Notas16-09-2022 (1257)
Escribe Antonio Piñero
Seguimos reflexionando de la mano de S. Guijarro y de su libro sobre “Los Cuatro Evangelios”. Hasta llegar a la “cristalización” de la tradición oral sobre Jesús en “textos” escritos hay mucha tela que cortar, ya que este tránsito llevó por lo menos 20 años, si se considera que Jesús murió en el año 30 de la era común y que la Fuente Q se compiló en el 50. La tesis actual frente a la idea de la “Historia de las formas” (escuela interpretativa del Nuevo Testamento) a saber que la creencia en la resurrección de Jesús era “un muro que impedía el acceso a la tradición sobre este”, la tendencia actual de la investigación nos lleva a recalcar y valorar más la existencia de una tradición oral, independiente de la creencia en la resurrección, que ha de tenerse en cuenta. Esa tradición oral es muy valiosa para reconstruir al Jesús histórico. Pero la cuestión es cómo llegamos a la tradición oral (o la extraemos) cuando lo único que tenemos es tradición escrita sobre Jesús: el Nuevo Testamento y en especial los evangelios. Volveré inmediatamente sobre ello. Sostiene S. Guijarro que “El estudio reciente de la naturaleza oral de los textos antiguos ha cuestionado alguno de los presupuestos de la escuela de interpretación de los textos del Nuevo Testamento denominada Historia de las formas que reflejan un contexto cultural muy diferente a aquel en el que tuvo lugar la comunicación entre los transmisores de la tradición oral sobre Jesús y sus destinatarios” (p. 112). Sin duda alguna es así. Y la ambigüedad de la expresión guijarriana “la naturaleza oral de los textos antiguos”, como si nuestro autor quisiera decir “todos los textos antiguos”, se resuelve cuando se precisa que se esos textos antiguos son preferentemente los evangelios. La Historia de las formas no cayó en la cuenta, según Guijarro, de que su manera de comprender la composición de los Evangelios era parecido a como entienden los arqueólogos su trabajo. Estos investigadores, al excavar un asentamiento, van encontrando / delineando estratos que ellos, los investigadores, diferencian claramente por años o épocas. Según la Historia de las Formas cada estrato de los evangelios, bien estudiado y señalado, es un medio para identificar las diversas etapas de la evolución del cristianismo primitivo. En este se distinguen sobre todo dos estratos: el más tardío, en lengua griega helenística, y otro más antiguo, en lengua aramea (y también en griego): estrato palestinense. Critica luego Guijarro no el uso, sino el empleo abusivo de esta estructura mental de la investigación por parte de la Historia de las Formas y advierte oportunamente que esta manera de pensar está influida subconscientemente por un paradigma mental: el uso del papel y de la imprenta. “Acostumbrados durante siglos a un modelo que considera el texto escrito la forma más perfecta de comunicación, resulta muy difícil imaginar un mundo en el que la comunicación escrita ocupaba un lugar secundario respecto a la comunicación oral. Los textos escritos cumplieron una función importante en el cristianismo naciente…, pero esos textos no eran la forma primaria de comunicación, Por ello para comprender lo que significaba entonces la comunicación oral no se puede partir de lo que significa ahora la comunicación escrita, sino que es necesario hacer un esfuerzo para entender los procesos implicados en esa otra forma de comunicación. Y el lugar que ocupan en ella los textos escritos” (p. 113). Y entonces cita Guijarro a J. D. G. Dunn, y sostiene que hay que cambiar de paradigma: para entender bien lo que es y supone la tradición oral en la plasmación de los evangelios es incorrecto partir del “paradigma literario” de la Historia delas Formas. Es necesario absolutamente volver los ojos y configurar otro paradigma, el de la tradición oral; cómo funciona la tradición oral, en el supuesto de que primero fue la palabra y luego el texto escrito. Sin duda es este un planteamiento interesante. Y aquí tiene que ver mucho la investigación de Eugenio Gómez Segura, con quien trabajo actualmente en la preparación a largo plazo de un volumen amplio sobre “Jesús de Nazaret. Historia y mito”, ya que él, en su reciente libro “Hijos de Yahvé. Una arqueología de Jesús y Pablo” (Edit. Dilema, Madrid 2021) ha planteado la necesidad de considerar los estratos de nuestra única fuente (insisto como dije: ¡un texto escrito!, el Nuevo Testamento), aunque Gómez Segura no afirme necesariamente, por supuesto, que un estrato más reciente se superpone a otro como una “reelaboración” necesaria y por escrito del estrato precedente. Tema interesante para reflexionar. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Viernes, 16 de Septiembre 2022
