CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Escribe Gonzalo del Cerro

La literatura apócrifa, testigo de la tradición

La teología proclama que la revelación ha llegado a la Iglesia por dos caminos: la Sagrada Escritura y la Tradición. Son las dos fuentes clásicas de la revelación. Dios ha hablado a través de los libros inspirados. Pero su voz ha seguido sonando “muchas veces y de distintas maneras”, si se me permite hacer uso de la fórmula inicial de la epístola bíblica a los hebreos (Heb 1, 1). En muchos pasos, en repetidas entregas, con testigos y testimonios diversos Dios ha hablado a nuestros padres. Y esa “palabra de Dios, que no está encadenada”, como leemos en la segunda carta a Timoteo (2 Tim 2, 9), sigue sembrando su doctrina, su semilla, su magisterio.

Cuando el apóstol Pablo comunicaba a los corintios el anuncio más importante de la historia cristiana, es decir, la muerte y la resurrección de Cristo, se servía de dos verbos característicos: paradídōmi y paralambanō transmitir y recibir. “Os he transmitido (parédōka) lo que yo he recibido (parélabon)” (1 Cor 15, 3). Era la práctica de la “parádosis”, la transmisión, la tradición. La teología se construye con el apoyo de esas dos grandes bases: la Biblia y la Tradición. La transmisión de unas doctrinas que van tomando poco a poco cuerpo compacto en lo que el autor de las Pastorales califica como “depósito” (parathēkē), un depósito que hay que guardar cuidadosamente con la ayuda de Dios (1 Tim 6, 20; 2 Tim 1, 12.14).

Una escala importante en el proceso de formación de ese depósito es el amplio conjunto de la literatura apócrifa. El calificativo de “apócrifo” se ha ido cargando con el tiempo de connotaciones negativas. Su contraposición con los escritos canónicos produjo la falsa apreciación de que se enfrentaban unas obras inspiradas, aceptadas en el Canon y transmisoras de la verdad, con otras no inspiradas, no admitidas en el Canon y sin las debidas garantías de credibilidad. En la lengua corriente, el término “apócrifo” ha venido a significar algo así como lo que no es auténtico, con ciertos matices de falsedad, cuando no de engaño.

Orígenes (s. III), al comentar el principio del evangelio de Lucas, recuerda que los evangelios fueron no solamente los cuatro aceptados y confiados a las iglesias cristianas. Otros muchos autores, como dice Lucas, “intentaron ordenar la narración” (conati sunt ordinare narrationem), pero no lo consiguieron, porque les faltaba la gracia del Espíritu Santo (Homilia in Lucam I, PG 13, c. 1802). Al hecho de que no fueran reconocidos como inspirados y canónicos se añadió el detalle de que obras apócrifas fueron utilizadas y manipuladas por los herejes, que fueron los que dieron al calificativo de “apócrifos” el matiz de reservados para su secta y apartados o retirados del uso común.

Desde el punto de vista etimológico, el término “apócrifo” se deriva de apokrýptō (separar, ocultar). La realidad es que la terminología ha venido a significar un conjunto de escritos, paralelo por su género literario a los libros bíblicos, pero que no han sido reconocidos como sagrados ni incluidos en el Canon o lista de libros inspirados. De ahí que la relación de los apócrifos del Nuevo Testamento comprenda evangelios, hechos, cartas y apocalipsis. Ello no es impedimento para que tales obras sean un testimonio vivo de la fe de su tiempo. Es verdad que los Apócrifos contienen abundantes elementos de carácter legendario, pero no lo es menos que sus enseñanzas son la expresión histórica de una fe, que pasó con el tiempo al “depósito” de la doctrina oficial del pueblo cristiano. Los libros apócrifos no han dejado solamente vestigios en la liturgia y en al arte, sino que son en ocasiones la única fuente documental de dogmas importantes para la Iglesia. Fueron en muchos aspectos otros tantos modelos de los "Cristianismos derrotados" por la postura oficial de la Iglesia según la expresión de Antonio Piñero.

Saludos de Gonzalo del Cerro

Jueves, 20 de Noviembre 2008
Continuamos hoy con la interpretación de la llamada “purificación del Templo”.

Lo que quiere transmitir Jesús con su acción violenta es que el Templo es, ante todo, una casa de oración, y que el comercio, aun necesario para el sustento y funcionamiento, debía realizarse de la manera más acomodada posible a su santidad. El comportamiento de Jesús es ciertamente exaltado, pero es sensiblemente igual al de otros tipos proféticos de otras épocas y de la suya propia: las quejas contra el funcionamiento del templo eran normales, incluso las de tono terrible que avisaban (como Jesús de Nazaret) de que el castigo divino por el incumplimiento podría ser incluso la destrucción física y totaldel Santuario.

Cuenta Flavio Josefo en su Guerra de los judíos, VI 300-309 que un campesino, llamado Jesús ben Ananías, profetizó la caída del Templo y de Jerusalén poco antes del inicio de la Gran Revuelta judía contra los romanos (que concluyó efectivamente con la destrucción del Templo y de la ciudad) durante varios días en torno al año 66 d.C.. Fue azotado repetidas veces por la autoridad romana en castigo por perturbar el orden público, pero él -sin arredarse en absoluto- siguió con su misma predica amenazante, cuando fue finalmente puesto en libertad.

Por tanto, con la “purificación” del Templo Jesús denunció el hecho de que el lugar más sagrado del Judaísmo se utilizaba incorrectamente, pero -y esto es lo impòrtante- no rechazó el Santuario como centro de culto. De acuerdo con su religión Jesús siguió acudiendo cada día a enseñar allí y, después de su muerte, también sus discípulos lo hicieron durante un cierto tiempo. Esto casa muy mal con la interpretación confesional que postula que Jesús había afirmado que la función del Templo había caducado con su venida.

