CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

“El cristianismo en sus comienzos. Comenzando desde Jerusalén”.


¿Quién escribió los Hechos de apóstoles?  (29-04-2019 (1061)
Escribe Antonio Piñero
 
 
 
Como he indicado ya –y tomando pie del final de la publicación en español de la última e ingente obra de James D. G. Dunn, “El cristianismo en sus comienzos”, publicada por Verbo Divino– hago hoy un breve comentario al vol. II (tomo I) de la obra, que se ocupa de la primera comunidad, judeocristiana, de Jerusalén y de los temas preliminares del tratamiento de Pablo de Tarso como apóstol de los gentiles, quien de algún modo se contrapuso a los intereses espontáneos de esa comunidad primitiva. El tratamiento de las cartas y teología de Pablo viene en el tomo II, que comentaré otro día.
 
 
En líneas generales debo decir que estoy de acuerdo con la descripción de Dunn de la comunidad primitiva, ya que está muy contrastada con la lectura de una enorme masa de bibliografía, aunque confesional casi al cien por cien, al respecto. El autor se enfrenta, pues, a perspectivas muy diversas incluso en aspectos importantes dentro de una perspectiva creyente.
 
 
Respecto a la cuestión fuentes: aparte de Pablo, el documento básico es “Hechos de apóstoles” (una breve observación: no escribo “de los apóstoles”, sino “de apóstoles”, de acuerdo con el título dado por la mayoría de los manuscritos importantes de esta obra. Ya sé que va en contra de la tradición española, pero es esta la que se ha desviado del título dado por los antiguos manuscritos). Respecto al autor, afirma Dunn que “los datos que contienen Hechos no permiten hacerse un juicio sólido al respecto”, ya ni el Evangelio de Lucas ni Hechos nada dicen respecto a su autoría. Sin embargo, está de acuerdo Dunn en que el autor de Hch fue el mismo autor (el denominado Lucas) que el del Evangelio, y que la tradición desde el siglo II de la doble autoría es acertada.
 
 
Diría, sin embargo, que albergo bastantes dudas al respecto. En la edición futura (sept. 2019) del Nuevo Testamento histórico crítico (Trotta) sostengo ya con claridad que debemos formular una nueva propuesta. Desde hace una década aproximadamente, nuevas investigaciones han planteado la cuestión de la autoría de Hechos por medio de un renovado y minuciosísimo estudio de las características morfológicas, sintácticas, de estilo, etc., ayudado por métodos estadísticos elaborados por potentes ordenadores. Con ello no se ha anulado en modo alguno el trabajo de los siglos XIX y XX de análisis y estadísticas de palabras, de formas morfológicas o sintácticas, del uso de preposiciones, etc. (igualmente minucioso, pero manual), sino que se ha complementado por medio de análisis electrónicos de otras características “íntimas”, inconscientes o semiconscientes del autor, propias del estilo de cada individuo, características que son muy iluminadoras para dilucidar el problema de la autoría de Hechos.
 
 
En concreto en el caso de Lucas /Hechos se ha analizado la presencia o no del hiato; de las disonancias (un caso: la presencia cercana de los fonemas /n/ al final de una palabra que va seguido por el fonema /k/ al principio de otra); de la eufonía, del ritmo de la prosa; de los patrones de composición de expresiones, de las palabras con cierto número de sílabas; de los elementos finales –sintácticos, morfológicos, de vocabulario– que cierran las frases, del uso o no de la parataxis, de las partículas, de las sílabas largas o breves, de palabras que comienzan con ciertas consonantes, de palabras cuyo empleo es frecuente, o bien que el autor evita cuidadosamente; de las uniones entre unos relatos y otros, de los sumarios, etcétera. Y todo ello en pasajes que pueden considerarse con seguridad como redaccionales, es decir, salidos de la pluma del autor y no de la transcripción de posibles fuentes.
 
 
Argumento además en esa “Introducción” que se insiste tanto en las similitudes entre el Evangelio de Lucas y Hechos que tal actitud impide ver las grandes divergencias entre ambas obras. Primero en vocabulario, sintaxis y estilo:
 
 
A. Palabras y frases características de Lucas que en el Evangelio aparecen tres veces más que en Hechos.
 
B. Palabras y frases que nunca ocurren en Lucas y que aparecen cinco o más veces en Hechos.
 
C. Palabras y frases muy raras en Lucas, pero que aparecen tres o más veces en Hechos.
 
D. Palabras y frases que ocurren siete o más veces en Lucas, pero jamás en Hechos.
 
E. Palabras y frases que en Lucas aparecen veinte o más veces que en Hechos.
 
 
Luego menciono –en la susodicha “Introducción”– las divergencias entre Lucas y Hechos en materia de pensamiento teológico: en cristología, antropología, soteriología y eclesiología. Por ejemplo, y para abreviar aquí, la historia de la salvación es muy diferente en esas dos obras: en el Tercer evangelio la salvación se efectúa ya en el presente de la vida de Jesús; en Hechos se trata de una salvación en el futuro; el universalismo paulino, con la incorporación de los gentiles a la fe en Jesús como mesías, apenas está esbozado en el Evangelio, pero queda muy claro en Hechos.
 
 
Insisto también en la notabilísima divergencia –diría contradicción– entre los relatos de la ascensión y las apariciones pascuales del Jesús del capítulo 24 de Lucas en contraste con el inicio de los Hechos. El Jesús resucitado del Evangelio está en la tierra unas veinticuatro intensas horas, mientras que en Hechos 1,3 se afirma que Jesús estuvo cuarenta días enseñando a sus seguidores lo referente al reino de Dios. La subsecuente ascensión en el Evangelio ocurre en ese mismo día tras una cena con los discípulos, cerca de Betania (24,43), mientras que en Hechos tiene lugar en el monte de los Olivos (Hch 1,12).
 
 
Igualmente es observable, argumento, que los intereses íntimos del autor respecto a los grupos sociales en su presentación de los héroes respectivos –Jesús / Pedro, y Pablo sobre todo– son muy distintos. El Jesús del evangelio lucano aparece casi siempre al lado de los pobres, las mujeres, viudas, y otros oprimidos de la sociedad, mientras que en Hechos ocurre lo contrario: los héroes de la narración se codean casi siempre con gente importante. Así, Pedro trata con el centurión de Jope (10); Felipe, el diácono (Hch 6), con el alto funcionario de la reina etíope, Candace: (8,27) y Pablo, en especial, con gente noble y adinerada como Sergio Paulo (13,7), la rica comerciante de púrpura (16,14), los importantes «asiarcas» que son sus amigos (19,31).
 
 
Por último, señalo que la historia y vicisitudes de la admisión dentro del canon del Nuevo Testamento de las dos obras, Evangelio de Lucas y Hechos, ha sido muy distinta: cada una fue admitida en el canon por su lado, primero Lucas y, más tarde, Hechos.
 
 
Todas estas diferencias son minusvaloradas por los estudiosos partidarios de la unidad de autor para Hch y Evangelio de Lucas, entre ellos James D. G. Dunn, que ahora comentamos. Probablemente, pienso, porque se da ya por garantizada tal unidad, lo que cierra los ojos a ver las diferencias. A mí me parece razonable sostener que el monto de las divergencias observables –que es muy importantes– invalida la pretensión de certeza de la unidad de autor de Lucas / Hechos. Por lo menos Dunn debería haber mostrado más dudas.
 
 
En la mencionada “Introducción” voy a proponer la siguiente hipótesis (que nunca es una certeza): El autor de Hechos pudo ser:
 
 
· Un personaje del mismo grupo o «escuela» teológica que el autor final del Evangelio de Lucas; 
 
· Que su propósito fue continuar la obra del Tercer evangelista –un maestro del grupo, sin duda– con una «historia» o, más bien un anecdotario de los personajes más importantes para su comunidad: Felipe, el diácono; Pedro, uno de los doce; y Pablo, apóstol de los gentiles junto con Bernabé;
 
· Que es muy posible que la ciudad donde se compusieron tanto el Evangelio como Hechos fuera Éfeso, donde convivían diversos grupos de judeocristianos y paganocristianos.
 
· Que es mucho más fácil explicar las concomitancias de vocabulario, estilo, patrones teológicos, etc.,  cuando se postula que el segundo autor –el de Hechos– imita conscientemente al primero en estilo y teología, y que es mucho más fácil igualmente explicar las divergencias de vocabulario, sintaxis, estilo y pensamiento teológico, si se sostiene que  ellas pertenecen al estilo personal (la «huella dactilar») del autor de Hechos, decididamente un seguidor de Lucas y de Pablo y que participa de la teología de ambos, según la hipótesis.
 