Comentarios
Notas08-09-2022 (1256)
Escribe Antonio Piñero
Decía en mi postal anterior del día 2 de septiembre que “será interesante averiguar cómo explica Guijarro la función que tiene la tradición oral en el proceso concreto de formación de los Evangelios. Lo comentaremos”. Eso es lo que hago hoy. Argumenta Guijarro en las pp.110 y siguientes que la denominada Escuela de las Formas (Véase una explicación de lo que piensa y significa esta escuela en mi libro “Aproximación al Jesús histórico”, Trotta, 4ª edic. 2020, pp. 179-194) aceptaba en su metodología “implícitamente el carácter literario de la tradición sobre Jesús” y “que imaginaba la composición de los Evangelios como el resultado de un proceso de copia y corrección de documentos escritos. Se conocía y se valoraba el papel de la tradición oral pero no se tenían los instrumentos para identificarla y estudiarla”. Tiene razón Guijarro, así como en la idea de que la tradición oral se plasmaba luego por escrito en forma de sagas y leyendas de todo tipo, como las que explicaban el origen de una costumbre o cualquier otra entidad (“una etiología”). Por tanto la tradición oral no funciona solo como tal, sino que discurre paralela a una “tradición por escrito”. También veo oportuno por parte de Guijarro, que este señale cómo la Historia de las formas “inventó” o descubrió lo que se llama el “contexto vital” (que a menudo se suele aludir en su forma alemana “Sitz im Leben”: p. 111). Lo aclaro brevemente: las tradiciones no se forman porque sí, sino que están determinadas por el contexto o situación social, económica, religiosa o de otros intereses, que la condicionan. Y señala nuestro autor que la filología/ teología alemana redujo en la práctica esta idea del contexto vital no a los condicionantes que acabo de señalar, sino solamente al “contexto eclesial”, es decir, al pensamiento religioso de los grupos cristianos primitivos que formaban “iglesias” o grupos que se reunían normalmente en la casa del individuo del grupo, casa que fuera la más grande y tuviera cabida para 20 o 30 personas, no más al principio Y es verdad también lo señalado por nuestro autor que el influjo del fideísmo protestante, de los estudiosos alemanes sobre todo, otorgó demasiada importancia a la creatividad de ese grupo de primeros discípulos de Jesús que se reunían después de la muerte de éste, pertrechados ya con la creencia de que Jesús había resucitado, y que reflexionaban sobre lo que había pasado realmente con él y como interpretarlo. Y sostiene –Guijarro, con razón, que la influencia de Rudolf Bultmann fue decisiva en toda la investigación de lengua inglesa y alemana (ciertamente no entre no –o mucho menos– en países en los que se escribía en español, italiano y francés). Bultmann defendía que no era posible que la ciencia histórica y filológica tuviera acceso a la tradición sobre Jesús antes de su muerte (“prepascual y teñida por la fe en un hecho sobrenatural, la resurrección de un muerto”). Y es más: aunque se mantuviera que sí, que es posible acceder a ella, nada de lo encontrado ayudaría a la fe cristiana. ¿Por qué? Porque Jesús, su vida y sus ideas son puramente judías; no cristianas. Jesús no fue un cristiano. El cristianismo había comenzado solo con la proclamación no de un hecho histórico, sino de un hecho ciertamente (la muerte de Jesús en cruz) más una interpretación teológica, de pura fe en algo que no pertenece a la historia sino a la fe: la proclamación de que Jesús había resucitado. Por tanto, y aquí viene lo importante, el único fundamento de la fe no es la historia, sino lo proclamado por los primeros seguidores de Jesús, que eran los mesianistas = “cristianos”… Y se insiste en que mucho o casi todo de lo proclamado por estos, guardado en las comunidades o grupos de las primeras iglesias, no era más que una especulación de fe sobre hechos en sí no relevantes para la fe. La fe no depende de la historia real, sino de lo que pensaban y transmitieron los primeros cristianos. Creo que este resumen de Guijarro que yo he amplificado o parafraseado un poco para que sea más inteligible a todos es interesante y merece la pena reflexione sobre ello. Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Jueves, 8 de Septiembre 2022
Notas
La existencia de un resto bueno de Israel que fuera el receptor de las bendiciones divinas por comportarse según deseaba Yahvé es una peculiaridad del pensamiento de Jesús y Pablo. La idea, sin embargo, se difuminó en otras especulaciones a la muerte del de Tarso.
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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