CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

En poco menos de un año el libro se ha vendido muy bien


Tercera edición de "Los Libros del Nuevo Testamento"
Escribe Antonio Piñero
 
“Blog 12”, nº 1272. 30-12-2022
 
 
Una noticia ya confirmada es la aparición en el mercado de la tercera edición de “Los Libros del Nuevo Testamento", que es un volumen “gordito”, de 1664 páginas y que supone una buena base para  los lectores aficionados al Nuevo Testamento en general, a la vida de Jesús de Nazaret y a la historia del cristianismo primitivo. En efecto, me parece que este volumen ofrece una perspectiva, en opinión de muchos bastante completa de los estudios estrictamente académicos sobre el Nuevo Testamento, pero sin tecnicismos al nivel del público general, en una perspectiva laica, no confesional, no sujeto a Iglesia alguna.
 
 
"Los Libros del Nuevo Testamento" es un libro “laico”. Ahora bien, como he repetido muchas veces, este vocablo no significa antieclesiástico, el clero, ni anti iglesia alguna, sino que viene del griego laós, que significa “pueblo”. Un libro escrito desde el “pueblo” que no perteneciente a ninguna institución eclesiástica, y “para el pueblo”, que desea entender qué es el Nuevo Testamento desde una perspectiva histórica.
 
 
Como editor y autor de una buena parte de este volumen, "Los Libros del Nuevo Testamento" no es un libro para leer seguido, sino sobre todo de cabecera. Por ejemplo: si un lector/lectora va a misa los domingos y oye la lectura de una epístola del Nuevo Testamento, o bien una sección de los Evangelios, puede ir al libro que estoy recomendando y ver qué dice sobre el sentido del texto en cuestión, es decir, cómo hay que entenderlo no solo hoy día, sino ante todo desde la perspectiva de cómo se escribió, si hay, o no, algún problema de historicidad en torno a lo leído y si puede aplicarse, o no, al pie de la letra al mundo de hoy.
 
 
Y volviendo al tema de lo que se oído en la iglesia, una sección evangélica o de una epístola de san Pablo, opino que es interesante conocer qué opiniones tienen al respeto las diversas ramas de  la investigación de modo que el lector pueda escoger la que le parezca más conveniente.
 
 
La responsable de la edición de "Los Libros del Nuevo Testamento" es la editorial Trotta, de Madrid. La primera edición fue de 3.000 ejemplares, y salió en noviembre de 2021, aunque los primeros 900 ejemplares se vendieron ya en octubre de ese mismo año, en una suerte de promoción, que fue enviada por correo. En marzo, o por ahí, de 2022 salió la segunda edición de 1.500 ejemplares (es decir, apenas seis meses después). Y ahora la tercera edición de otros 1.500 ejemplares en noviembre de 2021… en total en un año justo.
 
 
Como el precio del papel es una locura (el papel ahora es el primer enemigo del libro) y es papel “semibiblia”, y viene desde Finlandia, es lógico que este volumen haya subido el precio. Hay que consultar lo que cuesta en Internet, porque yo no lo sé con exactitud. De todos modos, el volumen me parece muy barato, en torno al 40 %, en comparación con los precios que tienen los libros de unas mil páginas de tema religioso en España… y este tiene 664 páginas más.
 
 
Además, el contenido de cada página (lo que creo que se denomina “mancha tipográfica”) es muy grande, sin márgenes amplios, ni nada de eso, que se hace a veces para aumentar el número de páginas. Todo lo contrario: se trató de hacer un volumen manejable dentro de la amplitud del tema: ¡el Nuevo Testamento completo con una nueva traducción al español y comentarios creemos los autores más más importante dentro de la sección. Naturalmente no a todos los versículo, ya que si se hiciera eso, el libro debería tener el doble de páginas, por lo menos.
 
 
Existe, además una versión “libro electrónico” / “digital” o “Kindle”, que es unas diez veces más barata, esto sí lo sé, de lo que vale un libro electrónico en el mercado religioso alemán. El que lo desee lo puede comprobar en Internet.
 
 
Saludos cordiales de parte de los cinco que hemos hecho este libro y en especial del editor fáctico, Alejandro Sierra y del editor literario, Antonio Piñero
 
 
Viernes, 30 de Diciembre 2022

Blog 12, nº 1271 22-12-22


Escribe Antonio Piñero
 
 
Hoy mi comentario al libro de Mar Pérez i Díaz, “Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo” (Verbo Divino 2022), será relativamente breve: me parece una obra absolutamente necesaria y conveniente, aunque no esté de acuerdo con algunas de sus conclusiones, debidas, como escribí, a que la autora no está al día en los estudios sobre Pablo de investigadores judíos (véase M. Zetterholm, “Approaches to Paul. A Students’Guide to Recent Scholarship, Fortress Press, Minneapolis 2009) y en el mercado español mismo la obra de Pamela Eisenbaum, “Paul was not a Christian” del 2009, cuya traducción al castellano publicó Verbo Divino “Pablo no fue un cristiano”, y que a pesar de algún defectillo, es como la popularización de los nuevos estudios paulinos.
 
 
En mi opinión, Mar Pérez se queda en la postura de James Dunn (“La nueva perspectiva” en los estudios paulino abanderada por N. T Wright, Paul in Fresh Perspective” de Fortress Press, Minneapoilis 2009). Y ocurre que ahora existe –también según creo– una nueva y verdadera perspectiva sobre el pensamiento de Pablo, como ha indicado  Carlos A. Segovia, Pablo de Tarso, ¿judío o cristiano?, del 2013 de Atanor Ediciones, encontrable, por ejemplo, en Amazon. En fin que la investigación ha cambiado mucho.
 
 
Por otro lado reconozco que el tema planteado por el libro es “necesario para la exégesis actual”. Es prudente su afirmación de que no todo lo que leemos en el Evangelio de Marcos es paulino “sino que el evangelista “retoca y cambia las fuentes de lo que recibe para que esté en consonancia con Pablo” (p. 17). Creo que esto es decir bastante. Y también es acertado el juicio de que el Evangelio de Lucas es “demasiado tardío para transmitir la frescura, radicalidad y la convicción del propio Pablo (p. 18).
 
 
Suscribo también la idea de que “Marcos presentaba a Jesús a su comunidad, por lo que no podemos encontrar vocablos o expresiones típicamente paulinas en la narración marcana, porque Marcos no quiere presentar a Pablo, sino la interpretación que se hace de Jesús cuando está en sintonía con Pablo” (en la misma p. 18). Suscribo, pues, esta idea, que ha sido presentada por mí desde hace muchos años: Jesús de Nazaret es un judío radical; Pablo reinterpreta a Jesús y en realidad lo convierte en Jesús – Cristo celestial, y Marcos, al presentar a Jesús de Nazaret (¡nombre griego no israelita)  a su comunidad lo hace reinterpretando a Pablo.
 
 
Así surgirá el cristianismo que no es más que un fenómeno exegético, reinterpretación de un Jesús histórico, puramente judío, radicalmente judío (Daniel Boyarin, “A Radical Jew”, libro de 1997, cito de memoria) que será transformado en Jesucristo (sin guion alguno), comenzando por la reinterpretación de la vida de Jesús hijo de José (nombre judío) con una exégesis nueva de pasajes seleccionados de la Biblia hebrea interpretados mesiánicamente.
 
De este modo, Mar Pérez abre un camino muy fructífero dentro de la exégesis confesional, aunque sin sacar todas sus consecuencias.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Jueves, 22 de Diciembre 2022
¿Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo? (II)

 
Blog 12, nº 1270. 15-12-22
 
 
Escribe Antonio Piñero
 
Olvidé hacer hincapié en mi primera entrega / comentario, la semana pasada, al libro de Mar Marcos, en su Introducción (en la que justifica y delimita el tema), olvidé, repito, señalar lo que supone un cambio de paradigma para el pueblo cristiano que es creyente practicante. A saber, es un cambio de paradigma para el pueblo declarar en un libro sobre la teología de Marcos que ella, la autora, solo acepta siete cartas auténticas de Pablo y rechaza como espurias, secundarias, aunque canónicas, otras siete atribuidas a Pablo, pero que fueron escritas por sus discípulos.
 
En efecto ese creyente sigue oyendo decir en las lecturas de la misa dominical:  “Lectura de la Primera carta de san Pablo a Timoteo”…, e ignora que sus teólogos saben que esa formulación no es correcta. Opino que hay un gran desfase en la práctica entre lo que los exegetas católicos enseñan en las universidades e institutos de teología y lo que siguen manteniendo en los oficios litúrgicos, que es lo que verdaderamente llega al pueblo. Quizás se debería ir animando a los responsables de las homilías dominicales que instruyan al pueblo sobre lo que piensan de verdad sus teólogos. En este caso y en otros.
 
 
José Montserrat en la Introducción del volumen "Los Libros del Nuevo Testamento" (del que anuncié ya la tercera edición en doce meses) escribe a propósito del problema de la pseudonimia en el corpus de escritos cristianos que la “pseudonimia supone en muchos casos, la intención de defraudar se deduce de los términos en los que el suplantador se presenta explícitamente como el suplantado”.  Y luego añade: “Términos eufemísticos como «relectura» o «presentificación» –para pasar de largo por el problema de pseudonimia–  no son más que recursos desesperados para intentar soslayar el problema teológico de un inspirador divino que se comunica a través de falsificadores”. Teológicamente, sostengo, este problema debe abordarse y explicarse al pueblo cristiano.
 