· Que precisamente para lograr la unión y visión irenista y pacífica de los orígenes del movimiento cristiano, el autor de Hechos –que concuerda con el del tercer Evangelio– oculta conscientemente las aristas del pensamiento de Pablo que se muestran ante todo en las cartas, cuyo pensamiento subyacente se transparenta a menudo en su obra.
 
· Que no es improbable que este desconocimiento de las cartas de Pablo por parte del autor sea –como tantos otros– un artificio literario en pro de la unidad de la Iglesia, que es su lema.
 
 
Seguiremos en la próxima entrega con algún comentario más
 
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
DOS NOTAS O AVISOS DE ENLACES:
 
 
1.  Charla que compartida con Joaquín Riera Ginestar sobre “La Epístola de Santiago”  (“El Jesús Histórico y su vínculo con la carta de Santiago”.) en el programa de radio “Luces en la oscuridad”, desde Barcelona:
 
https://www.ivoox.com/jesus-historico-su-vinculo-la-audios-mp3_rf_35035457_1.html
 
 
2. “Entre dos tiempos. La pasión de Jesús y los orígenes del cristianismo”
 
Https://www.ivoox.com/09-entre-dos-tiempos-la-pasion-y-audios-mp3_rf_34831734_1.html  
 
Enlace al blog: 
 
https://entredostiempos.wordpress.com/2019/04/23/radio-09-entre-dos-tiempos-la-pasion-y-expansion-del-cristianismo-con-antonio-pinero/
 
 
 
Lunes, 29 de Abril 2019
“Jesús Recordado”. Las tesis de James D. G. Dunn (25-04-2019) (1060)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Prometí en la postal del día anterior que dedicaría unas postales más a ponderar la notable obra de este erudito británico, que –creo; corríjanme si me equivoco– es metodista: una posición ideológica que dentro del denominado “protestantismo” tiene muchas concomitancias con las posturas católicas. El vol. Apareció en inglés en 2003 y en español en el 2009, en Verbo Divino. Tiene casi 1.100 pp., y pienso que es suficientemente conocido. Me centraré en algunos puntos que suscitan mi interés.
 
 
Me fijo hoy en el prólogo, interesantísimo para percibir la orientación casi completa de la obra, ya que habla ya de dos volúmenes (el segundo, de hecho fue dividido en dos tomos) que se ocupan del fundamento del cristianismo, Jesús, y de la principal base teológica –a la postre la única triunfadora– de su comprensión, Pablo de Tarso.  El planteamiento básico de la obra fue pergeñar una ayuda lo más completa posible para entender los escritos del Nuevo Testamento en su contexto histórico. Este propósito me parece estupendo, puesto que se deslinda claramente lo que es la tarea del historiador de la del teólogo. Las dos son necesarias en la comprensión de un corpus religioso como es el Nuevo Testamento. Pero es básico que se diga claramente que la teología puede tomar el inicio de sus vuelos ideológicos en hechos históricos, pero no es historia (investigación y exposición de hechos, su contexto, su comprensión), sino un pensamiento humano, por tanto siempre discutible. La pregunta clave es`: ¿Corresponde el pensamiento teológico a una base histórica sólida, o se fundamenta en un mero acto de fe, independiente de los hechos históricos o incluso contraria en sus postulados a tales hechos?
 
 
Mi primera disensión se refiere a la importancia Dios Pablo de Tarso. Según Dunn, solo “probablemente” es el primero y más influyente de todos los teólogos cristianos en virtud de la inclusión de sus cartas en el canon” (p. 22). En mi opinión creo que es al revés: La importancia de Pablo como formador dela teología cristina no se debió a tal inclusión, sino a la inversa: el canon fue producido por los discípulos de Pablo a partir de la base de sus enseñanzas plasmadas en cartas, que se difundieron rápidamente entre las comunidades cristianas más numerosas de las ciudades más importantes del Imperio oriental: (Roma), Antioquía, Éfeso, Alejandría, Corinto y otras. En realidad, la confesión paulina de Jesús va expulsando lentamente, en un par de siglos, a las interpretaciones del Maestro que no se acomodaban al sentido paulino de los dos “eventos” principales de la vida de Jesús, su muerte y su resurrección.
 
 
Dejando, pues, a Pablo para un segundo volumen, Dunn centra su atención en Jesús, y su deseo fue dirigir la mente de los lectores hacia los “datos fundamentales, casi siempre de carácter textual, que es preciso tener en cuenta al juzgar si una tradición puede remontarse a Jesús”. Por ello, afirma Dunn, no duda en plantear preguntas históricas relativas al origen de esas tradiciones obre Jesús. Y es entonces cuando cita que su deuda principal, es decir, su fuente principal de datos para esta reflexión histórica proceden del estudio de los Sinópticos, guiado por las manos de W. D. Davies–D. Allison en Mateo; por R. Pesch, en Marcos y por Josef Fitzmyer en Lucas.
 
 
Pues bien, creo que conozco la impostación histórica de esos cuatro autores. Son los cuatro totalmente confesionales; los dos últimos son baluartes del catolicismo; quiéranlo o no dependen los cuatro de una ideología definida que no juzgo. Pero: ¿por qué no acudir a historiadores independientes, ajenos a una confesión religiosa, y de probada honestidad intelectual? Por ejemplo, Hyam Maccoby en sus obras básicas, la primera ante todo “Revolution in Judaea”; otros autores que, creo, deberían haber sido consultados son Alfred Loisy; Charles Guignebert; Maurice Goguel, o haber sido mejor atendidos como Paul Winter y Samuel Brandon.
 
 
A propósito de algunos de estos autores, opino también que es sumamente útil atender a los escritos de estudiosos judíos, como D. Flusser, G. Vermes e incluso el sionista Josef Klausner. Y esto por una razón: aunque los estudiosos judíos puedan ser partidistas y haya que analizar sus opiniones críticamente, ayudan muchísimo a ver lo que a priori no pudo ser Jesús. Ciertamente, algún lector dirá que esta idea supone negar a Jesús cualquier originalidad dentro del judaísmo. No es así en mi intención, sino el punto de vista de palparse mucho la ropa cuando se afirma de Jesús algo que es absolutamente inaudito en la literatura judía de la época de Segundo Templo (s.VI a. C. hasta siglo I d. C.). El análisis de los autores más citados por Dunn (hay un índice específico) nos lleva a la conclusión de que el diálogo de Dunn para la composición de su libro sobre “Jesús recordado” es básicamente con autores confesionales, no con independientes.
 
 
 
Un ejemplo lo aclara: Jesús no explicó jamás que era el reino de Dios (sí aclara en las parábolas ciertas circunstancias externas, como su valor, importancia, aparición súbita o lenta, necesidad de vender todo y adquirir esa “perla”, etc.) Pero nunca, jamás, cómo era el reino de Dios y en qué consistía. Insistía en que había que “entrar en él”. Por tanto, inevitablemente, la concepción de Jesús de ese Reino tenía que ser la misma que la de sus oyentes. Pero creo que no existe texto alguno dentro del judaísmo de esa época, que es la de Jesús, en donde se afirme que el reino de Dios ha llegado, sin ningún signo visible de cambio de estructuras terrenales.
 
 
Con oras palabras: no existe en el judaísmo documentación alguna que piense en un reino de Dios puramente interno, espiritual, de mero cambio de valores internos de las personas, que se inicia con la venida de un mesías y que tendrá su consumación y plenitud dentro de muchos, muchísimos años y siglos. Insisto en que no conozco ninguna fuente judía que afirme eso, ni la hay. Es más, creo que tal concepción estaba fuera totalmente de la mentalidad judía de la época. Reitero: no existe pensamiento semejante en el judaísmo. Por tanto, si se sostiene que esa fue la concepción del reino de Dios de Jesús –totalmente nueva y revolucionaria dentro del judaísmo– hay que probarlo concienzudamente. No bastan meros y controvertidos indicios de parábolas, que tienen otras interpretaciones, o las exégesis de algunos dichos altamente aislados y sospechosos en cuanto a su autenticidad, por ejemplo, Lc 17,20. Los autores judíos nos hacen estar en guardia en estos puntos.
 
