CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Filón de Alejandría. Obras completas. Tomo VI

 
Escribe Antonio Piñero
 
 
Filón de Alejandría es probablemente, tanto desde el punto de vista filosófico / teológico como literario, el autor judío helenístico que más ha influido en la civilización religiosa occidental, después de Flavio Josefo. Este filósofo alejandrino, que murió unos veinte años después de Jesús de Nazaret, fue el escritor más sabio y prolífico del judaísmo en esta época.
 
Con paso lento y pausado, como requieren las obras de envergadura, acaba de ver la luz el vol. VI de las obras completas de Filón, pensada en ocho volúmenes. El VII estará dedicado a las Cuestiones sobre el libro del Éxodo 1-2, más la correspondiente Cuestiones a Génesis 1-6. El vol. VIII y último contiene cinco obras, entre las que se halla la interesante Apología de los judíos y los esperados índices. Depende del tiempo que se dedique a estos últimos, saldrán índices con mayor o menor utilidad. Es tarea ardua, pero que ayuda muchísimo a la investigación, por lo que desde aquí animo a los editores que no se arredren ante esta tarea titánica en ocasiones, pero utilísima. No estaría de más un buen índice analítico de materias.
 
No todas las obras de Filón han llegado hasta hoy. Las que se han salvado del olvido, salvo algunos escritos circunstanciales, se centran en torno al estudio y comentario de las Escrituras judías, y en concreto de los primeros cinco libros, el Pentateuco. Filón aborda este estudio a distintos niveles de profundidad.
 
A) En un primer nivel se hallan los comentarios sencillos y seguidos al Pentateuco. Escribió cinco, pero sólo se conservan los Comentarios o Cuestiones al Génesis y al Éxodo. En ellos el autor explicaba sucesiva y brevemente, frase por frase, tanto el sentido literal como el alegórico de los textos. Según los estudiosos de Filón, esta serie de obras refleja los guiones o resúmenes de las aclaraciones o prédicas que Filón hacía en la sinagoga, tras la lectura de los pasajes determinados para el día.
 
B) En un segundo nivel, más profundo, están compuestos los comentarios apologéticos al Pentateuco, denominados también “exposición de las leyes”. Estas aclaraciones siguen un esquema que se acomoda al tenor de la alianza entre Israel y Yahvé, según la Biblia: la creación y los patriarcas; el decálogo; las prescripciones legales, rituales y de pureza; la vida moral o las virtudes; premios y castigos; personajes importantes de Israel. El comentario da lugar a diversos libros que llevan el título correspondiente al tema principal sobre el que versan: De la creación del mundo; Sobre Abrahán, Sobre José, el patriarca; Vida de Moisés; El decálogo; De las virtudes; Sobre los premios y castigos.
 
La obra de Filón tiene como lector ideal al judío culto, helenizado, que quiere entender y vivir el texto sacro, pero también –y de un modo apologético— al pagano respetuoso que desea conocer a fondo el judaísmo. No supone Filón en su lector un conocimiento especial de las Escrituras, salvo haber leído los textos correspondientes.
 
Las obras de Filón recogidas en este vol. VI son: Sobre el Decálogo y Las leyes particulares (De specialibus legibus) que es más amplio: cuatro libros.
 
El tratado sobre el Decálogo se centra fundamentalmente en comentar los diez mandamientos, aunque Filón se refiere de pasada también a otras leyes de menor importancia. Añade Filón que hay también “leyes no escritas” que se deducen de la vida y hechos de hombres sabios e importantes de la Biblia, como Abrahán, Moisés mismo y el patriarca José, o Isaac y Jacob, entre los cuales hay algunos que destacan por su importancia como Moisés mismo y José.
 
Moisés representa el culmen de todos los personajes anteriores a él, ya que es el dechado de todas las virtudes: legislador y “rey”, es decir, dirigente del pueblo, profeta, taumaturgo, sabio. A él dedica Filón el doble de espacio que a sus antecesores tanto en un tratado particular (publicado en el vol. V: Sobre Moisés I y II) como en sus continuas alusiones. Quizás esta “biografía” tenga por lectores sobre todo a gentiles, ante quienes el autor desea presentar al mejor hombre de todos los tiempos.
 
En general Filón procura un orden sistemático en su comentario al Decálogo: el núcleo de la norma, los preceptos particulares que se desprenden de las leyes generales, distribuidos por géneros amplios y especies particulares. Pero no lo consigue, ya que el texto tiene también sus amplias digresiones, que parecen referirse a sucesos ocurridos en su tiempo, por lo que los comentarios al respecto son de tono homilético y moral. Esos asuntos diarios de la comunidad judía de Alejandría donde vive Filón sirven al lector para hacerse un retrato de ese grupo de judíos en una ciudad cosmopolita del siglo I.
 
El lector debe tener en cuenta que el sistema interpretativo de Filón no logra formar un cuerpo de doctrina consistente, aunque parte, en verdad, de unos presupuestos muy claros. Éstos son: la Sagrada Escritura está divinamente inspirada; en concreto el Pentateuco fue escrito por el profeta Moisés; el texto sacro posee varios sentidos. No siempre, ni mucho menos, el sentido literal será el más interesante. Hay pasajes, sin embargo, que deben tomarse al pie de la letra, como los Diez Mandamientos, o las leyes de pureza ritual o alimentaria. El que estudia la Ley con devoción será iluminado por el Espíritu y alcanzará tarde o temprano una intelección suficiente de ella.
 
Filón sostiene que la Escritura no puede decir banalidades y que no es lógico que cuente historias poco creíbles o míticas. Si, en apariencia, éstas ocurren, hay que explicarlas. Así, por ejemplo, la creación no pudo tener lugar realmente en “seis días”, sencillamente porque los días se cuentan con el sol y éste astro es un objeto mismo de la creación (Alegoría de las leyes I 2). Tampoco es admisible al pie de la letra que Eva haya sido creada de la costilla de Adán: (Alegoría de las leyes II 19). El lector ha de pensar que en tales casos debe buscarse otro sentido, oculto, espiritual y profundo, que solo la intuición de la alegoría puede descubrir. Para Filón ese sentido coincide de uno u otro modo con lo mejor y más espiritual de la filosofía griega, en especial de la platónica y la estoica, y el lector bien preparado lo hallará iluminado por el Espíritu divino.
 
La intención de la obra del Alejandrino es clara y meridiana: por un lado, ofrecer a sus connacionales judíos un fundamento filosófico serio y al día de su religión y confirmarles en su orgullo de ser nación elegida, pues sólo en ella se había desarrollado el auténtico culto al Dios verdadero y la riqueza moral y religiosa inherente a ese culto. Por otro, y a la vez, realzar ante los ojos de los paganos la racionabilidad y venerabilidad del judaísmo.
 
Todo ello va orientado si no hacia una conversión al judaísmo, sí al menos hacia el logro de un respeto hacia él, de modo que “los de fuera” puedan formar también una suerte de “religión universal” en la que se observen las normas de la ley natural (que coincide con la mosaica). Al hacer del documento santo de la comunidad religiosa judía, es decir el Pentateuco, un libro también griego y universal se cumplía lo que en todo el helenismo había ya pretendido la anterior literatura sapiencial judía: unir sabiduría religiosa con el Logos filosófico.
 
 Centrándonos ahora en la segunda parte de este volumen, Sobre algunas leyes particulares, se observa cómo el autor trata de cuestiones de ética judía aunque en el marco jurídico grecorromano. Los estudiosos creen con razón que Filón de Alejandría escribe aquí sobre casos concretos, de conductas permitidas o no en su comunidad. Sabemos que, sobre todo respecto a los judíos, el Imperio tenía una permisividad amplia para que las comunidades étnicas se rigieran por sus normas particulares en delitos penales o civiles de envergadura común. Era claro que en casos importantes la comunidad judía, como cualquier otra, debía regirse estrictamente por el derecho romano vigente. Los temas tratados por Filón, aunque se adelantan en dos siglos los temas de la Misná, o cinco en los del Talmud son muy interesantes para estudiar el desarrollo del código civil y religioso judío que se expresa en esas dos obras.
 
Marta Alesso en su introducción a este volumen recoge como muy interesantes las discusiones de Filón sobre la excesiva presión fiscal a la que se ve sometido su grupo en Alejandría, y lo compara con la alegría que muestran los judíos cuando han de hacer contribuciones para el mantenimiento de Templo de Jerusalén (muy inferiores en monto dinerario). Señala también el interés de los temas que se tratan bajo la denominación del sexto mandamiento, relaciones sexuales prohibidas, adulterios, incestos y matrimonios mixtos. Filón aumenta en estos temas su virulencia condenatoria, lo que da una idea de que esas situaciones debían de ser habituales en su grupo.
 