Dos interpretaciones generales se han propuesto a propuesto a propósito de esta acción violenta de Jesús:

1. La denuncia de Jesús fue ante todo simbólica: el Nazareno estaba en el fondo de acuerdo en que el Templo necesitaba para su utilización y correcto funcionamiento tanto el cambio de monedas como el tráfico de mercancías, en concreto la venta de animales para el sacrificio. Pero a sabiendas de que esto era así, su intento de “purificación” era ante todo una acción profética simbólica para dejar en claro que en el Reino divino futuro pero inminente, Dios instauraría un Templo especial en el que o bien estas acciones –sobre todo cambio de monedas- no fueran necesarias, o bien los indispensables preparativos para los sacrificios se realizarían con tal pureza y perfección que el Templo y todo su recinto quedaría totalmente dedicado al culto más perfecto. Tanto habría de ser así que probablemente sería necesario el derribo del Templo material tal como estaba y la construcción milagrosa por parte de Dios (“sin manos humanas”) de otro templo perfecto, según las indicaciones divinas que ya habían sido hecho públicas por el profeta Ezequiel (capítulos 40-45).

2. Jesús participaba de la opinión común de las gentes sencillas de que el Templo estaba regido por unos sacerdotes corruptos, pertenecientes todos al partido saduceo, colaboracionistas con los invasores romanos, amantes del dinero, etc., y cargó contra ellos en lo que más les dolía: el pingüe negocio montado en torno al Santuario que les proporcionaba grandes beneficios económicos.

La acción se enmarcaría entonces en el marco del arrepentimiento necesario para le venida del Reino de Dios. La acción violenta –también profética- debía suscitar un movimiento de conversión hacia una actitud más pura. El Templo era como el gran espejo que reflejara este cambio de actitud. Ello significaba –una entre otras acciones, pero importante por la trascendencia del Santuario- como una invitación a la divinidad para que acelerara la implantación de su Reino sobre la tierra.

Ambas interpretaciones de la acción de Jesús son posibles y no se excluyen mutuamente. La segunda incluiría también el derribo del Templo actual si no se producía –como era previsible- el necesario arrepentimiento de los sacerdotes dirigentes.

Todo el conjunto nos pinta a un Jesús que se sitúa muy bien dentro del marco de los grandes profetas de Israel, que con sus acciones más o menos simbólicas instaban al pueblo a prepararse para la venida del “día del Señor”. Jesús, por tanto, aparece como un hombre, uno más, -el último, el de los tiempos finales, para sus seguidores- de esas fuertes personalidades proféticas.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Miércoles, 19 de Noviembre 2008
Otro argumento importante, deducido de los Evangelios mismos, para probar desde el punto de vista histórico que Jesús de Nazaret fue un mero ser humano es la imagen evangélica de este Jesús como un judío practicante y convencido de su fe puramente judía.


Como estamos en los comienzos, de una larga argumentación, estimo que debemos recordar de nuevo con algunas precisiones el esqueleto argumentativo de toda la serie:


1. La lectura crítica de los Evangelios aceptados como canónicos nos muestra una imagen de Jesús como un rabino judío del siglo I, que se consideraba a sí mismo un mero hombre; jamás se autotitula a sí mismo Dios.

2. Sin embargo, la misma lectura de los Evangelios nos presenta a Jesús como Hijo de Dios real, óntico.

• Otros testimonios del Nuevo Testamento que consideran a Jesús como Dios

• Una cristología evolutiva que tiende en cada paso a un mayor grado de divinización

3. De ello se deduce que la figura de Jesús sufre un proceso de heroización o divinización.

4. Hay que buscar una razón plausible de por qué se produce y cómo se produce esta transmutación:


A. Por qué se produce la divinización de Jesús en el cristianismo primitivo.

B. ¿Cómo es posible este proceso en el mundo del Imperio romano del siglo I d.C.?

- Búsqueda de modelos plausibles en el mundo entorno, un mundo que pudo ejercer algún influjo sobre los cristianos:

• La divinización de un ser humano en el mundo religioso grecorromano

• La divinización de un ser humano en el mundo religioso egipcio

• Una semidivinización de los agentes divinos en el universo humano, mesiánicos en concreto, en el mundo judío del siglo I:

- En los manuscritos del Mar Muerto
- En la teología general judía del siglo I

C. Divinización de seres humanos en el siglo XXI


7. ¿Son aplicables estos modelos al ambiente religioso de los cristianos primitivos?

Como pudo realizarse el proceso de divinización de Jesús en concreto

• Aplicación a Jesús de profecías escriturarias sobre el futuro mesías

• Entendimiento de esos textos en el sentido de que el mesías debe ser un agente al menos semidivino

8. Resultados


Tras esta visión esquemática de la argumentación volvamos al punto inicial de nuestro post de hoy:
1) Jesús aparece en los escritos evangélicos como un judío practicante: Jesús se atiene sin discutirlas a las principales prácticas religiosas de su nación. Así, por ejemplo, Jesús frecuentaba habitualmente los centros de culto y de enseñanza del judaísmo de su entorno. Jesús predicaba continuamente en las sinagogas (Mc 1,21; Lc 4,15. 31), respetaba y visitaba al Templo en las fiestas anuales (Mc 11,15; 14,49; Mt 21,12; Lc 19,45, etc.).

La denominada “purificación” del Templo narrada en Mc 11 y par., es interpretada aún por algunos intérpretes como una imagen de que Jesús abolió el culto del Templo. Pero esta interpretación es insostenible porque a nadie se le ocurre purificar, tomarse molestias en hacer que funcione bien algo de lo que está convencido que no sirve para nada, que está periclitado. Por tanto parece más razonable pensar que Jesús se preocupó de “purificar” el Templo para señalar simbólicamente con una acto profético que el Santuario era de gran valor, que era una institución divina, deseada por la volunta del Dios de Israel como lugar de encuentro con él y que en el futuro Reino de Dios (que Jesús predicaba) el Templo, fabricado quizá por Dios mismo, tendría un lugar preeminente.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Lunes, 17 de Noviembre 2008
Seguimos con el tema del “material furtivo” de los Evangelios que dejan traslucir como Jesús era un mero ser humano. Otro ejemplo importante al respecto es el bautismo de Jesús pues en él los evangelistas caracterizan a éste como un hombre corriente.