 
 
Quizás otro día me detenga algo más en el análisis del punto de vista de Dunn acerca de la proclamación nuclear de Jesús: al anuncio de la inminente venida del reino de Dios, no de que ya había llegado.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Jueves, 25 de Abril 2019
“Ni judío ni griego”. Final de la tetralogía “El cristianismo en sus comienzos” (22-4-2019) (1059)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Con la publicación de este volumen, que comentaré brevemente y cuyo título aparece arriba, James D. G. Dunn concluye una obra ciclópea que en conjunto tiene nada menos que 4.527 páginas. El primer tomo “Jesús recordado” trata de la figura y misión de Jesús (Secciones 1-19). El segundo (dividido en dos volúmenes: más de 1400 páginas) se ocupó de los inicios de la historia del cristianismo desde Jesús a Pablo, comenzando por Pentecostés / la comunidad primitiva de Jerusalén hasta la descripción de la confluencia de las figuras de Pablo, Pedro y el autor/autores del Evangelio de Juan (secciones 20-30/31-37) a finales del siglo I. Y el tercer tomo (secciones 38-50) comienza con la historia del surgimiento de la Gran Iglesia, y desarrolla un estudio a fondo de las fuentes disponibles para una consideración global del cristianismo en los siglos I y II. La obra concluye con el estudio crítico de la “Escuela johánica” y la descripción provisional de un cristianismo que se encarrila hacia su configuración definitiva en los siglos III y IV bajo la guía, según Dunn, de Pedro (¿?) y Pablo. Los signos de interrogación se refieren a que la tradición apunta a Pedro como columna de la futura Gran Iglesia, pero eso es más una situación ideal que real. En la existencia real del desarrollo del cristianismo, las ideas propias, teológicas, de un galileo rudo y animoso, judeocristiano puro, tuvieron poco que ver.
 
 
La edición de esta tetralogía imponente es de la editorial Verbo Divino. El último volumen se publicó en inglés en 2015, y ha aparecido en castellano ya bien entrado 2018. ISBN de este último volumen es 978-84-9073-338-7. El ISBN de la obra completa, 978-84-8169-917-3. Quiero destacar aquí la tremenda labor del traductor, Serafín Fernández Martínez, quien (supongo) ha debido entregarse casi en exclusiva a la tarea de hacer accesible la obra a los lectores hispanos. La traducción es muy buena en líneas generales y va mejorando, sin duda, con las sucesivas entregas.
 
 
La disposición de la obra completa hace que en el tomo III (volumen IV) el lector se encuentre en gran parte de las páginas con una aparente repetición del estudio de algunas de las obras ya analizadas en el tomo I (vol. I), a saber y en concreto, los Evangelios, que vuelven a ser objeto de estudio…, pero desde otro ángulo diferente,  no con la vista puesta en deducir de ellos la figura del “Jesús recordado” (el inicio de la obra), sino como escritos en sí mismos que hacen que el Jesús recordado se convierta en el “Evangelio de Jesucristo”, que es la base para el desarrollo del cristianismo, basado en la reconfiguración, o reinterpretación de éste en los Sinópticos y en los Evangelios de Juan y de Tomás gnóstico. Son, pues, perspectivas distintas.
 
 
El tomo III, el aparecido en 2018, concluye, pues, el estudio del cristianismo en sus comienzos. Se inicia el volumen con el análisis de “La tradición de Jesús en el siglo II: PP. Apostólicos y Apologetas, y la descripción, breve, de otras corrientes de tradición: estudio breve de los “ágrafa” (es decir, palabras de Jesús, unas posiblemente auténticas; otras, no que no aparecen en los Evangelios canónicos); de los papiros fragmentarios que recogen textos evangélicos en circulación en el siglo II; de los evangelios judeocristianos (“Hebreos”, “Nazarenos”, Ebionitas”), y sobre todo, de la tradición gnóstica sobre Jesús de los siglos II y III (“Diálogo del Salvador”; “Apócrifo de Santiago”; “Evangelios” de Felipe, de María Magdalena y de la Verdad, más el famoso “Evangelio de Judas” y, el probablemente espurio, “Evangelio secreto de Marcos” (el publicado por Morton Smith hacia 1973), que hemos reseñado varias veces en estas páginas.
 
 
Viene luego –en este mismo último volumen– la exposición de la teología judeocristianismo. En mi opinión la vigencia de esta teología que va contra el núcleo del Nuevo Testamento, la divinización de Jesús, fue más importante en los siglos I y II de lo que cree la normalidad de los cristianos hoy día, ya que supuso un intercambio fluido de creyentes en Jesús como mesías judío, humano, profeta, entre el judaísmo normativo del momento y la Gran Iglesia, paulina.
 
Los temas aquí, en esta última parte, son muy interesantes: la enigmática figura de Santiago; ¿qué ocurrió con la iglesia de Jerusalén? ¿Cómo fue el Santiago gnóstico? ¿Hubo muchos escritos cristianos del siglo II con un carácter netamente judío? ¿Es razonable pensar que en esos primeros siglos hubo realmente un abismo insalvable entre el judaísmo y el cristianismo? ¿O más bien una comunicación fluida? Tensiones, desavenencias, algunos –pocos– reencuentros definen el siglo II.
 
 
Otros temas tratados por Dunn aquí son: la apertura a los gentiles dentro del primitivo judeocristianismo; el influjo en judíos y cristianos de la destrucción del templo de Jerusalén en  el 70 d. C.; el rechazo judeocristiano y paganocristiano a las rebeliones judías posteriores  (114-117, en la Cirenaica-Libia y Egipto; Rebelión de Bar Kojba en 132-135) y la consideración por parte judía de los judeocristianos como “notzrim” (herejes judíos), o “minim” (herejes de origen pagano). Todo este conjunto de hechos lleva a lo que el autor denomina “La separación de los caminos”, de modo que se fue perfilando la idea de que “el principal ‘otro’ para el cristianismo en su primitivo desarrollo es el judaísmo” y al revés, “el principal ‘otro’ para los judíos es el cristianismo primitivo”.
 
 
En esta última sección de este cuarto volumen quiero destacar también los temas principales de las dos últimas grandes secciones de la obra completa: “La influencia continua (y formativa) de Pablo, Pedro y del cristianismo johánico (Evangelio de Juan y Cartas; Apocalipsis, que es obra de un autor muy diferente, pero muy judeocristiano); de las Odas de Salmón y el estudio de los inicios del gnosticismo cristiano.
 
 
Como puede observarse por esta visión panorámica, los temas tratados son, en mi opinión, súper interesantes. La conclusión del autor, James D. G. Dunn, llegado al final de su obra magna, me parece reveladora, y sobre ella hemos de volver a comentarios posteriores. La condición absolutamente judía de Jesús pasa a un segundo plano. Cuando el cristianismo primitivo puso sus ojos en el “Jesús / Cristo” celestial, emerge la gran figura de Pablo en la conformación del cristianismo hasta nuestros días, lo hubieran sentido –o no– claramente los cristianos del siglo II y quienes hoy apoyan el influjo decisivo petrino en este desarrollo. Nunca afirma Dunn que existiera una gran iglesia petrina que fuera exactamente la unificadora y unificante de las diversas ramas judeocristianas y paganocristianas, sino que fue la forma de cristianismo de Ignacio de Antioquía, netamente paulina, la que “se llevó el gato al agua”, aunque otras formas de cristianismo no desaparecieran nunca… incluso hasta hoy.
 
 
Como puede observarse, la obra de Dunn es tan tremenda –como la de J. P. Meier, publicada en la misma Editorial– que ha de ser tenida necesariamente en cuenta por los investigadores del cristianismo primitivo. Agradezco mucho en verdad a Verbo Divino el notabilísimo esfuerzo de ponerla a disposición del público.
 
 
Seguiré comentando en postales posteriores algunos aspectos que me puedan parecer más interesantes de esta obra en su conjunto.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Lunes, 22 de Abril 2019
Diez Textos Gnósticos. Introducción, traducción y comentario (18-04-219) (1058)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Armand Puig i Tàrrech, viejo amigo, y a la vez adversario dialéctico, cortés y educado, en algunos programas de radio y TV de años pasados, ha publicado hace relativamente poco un texto interesante –se trata de un libro muy bueno– para los amantes del cristianismo primitivo, y en especial para aquellos que se sienten atraídos –que no son pocos– por el pensamiento gnóstico y su perduración hasta hoy día. El título del libro es el que encabeza esta postal, al que le he añadido el vocablo “Introducción”, que no está en el subtítulo, pero creo que con justicia debe mencionarse. Lo ha publicado Verbo Divino, de Estella, 2018. Tiene 536 pp. y su ISBN es 978-8-9073-320-2. Precio 75 €.
 
