mi profunda tristeza por lo ocurrido ayer en Barcelona. Tengo allí muchísimos amigos… y pienso ¿Y si le ha “tocado” a uno de ellos? Suelen pasear por la Rambla algunos, porque viven cerca. Estoy anonadado.
 
De (casi) nada sirven los lamentos, puesto que eso buscan los terroristas y en ellos se deleitan. De (casi) nada sirven las repulsas multitudinarias. Son emocionantes y emotivas, necesarias –y yo participaré–, pero incompletas. Se necesita también otro tipo de acción.
 
¿No habría que pedir a la Unión Europea una respuesta conjunta y firme respecto a los cientos de dirigentes de las mezquitas que hay en Europa que no condenan los atentados? Jamás lo hacen y viven entre nosotros.
 
Creo que a más de uno se nos ha ocurrido alguna respuesta institucional…
 
Y ahora sigo con mi breve comentario, pues falta aún algo que decir de la primera lista de discípulos de Jesús, Mc 3,14-19.  El breve texto al que me refiero es el siguiente:
 
….llamó Jesús…  17 a Jacobo el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Jacobo, los apodó también Boanergés, que significa «tronantes; 18 a Andrés, Felipe,
 
tronantes: o «atronadores». Literalmente, «hijos del trueno» con el significado de «carácter violento» o «tempestuoso». «Hijos de» es la manera semítica de expresar un adjetivo del que carece la lengua (por ejemplo, «satánico» = «hijo de Satanás»). Sin embargo, no resulta clara la etimología de la segunda parte de Boanergés = bene («hijos de») rgš («el ruido» o «el trueno»); o bien bene regez, «hijos de la ira».
 
 
Sobre Jacobo /Santiago:
 
 
Creo que el mejor comentario es realzar su pertenencia al grupo íntimo de Jesús. La muestra (Mc 5,37, “La hija de Jairo”: “Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago”.
 
 
Como Santiago aparece normalmente en los Evangelios junto a su hermano Juan, y casi siempre se le nombra el primero (al contrario en Lc 8,51 y 9,28; igualmente en Hechos 1,13), la tradición le atribuye la primogenitura. En Hechos de apóstoles hasta el capítulo 12  la figura de Santiago es borrosa y anodina o ausente, y Juan le supera en presencia junto a Pedro.
 
 
Hay un par de episodios que definen su carácter, aparte del denominativo inventado por Jesús. El primero es su pretensión (según Mt 20,20 es su madre la causante de todo) de ocupar los primeros puestos en el futuro reino de Dios:
 
 
“Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos.» 36 El les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?» 37 Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» 38 Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?» 39 Ellos le dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con el que yo voy a ser bautizado; 40 pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.» 41 Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan”.
 
 
El texto indica que los discípulos están convencidos de  que el reino de Dios,
 
 
· Aún no había venido. El reino de Dios no está presente simplemente con la aparición de Jesús en la tierra
 
 
· Hay premios para los que sean fieles a Jesús. Y esos premios son materiales. El reino de Dios se instaurará en la tierra de Israel. No es un Reino ultramundano.
 
 
· Los que proclaman la venida del Reino corren peligros graves de perder la vida
 
 
· Jesús no mandará absolutamente en ese Reino, sino Dios.
 
 
· Hay una suerte de predeterminación divina. Dios sabe de antemano el comportamiento de sus fieles y ya les ha preparado el premio.
 
 
Y significativa también es la participación de Santiago / Jacobo en el conocido episodio de la repulsa de los habitantes de un pueblecito samaritano cuando Jesús y sus discípulos, de camino a Jerusalén intentan acortar camino y pasan al lado… buscando hospitalidad:
 
 
“Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén,  52 y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada;  53 pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén.  54 Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?»  55 Pero volviéndose, les reprendió;  56 y se fueron a otro pueblo”.
 