 
También quisiera insistir en lo que ya escribí comentando la contracubierta del libro…, a saber que estoy profundamente de acuerdo con el enfoque de Mar Pérez u Díaz en su obra. Ciertamente el primer evangelista es un discípulo intelectual de la teología paulina. Y no puedo menos que estar de acuerdo porque es una tesis que he defendido desde siempre, y que he puesto de manifiesto hace ya suficientes años. Por ejemplo, en mi “Guía para entender el Nuevo Testamento”, sexta edición desde 2006 (si se cuenta también la digital); en mi obra “Guía para entender a Pablo de Tarso. Una interpretación (no una introducción, que también lo es, sino un poco más) del pensamiento paulino de 2019 y que va por la segunda edición.
 
Y tanto más debo defender la posición de Mar Pérez, porque es la base del volumen  “Los Libros del Nuevo Testamento", la edición del Nuevo Testamento no denominada así porque no sigue el orden usual de los libros que en este corpus se contiene. No comienza esta obra, edición /comentario del Nuevo Testamento,  por el Evangelio de Mateo y lo demás, sino que sitúa en primer lugar la Primera Carta de Pablo a los tesalonicenses escrita probablemente en año 51 de la era común al judaísmo y el cristianismo. Igualmente defiendo la misma postura básica que Mar Pérez i Díaz en mi libro “Aproximación al Jesús histórico”, de 2019 y que va por la cuarta edición. Creo que la idea ha tenido por mi parte suficiencia presencia pública en lengua española.
 
Escribí en mi comentario de la semana pasada lo siguiente:

Todo estupendo (en este libro)…; pero para una edición española podría haber recurrido a bibliografía española… ¡también! Pero la ignora. Con ello contribuye animosamente al proverbio Hispanicum est non legitur “Está escrito en español. ¡No se lee!”; o no se cita ni por los españoles mismos. Naturalmente en esto no estoy de acuerdo. Y en la próxima entrega espero poder demostrarlo. 
 
Naturalmente, estas obras que acabo de mencionar no están recogidas en el pensamiento (lo veremos) y en bibliografía de Mar Pérez i Díaz (“Sección 3. Estudios paulinos”). Y lo mismo le sucede a otros trabajos de autores independientes en lengua española como los de José Montserrat, G. Puente Ojea y F. Bermejo, que parten del mismo presupuesto (el evangelio de Marcos depende teológicamente de la concepción paulina de Jesús de Nazaret) al que llega Mar Pérez tras un sesudo estudio. ¿Debo agradecer esta no mención bibliográfica, al igual que agradecí a Mercedes Navarro Puerto, que en su bibliografía sobre las mujeres y la Biblia no recogiera en el listado mi obra, puramente filológica e histórica, “Jesús y las mujeres”, que va por la segunda edición? Reflexiono…
 
 
Pues a lo mejor sí debo agradecerlo, porque estas ausencias demuestran un cierto sesgo por parte de autores confesionales y que sus opiniones deben ser comentadas y criticadas con crítica positiva y constructora.
 
Por el contrario, parece que los autores independientes en lengua española no tenemos empacho en leer y comentar cortés y educadamente en la mayoría de las ocasiones la bibliografía española al respecto de lo que tratamos. Yo, al menos, no dejo de alabarla en todo lo que tiene de bueno. Y fíjense en un hecho curioso e instructivo, el artículo de unas 30 páginas de C. Gil sobre el fracaso del proyecto de Pablo y su reconstrucción sí aparece en la p. 276, de la bibliografía…, pero no las obras citadas arriba. Hay un sesgo claro.
 
 
Por tanto y he demostrado hasta aquí lo que dije en mi postal anterior.
 
Y ahora volviendo al libro de Mar Pérez i Díaz: creo que es estupendo en líneas generales, y necesario, aunque yo pueda tener otras perspectivas.
 
Y concluyo con una cita de la autora en la p. 17 sobre las cuestiones  teológicas “recogidas en el mundo de la exégesis” (añado confesional) “como características de la teología de Pablo”. Son las siguientes:
 
· Importancia de la teología de la cruz
 
· La libertad cristiana
 
· La crítica a la Ley
 
· El amor al prójimo
 
· La apertura a los paganos
 
· El no patriarcalismo
 
· La relación con el poder romano
 
· El concepto de Evangelio
 
· Jesús presentado como un nuevo Adán
 
· Debate sobre la pureza
 
· La justificación (es decir, preciso, la absolución de los pecados de cada ser humano ante el tribunal de Dios) por la fe
 
· La importancia del Templo
 
· La relación con los discípulos y la victoria sobre los demonios.
 
Con ello pretende la autora contrastar el fondo teológico del Evangelio de Marcos y encontrar en él las huellas del pensamiento paulino.
 
Con el devenir de los días discutiré /dialogaré con el texto de la autora sobre aquellos pasajes cuya interpretación no me parece oportuna o muy dudosa, al menos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
NOTA
 
Enlace a una entrevista que me hizo Alonso Naranjo Arias, en su canal “Indagando la Biblia”:
 
https://youtu.be/xhmbzd-3hDI
 
Viernes, 16 de Diciembre 2022

Notas

Un repaso a la vigencia que la Ley de Moisés tuvo y a cuándo y por qué se aplicó como norma para la vida judía ofrece resultados verdaderamente sorprendentes. Nuevos estudios han llegado a conclusiones que enriquecen nuestro conocimiento sobre el judaísmo y coinciden en retrasar notablemente su aparición y confirmación.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


Baño ritual en Magdala, s. I.
Baño ritual en Magdala, s. I.
Un artículo recién publicado en la Biblical Archaeological Review, en su número de este invierno, firmado por Yonatan Adler, profesor de la Ariel University, presenta brevemente las conclusiones de su libro The Origins of Judaism: An Archaeological-Historical Reappraisal (2022).

El libro (que aún no he leído) promete una exhaustividad y un rigor dignos de elogio en una materia tan problemática como definir los orígenes del judaísmo. Si ya la percepción del politeísmo judío se va extendiendo poco a poco gracias a los hallazgos arqueológicos de los últimos cincuenta años, y al nuevo estudio que obligan a hacer los mismos de los antiguos textos bíblicos, un pormenor de tanta enjundia como la Ley de Moisés (imposible hallar un documento que se acerque a su supuesta antigüedad) requería nuevas atenciones.

En cuanto al registro bíblico sobre la primera aplicación de la Ley, Adler considera que la narración de Esdras 7, 1-26 es cuando menos dudosa. El texto informa de que el escriba Esdras fue enviado a Jerusalén por Artajerjes, el rey de Persia, con la misión de hacer cumplir los preceptos de Moisés entre los habitantes de Yehud (nombre persa para la antigua Judá). En Nehemías 5 se cuenta cómo Esdras leyó, comentó y enseñó la Ley.
Pero Adler observa dos problemas en este relato: a) la propia Biblia concede muy poco éxito, y efímero, a Esdras (Nehemías 13, 25-30); b) no es nada fácil deducir de los textos bíblicos qué comportamiento mantenía la población en general (ya hemos aludido al politeísmo).

Dado que la principal fuente de información hasta la fecha resulta controvertida, Adler propone una alternativa sencilla y ahora mismo a mano: a) buscar referencias en textos ajenos a la Biblia del uso de la Ley; b) buscar restos arqueológicos del uso de la Ley.
En la literatura extrabíblica sólo tenemos referencias a la aplicación de la Ley entre los judíos desde el siglo I a. C. Concretamente una referencia de pasada de Plutarco en su Vida de Cicerón, cuando hace decir a éste un juego de palabras a propósito de un supuesto judío que evita el cerdo (Plutarco, Cicerón 7, 5-6) y algunos pasajes de Flavio Josefo hablan de gobernadores romanos que, aquí y allá, se refieren a las prácticas judías. Pero nada anterior.

Si nos centramos en la ausencia de huesos de cerdo, la cuestión es aún más delicada, pues sólo podemos encontrar evidencias a partir de Filón de Alejandría, Nuevo Testamento y Flavio Josefo, es decir, el s. I d. C. Los hallazgos arqueológicos son sorprendentes, pues durante el siglo VIII se consumía abundantemente en Israel pero no en Judá, Filiste o cananeos más al norte, es decir, nada exclusivo.

En cuanto a las normas de pureza ritual, una buena medida para estudiar el caso son los llamados mikbaot o baños rituales, que son muy frecuentes desde finales del siglo II a. C. en Judea pero inexistentes antes de esa fecha. En cuanto a la vajilla determinada por estas leyes, también encontramos la fecha de su aparición a finales del s. II a. C.

En cuanto a otras marcas materiales sobre el uso de la Ley, las filacterias o tefilim, aparecen en Qumran también hacia el 125 a. C., como ocurre con las mezuzot, los cartuchos con un texto de la Ley incorporados a las jambas de las puertas.

A propósito de la prohibición de hacer imágenes de animales u hombres, incluso de Yahvé, tenemos material con estas representaciones hasta mitad del s. II a. C.  Así, tenemos una moneda con un cierto sacerdote Yohanan de época persa; incluso hay una moneda persa que representa a Yahvé sentado en su trono. A partir nuevamente de esa fecha, no hay rastro de ellas, pues son sustituidas por motivos florales o largos textos.

Se han planteado algunas ideas de por qué es esta fecha (hacia 125 a. C.) la que parece imponerse según los datos. Lo primero que se piensa es que, en realidad, la Ley no tuvo vigencia real y extensiva hasta entonces. Después se busca un contexto histórico que facilitara su imposición. Se supone que los reyes Tolomeos, que impusieron tribunales diferentes para griegos y pueblos conquistados en las diversas zonas que abarcaban, llevaron a profundizar en el caso judío en las costumbres que los exiliados en Babilonia habían exacerbado. Por otra parte, la independencia de Judá como reino macabeo a partir del año 167 sin duda permitió que la Ley fuera sentida como propia y necesaria. E incluso se propone que fueron los reyes Asmoneos los que realmente impulsaron la aplicación de la Torah. En este sentido, el propio Adler apunta que quizá los Asmoneos encontraron en la Ley una forma de ratificar la antigüedad de su apuesta nacional (una justificación de su independencia) y un medio de conseguir una mayor realidad para su poder: al adoptar el Pentateuco como fundamento formal, legal y constitucional del nuevo y emergente reino asmoneo, los reyes habrían logrado ofrecer a su pueblo una idea unificadora. En ese momento habría nacido el judaísmo.
 