 
De los 50 textos gnósticos distintos a otros fragmentos previamente conocidos, originales, que han aparecido en los 13 códices de Nag Hammadi, el Codex Berolinense Gnóstico 8502 y el Códice Tchacos-Minia, A. Puig traduce y comenta con notas aclaratorias, ocho obras importantes. Son los siguientes: Evangelio de Tomás (gnóstico; no confundir con el Evangelio del “Pseudo Tomás, filósofo israelita”); Evangelio de Felipe; Evangelio de la Verdad; Diálogo del Salvador; Evangelio de María; Primer Apocalipsis de Santiago; Apócrifo y Evangelio de Judas. Y como complemento ofrece al lector el importante documento de Ptolomeo gnóstico, “Carta a Flora” y el famoso “Himno de la Perla” de los Hechos Apócrifos de Tomás.
 
 
La introducción a la gnosis que encabeza el libro me parece estupenda. La he comparado, como es natural, con la que hicimos Josep Montserrat y yo para la edición de los textos de Nag Hammadi, de unas cien páginas, que presentaba introducción a los descubrimientos y a la gnosis en general (poco) y mucho a la de Nag Hammadi en concreto.
 
 
Lo bueno de la “Introducción al gnosticismo” de A. Puig es que antes de abordar las ideas básicas del gnosis, introduce al lector en las fuentes generales para el estudio de la gnosis (judía y cristiana; de los siglos II y III), gnosis que será también base de la Cábala y del misticismo judío y cristiano), y hace además un repaso general por las ideas maestras de los diversos maestros gnósticos, desde Simón Mago y Menandro hasta Valentín. Como tal cosa no la hicimos Montserrat y yo, ya que nos concentramos exclusivamente en Nag Hammadi, la obra de Puig es un buen complemento. A la vez, debo decir que en lo que respecta a Nag Hammadi la Introducción de Monserrat y mía (en el volumen I de la edición de Trotta) es más completa. En una palabra: ambas Introducciones se complementan muy bien. Y puedo decir que es difícil que el lector de lengua castellana encuentre algo introductorio que sea mejor que estas dos “Introducciones” unidas. Honestamente dicho y sin falsos remilgos.
 
 
En segundo lugar, las “Introducciones” concretas de Armand Puig al Evangelio gnóstico de Tomás y otras obras de Nag Hammadi (Evangelio de Felipe, de la Verdad, etc.) son bastante más amplias que las publicadas en los tres volúmenes de Trotta; ello es natural, porque dispone de muchas más páginas al tratarse de una selección de obras. Ahora bien, son igualmente buenas; por ello me parecen también recomendables ante los lectores. Especialmente interesante resulta ser la del Evangelio de Tomás, amplia, ordenada, clara, con notas muy abundantes e ilustrativas.
 
 
Y respecto al “Apócrifo de Juan”, otro “plato fuerte” entre las obras de Nag Hammadi, el volumen de A. Puig tiene la ventaja de presentar a dos columnas la versión larga (Códices de Nag Hammadi II 1) y la breve del Papiro Berolinense (BG), mientras que la de Trotta (de nuevo como es natural tratándose de una edición de los 50 códices), publica solo la versión larga; alude a la del Códice de Berlín solo cuando parece oportuna la mención. En conjunto, pues, repito que tanto las introducciones como las notas de A. Puig son muy aclarativas y recomendables. Me parece oportuna, en la edición de A. Puig el hincapié en que la composición del Evangelio de Tomás no es unitaria. Pueden distinguirse dos estadios (“Tomás 1”: compuesto hacia el año 100 = coetáneo con el Evangelio de Juan; y “Tomás 2”: redactado hacia el año 150; posterior por tanto al primer cierre informal del número de textos que habrían de componer el futuro Nuevo Testamento). Está muy clara y bien expuesta por parte de A. Puig la teología específica de cada uno de las dos secciones y las relaciones entre sí de esos dos estadios de composición.
 
 
Respecto al Evangelio de Judas –que tanto llamó la atención en 2006 (cuando se dio a conocer en público la primera reconstrucción de un códice casi aniquilado por las manos y prácticas de los marchantes) debo señalar que la edición de F. Bermejo, “El Evangelio de Judas. Texto bilingüe, introducción y notas, Editorial Sígueme (Biblioteca de Estudios Bíblicos Minor 19), Salamanca, 2012. 174 pp. ISBN: 978-84- 301-1796-3, me parece mejor, más completa y más técnica que la de A. Puig, aparte de presentar el texto copto muy bien editado.  Confieso que me extraña que nuestro autor, Puig, no mencione esta edición de Bermejo, tan accesible, como suelen ser las obras de la editorial salmantina.
 
 
La edición de este último se fija más que Puig en la relación del Evangelio de Judas con el Nuevo Testamento y con la literatura patrística. Posee un abundante y exhaustivo aparato de notas que refleja el estadio más reciente de la investigación (y que contiene a menudo variantes de reconstrucción propuestas por diversos estudiosos y su evaluación), que son tanto aclaraciones filológicas como doctrinales. La bibliografía es más completa y actualizada hasta el 2012. Por otra parte, sin embargo, me parece más clara y comprensible para el lector la exposición que hace A. Puig sobre la “figura de Judas en este Evangelio”. Se entiende muy bien en qué posición queda este personaje respecto a la salvación (que no llega a conseguirla al completo) y por qué razones.
 
 
Puig insiste con razón en que Judas aparece como una figura trágica, que no tiene acceso a la “generación santa”: no se salva como a veces hemos afirmado, pero tampoco se condena. Tras su muerte, su puesto estará en el “décimo tercer eón”, el más alto, pero fuera de Pléroma, fuera del “cielo” o ámbito divino (49,7.19) y ahí permanecerá por toda la eternidad. El Evangelio de Judas es una crítica acerva a la iglesia que le tocó vivir al desconocido autor, a esa iglesia “normal”, no gnóstica, llena de individuos medianos, simplemente psíquicos, no espirituales; la crítica del autor del Evangelio de Judas alcanza también directamente al sistema sacrificial de la Iglesia que se continua con la eucaristía y a los apóstoles, personajes tan repelentes para él como las autoridades judías del momento de la muerte de Jesús. Y el Salvador (de los gnósticos) se ríe de todo.
 
 
El capítulo 10 del libro de Puig es una suerte de anexo, que ofrece el muy famoso “Himno de la perla”. Esta composición presenta poética y simbólicamente el mito gnóstico en su conjunto, centrado en el destino e itinerario del alma, desde que nace en ámbito celeste, es arrastrada a la tierra y vuelve al lugar del que procede. Aquí me vuelve a llamar la atención que nuestro autor, A. Puig, desconoce por completo la edición multilingüe de los Hechos apócrifos de los Apóstoles en cuatro volúmenes (de los cuales el IV está en preparación muy avanzada) que hemos publicado Gonzalo de Cerro y yo mismo en la Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C.). Tal edición presenta el griego y el latín de los Hechos apócrifos; traducción española y muchísimas notas; los textos coptos y siríacos no se muestran en la lengua original, sino que se dan en traducción literal). Creo que los volúmenes de la B.A.C. están en todas la bibliotecas españolas y no son, para nada, desconocidos. El Himno de la perla (con su texto griego se halla en el vol. II, 2005, pp. 1092-1112. Además se ofrece la traducción de otro himno –añadido por el texto siríaco– del mismo “Tomás”, muy interesante, que es como un contrapeso ortodoxo a la gnosis del himno conservado en griego).
 
 
Estas dos ausencias señaladas pueden fastidiarme personalmente, porque se trata de textos en castellano, de obras buenas, perfectamente accesibles. Andamos como locos detrás de autores que escriben en inglés y que apenas usan la bibliografía alemana, francesa e italiana y nos olvidamos de lo que tenemos en casa… que para colmo sí que utilizamos bibliografía en esas lenguas que parecen ignorar los autores ingleses y norteamericanos.  Debo confesar, sin embargo, que dos estas ausencias no afectan a la calidad en sí del libro de A. Puig, que en su conjunto, lo repito, me parece estupendo, instructivo e interesante. Les gustará, sin duda, a los aficionados a la gnosis y al gnosticismo.
 