 
Comentario brevísimo (simples deducciones a partir de este texto):
 
 
· Jesús (a pesar de lo afirmado en Mt 10,5-6: muy dudoso, aunque auizás con un findo histórico) no puede ser enemigo de los samaritanos si de verdad participaban intensamente de la teología de la restauración de Israel, que ya henos comentado: Samaría es Israel. Casi diez tribus pertenecían a ese territorio, junto con Galilea… Jesús –muy probablemente– no podía rechazar a los samaritanos de su proclama del Reino (Parábola del buen Samaritano: Lc 10,30-36; testimonio del Evangelio de Juan sobre la estancia de Jesús en Samaria, capítulo 4; diversos comentarios de Hechos de apóstoles sobre el éxito del seguimiento de Jesús en –Samaría tras su muerte (Hch 1,8; 8,1.5.9.14; 9,31; 15,3), pasajes absolutamente imposibles de explicar si Jesús hubiese prohibido el contacto con los samaritanos
 
 
· Terrible carácter el de Santiago. Y era, sin embargo, amigo íntimo de Jesús.
 
 
· Los discípulos estaban persuadidos de poder pedir a Jesús un castigo ejemplar para los que no cumplían con las sagradas reglas de la hospitalidad en el mundo antiguo, como ya hemos comentado. Hay aquí signos inequívocos de un no rechazo a la violencia, como hemos comentado largamente en la serie sobre “Jesús sedicioso” a los ojos de los romanos.
 
 
· Los discípulos estaban convencidos del poder de Jesús sobre el ámbito celeste.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
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Viernes, 18 de Agosto 2017
“Los amigos de Jesús. Pedro, ‘El Roca’, y su dudosa primacía”. Los discípulos de Jesús (VIII) (894)
Escribe Antonio Piñero
 
Falta por comentar, de la primera lista de discípulos de Jesús, Mc 3,14-19, el breve texto siguiente:
 
….sobrenombre de Pedro, 17 a Jacobo el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Jacobo, los apodó también Boanergés, que significa «tronantes; 18 a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo el de Alfeo, y Tadeo, Simón el cananeo 19 y a Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Comienzo por las tres primeras palabras de este texto, que da para bastante comentario.
 
“Pedro”: el vocablo griego es pétros, y no significa propiamente “piedra”, sino “roca”. Por tanto, Jesús le llamaba “El Roca”. Teniendo en cuenta los datos de la primacía de Pedro en Mt 16,16… “Y sobre esta roca fundaré mi Iglesia”… es clarísimo que la primacía de Pedro hubo de estar muy bien fundada en la Iglesia primitiva y por tanto en el Nuevo Testamento, nuestra única fuente para los inicios.
 
Pero esta idea no parece estar del todo bien fundada.
 
Así, no puede explicarse lo que ocurre con él en Hechos 12,16-17: Pedro es apresado por Herodes Agripa I y después de ejecutar a Santiago / Jacobo se dispone  a hacer lo mismo con Pedro. Pero interviene el cielo y Pedro es liberado milagrosamente. Corre hacia la casa donde están reunidos los “hermanos” en la fe y le abren la puerta:
 
“Al abrirle, lo vieron, y quedaron atónitos. Él les hizo señas con la mano para que callasen y les contó cómo el Señor le había sacado de la prisión. Y añadió: «Comunicad esto a Santiago y a los hermanos.» Salió y marchó a otro lugar”.
 
 
¿A dónde? No se sabe. ¿Dónde está aquí la primacía de Pedro?
 
 
No se explica bien que aquí se acabe casi toda la historia de Pedro en los Hechos de Apóstoles (escribo “de apóstoles” y no “Dios los apóstoles”, porque –aunque el título, tardío, de esta obra en la mayoría de los manuscritos lleva el artículo– los mejores de ellos y más antiguos, como el Vaticano y el Sinaítico, del siglo IV, no lo llevan. La autoridad de estos manuscritos es tan grande, y –en segundo lugar– se debe preferir la lectura más breve y difícil, ya que es mucho más fácil que los copistas hayan pasado de “Hechos de apóstoles” a “Hechos de los apóstoles” que al revés…, que la edición crítica del Nuevo Testamento (Nestle-Aland 28) así lo titula (y así lo aceptamos en la futura edición anotada del Nuevo Testamento que estamos preparando).
 