El primer ejemplo que invita a la reflexión y a la cautela se refiere al tema del bautismo de Jesús: el primer Evangelio, el de Marcos, presenta el hecho con relativa sencillez (la acción en sí, más algún elemento maravilloso):

« Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. No bien hubo salido del agua vio que los cielos se rasgaban… (1,9-10). »

El siguiente evangelista en orden cronológico probable, Mateo, cae ya en la cuenta del problema teológico que suponía el que un ser sin pecado, Jesús, hubiera recibido el bautismo para remisión de los pecados por parte de Juan. Entonces enriquece la historia con un diálogo justificativo entre Juan Bautista y Jesús:

« Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” Respondióle Jesús: “Déjame ahora, pues así conviene que cumplamos toda justicia”. Entonces lo dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua, y en esto se abrieron los cielos… (3,13-16). »

Lucas, el evangelista siguiente, arregla aún más el cuadro. En primer lugar antepone cronológicamente a la escena del bautismo de Jesús la encarcelación de Juan Bautista (3,19-20), de modo que cuando llegue para Jesús el momento de ser bautizado, Juan se halle en la cárcel. Implícitamente el lector debería obtener la consecuencia de que Juan no pudo bautizarlo. Inmediatamente después del encarcelamien¬to, Lucas describe la escena del bautismo, sin nombrar a Juan:

« Cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús, y puesto en oración (añadido típico de Lucas), se abrió el cielo… (3,21). »

El cuarto evangelista, Juan, omite por completo la escena del bautismo y se limita a referir el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús:

« Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: Viene un hombre detrás de mí, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo…” (1,29-30). »

Este testimonio se repite varias veces, pero nunca se menciona el bautismo (1,19ss; 1,36; 3,27).

Puede observarse cómo un problema teológico, el bautismo de un personaje que se piensa sin pecado, Jesús, se va arreglando por medio de una reelaboración progresiva de la historia, hasta llegar al Cuarto Evangelio, que evita el problema omitiéndolo. Su autor no sólo elude la cuestión, sino que pone en boca de Juan Bautista unas palabras sobre quién es realmente Jesús propias de su teología, es decir sólo concebibles en momentos ulteriores de la vida del grupo cristiano, a saber cuando ya era firme la creencia en la resurrección de Jesús.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero



Domingo, 16 de Noviembre 2008
Cocluimos hoy la entrevista.

Pregunta: ¿Por qué cree que los evangelios de carácter más gnóstico, como el de Juan y los apócrifos, dan más importancia a María Magdalena, y en cambio los canónicos y la tradición dominante en la Iglesia la excluyen casi por completo?

El rabino Jesús de Nazaret se caracterizó, ciertamente, porque en su grupo había mujeres, a diferencia de lo que ocurría en los de otros maestros, donde al menos no constan. Cómo las tratara, si eran siervas o no, es harina de otro costal. Ahora bien, en la vía mística del seguimiento de Jesús, -por ejemplo, -que aparece en el Evangelio de Juan y en ciertos evangeliso gnósticos, como el de María y el de Felipe- lo que domina es el espíritu y las revelaciones privadas, las visiones extáticas, y en esos círculos gnósticos son dominantes las mujeres. La idea de la resurrección de Jesús sale de un grupo de mujeres, los grandes visionarios de la Iglesia son casi siempre mujeres.

Inmediatamente se forma una pugna entre las iglesias místicas y las más doctrinarias. Las primeras, como la que inspira el evangelio de Juan o la de Montano, prestan especial atención a la discípula que más destacaba entre las mujeres sirvientes de Jesús, María Mgdalena, incluso fingiendo historias, como la de que la primera aparición fue ante la Magdalena, que choca con toda la tradición anterior: Lucas 24, que dice que es a los discípulos de Emaús, y Pablo, que en Primera Corintios dice que la primera aparición fue a Pedro.

En cambio, en la Iglesia oficial las mujeres tenían poco que decir. En el Evangelio de María Magdalena, gnóstico, se ve cómo ésta, depositaria de unas revelaciones privadas de Jesús de las que se dice que valen tanto como las públicas, es menospreciada y atacada por Pedro y Andrés, representantes de la Iglesia oficial, que la tildan de loca. El Evangelio de Tomás la trata un poco mejor pero afirma que esas revelaciones privadas deben ser moderadas por otras de varones. Claro, ¿cómo podía controlar un obispo unas revelaciones exclusivas y pretender autoridad sobre ellas?

De todos modos, María Magdalena es una figura mitificada desde el Evangelio de Juan, porque fue la única mujer de la que Jesús echó siete demonios, y era una figura atractiva, con dinero e independiente y que probablemente acompañaba al grupo de seguidores varones de Jesús. A la muerte de la Magdalena, que para mí fue anterior a la composición del Evangelio de Juan, y durante todo el siglo II, los evangelios de línea gnóstica destacan a María Magdalena, sola o junto a otras mujeres como Susana, Juana y otras anónimas. Ahora bien, cuando la Iglesia dice "Aquí estoy yo", la jerarquía se compone de varones y hay necesidad de controlar la institución, se acaba la validez de las profecías de mujeres.

Es curioso, pero las mujeres tienen una importancia fundamental en el mundo antiguo siempre que se dé una religión de tipo más personalista, místico e interior. Y la idea de la Resurrección, que es fundamental en el desarrollo del cristianismo, no empieza entre hombres. Ningún investigador independiente del siglo XXI cree que Jesús resucitara, pero todos admiten que esa idea fue decisiva en la configuración del cristianismo. A pesar de que la jerarquía terminara desplazando a las mujeres.


Pregunta: La resurrección, el gran punto oscuro. ¿Qué pudo pasar desde que los discípulos huyen despavoridos a la muerte de Jesús hasta que se reagrupan convencidos de que su maestro ha resucitado? ¿Tiene alguna hipótesis para explicar esa transformación, aunque no haya manera de corroborarla ni refutarla?


No lo sé ni lo sabe nadie. Bueno, Erich Fromm tiene un libro sobre la génesis del cristianismo donde, como muchos otros, plantea la hipótesis de la histeria y la alucinación colectivas. Yo no lo sé. Los cristianos creyentes de hoy dicen que esta hipótesis es imposible, porque los discípulos varones en principio no creían a las mujeres y luego se produjo una aparición ante 500 personas.