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Jueves, 18 de Abril 2019
¿Una lectura original de la pasión de Cristo? (15-04-2019) (1057)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Encontré en un catálogo enviado por internet el libro siguiente: José Miguel García Pérez, “La pasión de Cristo. Una lectura original”, de Editorial Encuentro (Colección 100XUNO, 52), Madrid, 2019, 2013 pp. ISBN: 978-84-9055-976-7. Lo pedí para reseña y me lo enviaron. Y fue una decepción. Pretende ciertamente ser original en sus planteamientos, pero creo que no son los correctos desde el punto de vista histórico.
 
 
La idea básica del libro es: aunque hay contradicciones en los Evangelios, y se han enumerado muchas en los libros de investigación, sobre todo en el relato de la Pasión, tales contradicciones son totalmente salvables si se estudia bien el trasfondo arameo de la redacción evangélica, se reconstruye el original, se cae en la cuenta como casi siempre se ha entendido incorrectamente, se hace una nueva traducción de los pasajes difíciles… y se encontrará que todas las dificultades de comprensión de los textos, y las contradicciones entre ellas se resuelven maravillosamente.
 
 
Y la conclusión es: La historia de la Pasión no tiene por objetivo describir con detalle los hechos, sino mostrar que lo sucedido no ocurrió por azar, sino por la voluntad del Padre. Para ello se utilizan motivos bíblicos, sobre todo los Cantos del Siervo (en especial Is 52,13-53,12) y los Salmos 22 y 69. Pero el examen revela que están equivocados quienes sostienen que los hechos fueron moldeados  para que se acomodan a profecías previas, sino que los hechos fueron rigurosamente ciertos; solo que se ilumina su significado cuando se contrastan, o se leen a la luz de la palabra divina. Además queda claro que los romanos nada tuvieron que ver con la condena de Jesús, sino que esta fue obra del Sanedrín, llevado por su celo de defender la santidad de Dios. Y luego sigue el análisis de los pasajes más importantes de la Pasión que confirman el punto de vista evangélico y eclesiástico. Jesús fue a Jerusalén para morir y u muerte fue asumida como expiación de los pecados de todos los hombres.
 
 
Como se ve, esta lectura no tiene nada de original. Y tampoco el esfuerzo de análisis del sustrato arameo de los Evangelios, que lleva haciéndose muchísimo tiempo. El autor se apoya sobre todo en los trabajos de M. Herranz Marco, que cita profusamente.
 
 
Mis dificultades ante esta elucidación y propósito del libro son las siguientes, entre otras:
 
 
· El punto de partida de que “para conocer el significado profundo de lo acontecido en la Pasión se requiere una inteligencia que no nace de estudio histórico y filológico, sino de la pertenencia a la Iglesia, donde pervive el acontecimiento y el testimonio que nos legaron los testigos”, es absolutamente discutible: la historia es pura historia y la interpretación de la Iglesia desde el principio es teología. Y la teología es pura obra de la interpretación, e imaginación humana, movida por intereses que van más allá y están fuera de la historia. No es posible admitir una hermenéutica sacra y especial para los Evangelios ya que transmiten “La palabra de Dios”. No es posible.
 
 
· No tiene en cuenta el autor prácticamente ninguna investigación que pueda mostrar argumentos en contra de este punto de vista tradicional. Ni siquiera la investigación muy ortodoxa de los libro editados por el grupo de Rafael Aguirre, publicados por Verbo Divino, y que he comentado muchas veces en este medio. Esta ausencia es clamorosa. Igualmente no cita de ningún modo los argumentos de la investigación histórica independiente, muy rigurosa, extremadamente argumentativa y analizadora de las fuentes, como puede ser la obra de F. Bermejo de 2018 y años anteriores, de J. Montserrat, G. Puente Ojea, o de mí mismo, quienes en conjunto hemos publicado mucho en castellano sobre el tema de la Pasión. Por tanto no hay contraste de argumentos, sino omisión absoluta de un análisis a fondo de las razones, muy poderosas y ponderadas, para dudar… al menos de la exactitud histórica de los relatos de la Pasión. Como la historia antigua es una reconstrucción, y dado que los Evangelios no son obras de historia, es precisa la crítica. Hay que atender necesariamente a otras posiciones para estar seguros de
 
 
· No me parece de recibo el suponer siempre que cuando hay una dificultad seria que los textos, incluidos algunos tan tardíos como los Hechos de Apóstoles (muy probablemente de principios del siglo II), hay que recurrir al trasfondo arameo. Son textos compuestos en griego decenios y decenios después de la muerte de Jesús. Por tanto, no es nada seguro que haya un trasfondo arameo. Por ejemplo, sostiene el autor que los relatos que narran la muerte de Judas (Hch 1,18 / Mt 27,5) tienen, los dos, un sustrato semítico, que bien analizado, nos indica que “ahorcarse” / “caer de cabeza, reventarse las entrañas” son en realidad dos meras maneras de afirmar el mismo hecho. He aquí la reconstrucción del texto de Hechos 1,18, tras el estudio de ese presunto trasfondo, según García Pérez: “Este, pues, hizo comprar un campo con el salario de la iniquidad; y habiéndose arrojado a un pozo de cabeza, para ser recogido fue reventado por medio y se derramaron todas sus entrañas”, que coincide en lo sustancial con Mateo, texto de debe leer: “Y se fue (dando fin a su vida) ahogándose”. No me convence  en absoluto.
 
 
· No me parece de recibo analizar los textos la Última Cena solo por medio de los pasajes evangélicos sin mencionar –y analizar igualmente– 1 Corintios 11,23-27, texto mucho más antiguo y que es la base de las interpretaciones posteriores evangélicas. Por ello no es posible mantener que el texto más antiguo es Mc 14,25.
 
 
· No me parece de recibo dar por supuesto como histórica la escena de la “agonía” de Jesús en el huerto de Getsemaní e interpretarla haciendo coincidir el significado de la oración de Jesús propuesto por los Evangelios (Jesús no fue escuchado por Dios en su plegaria de que “pasara de él el cáliz de la muerte”) con la –al menos en apariencia– radicalmente opuesta de Hebreos 5,7-8 (Jesús sí fue escuchado por ser el Hijo). El autor supone que Hebreos tiene en este pasaje un trasfondo semítico que no se ha entendido bien. El autor no dice que Jesús “fue escuchado”, sino que “era digno de ser escuchado a causa de que… era el hijo”. Con esta reconstrucción  las dos versiones dicen lo mismo. A pesar del razonamiento lingüístico del autor, el hincapié del análisis se torna un caso de disputa acerca de palabras, cuando lo importante es discutir históricamente la probabilidad/improbabilidad de que la escena sea real.
 
 
· No es verosímil históricamente la defensa por parte de nuestro autor de la existencia real de un juicio judío contra Jesús cuando se ha escrito tantísimo sobre la imposibilidad histórica de tal juicio tal como lo pintan les Evangelios sinópticos. Lo curioso aquí que el autor cita la obra de Paul Winter, “On the Trial of Jesus” (Sobre el juicio de Jesús) de 1961, donde se defiende lo contrario al autor. Pero no discute a fondo los argumentos.
 
 
· Tampoco es verosímil –es de hecho ahistórica– la postura de un gobernador romano como Poncio Pilato –bien conocido por fuentes extrabíblicas, como Filón de Alejandría–, que trata de defender la inocencia de un Jesús acusado por las mismas autoridades judías de sedición contra el Imperio, de desviar a las multitudes del camino recto y de no pagar los impuestos. Es incomprensible, sobre todo teniendo en cuenta lo que se ha escrito últimamente acerca de la crucifixión colectiva (de Jesús rodeado probablemente por dos simpatizantes suyos) por parte de los romanos.
 
 
· La conocida y tremenda frase que Mt 27,25 pone en boca de “todo el pueblo”: “«¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»”, es interpretada de otra manera. Según García Pérez, estudiando a fondo el “indudable” sustrato semítico de ella, hay que entenderla no como afirmación, sino como una interrogación y con otro sentido: “¿Estará contra nosotros su sangre (= nos hará culpables), siendo por el bien de nuestros hijos?”. Afirma el autor: “Si tenemos en cuenta el sustrato arameo de la tradición podemos traducir de un modo diferente esta expresión mateana, adquiriendo un sentido diáfano, en el que desaparecen todos los problemas reseñados” (p. 141). No veo por ninguna parte el sentido “diáfano”.
 
 
No sigo más, pues podrían ponerse en cuestión casi todos los puntos que defiende la obra. Téngase además en cuenta que la reconstrucción del sustrato arameo de los Evangelios es absolutamente problemática desde un punto de vista meramente técnico. Lo digo por experiencia después de haber recogido durante más de quince años –en mi “Boletín de Filología Neotestamentaria” (se publicaba en inglés), aparecido en la revista de igual nombre– todo lo que  encontraba en las revistas más importantes  del mundo sobre reconstrucciones a partir del arameo, y observar cómo no había unanimidad alguna. Cada uno reconstruía el presunto trasfondo arameo como Dios lo daba a entender.
 
