Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho V (cc. 42-50): El demonio que habitaba en una mujer Tomás entró en la ciudad con la intención de visitar a los padres del joven resucitado, que lo habían invitado a su casa. Pero los gritos de una hermosísima mujer lo desviaron de su proyecto. Rogaba al apóstol que la hiciera llegar hasta él, porque deseaba contarle cuanto le había sucedido durante cinco años de posesión diabólica. Hasta entonces había permanecido sin casarse, pero un día un hombre extraño la abordó cuando salía del baño. Le pedía que viviera unida en amor con él como hombre con mujer. Los detalles del relato delatan que aquel presunto hombre era un demonio. La respuesta de la mujer a la proposición diabólica revela que se trataba de una persona que había elegido la vida de castidad. Así lo manifestaba cuando aseguraba que no había querido casarse con su prometido, mucho menos podía ahora unirse a otro hombre en flagrante adulterio. La mujer preguntó a la joven que la acompañaba si había visto al joven que la había abordado y le había hecho proposiciones desvergonzadas. La joven había visto más bien a un anciano. El detalle de las dos formas sembró la inquietud en la mujer. Mucho más cuando aquella noche se presentó a ella y mantuvo con ella “aquella sucia relación” (c. 43,3). Al llegar la mañana, huyó del demonio la mujer, pero él insistió en abusar de ella. Hacía ya cinco años que perduraba aquella situación. Ahora rogaba a Tomás que le devolviera la libertad, pues había demostrado su poder sobre los malos espíritus. La pobre mujer suspiraba por regresar a su antigua naturaleza de vida en la continencia. El apóstol pronunció una invocación en la que echaba en cara al demonio su maldad, su envidia y sus recursos pérfidos. Pero el demonio se presentó delante de Tomás sin que lo viera nadie sino el mismo Tomás y la mujer. Dirigió un largo y complicado discurso al apóstol, al que consideraba siervo de Jesucristo, consejero del Hijo de Dios, parecido a su Maestro y hermano. Reconoce su misión de colaborar con él con la función añadida de torturar a los demonios. A continuación, rompió en llanto lamentando la pérdida de la mujer amada en la que descansaba. Se despedía de ella, porque se había refugiado en otro más fuerte que él. Sabía que mientras se mantuviera cerca de Tomás, él no tendría ninguna posibilidad de recuperarla. Pero cuando se marche a otras regiones, volverá para hacerla suya como había sido hasta que llegó el apóstol de Jesús. Calló el demonio y desapareció en medio de una nube de humo y fuego. Aprovechó Tomás la ocasión para exhortar a los presentes. Habló luego de la confianza especial que tuvo con Jesús hasta el punto de haber recibido la revelación de ciertos misterios. Aludió a las “tres frases con las que se sintió inflamado”, pero que no podía comunicar a los demás. Son las tres palabras que Jesús comunicó a Tomás según el logion 13 del Evangelio gnóstico de Tomás. Oró al “Jesús altísimo, el polimorfo, el unigénito, el primogénito, Dios de Dios” para que los apoyara con su ayuda y mantuviera viva su esperanza. A continuación, les impuso las manos diciendo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros para siempre”. Tras el “amén” de todos, levantó la voz la mujer pidiendo al apóstol la gracia del bautismo para que no volviera ya más a ella aquel malvado enemigo. Lo mismo solicitaron muchos de los presentes. Realizó Tomás la ceremonia del bautismo en el nombre de la Trinidad, seguida de la eucaristía con una invocación a Jesús, en la que hablaba de la participación “de tu santo cuerpo y de tu sangre” (c. 49,3). Sigue luego una epiclesis bautismal, dirigida originalmente a la Sabiduría gnóstica, que más tarde se aplicó al Espíritu Santo. A lo largo de la epiclesis, se dan variadas diferencias entre las versiones griega y siríaca. Por ejemplo, en el siríaco se suprime la invocación “Ven, Sagrada Paloma, que engendras a los pichones gemelos. Ven, Madre oculta” (c. 50,2). Terminada la invocación, hizo Tomás la señal de la cruz sobre el pan, lo partió y repartió. Dio del pan en primer lugar a la mujer diciendo: “Sírvate esto como perdón de tus pecados”. Repartió también el pan a todos los que habían recibido el sello. Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 26 de Septiembre 2011
Comentarios
NotasHoy escribe Antonio Piñero Quisiera añadir a las líneas publicadas en mi nota anterior de esta serie que expone el modo de comentar el Evangelio de Marcos de un señero investigador, Joel Marcus (199-11 “Un nuevo y desconocido mesianismo”) unas precisiones del mismo autor expuestas en su apéndice “El significado de cristo-mesías en el Evangelio de Marcos, vol. II pp. 1279-1280. El libro acaba de aparece en librerías (al menos a mí me ha llegado ya) y en la próxima semana espero poder llevar a cabo una presentación del volumen. Escribe Joel Marcus: “Una idea que no parece haber recibido ninguna atención destacada en el judaísmo precristiano es la del mesías sufriente; ningún texto judío primitivo habla de tal figura. “Para los cristianos la idea de un mesías que sufre parece natural, pero esto sucede porque tal concepción está profundamente arraigada en una comprensión cristiana del Antiguo Testamento. En el judaísmo, sin embargo, el mesías davídico está relacionado con el triunfo, no con la derrota y la muerte; la reacción sobresaltada de Pedro al anuncio del Jesús marcano de su pasión futura es, por tanto, muy realista. Así aparece en Mc 8, 31-32: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días.32 Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle.” El Deuteroisaías habla sin duda alguna del Siervo del Señor que sufre y muere una muerte expiatoria, pero esta figura no se identificaba con el mesías sino normalmente con la totalidad del pueblo de Israel. Este parece ser el sentido de Is 50, 4-9; 52, 13--53, 12. Transcribo sólo el primero de estos textos: “El Señor Yahvé me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos; 5 el Señor Yahvé me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás. 6 Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. 