A la verdad no lo sé. Pero también los 500 puede ser un número simbólico, o una histeria colectiva de muchos. En cualquier caso, eso no pertenece al ámbito del historiador. El historiador sólo se ocupa de cosas empíricas, contrastables, que se puedan repetir. ¿Yo cómo voy a historiar una resurrección? Sólo puedo constatar que este fenómeno no se explica si no hay un grupo que cree en la resurrección, pero no puedo explicar cómo surgió la idea.


Pregunta: Centrándonos en el mensaje propio y original de Jesús de Nazaret, ¿no cabe pensar que algunas de sus novedades distintivas, como la del amor al prójimo, la idea de Dios como Padre o el perdón a los pecadores tuvieron que estar presentes de algún modo en el pensamiento original de Jesús? ¿Se habrían permitido sus seguidores una reelaboración tan profunda? ¿O es que ya hay indicios de tales postulados en el judaísmo de su tiempo?


Mi opinión es que lo único novedoso en la religión de Jesús, que es plenamente judía, es la mezcla de todas esas ideas y, si acaso, la intensidad de su mensaje. Por ejemplo, la idea de Jesús de Dios como padre es una noción absolutamente común en el judaísmo, el amor al que no es precisamente mi amigo está en el espíritu todo del capítulo 19 del Levítico, y lo mismo sucede con el amor al prójimo y el perdón a los pecadores, que son temas archiexpuestos por los rabinos de tiempos de Jesús.

Lo que ocurre es que, cuando se presenta a Jesús como un dios y salvador universal a los paganos, cuyos dioses, tan demasiado humanos, no contemplan ninguno de estos aspectos, parece que su mensaje judío es completamente novedoso.

Otro caso: Como ha expuesto, por ejemplo, en este país repetidas veces Fernando Bermejo, la relación entre Juan el Bautista y Jesús no es la de precursor y un mesías posterior, mucho mayor en importancia y dignidad que el primero, sino la contraria. Juan es el maestro y Jesús el humilde discípulo, que luego incorpora las enseñanzas de aquél a su propia doctrina. Las semejanzas entre los dos son infinitamente mayores que las diferencias.

Eso que dicen los exégetas de que el mensaje de Jesús es único e incomparable en el ámbito del judaísmo, al que supera ampliamente, es un puro mito. Jesús dice lo que decían la mayoría de los rabinos de su tiempo. Sólo que ningún otro rabino tuvo la suerte de ser tan exaltado a su muerte como lo fue Jesús por Pablo.


Pregunta: En su libro "La verdadera historia de la Pasión" explica que Pablo interpretó el sacrificio de Jesús como una nueva alianza que sustituiría al Cordero Pascual judío. ¿Por eso la fecha de su muerte se identificó con la tradicional Pascua judía?

A mí me da la impresión de que fue al revés. La "Pasión", tal como la entendemos históricamente, es muy posible que haya comenzado ciertmente con la entrada triunfal en Jerusalén. Pero ésta se produjo seguramente en septiembre, no una semana antes de su muerte, durante la fiesta de los Tabernáculos, en la que los habitantes de Jerusalén desfilaban con palmas y recitaban salmos como los que se mencionan en el capítulo correspondiente del Evangelio. Sin embargo, la muerte de Jesús sí que debió de ocurrir, no una semana después, sino en una fecha inmediatamente anterior a la Pascua judía.

A partir de esa coincidencia temporal, es muy fácil que Pablo -a través de su interpretación de que un ser divino se encarna en Jesús y muere vicariamente por la Humanidad (esto es una idea griega, por cierto), y luego resucita y todos por la fe participamos de su muerte y resurrección- pudiera deducir que Dios lo había planeado todo desde la eternidad y que Jesús era el Cordero Pascual, cuyo sacrificio, único, vale y sustituye a todos los sacrificios del templo de Jerusalén. Toda esta teología, que es paulina, la desarrolla muy ampliamente la Epístola a los Hebreos, que, por cierto, no es propiamente de Pablo, sino de un discípulo lejano: el sacrificio de Jesús ha sustituido a todos los demás y ya no hay que ir sacrificando corderos en el Templo. El cuarto Evangelio y el Apocalipsis, aunque sean de dos autores distinos, consagran definitivamente la idea de Jesús como Cordero de Dios.


Podríamos seguir con otras preguntas, pero creo que nuestro tiempo ha concluido. Muchas gracias.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
Pregunta: ¿La guerra del año 70 entre Roma e Israel menguó tanto la comunidad judeocristiana de Jerusalén como para que los seguidores de Pablo, que ya había sido martirizado, tuvieran el camino expedito para imponer su teología?

Respuesta:

Creemos que ocurrió así por los escasos restos que dejaron esa comunidades judeocristianas: seis u ocho evangelios, como le digo. Interpretamos que el pasaje de Eusebio de Cesarea, en su obra Historia de la Iglesia, compuesta al principio del siglo IV, de que el Espíritu Santo inspiró a los judeocristianos de Jerusalén para que salieran más allá del Jordán, ante la inminencia de la gran escabechina que se produjo cuando la primera Gran Revuelta contra Roma (que concluyó con la derrota de los judíos y el aniquilamiento de Jerusalén y del Templo), pudo tener parte de verdad. Pero debieron de salir unos pocos: la inmensa mayoría de los que se quedaron pereció en Jerusalén a manos de los romanos, porque de lo contrario habrían dejado muchos más escritos. También alguno puede decir que ya se encargó la Iglesia primitiva de quemar aquellos evangelios apócrifos que más le molestaban, pero es que los restos que han dejado son mínimos.

Pregunta: ¿No habría tenido suficiente autoridad para desprestigiar la interpretación paulina un solo superviviente de Jerusalén, u otra comunidad evangelizada por esta corriente?