 
En síntesis: aunque me haya sido gentilmente enviado este libro para reseña, no puedo hacer una crítica positiva. Y lo siento, porque comprendo la buena voluntad del autor de defender con uñas y dientes lo que es el sustrato de su fe en Jesús y en los relatos evangélicos, y comprendo su deseo que resolver las incongruencias y contradicciones que él mismo admite como existentes en el texto original griego evangélico. Intención muy loable, pero que no me parece válida, pues en el fondo y en la forma introduce la teología dentro de la historia, movido por el deseo explícito de defender a ultranza una posición previa.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
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Lunes, 15 de Abril 2019
Dos importantes ayudas para la lectura y disfrute de la Biblia hebrea / Antiguo Testamento (11-04-2019) (1056)
Escribe Antonio Piñero
 
 
 
Tenemos en castellano dos importantes ayudas para leer y comprender el Antiguo Testamento publicadas por la editorial Trotta, que se complementan entre sí muy bien. La primera es de 2014, “Historia de la literatura hebrea y judía”, obra de 24 especialistas dirigida por Guadalupe Seijas; volumen muy amplio (970 pp.) que abarca incuso hasta la literatura yidish moderna. Y hay otra, aparecida en 2018, con el título “Historia literaria del Antiguo Testamento. Una Introducción”, de Konrad Schmid, profesor de Antiguo Testamento en la Universidad de Zurich (bien traducida por José María Ábrego). Esta última obra es breve, 340 pp., incluidos índice y bibliografía. ISBN: 978-84-9879-744-2.
 
 
De la primera di cuenta hace tiempo, el 12-12-2014, en este medio, y en lo que respecta al material  que aborda la segunda obra (el estricto Antiguo Testamento) contiene capítulos que ayudan mucho (desde el principio hasta la sección 8ª), inclusive el último, que trata de la formación del canon del Antiguo Testamento (hasta la p. 208; la obra primera completa tiene 38 secciones).
 
 
Ahora quiero fijar mi atención en la segunda obra, la de K. Schmidt, porque –aunque se trata de una historia de la literatura– aborda el mismo material que las primeras secciones de la primera mencionada –como he indicado– añade al principio interesantes ideas desde el punto de vista del método de estudio de la Biblia hebrea y de la historia de la investigación.
 
 
Que se publiquen libros sobre el Antiguo Testamento me parece necesario, porque incluso para los  lectores cultivados, sobre todo los de cierta edad, es un tema que ha quedado relegado a un segundo plano de interés. Y no digamos nada entre lectores jóvenes, que ya no han recibido enseñanza al respecto, en la escuela o colegio: la denominada “Historia Sagrada” quedó eliminada. Ahora los personajes del Antiguo Testamento les suenan a estos jóvenes casi lo mismo que a un japonés.
 
 
Esto lo he dicho alguna vez más. Sin embargo, la Biblia hebrea forma parte activa del canon de libros sagrados del cristianismo, profesado por la inmensa mayoría de occidentales, aunque sea solo culturalmente. En realidad, la historia del cristianismo triunfante (desde el 70 cd en adelante), el paulino, hizo poco caso al Antiguo Testamento, incluso ya desde la época de los evangelistas. Ciertamente la Biblia hebrea era su única Escritura; pero los cristianos la utilizaban sobre todo para probar la verdad de lo que ya sabían de antemano sobre Jesús como mesías. La Biblia hebrea era para ellos más bien un conjunto de textos-prueba, probatorios de que con Jesús había llegado la plenitud de los tiempos. Pero no era una guía de vida, pues para eso tenían ya la “Ley del Mesías” (Gálatas 6,2).
 
 
El libro de K. Schmid plantea la consideración de los libros del Antiguo Testamento desde una perspectiva histórico-crítica; por tanto, no es simplemente una introducción a cada libro, que le da una fecha de composición, habla algo del posible autor y de las tradiciones que recoge, y hace un resumen de su contenido. Es más: plantea cómo se ha ido desarrollando en la historia el contenido de los libros veterotestamentarios y de las relaciones internas que hay entre ellos; lo cual ayuda muchísmo a la comprensión.
 
 
Como señalé arriba, me parece interesante el resumen de la historia de la investigación del Antiguo Testamento, investigación desarrollada sobre todo por estudiosos alemanes, como ha ocurrido en el Nuevo Testamento, en el siglo XIX y XX. Esa historia nos proporciona una visión de los avances que supusieron poco a poco una perspectiva de consenso sobre la génesis y el contenido de los diversos géneros literarios de la Biblia (leyes; narraciones históricas; plegarias; sabiduría popular y técnico-teológica; profecías, etc.) y luego de los libros en concreto.
 
 
La trama de la historia literaria de los libros del Antiguo Testamento es desarrollada por el autor en tres niveles. El primero es el histórico (etapas históricas en la que se componen los libros de la Biblia hebrea: preasiria [sumeria y acadia] - asiria- babilónica - persa- griega helenística). El segundo es el nivel de los diversos ámbitos literarios o géneros, que acabamos de enumerar, y sólo en último lugar se tratan brevemente las obras concretas del Antiguo Testamento y su posición dentro de la historia literaria.
 
 
Me parece importante también la insistencia del autor en la idea de que las obras literarias no se entienden bien si no se atiende rigurosamente al contexto exterior de ellas, y en segundo lugar a su relación intrínseca con el conjunto del corpus de obras del que forman parte. Esta consideración del contexto y de las relaciones internas de las obras de la Biblia vale –entre otras cosas– para que el intérprete de hoy, o el predicador, no diga realmente tonterías (desde un punto de vista científico e histórico) cuando trata de aplicar al siglo XXI lo que dicen los autores de un pasado tan remoto. Ahora bien, el autor advierte que su obra no se atiene solo a dilucidar para el lector de hoy el  presunto significado estrictamente original de los textos, sino su recepción/interpretación  por otros autores del corpus bíblico hasta que este se cierra con la formación del canon. Eso quiere decir que hay que atender tanto al sentido original como al que le dieron los autores bíblicos posteriores… hasta el cierre del canon.
 
 
Esto es importante de nuevo. Pongo un ejemplo: en el Génesis y Éxodo se recogen leyendas muy antiguas, ciertamente. Quizás las de Abrahán proceden de los siglos XVIII o un poco posteriores antes de la era cristiana. Pero no importa al lector de la Biblia lo que podrían haber significado en aquellos remotos momentos, sino lo que significaron para los autores bíblicos que las recibieron e interpretaron muchos siglos después hasta el cierre del corpus bíblico. Así, tiene importancia cómo se pueden ordenar obras, contenidos y significados por tradiciones; de este modo se aúnan los significados previos y las relaciones con otras tradiciones de la Biblia hebrea.
 
 
Y otra observación a propósito del valor de enfocar como literatura, y su historia, los libros del Antiguo Testamento: que nadie piense que, a la hora de hacer valoraciones teológicas, inevitables, del ideario bíblico antiguo, esta disciplina histórica (la historia literaria) va a adoptar una metodología especial, una especie de hermenéutica sacra, ya que los textos de los trata son considerados sagrados. No es así. Al igual que lo que he proclamado tantas veces respecto al Nuevo Testamento, los libros y tradiciones, etc., de la Biblia hebrea serán escrutados por la historia literaria del mismo modo que cualquier otro texto de la Antigüedad. No se aplica a los libros bíblicos el criterio de una presunta verdad teológica previa, o la idea de que están inspirados por la divinidad, idea recibida por la tradición eclesiástica de siglos, sino la metodología corriente y moliente de la historia antigua. Ni más ni menos. Pero aseguro al lector que los descubrimientos de sentido/significado serán por ello más apasionantes, y serán más objetivos.
 
 
Por último, y aparte del servicio proporcionado al informar sobre los libros de la Biblia hebrea de un modo breve e introductorio, este libro de K. Schmid tiene al final una breve historia de la formación del canon veterotestamentario que me parece muy sugerente: efectúa una distinción entre Escritura, concepto muy antiguo, y canon, mucho más moderno; informa sobre cómo se puso por escrito toda la literatura de la Biblia hebrea en el arco de la historia, y cómo y por qué se fue desarrollando el proceso de formar un “pensamiento conjunto” con una cierta coherencia interna, de un conjunto que hoy denominamos “canon” del Antiguo Testamento.
 