7 Pues que Yahvé habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado. 8 Cerca está el que me justifica: ¿quién disputará conmigo? Presentémonos juntos: ¿quién es mi demandante? ¡que se llegue a mí! 9 He aquí que el Señor Yahvé me ayuda: ¿quién me condenará? Pues todos ellos como un vestido se gastarán, la polilla se los comerá”. Ciertamente, aunque el Targum ve referencias al mesías en Isaías 53, asigna el sufrimiento del pasaje de Isaías a los enemigos del mesías en vez de al mesías mismo. Las tradiciones rabínicas posteriores que hablan de la muerte del mesías hijo de José estaban probablemente influenciadas por el cristianismo o por la muerte del dirigente de la Segunda Rebelión judía, Bar Kochba, y no por un concepto preexistente judío de un mesías sufriente. Y su conclusión es: Por tanto, la noción neotestamentaria del mesianismo sufriente es una mutación del mesianismo anterior judío y no una directa continuación de él". E igualmente a propósito de Mc 9,13, señala en el cuerpo del Comentario: “Ciertamente, los dos testigos escatológicos asesinados en Ap 11, 1-13 están modelados sobre las figuras de Elías y Moisés, puesto que los milagros que realizan son similares a los de esas figuras del Antiguo Testamento, pero esto no significa que hubiera una tradición preexistente judía sobre el martirio y la vuelta de Moisés y Elías; las historias sobre éste, son más bien una innovación cristiana que derivan… de la innovación, asimismo cristiana, del martirio del mesías” Y con esta nota cerramos definitivamente esta serie “Análisis y comentario a Mc 9,9-13” Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 25 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Desarrollamos hoy la cuarta objeción enunciada en la nota de ayer. Damos la voz primero al autor. Escribe Torres Queiruga en las páginas finales de su libro (pp. 333-334): “Jesús y su destino no solo constituyen el modelo, sino también la verificación del verdadero sentido y de la fecunda eficacia del Dios reconocido y confesado como el ‘Anti Mal’[…] En el destino de Jesús, máxima parábola de Dios en nuestra historia, se hizo ‘carne’ la mejor y más tangible muestra de la actitud divina ante el mal de sus criaturas, Aparece en el decurso general de su vida, inconfundiblemente movida por la compasión activa, como símbolo de una biografía marcada hasta la última gota de su sangre por la lucha contra el mal […] “Queda rechazada una visión falsamente sacrificial de su muerte, como precio de rescate o castigo del pecado. Ni siquiera es correcta la visión que la convierte en prueba del amor divino en el sentido de arreglo posterior del mal que se podía haber evitado.. La muerte de Jesús fue, cierto, prueba de amor; pero prueba de su amor personal por el bien de los demás […] “Prueba también del amor de Dios que tuvo que soportar el asesinato de su Hijo. Asesinato criminal y como tal no querido por Él, sino como todo crimen causado –causado idénticamente contra su Hijo y contra Él—por la decisión culpable de libertades humanas; en ese sentido, ni siquiera le fue permitido sino que fue impuesto a Dios como ‘inevitable’ una vez que esas libertades, haciendo uso de su autonomía, los culpables decidieron oponerse al auténtico impulso de su dinamismo creador y desobedecer su inspiración salvadora […] “Por eso a pesar de la posible impresión de su abisal abandono (por parte del Padre), Jesús pudo morir en la confianza asegurada: ‘En tus manos pongo mi vida’ (Lc 23,46). Dentro de la historia Dios no nos salva del sufrimiento, sino en el sufrimiento. “El segundo aspecto es la resurrección de Jesús, la realidad gloriosa por excelencia. La fe descubrió y proclamó no fue la muerte el destino último, sino que fue la vida plena y realizada la que tuvo la palabra definitiva. Y la tiene para todos […] porque en Cristo culmina la revelación, de algún modo presente en todas las religiones de la humanidad, de que Dios no nos deja –no nos ha dejado nunca—caer en la nada de la muerte, esa cifra culminante del mal, ese ‘último enemigo en ser vencido’ (1 Cor 15,26)” (pp. 333-335). Y ahora mis reflexiones: A la verdad, en mi opinión, estos resultados no están de acuerdo con el pensamiento autónomo de la modernidad, ya que ésta, en caso de aceptar esta concepción de Dios –de la que creo que está muy lejos—no podría tomarse al pie de la letra las afirmaciones cuyas palabras básicas he resaltado en negrita, como lo hace Torres—, sino en un plano puramente simbólico –como la hace, por ejemplo, Roger Haight--, ya que hablar del “Otro”, Dios, sólo puede realizarse por símbolos puros, sin saber en realidad si se acomodan totalmente a la “realidad” de ese Otro absoluto. En consecuencia, y como mero corolario de la idea anterior, Torres Queiruga está empleando un modo mítico de hablar, que no corresponde a la mencionada y exigida modernidad. Torres menciona y piensa realmente en la encarnación, de Jesús como el Hijo (con mayúsculas), en la redención, en el asesinato del Hijo, en el aparente abandono del Padre, etc., que se corresponden con una idea del universo, del lugar dentro de él de la Tierra, de las relaciones del Dios con su Hijo, con la humanidad de su asesinato por parte de ésta, etc., nociones que a su vez proceden de una concepción mítica, de una idea del universo que nada tiene que ver con la modernidad, sino con una cosmovisión del universo que es en el fondo acadio-babilónica, y que tuvo origen hace unos 3.700 años..., aunque muchos la sigan utilizando hoy día, a pesar de que la ciencia astronómica nos obliga prácticamente a pensar de otra manera. Quiero que conste que yo no me opongo intrínsecamente en sí al uso de esta interpretación del mundo de origen absolutamente mesopotámico, ya que, en todo caso, yo interpretaría el contenido de la revelación exresada por ella de un modo absolutamente simbólico. Digo sobre todo que tal concepción no es consecuente con las protestas de Torres Queiruga de tratar el problema del mal de acuerdo con el “pensamiento de la modernidad” (afirmaciones suyas en el “Prólogo”, pp. 9-10). Por último, creo que no corresponde a la realidad histórica del Jesús de la historia el pensar –como hemos manifestado repetidas veces en este Blog-- que Jesús fue a Jerusalén con el ánimo dispuesto a morir y con consciencia plena de aceptar un plan de redención eternamente dispuesto por el Padre. Pienso que su pensamiento era muy otro, y que él --como creo que demuestra su predicación del Reino de Dios su entrada mesiánica en Jerusalén y la denomina purificación del Templo— fue a Jerusalén a triunfar y a esperar que Dios implantara allí definitivamente su reinado sobre la tierra de Israel, un reinado preparado por su predicación y por sus acciones Por otro lado, ya he dicho en otras ocasiones que --desde el punto de vista católico-- atacar demasiado reciamente y con tonos tajantes la “concepción falsamente sacrificial de la muerte en cruz” es acabar con el sentido profundo del paulinismo, que es la base del cristianismo de hoy. Ahora bien, no tendría inconveniente en ello, pero con todas las consecuencias. Y no seguimos con minucias, porque lo esencial ya está dicho. ¿Quieren decir mis apostillas al libro de Torres Queiruga que no lo estimo en absoluto y que no recomiendo su lectura? De ningún modo. Ya me conocen los lectores: estimo mucho la valentía de Torres en toda su trayectoria investigadora y publicista y aprecio su acumen crítico y la libertad y sinceridad de sus exposiciones, que tienen que haberle proporcionado más de un disgusto eclesiástico… Su lectura, como en otras ocasiones, es muy estimulante y muchos experimentarán consolidación y consuelo en la defensa de sus posiciones. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 24 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Complementamos alguna idea expresada a toda prisa en la nota anterior, completando el pensamiento del autor del libro que comentamos. Escribe Torres Queiruga en las pp. 212-213 lo siguiente a propósito de “la verdadera respuesta (al problema de la existencia del mal) y su íntima coherencia”: “Aclarada la verdadera situación del problema (a saber: ‘es imposible que una naturaleza finita, el universo y el ser humano, no conlleve el mal en su seno’), resulta ahora fácil enunciar el sentido de la respuesta auténtica que ofrece la teodicea: “Negativamente: el hecho de que Dios no haya creado un mundo sin mal no implica que Él no sea bueno ni omnipotente, o que ello obedezca a una decisión totalmente irracional. Dado que el enunciado ‘mundo sin mal’ es un sinsentido, tampoco tiene sentido esa pregunta. Sólo tiene sentido preguntar: por qué entonces ha creado Dios un mundo que inevitablemente implica la presencia del mal? “Positivamente, la respuesta es que, a pesar del mal, el mundo vale la pena; y lo vale porque, creando por amor, Dios nos sostiene, acompaña y apoya en la lucha contra el mal; y, siendo poderoso, no sólo funda ahora nuestra esperanza, sino que nos asegura la victoria definitiva. “Resumiendo: Dios ha creado un mundo, a pesar de la presencia inevitable del mal, porque la existencia es un don positivo que Él otorga desde el amor, buscando única y exclusivamente nuestro bien. Un bien que se inicia ya en la historia, aunque dentro de ella su realización plena y definitiva todavía no resulte posible; pero que en definitiva y gracias a su bondad poderosa, Dios quiere y puede lograr una vez rotos los límites inherentes al espacio ya al tiempo. “El tono último de esta respuesta es común con la ‘vía corta’ de la teodicea. En realidad es el que siempre han intuido las religiones y, es en todo caso, el que afirma la teodicea cristiana. Lo nuevo de la ‘vía larga’ de la teodicea es que, poniendo al descubierto el carácter inevitable del mal, logra asegurar su coherencia. Porque si e mal fuese evitable, es decir, si fuese posible crear un mundo sin mal, resultaría contradictorio admitir la existencia de un ‘dios’ que no ha querido o no ha podido evitarlo” Cita larga, pero espero que haya sido interesante. Observe el lector, a propósito de las proposiciones transcritas, lo siguiente: un problema filosófico, racional, la existencia del mal planteado por el dilema de Epicuro, no recibe más que una respuesta teológica, muy insatisfactoria desde la razón porque no responde en absoluto al otro requisito de la posible solución del problema: afirmaba Torres Quiruga -recuérdelo el lector- que había que dar una solución al problema del mal aceptando que "el mundo es autónomo" (p. 10). Pienso, entonces, que la razón humana debe ser también autónoma y que no puede proporcionar una respuesta que sea sólo teológica, sino también racional. Partir del punto de vista de una "creación" (naturalmente finita; si no sería Dios) supopne ya un postulado de estricta fe, es una afirmación teológica, Y segundo: como sostuvimos Dios podría (y debería probablemente) haber optado por no haber creado tal universo. Torres Queiruga responde a esta objeción diciendo que tal creación “merece la pena”, ya que el don de la vida es positivo”. Y la contrarréplica es: eso es precisamente lo que hay que probar. Lo que importa es el individuo y hay millones y millones de ellos para quienes la vida no tiene sentido alguno; es un “sufrimiento insufrible” que se sobrelleva por miedo o por el deseo de no dejar desamparados aún más a los hijos. Tercero: aun dentro de las religiones, los presupuestos de esta teodicea cristiana distan mucho de poder ser admitidos sin más: a) porque son enunciados positivos, voluntaristas, en muchos casos meras afirmaciones aunque repetidas durante siglos b) porque están basados en una revelación discutida aun por individuos muy religiosos pero de otras religiones, y c) porque en algunos casos son imposibles de probar totalmente a partir de los textos de la misma revelación, o Escrituras, donde hay pasajes canónicos, revelados, sagrados por tanto, en que abogan terriblemente en contra de tales proposiciones. Así pues y en mi opinión (el lector que abogue por la suya), el dilema de Epicuro, planteado en términos puramente racionales, no se resuelve con las ideas teológicas y las soluciones de fe (insisto que parte de un concepto de "creación" y de ahí deduce que es finita y por tanto debe incluir el mal en su seno) del libro de Torres Queiruga que hemos copiado al inicio de esta nota. Y cuarto, por último (y con esto concluiremos mañana nuestra reseña) por otra razón: porque los fundamentos neotestamentarios que se deducen de la concepción de la divinidad y de su creación defendida por Torres Queiruga, fundamentos que afectan al papel que en ello desempeña Jesús de Nazaret, distan mucho de estar corroborados por la investigación histórico crítica. Concluiremos, pues, desarrollando esta cuarta objeción en la nota siguiente. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Viernes, 23 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