En fin: creo que el empeño, casi a punto de concluirse, de publicar la obra completa de Filón en cuanto ha llegado a nuestras manos, es totalmente encomiable. De un modo indirecto sirve para entender mucho mejor el judaísmo de la Diáspora en el tiempo de Jesús. No cabe duda de que arroja luz, y grande, sobre temas tratados en el Nuevo Testamento, que se hallan en los libros de este corpus que son también judíos sin duda alguna.
 
Para concluir, una nota sobre el griego y el estilo de Filón que hace más meritoria la versión castellana: el estilo literario de Filón es elevado y culto, en muchas ocasiones elocuente y poético. En general aparece el entusiasmo del autor, lo que le lleva a una redacción vigorosa y enfática. Los vocablos y expresiones utilizadas por Filón no son las del hombre de la calle, sino las propias de la filosofía y del individuo literariamente cultivado.  El que sabe traducir bien a Filón al castellano demuestra que es un maestro en el conocimiento de la lengua griega.
 
Ahora bien esta tarea no es en absoluto fácil, ya que a veces el lenguaje de Filón es confuso, oscuro y farragoso. A veces también puede nuestro autor cansar a su lector con un tono excesivamente retórico, que se muestra sobre todo en el uso acumulado de comparaciones o ejemplos, o también en el tono de los diálogos y discursos que pone en boca de sus personajes en las obras de carácter biográfico. En ellas, en los abundantes discursos, el uso de la retórica es abrumador para el gusto moderno, aunque algún comentarista ha sospechado que para los antiguos podía ser un placer deleitarse con esas construcciones artificiosas, sobre todo cuando antes había leído un griego de peor calidad como la del texto bíblico en la versión de los Setenta.
 
Enhorabuena, pues, a los editores y traductores –Marta Alesso, Paola Druile; Marco Antonio Santamaría (a quien recuerdo por su contribución a la magnífica obra Reencarnación, de la editorial Abada, Madrid, 2011), Laura Pérez, Rocío Saitúa, Estefanía Sottocorno y José Pablo Martín– de este volumen VI de la notable obra de Filón de Alejandría, y a la editorial, con buen sentido cultural, que la acoge, Trotta.
 
 
Ficha de la obra: 528 pp. 14,5x23 cms. ISBN 978-84-9879-064-1. 2023. Precio 32 euros.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 12 de Septiembre 2023

05 / 09 / 2023


Nuevos enigmas de la Biblia (6), de Ariel Álvarez Valdés
Escribe Antonio Piñero
 
Hace unas semanas publiqué mi reseña al volumen 5 de la colección “Nuevos enigmas de la Biblia” publicada en la editorial PPC, de Madrid, 2023. Y lo que escribí en mi reseña vuelvo a repetirlo y confirmarlo ahora que presento y comento el número 6. Tiene 182 pp., en formato de bolsillo 19 x 12 cms. ISBN: 978 84 2884 001 9. Precio: 16,48 euros.
 
Es un placer leer estos libritos, densos a la vez que muy claros, con un buen monto de información sobre cuestiones, o problemas de interpretación surgidos al leer la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento. Confirmo, pues, lo que escribí animando a su lectura.
 
Hay que tener en cuenta que la Biblia contiene textos de notabilísima antigüedad, algunos con un fondo legendario de más de tres mil años, escritos con una mentalidad que difiere notablemente de la del lector de hoy. No es extraño en absoluto que no se entiendan correctamente y que se necesita la ayuda del especialista para comprenderlos. A menudo la mala interpretación llega a afirmar que el texto dice lo contrario de lo que una investigación a fondo descubre.
 
Por tanto, es necesaria la ayuda de quien ha dedicado su vida al estudio de la Biblia y de su entorno histórico, social y teológico. El investigador de esta materias, como ocurre con cualquier especialización científica, no se forma en poco tiempo, sin en una labor de años y años. En primer lugar, el estudioso debe situarse en la perspectiva del lector e indagar qué textos, libros o partes de ellos no se entienden bien y necesitan de una aclaración introductoria.
 
En segundo, ha de pasar mucho tiempo leyendo a otros especialistas que han desbrozado el camino para la correcta intelección de ellos. Ha de leer muchas obras no solo en castellano, sino en inglés, francés e italiano, como mínimo…; y a ser posible también en alemán, para estar al día en la investigación bíblica.
 
Luego ha de extractar de cada una ellos aquellas ideas o perspectivas que le ayuden a la exposición u aclaración de la cuestión que se propone explicar. Finalmente ha de hacer en cada capítulo dedicado a una sola idea o cuestión una correcta, encilla, y bien trabada exposición que conduzca al lector a la conclusión a la que ha llegado previamente el investigador. No es labor de un día y no tos están capacitados, ni mucho menos, por mucha imaginación que tengan, para dar una explicación conveniente de los textos bíblicos.
 
Pues bien, todo estos pasos de la investigación se perciben en cada uno de los capítulos / cuestiones que aborda esta entrega número 6 de “Nuevos enigmas de la Biblia”.
 
Me han interesado todos los temas tratados en este volumen por nuestro autor. Destaco los más importantes para mí (elección naturalmente subjetiva).
 
1. Una exposición de cómo puede entenderse la figura de Abrahán que se oculta tras leyendas inverosímiles del libro del Génesis. Aquí indica el autor cómo es imposible entender este libro; de ningún modo al pie de la letra y apresuradamente, con poca reflexión, como todavía se sigue enseñando en algunos centros de estudio de la Biblia.
 
2. La exposición de conjunto de una lectura e imputación del profeta Nahún, el vate más criticado de la Biblia.
 
3. ¿Qué quiso decir Jesús con la comparación del camello y el ojo de una aguja?
 
4. La aclaración de cómo debe entenderse una parte de la figura global de Jesús, aquella que lo presenta como un profeta apocalíptico –es decir, aquel que por revelación divina, propia del profeta y de su íntimo contacto con Dios– que habla del fin inminente del mundo actual y de su renovación por medio de la implantación del reino de Dios.
 
5. ¿Cómo debe entenderse la Epístola a los efesios? ¿Procede la pluma de Pablo? ¿Fue una carta Dios verdad o más bien un tratadito disfrazado de epístola?
 
6. Y finalmente la estupenda iluminación de la misteriosa figura de los presuntos herejes nicolaítas, del inicio del Apocalipsis de Juan 2,15, sobre cuyas ideas se han expresado las más variadas y contradictorias interpretaciones.
 
Insisto en que la búsqueda selectiva de pasajes difíciles de comprender de la Biblia; el planteamiento literario, didáctico de la cuestión; la exposición de diversas soluciones según otros autores actuales y por último la aclaración y defensa de la interpretación propia expuesta por nuestro autor de cada cuestión enigmática. Repito que es muy fácil leer estos libros, que son muy informativos; que la mayoría de las veces tienen soluciones innovadoras y sorprendentes a cuestiones curiosas o importantes de la Biblia. Un conjunto de virtudes literarias que hace de su lectura muy recomendable.
 
Así que en síntesis, y de nuevo, enhorabuena una vez más al autor; a la editorial que edita la serie y la expresión de mi deseo de que siga Ariel siga ilustrándonos con la solución de nuevos enigmas… que son muchos. Esperamos con avidez sus explicaciones.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Martes, 5 de Septiembre 2023
Escribe Antonio Piñero
 
Si se considera atentamente lo que hemos expuesto hasta el momento en la docena de postales dedicadas al Diablo, debemos confesar que en el Nuevo Testamento la imagen del Diablo, de sus actuaciones y propiedades se halla llena de ambigüedades.
 
No queda claro cuál es su origen, por qué se dividen en diversas clases, dónde se hallan sus moradas, cuál será exactamente su final. También dista de quedar claro quién es esa figura, el Anticristo, que según el Apocalipsis de Juan ayuda al Diablo en su batalla final contra Jesús. ¿Es una persona humana o un ente superior? ¿Qué representan exactamente el dragón y la bestia (Apocalipsis 11‑19) que lo acompañan? ¿No es el dragón precisamente la imagen del Diablo?
 