Respuesta:

Se luchó mucho, como indican las cartas a los Filipenses, Gálatas y a los Romanos de Pablo de Tarso, pero piense que después del año 70 tanto Jesús como los discípulos que habían tenido contacto directo con él ya habían muerto. Y fue entonces cuando se componen los cuatro evangelios luego canónicos: ¿quién puede protestar entonces que tal texto está exagerando o tal interpretación es errónea? Y, como la teología paulina es la más cómoda y potente, nadie podía poner freno a su triunfo. ¿Qué atractivo y porvenir podía tener un cristianismo que destacara los rasgos judíos de Jesús después de la guerra del 70, en la que Jerusalén quedó destruida, y sobre todo después de la del 135, cuando Adriano volvió a arrasarla e impuso la pena de muerte a cualquier judío que paseara por la comarca? No era positivo un cristianismo muy judío en esos momentos.

Pregunta: ¿Qué se sabe de la relación entre Pedro y Pablo?

Respuesta:

Algo. Pero nos la tenemos que imaginar bastante. Creemos que la relación entre Pedro y Pablo fue mejor que entre Santiago y Pablo. En los Hechos de los Apóstoles, Pedro aparece nada menos que como el que decide organizar la misión para convertir a los paganos, y Pablo va detrás de él como un corderito. De ahí podemos deducir que el autor del texto y de uno de los evangelios, a quien llamamos Lucas, le quería presentar como un hombre no tan recalcitrante como algunos ex esenios y ex fariseos de Jerusalén, convertidos al judeocristianismo que exigían que para salvarse había que convertirse a su vez al judaísmo.

Yo creo que Pedro andaba en una posición intermedia entre la posición muy judaizante de Santiago, el “hermano del Señor” y la helenizada de Pablo de Tarso, permitiendo que los judíos que creyeran en Jesús siguieran practicando el judaísmo y los paganos que lo hicieran se salvaran también. Sin embargo, en el segundo capítulo de la epístola a los Gálatas se ve que Pedro y Pablo se enfadan, porque éste le achaca que antes comía con los gentiles y ahora que han llegado algunos discípulos de Jerusalén se comporta como un judío estricto que no quiere saber nada de los paganos.

Ahora bien, reconstruir la figura de Pedro es muy difícil porque por lo menos la primera epístola que se le atribuye en el Nuevo Testamento tiene mucho de teología paulina. Y la segunda tampoco fue escrita por él. La reconstrucción del pensamiento de Pedro hay que hacerlo a partir de los Hechos de los apóstoles y de los Evangelios. Lo que intuimos de él se basa también en las Homilías Pseudoclementinas.

Pablo y Santiago, en cambio, debieron de mantener las distancias, aunque con respeto mutuo. Pablo aparece en sus cartas reuniendo dinero para los cristianos de Jerusalén, dirigidos por Santiago,que habían vendido sus posesiones porque esperaban el fin del mundo inminente y estaban literalmente "muertos de hambre", como dicen al principio los Hechos de los Apóstoles. Pablo se les quiso ganar así, aunque no lo consiguió; los judíos, con los romanos, lo detuvieron allí mismo, en Jerusalén, y probablemente fueran los propios cristianos de Jerusalén los que permitieron que los judíos le llevaran al procurador romano y Pablo acabara degollado en Roma.

Pregunta: De lo que ha dicho Usted hasta ahora, deduzco un par de cosas. La primera, que Jesús no debió de nombrar a Pedro su sucesor, ya que la comunidad de Jerusalén queda bajo el mando de Santiago; y la segunda, que el Juan evangelista, paulino y gnóstico, no tiene nada que ver con el apóstol del mismo nombre.

Respuesta:

Sí, ambas cosas son verdad. El pasaje de la fundación de la Iglesia, que aparece sólo en Mateo lo cual ya da que pensar que se trata de un añadido de este autor, es sospechoso porque Santiago jamás se habría atrevido a derrocar a Pedro, obligándole a marcharse a Antioquía. Para mí que Jesús se limitó a reunir un grupo de doce apóstoles que representaran simbólicamente a las doce tribus de Israel. Siendo como era un judío piadoso, jamás deseó fundar iglesia nueva alguna, lo que implicaba una nueva religión.

En el tiempo de Jesús y desde hacía siglos, del Israel antiguo ya sólo quedaban dos tribus y media (las de José, Benjamín y Judá), porque el resto habían perecido en la conquista de Samaria a manos del rey asirio Salmanasar (721 a. C). Pero los judíos piadosos de la época de Jesús pensaban que esas tribus habían escapado de Babilonia y se habían internado en Asia, y que, cuando Dios instaurara su reino en la tierra, volverían montadas en águilas. Jesús era de ese pensamiento y lo único que hace es instituir un grupo de doce que representa a esas tribus que van a ser restauradas. (Todavía en el siglo XX, Israel echó mano de judíos etíopes, los falashas, como tropas de choque, y algunos rabinos predicaban que los aviones en que les traían era el cumplimiento de la profecía. Los aviones eran las águilas por medio de las cuales Dios les llevaba a la tierra de Israel para pelear por su liberación contra los árabes).

Así que la Iglesia actual no se corresponde en absoluto con lo que cuenta el trasfondo del Evangelio de Mateo en su capítulo 16. La iglesia actual se debe más a su necesidad de asentarse en el mundo una vez se vio que el fin del mundo esperado, tanto por Jesús como por Pablo, no acababa de llegar.
A partir del siglo II, las iglesias paulinas ejercieron un potente control de las comunidades por medio del establecimiento de la jerarquía. El control intelectual se logró por medio de la creación del concepto del “depósito” de la recta doctrina y el filtrado de las Escrituras, la creación de una lista específica de libros cristianos que formaron el Nuevo Testamento. La exégesis de ellos, además, se reservaba para la jerarquía.

Ni Jesús ni sus apóstoles establecieron nada de eso; simplemente pensaban que Dios establecería su reino en la tierra de Israel y los apóstoles serían los representantes de las doce tribus. El Jesús de la Historia tenía una mente tan judía que a Pablo, en el fondo, apenas le servía de nada. Por ello no lo cita apenas (sólo cinco veces), y su teología se baso únicamente en la interpretación de la muerte (y la resurrección) del Nazareno.