El Concilio de Vienne y los estudios orientales en Occidente Hoy escribe Fernando Bermejo El Concilio de Vienne, convocado por el papa Clemente V y celebrado en Francia entre octubre de 1311 y mayo de 1312, considerado el XV Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, es más conocido por las tres cuestiones principales que en él se abordaron: la cuestión de los Templarios, la ayuda que debía darse a Tierra Santa y la reforma del orden y la moral clericales. El desarrollo del Concilio, y en particular la condena de la Orden de los Templarios y las vicisitudes ulteriores en lo relativo al compromiso del rey Felipe IV de iniciar una Cruzada al cabo de seis años (que se quedó en agua de borrajas) muestran en qué medida el rey francés manejó los asuntos eclesiásticos a su antojo y obtuvo la complicidad del pontífice con sus desmanes y su ambición. Hoy nos interesa aquí una de las decisiones “menores” de este Concilio, tan ominoso en otros aspectos. Uno de sus cánones autorizaba y ordenaba a las universidades de Salamanca, Oxford, París y Bolonia la enseñanza de lenguas orientales, concretamente de “árabe, hebreo y caldeo”. Este acontecimiento supone la integración del estudio de las lenguas orientales por primera vez en la Universidad. Entre las Universidades españolas de la época, fue la Universidad de Salamanca la elegida para la impartición de esas lenguas. Esta es la razón por la que la próxima semana, del 28 al 30 de septiembre, se celebrará en Salamanca un congreso, organizado por los orientalistas de esta Universidad, para conmemorar los 700 años de Estudios orientales (Filología, Arte, Historia, Religión…) en la Universidad española. Habrá distintas secciones: Árabe e Islam, Hebreo y Arameo, India e Irán, Egipto/Anatolística, y Próximo Oriente y Asia Oriental. Dado que un número apreciable de ponencias versarán sobre temas de historia de las religiones (zoroastrismo, judaísmo, cristianismo, islam, maniqueísmo…), es probable que a algunos lectores de este blog les interese lo que tendrá lugar en este congreso. Los interesados pueden consultar el programa en http://www.eos700.es/ Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Jueves, 22 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
¿Qué pensar de la argumentación de Torres Queiruga, una vez resumido muy sintéticamente su pensamiento en el libro que comentamos? Mi opinión es que yo haría a cada una de sus propuestas alguna apostilla seria, aunque no sé si el conjunto de ellas sería una respuesta contundente a su extenso razonamiento, o bien una réplica más bien superficial, en los límites de lo que es una reseña de un Blog. El lector, de todos modos, opinará por su cuenta. Opino, en primer lugar, que el dilema de Epicuro es inevitable. Y que plantearlo hoy con toda crudeza no es caer presa del "prejuicio" como, me parece, que concluye Torres contra Kant. El dilema, utilizado por Hume y Kant, buenos razonadores, va en una línea que debería sostener también Torres Queiruga. Defiende A) por un lado la autonomía del pensamiento humano dentro de su ámbito, el de la existencia del ser humanoen este universo. El hombre puede ser heterónomo, ni en raciocinio, ni en ética • No en el raciocinio, porque en ese caso aceptaríamos los “misterios” de la fe, puesto que "creer es aceptar lo que no vemos/comprendemos". Con ello atribuimos al Creador la maldad de habernos dado un único instrumento de conocimiento y luego exigirnos que para nuestro negocio principal, la salvación, renunciemos a él, • Ni en la ética, porque entonces el ser humano obraría moralmente acatando leyes impuestas desde fuera, desde la potencia de un “otro” (griego héteros). Eso sería ser heterónomo (héteros + nómos = "ley"), esclavo en el fondo, lo cual es incompatible con la dignidad humana. Y B) que el pensamiento humano no está constituido para pensar lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, y que llega un momento en el que se ve obligado –en contra del principio de contradicción- a aceptar una cosa y la contraria. Esto va en la mismísima línea de raciocinio de las aporías de Zenón de Elea, quien sostiene que “Si se admite que existe la multiplicidad, algo que es mucho, se verá ineludiblemente que esta multiplicidad ha de ser, simultáneamente, infinitamente pequeña e infinitamente grande”. Así Zenón de Elea sostenía la proposición de que Aquiles nunca podrá alcanzar a la tortuga si ésta empezara la carrera con una pequeña ventaja , ni la flecha, su objetivo, etc. (Consúltese, por favor, una historia de la filosofía griega, aunque sea elemental, para entender esta propuesta) Por tanto, el pensamiento humano no puede por sí mismo pensar la idea de Dios, ya que ésta sería infinitamente grande, se la imaginaría ineludiblemente como múltiple y caería en la contradicción arriba expuesta. Es decir su imagen de Dios tendría la multiplicidad de todas las cualidades humanas, algunas de las cuales son contradictorias entre sí. No se puede ser infinitamente misericordioso e infinitamente justo a la vez. Esta imagen de Dios, bien examinada, sería contradictoria. En mi opinión estos raciocinios basados en el pensamiento de Zenón, tan antiguos, siguen plenamente vigentes para muchos. Segundo: afirma Torres que el resultado ineludible de la “ponerología” (véase la postal del día anterior) es el raciocinio siguiente: se vea por donde se vea, la creación de un universo material, finito, implica por su misma definición su finitud, es decir la existencia en ese mundo del mal. Ni Dios con su omnipotencia podría haberlo creado de otro modo porque iría contra el principio de contradicción. Luego si lo creó, es porque estimó que en el balance de resultados el bien supera el mal y “mereció la pena”. Personalmente no me convence en este resultado más que la primera parte: un mundo finito necesariamente lleva el mal en su seno. Pero, para mí y espero que para muchos, la conclusión lógica sería: ¡Mejor no haber creado el universo! Basta considerar el dolor, imposible de expresar, de una madre que pierde irremisiblemente un hijo queridísimo para que esa creación no compense. La existencia de tal Dios creador implica que tendría las cualidades excelsas de una persona. Ahora bien si fuera persona en grado excelso, estallaría ante la contemplación de la magnitud del dolor humano. Tampoco me convence el que la respuesta a los resultados inevitables de la “ponerología haya de ser una “suerte de fe”, una “fe” que puede ser doble: o bien la “náusea” sartriana ante lo absurdo de la existencia, o bien la esperanza religiosa. Replico: la “nausea sartriana” es una afirmación negativa, es la aceptación más o menos resignada de una falta total de explicación del mal en el mundo; es afirmar que no hay solución al problema del mal. Pues bien, toda afirmación negativa no necesita demostrarse. Sólo necesita demostrase la afirmación positiva, a saber, la existencia de una esperanza religiosa que explique de verdad la necesidad y obligatoriedad de la existencia del mal. Y en mi opinión la justificación positiva e histórica de tal “esperanza religiosa” es imposible. Seguiremos en la próxima nota, porque el tema planteado por Torres Queiruga es vital. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Miércoles, 21 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Atractivo título para un libro que se confiesa de filosofía y de teología, pero que tiene mucho más de los segundo desde el momento en el que se manifiesta que se desea dar una respuesta al problema del mal no meramente filosófica, sino una respuesta cristiana, es decir la de una teodicea cristiana. El autor es bien conocido. En su biografía consta que hizo un doble doctorado, en filosofía y teología, lo que muestra su interés por el ámbito del pensamiento filosófico Es profesor de “Teología Fundamental” en el Instituto Teológico Compostelano y de “Filosofía de la Religión” en la Universidad de Santiago. Es cofundador de una revista: “Encrucillada. Revista Galega de Pensamento Cristián. En este Blog hemos reseñado una obra suya, Repensar la revelación. La revelación divina en la realización humana, del 2008 (Trotta). Entre sus otras obras el observador externo cae en la cuenta en la insistencia de dos palabras claves en los títulos: “Recuperar” y “Repensar”, lo que indica su preocupación por repensar la fe cristiana, de modo que al actualizar su comprensión, sea posible recuperar hoy la experiencia cristiana originaria. La ficha completa del libro es la siguiente: Repensar el mal. De la ponerología a la teodicea. Editorial Trotta, Madrid 2011, 372 pp. ISBN: 978-84-9879-194-5. Opina el autor en su Prólogo que "el pensamiento moderno afirma sin ambages la autonomía del mundo". Pero --sostiene al mismo tiempo- amigos y enemigos de la idea siguen operando con el prejuicio mítico de un intervencionismo divino en ese mundo: si Dios quisiera –o hubiese querido-- no habría mal, y el mundo sería perfecto. El ser humano carecería de la “tendencia perversa” (como dicen los rabinos que evitan el concepto de pecado original) con lo que su comportamiento sería ideal y el mundo en sí sería tan perfecto que unas leyes físicas bien constituidas harían imposibles las catástrofes naturales –es decir aquellas en las que no habría intervenido la mano del hombre- que tanto mal y dolor causan. Torres Queiruga toma como punto de partida el dilema que, a propósito de la existencia del mal y de los dioses, planteó Epicuro: “O Dios no quiso o Dios no pudo evitar el mal en el mundo. En cualquiera de las dos hipótesis es imposible acepta la existencia de un Dios que o no quiere o no puede”. Este dilema --opina TQ-, "era asimilable (es decir, tolerable; se entendía pero no producía graves consecuencias de pérdida de fe) en una cultura de fe ambiental, pero hoy día, en la nueva era crítica, se convierte en una dificultad insuperable ". Tomado en serio, hace imposible la creencia en un Dios amoroso y providente. Según Torres Queiruga, su libro ha de enfrentarse a formulaciones, derivadas de este dilema, que juntas suponen una contradicción y un desafío insuperable para la razón: “Si se sostiene al mismo tiempo a) que Dios es amor, y b) que pudiendo, no quiso eliminar todo el horror del mal en el mundo; entonces c) lo que se enuncia no es un “misterio”, sino una contradicción. Segundo, de ese modo el mal se convierte con toda razón en la ‘roca en la que se fundamenta el ateísmo’, pues en esas condiciones la idea de Dios –al menos la del Dios bueno y omnipotente, la única coherente—resulta inaceptable” (. 23). Preso en la cárcel de este dilema — aunque actuando de un modo “pre-judicial”— Kant proclamó el fracaso de la teodicea. Fracaso para los creyentes, pues resulta increíble la imagen de su dios, ya que no quiere, o queriendo, no puede. Fracaso para el ateísmo moderno que se apoya en el mal…, pero al atribuírselo a Dios niega la autonomía del mundo. Ahora bien, el fracaso kantiano afecta sólo a la teodicea precrítica en un mundo secular. El propósito de este libro es “repensar el mal” tomando con toda consecuencia la secularidad, como signo de los tiempos. Por ello, afirma el autor, partiendo del mundo como si Dios no existiese, es obligado empezar desde abajo respetando la autonomía del pensamiento humano. Entonces el problema del mal --por primera vez en su historia (con ello se afirma la originalidad de este libro— se estructura en tres pasos distintos: A. La “ponerología” o discurso racional, que trata de la existencia del mal en el mundo (es éste un buen neologismo acuñado por Torres a partir del adjetivo griego “ponerós”, “malo / malvado”; “ponería”, sustantivo, es “la maldad”), demuestra la finitud de este mundo, constitutivamente carencial y contradictorio, lo que hace inevitable que exista el mal en él pues finito y material. B. La "pisteodicea" (otra suerte de neologismo formado por la unión de “pistis” y “teo-dikaía”, “justificación de Dios (de su existencia y actuación”), desde el resultado sustancial obtenido por la ponerología señala que toda concepción del mal es una respuesta, una “fe” que debe justificarse: sea náusea sartriana o esperanza religiosa. C. La teodicea es el resultado de los esfuerzos de las dos precedentes: resulta ser una “pisteodicea” cristiana que tiene los elementos necesarios para resolver el dilema de Epicuro: "Dios no es el creador del mal, sino que Dios es el “Anti Mal” por excelencia. Lo cual da coherencia a la imagen de Dios y explica la existencia del mal como un requisito intrínseco a la existencia misma de la finitud de la materia". Atención a estas palabras, pues es aquí donde se plantea intrínsecamente la solución q ofrece nuestro autor al problema de la existencia del mal. Nace así una concepción de la teodicea que distingue entre una “vía corta” y una “vía larga” dentro de esa teodicea. La primera tiene como constitutivo el fondo verdadero de la concepción antigua, apoyada en la confianza en Dios. La divinidad sí podría evitar el mal; pero no lo evita por razones misteriosas que no podemos nunca enteder del todo. Hay ahí un misterio que la inteligencia humana no puede comprender y que se responde desde la confianza en un Dios,que por ser Dios ha de ser omnipotente y bueno. De hecho esta respuesta bastó durante siglos a los cristianos como respuesta al dilema de Epicuro –que conocían perfectamente y que ellos mismos transmitieron a la posteridad—, pero que no les impresionó demasiado ya que no quebrantó su fe en Dios partiendo de estas premisas de la confianza en su concepción de la divinidad justa y buena Ahora bien, esa vía corta, aunque legítima según Torres para otras épocas (es una respuesta tradicional), tiene sus grandes limitaciones respecto a la era actual, por lo cual se hace necesario acudir a la “via larga”: “hablar de la vía larga, en