Sobre el politeísmo en Israel y Judá, dos entrevistas del canal Fe hebrea en contexto:

https://www.youtube.com/watch?v=Lzx_AU_qfBE

https://www.youtube.com/watch?v=sakRguSZBEg
 
 
Saludos cordiales.
Domingo, 11 de Diciembre 2022
¿Fue el evangelista Marcos discípulo de Pedro o de Pablo?
Escribe Antonio Piñero
 
Blog 12- 1269 8-12- 2022
 
El título de este comentario es el de un libro de Mar Pérez Díaz, publicado hace muy poco por Verbo Divino, de Estella, que lleva por subtítulo “La teología paulina del evangelio de Marcos”. 16x24cms. 277 páginas, con bibliografía, pero sin índices, ni onomástico ni de materias. Tapa blanda. ISBN:
978-84-9073814-6. Precio 27 euros. Hay versión electrónica por escasos 13 euros.
 
 
La contracubierta del libro expone que  
 
 
“El evangelista Marcos fue el primero en escribir un evangelio. Es el texto más antiguo que tenemos junto a las cartas de Pablo. La tradición afirmaba que Marcos era un discípulo de Pedro que había escrito un resumen del evangelio de Mateo. Los resultados de la investigación de la exegesis mostraron lo contrario. En este estudio, Mar Pérez sostiene que Marcos es un discípulo teológico de Pablo.
 
 
La autora muestra que la teología de Pablo mejora nuestra comprensión de la narración de Marcos, porque completa el sentido del evangelio y complementa su intencionalidad. El amplio abanico de coincidencias del evangelio con la teología paulina no puede ser fruto de la casualidad, sino de la voluntad del evangelista de escribir su obra en consonancia con el pensamiento del apóstol Pablo”.
 
Como resumen del libro me parece que las frases anteriores son acertadas, y no creo que yo pudiera hacerlo mejor.
 
Debo añadir, y lo hace la autora que el volumen es la traducción y adaptación al español de su libro publicado previamente, en inglés, con el título  Mark, a Pauline Theologian. A Re-reading of the Traditions of Jesus in the Light of Paul's Theology “Marcos teólogo paulino. Una relectura de las tradiciones de Jesús a la luz de la teología paulina”, por la editorial alemana Mohr-Siebeck, de Tubinga, como número 521, en una serie prestigiada (Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament 2. Reihe  = “Estudios /Investigaciones sobre el Nuevo Testamento”). Es cosa sabida que esta editorial no publica libros de poca calidad.
 
Comentaré en esta entrega parte de la “Introducción”, pp. 15-21. Critica la autora, con razón, la tradición de la Iglesia antigua, siglo II, que afirmaba –creemos– por boca de Papías (citado por Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica III 39,15 + II 15, 1-2 y VI 14, 5-7, como opinión igualmente de Clemente de Alejandría) que “el evangelio de Marcos fue un evangelio petrino, es decir, un evangelio en consonancia (con el pensamiento teológico) de los miembros de la Iglesia de Jerusalén”, pero que esta idea es hoy comúnmente rechazada por ser un mero medio de consolidar la autoridad del evangelio (pp. 15-16).
 
Estoy de acuerdo con la autora en que la investigación actual no ha afrontado debidamente la cuestión del pensamiento de fondo, teológico, del Evangelio de Marcos, nada menos que desde 1923 con la obra de Martin Werner, Der  Einfluß paulinsicher Theologie im Markusevangelium (“El influjo de la teología paulina en el Evangelio de Marcos”; editorial Alfred Töpelemnn, de Gießen; con una famosa universidad en tiempos, precisamente donde pasé unos seis meses de mi vida, cuando de estudiante trabajaba de enfermero en su Hospital antituberculoso, y lo que ganaba me ayudaba para casi subsistir durante un años académico). M. Werner defendía la tesis de que la coincidencia de Pablo y de Marcos en su teología no era el resultado del influjo del Apóstol sobre el Evangelista, sino mera coincidencia en temas teológicos propios del cristianismo primitivo.
 
Según la autora, con razón, los trabajos a modo de artículos técnicos que contradecían la tesis de M. Werner se limitaban a abordar en profundidad un dicho de Jesús, o una escena del Evangelio sin hacer un estudio del conjunto de la teología marcana. Y sostiene Mar Pérez que su libro se enfrenta al tema en conjunto, y que no se trata de estudiar uno o dos aspectos / “indicios” en Marcos (es decir, de similitudes en el evangelista) de teología paulina, sino todo el conjunto de aspectos / indicios. Este intento de universalidad tiene el propósito de “dilucidar si el evangelista, cuando compuso, organizó y escribió su narración, tenía presente, o no, la teología (en conjunto también) del apóstol Pablo como clave de interpretación de las palabras de Jesús de Nazaret” (p. 16).
 
 
Y para realizar esta empresa –sostiene la autora– hay que entender qué entendemos por “teología paulina”. Por ello, con buen criterio, se ciñe a las cartas que hoy considera auténticas el común de la investigación, que son solo siete 1 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses y Filemón.
 
 
Con razón también rechaza Mar Pérez 1 2 Timoteo más Tito, como obras de discípulos de Pablo, no de este propiamente. Y luego, en un acto de valentía y de sentido común afirma que tampoco utiliza Efesios ni Colosenses, porque hay dudas razonables sobre si pertenecen a Pablo, sobre todo la segunda, y porque la investigación (¡confesional, naturalmente!) no se pone de acuerdo a este respecto.
 
Para hacer un resumen de la teología paulina, recurre la autora a diez páginas del artículo de Heike Omerzu, “Paul and Mark–Mark and Paul”, contenido en una obra conjunta que con el título: Mark and Paul. Comparative Essays Part II. For and Against Pauline Influence en Mark, (publicada por la editorial de Gruyter, de Berlín, también en una colección prestigiada: "Beihefte zur Zeitschrift für die neutestamentliche Wissenschaft. “Suplementos de la Revista de Estudios sobre el Nuevo Testamento”). Los responsables de esta colección de artículos sobre el tema de las relaciones entre Pablo y el V de Marcos son Eve-Marie Becker y Troels Engber-Pedersen.
 
Todo estupendo…; pero para una edición española podría haber recurrido a bibliografía española… ¡también! Pero la ignora. Con ello contribuye animosamente al proverbio Hispanicum est non legitur “Está escrito en español. ¡No se lee!”; o no se cita ni por los españoles mismos. Naturalmente en esto no estoy de acuerdo.
 
Y en la próxima entrega espero poder demostrarlo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
¡Salió ya a principios de noviembre la tercera edición de "Los Libros del Nuevo Testamento"! Justo al cumplirse un año. Es para estar muy contento y muy agradecido a los lectores que han apoyado esta obra… y a la Editorial Trotta que asumió el riesgo de publicar una obra con tantas páginas… y bien llenitas.
Jueves, 8 de Diciembre 2022

Blog 12- 1268 1-12-2022


 Escribe Antonio Piñero
 
 
Seguimos con el análisis menudo y pausado del libro de S. Guijarro, “Los cuatro Evangelios (edit. Sígueme). El autor sitúa muy bien la etapa de esta pesquisa: desde la muerte de Jesús (el 30 o el 33 e.c.) hasta la destrucción de Jerusalén en el 70. Señala también nuestro autor que es muy probable que durante esa etapa desapareciera la mayor parte de los discípulos de Jesús, de modo que la tradición sobre este empieza a conservarse en un segundo grado o estadio, en donde –sin lugar a dudas empiezan a afectar los efectos de cambio y distorsión propios de toda tradición oral. En general se tiende a olvidar lo molesto o desagradable y se magnifica y ensalza lo agradable.
 
 
Función básica y fundamental en este período es la firme creencia en la resurrección de Jesús. Y afirma Guijarro con toda la fe pascual, que Dios lo resucitó; no fue Jesús mismo el que se resucitó a sí mismo, lo cual sería esperable en una concepción como la del Evangelio de Juan, según la cual en la persona física de Jesús se había encarnado el Verbo, la Palabra (arameo “Memrá” cargada de una gran teología del judaísmo de la época, muy similar a la de la Sabiduría), es decir, que –según Juan– Jesús es dios desde el principio. Pero en realidad Guijarro no admite la teología johánica y acepta, pues, que Jesús durante su vida en la tierra nunca se consideró dios. Creo que es un punto importante. Léase el discurso de Pedro en Hechos 2 y el inicio de la Carta  los Romanos de Pablo.
 
Segundo: acepta Guijarro que la tradición sobre Jesús se cultivó y se enriqueció. No dice nuestro autor cómo, pero probablemente en la línea señalada arriba: olvido de lo negativo (en general; no siempre ni mucho menos; y magnificación de lo positivo).
 
Opino que aquí debió señalar nuestro autor la opinión común entre los investigadores acerca de donde se congregaron y formaron grupo dentro del judaísmo los seguidores íntimos de Jesús. Si en Jerusalén o en Galilea (¿algunos en Samaría?). En este momento se puede hablar ya de verdadera “tradición” –recogida de hechos y dichos de Jesús para transmitir a otros y con fines concretos– y no meros “recuerdos” de Jesús. Tampoco alude Guijarro al gran inconveniente que supone la gran cantidad de variantes, e incluso contradicciones, que encuentra un análisis objetivo, enumerativo e imparcial de esas tradiciones acerca de la resurrección.
 
