CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero


Hemos visto ya en esta serie cómo los evangelistas presentan como evidente que el Dios de Jesús es el mismo que el Dios del Antiguo Testamento (esto implica poroblemas teológicos que no abordamos por el momento, ya que ese Dios es demasiadas veces una divinidad violente, guerrera y partidista en favor de Israel .

La discusión de Jesús con los saduceos a propósito de la resurrección de los muertos Mc 12, 18-27 demuestra con palmaria claridad que el Dios de Jesús es el mismo que el del Antiguo Testamento.

He aquí este texto:

« Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.
Jesús les contestó: “¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? (Éxodo 3,6) No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error.  »


Parece evidente que Jesús razona del siguiente modo contra los saduceos: “Si todos los judíos tienen que aceptar, según lo que leen en las Escrituras que el Dios de Israel es el Dios de los antepasados, los patriarcas, y como un Dios no pude ser Dios de muertos (sería un Dios de nada), sino de vivos, es claro entonces que Abrahán, Isaac y Jacob están vivos”.

Ello supone que Jesús pone el acento no en la fidelidad de los patriarcas en Dios, sino al revés, en el compromiso de fidelidad de Dios para con los patriarcas. Jesús presenta a Dios como un escudo y como un protector de los justos a los que otorga el vivir siempre delante de Él.

La muerte significa la ruptura de todas las relaciones, en especial la del hombre con su creador. Por ello la teología del Antiguo Testamento suponía que el que murieran definitivamente los justos supondría una declaración de implícita de que Dios no es totalmente soberano. Según el evangelista Marcos, en esta perícopa, lo que argumenta Jesús es: la muerte pierde su valor ante el poder de Dios y ante el compromiso que este Dios ha tomado al declararse a favor de alguien. Dios es soberano total.

El rechazo de la resurrección por parte de los saduceos tiene que ver con la imagen de Dios por parte de los miembros de este grupo religioso. Según el historiador judío Flavio Josefo –que es una de nuestras fuentes principales para saber algo de los saduceos-, estos personajes no poseían mucho sentido de la proximidad de Dios al ser humano. Los saduceos negaban completamente la providencia divina, y hasta cierto punto eran como los filósofos epicúreos entre los griegos: Dios es en el fondo una divinidad extraña al mundo (Guerra de los judíos II 164).

Por tanto, lo que Jesús discute en el fondo en la perícopa citada, al hablar de la muerte y de la resurrección de los justos –para el Reino de Dios aquí en la tierra, confirme pensaban todos los judíos, o para el paraíso futuro, como piensan ahora en general los cristianos- es una concepción de Dios: éste tiene un poder absoluto y una fidelidad también absoluta para los justos, los que le son fieles.

Jesús afirma que “La muerte es ciertamente el límite de la vida humana; pero la fe sabe que al morir, el ser humano justo desemboca en las manos de Dios. Éste no abandona a lo que ha escogido. Tal es el contenido de la esperanza: Dios mismo es el bien esperado”.

Como puede observar el lector toda esta perícopa presenta a Jesús como piadoso judío, que adopta las posiciones de los fariseos, y que de ningún modo se considera a sí mismo tan cercano a la divinidad como para ponerse a sí mismo como causante, o cooperante, de algún modo de la resurrección de los justos.

Contrástese esta actitud del Jesús del Evangelio de Marcos, en el Jesús del Evangelio de Juan (cap. 11) en la historia de la resurrección de Lázaro:

« Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn 11,1-4) »

Y un poco más adelante dice Jesús a Marta, la desconsolada hermana del difunto:

Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». (Jn 11,21-27).

Todos los comentaristas serios de los Evangelios, incluidos los católicos, están de acuerdo en que estas palabras no pertenecen al Jesús de la historia, sino a la teología del Cuarto Evangelio. El evangelista pone en boca de Jesús palabras que corresponden a un estadio muy avanzado de la teología cristiana –finales ya del siglo I-, estadio creado después de la muerte de Jesús, en el que la figura de éste está ya totalmente divinizada. Por ello se iguala a la del Dios de Israel y se le pone como causa o cooperante con el Padre en la resurrección del justo Lázaro.


Pero el Jesús que más se acerca al de la historia es sin duda el del Evangelio de Marcos cuando se sabe leer, a veces entre líneas, a partir de las tradiciones que fielemente recoge sobre el Nazareno aunque no sean favorables para su teología sobre ese mismo Jesús.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopiñero.es

Miércoles, 7 de Enero 2009


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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