Todas estas ambigüedades se explican de hecho, desde el punto de vista científico de la historia de la religión y de las tradiciones, porque en el Nuevo Testamento tanto las concepciones del Diablo como las de sus ayudantes son una confusa mezcla de diversas tradiciones tomadas de la apocalíptica judía común, del Libro de Daniel en particular, con su imagen del rey tiránico que impera en los últimos días de la historia, y del efecto que sobre los judíos habían hecho perversas figuras históricas, como Nerón y Calígula.
 
Pero, a pesar de las contradicciones que podamos percibir, en el Apocalipsis o en otros libros del Nuevo Testamento, este cuerpo de escritos fija de un modo decisivo la imagen que del Diablo tiene el mundo occidental.
 
Sus rasgos pueden resumirse muy sintéticamente así:
 
1. Es la personificación del mal; es el jefe de cualquier tipo de mal espíritu, ángel caído o demonio.
 
2. Es el causante último de ciertas enfermedades y daños físicos que sufren los hombres.
 
3. Él es el que prueba, tienta e incita al pecado.
 
4. Él acusa ante Dios a los hombres, y finalmente los castiga en el infierno.
 
¿Cómo se imagina el pueblo cristiano la figura visible del Diablo en las ocasiones en las que se presenta ante los mortales? ¿Ha influido en ella el Nuevo Testamento? En realidad en este conjunto de escritos no aparece ninguna descripción estricta del Diablo, sino ciertos rasgos de su posible imagen.
 
· A veces, el Príncipe del Mal es asociado con animales salvajes, el león y la serpiente por ejemplo (1ª Epístola de Pedro 5,8 y Apocalipsis 12); pero esta asociación no es insistente. En el Nuevo Testamento los demonios tienen relación también con las langostas, escorpiones, leopardos, leones y osos. Pero en realidad toda esta iconografía ha influido poco en la imagen del Demonio en el pueblo cristiano. Pero sí otros rasgos: aunque el Diablo no aparece nunca pintado con diez cuernos y siete cabezas, tal como tiene la Bestia en Apocalipsis 13,1, sí con dos cuernos y rabo como el Dragón del Apocalipsis 13,11.
 
· El olor a azufre, característico en las apariciones del Diablo, puede deberse, sin duda, a una reminiscencia al "lago de fuego que arde con azufre” (Apocalipsis 19,20), el lugar donde es arrojado el Diablo durante el reino mesiánico de los mil años (entre el primer combate escatológico y la derrota definitiva del Diablo en el segundo y definitivo combate entre el Cordero y Satán).
 
· Las alas, asociados con el Diablo en la tradición posterior, no aparecen en el Nuevo Testamento. Tampoco estrictamente su color negro y la oscuridad y las tinieblas que rodean a Satanás. Pero como el conflicto entre la luz y las tinieblas ocupa un puesto tan central en la teología del Nuevo Testamento, era muy fácil asociar a Satanás con la oscuridad y denominarlo el "Señor de las tinieblas".
 
· Otras capacidades, como la de metamorfosearse en lo que desee (incluida la imagen de una bellísima doncella) aparece implícitamente en el Nuevo Testamento: "El diablo se metamorfosea en un ángel de luz: 2 Corintios 11,14– y continúa entre los cristianos posteriores, como lo testifican dos obras de la antigüedad tardía: “Los dichos de los Padres” (obra anónimo) y el “Prado espiritual”, de Juan Mosco. Aquí aparece el diablo metamorfoseándose en todo lo que quiere (bella joven, un sarraceno, monje, diversos animales, etc.) con tal de lograr sus propósitos de seducción.
 
En conclusión: al examinar la figura del Diablo y sus orígenes hemos podido ver cómo las nociones sobre los espíritus malignos las reciben los hebreos a partir de muy diversas religiosidades: cananea, babilónica, persa y griega, a las que añaden sus propias ideas.
 
Hemos tenido ocasión de examinar también cómo las concepciones sobre los demonios y diablos son bastante complejas en un principio: hay diversas clases de espíritus malignos y diversos jefes que no tienen que ver entre sí; Satán y los satanes originariamente no eran demonios, y su función era neutra, más bien al servicio de los planes de castigo de la divinidad.
 
Pero en nuestro recorrido histórico hasta el Nuevo Testamento hemos podido comprobar cómo estas concepciones sobre los malignos se van fundiendo entre sí y simplificando hasta llegar a los orígenes inmediatos de las creencias cristianas de hoy en la figura del Diablo en el judaísmo de los siglos inmediatamente anteriores al comienzo de nuestra era.
 
Aun conservando ciertos rasgos antiguos hemos visto que para los escritos fundacionales del movimiento cristiano, el Nuevo Testamento, ya hay un solo Satán, Diablo o Demonio, y un único ejército de espíritus malvados. Satán concentra en sí toda la oposición a Dios, por lo que aparece implícitamente como el Principio del Mal._
 
Todo el que no sigue a Dios se halla bajo su dominio. Aunque el judaísmo y los cristianos no siguen totalmente el esquema dualista propio de la religión irania, el Diablo acaba pareciéndose muchísimo a Ahrimán, el Espíritu iranio del Mal. La religión del Nuevo Testamento concede a Satán un enorme poder porque así descarga a Dios de las quejas de los mortales por la existencia del mal.
 
Con un dualismo mitigado, manteniendo siempre, ciertamente, el dominio todopoderoso de la divinidad suprema, el cristianismo atribuye a ese poder secundario, pero fortísimo, Satanás, el viejo Diablo, la enfermedad, la muerte, las catástrofes naturales, las malas inclinaciones y tentaciones. El Diablo no es una figura decorativa para el Nuevo Testamento y los cristianos. Su existencia no es simbólica, sino totalmente real, y sin ella no tendría sentido gran parte de la teología. El problema real consiste en que a pesar de atribuir al Diablo tan inmensos poderes, lo hace una criatura dependiente de Dios en último término. El mal procede, pues, de Dios mismo. El problema es irresoluble.
 
A pesar de haber contribuido enormemente a la fijación de la figura del Diablo en Occidente, el Nuevo Testamento no hace apenas ninguna aportación a las nociones que lo configuran. Al estudiar los escritos judíos apocalípticos procedentes de los siglos inmediatamente anteriores a la era cristiana encontramos ya todos sus rasgos.
 
Un examen detenido de la obra apócrifa “Vida de Adán y Eva” (que hemos mencionado repetidas veces: (publicada en la serie “Apócrifos del Antiguo Testamento”, vol.  II de la editorial Cristiandad, Madrid 1983, con algunas reediciones) comparándola con el conjunto de escritos cristianos primitivos arroja muy pocas, o casi ninguna diferencia. Lo que sí es mérito del Nuevo Testamento es haber transmitido esa imagen casi inmutable a generaciones posteriores hasta hoy. En el mundo cristiano desde hace veinte siglos las creencias sobre  el demonio han cambiado muy poco.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
 
 
Martes, 29 de Agosto 2023

Notas

50votos

22-08-2023


Escribe Antonio Piñero
 
Y así llegamos a la figura del diablo en los orígenes mismos del cristianismo, en sus primeros documentos: el Nuevo Testamento. En líneas generales debemos afirmar que la “demonología” –creencia en los demonios– del cuerpo de textos en los que se basa el cristianismo se deriva fundamentalmente del judaísmo apocalíptico de los siglos anteriores, de ciertas tradiciones que habían ido acumulando los fariseos y de diversas ideas de los griegos, pero todas ellas tamizadas por el filtro del propio judaísmo.
 
Es evidente que el grupo de escritos primitivos cristianos da por supuesta la existencia del Diablo y prácticamente no se plantea ninguna de las cuestiones en torno a su origen y procedencia. El Nuevo Testamento tiene muchas maneras de denominar al Diablo que son reflejos de creencias pasadas. Lo llama Satanás (término predilecto de Pablo que no usa Diablo: Beelzebul (en un par de ocasiones); Belial (sólo en 2 Corintios 6,15: texto no genuinamente paulino, sino probablemente insertado en la carta por un discípulo esenio convertido), enemigo, tentador, maligno, príncipe (Evangelio de Juan 12,31; 14,30; 16,11) y “dios de este mundo” (2 Corintios 4,4); “espíritu inmundo” o simplemente espíritu o ángel.
 
La concepción neotestamentaria del Diablo se halla determinada por la oposición absoluta Dios‑Satán, o, si se quiere, entre el mediador del Reino de Dios, Jesús, y Satán. En verdad no son muchos los textos en los Evangelios que hablan claramente de esta oposición; en realidad sólo dos básicos y fundamentales: la historia de la tentación en el desierto (Evangelio de Mateo 4,1‑11 y paralelos) y la disputa con los fariseos sobre qué poder tiene Jesús para expulsar a los demonios (Evangelio de Marcos 3,22 y par.). Jesús es el único que puede con el Diablo, el que pone fin a su reino. Según el cuarto evangelista (12,31), por la venida y obra del Nazareno el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y según Lucas (10,18), Jesús tuvo una visión en la que contemplaba a Satanás que caía del cielo, destronado, como un rayo, cuando sus discípulos pregonaban la venida del Reino de Dios.
 