Creo que en otra ocasión ya cité a Javier Alonso, que en un libro titulado “Resurrección” (edit. Arzalia, Madrid) reúne las tradiciones dispares sobre la resurrección en el movimiento más primitivo de seguidores de Jesús, que son brevemente las siguientes:
 
· Solo el Evangelio de Mateo indica que no fueron los romanos sino los sumos sacerdotes los que apostaron soldados para vigilar la tumba.
 
 
· Respecto a las personas fueron las primeras en ir a la tumba...: 1. Tres mujeres: María de Magdala, María la de Jacobo y Salomé (Marcos); 2. Solo dos: María Magdalena y la otra María: Mateo); 3. Al menos cinco, según Lucas; y según Juan–sólo fue María Magdalena. Y de los varones sólo Pedro y Juan.
 
 · A qué fueron las mujeres a la tumba la mañana del “domingo”: Mateo y Juan no saben nada de lo que hicieron; según Marcos y Lucas, a ungir el cadáver.
 
· ¿Cómo se abrió la tumba? Por un terremoto, según Mateo, hecho ignorado por Marcos, Lucas y Juan a pesar de que se enteraron todos los de Jerusalén.
 
· Se produjo una visión de un ser angelical en torno a la resurrección... Pero…¿Era sólo un ángel? ¿Dónde estaba? Sólo uno, según Marcos, y estaba dentro de la tumba. Mateo afirma, por el contrario, que el ángel estaba fuera, sentado sobre la piedra que cerraba la tumba; según Lucas y Juan, eran dos ángeles Sí, dos –confirma Juan– y estaban dentro de la tumba.
 
· ¿Qué personas y en qué orden vieron a Jesús? Según Pablo, Jesús se apareció a Cefas y después a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez; después a todos los apóstoles, y al final de todos, se apareció también a él mí. Marcos ignora estas visiones directas de Jesús. Y Mateo contradice a Pablo ya que Jesús se apareció a las dos Marías.
 
· ¿Contaron las mujeres lo que habían visto y oído acerca de Jesús resucitado, ya por medio de ángeles o por Jesús mismo, a sus colegas los apóstoles? Mateo asegura que sí lo hicieron. Marcos sostiene que las mujeres no contaron lo que habían visto a los discípulos, porque tenían miedo. Y hay también una variante de Lucas. Las mujeres fueron las primeras en ver a Jesús, sino que fueron otros discípulos secundarios que iban a Emaús quienes lo vieron y simultáneamente o un poco después, Pedro. Juan, por su parte, apostilla que Jesús sólo se le apareció a María Magdalena. Luego ya se les apareció a los discípulos varias veces, tanto en Jerusalén como en Galilea. Pero de estas apariciones en Galilea solo escribe Juan; los demás evangelistas las ignoran (Mateo alude a ellas, pero lo que cuenta se refiere a la potestad celeste de Jesús y el envío a predicar a todas las naciones, algo que no se le habría ocurrido al Jesús terreno.
 
Sostendría por mi parte en este momento que –aunque el que nuestro autor recalca con toda razón que sin la creencia firme en la resurrección de Jesús no habría habido cristianismo–, habría convenido manifestar claramente que la creencia en la resurrección de Jesús se basa en las apariciones, y que cada uno de los evangelistas y Pablo las cuentan según han oído. Todo es muy subjetivo.
 
Así pues, sostengo que algo tan importante como la resurrección de Jesús debería estar atestiguado con una mayor solidez. Y dejo aparte, lo que muchos críticos independientes han señalado como inverosímil desde un punto de vista meramente histórico, que una creencia en la resurrección de Jesús, destinada a ser universal, para toda la humanidad (ya que de ella depende la fe cristiana en la salvación de todos los hombres, y que la resurrección de Jesús fue solo la primicia de la resurrección general de todos los seres humanos antes del Juicio Final, unos para condenación; otros, para salvación), esta resurrección, digo,  y sus hechos y anuncios se circunscribiera a los poquísimo discípulos de Jesús, de lo que se desprende que toda la humanidad ha de creer en el testimonio de estos seguidores del Nazareno, testimonio –como he señalado– que es contradictorio.
 
Ahora bien, este terreno es el de la fe, no de la historia. Y he afirmado mil veces que sin la firme creencia en la resurrección de Jesús, por la cual estarían dispuestos los primero discípulos a dar su vida, no se explicaría el surgimiento del cristianismo. Y ahí se detiene el historiador, sin juzgar más.
 
Finalmente señala Guijarro (p. 129), que por esta creencia en la resurrección del Maestro “la tradición sobre Jesús no solo se cultivó, sino que se enriqueció. A ello debió contribuir la espectacular difusión del naciente movimiento cristiano, que en pocos años hizo llegar su mensaje a diversas regiones del Imperio Romano”.
 
A este respecto debe tenerse en cuenta el estudio de Rodney Starck, “La expansión del cristianismo”, Madrid, Trotta, 2009. Starck afirma que el cristianismo creció un 40% por década (¡un crecimiento tremendo ciertamente, aunque no todos los estudios están de acuerdo), desde los teóricos 120 discípulos reunidos en Jerusalén según Hechos 1,14, hasta mediados del siglo IV. Pero sostiene Starck que no es preciso postular una ayuda especialísima del Espíritu Santo, ya que esta expansión fue igual a la de los mormones en el estado norteamericano de Utah en el siglo XIX, e igual a la del Islam en los siglos VII y VIII.
 
Seguiremos porque hay mucho que comentar.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Jueves, 1 de Diciembre 2022

Blog 12- 1266 25-11-2022


Escribe Antonio Piñero
 
En mi comentario al libro de S. Guijarro sobre “Los cuatro Evangelios”, que es una serie amplia y cuidadosa (creo) de exposición y crítica, me toca hoy comentar las pp. 127-129 del mencionado libro.
 
 
El empeño del Prof. Guijarro es claro, como en la sección anterior, ya comentada: fundamentar la idea de que la tradición que recogen los evangelistas canónicos es totalmente fidedigna, porque se basa en una “tradición” que es en sí fidedigna porque comienza durante el espacio de la vida misma de Jesús antes de su muerte. En esos momentos no se podía distorsionar nada.
 
 
Y en esta última sección, que comento hoy, lo que de verdad consigue Guijarro es demostrar que en los pocos meses que duró la vida pública de Jesús este actuó como un maestro, como un carismático que atraía grandemente la atención del público, aparte de algunas acciones extraordinarias, reconocidas incluso por sus enemigos (por ejemplo, Mc 3,1-6. 22: curación del hombre con la mano seca (ejemplo que ya pusimos) y que la afirmación de sus adversarios era indirectamente correcta como afirmación de la portentosa figura de Jesús. A saber, que este estaba aliado con Belcebú, jefe de los demonios, para realizar acciones portentosas. Acciones –añado– que normalmente serían sanaciones y expulsión de demonios = sanaciones de enfermedades psicosomáticas, en las que desempeñaba un papel básico la fe en el sanador, como ya dije anteriormente.
 
Sostiene Guijarro: “La peculiar relación que Jesús estableció con sus discípulos no solo hace plausible la existencia de una tradición prepascual, sino que en cierto modo la exige” (p.127).
 
Vuelvo a adelantar que en realidad no se trata de una “tradición” destinada a ser transmitidas a otros en generaciones futuras (que por hipótesis ya no las necesitarían puesto que se habría inaugurado el reino de Dios), sino de una facilidad en el aprendizaje de memoria de dichos y acciones de Jesús. Que se grabaran bien en la memoria es muy importante sin duda. Pero cuando se escribe el primero de los Evangelios, el de Marcos, cuarenta años después de la muerte de Jesús, ha habido tiempo suficiente como para que la memoria de los dichos y hechos de Jesús fuese selectiva (conforme a los gustos y necesidades del grupo que las guardaba) y para que fueran coloreándose con los ideas de la denominada “fe pascual” = “Jesús fue un ser humano extraordinario; su muerte fue un designio salvador divino; su resurrección es un hecho indudable, y su exaltación a la derecha de Dios Padre es otro hecho del que no se puede pensar que sea falso”.
 
Luego, las pp. 128 – 129 del libro de Guijarro van destinadas a ponderar la buena didáctica y oratoria de Jesús. Nadie lo duda en la investigación independiente. Características de la oratoria y acción exorcista y sanadora de Jesús:
 
· Uso de sentencias breves y rítmicas
· Utilización de la paradoja (“El que quiera ser más importante hágase esclavo de todos” (Mc 10,44).
· Empleo de símiles y parábolas
· Realización de acciones sorprendentes fáciles de recordar. Por ejemplo, comidas con pecadores; o simbólicas: la denominada purificación del Templo (Mc 11,15-17).
 
Todo ello creaba un ambiente entre muchas gentes que deseaban ver los “signos” realizados por Jesús. Y por supuesto también que “Jesús revelaba su intención de transmitir un mensaje a las personas con las que se relacionó” (p. 128).
 
Y concluye Guijarro la sección con el siguiente párrafo: “El recuerdo de las enseñanzas de Jesús e habría conservado sobre todo en el círculo de sus discípulos más cercanos, pues Jesús mantuvo con ellos una relación más estrecha que los maestros de la Ley con sus discípulos; ellos lo consideraba su maestro y él quiso transmitirles su mensaje de forma que pudieran retenerlo” (p. 129).
 