cuanto contradistinta y complemento hoy necesario de la vía corta, significa que también aquí se sigue enfocando el mal ‘desde Dios’, desde la fe en su existencia y presencia salvadora". Pero, por otra parte, dado que uno se encuentra de manera expresa y sistemática con los resultados de la "ponerología", esta vía larga va más allá de aceptar el puro misterio y "llama a que la reflexión acepte, por fin y con todas sus consecuencias, su resultado decisivo: el carácter inevitable de la aparición del mal en cualquier mundo finito. Lo cual convierte en algo sin sentido la pregunta por la posibilidad de un mundo sin mal, dejando al descubierto la trampa oculta el que se apoyaba el famoso dilema de Epicuro. Se rompe así finalmente la durísima cuña que la crítica moderna había introducido en la coherencia de la idea de Dios” (pp. 207-208). Así pues, según Torres, esta “vía larga” responde adecuadamente a la difcultad de la existencia del mal y afirma la posibilidad de la salvación escatológica, al final de los tiempos. Finalmente actualiza la comprensión de temas tan vivos como el pecado original, la providencia, el milagro, la oración de petición, el holocausto y el infierno. ¿Es realmente así? Necesitaremos un poro más de espacio para considerarlo por lo que continuaremos el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Martes, 20 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Hecho III (cc. 30-38): La serpiente parlante El Señor comunicó en visión a Tomás que saliera de la ciudad hasta una distancia de dos millas. Allí descubrió a un joven hermoso tendido en el camino y muerto. Comprendió que aquel era el signo de la llamada del Señor, a quien interrogó en una sentida plegaria. Pero a las palabras de Tomás respondió una gran serpiente que salió de su hura, agitó la cabeza, golpeó la tierra con su cola y explicó al apóstol con gran voz los motivos de su actuación. La serpiente había dado muerte al joven por razones demasiado humanas. El reptil se había enamorado de una hermosa mujer que moraba en la aldea cercana. La seguía y espiaba hasta que vio cómo un joven la besaba, mantenía relaciones íntimas con ella y hacía con ella otras acciones vergonzosas. No quiso actuar en ese momento para no molestar a la mujer, pero más tarde picó al joven y lo mató, en particular porque había realizado aquellas acciones en el día del Señor. El apóstol preguntó a la serpiente acerca de su estirpe. La serpiente contó abundantes detalles sobre su raza. Entre otros detalles, decía ser pariente de la que rodea como un ceñidor el globo terráqueo y tiene la cola en la boca. Estos datos recuerdan lo que el libro gnóstico de Pistis Sofía escribe en su párrafo 126: “Soy un gran dragón con la cola en la boca, que se encuentra fuera del mundo y abraza el universo”. Aseguraba ser el que penetró en el paraíso y engañó a Eva; el que encendió a Caín para que matara a su hermano Abel; el que hizo brotar en la tierra espinas y abrojos; el que engañó a los ángeles para que engendraran de las mujeres hijos gigantescos; el que endureció el corazón del Faraón para que no dejara salir de Egipto al pueblo de Israel; el que hizo vagar por el desierto al pueblo de Dios y lo animó a construir el becerro de oro; el que movió el corazón de Herodes y el de Caifás para que acusaran a Jesús ante Pilato; el que inflamó a Judas para que entregara a Cristo a sus enemigos. Tomás ordenó a la serpiente que guardara silencio, lo que hizo no sin protestas. Como protestó cuando el apóstol le ordenó que succionara el veneno que había inoculado en el joven. El difunto recuperó su color a medida que la serpiente succionaba el veneno. Por el contrario, la serpiente se inflamó, reventó y murió. En el lugar se abrió una hendidura donde se hundió la serpiente. Ambos textos presentan una larga alocución del joven resucitado con variadas reflexiones sobre su nueva situación. El apóstol le contesta pidiéndole fidelidad a las nuevas enseñanzas que ha aprendido y que lo llevarán al descanso y al reposo. No debe abandonar al que ha encontrado, le ha devuelto la vida y lo ha llenado de luz y esperanza (c. 35). El apóstol, llevando al joven de la mano camino de la ciudad, le dedicó una larga exhortación proponiendo el abandono de lo temporal y efímero para conseguir los bienes duraderos y eternos. Dios suscita en el hombre fiel una confianza que lo llevará a la vida. Éstas y semejantes palabras pronunciaba Tomás cuando se congregó una gran multitud deseosa de escucharle. Viendo que muchos se subían en lugares elevados para verle mejor, el apóstol exhortó a sus oyentes a que imitaran ese gesto tratando de elevarse sobre una vida mediocre hacia una vida superior. Les pedía que superaran las conductas inútiles y creyeran en Cristo para poder huir del error y hallar la vida eterna, en la que el Señor Jesucristo será para sus fieles descanso de sus almas y médico de sus cuerpos (c. 37,3). La multitud que lo seguía prorrumpió en llanto y pidió a Tomás que intercediera por ellos ante Dios para que no tuviera en cuenta sus antiguos errores, cometidos cuando vivían en la ignorancia. Hecho IV (cc. 39-41): Sobre el jumento Se hallaba Tomás todavía de camino y hablaba a la multitud cuando llegó un pollino, se puso delante de él, abrió su boca ofreciéndose como cabalgadura al que saludaba como al mellizo de Cristo. También como mellizo de Cristo lo había reconocido la serpiente. Ahora el jumento, dotado también de lenguaje humano, comprendía no sólo su identidad, sino la eficacia de su magisterio. Reconocía que, convertido en esclavo, estaba comunicando a muchos la libertad. El animal le rogaba que se sentara sobre él hasta llegar a la ciudad. El apóstol respondió al alegato del jumento con una reflexión que terminaba con una referencia al Padre invisible, al Espíritu Santo y a la Madre de toda criatura. Como es fácil suponer, la versión siríaca omite la referencia gnóstica a la Madre. En su lugar, menciona al “Espíritu Santo que se cierne sobre todas las cosas creadas”. Todos estaban estupefactos y esperaban con interés lo que Tomás pudiera responder al jumento. Se mantuvo un largo rato en silencio. Luego, mirando al cielo, preguntó al pollino quién era y de qué raza, pues las palabras que había pronunciado eran realmente asombrosas. El pollino respondió que era de la estirpe del que sirvió a Balaán y del que sirvió de cabalgadura al Señor en su entrada en Jerusalén. Ahora había venido para servir al apóstol Tomás y confirmar la fe de los presentes por el don de la palabra que enseguida iba a perder. Aunque Tomás se resistía a cabalgar sobre el pollino, el animal se lo suplicó tan reciamente que finalmente se subió el apóstol sobre el asnillo. Los que formaban la multitud corrían para ver en qué paraba el episodio. Cuando llegaron a las puertas de la ciudad, bajó Tomás del asno a quien despidió diciendo: “Vete y deja que te cuiden allí donde estabas” (c. 41,1). Pero al punto el pollino cayó a los pies del apóstol y murió. Los presentes pidieron a Tomás que lo resucitara. El apóstol respondió que el que le había concedido el don de la palabra podía haber evitado que muriera. Luego Dios le había dado lo que más le convenía. Entonces cavaron una fosa en aquel mismo lugar, en la que enterraron al burro parlante. Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Lunes, 19 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Concluimos hoy la explicación de Mc 9,9-13, según Joel Marcus en su Comentario que aparecerá dentro de muy poco en español. Lo que está aquí en juego, en la parte final de esta pequeña pero densa perícopa no es un simple conflicto entre textos probatorios, sino la naturaleza misma de la misión del mesías. ¿Debe ser una mera “operación cosmética” después de que Elías haya hecho previamente el trabajo duro? O ¿la contribución del mesías es tan crucial, y el mal al que debe enfrentarse es tan radical que no hay espacio alguno para una figura menor que Elías para desempeñar esa función previa restauradora? ¿Por qué hay que sufrir? La cuestión es similar a la perfilada por una tradición talmúdica posterior que declara que el mesías vendrá a una generación completamente honrada o a otra completamente malvada (R. Johanán en b. Sanh. 98a). La opinión de los escribas citada por los discípulos en Marcos parece aceptar la primera alternativa: Elías vendrá antes del mesías, restaurará todas las cosas, en parte quizás mostrando a Israel la solución a las cuestiones espinosas de ley judía (cf. m. Bab. Me 1, 8; 3, 4; etc.), y logrará así que Israel y el mundo se hagan aptos para recibir a su rey; sólo entonces vendrá el mesías. Tal como lo presenta Marcos, Jesús, sin embargo, toma el otro camino: el mesías vendrá a una “generación adúltera y pecadora” (cf. 8, 38; 9, 19) que demostrará su indignidad total matándolo. Pero nada, excepto esta muerte en la cruz, gracias a la cual Jesús da su vida como “rescate por muchos” (10, 45), será capaz de asestar el golpe tremendo y decisivo contra los poderes del mal que dominan la edad presente. Como se ve, esta es una concepción del mesianismo de la cual el judaísmo de la época no tenía ni la menor idea. Ni podía concebirla porque toda la tradición afirmaba que el mesías contaría siempre con la ayuda y voluntad divina para instaurar en el mundo el reino glorioso de Israel Según Marcos, la misión del mesías sufriente tiene también consecuencias para la misión de Elías, como anuncia el Jesús marcano en la conclusión del diálogo (9, 13). Si el Hijo del Hombre debe ser un mesías doliente y Elías debe a su vez ser el precursor del mesías, es obligado deducir que Elías mismo debe ser una figura que sufre: el siervo no está por encima de su señor sino que comparte su destino (cf. Mt 10, 24-25 // Lc 6, 40 // Jn 13, 16). Por tanto, Jesús --en la línea conclusiva de la perícopa-- afirma que Elías ha venido ya, y también que ha sufrido violencia por parte de los seres humanos. Ciertamente esto es nuevo, porque no hay ni un solo pasaje del judaísmo de la época, ni posterior, que Elías en su venida previa a llegada del mesías debe sufrir. Los lectores de Marcos entenderían indudablemente que esta figura sufriente, Elías, era Juan Bautista. Las líneas iniciales del Evangelio 1, 2-4: “Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. 3 Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas, 4 apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecado” habían atribuido ya al Bautista un pasaje de Malaquías (3, 1) que comúnmente estaba unido --sobre la base de la palabra gancho “mensajero”-- con Mal 4, 5-6, que habla del retorno de Elías. Los lectores de Marcos habían tenido ocasión de leer posteriormente una amplia y detallada relación del encarcelamiento del Bautista y su ejecución por Herodes Antipas (6, 14-29). Así pues, cuando oyeron decir al Jesús marcano que “Elías había venido ya y que habían hecho con él lo que quisieron”, identificarían casi con total seguridad a este Elías con el Bautista asesinado. Sin embargo, la cadena de testigos sufrientes no va simplemente del Bautista a Jesús, sino que se extiende también al tiempo de Marcos. En el plan escatológico del Evangelio, se observa el siguiente esquema · Juan proclama primero la buena nueva, es entregado y lo asesinan (1, 4.7.14; 6, 17-28); · Luego Jesús proclama la buena nueva, es entregado y lo asesinan (1, 14, etc.; 9, 31, etc.); y finalmente · Los cristianos proclaman la buena nueva, son entregados y los asesinan (13, 9-11). Así pues, los miembros de la comunidad marcana oirían el argumento exegético de 9, 9-13 no como una lección académica sobre el pasado, sino como un mensaje crucial acerca de su propio tiempo: los que se conforman al modelo mostrado por el "Hijo del Hombre", antes de que venga o después de que se vaya, se encontrarán emprendiendo la misma marcha hacia la muerte que él ya emprendió (cf. 8, 34-35). El sufrimiento de la comunidad marcana no es ningún accidente. Como ocurrió con el sufrimiento de Jesús y anteriormente con el de Juan Bautista, todo sucederá “como está escrito” (Mc 9, 13). Para una comunidad perseguida, situada en el desconcertante contexto de la guerra judía del 66-70 (probablemente tras la conclusión de la guerra, pero muy poco después), en el que habían surgido profetas triunfantes que obraban maravillas y “mesías” que hacían milagros y podían engañar “incluso a los elegidos” (13, 21-22), el hincapié marcano en el sufrimiento de Elías y del mesías proporcionaría un criterio epistemológico –es decir, de teoría del conocimiento-- para distinguir a los verdaderos siervos de Dios de sus falsificaciones satánicas (cf. Apocalipsis 13). No es que el sufrimiento y la taumaturgia –la capacidad de realizar milagros-- sean realidades necesariamente contradictorias más que lo son la muerte y la resurrección. La yuxtaposición de nuestro pasaje con el siguiente sugiere que el poder curativo divino emerge incluso en medio de una generación mala e incrédula que lleva a la muerte a los portadores de buenas noticias. Y con esto hemos concluido la muestra (que hemos ampliado un poco en ocasiones con la cita expresa de los textos y algunas perífrasis aclaratorias) del arte exegético de Joel Marcus, que yo admiro muy de verdad. Mi atrea aquí, en toda esta serie, ha sido explicitarlo un poco y añadir aclaraciones para que el pensamiento resutle aún más claro. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Domingo, 18 de Septiembre 2011