 
Imagen global del Diablo en el Nuevo Testamento
 
 
El escenario completo de esta pelea se imagina más o menos así en el Nuevo Testamento considerándolo en conjunto y mezclando las concepciones de los diversos autores de las obras en él contenidas:
 
Dios creó en el principio un mundo esencialmente bueno, pero que es estropeado por la rebelión angélica y sus consecuencias; muy cerca del comienzo del mundo, inmediatamente tras la creación de Adán, Miguel derrota a Satanás y sus huestes y los arroja del cielo. Entonces tiene lugar la seducción del paraíso (Génesis 3) producida por Satán como venganza. El pecado inducido por el Diablo trae como resultado la muerte, las enfermedades y toda suerte de desgracias.
 
Otros diablos son también ángeles caídos, pero justamente por haberse enamorado de las hijas de los hombres. Este suceso ocurre mucho después de la creación de Adán. Tales ángeles son igualmente expulsados del cielo, son arrojados al mundo subterráneo, pero de algún modo salen de él para dañar a los humanos. Son éstos y los otros demonios, más el único jefe de ambos grupos (no se explica cómo se alza con el mando supremo), los causantes de todos los males. Por la continua actividad de Satán y sus secuaces el mundo ha caído de hecho en las redes del pecado. No hay manera de escaparse de esta esclavitud.
 
 
El mal no procede de hecho directamente de Dios –aunque lo consiente; no se plantea nunca esta cuestión–, sino del Diablo y del mal uso del libre albedrío por parte de los hombres que siguen sus malas inclinaciones y las sugestiones perversas de Satanás. La situación de los hombres es desesperada, abocada a una condenación eterna hasta que llega la plenitud de los tiempos y aparece Jesús anunciando la inmediata venida del Reino de Dios. La misión de Jesús está abocada a contrarrestar toda la obra del Diablo, por lo que éste se opone con todas sus fuerzas. Pero Jesús demuestra ser mucho más poderoso, y por su predicación, curaciones y exorcismos comienza el Demonio a ser derrotado. Pero no del todo; ni mucho menos.
 
Esta lucha se prolongará por largo tiempo, pero al final de los siglos el Demonio será totalmente derrotado y condenado al fuego eterno. No queda claro si este final del tiempo es algo absoluto y ocurre una vez tan sólo (teoría común en el Nuevo Testamento), o si antes del Juicio definitivo hay una segunda venida de Cristo en la que éste derrota a Satán y lo encadena durante mil años (Apocalipsis de Juan).
 
En esta segunda concepción –que fue declarada herética en los siglos posteriores, a pesar de ser defendida por el autor del Apocalipsis– durante este tiempo vivirán los justos en la tierra felicísimamente. Pasados estos años, quedará suelto el Diablo, pero se producirá su segunda y definitiva derrota, el Juicio definitivo y la liquidación absoluta del mal sobre el universo. En las profundidades de la tierra, el infierno, vivirá por siempre el Diablo y no tendrá ya más poder que el que ejercerá contra los malvados humanos, condenados al igual que él a tormentos sin fin.
 
Entonces vendrá el paraíso definitivo, donde reinarán Jesucristo y su Padre, y donde el Demonio no tendrá papel ninguno, por lo que los justos serán perpetuamente dichosos.
 
Seguiremos, en lo poco que queda ya de esta serie, tratando más en concreto las actuaciones del Diablo según los primeros cristianos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
Apéndice: “Breves charlas sobre Jesús de Nazaret” por Antonio Piñero en podcasts realizados por Raúl Fernando Gómez
 
Día 16 de agosto. Jesús de Nazaret, capítulo I
 
Día 23 de agosto. Jesús de Nazaret, capítulo II
 
Día 30 de agosto. Jesús de Nazaret, capítulo III
 
Links / enlaces del capítulo I:
 
iVoox:
https://go.ivoox.com/rf/114307305
Spotify:
https://open.spotify.com/episode/3xcE04LZfv142eRgq4ljL7?si=56de16cbb3c54f2e
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Martes, 22 de Agosto 2023

Notas

Nuevos enigmas de la Biblia (5)
Escribe Antonio Piñero
 
Este es el título de un nuevo librito, que no es tal, sino librazo a pesar de su tamaño reducido. Ya he comentado en otras ocasiones la serie “Enigmas de la Biblia de Ariel Álvarez Valdés. Y ahora vuelvo a repetir que aunque el formato es divulgativo, el libro es de auténtica investigación.
 
Normalmente se piensa que la investigación ha de ser farragosa, ya que la erudición suele presentarse como gruesos tomos que son difíciles de leer. Pues no. El caso de Ariel es presentar en pequeño formato las candentes cuestiones de la Biblia que necesitan una aclaración porque no se entienden a la primera al leerlas, sin recurrir al susodicho formato de erudición, echa hacia atrás a muchos lectores ¡No es el caso!
 
Aprendo muchísimo siempre que leo un libro de este teólogo argentino que mezcla con gran acierto  claridad con  profundidad de pensamiento.
 
Presento la ficha del libro para su fácil localización en librerías o Internet:  “Nuevos enigma de la Biblia 5”, Editorial PPC, Boadilla del Monte, España 2023. ISBN 978-84.283-3999-0. 19x12 cms. 174 páginas. Precio 17 euros.
 
Los  temas de este libro son interesantísimos. Cito entre otros: ¿Condena la ley de Moisés la homosexualidad? ¿Cuántas clases de Mesías había en la época de Jesús? ¿Por qué no coindicen los antepasados de Jesús en las genealogías que aparecen en los evangelios de Mateo y Lucas? ¿Pronunció Jesús el famosísimo Sermón de la Montaña? ¿Por qué el Evangelio de Juan comienza con un himno? ¿Quiénes son los veinticuatro ancianos del Apocalipsis?
 
Como ven no exagero un ápice al sostener que los temas son candentes hoy y que suscitan la curiosidad y el ánimo de leer.
 
En absoluto pretendo con esta postal destripar este estupendo libro con los resultados que ofrece el autor, porque eso sería convertirme en alguien que arruina el interés del libro. El vocablo inglés “spoiler” que la gente emplea en el sentido de aquel que estropea el interés de una película o narración “revelando” el final de ellas, es aquí apropiado, pues el significado mezcla dos campos semánticos aparentemente diversos: “arruinar” y “revelar”.
 
Pues bien, no hay ni un solo capítulo de este libro que no me haya interesado a pesar de los años y años que llevo estudiando el Nuevo Testamento. Ariel tiene la virtud de presentar siempre algo novedoso e interesante.
 
Si fuere conveniente destacar algún capítulo que me haya interesado más que otro, señalaría la explicación de Ariel del famoso himno del principio del Evangelio de Juan, del que estoy convencido que es un “midrás”, es decir, una aclaración exegética judía de Génesis 1,1, aunque a simpe vista no lo parezca.
 
Adelante, pues, Ariel, con este tipo de libros, de factura sencilla y clara que mezcla erudición con claridad y facilidad de lectura  y que son verdaderamente iluminadores.
 
Y otra cosa: al final de cada capítulo el autor presenta una brevísima bibliografía, en español, para quien desee profundizar más en cada tema.
 
Otro día comentaré brevemente el siguiente libro “Nuevos enigmas de la Biblia 6”
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
Lunes, 14 de Agosto 2023
Hoy escribe Antonio Piñero
 
 
 
Como resultado de los comienzos de esta fusión de las tres clases de malos espíritus en un solo grupo, más indeterminado, de diablos o demonios, o espíritus impuros como quiera llamárseles, el nombre también cambia. Un ejemplo: afirma el Libro 1 de Henoc que mientras era un ángel al menos neutro se llamaba Satanael, pero que cuando pasó a ser específicamente un ángel del todo malvado se llama ya Satán (31,4), Diablo o Satanás.
 
Los nombres de los distintos jefes de las antiguas y diversas clases de espíritus malos se concentran también en este solo personaje, jefe de los satanes, el comandante supremo de toda suerte de espíritus perversos. De vez en cuando pasa a ser denominado también Belial (o más tarde Beelzebub) (manuscritos de Qumrán y Testamento de los XII Patriarcas, donde se dice que Belial tiene sus propios ángeles, "los ángeles de Satán": Testamento de Aser 6,4).
 