Todo esto es indudable. Creo que la investigación independiente está de acuerdo. Pero la cuestión de la tradición, que empieza tomar cuerpo estricto (aparte de hojas volantes que los predicadores conservaran con algunos dichos, milagros o parábolas de Jesús para su uso particular como proclamadores de la fe en Jesús) cuarenta años después de la muerte de Jesús, se planea ya de un modo muy distinto:
 
1. Como indiqué en mi nota anterior, esta tradición postpascual afirma que sus discípulos no entendieron a Jesús. Esta afirmación autoexcluye la fidelidad de la transmisión.
 
2. Por obra –creo que indudablemente– de la fuerza de la teología paulina, Jesús es presentado ya como el mesías celeste, el Señor semiabsoluto (el segundo después del Padre), como el Hijo enviado al mundo para redimir los pecados no solo del pueblo judío, sino de toda la humanidad; como resucitado; como ascendido a los cielos y colocado a la diestra del Padre; como juez final de vivos y muertos; como agende divino que volverá pronto a la tierra para cumplir por completo su misión mesiánica truncada por una muerte injusta, pero realizada por un designio secreto y eterno del Padre…; como un Jesús que afirma que para salvarse es totalmente necesaria la fe en él (de una manera más clara el Cuarto Evangelio compuesto unos 70 años después de la muerte de Jesús).
 
Total que esa “tradición” gujarriana (es decir, más bien “recuerdos” de dichos y hechos del Maestro) queda introducida dentro de un marco teológico fundamentalmente paulino, que transforma poderosa y totalmente la imagen de Jesús. De poco ha valido el recuerdo de dichos, acciones y parábolas de ese mismo Jesús (transmitido todo sin contexto ni marco alguno que ayude a comprenderlas exactamente) si se interpreta su persona de un modo que a él mismo, como judío piadoso e integral, le hubiera parecido inexacto y quizás incluso imposible.
 
Siento ser un poco duro con Guijarro, a quien personalmente aprecio, pero en síntesis creo que los recuerdos de Jesús fueron transformados e interpretados tan radicalmente que, si la hubo, esa presunta “tradición” compuesta en vida del Maestro, poco sirvió para comprender profundamente su figura. Esa profundidad la otorgan los Evangelios (todos paulinos en mayor o menor grado) y no es otra cosa que pura teología, no historia.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
Nota:
 
Enlace a una entrevista realizado por dos pastores protestantes de lengua hispana, per residentes en EE.UU., que creo bien llevada, con preguntas básicas:

https://www.youtube.com/watch?v=ZCEeVyGao_U&t=8s
Viernes, 25 de Noviembre 2022

18-11-2022 (12-1266)


La clave de la profecía los Rollos del Mar Muerto. Aclaración del Profeta Habacuc
Escribe Antonio Piñero
 
 
Estoy casi totalmente seguro de que solamente una de cada cien personas que compran la edición completa en español de los textos de Qumrán (por ejemplo, la de Florentino García Martínez, de Trotta, Madrid), atraído por la celebridad, el renombre, el misterio… –¿se ocultan en ellos de un modo críptico los inicios del cristianismo?– llega a la página 10 (¡!). Luego abandona la lectura sin remisión.
 
Me refiero naturalmente a personas de entre el público culto, pero que no saben casi nada del judaísmo, en particular de la denominada época del Segundo Templo (grosso modo desde el siglo VI a.e.c. hasta finales del siglo I e.c.). La cuestión es que –aunque tengan ante sus ojos un texto en español– se les escapa casi totalmente el sentido de lo que leen. Algunos dicen: “En realidad no entiendo nada de lo que dicen esos famosos textos”.
 
Pues…, eso no ocurre, de ningún modo, con el libro que presento hoy: “Pesher Habacuc”. Subtítulo: “La clave de la profecía de los Rollos del Mar  Muerto”. El volumen consiste en una traducción al español del texto hebreo de los dos primeros capítulos del profeta Habacuc (presentado en una colección atractiva de fotografías de excelente calidad), seguida de una explicación clara, totalmente inteligible,  de esa obra breve, a pesar de lo cual es uno de los manuscritos más importantes de entre los descubiertos en el entorno de Qumrán a partir de 1947. No es largo, como digo, el texto hebreo con la aclaración del anónimo comentarista / “pesharista”… solo trece páginas, o columnas con una caligrafía clara y legible. En honor a la verdad, solo contemplar el códice, escrito hace unos dos mil años, es ya una emoción.
 
He aquí la ficha completa, cuyo título aparece en el inicio del párrafo anterior: 280 pp. en papel couché de buena calidad; 21x 27 cms. Autor: Noam Mizrahi, de la Universidad Hebrea de Jerusalén; erudito bíblico y experto en los Rollos del Mar Muerto. ISBN: 978-84-19192-83-7. La edición es del Museo de Israel, Jerusalén, y de la Institución ACC Arte Scritta. La traducción de la edición inglesa es de Pablo Torijano y Andrés Piquer Otero, profesores de hebreo de la Universidad Complutense de Madrid, que es buena y que comentaré también.
 
Antes de la traducción y esclarecimiento del texto hebreo hay una introducción / ensayo, realmente magnífico, del editor general Adolfo Roitman, director de “El Santuario del Libro”, la parte del Museo de Israel en la que se custodian algunos de los manuscritos de Qumrán (por cierto, los mejor conservados y más completos). El contenido de esta Introducción es absolutamente pertinente, y opino que no se le puede ocurrir a ningún lector omitir su lectura, so pena de perder una cantidad notable de información y pre-entendimiento sobre la materia del presente libro.
 
Aparte de temas de información general respecto a los Rollos, como su descubrimiento; peculiaridades del asentamiento de Qumrán; qué se piensa en la actualidad sobre quiénes eran sus habitantes; cuál era su ideario religioso y cómo vivían, hay otra parte muy concreta en este ensayo del Dr. Roitman que ilustra con sencillez, claridad y rica información: a) sobre los tipos de rollos encontrados en las cueva de los alrededores de Qumrán y en general en el Desierto de  Judá; b) sobre la interpretación de la Escritura tanto en Qumrán como en la literatura judía de la época del Segundo Templo; c) qué significa y es en realidad un “pesher”;  d) cómo es su forma de exégesis; e) qué nuevas perspectivas puede ofrecer sobre otros tipos de exégesis escrituraria judía de la época, y finalmente, qué relación puede establecerse entre el pesher y la hermenéutica moderna.
 
 
No deseo ser un pesado reiterativo, pero insisto en que el ensayo introductorio de A. Roitman me parece un instrumento introductorio y de ayuda a la comprensión de obligada y fecunda lectura. El estilo de tal Introducción es sencillo y claro, de ningún modo abstruso o aburrido. Y al final, al igual que en otras secciones del libro hay un apartado con una lista de las fuentes antiguas utilizadas y bibliografía moderna de los temas tratados.
 
Aparte de este ensayo, hay otra Introducción, muy concreta y específica, insistiendo desde otras perspectivas en lo que es un “pesher”, y explicando en concreto las características del pesher al profeta Habacuc.  Este segundo capítulo introductorio está ya redactado  por el autor de la traducción y del comentario, Noam Mizrahi. Ahí se explica, también de un modo claro, qué clase de comentario, o interpretación, de un pasaje bíblico es un pesher; cuál es el trasfondo histórico general de la época en la que se compuso este pesher (probablemente a finales del siglo II a.e.c. / o inicios del I); qué concepción del mundo subyace a la interpretación de esos dos capítulos primeros del profeta Habacuc, y qué razones hay de por qué el autor antiguo excluyó el tercer capítulo del libro profético, razones que se reducen a que es un claro añadido posterior. Finalmente se trata de cuál es la estructura literaria que gobierna el comentario / interpretación de este pesher concreto.
 
Hay en esta Introducción un apartado que me parece muy interesante: el texto de Habacuc utilizado por el comentarista qumránico se parece bastante al texto (llamado “masorético”, porque los “masoretas” eran los estudiosos judíos que fijaron el texto hebreo y le añadieron las vocales entre los siglos VII y X a.e.c.) que se imprime de modo general en las ediciones científicas de la Biblia hoy día. Pero lo importante es que en el texto aceptado por el comentarista antiguo del profeta Habacuc hay bastantes variantes respecto del texto impreso hoy de la Biblia hebrea. Este hecho nos indica que en los siglos II y I a.e.c. el texto de la Ley, de los Profetas y de los Salmos (al menos) era ya si no “canónico” –no se había formulado aún un “canon” o lista normativa de escritos sagrados–, sí sagrado y autoritativo…, pero fluido. ¡No era todavía un texto fijo! A menudo el copista podía hacer pequeñas enmiendas o alteraciones al texto por mor de la claridad o de su propio ideario teológico.
 
Esta particularidad nos indica que, cuando la comunidad científica estime que ya se ha estudiado suficientemente el texto alternativo a la Biblia hebrea actualmente impresa, sobre todo el texto encontrado entre los manuscritos de Qumrán (por ejemplo, el texto samaritano; el que está en la base de la versión griega de la Biblia; y alguno que otro más), es posible que haya que editar una Biblia hebrea “nueva”, lo suficientemente diversa de la actual como para llamar la atención de los que la leen en hebreo. Esto lo saben muy bien los traductores del presente volumen al español, quienes dedican una buena parte de su tarea académica en estudiar textos variantes de 1 2 Samuel y 1 2 Reyes que muestran notable diferencias respecto a la edición usual de Kittel-Kahle. Así pues, los hallazgos de manuscritos bíblicos en Qumrán y aledaños suponen un reto grande a la edición del texto hebreo más antiguo posible de la Biblia. Pero la tarea va para largo…; calculo que faltan aún unos 50 años más de estudios y publicaciones para presentar ese texto  hebreo más antiguo que el actual.
 