 
Sorprendentemente, Pedro vuelve a aparecer en el denominado “concilio o reunión de los apóstoles” que nos cuentan Hechos 15 y Gálatas 2,1-10, con también sorprendentes variantes. Allí, en esa reunión, se discutió si tenía o no razón Pablo en predicar la buena nueva de que Jesús era el mesías también de los paganos. La buena nueva era que Jesús era el mesías no solo de los judíos, sino del mundo entero… Y también se trató en Jerusalén sobre las consecuencias respecto a la observancia, o no, de la ley completa de Moisés por parte de unos paganos que creían en el Mesías. Téngase en cuenta  que en principio los judíos creían que el Mesías era para ellos solos…, pues naturalmente implantaría la supremacía de Israel  sobre la tierra entera… (el reino de Dios) y después… el paraíso eterno, en el que los judíos ocuparían si no los únicos puestos disponibles, sí los mejores.
 
Pero, según Hechos, en esa reunión trascendental, Pedro dice sorprendentemente lo que sigue:
 
 
“Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: «Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran”….
 
 
Y finalmente se llegó a un acuerdo (que aparece de modo muy diverso en Gálatas y en Hechos, y que explico en mi libro sobre Pablo, “Guía para entender a Pablo”, Trotta, Madrid, 2015).
 
 
Desde luego, la afirmación de Pedro de que él es el que ha recibido el encargo divino de predicar a los gentiles es absolutamente sorprendente… ya que Pablo afirma exactamente lo contrario en Gálatas 2,6-9:
 
 
“Y de parte de los que eran tenidos por notables - ¡qué me importa lo que fuesen!: en Dios no hay acepción de personas - en todo caso, los notables nada nuevo me impusieron.  Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, – pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles– y  reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos».
 
Insisto: ¡es exactamente lo contrario!
 
 
Además la pretensión de Pedro en los Hechos de haber sido él “el inventor” de la predicación sobre Jesús a los paganos se basa en las historias, muy legendarias de Hechos 10 y 11… donde nada menos que a un judío convencido como Pedro y observante de la ley de Moisés (prueba: “Y dijo Pedro: «Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre” (Hch 10,28), se le muestra una visión celeste, en la cual se le ordena taxativamente contravenir todos los preceptos sobre los alimentos de esa misma ley mosaica, otorgada por Dios mismo en el Sinaí:
 
 
“Sintió hambre Pedro y quiso comer. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis, 1 y vio los cielos abiertos y que bajaba hacia la tierra una cosa así como un gran lienzo, atado por las cuatro puntas. 2 Dentro de él había toda suerte de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. 3 Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, sacrifica y come.» 4 Pedro contestó: «De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro.» 5 La voz le dijo por segunda vez: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano.» 6 Esto se repitió tres veces, e inmediatamente la cosa aquella fue elevada hacia el cielo”.
 
 
Pues bien, este mismo “inventor” por orden divina de la misión a los paganos tuvo un enorme altercado con Pablo porque a instancias de la gente de Santiago, el hermano del Señor, ni siquiera se atrevía a participar de una mesa común con ex paganos que se habían convertido ya a la fe en Lucas como mesías. Pablo lo cuenta así:
 
 
“11 Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. 12 Pues antes que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. 13 Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. 14 Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?» (Gálatas 2,11-14).
 
 
La pregunta obvia es: ¿Cómo es posible que el paladín de la predicación de Jesús a los paganos, no quiera ni sentarse a la mesa a los paganos convertidos a la e en Jesús como mesías?
 
 
Y ahora seré breve: las conclusiones, que pueden obtenerse  de todos estos textos que presentan afirmaciones y situaciones totalmente contradictorias entre sí, podrían ser las siguientes:
 
1. Es muy dudosa la primacía de Pedro. Se fundamenta ciertamente en Mateo 16 y Juan 21… pero…
 
 
2. Es totalmente seguro que la comunidad judeocristiana mesiánica de Jerusalén tuvo como jefe a Santiago / Jacobo, hermano del Señor (que no era de los Doce) y no a Pedro. La razón: porque era una comunidad apocalíptica judía, orientada a la parusía inmediata de Jesús, en donde primaba la tradición judía: los jefes de tales grupos, una vez  que fallece el fundador (en este caso Jesús) pasa a la familia de este. El ejemplo de los Macabeos es sintomático y clarísimo. Muerto Judas (166-161 a. C.), lo sustituye su hermano Jonatán (161-143 a. C.) y muerto éste su hermano menor, Simón (143-135), el último de los cinco hijos supervivientes de Matatías. Pedro, por tanto, fue relegado en la primacía de los “apóstoles” por Jacobo /Santiago probablemente porque era el hermano del Señor.
 