También se le llama a veces Semiazá (1 Hen 6‑16), o Mastema (ibídem), o Azazel (1 Hen 8), nombres en principio reservados para otros personajes angélicos perversos que fueron los jefes de distintas secciones de los ángeles caídos.
 
En esta literatura judía anterior al Nuevo Testamento, casi toda convertida luego en apócrifa, conservan a veces todavía estos personajes angélicos una personalidad relativamente definida e independiente. Pero, al fundirse, como decimos, las diversas clases de ángeles en una, llegará un momento en que todos estos nombres serán casi sinónimos. Poco a poco también irá prevaleciendo el de Satán o Diablo y olvidándose los restantes.
 
Veamos un caso importante de cómo antes del cristianismo esta fusión no es aún completa. En los manuscritos del Mar Muerto Belial, o Satán, tiene ciertos rasgos propios en los que falta cualquier alusión a la función de acusador; falta también la idea de que haya tenido algo que ver con la caída de Adán y la entrada del mal en este mundo; tampoco se habla de él como un ángel caído por algún acto de soberbia o lapso sexual.
 
Belial, por el contrario, queda especialmente caracterizado como el ángel de las tinieblas, que se opone radicalmente a la luz. Los hijos de la luz, o de Dios, están capitaneados por Miguel y existe entre los dos ámbitos una lucha sin descanso. Cada uno de esos ángeles tiene su propio reino. Aquéllos que se someten a Belial se apartan del reino de Dios y de Miguel voluntariamente. Aunque Belial, o Satán, pueda parecer como un anti‑Dios, jamás se llega a pensar que tiene un poder parecido al de la divinidad. Mas bien se trata de una permisividad por parte del Ser Supremo, que tolera ‑no se dice bien por qué- la existencia de este mal espíritu, de cuya existencia no se duda ni un momento, pero de cuyo origen tampoco se dice ni una palabra.
 
El ángel de las tinieblas, Belial, controla sobre todo este mundo. Los justos, por el contrario, predestinados a serlo desde el principio, se destacan positivamente de entre la masa de los seguidores de Belial y se entregan voluntariamente al cumplimiento de la voluntad divina. Belial trata de seducirlos, los oprime y los persigue (1QS 3,24 y 1QH en general). Pero no los vencerá. Es cierto que Dios ha creado y permitido la existencia de este ángel malo y de sus huestes, pero ha determinado también de antemano un fin para sus tropelías (1QS 4,18): habrá una tremenda batalla final entre los hijos de la luz y los de las tinieblas; Belial resultará derrotado. El resultado de este combate producirá como una Jauja feliz: reinará la verdad sobre la tierra, volverá el paraíso y la vida de los hombres discurrirá junto con los ángeles (1 QS 4,20‑25; 1 QH 3,21; 6,13; 7,14s, etc., todos textos de los Manuscritos del Mar Muerto; pueden leerse en la edición de Florentino García Martínez, Editorial Trotta, Madrid).
 
En conclusión: nos encontramos que en los momentos previos a aquéllos en los que nacerá en Israel una nueva secta judía, los nazarenos más tarde cristianos- que proclama como mesías a Jesús de Nazaret crucificado, la demonología bastante complicada de los hebreos ‑como nacida de un cúmulo de influencias externas y de influencias externas y de una evolución propia no siempre uniforme- ha tendido a simplificarse muchísimo: el conjunto numeroso de demonios, diablos, espíritus perversos etc. se simplifica en torno a una única figura principal, Satán, Satanás o el Diablo.
 
Este Diablo está rodeado de un coro de ayudantes que le sirven de cortejo y de instrumentos para perpetrar sus designios, cortejo que se nutre de antiguos miembros de grupos de espíritus malignos originariamente diversos. Hacia el final de este período inmediatamente anterior al nacimiento del cristianismo, en las creencias de los judíos, la imagen del Diablo iba uniéndose cada vez más a ciertas características negativas que de algún modo habían aparecido ya en el Antiguo Testamento: el Demonio queda conectado con las tinieblas, el mundo subterráneo, las regiones del aire; es el estímulo de toda molestia y tentación, especialmente la sexual; aparece como causante de enfermedades y la muerte. Se le asocia con ciertos animales repugnantes o dañinos, como el león, el escorpión, la serpiente o los dragones.
 
Saludos cordiales, Antonio Piñero
www.antoniopinero.com

Entrevista /diálogo con Irving Gatell y Adrián
 
https://www.youtube.com/live/ZaHNFsHAZlU?feature=share
 
Martes, 8 de Agosto 2023
Escribe Antonio Piñero
 
 
En esta postal vamos concentrar nuestra atención en la primera clase de espíritus perversos (número 1 de, los "satanes") que hay en el judaísmo. Luego hablaremos de la fusión de las tres clases de malos espíritus.
 
I. Satanes
 
Tanto en los Manuscritos del Mar Muerto como en los principales apócrifos del Antiguo Testamento, se continúa la vieja tradición veterotestamentaria: los satanes siguen siendo un nombre común, una clase genérica de ángeles a las órdenes de Yahvé, distintos de los demonios, pero con funciones de daño y castigo.
 
El carácter genérico del término se ve claro en los manuscritos de Qumrán, en cuyos textos leemos expresiones tales como "todo satán" (1QSb 1,8), o "todo satán y exterminador" (1QH 45,3), o "todo satán exterminador será reprimido" (1QH 4,6).
 
El Libro de los Jubileos utiliza la misma frase, refiriéndose a los tiempos mesiánicos: en esos días "no habrá satán ni maligno destructor" (23,39; cf. 50,7: en la tierra prometida "no habrá satán ni maligno, y la tierra estará limpia desde este momento hasta siempre"), o aludiendo a los breves años dorados que vivieron los israelitas en Egipto bajo José como virrey del Faraón: "No hubo satán ni maligno alguno en todos los días de la vida de José" (Jubileos 46,2).
 
El otro libro importante de este período, el Henoc etiópico, o Libro I de Henoc, menciona igualmente "la violencia de los satanes" (65,6) o la expulsión de los satanes de delante de la faz del "Señor de los espíritus" (40,7).
 
Las funciones de estos satanes son las mismas que hemos visto ya en los estratos antiguos del Antiguo Testamento: actuar de fiscal o acusador ante el tribunal de Dios, de tentador e instigador hacia el mal, de verdugo o ejecutor del juicio de Dios, pues encarna la figura del ángel exterminador. Pero a la vez este personaje angélico es el adversario o enemigo por antonomasia del hombre; es maléfico, perturbador de la paz y el causante de todos los males físicos.
 
El jefe de estos satanes es Satán (en griego "Diábolos", "acusador", "difamador"). El Testamento de Dan –uno de los escritos reunidos en el apócrifo denominado Testamentos de los XII Patriarcas) afirma: "Hijos míos, temed al Señor y protegeos de Satanás y sus espíritus" (6,1). En este texto se percibe el paso de este vocablo de nombre común a nombre propio. Encontramos, pues, en estos siglos inmediatamente antes del nacimiento del cristianismo que casi de repente Satán deja de estar solo, como en el Libro de Job, y pasa a ser el nombre propio del gran jefe de unos ciertos satanes, que son su cortejo de ayudantes. Se transforma en el comandante supremo de un antirreino del mal, aunque siempre, naturalmente sometido en último término a Dios.
 
 
II Fusión de las tres clases de malos espíritus
 
Se produce en dos momentos. En el primer momento las tres clases se reducen a dos. Luego estas dos se fusionan en una.
 
Primer momento:
 
Como las fronteras de las funciones maléficas de estos seres malvados son difusas y se entrecruzan, las tres clases de espíritus perversos, que se distinguían entre sí en un principio (satanes / ángeles caídos / “espíritus perversos” o demonios), se simplifican rápidamente en dos:
 
· los "satanes" por un lado,
· y por el otro los demonios y los ángeles caídos, fundidos, a su vez, en un único grupo.
 
La distinción entre ángeles caídos y satanes permanece, sin embargo, bastante clara por dos razones:
 
1. porque el pecado que da origen a su existencia como tales es distinto; y
2. porque a veces se señala que sus funciones son también diversas.
 
 
Veamos el apartado 1.: ángeles caídos y satanes siguen distinguiéndose porque tienen un origen distinto:
 
Los “ángeles caídos” o “vigilantes” se transformaron, como ya sabemos, en espíritus malos por un pecado de lujuria, por haberse unido a las hijas de los hombres o por haberles enseñado secretos que a la larga serán perversos.
 