Tras estos dos ensayos previos, el lector es introducido por el Prof. Mizrahi en el pesher de Habacuc. Mizrahi divide el texto en 37 secciones (marcadas tipográficamente sobre el manuscrito), o unidades temáticas en las que puede repartirse de un modo totalmente razonable su contenido. La articulación del comentario, en cada sección, adopta casi siempre el mismo sistema: 1. Traducción en negrita del texto hebreo utilizado por el comentarista o “pesharista”. 2. Traducción en letra redonda simple de las aclaraciones del anónimo autor. 3. Descripción del marco interpretativo, es decir, explicación del Prof. Mizrahi de la situación histórica de lo que se dice, o de la figura a la que se alude (por ejemplo, el Maestro de justicia, o Maestro justo, el Sacerdote impío, el Hombre mentiroso) dentro de la ideología de la secta esenia (nuestro autor se decanta por esta hipótesis de autoría general de la “biblioteca” qumránica como la más probable) y 4. Marco histórico amplio de lo que se dice en el comentario dentro de la historia de la secta, o del Israel del pasado, o del presente del autor en la historia de Israel de su momento. Además, cuando hay un bloque de interpretaciones que parecen formar un grupo, el Prof. Mizrahi opta normalmente por añadir un comentario, o interpretación global previa, de ese conjunto determinado.
 
Salvo en una ocasión  –a la que aludiré de inmediato, y que no afecta al Comentario en sí al texto hebreo–, lo que dice el Prof. Mizrahi es más que razonable. Me resulta admirable en ocasiones su ingenio interpretativo de frases del comentarista / pesharista antiguo ante las cuales el lector moderno no sabe de ningún modo a qué atenerse –en cuanto al significado–, o duda mucho de la exactitud de su posible entendimiento. Las interpretaciones de Mizrahi no provienen solo del mero ingenio imaginativo de este intérprete, sino de un arduo trabajo de numerosísimas horas, de amplias lecturas y de un trato frecuente con el texto. Me imagino que el haber dado clase a estudiantes sobre este pesher ha afinado aún más el olfato de Mizrahi para intuir todo lo que es necesario suponer y explicar para el recto entendimiento del texto.
 
Para hacer honor al subtítulo del libro, creo que debo hacer una cita larga de un texto que resume perfectamente “la clave de la profecía” según el anónimo comentarista. Escribe el Prof. Mizrahi:
 
El conocimiento de lo divino fue revelado a los seres humanos en dos fases. Primero Dios habló a los profetas bíblicos, que recibieron también las instrucciones de poner por escrito las palabras recibidas. Lo que las profecías querían decir realmente no fue revelado, sin embargo, y por ello al principio resultaban incomprensibles para sus lectores. En una segunda fase posterior, el Maestro de Justicia recibió la clave de interpretación para descifrar las antiguas profecías. No hubo ya una revelación directa: Dios no impartió nuevas profecías, sino que permitió al Maestro aprehender el significado auténtico de los escritos proféticos, que estaban destinados de hecho a su generación (es decir, al tiempo presente). Este punto de vista abraza una concepción multidimensional de la profecía. Acepta la premisa de que la "profecía" era un fenómeno exclusivamente bíblico y no formaba parte de la realidad espiritual del periodo del Segundo Templo. Al mismo tiempo es incapaz de abandonar el anhelo de un canal de comunicación entre Dios y los seres humanos, y así reorienta la noción de inspiración divina de la revelación directa al acto de interpretación de la Escritura… las palabras reveladas por la divinidad (p. 176).
 
Esa revelación fue hecha al Maestro de Justicia, quien también enseñó que aunque el cumplimiento no fuera exactamente en su generación y se atrasara, no había que perder la esperanza… pues “con seguridad vendrá y no se demorará” (Hab 2,3b).
 
Mi única dificultad  –que solo roza tangencialmente la interpretación del Prof. Mizrahi del texto en sí, es decir, su análisis de Habacuc 2,3– afecta al sintagma “obras de la Ley” utilizado por el pesharista, que es muy común en los obras de Qumrán y que aparece también en la cartas de Pablo de Tarso, especialmente en Gálatas y Romanos. Hasta el descubrimiento de los Rollos ese sintagma sonaba raro. Pero gracias a los textos de los Manuscritos lo entendemos muy bien; sabemos de la necesidad de observar “las obras de la Ley” conforme a una interpretación correcta. Y en el caso del Pesher de Habacuc, la interpretación del Maestro de Justicia; un cumplimiento que se atiene a una interpretación correcta, y única, del texto legal. Y todo lo que no sea tal interpretación es un error, y además voluntario…, por lo que  puede conducir al pretendido observante de la Ley a la exclusión eterna del futuro Reino de Dios.
A este propósito y al comentar el Prof. Mizrahi cómo tal frase aparece en Pablo de Tarso, afirma de un modo absolutamente general, sin distinción alguna, que el Apóstol “expresó una dura oposición a las obras de la Ley”, ya que para él no eran necesarias, puesto que “la única salvación” radicaba en la fe de Jesús como mesías; por ello, los conversos a esa fe (en general) no “debían observar las elaboradas reglas deducidas de la Escritura” (p. 187). En la página siguiente, al comentar Romanos 2,9-16, afirma Mizrahi, que según Pablo, los gentiles con recto corazón pueden salvarse “sin observar los mandamientos de la Escritura de ningún tipo”.
 
En mi opinión, tal como están, estas observaciones de nuestro autor no son admisibles. Entre otras razones, no se puede escribir que –según Pablo– los gentiles, aun sin  creer en Jesús puesto que viven en alejadas tierras, “no observan los mandamientos de la Escritura de ningún tipo”. Pienso que el Prof. Mizrahi no tiene en absoluto en cuenta que en el pensamiento de Pablo –tal como se refleja en Romanos e indirectamente en Gálatas–, la no “observancia de las obras de la Ley” se refiere a los gentiles que cumplen espontáneamente el Decálogo, y no tiene en cuenta que los mandamientos del Decálogo son también normas de la Escritura judía. Luego la expresión de, que según Pablo ciertos gentiles se salvan “sin observar los mandamientos de la Escritura de ningún tipo” es incorrecta.
 
Esta falta de precisión es por desgracia común, y de consecuencias trágicas,  en los intérpretes de Pablo. Es posible que al Prof. Mizrahi le ocurra lo mismo porque no ha tenido ocasión de leer a diversos estudiosos judíos contemporáneos suyos, quienes defienden claramente que Pablo no se refiere jamás, y desde luego no en tono general, a todos los conversos a la nueva secta mesiánica, fueran judíos o no, y que –según Pablo–  tales conversos, judíos o no, no tenían por qué observar “las obras de la Ley”, sin más precisión, pues la Ley había quedado obsoleta ante la fe salvífica en el mesías Jesús. Este no es en absoluto el pensamiento de Pablo. Él jamás habla de manera general respecto a la totalidad de la Ley (lo que incluiría a los judíos “conversos"), sino que se refiere únicamente a los gentiles conversos. Son estos y no los judíos conversos a la fe mesiánica, los que No tienen que observar “las obras de la Ley”, porque hay algunas normas, muchas en realidad, que afectan solo a los judíos, no a los gentiles.
 
Insistiré en esto porque es importante, aunque aquí y contra mi costumbre, ya lo he dicho, sea repetitivo.
 
Pablo sostiene que los gentiles conversos al Mesías no necesitan cumplir aquellas normas de la Ley que son exclusivamente válidas para los judíos, sean conversos a la fe en Jesús o no (circuncisión; pureza ritual; normas alimentarias). Tales normas de la Ley no son para los gentiles conversos, ya que estos –al tornarse a Jesús y aceptarlo como mesías– deben seguir siendo gentiles y no necesitan, incluso no deben, hacerse judíos, como se dice claramente en 1 Corintios 7, 18-20 (¿Fue llamado alguno ya circuncidado? Quédese circuncidado. ¿Fue llamado alguien siendo incircunciso? No se circuncide… Cada uno permanezca en la condición en que fue llamado”). Así pues, jamás sostuvo Pablo que los judíos que creían en Jesús como mesías debían dejar de cumplir la Ley. Por el contrario, estaban obligados a ella puesto que eran judíos circuncidados, marcados con la señal de la Alianza. Léase Gálatas 5,3: “Testifico que todo hombre que se circuncida está obligado a obrar toda la Ley”. Pablo jamás pensó ni escribió que los judíos creyentes en el mesías debían dejar de circuncidar a sus hijos varones y dejar igualmente de cumplir todas las normas de la Ley, puesto que –sostenía– que aun siendo seguidores de Jesús como mesías, tales normas  les obligaban por pertenecer por naturaleza al pueblo elegido, y no por adopción como los gentiles.
 
Pienso que, probablemente, si lee Mizrahi a sus colegas judíos (por no nombrar a estudiosos actuales de Pablo no judíos, como yo mismo), como Pamela Eisenbaum, M. D. Nanos, o D. J. Rudolph entre otros, se convencerá de lo que argumento. Pablo mantuvo además que si los gentiles creyentes en Jesús como mesías se hicieran judíos, jamás Abrahán sería “padre de numerosos pueblos” (Gn 17,5), sino de uno solo. Por ello, tales gentiles conversos no tenían que observar la Ley completa, pero sí el Decálogo y “la ley del Mesías, o del amor” (Gálatas 6,2)…, que en el fondo incluía toda la moral estoico-judía de los piadosos de la época.
 