 
3. Es prácticamente seguro que los relatos de Hch 10-11 son altamente legendarios. Están inventados o recogidos por “Lucas” (ni siquiera es seguro de que la tradición sobre este como autor de Hechos sea correcta; hay muchos estudiosos que albergan dudas serias). El “inventor” de la misión sobre Jesús a los paganos fue Pablo y por encargo divino, como proclama en Gálatas 1-2.
 
 
4. No hay el menor rastro de una primacía de Pedro en el Nuevo Testamento (salvo, como he dicho, en la comunidad que está detrás del Evangelio de Mateo, probablemente de Siria, enfrentada a la de Jerusalén y en Evangelio de Juan, Apéndice tardío, capítulo 21; los dos textos son muy dudosos desde el punto de vista de la historia), puesto que las dos cartas que se atribuyen 1 2 Pedro en el Nuevo Testamento han sido compuestas por seguidores de Pablo (tienen una teología paulina) y no de Pedro.
 
 
5. Es altamente probable que el autor de Hechos fuera un hombre que –al procurar difundir su idea de que los seguidores de Jesús formaban una piña unida y de que no había divisiones entre ninguno de los cabecillas importantes del movimiento de Jesús– recogiera –o inventara– las narraciones en las que Pedro, y no Pablo, es el llamado primero por Dios para misionar a los gentiles; luego haga hablar a Pedro como Pablo en los Hechos y a Pablo como Pedro, por ejemplo,  en el discurso e Antioquía de Pisidia en Hch 13.
 
 
6. A la vez no cabe duda tampoco que hubo una suerte de primacía de Pedro. Yo la explico como un intento positivo de los paulinos para no desligarse de la comunidad de Jesús (Gálatas 2 y la colecta pro Jerusalén en 1 Corintios 8 y 9)  y de que los paulinos tomaron a Pedro como nexo de unión entre paulinistas y judeocristianos, como puede deducirse de la tradiciones evangélicas, incluso en Marcos, que dibuja a un Pedro poco agraciado, que cuenta muchas anécdotas de Pedro, y no de los demás apóstoles, y del capítulo 21 del Evangelio de Juan, muy legendario, donde se confirma la primacía de Pedro.
 
 
7. En conjunto, todo es muy confuso respecto a Pedro en el Nuevo Testamento cuando se examinan los textos con cuidado. En síntesis, la primacía del “Roca”, Pedro y su función en la Iglesia primitiva, al menos tal como lo transmite nuestra única fuente, el Nuevo Testamento no está nada clara.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com 
Miércoles, 16 de Agosto 2017
“Seguimos comentando la primera lista de discípulos, la del Evangelio de Marcos. Reino de Dios y el fuego del infierno”. Los discípulos de Jesús (VII) (893)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Lo que nos queda por comentar brevemente del pasaje del Evangelio de Marcos que iniciamos el día anterior es el siguiente (Mc 3,14-19):
 
… Para enviarlos a predicar (15 con autoridad para expulsar a los demonios; 16 y constituyó a los Doce): a Simón le dio el sobrenombre de Pedro, 17 a Jacobo el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Jacobo, los apodó también Boanergés, que significa «tronantes; 18 a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo el de Alfeo, y Tadeo, Simón el cananeo 19 y a Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
 
“Para enviarlos a predicar”: el griego dice literalmente “proclamar” (kerýssein) como lo hace un heraldo (que se dice kéryx). El uso de este vocablo nos hace preguntarnos a “predicar / proclamar” qué cosa. En principio no lo sabemos. Entonces es preciso buscar alguna luz en los pasajes paralelos, que son Mt 10,1 y Lc 6,12. Pero en estos paralelos no encontramos nada explícito. Sin embargo, no estamos absolutamente a ciegas si buscamos otros paralelos evangélicos. Y hallamos los siguientes:
 
El primero es Evangelio de Marcos 6,6-7: “Y (Jesús) recorría los pueblos del contorno enseñando. Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”
 
Mc 6,30: “Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado”.
 
 
En el paralelo de Lc 6,13 no encontramos nada explícito. Pero sí en Lc 9,1-2, que habla del envío de los apóstoles que había elegido: “Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades;  y los envió a proclamar el eino de Dios y a curar”.
 
