CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

(30-03-2022) (1223)


Escribe Antonio Piñero
 
Una de la aserciones típicas en torno a la cuestión “Gran Iglesia”, “Gran Iglesia petrina”, “Pablo y su admisión en el canon de escritos sagrados del Nuevo Testamento” es la afirmación de que los escritos de Pablo fueron admitidos en el canon solo después de haber sido sometida su doctrina –considerada exagerada– a un proceso de “suavización” o “domesticación”. Es decir, se recortaron las aristas más acentuadas y problemáticas de la teología paulina. Fue la Gran Iglesia petrina la que logró tal resultado.
 
Creo que esta suposición está radicalmente equivocada.
 
En primer lugar, creo ya haber argumentado que no hubo tal “Gran Iglesia Petrina unificada y unificante”: porque no hay el menor indicio de esa existencia en nuestra única fuente, el Nuevo Testamento; porque de Pedro, aparte de anécdotas sobre su recia e impulsiva personalidad en los Evangelios, no se conserva ninguna teología especial que no sea la típica judeocristiana; porque si tenía algún síntoma de apertura (como buen galileo) hacia los paganos con el deseo de dejarles entrar en el grupo de seguidores de Jesús sin necesidad de circuncidarse,  esa tal apertura desapareció cuando se plegó sin más a las exigencias de la línea dura de Santiago (Gálatas 2,11-14); y finalmente porque la tradición de Pedro ejerciendo como obispo de Roma y con prestigio sobre las demás iglesias es una “noticia” que aparece a mediados / finales del siglo II en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, promovida por la iglesia paulina.
 
En segundo lugar, porque la tal “domesticación” debió de surgir –a falta de mejor hipótesis– precisamente dentro del propio grupo, amplio, paulino, con la intención precisa de atraer a la “Gran Iglesia paulina” entonces en formación a la parte judeocristiana que no fuera demasiado acérrima en el mantenimiento de la idea de segregar a los gentiles creyentes en Jesús, si no se circuncidaban.
 
Y en tercer lugar, porque fue el propio Pablo quien buscó en todo momento la aprobación del grupo de Santiago para su teología  (fundada en sus propias visiones revelatorias, de admitir a los paganos entre los creyentes, sin necesidad de cumplir la ley de Moisés completa, es decir, sin observar aquella parte que afectaba solo al pueblo judío como miembro nato de la alianza de Dios con Abrahán, la circuncisión, las normas sobre los alimentos y las leyes de pureza ritual).
 
Como he indicado con frecuencia, la domesticación de Pablo empieza a sentirse como necesaria por efecto del retraso de la parusía. Se necesitaba asentarse en el mundo y esperar con paciencia…, y no era nada bueno que la incipiente cristiandad estuviera dividida en dos grupos de teología tan antagónica en un aspecto tan esencial como era la necesidad o no de la circuncisión una vez que se vio bien claro que la misión de proclamar a los judíos a Jesús  como mesías había fracasado.
 
La primera domesticación de Pablo fue eludir la discusión sobre la necesidad o no de la circuncisión. La ausencia de esa cuestión es ya sorprendente en las deuteropaulinas, Colosenses, Efesios y 2 Tesalonicenses.
 
La segunda domesticación fue calmar un tanto el aspecto entusiástico, carismático, místico, “glosolálico” de las comunidades paulinas. No se podía mantener por mucho tiempo una espera inminente de la parusía (era preciso admitir mentalmente el retraso); era insostenible un gobierno de la comunidad por profetas y maestros, de tono más bien extático, de modo que cuando entrara un gentil no iniciado en una reunión de la comunidad no creyera que los participantes en ella estaban ebrios o enloquecidos (1 Corintios 14,23) no se podía permitir que la comunidad estuviera gobernada por gente que se comunicaba directamente con la divinidad sin pasar por el tamiz de la organización,  lo que más tarde se consolidó en el movimiento montanista para horror de los obispos, que perdían el control de los “gobernados solo por el Espíritu”.
 