Los satanes son tales por un pecado de rebelión contra Dios o por un acto o pecado de desobediencia meramente intelectual. El Libro de Henoc eslavo (cuyo núcleo se compuso quizás a mediados del s.  de nuestra era) afirma que Dios reveló a Henoc lo siguiente:
 
"Del fuego creé las formaciones de los ejércitos incorpóreos, diez miríadas de ángeles... y di órdenes de que cada uno se pusiera en su formación correspondiente. Pero un espíritu del orden de los arcángeles, apartándose juntamente con la formación que estaba a sus órdenes, concibió el pensamiento inaudito de colocar su trono por encima de las nubes para poder así equipararse con mi fuerza. Yo entonces lo lancé desde la altura juntamente con sus ángeles...". (11,37‑40 de Santos, cap. 29 Andersen).
 
La versión latina de la Vida de Adán y Eva (del s. II o III d.C.) precisa más esta leyenda y añade que el acto de desobediencia tuvo su origen cuando la creación del hombre. Fe del modo siguiente: Dios a través de Miguel obligó a todos los ángeles a adorar esta criatura porque estaba hecha a imagen y semejanza de Aquél, y en este aspecto era superior a los ángeles; pero un arcángel díscolo y orgulloso se negó a doblar su rodilla ante el hombre. Esta acción le costó cara: perdió su trono celeste. El mismo arcángel malo lo explica así en un pasaje de esta Vida latina:
 
"Toda mi hostilidad, envidia y dolor vienen por ti, oh Adán, ya que por tu culpa fui expulsado de mi gloria... Cuando Dios insufló en ti el hálito de vida..., Miguel te trajo y nos hizo adorarte a la vista de Dios... Yo respondí: No, no tengo porqué adorar a uno pero que yo, puesto que yo soy anterior a cualquier creatura... y si Dios se irrita conmigo pondré mi trono por encima de los astros del cielo... El Señor Dios se indignó contra mí y ordenó que me expulsaran del cielo y de mi gloria conjunto con mis ángeles..." (12‑16).
 
2. Distinción de ángeles caídos y satanes por su función diversa
 
Afirmábamos antes que la segunda razón de la diversidad entre ángeles caídos y satanes eran sus funciones, a veces diversas: los satanes jamás se dedican a enseñar secretos celestes a los humanos; y, a su vez, a los ángeles caídos ‑que pueden actuar como ejecutores de los castigos divinos‑ jamás se les atribuye una actividad de fiscales o acusadores.
 
Segundo momento: fusión  de estas dos clases en una.
 
A pesar de tener un origen distinto, el cometido dañino, seductor, tentador, instigador, y en una palabra la función de creadores de todos los males para los hombres es tan parecida, que las dos clases que habrían de acabar casi necesariamente fusionándose, formando un bloque un tanto indiferenciado: entonces los demonios se llamarán sin problemas "ángeles de Satanás" (Vida de Adán y Eva 16; Documento de Damasco 2,18).
 
No importa que esta fusión acarree contradicciones. Hay una clarísima: ¿cómo va seguir Satán ejerciendo su función de acusador ante Dios si ha sido precipitado por Éste fuera de su presencia, arrojado del cielo tras su rebeldía? Pero la contradicción no se percibe; la fusión se llevará adelante simplemente porque la distinción entre tanta clase de espíritus impuros era para cualquier mente sencilla una enorme confusión. La tendencia innata a simplificar lo confuso conducirá en no mucho tiempo a juntar las diversas clases de diablos y demonios en una olvidándose de las diferencias.
 
Así, en una sección bastante tardía del Libro 1 de Henoc (68‑69: dentro de las llamadas "Parábolas de Henoc") los ángeles caídos se confunden con los satanes, y a su vez en el Henoc eslavo, 18,3 (ya de época cristiana), los ángeles que estaban bajo el mando de Satanael, es decir eran "satanes", se les llama "Vigilantes" (nombre atribuido sólo a los ángeles caídos).
 
Y la tradición del pecado de origen se mezcla también: primero se insurreccionaron contra Dios y luego bajaron al Monte Hermón para unirse con las mujeres. Como se puede observar, se unen aquí dos tradiciones en principio diferentes, que hemos expuesto de modo separado en líneas anteriores. La confusión llega a ser tanta que los textos son también contradictorios sobre el lugar en el que se aposentan tanto los satanes como los ángeles caídos: unas veces se afirma que estos espíritus están recluidos en las profundidades de la tierra y otras que su morada se halla por los aires (así en un mismo libro: el Henoc eslavo: 7,3; 7,18; 18,3.7 traducción de Aurelio de Santos Otero en Apócrifos del Antiguo Testamento, Edit. Cristiandad, Madrid 1984; pp. 147 y siguientes).
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
 
 
Martes, 1 de Agosto 2023
Escribe Antonio Piñero
 
Estas clases de espíritus malvados son distintas de los satanes o los demonios “corrientes” que ya conocemos.
 
El proceso de generación de esta clase de perversos espíritus fue así, según el Libro de Henoc (capítulo 10) y el de los Jubileos (capítulo 5): los ángeles del primer cielo –éste se concibe como una bóveda dividida en siete secciones, como si se cortara media naranja todo alrededor en siete círculos– los llamados  "Vigilantes" porque son los que están más cerca de la Tierra y ven mejor a los hombres bajan desde ese cercano cielo a la tierra, se enamoran de las mujeres y engendran seres de esas “hijas de los hombres”.
 
 
Tenemos que insistir en que estos “ángeles vigilantes” son distintos de los ángeles caídos y de los satanes. Para el autor del capítulo 19 del Libro 1 Henoc -que era considerado casi canónico por el cristianismo primitivo-  era muy claro que son entidades diversas. El desconocido autor de ese capítulo 1 Henoc 19, muy antiguo, ciertamente anterior a la era cristiana, escribe:
 
“Aquí (en una cárcel infernal, como una profunda sima en la tierra) permanecerán los ángeles que se han unido con mujeres. Tomando muchas formas han corrompido a los hombres y los seducen a hacer ofrendas a los demonios como a dioses, hasta el día del Gran Juicio”.
 
 
El texto básico de esta concepción se halla en el Génesis, y decimos texto básico porque ya lo hemos repetido en otras ocasiones. Perdonen que lo vuelva a transcribir de nuevo, completándolo:
 
Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre la faz de la tierra, vieron los hijos de Dios  que las hijas de los hombres les venían bien y tomaron por mujeres a las que preferían de todas ellas.  Entonces Yahvé dijo: «Mi Espíritu no luchará para siempre con el hombre, porque ciertamente él es carne. Serán, pues, sus días 120 años». Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y ellas les dieron hijos. Estos son los héroes de la antigüedad, hombres de renombre. Yahvé vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era solo hacer siempre el mal.
 
 L cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: éstos fueron los héroes de antiguo, varones renombrados. Yahvé vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era solo hacer siempre el mal.  Y a Yahvé le pesó haber hecho al hombre en la tierra, y sintió tristeza en Su corazón. 
 Entonces Yahvé dijo: «Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado, desde el hombre hasta el ganado, los reptiles y las aves del cielo, porque me pesa haberlos hecho». Pero Noé halló gracia ante los ojos de Yahvé (Gn 6,1-8).
 
Aclaraciones:
 
· Hijos de Dios: dioses secundarios del panteón cananeo heredados por los hebreos (una rama cananea) que los cambian a ángeles, para conservar la idea de que solo hay un Dios único y os demás no son dioses, sino espíritus servidores = “ángeles
 
· Los gigantes (hebreo nefilim) existían en la tierra por aquel entonces. No sabemos muy bien quiénes eran. Probablemente héroes o semihéroes, nacidos también de mujeres y dioses secundarios del panteón hebreo-cananeo de esos momentos.
 
El texto ex confuso y difícil de entender. Por un lado, los gigantes existían ya cuando los hijos de Dios su unen a las mujeres. Pero luego parece que los gigantes son el fruto de la unión de ángeles (espíritus = semidioses y mujeres (seres terrenales). Para colmo el texto dice que Dios se enfada porque los “hombres” llenan la tierra de maldades
 
 
Sigo ahora con una interpretación  que une dos o tres leyendas: la existencia de los gigantes y los seres nacidos de los ángeles y las mujeres y la maldad de los hombres primitivos
 
Sea como fuere: los gigantes se enseñorean de la tierra y la llenan de maldades. La tierra y sus habitantes se corrompe de tal modo que no era posible para la divinidad soportar tales atrocidades (¡recordemos el mito de los Titanes en Mesopotamia y Grecia! que eran malvadísimos). Para acabar con ellos, Dios hace que el arcángel Gabriel los azuce unos contra otros. Así ocurre, y se van matando entre ellos llenándose toda la tierra de sangre.
 