 
 
El Evangelio (declarado apócrifo) de los ebionitas (que podemos considerar una fracción judeocristiana que seguía quizás las huellas de la comunidad judeocristiana de Jerusalén bajo la égida de Santiago, el “hermano del Señor” (Gal 1,19) y que probablemente también seguían el espíritu del Jesús histórico como estrictamente judío, mesías y maestro de la Ley) se lee:
 
 
(Habla Jesús: “Pasando junto a la orilla del lago Tiberíades, elegí a Juan y a Santiago, hijos de Zebedeo, a Simón y a Andrés, a Tadeo, a Simón el Celota y a Judas el Iscariote. Y a ti también, Mateo, que estabas sentado en la oficina de los tributos, te llamé y tú me seguiste. Quiero, pues, que vosotros seáis doce apóstoles para testimonio de Israel” (citado por Epifanio de Salamis, Contra las herejías 30, 13; PG 41, 428C-Pablo; lo he tomado de la obra colectiva “Todos los Evangelios”, EDAF, p. 623).
 
 
De estos paralelos deducimos que los apóstoles –enviados por Jesús en nombre suyo a las villas y ciudades pequeñas (no consta que fueran a las grandes) a donde él creía que no podía llegar ya que pensaba que el reino de Dios vendía de inmediato–, proclamaban / enseñaban / para testimonio de Israel.  Probablemente esta predicación es la misma que enseñaba/proclama Jesús al principio de su ministerio público y que Mc 1,14-15 resume así:
 
“Después que Juan (Bautista) fuera entregado (y asesinado), marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva»”.
 
 
Esta proclama era la misma que la de Juan Bautista en sus líneas esenciales, tal como testimonia Mt 3,2: “«Convertíos porque ha llegado el reino de los cielos».
 
 
Es posible, pues, que al principio de su ministerio tanto Jesús como sus discípulos continuaran el mensaje esencial de Juan Bautista. Más tarde, sin duda, el grupo nuevo de Jesús (desgajado del de Juan Bautista, y con seguidores de este) tendría que predicar algo más y nuevo, porque de lo contrario no e explica que Jesús fundar su propio grupo.
 
 
La frase para testimonio de Israel del Evangelio de los ebionitas no significa otra cosa que al proclamar esta doctrina exigían la conversión de los israelitas que temían a Yahvé, so pena de ser condenados al fuego eterno si no la escuchaban. Tanto Mt 3,10 y Lc 3,9 testimonian que esto era así. Transcribo el texto de Mateo que considero anterior al de Lucas:
 
 
 
“Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”.
 
 
En síntesis, y si no me equivoco, la predicación primitiva de Jesús y de sus discípulos era muy parecida, o igual en lo sustancial a la del Bautista, y no era de ningún modo una proclamación / predicación de paz, amor y de solo perdón por parte de Dios, sino una predicación que contenía gran parte de amenazas ( = el fuego, se sobrentiende eterno), si no había una respuesta de arrepentimiento por parte de los israelitas. No se hace mención alguna de los paganos.
 
 
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com 
Lunes, 14 de Agosto 2017
“Explicación de la primera lista de discípulos, la del Evangelio de Marcos”. Los discípulos de Jesús (VI) (892)

Escribe Antonio Piñero
 
Seguimos con nuestro tema, la historicidad del conjunto denominado “Discípulos de Jesús” y nos preguntamos qué sabemos –como históricamente probable– de cada uno de esos discípulos. Ahora vamos a considerar cada una de las listas que proporcionan los diversos evangelistas y haremos un breve comentario al texto. Tenemos que tener en la mente, y si es posible ante los ojos,  la sinopsis de los nombres de los discípulos que ofrecimos en la postal del día anterior de modo que de una ojeada podemos comparar la lista de un evangelista con la de los otros.
 
La primera lista cronológicamente hablando es la del Evangelio de Marcos 3,13-19. El texto es el siguiente:
 
“Subió a la montaña, llamó junto a sí a quienes quiso y vinieron a él. 14 Y constituyó a doce a los que denominó apóstoles para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar 15 con autoridad para expulsar a los demonios; 16 y constituyó a los Doce : a Simón le dio el sobrenombre de Pedro, 17 a Jacobo el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Jacobo, los apodó también Boanergés, que significa «tronantes; 18 a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo el de Alfeo, y Tadeo, Simón el cananeo 19 y a Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
 
 
Debo insistir en que muy probablemente la intención de Marcos es la de fundamentar sólidamente la institución como acto realizado por el Maestro mismo, Jesús. Pero luego se ve a lo largo del Evangelio que no hay tradición sólida sobre estos discípulos, salvo Pedro y alguno más. Apenas sabemos algo… y de algunos, nada.
 