Este impulso “domesticatorio” del pensamiento paulino, el deseo de asentamiento en el mundo se nota perfectamente en la Pastorales: cierta pérdida de la tensión escatológica; formación neta del corpus doctrina de o qué había que creer, es decir, “doctrina como un depósito”; la fe deja de ser algo dinámico y se convierte en verdades concatenadas (1Timoteo 6,20), la recta doctrina; se fortalece la constitución de  cargos eclesiásticos incoados solo en los primeros momentos (obispos; presbíteros; diáconos, viudas); la presentación del cristiano como ciudadano ejemplar en este mundo; la escritura de cartas pseudónimas de Pedro con una teología paulina y con un sentimiento de veneración del apóstol Pablo.
 
La tendencia “irenista”, o intento de unir los dos grupos principales de creyentes en Jesús del autor de Hechos de Apóstoles va unida con el impulso a la domesticación / suavización de la imagen de Pablo. El autor de Hechos (quien fuere no lo sabemos; he propuesto como hipótesis aclaratoria de la igualdad de teología, diversidad de datos contradictorios y de estilo que el autor fuera un discípulo de Lucas que escribe “según el espíritu de su maestro”) quita a Pablo el “sambenito” de haber sido él quien “inventó” la predicación a los gentiles, presentando a Felipe como el primero que convierte a un etíope; a Pedro como inventor de la misión gentil gracias a una revelación del cielo (Hechos 8). La domesticación se completa ocultando el contenido poco claro y problemático de las cartas de Pablo, es decir,  no presentando a este como autor de textos fundamentales del movimiento cristiano. Por último otro esfuerzo del autor de Hechos es hacer  hablar a Pablo como Pedro (Hch 13).
 
Finalmente, la iglesia paulina totalmente dominante en el siglo II, cuando el Imperio romano se encargó de quitar de en medio también a los judeocristianos a la par que liquidaba a muchos judíos revoltosos en tres guerras contra los judíos (66-70; 114–119; 132–135), domestica el pensamiento paulino admitiendo en el seno del canon de libros sagrados de los creyentes en Jesús como mesías a textos judeocristianos “aceptables”. Así, el Evangelio de Mateo, judeocristiano pero paulino en el significado de la muerte y resurrección/exaltación del Mesías; a este Jesús como capaz de modificar la ley de Moisés en época mesiánica aun manteniendo su significado; al mismo Jesús  considerado ya ser semidivino al final de su Evangelio, un Jesús que ordena desde el cielo la predicación universal del evangelio; la Carta de Judas que utiliza la textura y orden de 1 Corintios en su crítica de los gnósticos / herejes de Corinto para describir  los herejes de su propia comunidad; la Carta de Santiago, cuya ética judía es perfectamente asimilable; y finalmente el Apocalipsis / Revelación de Juan, cuya concepción de la divinidad de Jesús  es incluso más intensa que la paulina.
 
Son estas  ideas, recogidas ahora a vuelapluma, las que presentan una imagen de la “domesticación de Pablo” muy distinta de la manifestada por los defensores de la “Gran Iglesia Petrina, unificada y unificante”, quienes atribuyen esta domesticación a un movimiento unitario, fuera del paulinismo, que al final y con gran benevolencia acoge en su seno a un Pablo peligroso y exagerado, pero “suavizado”.
 
Conclusión: la imagen de la “domesticación de Pablo” me parece acertada, pero enfocándola desde la perspectiva de que fueron los discípulos mismos de Pablo quienes la efectuaron y no unos presuntos seguidores de una teología y movimiento petrino, el cual según los datos del Nuevo Testamento nunca tuvo consistencia alguna.
 
Y por último una mera sospecha, más débil que una hipótesis ya que no tiene prueba textual ninguna: sospecho que la edición de las cartas de Pablo a inicios del siglo II (que es un hecho irrefutable) tuvo algo que ver con esta domesticación.
 
Mas, por otra parte, si hubiere habido tal domesticación, no fue precisamente debido a una presunta iglesia petrina, es decir, no en favor de Pedro, porque el también presunto domesticador habría eliminado por lo menos la discusión de Pablo con Pedro de Gal 2,11-14, que deja en mal lugar al “príncipe de los apóstoles”… y no lo hizo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Viernes, 1 de Abril 2022
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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