CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Los Hechos como parte de la literatura apócrifa
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Concepto de Hechos Apócrifos

De las dos palabras de este epígrafe, Hechos y Apócrifos, conviene definir su contenido semántico. Es decir, debemos dejar claro su significado. El calificativo de “apócrifo”, derivado del verbo griego apocrýptō (apartar, esconder aparte, reservar), ha venido a reducirse en el uso más amplio a los libros paralelos de los bíblicos, pero sin el carisma de la inspiración. En este sentido los apócrifos del Nuevo Testamento son unas obras que incluyen en su clasificación evangelios, hechos, epístolas y apocalipsis. Con esta denominación se entiende que tales obras son paralelas a los libros bíblicos. Los evangelios tratan en alguna medida de los sucesos y personajes de los evangelios. Los personajes más representados son por razones obvias Jesús, María, José sobre todos. Los sucesos son los relativos a la concepción y nacimiento de Jesús y a su muerte y resurrección.

Después de los evangelios sigue el libro canónico de los Hechos de los Apóstoles, continuación del evangelio de Lucas. Los Hechos Apócrifos son en cierto modo una réplica, aunque con un tono distinto y un panorama nuevo. Los Hechos de Lucas hablan muy poco de los apóstoles y de sus hechos. Unas cuantas anécdotas, presididas por la presencia y la autoridad de Simón Pedro. Luego llega Pablo, cuyos viajes y ministerio ocupan una gran parte del libro. La piedad cristiana quedaba ansiosa de conocer detalles de sus vidas, de su personalidad y de su muerte. Y si dejamos al margen la muerte de Santiago, de ninguno más de narra el final. Del mismo “Santiago, el hermano de Juan”, sólo se cuenta que el rey Herodes le dio muerte por la espada” (Hch 12, 2).

Pero cómo eran, de qué hablaban, cuál fue el género de sus martirios, es decir, de sus testimonios, los Hechos canónicos son de unos silencios decepcionantes. Y de la misma manera que los evangelios apócrifos tratan de dar satisfacción a la piedad cristiana y aclarar elementos que no quedaban claros en los relatos canónicos, los hechos apócrifos repetían el intento por lo que se refiere a los discípulos o apóstoles de Jesús de Nazaret. Por ejemplo, el apócrifo sobre Pablo y Tecla ofrece una descripción física de la persona del apóstol de los gentiles, que luego influyó decisivamente en la iconografía del santo. El piadoso Onesíforo salió a esperar a Pablo fiado en los datos que Tito le había dado: “Bajo de estatura, cabeza calva, de piernas arqueadas, bien formado, cejijunto, de nariz prominente, lleno de gracia” (HchPlTe 3). Es el retrato robot que preside estas líneas.

Cuando el rey Abgaro de Edesa envió su emisario Ananías a Jesús, le dio órdenes estrictas para que se fijara atentamente y se informara detalladamente de Cristo, qué aspecto tenía, cuál era su edad, cómo eran sus cabellos, en una palabra, de todo (HchTad 2,2). De Bartolomé, persona conocida en los evangelios sinópticos por la noticia escueta de su nombre, tenemos un retrato detallado en el texto de sus Hechos Apócrifos. Hablaba un demonio a sus devotos para que se apoderaran del peligroso predicador y evitaran el desarrollo de su misión apostólica. Éstos son los datos abundantes de su aspecto físico y social:

“Los cabellos de su cabeza son negros y espesos, su tez blanca, los ojos grandes, las narices simétricas y rectas, las orejas cubiertas con el cabello de la cabeza, la barba luenga con algunas canas, de estatura media, no se puede decir que sea ni alto ni bajo. Viste una túnica de manga corta con ribetes de púrpura y se cubre con un manto blanco que tiene joyas de púrpura en cada uno de sus ángulos. Hace veintiséis años que sus vestidos ni se ensucian ni se deterioran. Igualmente, sus sandalias de largas correas, no envejecen ya desde hace veintiséis años. Cien veces al día, se pone de rodillas y ora a Dios; y cien veces por la noche. Su voz es fuerte como el sonido de una trompeta. Con él caminan unos ángeles de Dios que no le permiten ni fatigarse ni sentir hambre. Siempre tiene el mismo aspecto y el mismo ánimo. En todo momento, permanece alegre y gozoso; todo lo prevé, todo lo sabe, habla y entiende todos los idiomas de todas las gentes” (HchBart 2,1-2).

Hemos de reconocer que la piedad cristiana recibía gozosa tales noticias de sus héroes. La carencia de datos históricos se remediaba con detalles legendarios. Es verdad que estas obras van señaladas como “hechos” (práxeis), que en opinión de Isócrates eran el elemento constitutivo de la historia. Pero unas obras escritas varios siglos después de los sucesos narrados no podían reflejar otra cosa que leyendas imaginadas por mentes piadosas. Eran unos acontecimientos que, si no eran históricos en el sentido de sucedidos en la realidad, representaban la idea que los cristianos se hacían de sus maestros. Como dicen los italianos, “se no è vero, è ben trovato”, si no es verdad, queda bien.

Cuando Mario Erbetta habla de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles en general, distingue los cinco primeros grandes Hechos de los siglos II-III. Son los de Andrés, Juan, Pedro, Pablo y Tomás. Después del círculo primero que es la Sagrada Escritura, viene un segundo círculo concéntrico que son los cinco Hechos primitivos, los publicados en los dos volúmenes dados a la publicidad por Antonio Piñero y por mí mismo. El tercer círculo concéntrico es el de los Hechos Apócrifos posteriores, de los siglos IV en adelante, que verán pronto la luz.

De todos modos, como curándose en salud, M. Erbetta titula el volumen II de sus Apócrifos del Nuevo Testamento “Hechos y leyendas”. Pretende así dejar claro que el epígrafe de práxeis debe entenderse más como leyendas que como hechos. Ello no quita el que los Apócrifos puedan ser portadores de elementos históricos, válidos para un estudio del desarrollo del cristianismo.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Jueves, 22 de Enero 2009

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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