“Subió a la montaña”: obsérvese que el marco o encuadre del pasaje es impreciso; la tradición no sabe nada exacto del momento de la “elección”. Este encuadre procede, pues, probablemente de la mano de Marcos mismo que recogió una mera lista. Él proporciona el encuadre a su buen leal saber y entender.
 
Escoge la “montaña” como escenario probablemente porque en la tradición judía tanto la “montaña” (desde la teofanía del Sinaí), como el “desierto” (ejemplo claro Juan Bautista, y los esenios que se retiraban al desierto) son los lugares preferidos para el encuentro con Dios. Tengamos en cuenta que el “desierto” no podemos imaginarlo como el Sáhara, un conjunto de arena seca, sino como un lugar deshabitado, aunque tenga pasto para los animales más o menos salvajes. El entorno de las multitudes no sirve como lugar de encuentro con la divinidad, sino como espacio donde el profeta o el maestro explica al pueblo la palabra de Yahvé.
 
“Llamó junto a sí”: Jesús actúa al revés que los rabinos o maestros de la Ley usuales en el Israel de la época: solían ser los discípulos los que se acercaban al maestro y pedían permiso para “escucharlo” (recibir doctrina). Jesús, por el contrario “llama”. Con ello indica el evangelista que Dios –a través del Mesías– es el que elige para la misión.
 
“A quien quiso”: las frases de este encuadre siguen siendo redaccionales, es decir, propias de Marcos. No pertenecen a la tradición más antigua de Jesús, sino a la interpretación de la tercera generación cristiana sobre él. “A quien quiso” indica obviamente la omnímoda libertad de Yahvé, cuyo representante es Jesús.
 
“Y constituyó a los Doce”: esta la frase a la que me refería antes cuando afirmaba que la tradición sostiene que el grupo de discípulo no es una formación espontánea, sino surgida de ellos mismo, sino voluntad positiva del Mesías, y que los constituye como grupo. Es curioso que el vocablo griego que he traducido como “constituyó” es epóiesen, es decir, literalmente “hizo”. No es extraño que algunos comentaristas vean aquí unaalusión a la creación divina del universo en el libro del Génesis donde también se dice “hizo”. Entonces el evangelista estaría indicando que se trata de algo muy importante. Pero de momento nada dice Marcos de la intención de la formación de este grupo. Lo dirá enseguida con su fundamento incluido
 
“Los Doce”: el número es significativo ya que las tribus de Israel son doce. Sabemos que el grupo directivo del asentamiento esenio de Qumrán estaba formado por doce más tres sacerdotes (1QS 8,1). De ahí inferimos que el número doce debía de ser importante. Si tomamos un texto de Mateo (19,27-28) caemos en la cuenta de que se trata del número de las antiguas tribus de Israel que volverán a ser las mismas en el Israel restaurado por Dios al final de los tiempos, los mesiánicos. En tiempos de Jesús solo había dos tribus; las otras se habían “perdido”, como diré luego. Dice así Mateo:
 
“Entonces Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?». Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”.
 
Explico brevemente este pasaje y lo que de él se deduce, la teología de la “restauración de Israel” que es propia del Jesús histórico y de Pablo de Tarso. A partir de las lecturas de los profetas, los judíos habían ido formándose la noción de que Dios habría de congregar en la tierra prometida a todas las tribus israelitas, incluidas las perdidas después de la conquista de Samaria –Reino del norte– por las tropas de Salmanasar en el 721 a.C. (nueve tribus y media fueron deportadas por los asirios y su pista se perdió). Pero al final de su tiempo, Dios las hará reaparecer y hará también que sean felices tras su retorno a Israel. Cuando Dios quiera, se establecerá su reino de Dios sobre la tierra.
 