Y por último, deseo referirme a la traducción de la obra presente por parte de mis colegas. Opino que es buena en líneas generales. Les felicito sinceramente, menos en un par de cosas a las que me referiré de inmediato y de las que dirán  que, como ya soy mayor, debo ser tachado de purista en términos lingüísticos.  Es posible… quizás deba “tirar la toalla”…., quizás. Pero, como profesor que he sido durante bastantes años, del Instituto de Traductores de la Complutense, no puede dejar de alzar (¡tímidamente!) la voz ante quienes –influidos profundamente por el inglés y por no haber reflexionado suficientemente en profundidad sobre su lengua– no saben que no se puede confundir “preservar” y “conservar”; que un acto litúrgico no es un “servicio religioso” sino un “oficio religioso”; que hay que distinguir claramente ente “ritual” y “rito”; que “tratar de una cosa” no es “discutir una cosa”; que la ortotipografía española correcta del antropónimo Henoc se escribe en la tradición hispana siempre con /h/ y no sin ella, /Enoc/ como en inglés; que no se dice “Pilatos”, sino Pilato,  que “medrar” es intransitivo y no se puede escribir “medrar lo que no es suyo”, al ser como digo “medrar” intransitivo, y que “colapsar” es reflexivo en  español, o que “género” es algo que pertenece solo al ámbito gramatical… Et cetera.
 
En fin ¡me rindo! Creo que es batalla perdida. Pero no puedo dejar de decir también que habría preferido que las traducciones de los Apócrifos y Pseudoepígrafos en esta obra exquisita que estoy comentando fueran de la versión española (“Apócrifos del Antiguo Testamento”: VII volúmenes) realizada por gentes del mismo departamento de Semíticas o de Filología griega y latina que los dos traductores al español. No han tenido en  cuenta el producto de su propio Departamento y me temo que han traducido a los pseudoepígrafos del inglés. Por ejemplo, no puedo menos de quejarme de la pésima versión del Salmo de Salomón  17,11-12 de la p. 168 del volumen que comento hasta el punto, entre otros detalles, de que se ha traducido el correcto “magnates” por “oficiales”.
 
Pero esto son quizás pequeñeces. Vuelvo al tema principal después de ese breve inciso al tono de endechas lamentosas, que puede emborronar mi intención en esta reseña. Repito: el libro que comento es sencillamente magnífico. El ensayo previo de A. Roitman es esencial, y la Introducción y el trabajo de aclaración y comentario del Prof. Mizrahi es auténticamente muy bueno y en algún aspecto creo que definitivo. Opino que esas personas a las que me refería al principio de esta reseña, los que compraban la versión española de los textos de Qumrán sin saber nada, o muy poco, de judaísmo no abandonarán jamás la lectura de este texto qumranita, porque este libro le da las claves para entenderlo y saborearlo. No podrán dejarlo a un lado.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
 
 
Viernes, 18 de Noviembre 2022

Trato, o profundizo, en el tema de si se puede llamar verdadera tradición a los recuerdos sobre Jesús, palabras y acciones, y si estos recuerdos pasaron sin más a los Evangelios o fueron súper interpretados en algunos casos.

1265.- 11-11-2022


Escribe Antonio Piñero 
 
El tema, muy importante,  fue tratado en una primera perspectiva el 4-11-22. Complemento con consideraciones que creo sustanciales.
 
 
Recuerdo que para reforzar la idea de que la tradición evangélica canónica acerca de dichos y hechos de Jesús es fiable históricamente en los evangelios –Mc-Mt-Lc-Jn–, S. Guijarro, con otros intérpretes confesionales, ha emprendido la tarea de demostrar que la tradición postpascual (es decir, después de que el grupo de discípulos de Jesús creyera firmemente que este había resucitado y había sido exaltado a los cielos, junto al Padre (al principio era esta una idea “global”, sin contornos ni precisiones) se asienta firmemente en el tiempo en el que Jesús estaba aún en vida sobre la tierra.
 
¿Por qué razón? Porque la Escuela, protestante, de la Historia de las formas (“formas”, “modos” o “maneras” cómo se transmitió la tradición de Jesús condicionada por la fe en la resurrección de este) sostenía y sostiene que esa fe “pascual”, tras la resurrección después de la pascua judía en la que murió Jesús, había determinado absolutamente el surgimiento de la tradición evangélica. Dicho con las palabras de un discípulo de R. Bultmann, muy influyente, Günther Bornkamm, en su obra Jesús de Nazaret (5ª edic. 1996, Edit. Sígueme. Salamanca):
 
“No poseemos ni una sola “sentencia” ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos—, que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique. Esto hace difícil o incluso lleva al fracaso la búsqueda de los hechos brutos de la historia” (p. 15). Esta afirmación siega la hierba bajo os pies de la creencia de que los Evangelios nos transmiten historia verdadera y solo verdadera”.
 
Sostiene S. Guijarro (En el libro “Los cuatro Evangelios” que llevamos tiempo comentando), que esta afirmación tiene alguna parte de verdad, pero que eso no significa que “sus discípulos no hubieran recordado y comentado antes de la muerte de Jesús sus palabras y sus acciones” (p. 123). “Es impensable”, añade en la misma página, que no es creíble “que las enseñanzas que habían escuchado y las acciones de las que habían sido testigos hubieran quedado almacenadas en la memoria para salir a la luz solo en esos momentos tras su muerte”.
 
Es evidente que esto hubo de ser así. Pero… hay en el fondo de la argumentación de S. Guijarro un concepto de “tradición” que en mi opinión no es correcto tal como él la entiende, a saber: la “tradición” (sin más explicación de que él entiende por este vocablo) existe ya entre los diversos grupos que seguían a Jesús, masas de oyentes ocasionales; amigos personales de Jesús; discípulos íntimos, es decir, los Doce y alguno que otro más. Opino: no hay verdadera tradición tal como se entiende esta palabra, lo que hay, evidentemente, son recuerdos que pueden ser la base de una futura “tradición” tras la muerte del Maestro. Pero en vida de éste nada hay que pueda llamarse auténticamente “tradición”, sino meras acumulaciones  de material en la memoria.
 
¿Por qué? Porque el concepto de “tradición” (del latín traditio, “transmisión”, substantivo del verbo tradere, “entregar”, “transmitir”, implica por sí mismo la transmisión a otros de algo que debe conservarse, y en la mayoría de los casos por generaciones. Y esto no iba a ocurrir en la mentalidad de Jesús sobre el futuro próximo ni en la sus discípulos.
 
En efecto, si tenemos en cuenta de que la idea central del pensamiento de Jesús era la absoluta inminencia de la llegada del Reino de Dios, no había propiamente ningún deseo de  “transmitir para conservar” a generaciones futuras, ya que los que entraran en el Reino de Dios proclamado de él mismo, como profeta que era ante todo, serían introducidos en algo totalmente nuevo.  Sería la materialización de una renovación de la alianza de Dios con Israel: todos sus miembros tendrían la ley de Dios como impresa en sus corazones cuando entraran en ese Reino futuro.
 
Esta sería así, sin duda, el pensamiento de Jesús, que expresado con palabras de Jeremías 31,3-34 sonaría del siguiente modo: «Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.   No tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciéndole: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande». En el Reino de Dios las enseñanzas morales de Jesús, y las interpretaciones de la ley de Moisés por su parte, no serían más que recordatorios sobre cómo vivir en el Reino de acuerdo con la susodicha ley de Moisés entendida en profundidad, como enseñaba él mismo, Jesús.
 
En esta hipótesis, que era la del Jesús histórico, los discípulos recordarían que se habían cumplido las predicciones de Jesús, inspiradas por la divinidad. Pero no más. No habría estrictamente tradición alguna para luego redactar una “biografía de Jesús” = un evangelio escrito en una generación futura. La misión encomendada por Jesús a sus discípulos era en realidad que la forma del mundo presente iba acabarse inmediato y que comenzaría una nueva etapa de la historia.
 
Señala además S. Guijarro que “Jesús no actuó como los maestros de la Ley de su tiempo, que eran elegidos por sus discípulos para recibir de ellos una enseñanza, sino que él tomó la iniciativa (“Llamó a los que quiso: Mc 3,13) y eligió a sus propios seguidores” (p. 124). Esto es verdad según relatan los Evangelios…, aunque con algunas inverosimilitudes, sobre todo en Marcos, ya (en apariencia y según la literalidad de su relato: Mc 1,16-2; 2,14), por ejemplo, que Jesús llamó a sus primeros discípulos sin  conocerlos previamente. Es impensable que sí fuera. Lucas 5,1-11 y Juan 1,35-51 corrigen a Marcos y aseguran que Jesús ya había comenzado su actividad plena cuando eligió a sus discípulos y por tanto conocería a algunos de ellos.
 
Y en la p. 125 señala Guijarro cómo en ocasiones la actitud de Jesús se pareció en algo a la de los maestros de la Ley, puesto que aceptó como discípulos, en amplio sentido, “a algunos que se acercaban a él”, es decir, estos elegían a Jesús como maestro y no al revés. Un ejemplo: Mc 5,18-20: «Al entrar Él en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que lo dejara ir con Él.  Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ti, y cómo tuvo misericordia de ti”.  Y él se fue, y empezó a proclamar en la Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él; y todos se quedaban maravillados». 
 
Jesús era exigente y radical con sus discípulos más inmediatos: les conminaba a dejar su trabajo y su familia y a llevar, junto con él, una vida itinerante y pobre predicando la inminencia del Reino, en el cual, como acabo de decir, todo iba a cambiar. Por ello me parecen desacertadas las frases de Guijarro en la p. 124: “Las dos finalidades de la llamada de Jesús a sus discípulos, el seguimiento de su persona y la entrega a la misión (predicar el reino de Dios), fueron determinantes para el surgimiento de una tradición sobre él en el grupo de sus discípulos”. Me parece evidente que Guijarro está empleando aquí el vocablo “tradición” de una manera no usual, cuya forma dentro del cristianismo primitivo indica que la tradición es la base histórica de palabras y acciones de Jesús transmitida por una o dos generaciones más allá de la vida terrenal del Maestro (en el futuro, tras la muerte de Jesús, en la forma que más tarde adoptará el vocablo “evangelio”, que pasó de la “buena nueva oral” de la inminente venida del Reino a “evangelio escrito” como una biografía de las de la época).
 