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Concluimos entre hoy y el próximo día el comentario de Joel Marcus a Mc 9,9-13 Añado al comentario de Joel Marcus mis reflexiones personales. El interés por la resurrección general o particular, una cuestión candente de los tiempos escatológicos, como dijimos, ayuda a explicar el siguiente giro de la conversación entre Jesús y sus discípulos. De improviso, los discípulos no formulan la pregunta que nos había dicho Marcos que estaba en sus mentes, a saber, no el matiz exacto de “la resurrección de entre los muertos”, sino: “¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?” (9, 11). El giro indica que las dos cuestiones están relacionadas en el sentido de que distinguir la resurrección de una figura escatológica, el Hijo del Hombre, de la resurrección general podría sugerir la necesidad de revisar otros elementos del "programa escatológico", como la venida de Elías antes del mesías. Porque como se ha dicho ya, era doctrina común entre los piadosos judíos del siglo I que Elías debía aparecer sobre al tierra antes que el mesías. Había que precisar cuál era su función exacta. En efecto, el Jesús marcano con la referencia a su próxima resurrección parece implicar que él hará mutis por el foro en breve tiempo; pero si él es el mesías y si Elías debe venir antes del mesías, es lógico preguntarse cómo puede efectuar su salida de escena antes de que Elías haga acto de presencia. Las expectativas de los escribas a las que se refieren los discípulos están basadas en un pasaje de Malaquías que habla de la llegada de Elías “antes del día, grande y terrible, del Señor” (4, 5 = 3, 23): “He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible. 6 El hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema”. La misión de Elías estaría orientada a la reparación de la ruptura en la relaciones humanas que amenaza con devastar el planeta entero: Él hará tornar los corazones de los padres hacia sus hijos y los corazones de los hijos hacia sus padres (cf. Eclesiástico [Ben Sira] 48, 10; Lc 1, 16-17). Es interesante releer el primero de estos dos pasajes: “Tú (Dios) que despertaste a un cadáver de la muerte y del sheol, por la palabra del Altísimo; 6 que hiciste caer a reyes en la ruina, y a hombres insignes fuera de su lecho; 7 oíste en el Sinaí la reprensión, y en el Horeb los decretos de castigo; 8 ungiste reyes para tomar venganza, y profetas para ser tus sucesores; 9 en torbellino de fuego fuiste arrebatado en carro de caballos ígneos; 10 fuiste designado en los reproches futuros, para calmar la ira antes que estallara, = para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, = y restablecer las tribus de Jacob. 11 Felices aquellos que te vieron y que se durmieron en el amor, que nosotros también viviremos sin duda". En la Misná, ‘Eduyot 8, 7, los sabios deducen la conclusión lógica del pasaje de Malaquías, a saber que “Elías vendrá… para establecer la paz en el mundo”. Pero el Jesús marcano, con su típica audacia exegética, desafía estas expectativas de reconciliación familiar y cósmica basadas en la Biblia. Entonces pregunta: “¿Es realmente cierto que Elías, cuando venga primero [= antes del mesías], restaurará todas las cosas?” (9, 12a). La razón de esta reserva se torna clara inmediatamente: si la función de Elías fuera la de asentar la sociedad humana, traer la paz y hasta reparar el universo (“todas las cosas”), no habría necesidad alguna de que su sucesor, el mesías, sufriera y fuera rechazado, como está profetizado en las Escrituras: “¿Cómo entonces está escrito acerca del Hijo del Hombre que debe sufrir muchas cosas y ser despreciado?” (9, 12b). Las dos perspectivas bíblicas, en otras palabras, se contradicen entre sí y sólo una de ellas puede ser sostenida inequívocamente. Así pues, nuestro pasaje pertenece a ese grupo de exégesis antiguas judías y cristianas que intentan mediar en un conflicto aparente entre dos textos bíblicos, del que hay varios ejemplos en otros lugares de la tradición sinóptica (Mc 10, 2-9; 12, 35-37; Mt 10, 34-36 // Lc 12, 51-53 = Q). El método básico de tratar estos conflictos es establecer un texto como autoritativo y luego mostrar que el otro puede conciliarse con él, a veces mediante un tercer pasaje que media entre los dos. Esto es exactamente lo que pasa en Mc 9, 12-13: la esperanza bíblica de que Elías desempeñará la función de precursor al restaurar todas las cosas se contrapone a las expectativas bíblicas de que el Hijo del Hombre sufrirá, y la solución es afirmar que Elías irá delante del mesías, pero por el camino de la muerte más que por el del triunfo convencional, “como está escrito acerca de él” (Mc 9, 13). Todo esto supone que Jesús tiene una idea bastante distinta del mesianismo respecto a la que albergan las gentes a las que predica. Pero entonces surgen otra serie de preguntas: · ¿Por qué se lo dice sólo a los discípulos y no a las gentes en su predicación general? · ¿Por qué entra luego en Jerusalén como un mesías tradicional judío, como Hijo de David, sin explicar una sola palabra de esta nueva concepción del mesianismo? · ¿Por qué los discípulos, que están tanto tiempo con él, no entienden nada..., huyen tras su muere y cuando ha resucitado Jesús, no creen ni una palabra de lo que le dicen las mujeres de la tumba vacía y --se supone-- de las apariciones angélicas que anuncian que ha resucitado? Desde luego, algo no encaja en la historia tal como la cuenta Marcos y da toda la impresión de que toda la teoría del mesianismo doloroso, "padeciente" y luego triunfante es algo que si Jesús lo tenía en la cabeza no lo explicó y que los discípulos, después de la muerte del Maestro... aún ni sabían ni habían comprendido Todo ello tiene una única explicación clara: la nueva idea del mesianismo sufriente es una interpretación postpascual de los seguidores de Jesús, tras su muerte y la creencia en la resurrección. El evangelista Marcos trata de enhebrarla en la vida terrenal de Jesús, pero el encaje es artificioso y suscita muchos problemas. Saludos cordiales de Antonio Piñero. Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Sábado, 17 de Septiembre 2011
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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