Pero en realidad sólo perecen los cuerpos de los gigantes, porque sus espíritus –verdaderamente demonios, o espíritu perversos, siguieron vivos, y continuaron merodeando por la tierra cometiendo toda suerte de tropelías contra los hombres.
 
El texto sigue diciendo que Noé, bien harto de esta situación, rogó entonces a Dios para que la humanidad se viera libre de ellos. La divinidad accede y dictamina: nueve décimas partes de estos demonios "fueron atados en el lugar de la condenación [más tarde según el Apocalipsis, un lago de azufre]".
 
Pero más tarde  a ruego de su jefe, llamado Mastema, Dios permite que una décima parte quede libre para causar el mal a la humanidad, trayendo enfermedades y penas (Libro de los Jubileos 10,8‑11). Su malvada acción continuará hasta el día del Juicio en el que Dios los entregará al fuego eterno.
 
Los "ángeles caídos", según el Libro 1 de Henoc (6,1) han llegado a formar esta clase por haberse dejado llevar de la lujuria. Eran doscientos y se juramentaron entre sí para tomar juntos mujeres, aunque sabían que esta acción no iba a gustar nada a Dios (1 Henoc 6,3). Abandonaron el cielo y bajaron a la tierra:
 
“Convivieron con sus mujeres y les enseñaron toda suerte de ensalmos y conjuros; las adiestraron en recoger plantas y a fabricar espadas cuchillos, petos, los metales y sus técnicas, brazaletes y adornos; cómo alcoholarse los ojos, embellecer las cejas y a distinguir las piedras preciosas y selectas” (1 Henoc 8,1).
 
Total, "que se produjo en la tierra mucha impiedad y fornicación, erraron y se corrompieron las costumbres" (1 Henoc 8,2). El libro de los Jubileos (capítulo 10) presenta una versión más espiritualista: no hubo pecado carnal; sólo que esos espíritus, como Prometeo, enseñaron a los hombres lo que no debían. Todos se corrompieron y el resultado fue el castigo del Diluvio universal.
 
Así pues, y en síntesis, tenemos en escena dos tipos de demonios, los dos dañinos para el ser humano:
 
· Los espíritus de antiguos gigantes, hijo de los demonios “vigilantes” y de mujeres.
 
· Los ángeles caídos a los que dominó la lujuria.
 
El Evangelio apócrifo de Bartolomé (cuya versión más primitiva podría ser del siglo IV d.C.) confunde a estos ángeles caídos con los demonios en general y les atribuye los siguientes efectos perversos:
 
“Tenemos otros ministros más débiles que, a su vez, se atraen a otros colegas, a los que endosamos nuestra vestimenta y les mandamos a tender insidias para que enreden a las almas de los hombres con mucha suavidad, halagándolas, para que sigan la embriaguez, la blasfemia, la avaricia, el homicidio, el hurto, la fornicación, la apostasía, la idolatría, la desviación de la Iglesia, el desprecio de la cruz, el falso testimonio; en fin, todo lo que Dios abomina. Esto es lo que nosotros hacemos. A unos los echamos al fuego, a otros los lanzamos desde los árboles para que se ahoguen; a unos les rompemos los pies o las manos, a otros les arrancamos los ojos... Les ofrecemos oro y plata y todo cuanto es codiciable en el mundo, y a aquellos que no conseguimos que pequen despiertos, les hacemos pecar dormidos”  (Nº 44. Todos los Evangelios p. 395).
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
 
www.antoniopinero.com
Martes, 11 de Julio 2023

El vocablo "demonio" es griego, no hebreo, no bíblico


Escribe Antonio Piñero
 
El vocablo “demonio” no es hebreo ni bíblico, sino griego. Este término sólo se va imponiendo entre los judíos por influencia de la mentalidad griega y porque a partir del s. III a.C. se fue traduciendo poco a poco la Biblia hebrea al griego, la lengua universal del momento, en la ciudad de Alejandría. En esta versión griega del texto sagrado, la llamada traducción de los Setenta, "satán" se traduce algunas veces por "demonio".
 
Ahora bien, aunque no exista propiamente la palabra “demonio”, ¿qué hay, al menos, en el Antiguo Testamento hebreo que corresponda a la noción que ese vocablo quiere significar? La primera respuesta está también dada y ya la hemos puesto de relieve anteriormente: una suerte de idea difusa de la existencia objetiva, casi personalizada, de Alguien o Algo que se opone da Dios y el hombre, para mal.
 
En segundo lugar, los "demonios" –con otros nombres– serán pronto identificados con los genios maléficos hebreos esos seres malvados del folclore hebreo que hemos mencionado al principio de esta serie: seirim, sheidim, iyyim, rabitsu, Lilitu (véase la primera entrega de esta serie “El Diablo. Breve historia de la creencia en diablos /demonios en el mundo antiguo que interesa a la Biblia (I)”, del 16 de mayo de 2023)
 
En tercero, "demonios", o seres sobrenaturales son para los israelitas los espíritus de los muertos (Isaías 8,19).
 
En cuarto, los demonios son, despectivamente, las divinidades de los gentiles: lo que adoran los paganos son ciertos espíritus que se hacen pasar por dioses logrando que los pueblos un tanto tontos les rindan culto y les ofrezcan sacrificios.
 
Quinto: muchas de las funciones que desempeñan los que los griegos llaman "démones dañinos y devastadores" las ejecutan en el Antiguo Testamento los "ángeles de Yahvé". Son, al igual que Satán, espíritus subordinados a Dios, ángeles en principio buenos o neutros, que toman venganza de parte de Éste por algunas acciones malas y son portadores contra los hombres de plagas y castigos.
 
Por último, en lo que respecta al origen de estos "demonios" tenemos que constatar: así como en todo el Antiguo Testamento no hay ni un sólo texto en el que se hable claramente del origen de los ángeles, tampoco encontramos ningún pasaje que diga claramente de dónde proceden esos posibles genios maléficos que los judíos de lengua griega denominaban con el apelativo de "demonios".
 
Hay, sin embargo, un texto importante y obscuro del libro del Génesis que desempeñará un papel crucial a la hora de explicar el origen de los espíritus malignos: 6,1‑4. El texto dice que los "hijos de Dios", es decir los ángeles encargados por Dios de vigilar la tierra y que –según la concepción hebrea– estaban merodeando en el primer cielo (Libro de Henoc, eslavo: publicado en la serie Apócrifos del Antiguo Testamento, volumen IV), situado inmediatamente encima de la tierra, se fijaron en las hijas de los hombres, se enamoraron de ellas y de su relación carnal nacieron los gigantes, de inmensa estatura, "héroes desde antaño varones renombrados" (versículo 4).
 
Este mito parece ser similar al que explica en la mitología griega el origen de ciertos gigantes: seres semidivinos, de una fuerza descomunal, que nacieron de la unión de los dioses con mujeres.
 
El texto bíblico del Génesis no dice nada directamente de "demonios", pero inmediatamente veremos cómo años más tarde la literatura apócrifa del Antiguo Testamento (siglos IV/III a.C. ‑ s. I d.C.) amplificará este motivo y lo utilizará para explicar el origen de esos espíritus malvados.
 
De repente, hacia el año 150 ó 160 a.C. en el libro de Tobías, que forma parte del grupo de escritos bíblicos "deuterocanónicos" (llamado así porque los judíos y los protestantes no los admiten en el canon, pero los católicos sí), probablemente redactado originalmente en griego, aparece un demonio con todas sus propiedades. Se trata del famoso Asmodeo.
 
Este término está tomado probablemente del panteón persa: Asmodeo sería un “aesma daeva”, uno de los siete espíritus malignos que acompañan a Angra Mainyu (“El Espíritu del Mal”, Ahrimán, su comandante en jefe. Este demonio, Asmoodeo, estaba enamorado de Sara, la hija de Ragüel, pariente de Tobías. Para que nadie –ningún pretendiente– la tocara, el celoso demonio mataba en la noche de bodas a los sucesivos maridos que eran introducidos en el tálamo nupcial.
 