Así que vuelvo a sostener que en estos recuerdos de las masas, amigos o discípulos de Jesús, mientras este vivía, no pueden definirse como el inicio expreso de una tradición, sino como recuerdos que (eso sí) serán la base de una verdadera tradición, pero solo tras la muerte de Jesús  de modo que nosotros hoy –repito– “no poseemos ni una sola “sentencia” ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos—, que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique. Esto hace difícil la búsqueda de los hechos brutos de la historia”…
 
Jesús invitaba a seguirle. El seguimiento de Jesús implicaba una convivencia continuada, compartir su modo de vida, ver lo que hacía y oír atentamente sus enseñanzas para que luego sus discípulos, en su proclamación por los pueblos de Israel a los que no llegaba la misión directa de Jesús (o no podía llegar porque los esbirros de Herodes Antipas lo hubieran detenido de inmediato), pudieran  anunciar lo mismo que Jesús proclamaba, la inminente llegada del Reino.
 
En síntesis, hay que admitir un “recuerdo”  prepascual de acciones y palabras de Jesús por parte de sus discípulos íntimos. ¡Por supuesto! Hay que admitir que Jesús debió de causar un gran impacto en algunos de sus discípulos. Tal recuerdo es ciertamente parte, y solo parte, de las tradiciones de Jesús recogidas en los Evangelio.
 
Así pues, me parece que hay que admitir en líneas generales la doctrina de la Historia de las Formas: no hay tradición antes de la  muerte de Jesús sino “recuerdos” que luego serán más o menos transformados por la fe postpascual que tendrá su plasmación por escrito en los evangelios.
 
Item más: No puedo suscribir totalmente la sentencia de Guijarro tras analizar la elección de los discípulos por parte de Jesús: “Existió una tradición prepascual sobre Jesús en el grupo de los discípulos íntimos y no solo eso sino también que la adhesión a Jesús y la fe en él jugaron un papel determinante en el proceso de la tradición desde el comienzo”. La suscribo en tanto que no es tradición sino solamente recuerdos que luego serán transformados en fe comunitaria decenas de años tras la muerte de Jesús.
 
Y por último comentar el final de S. Guijarro en esta sección: “El hecho de que estos discípulos íntimos fueran enviados a anunciar el mismo mensaje que Jesús anunciaba presupone que habían asimilado sus enseñanzas y podían dar razón de ellas” (p. 127). De acuerdo en una cosa: de ningún modo podemos dibujar a los discípulos como zoquetes que no entendían al Maestro, puesto que este artilugio exegético solo sirve para dar cuenta de que Jesús era una entidad sobrenatural, cuya profundidad solo podría ser comprendida tras la resurrección y con la ayuda del Espíritu Santo. ¿Cómo explicaría, pues, S. Guijarro los siguientes pasajes evangélicos, teniendo en cuenta que según él los discípulos habían asimilado bien el mensaje de Jesús?:
 
Lc 18,34: “Pero ellos no comprendieron nada de esto. Este dicho les estaba encubierto, y no entendían lo que se les decía”; Jn 8,27: “Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre”; Jn10, 6:  “Jesús les habló por medio de esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía”; Jn 12,16  “Sus discípulos no entendieron esto al principio, pero después, cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que esto se había escrito de Él, y de que le habían hecho estas cosas”. ¿Acaso el zoquete como maestro era Jesús? De ningún modo podemos afirmarlo, sino que era un tipo muy inteligente y que “enseñaba con autoridad” (Mc 1,27).
 
Seguiremos
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Viernes, 11 de Noviembre 2022

Como vimos en la última entrega, parece que podemos postular que Jesús el galileo predicó un reino de Dios terrenal y judío. ¿Y Pablo? ¿Habló en los mismos términos o cambió algo el mensaje, como ya sabemos que hizo respecto a la exclusividad judía de dicho reino? Las pocas menciones a este tema en las siete cartas auténticas permiten hacerse una idea rápida de la cuestión,

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


089. El reino de Dios (5): Pablo.
San Pablo según el Greco, tomado de wikipedia.

La expresión “reino de Dios” (basileia tou theou en griego) sólo aparece en ocho ocasiones en las siete cartas que reconocemos de Pablo. La primera mención es 1 Tes 2, 11-12 (traducciones de Cantera-Iglesias):

Como un padre a sus hijos, lo sabéis bien, a cada uno de vosotros os exhortábamos y alentábamos, conjurándoos a que vivieseis de una manera digna de Dios, que os ha llamado a su Reino y gloria.

La segunda aparece en Gál 5, 19-21:
Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.

1 Cor es la carta con más apariciones:
1 Cor 4, 17-21: Por esto mismo os he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él os recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias. Como si yo no hubiera de ir donde vosotros, se han hinchado algunos. Mas iré pronto donde vosotros, si es la voluntad del Señor; entonces conoceré no la palabrería de esos orgullosos, sino su poder, que no está en la palabrería el Reino de Dios, sino en el poder. ¿Qué preferís, que vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?

1 Cor 6, 9-10: ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.

1 Cor 15, 22-25: Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su Venida. Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.

1 Cor 15, 50-52: Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.

Una última ocasión en Rom 14, 17-18: Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Toda vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres.
 
Pocas ocasiones pero muy enjundiosas y cambiantes.

Hay pasajes que explican qué no es el Reino de Dios porque no aparecerán por él quienes cometan crímenes y pecados: en él falta la maledicencia, los injustos, idólatras, homosexuales, la envidia, la embriaguez, etc. (Gál 5, 19-21 y 1 Cor 6, 9-10). Estos datos pueden hacer pensar que, como Jesús, Pablo de Tarso pensaba en un reino terrenal libre de fechorías y maldades (por así decirlo), cosa que también podemos deducir de 1 Tes 2, 11-12 y de Rom 14, 17-18.

Podríamos seguir pensando así al repasar 1 Cor 4, 17-21, que habla de un poder divino presente en el reino de Dios. Se trataría de un reino lleno de plenitud divina que se manifestaría en la ausencia de maldad y pecado por la mera influencia de ese atender a la voluntad del dios supremo, de entender el “espíritu” de su voluntad, es decir, aquello que realmente desea como comportamiento de quienes integraren ese reino.

Las dificultades comienzan, sin embargo, cuando Pablo, a diferencia de lo que parece haber proclamado Jesús, niega que la comida y la bebida, la satisfacción de los mínimos vitales, sean cosa del reino de Dios (Rom 14, 17-18). Esta cualidad “antiterrenal” es más que chocante: resulta claramente perturbadora por ser, en realidad, “antijesuítica”.

Y la cuestión se aclara pero se complica mucho más si atendemos al pasaje que habla de transformación, de resurrección, 1 Cor 15, 50-52. Parece que hay que entender que el mundo dejará de ser el que es. De hecho, es un concepto importante en Pablo la “nueva creación” (Gál 6, 15) que contrarrestará a la primera, llena de pecado, el primero el del primer hombre, Adán. A esa nueva creación en la que no habrá muerte ni corrupción se llegará gracias al nuevo primer hombre, Jesús, que habrá vencido a la muerte el primero de todos (la primicia citada más arriba en 1 Cor 15, 22). Pablo habría predicado un nuevo mundo no recreado sino creado nuevo, que sería ese reino de Dios en el que se seguiría su voluntad, su Ley, y se haría comprendiendo el “espíritu” de esa Ley. Ese “espíritu” que ayudaría a hacer las cosas como se deben hacer.

La máxima complicación aparece cuando en ese reino en el que el pecado y la muerte no reinarán (Rom 5, 14, 17, 21 y 6, 12) no hemos de concebir a Jesús como rey. Para Pablo Jesús reinaría entre los tiempos finales del primer mundo y la instauración del segundo (1 Cor 15, 24-25: Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies).
 
En definitiva, el reino terrenal de Jesús es transformado de dos maneras:

a) Jesús, el rey que traería ese reino (basileus en griego, la palabra odiada por Roma y que aparece en el título de la cruz) es transformado en un Kyrios (señor / monarca en griego, con menos connotaciones políticas) que sólo reinará durante el tiempo que medie entre este mundo y la nueva creación, el nuevo mundo - nuevo reino.

b) El nuevo reino será de una cualidad diferente: la muerte y la corrupción asociada a ella dejará de existir para los vivos, que serán "espirituales". Esto quiere decir que seguirán el espíritu de la legislación cósmica divina, que se atendrán sin necesidad de Ley a los artículos de la Ley universal, aquella que ya Noé cumplía sin haber Ley. Estos seres espirituales (en el sentido legislativo) serán lo que Adán debiera haber sido: en consecuencia, vivirán en un paraíso (distinto al proclamado por Jesús, que, recordémoslo, era un reino en esta tierra con abundancia de bienes) sin muerte y siempre, eso no cambia, felices.

Los ya muertos judíos que se hubieren atenido a la Ley divina (mosaica) o paganos que hubieren comprendido el espíritu de esa Ley, tendrán su recompensa con una nueva vida sin muerte ni corrupción. Será la resurrección. Quienes, en el momento en que vivía Pablo, siguieran el espíritu de esa Ley divina, es decir, fueran espirituales, no morirían puesto que el final de este mundo era inminente en su opinión y, transformados porque su cuerpo y alma ya no experimentaría la muerte-corrupción, ingresarían tan contentos en el nuevo mundo / nueva creación, paraíso de una nueva y última era, ajeno al mundo que conocemos, ajeno a Roma y su imperio.
 
Saludos cordiales.
Mi web.eugeniogomezsegura.es
 
Martes, 8 de Noviembre 2022
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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