 
La bibliografía de un libro, que en sí apenas tiene 270 pp. de texto, es muy amplia: abarca la pp. 279-332. El lector que esté interesado en aspectos que se tratan fugazmente en esta “Introducción” tiene abundantes indicaciones de dónde puede informarse. Pero, como siempre, casi nada en lengua española.
 
 
En síntesis, el libro de Konrad Schmid es breve, aparentemente sencillo, pero muy lleno de ideas. A mí me ha parecido un interesante complemento al libro dirigido por la Dra. Seijas que mencioné al principio. Y bienvenido porque no hay demasiados libros sobre el Antiguo Testamento.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
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Jueves, 11 de Abril 2019
El impacto de la muerte de Jesús y sus primeras consecuencias. “Así vivían los primeros cristianos”. (8-04-2019) (1056)

 
 
Escribe Antonio Piñero
 
 
Continúo con mi reseña de la obra, cuyo título va en el encabezamiento de esta postal, y del artículo (“El impacto…”) cuyo autor es Carlos Gil Albiol. En principio, habría que entender lo que piensa este autor sobre el impacto de la muerte de Jesús en los cristianos primitivos, teniendo como fondo lo que escribe S. Gujiarro Oporto en el capítulo “La primera generación (‘judeocristiana’) en Judea y Galilea” y lo que el mismo C. Gil Albiol ha expuesto en el capítulo “La primera generación fuera de Palestina”, expuesto en el libro “Así empezó el cristianismo”, editado por R. Aguirre en Verbo Divino en 2010. Pero esto (recoger ideas ya expuestas en este medio: el lector debe usar en el Buscador el lema “R. Aguirre”­) supera los límites de las aportaciones de una postal en un Blog o en FBook. Los dos autores, Guijarro, y Gil, exponen en sendos capítulos de “Así empezó el cristianismo”, su interpretación del desarrollo teológico de los judeocristianos helenistas y la obra teológica de Pablo de Tarso.
 
 
Me concentro, pues, en el artículo de C. Gil del libro siguiente (2107) “Así vivían los primeros cristianos” y dentro de él en el artículo que encabeza esta postal.
 
 
Hay en él ideas interesantes desde el punto de vista histórico referidas a la situación de los discípulos de Jesús tras la muerte de este, que provocó en sus seguidores un “terremoto social y religioso”. Creo que lo primero que debería decirse –pero no lo hace nuestro autor– que el comportamiento de los discípulos, a saber, las negaciones de Pedro; el abandono de Jesús, la huida temerosa fuera de Jerusalén, probablemente a Galilea, hace que sean históricamente imposibles las tres predicciones de la pasión y resurrección que aparecen en Mc 8,31 / 9,31 / 10,32, junto con sus respectivos paralelos en los otros dos evangelios sinópticos, Mateo y Lucas.
 
 
Me parece indudable que los discípulos tuvieron ese comportamiento bochornoso (deserción y fuga) porque Jesús fue a Jerusalén a triunfar, no a morir voluntariamente, y no pensaba que su muerte era el rescate por el pecado de la humanidad entera, y porque los discípulos estaban convencidos de que la estancia en Jerusalén significaba la implantación del reino de Dios en la tierra de Israel (“Estando la gente escuchando estas cosas, añadió una parábola, pues estaba él cerca de Jerusalén, y creían ellos que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro”: Lc 9,11), y que este Reino significaría la liberación de Israel de los enemigos opresores del pueblo de Dios, los romanos: “Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»” (Hch 1,6). Y que es así se deduce también por la definición del autor de los hechos que ocurrieron, pasión y muerte, como “desconcertantes” e “inesperados”.
 
 
Por tanto, esas predicciones de la entrega a las autoridades, sufrimientos, muerte y resurrección no son palabras auténticas de Jesús, sino producto de la Iglesia posterior –probablemente de profetas cristianos que hablan en nombre de Jesús, y de los que se creen que reproducen palabras auténticas del Maestro–, pero que el Evangelio las pone en boca de Jesús sin más; sin marca alguna. Muchos cristianos de hoy creen que fueron auténticamente pronunciadas por aquel.
 
 
Hay otras ideas interesantes al principio del artículo, a modo de método o prenotando, como las siguientes:
 
· Los acontecimientos posteriores a la muerte de Jesús están para los historiadores cubiertos de niebla y de sombras.
 
· Las explicaciones de lo que sucedió, las hagan creyentes o no, suelen poner el punto de partida del nacimiento del movimiento de Jesús en los testimonios de su resurrección o en las experiencias de encuentro con él, como visiones, audiciones, sueños, éxtasis
 
 
· Tales testimonios de la resurrección, por su género literario y las convenciones formales utilizadas, no pueden tomarse como descripciones directas de los hechos, sino como interpretaciones de hechos desconcertantes.
 
· Que los historiadores y hermeneutas suelen considerar que la secuencia de lo ocurrido tras la muerte de Jesús en el grupo de sus seguidores son procesos sucesivos: 1. Experiencias extraordinarias de encuentro con el Resucitado, como visiones y éxtasis. 2. Interpretación teológica de la pasión y muerte de Jesús. 3. Transmisión de esa interpretación teológica por medio de fórmulas breves de confesión de fe.
 
Ahora bien, C. Gil afirma que los datos que poseemos sugieren un proceso más complejo, a saber: 1. Las experiencias y sus interpretaciones pudieron ser simultáneas. 2. Este proceso se inicia ya en la vida de Jesús, sobre todo mientras sus seguidores vivían la muerte del Maestro, antes de la creencia en su resurrección.
 
 
El autor insiste en que la resurrección de Jesús puede comprenderse en el marco de un proceso complejo y multiforme que se inicia ya durante los últimos acontecimientos de la vida de Jesús. Esta idea es repetida dos veces en los prenotandos, y es lo que más me ha llamado la atención, porque de ser verdad, sería novedosa.
 
 
Pero el proceso de prueba de esta idea –repito: que la interpretación cristiana de la cruz se genera durante la vida de Jesús– no me parece probado en el resto del artículo.
 
 
Argumenta Gil Albiol que en el relato premarcano de la pasión y en el marcano, lucano y johánico, hay muchas referencias a la muerte de Jesús. Ello significa que –como van unidas con alusiones a su futura resurrección (¿?)– los seguidores de Jesús no consiguieron desprenderse de la idea de la muerte de su Maestro, aunque tal muerte traumática debería haber quedado olvidada (era un acontecimiento terrible que teóricamente debería soslayarse) gracias a la afirmación de su triunfo final, la resurrección. Sin embargo, no hay olvido: la muerte de Jesús es un hecho que se recuerda constantemente.
 
 
¿Cómo se recuerda?
 
 
En primer lugar en los ritos: el bautismo (morir con Jesús y resucitar con él) y la eucaristía (actualización de la entrega y muerte de Jesús y sus efectos: una “nueva” alianza).  Sobre todo en la comida eucarística se recuerda la cruz y su interpretación teniendo como fundamento las comidas de Jesús en vida. Gil Albiol se apoya en Lc 24,31.35 (“Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado”; “Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan”), y sostiene que la “comida ritual interpreta Mateo muerte de Jesús a partir de sus opciones, preferencias y sus costumbres en vida, lo que le daba sentido a la muerte que padeció por ello”.
 
 
Luego concluye: “La centralidad del recuerdo de la muerte en cruz de Jesús en ambos ritos permite comprenderlos como ocasiones propicias para revivir la pasión y muerte en cruz de Jesús sirviendo de escenarios en los que experimentar de algún modo el sentido que Jesús le dio a su muerte, y actualizarlo para las nuevas circunstancias”.
 
 
No lo veo en absoluto claro. He aquí mi crítica a estas ideas:
 
 
La interpretación del bautismo y de la eucaristía proceden de Pablo. Él fue el primero que las dio antes de cualquiera de los evangelistas, y el influjo de sus ideas interpretativas es totalmente perceptible en los Evangelios. Ahora bien, esta interpretación paulina nada tiene que ver con el pensamiento del Jesús histórico acerca de su muerte (y resurrección incluso para participar en la tierra del futuro reino de Dios, según Mc 14,25: “Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios”), que se enmarca, sin duda alguna en una concepción del reino de Dios absolutamente judía (ya que Jesús jamás explicó qué era ese Reino, sino solo algunas de sus características externas).
 