Seguiremos.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
Pregunta: ¿Cuándo puede decirse que triunfa plenamente el paulinismo?
Respuesta:

A lo largo de los siglos IV y V. El Concilio de Nicea (325) y el de Calcedonia (451) ya establecen rígidamente el dogma de Jesús como ser divino, engendrado no creado y de la misma naturaleza que el Padre, siguiendo las normas paulinas. Aunque hoy haya unas 500 confesiones cristianas, no son tan distintas entre sí como lo eran los cristianismos del siglo II; son todas variedades del cristianismo paulino. Por eso se puede decir que el cristianismo tal y como lo vivimos hoy tiene como base, sí, por supuesto a Jesús de Nazaret -porque si no hubiera existido no habría dado lugar a nada- pero interpretado en su figura, misión y muerte por San Pablo. Hay mucha diversidad de cristianismos, pero todos proceden del tronco común paulino. En los primeros siglos era diferente.

Hay que decir, sin embargo, también que el cristianismo tiene otros progenitores, no sólo Pablo de Tarso, a juzgar por los 27 escritos finalmente canonizados y sacralizados por la Iglesia primitiva. Ésta no quiso reconocer a Pablo como único antecedente, sino que incluyó otras líneas de pensamiento que había entre los cristianos y que, debidamente filtradas, no se oponían frontalmente a la paulina sino que la enriquecían –se pensaba-. Así, por ejemplo, la de San Mateo, bastante judía, o la del Cuarto Evangelio, que presenta en realidad un Jesús totalmente extraño al de los Evangelios sinópticos. Además, a las siete cartas de Pablo añadió las de Pedro, Juan, Santiago, Judas… Pero el cristianismo de hoy ha nacido de esas mezclas. El resultado es un cristianismo complejo, pero de neto cuño paulino.

Entre lo que la investigación histórica piensa hoy que fue Jesús de Nazaret y el Cristo de la fe que predica Pablo hay una gran diferencia; tanta como entre un Jesús humano y uno divino, entre un mesías judío y un salvador universal, entre un hombre desesperado en la cruz ("Dios mío, ¿por qué me has abandonado") y un resucitado triunfante. La Iglesia lleva 20 siglos transmitiéndonos en la catequesis, las homilías y los libros al Cristo de la fe, no al Jesús de la historia. Pero lentamente, a través de publicaciones como las que intento hacer, y las de otros muchos más importantes que yo, va calando la imagen del Jesús de la historia. Creo que la teología del siglo XXI debería plantearse cómo soluciona las diferencias entre uno y otro. Creo que ya está empezando a hacerlo; yo lo observo desde fuera, como filólogo, como hombre de la Universidad y científico más bien escéptico y racionalista. Reconozco que es un gran problema no resuelto ni mucho menos.

Pregunta: ¿No es mucha casualidad que los cuatro Evangelios canónicos se escribieran bajo la égida de Pablo?

Respuesta:

El Nuevo Testamento tal como está impreso despista mucho al lector porque, primero sitúa los Evangelios en las primera páginas y luego las cartas de Pablo. La gente piensa entonces espontáneamente que ése es el orden cronológico, pero es justamente el contrario: primero escribió Pablo, que probablemente murió en el año 60 ó 62, en la época de Nerón, y luego, a partir del año 71 y hasta más allá del 100, se redactaron los Evangelios.

En mi opinión, los cuatro evangelistas, aunque muy distintos entre sí, están poderosamente influenciados por la gran síntesis paulina sobre cómo hay que interpretar a Jesús. Todos siguen la interpretación paulina de la muerte de Jesús como sacrificio vicario por toda la humanidad del Hijo de Dios conforme al plan divino de salvación desde toda la eternidad. Mateo, a la vez, propugna además que es necesario no sólo creer en esto, sin además guardar la ley de Moisés para salvarse, y Juan opina casi todo lo contrario. Pero en los cuatro Evangelios se vislumbra el mismo esquema teológico fundamental.

Pregunta: ¿Y los Evangelios Apócrifos? Respuesta:

No se puede hablar de los Evangelios Apócrifos grosso modo, como un sistema teológico porque tales escritos se componen en un espacio de tiempo muy amplio: desde el 130 hasta el siglo IX o X. Además muchos de ellos se han perdido o de algunos sólo quedan fragmentos. Yo he calculado que pudo haber unos 60, 70 o más evangelios apócrifos. La mayoría de estos apócrifos también son paulinos, pero hay seis u ocho muy judeocristianos, de la rama de Santiago, para quienes Pablo es el hombre más canalla y mentiroso del mundo.

Uno de estos textos judeocristianos es más una novela que un evangelio apócrifo -lo que llamamos la colección de las Homilías Pseudoclementinas y los “Reconocimientos”, que no es un evangelio pero habla de predicaciones de Pedro muy antiguas, y se compone de mil páginas juntando la versión griega y latina.

Y finalmente hay otros evangelios apócrifos gnósticos que difunden una teología totalmente diferente a al paulina, contraria diría, muy espiritual, muy platonizante, donde el esquema salvacional paulino, la salvación por la fe en el sacrificio de la cruz no tiene valor alguno. Sólo se salva el que recibe una revelación especial del Revelador Jesús y ésta consiste fundamentalmente en saberse, en la prte superior del ser humano, el espíritu consustancial con la divinidad y actuar de acuerdo con ello.

Seguiremos.


Sábado, 8 de Noviembre 2008

Jesús los esenios y los evangelistas


Continúa la pregunta: ¿Puedo resumir su tesis sobre Jesús de Nazaret en que se trató de un judío estricto, fariseo heterodoxo e influido por los esenios en su convencimiento de la inminencia del fin del mundo, y que todo el resto de la doctrina cristiana es obra de San Pablo?

Respuesta:

A pesar de las discusiones con otros fariseos que aparecen en los Evangelios, si a algo se parece Jesús de Nazaret, por las ideas que expone y su modo de discurrir sobre las Escrituras, es a ellos, aunque no se le pueda encasillar en ninguna corriente particular, porque se trata de un hombre alejado del centro del poder y con ideas propias. Pero, en cualquier caso sí se puede afirmar que Jesús no rompe nunca con la ley de Moisés; aunque la discute e intenta profundizar en ella para buscar su sustancia, la quiere cumplir a rajatabla, va al Templo, celebra las fiestas, y al final de su vida, se cree el mesías de Israel dentro de las coordenadas religiosas que se presuponían a esta figura en su tiempo. Una institución como la de la Eucaristía tal y como la transmite san Pablo en I Corintios, 11, 23 y ss., no encaja en absoluto con la imagen que nos podemos formar de Jesús. Este pasaje y su continuación en los Evangelios sinópticos debe interpretarse de otra manera, de modo que encaje con la figura de un judío profundamente religioso y convencido de su fe.

