CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas

Queremos comenzar nuestra andadura en este blog de Tendencias21 con uno de los temas más difíciles y espinosos de los que se pueden plantear al amparo del título de nuestro blog “cristianismo e historia”: “La divinización” de Jesús. El enunciado mismo de la cuestión, que espero suscite el interés de los lectores, presupone un punto de partida doble:

1. Que a partir de un estudio de las narraciones evangélicas parece traslucirse que Jesús de Nazaret es un ser meramente humano, no un ente divino, y

2. Que tras su muerte y resurrección –todo desde el punto de vista de la historia de las religiones- su figura fue divinizada por sus seguidores.

En principio este punto de partida parece un a priori porque en nuestra civilización occidental se nos ha enseñado desde siempre lo contrario –en una tradición de diecinueve siglos- a saber que Jesús es al mismo tiempo Dios y hombre (con base en los decretos de los Concilios de Nicea, 325 d.C. y Calcedonia, 451).

Por tanto, el cometido, en apariencia al menos muy aventurado y azaroso de nuestro intento, sería intentar mostrar que los Evangelios mismos nos presentan un ser humano, Jesús de Nazaret, que luego en esos mismos texto se nos muestra como una persona divina.

Para abordar este tema son necesarios enunciar una serie de prenotandos básicos y elementales por los que pido disculpas a aquellos que los consideren innecesarios:

A. Damos por supuesto que el personaje Jesús ha existido realmente. La existencia histórica o no del personaje es objeto, hasta hoy día, de debate pero de momento vamos a dar metodológicamente por zanjado este problema.

En el apartado de obras que comentaremos en su momento, abordaremos la presentación la y el análisis del libro “¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate”, publicado por la editorial Raíces, Madrid 2008, del que es editor literario quien esto escribe. Así pues, a falta de un debate ulterior, damos por supuesto que Jesús de Nazaret ha existido realmente, pero que es posible que la interpretación de su figura y misión haya podido ser otra cosa diversa a cómo fue él en la mera realidad histórica, si es que ésta no es accesible a través del estudio de los textos.

B. ¿Cómo accedemos al estudio de un personaje de la antigüedad?

La historia antigua y la filología, como método de análisis, posee diversos instrumentos para acercarse a la realidad histórica de un personaje, cuya figura se nos ha transmitido por tradición. Éstos son a) los restos arqueológicos por él dejados entre los que se incluyen monedas o inscripciones, y b) textos sobre el personaje compuestos por él mismo o por otros a su alrededor.

Parece evidente que en el caso de Jesús de Nazaret sólo poseemos textos escritos acerca de su figura y que no fue un personaje lo suficientemente importante como para haber dejado tras sí restos arqueológicos. Es bien sabido que Jesús no escribió nada sino que otros escribieron sobre él. Ahora bien, un primer y somero análisis de los escritos acerca de su persona, los evangelios, ponen en evidencia que se trata de textos de propaganda religiosa. Un análisis aun superficial descubre de inmediato que son escritos que defienden la fe en su persona y misión como un salvador religioso, n realidad como el salvador universal.

Pero el mismo análisis descubre rápidamente que tal propaganda religiosa está imbricada en una serie de relatos que nos presentan dichos, hechos, personajes, acciones, atmósfera y ambiente que corresponden a lo que sabemos de Israel y Palestina en el siglo I de nuestra era y, en concreto, de Galilea. Es decir, presentan a la vez hechos, personajes y acciones que son presumiblemente históricos porque encajan bien con el ambiente, la atmósfera, la realidad sociológica o religiosa de lo que conocemos del Israel del siglo I por medio de otras fuentes.

Un inciso: es usual escribir sobre el país en el que Jesús de Nazaret ejerció su actividad pública utilizando la denominación de “Palestina” o bien de “Israel” . Propiamente hablando, ambas denominaciones son relativamente incorrectas. La primera, “Palestina”, porque era sólo –y no siempre- la denominación usaban los romanos sobre todo a partir del año 135 (época del emperador Adriano) después que la Segunda gran revuelta judía contra Roma acabara en una catástrofe tal de los judíos, que Jerusalén fue aniquilada, arrasada a ras de suelo, se fundó sobre ella una nueva ciudad romana, denominada Aelia Capitolina, y se prohibió a los judíos acercarse al perímetro de la ciudad bajo pena de muerte. Es estado judío fue de tal modo aniquilado que sus consecuencias duraron hasta 1947. Desde 135 los romanos, para fastidiar a los judíos, comenzaron a denominar usualmente el territorio de Israel con el nombre de uno de sus más odiados enemigos en el Antiguo Testamento: los filiteos/pilisteos. “Palastina” será la tierra no de los judíos sino de los filisteos.

Israel sería también relativamente incorrecto porque en tiempos de Jesús la dominación romana, y la de Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande) sobre Galilea, empleaba usualmente la designación de las provincias: Galilea, Perea, Samaría, Judea, etc.

En nuestro caso empleamos indistintamente las tres posibles denominaciones.

Continuaremos otro día discurriendo sobre con el método que debe emplearse para analizar textos que son considerados sagrados por los creyentes.


Martes, 4 de Noviembre 2008


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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