 
Además, la muerte en cruz fue la condena por parte de los romanos a una actividad religioso-política sediciosa contra la autoridad de Tiberio del Imperio romano en general. Esto es claro a la luz de las acusaciones judías ante Poncio Pilato (Lc 22,2-3: “Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es mesías rey.». Pilato le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Él le respondió: «Sí, tú lo dices»”), según las cuales –insisto en que son las autoridades judías las que acusan– Jesús muere como alguien que se opone frontalmente al Imperio, negando el pago de los impuestos y proclamándose rey de Israel en vez de Tiberio.
 
 
Por tanto, poca o ninguna prueba veo en el primer argumento: el bautismo y la eucaristía como alusiones al muerte de Jesús no sirven para “experimentar de algún modo el sentido que Jesús le dio a su muerte”. De ningún modo, pues. Opino que el sentido que el Jesús histórico debió de dar a su muerte nada tiene que ver con la interpretación de esa muerte del mesías por parte de Pablo (muerte del Hijo, entidad divina, expiatoria, por toda la humanidad). Y sus ideas están en la base de la evangélica y son pura teología… paulina…, ni siquiera simplemente judeocristiana. Nada que ver con el Jesús histórico.
 
Seguiremos.
 
P.D. Insisto en preguntar: ¿Por qué no se citan obras de historiadores independientes en español? Que el autor las conoce es seguro. La omisión es voluntaria. Algunas, que tratan del Jesús histórico y de la interpretación de Pablo de Tarso pueden ser interesantes. Al menos para refutarlas.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
 
 
 
Lunes, 8 de Abril 2019
Así vivían los primeros cristianos. Experiencias extraordinarias en los orígenes (3-04-2019) (1054)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Quiero comentar hoy el primer capítulo de un libro, publicado por la editorial Verbo Divino, libro que creo importante por dos motivos: por la relevancia de sus autores en los círculos y la investigación confesional de los orígenes del cristianismo (predominante en España / escaso número de historiadores profesionales que se dediquen a otros temas desde el punto de vista de la pura historia) y por los temas tratados. En otras postales trataré otras cuestiones planteadas en este libro, como el impacto de la muerte de Jesús y sus primeras consecuencias; los ritos de paso en el cristianismo de los orígenes (bautismo y comidas eucarísticas) y el candente tema de las creencias de los primeros cristianos.
 
 
La ficha del libro es: Rafael Aguirre (editor). Título: “Así vivían los primeros cristianos. Evolución de las prácticas y de las creencias en el cristianismo de los orígenes”. Autores de los diversos capítulos: E. Miquel Pericás (“Experiencias extraordinarias en los orígenes”); Carlos Gil Albiol (“El impacto de la muerte de Jesús”); D. Álvarez Cineira (“El bautismo”); R. Aguirre (“Comidas eucarísticas”); C. Bernabé (“El cristianismo como estilo de vida”); L. E. Vaage (“El ascetismo en el cristianismo naciente”); S. Guijarro Oporto (“Las creencias de los primeros cristianos”), y F. Rivas Rebaque (“Creencias cristianas del siglo II”). Bibliografía fundamental relativamente amplia –siete páginas– aunque con notables ausencias de libros españoles. Editorial Verbo Divino, 2017, 414 pp. ISBN: 978-84-9073-342-4. Precio: .
 
 
Los autores hacen constar en la Introducción que, aunque cada uno es responsable de su trabajo particular, el conjunto del libro es obra de un equipo, que ha consensuado de algún modo el contenido y el método para abordar las diversas cuestiones. Afirman que el contenido ha sido discutido ampliamente entre los componentes del grupo y que ha pasado por el tamiz de la experiencia en dos cursos de postgrado, lo que avala que el producto final sea algo muy reflexionado y meditado.
 
 
Me parece acertado, e interesante, el que no se comience por las doctrinas en la consideración de los orígenes del cristianismo, sino por las experiencias vitales de los primeros cristianos, por sus ritos y prácticas de vida, cuya consideración llevará de la mano a preguntarse luego por el conjunto de esas doctrinas que sustentan las prácticas ya explicadas.
 
 
Comento hoy, en la primera parte del libro, el capítulo dedicado a las experiencias extraordinarias de los orígenes, con la primera parte, del mismo título: un artículo escrito por Esther Miquel. Sin duda es un trabajo totalmente puesto al día en los aspectos sociológicos, e incluso psiquiátricos y neurológicos. El interés de la autora es poner de relieve la plausibilidad histórica de las experiencias religiosas extraordinarias que son como la gestación de la interpretación “cristiana” de Jesús, a su vez la base para el desarrollo doctrinal acerca del alcance de su figura y de su misión.  Esas experiencias tuvieron tal impacto que son como el armazón que sostiene la novedad del cristianismo respecto a su religión hermana, el judaísmo.
 
 
¿Cuáles son esas experiencias extraordinarias? Según la autora, se trata de la viveza de que el Jesús que ha muerto, no está en esa situación, son que vive de nuevo; que existen, se han dado entre los miembros del grupo, y se dan, experiencias de encuentro con ese resucitado: apariciones, visiones, procesos de revelación por parte de ese resucitado. Y es importante que tales experiencias no son destructivas de la realidad, sino aclarativas; el grupo las considera muy positivas y beneficiosas… porque explican lo ocurrido; le dan sentido.
 
 
En primer lugar afirma la autora que tales experiencias que no son patológicas, sino que se dan en personas sanas psicológicamente. Son extraordinarias tan solo por los sentimientos que las acompañan y las actitudes vitales que surgen de ellas. Y estas experiencias, al contradecir de muchas maneras la vida cotidiana revelan la creencia de que existe en verdad una realidad que trasciende lo que es corriente y usual en la vida. Algo hay detrás.
 
 
Sin embargo, no cae la autora en la trampa del razonamiento que podría formularse del modo siguiente: “posible, luego probable, luego histórico”, sino que insiste en la argumentación de que si se desea argumentar que tras esas experiencias puede vislumbrarse algo histórico es necesario primero probar científicamente su posibilidad y el que se den entre gente normal, no enferma mentalmente. Por tanto, primera conclusión importante (contra los mitistas que sostiene que todo lo referente a Jesús es una pura creación literaria) es “que los autores neotestamentarios no tul utilizaron relatos falsos (voluntariamente pergeñados), metafóricos o meramente simbólicos de experiencia extraordinarias con el único fin de justificar unas creencias previamente adoptadas” (p. 44).
 
 
Estoy muy de acuerdo con esta conclusión. Y me parece básica: se crea o no en la realidad trascendente a la que antes aludíamos, es imposible sostener –considerando los datos objetivos, históricos de la evolución de las creencias cristianas– que estas se basan en una mistificación pura y dura. No es posible. Es cierto que los psiquiatras afirman que el 10% de las personas sanas tienen alucinaciones alguna vez en su vida, y que no corresponden a un correlato externo real. Pero no se puede acusar a esas personas de ser unos mentirosos. Y para muchos esas “alucinaciones” son pruebas de la existencia de la trascendente. Aquí interviene la fe. Pero no es irracional, y como correlato se debe presumir la “buena fe” de los primeros cristianos.
 
 
Respecto al modo de concebir la resurrección –las famosas y muy conocidas divergencias entre los evangelios o las afirmaciones de Pablo de Tarso– la autora afirma que se trata sencillamente de que, tras las diversas nociones de resurrección (en carne y hueso; con cuerpo espiritual), no hay sino diversas experiencias extraordinarias de contacto con el Resucitado.  Y la creencia en que Jesús había vuelto a la vida era realmente más que plausible entre los judíos y los grecorromanos; unos, los primeros, porque estaban acostumbrados a la noción normal de la resurrección de todos los seres humanos (o al menos los justos; los otros serían simplemente aniquilados) para el Juicio Final previo al reino de Dios; y entre los grecorromanos porque era también usual la creencia en la resurrección por parte de los dioses de algunos humanos, sobre todo los héroes, que se convertían por ello en inmortales.
 
 
En síntesis: queda claro –y estoy de acuerdo con ello– por el primer trabajo del libro “Así vivieron los primeros cristianos” que son totalmente plausibles tales experiencias extraordinarias que apuntan hacia algo trascendente, y que se dan entre personas no enfermas mentales, sino normales. Que esa realidad trascendente exista en verdad supera el ámbito de la pura historia (que solo trata de hechos empíricos, repetibles y contrastables) y es otra cosa; queda pues en el ámbito de la fe; pero no es irracional.
 
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
Jueves, 4 de Abril 2019


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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