Cuando digo que San Pablo es el fundador de la corriente que hoy desemboca en el catolicismo y las diferentes confesiones protestantes, me refiero a que los discípulos de Jesús, como ha sucedido siempre con todos los personajes carismáticos, lo reinterpretan a su modo y de distintas maneras. San Pablo es uno de ellos y reinterpreta la figura y misión de Jesús a su manera.


Pregunta: ¿Cuáles son las líneas teológicas que pueden distinguirse en las primeras comunidades cristianas y en cuál de ellas se enmarcan los distintos evangelistas?

Respuesta:

Hay una línea que repiensa y reinterpreta a Jesús dentro del ámbito judío: es la iglesia de Jerusalén representada por su hermano Santiago y en menor medida por Pedro y Juan, algunos de cuyos miembros ni siquiera creían que Jesús fuera Dios, sino que seguían la concepción del judaísmo que predicó su Maestro, viendo en él un mesías humano aunque muy cercano a la divinidad. Y hay otra línea que lo interpreta dentro del Imperio Romano de la época.

Esta última es una reinterpretación elaborada por judíos no israelitas, de lengua y cultura griegas, que tienen una mentalidad un tanto distinta a los de Jerusalén, que han aprehendido elementos de las religiones del espacio en el que viven, pagano, y a los que les preocupan intensamente temas como la salvación y la inmortalidad también de los paganos. Estos judeocristianos interpretan a Jesús despojándolo de sus rasgos judíos, y transformándolo de mesías judío en personaje divino y salvador universal, cuyo sacrificio ha rescatado a la Humanidad del pecado y le permite acceder a la resurrección si se bautiza en su nombre. El cuadro se completa con la ingestión simbólica de su cuerpo y sangre en la Eucaristía.

El que inicia esa corriente es sin duda Pablo de Tarso, que es el único del que se han conservado en el Nuevo Testamento escritos auténticos, en concreto siete cartas genuinas. A medida que Pablo va fundando comunidades y éstas van incorporando a su teología elementos aceptables de la religiosidad pagana, se forman dos corrientes distintas en el judeocristianismo, que se pelean a muerte. Sabemos que se pelean, por ejemplo por la Epístola a los Gálatas, donde se ve una oposición mortal contra Pablo por parte de los delegados judeocristianos de la comunidad de Jerusalén, enviados probablemente por Santiago.

Esa lucha ideológica sigue a lo largo de todo el siglo II, que asiste a una multiplicidad de cristianismos diferentes, en total unos ocho o nueve, como explico en el libro Cristianismos derrotados. Si alguien pudiera caer con una máquina del tiempo en una ciudad de Asia Menor del siglo II, se encontraría con un cristianismo muy judío, dividido en varias ramas; otro muy paulino; otro místico que otorga gran importancia a las mujeres, como el de los seguidores del Evangelio de Juan; un cristianismo profético seguidor de Montano; otro que considera que el matrimonio y el sexo son impedimentos para la salvación; otro gnóstico, que accede a Dios por una revelación especial, que interpreta al Dios judeocristiano desde categorías platónicas y cree que sólo sus miembros se van a salvar. Éste, a su vez, está dividido también en varias ramas, etc.

De todas estas interpretaciones, el cristianismo que mejor dotado estaba para triunfar en el efervescente “mercado” de religiones del Imperio Romano era el paulino, porque había desjudaizado y desescatologizado a Jesús. Proclamaba que para salvarse Dios no exigía ya aceptar la antigua ley de Moisés, ni circuncidarse ni cumplir las normas alimenticias ni otros preceptos (en total 635, según la Misná); bastaba fundamentalmente con creer que Jesús era el mesías, bautizarse en su nombre y guardar su ley. Esto era bastante cómodo y mucho más barato que el requisito de someterse a las costosas iniciaciones que exigían las otras religiones de salvación, las llamadas religiones de los misterios. Así que no es de extrañar que a lo largo de los siglos III y IV todas las otras variantes de cristianismo fueran decayendo ante la pujanza de la interpretación que hace Pablo de la salvación traída por Jesús.

Seguirá. Saludos cordiales.
Sábado, 8 de Noviembre 2008
Interrumpo durante unos días los prenotandos sobre el tema de la “divinización de Jesús” para hacerles llegar el contenido de una entrevista hecha a quien esto escribe por el periodista Kiko Rosique Tremiño. Apareció publicada en la revista digital “La crónica Social”, publicada por “Servimedia. Departamento digital” el día 9 de octubre de 2008.

Creo que el contenido puede servir para situar en su marco mi tarea de historiador de las ideas del cristianismo primitivo e ilustrar mi empeño en muchos de los temas que irán apareciendo en este “blog de conocimiento”. Soy consciente de que muchos de los temas abordados y mis conclusiones sobre ellos pueden parecer vidriosos y difíciles. Pero en muchas ocasiones no son iguales los resultados de la investigación histórica y lo que se ha creído durante largo tiempo, incluso durante siglos.

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Jesús de Nazaret es, posiblemente y junto con Pitágoras, el hombre que más influencia directa o indirecta ha ejercido sobre el curso de la Historia. Pero también el personaje sobre el que la Humanidad tiene un conocimiento menos fundado en la investigación historiográfica y más en creencias y tradiciones no contrastadas. A la peliaguda y fascinante tarea de destilar lo que se puede saber del Jesús histórico y sus ideas mediante el análisis crítico de los textos cristianos es a lo que se ha dedicado toda la vida el profesor Antonio Piñero, catedrático de la Universidad Complutense, que nos detalla aquí las conclusiones más sorprendentes y necesariamente polémicas de sus dos libros, Cristianismos derrotados y La verdadera historia de la Pasión, publicados en la Editorial Edaf, Madrid en 2007 y 2008. He aquí algunos puntos clave:

• "La teología del siglo XXI debería plantearse cómo soluciona las diferencias reales entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe".