En ese momento del final de los tiempos, Israel reinará sobre todos los pueblos gracias al apoyo del brazo de Yahvé (es decir, los ángeles lucharán con las tropas de Israel y dominarán a todas las naciones del mundo. A los gentiles –los paganos– no les quedará más opción que convertirse a Yahvé o ser aniquilados; en todo caso, podrán mantenerse apartados, a distancia de los elegidos, mostrando hacia Israel deferencia y máximo respeto; tenemos imaginarnos que la tierra es muy pequeña y plana). En ese reino divino, Jesús tendrá un puesto preferente como virrey de Yahvé, y sus discípulos ocuparán los tronos de juez de cada tribu.
 
“Apóstoles”: o “enviados”. En el mundo de Israel y en general en el Oriente Próximo el enviado de una persona importante es como si fuera la persona del enviante. Todo halago, deferencia, honra hecha al enviado es como si se hiciera al enviador. Esta idea tenía su sentido, porque era una manera de dar importancia a los subordinados. Y naturalmente, a la inversa…, toda injuria… etc.
 
 
Así, por ejemplo, un sátrapa, en el imperio persa representaba la dignidad del rey. En el mundo judío concreto, los enviados del sumo sacerdote a las distintas comunidades del país y de la Diáspora tenían el valor de este sumo sacerdote. Por ejemplo, para anunciar el inicio de cada mes (que era lunar; si había nubes o llovía, mucha gente no sabía cuándo empezaba el mes; lo cual tenía su importancia para la observancia de las fiestas). Igualmente los enviados hacían de heraldos para anunciar los decretos del Gran Sanedrín de Jerusalén que afectaban a todas las poblaciones judías. Desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta la misión de los discípulos (Mc 6,6-13; Lc 9,1-6; Mt 9,35; 10,1-7.11-14 + Lc 10,1-12), se comprende la trascendencia que para el pequeño grupo de Jesús significaba la institución de los “enviados”, en griego “apóstoles”.
 
“Estar con él”: este breve expresión tiene una enorme importancia teológica en el Evangelio de Marcos, el cual pinta continuamente a los discípulos “estando con”  Jesús, o éste con ellos (1, 29; 2, 19; 3, 7; 4, 36; 5, 37.40; 6, 50; 8, 10; 9, 8; 11, 11; 14, 7.14.17.18.20.33.67). Hay que comprender en un sentido que dije antes para el conjunto del pasaje: era necesario para el evangelista dar cuerpo a las tradiciones sobre Jesús afirmando continuamente que procedían de testigos oculares. Jesús, además, es dibujado como una personalidad con magnetismo personal enorme, y los discípulos –que la mayoría de las veces no entendían nada, según dicen, aunque inverosímilmente, los evangelios mismos (por ejemplo, Lc 18,34 y Jn 10,6)– iban aprendiendo de Jesús y aunque no comprendieran, serán los que habrían de transmitir… porque ¡tras su resurrección, sí comprendieron!
 
“Autoridad para expulsar los demonios”: es muy difícil de entender hoy que alguien pueda transmitir realmente esa autoridad. Sin embargo, así es incluso en la iglesia actual, que delega la potestad de gobernar sobre las “puertas del infierno” (Mt 1,16) en algunos sacerdotes que tienen poderes para expulsar a los demonios (hay muchos exorcistas oficiales en la iglesia católica). Por tanto, esta entrega de poderes por parte de Jesús es perfectamente plausible y posible y encuadrable en una  sociedad en la que se creía que la enfermedad estaba causada casi siempre por poderes demoníacos. En Mateo se halla la siguiente expansión de la rase de Marcos que comentamos: “Les otorgó poder para expulsar a los espíritus impuros y para curar las enfermedades y las dolencias” (Mt 10,1).
 
Así pues, –como sostiene Joel Marcus en su estupendo Comentario (Sígueme) al pasaje, “los Doce no sólo son llamados para realizar actos de predicación y exorcismos, sino que tales actos brotan de un cometido previo: Jesús los llama para «estar con él». Esta tensión entre “estar con Jesús” y ser enviado se resuelve del modo más simple interpretando 3,14 y 3,15 en sentido sucesivo: «ahora» los discípulos están con Jesús; pero «más tarde» serán enviados para predicar y realizar exorcismos”.
 
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.ciudadanojesus.com 
Sábado, 12 de Agosto 2017
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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