Este demonio es literalmente espantado, fumigado, por el joven Tobías, el héroe de la historia. Gracias al humo mágico producido por la incineración del corazón y el hígado de un misterioso pez, pescado por el mismo Tobías, con la ayuda del ángel que le acompaña, en el río Tigris, huye el demonio. El ángel Rafael sale en su persecución y lo atrapa en Egipto, donde lo encadena dejándolo impotente. Tobías, entonces, puede desposar a Sara.
 
En otro libro tardío del Antiguo Testamento, el de la Sabiduría (2,24), se identifica ya claramente a la serpiente del paraíso con Satanás (en griego, el Diablo), identificación que tendrá mucho éxito en el futuro.
 
Y, por último, en un escrito apócrifo, la Vida (griega) de Adán y Eva –también llamado “Apocalipsis de Moisés”, (17,4), publicado en Apócrifos del Antiguo Testamento, volumen II-, efectúa la misma asociación.
 
Refiriéndose a la caída de Adán dice el autor del libro de la Sabiduría: "Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo a imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen" (Sabiduría 2,24).
 
Aquí Satán aparece ya no sólo como un cierto oponente de Dios, sino como adversario y enemigo de la humanidad. Además, el mal más temido por los hombres, la muerte, no proviene ya de la divinidad. El autor lo atribuye por entero al pernicioso haber de este ser malvado. Comienza a dibujarse con rasgos más precisos lo que luego habría de ser la Encarnación del Mal, y se inicia una teología (más propiamente, una "teodicea" = tratado que “justifica a Dios”) que pretende descargar a la divinidad de su responsabilidad en el origen del mal.
 
Seguiremos preguntándonos qué cambios han ocurrido en la religión judía para que de repente aparezcan con más claridad los demonios.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Una presentación mía de "Los Libros del Nuevo Testamento" a través de Lic. Leví:
 
https://youtu.be/sW4xvCqsgq8
Martes, 4 de Julio 2023

 Escribe Antonio Piñero
 
En esta postal veremos cómo esta figura de Satán, más o menos inocua en cuanto que no es perversa por naturaleza sufre un cambio… y a peor: Satán se presenta como auténticamente malvado. Pero en la Biblia no encontramos textos que nos indiquen con claridad los pasos de esta mutación
 
Sólo en dos textos del Antiguo Testamento y bastante tardíos, del siglo IV a.C., el Libro I de las Crónicas 21,1, y en el Eclesiástico 21,27 (del siglo III a.C.), "Satán" pasa a ser sinónimo de instigador del pecado o causante de una tentación, es decir "tentador" de verdad.
 
El primero dice así: "Se alzó Satán contra Israel e incitó a David a hacer el censo del pueblo…" Luego, por la continuación del texto averiguamos que hacer el censo va contra la voluntad de Dios, es, por tanto, un pecado.
 
En el segundo leemos: "Cuando el impío maldice a Satán, a su propia alma maldice".
 
En estos pasajes dos pasajes se alude claramente a una fuerza malvada, pero no queda nada claro si este tentador ejecuta órdenes de Dios, o si más bien actúa por su propia cuenta como adversario y antagonista o adversario autónomo de la divinidad. Lo más probable es la primera hipótesis, pero el lector se queda con la idea de que además de Dios –ya sea a sus órdenes o un poco a sus espaldas- existe en el universo un poder malvado.
 
Como vemos, el Satán o Satanás de estos primeros momentos –tal como se refleja en estratos muy antiguos del Antiguo Testamento- nada o poco tiene que ver con el Diablo tal como nos lo imaginamos hoy, ni con ángeles caídos, ni con los demonios llamémosles “corrientes”, ni nada por el estilo. Satán es un ángel, un espíritu de la corte celestial, a las órdenes de Yahvé, encargado de ciertas desagradables tareas. No es el Príncipe del Mal, ni tampoco el origen del mal, que ‑como todo lo creado‑ procede también de Yahvé.
 
Por otro lado, sin embargo, el lector del Antiguo Testamento siente que este texto va presentando a sus ojos en diversas narraciones –incluidas algunas en la aparece Satán- un cierto poder siniestro, un genio maléfico y envidioso, que se encarga de hacer el mayor daño posible al ser humano. Así ocurre, por ejemplo, en los primeros capítulos de la Biblia con el conocido relato de la caída de Adán y Eva (Génesis 3). Encarnado en la serpiente, interviene de modo decisivo y negativo un genio maligno y seductor al no se llama Satán ni Diablo. Este malvado poder engaña a Eva y a Adán; hace que desobedezcan al Creador y rompan las buenas relaciones con él; logra que sean arrojados del paraíso y que comience para todos los descendientes de esa pareja una vida que es más “valle de lágrimas” que edén o paraíso.
 
En el relato del libro de Job que citamos en el postal pasado, el denominado Satán, el fiscal de Dios, aparece –para el lector apresurado- como una figura harto desagradable que trae desgracias y enfermedades al sufrido Job. Aunque todo lo hace tanteando a Job, en realidad lo está instigando a maldecir y separarse de Dios.
 
En Zacarías 3,1 encuentra también el lector un pasaje en el que se contrapone el "ángel de Yahvé" a Satán con tonos negativos para éste. El primero defiende al sumo sacerdote Josué de las inculpaciones siniestras del segundo, tanto que el ángel le llega a decir: "¡Conténgate Yahvé, oh Satán, conténgate Yahvé, que ha escogido a Jerusalén!".
 
Este pasaje tardío –Zacarías es uno de los profetas de después del destierro a Babilonia- supone una precisión y desarrollo en las concepciones del Antiguo Testamento sobre Satán. Aunque el texto hebreo presenta el artículo determinado antes de Satán, con lo que se indica que el vocablo es más bien -¡todavía!- un nombre común que propio (“el satán”), el lector obtiene del pasaje la sensación de que esta palabra connota un ser con una fuerte individuación: Satán es un ser sobrenatural y concreto que se opone fieramente no sólo a Yahvé, sino a un ser humano específico, al sumo sacerdote Josué. Comienza, pues, a perfilarse la idea de un adversario malvado, con fuertes rasgos personales.
 
Por tanto, en estos textos veterotestamentarios que hemos ido citando y en los que aparece el vocablo “satán”, este personaje se halla siempre subordinado a Dios y es su ministro. No es el conocido Diablo. Pero, a la vez, los escritores bíblicos, sobre todo en el Génesis dejan traslucir la existencia en el universo de un antipoder: frente al Dios creador o rector del pueblo existe un anti‑Dios que se opone a los buenos designios de Aquél. Este antipoder puede fácilmente asociarse con Satán, ya que este personaje ejerce funciones muy desagradables. Y precisamente esto es lo que hará el pueblo hebreo con el correr del tiempo.
 
Antes de seguir con los detalles de esta evolución, deseo tratar una cuestión de menor importancia, pero no carente de significado para algunos: señalar que en el Antiguo Testamento el apelativo "Lucifer" no aparece nunca como denominación de Satán. Designar a Satán/Demonio de este modo es un invento cristiano, y proviene de una exégesis particular por parte de los Padres de la Iglesia del siguiente pasaje de Isaías (14,12‑5):
 
"¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de las naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: ‘Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión... subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo’. ¡Ya! Al sheol (mundo subterráneo) has sido precipitado, a lo más hondo del pozo".
 
Este bello poema,  de tonalidad fuertemente irónica, fue compuesto por Isaías bien para celebrar la muerte del rey asirio Sargón II, o bien directamente contra la arrogancia, vencida por Yahvé, del monarca babilonio Nabucodonosor. Pero los Padres de la iglesia cristiana relacionaron este texto profético con el conocido pasaje de Lucas (10,18): "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo", frase con la que Jesús expresa su alegría ante el éxito de la misión de los setenta y dos discípulos que había enviado a predicar a la villa de Israel.
 
La visión de la caída de Satán significaba para Jesús el fracaso de la oposición del Diablo a la venida del Reino de Dios. Los Padres interpretaron que Isaías había previsto proféticamente lo que luego había contemplado Jesús. De ahí que ese "Lucero, hijo de la Aurora", Lucifer, símbolo en realidad de la grandeza caída de un rey mesopotámico, pasara a ser la denominación del Diablo.
 
De esta aventurada interpretación, que nada tiene que ver con el sentido primitivo del texto del profeta Isaías, procede también el que algunos se hayan imaginado a Satán como dotado de una inmensa hermosura, equiparable a la del lucero de la mañana.
 
Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Enlace a entrevista sobre “Cristianismo primitivo” en el canal de Miguel Dongil:

https://www.youtube.com/watch?v=DC-zKQxQ-vc
 
Martes, 27 de Junio 2023
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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