• "Si a algo se parece Jesús es a un fariseo, aunque discute con ellos y no se le puede clasificar en ninguna corriente particular de rabinos".

• "De los ocho o nueve cristianismos distintos que había en el siglo II, el mejor dotado para triunfar en el mercado religioso del Imperio Romano era el paulino, que desjudaizó a Jesús".

• "Jesús no instauró Iglesia alguna: creía que el fin del mundo estaba muy cerca y Dios mismo establecería su reino en la tierra".

• "Todas las grandes ideas de Jesús están ya en el judaísmo, pero se presentaron como novedad a los paganos, cuyos religiosidad no las contemplaba"



Pregunta: ¿Puedo resumir su tesis sobre Jesús de Nazaret en que se trató de un judío estricto, fariseo heterodoxo e influido por los esenios en su convencimiento de la inminencia del fin del mundo, y que todo el resto de la doctrina cristiana es obra de San Pablo?


Respuesta: Sí, aunque no es mi tesis sólo. Desde 1789, cuando Hermann Samuel Reimarus publicó su opúsculo Sobre el propósito de Jesús y el de sus discípulos, se empieza a distinguir por medio de un análisis crítico de los Evangelios entre lo que es el Jesús de la Historia y el Cristo de la Fe. Hay una diferencia entre lo que nos enseña la Iglesia y lo que nos muestra un análisis crítico de los Evangelios. Este análisis se empieza a hacer poniendo en cuatro columnas lo que nos dicen cada uno de los Evangelios y comparándolos entre sí y viendo sus diferencias. Nos depara un Jesús con rasgos humanos, que ignora cuándo va a ser el fin del mundo, que tiene una serie de contradicciones, que se irrita y no es nada manso ni modesto hacia sus enemigos. Creemos que es un análisis válido porque ha ido decantando un consenso entre los muchos observadores independientes no supeditados a su fe.

De dicho análisis resulta un judío piadoso, un fariseo, rabino o maestro carismático de la ley independiente de los muchos que había por entonces (no hay que confundir el rabinato informal de la época de Jesús con el de 200 años más tarde, cuando los fariseos forman escuelas, son ordenados mediante imposición de manos y reciben una tradición oficial), procedentes de Galilea y contrapuestos a los rabinos de Jerusalén, que son mucho más obedientes y apegados al Templo. Esta gente tiene otra mentalidad y discute de la Ley con mucha más facilidad.

Saludos cordiales. Seguiremos el próximo día.
Sábado, 8 de Noviembre 2008

Los Evangelios mismos presentan pruebas muy notables de un Jesús meramente hombre


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con las cuestiones previas, un tanto largas, pero necesarias, al tema central de esta serie:

Del estudio de los evangelios sinópticos se deduce que en ellos se traslucen dos referentes esenciales:

A. Un Jesús como un rabino galileo, encardinado en las coordenadas del Israel del siglo I, perfectamente situable, enmarcable y explicable en gran parte dentro de estas coordenadas, y

B. Otro referente sobrenatural y sobrehumano que es ese mismo Jesús considerado como Cristo, mesías sobrenatural muerto y resucitado, y exaltado luego a la diestra de Dios.

Respecto a las noticias evangélicas sobre los dos referentes, el lector atento observará que existe mucho material evangélico que se refiere al primero de los dos –A.- y que este material entra en colisión, a veces, con el segundo referente, el Cristo sobrenatural, B.

Este material -que algún historiador del cristianismo primitivo como Gonzalo Puente Ojea- ha definido como “furtivo” es extraordinariamente interesante para dibujarnos una imagen del Jesús de Nazaret evangélico como un mero hombre. Gonzalo Puente lo denomina “furtivo” porque se trata de dichos y hechos de Jesús que –provenientes de la tradición oral sobe él- se han “introducido” en el evangelio con intereses ante todo biográficos por la misma fuerza de los hechos. Era material en sí que no se podía evitar y rechazar por intereses meramente teológicos -es decir, destacar la personalidad sobrenatural de Jesús- pues dibujaban intensamente el impacto de Jesús entre las gentes de su tiempo. Inmediatamente pondremos ejemplos.

Un discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles

El mismo Nuevo Testamento nos habla de Jesús como un ser humano que únicamente tras su muerte y resurrección por Dios ha sido exaltado al ámbito de lo divino. Un ejemplo muy claro lo tenemos en el discurso de Pedro el día de Pentecostés recogido en el capítulo 2 de los Hechos de los apóstoles. Los estudiosos están de acuerdo en que esta pieza oratoria -aunque compuesto en último término por la mano del evangelista Lucas-, expone con bastante fidelidad una “cristología” (discurso sobre Jesús como Cristo o mesías) que es muy primitiva, por lo puede bien corresponderse a los primero estratos del pensamiento teológico judeocristiano. El texto dice así:


«Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás de gozo con tu rostro.

Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»



De este texto se deduce, con toda claridad, que los judeocristianos primitivos pensaban que Jesús de Nazaret había sido un mero hombre, un profeta bendecido por Dios con hechos y palabras extraordinarias, que sufrió una muerte injusta, que fue vindicado por Dios tras su muerte, resucitándolo y que sólo después de su muerte fue, -de algún modo, no se precisa exactamente cómo o quizá se dé por supuesto-, exaltado al ámbito de lo divino.


Otros relatos evangélicos nos presentan también a un Jesús que –en contraposición a la imagen de la teología cristiana del siglo II que lo dibuja como un Dios omnisciente y omnipotente- ignora por completo cuándo va a venir el fin del mundo. Así:

Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre: Mt 24,36

El pasaje debió de plantear un problema teológico: ¿cómo es posible que el Hijo de Dios, real y verdadero y por tanto omnisciente, ignorara algo tan importante? Y no es lícito plantear que el evangelista pensaba sólo en la faceta humana de Jesús, porque esa distinción no era procedente en el siglo I. Tal distinción teológica se elaboraría siglos después.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero


Viernes, 7 de Noviembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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