CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Desde el punto de vista del final de los tiempos comunes, los tiempos en que reinaba la muerte, Pablo consideró que la Ley sirvió mientras el plan divino alcanzaba su punto culminante, el punto de la restauración de Israel en un nuevo tiempo en el que no reinaría la muerte y los hijos de la divinidad vivirían felices.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


La Ley de Moisés estaba presente en el mundo desde su proclamación. Su presencia era activa, pues llevaba a actuar como la divinidad quería: “Pues cuando las naciones que no tienen ley llegan a hacer naturalmente lo propio de la Ley, éstos sin ley son Ley para ellos mismos; quienes demuestran que la obra de la Ley está escrita en sus corazones...” (Rom 2, 14-15). Es evidente que la Ley actúa, pues hay una “obra de la Ley” (érgon tou nómou en griego).

De ahí a considerar Pablo, como era obvio para la mentalidad judía, que la Ley era el canon mediante el cual sería el hebreo juzgado el día del juicio final para decidir si era absuelto o no, sólo había que continuar razonando: “Según el celo (religioso), perseguidor de la iglesia, según la absolución mediante la Ley, irreprochable” (Flp 3, 6).

Ahora bien: la Ley, simbolizada por la circuncisión, fue un problema sustancial para el de Tarso. Lo fue tanto a la hora de entender el movimiento que en las comunidades de la diáspora se desarrolló tras la muerte de Jesús como, una vez convencido de la utilidad de ese movimiento, a la hora de predicar su nueva convicción. Pablo había de hacer frente a quienes consideraban que sólo los judíos entrarían en el nuevo reino, es decir, sólo los cumplidores de la Ley íntegra.

El problema radicaba en que había que argumentar por qué quienes no cumplían la Ley podían entrar en el nuevo reino en esa condición. De hecho, Pablo se enfadó con los gentiles convencidos por él para considerarse hijos de Dios sin cumplir. Se enfadó porque algunos integristas les impelían a cumplir. A los gálatas que así procedían les escribió: “Os habéis apartado del Ungido quienes pensáis ser absueltos por medio de la Ley, habéis quedado privados de la gracia” (Gál 5, 4); “Y que ante la divinidad nadie será absuelto gracias a la Ley está claro, porque el justo se salvará a causa de su confianza” (Gál 3, 11).

Una primera pista para solucionar esta complicación puede ser el siguiente versículo: “Pues cuantos pecaron sin ley, también sin ley perecerán, y cuantos pecaron a causa de la Ley, debido a la Ley serán juzgados” (Rom 2, 12). Revisado desde el punto de vista del nuevo reino y el juicio que habría de cualificar a sus futuros súbditos el texto plantea dos grupos:
 
  1. “cuantos pecaron sin ley” serían quienes entre los gentiles actuaban sin atender a la Ley ni a su espíritu (porque no confiaban en la promesa de Yahvé ni consideraban a éste su única divinidad, siguiendo el ejemplo de Abrahán) o bien desconocieran estos extremos;
  2. “cuantos pecaron a causa de la Ley” serían quienes, integrando el pueblo judío reconocible desde Moisés por atenerse a los mandamientos, no hubieran cumplido sus preceptos adecuadamente, tal como advertía Lv 18, 5: quien la cumpla vivirá gracias a ella. Además, a éstos hay que unir quienes no cumplieran de corazón y sólo de fachada (tanto el Bautista como Jesús habían avisado de ello y exigían un bautismo sancionador).

Estos dos grupos constituían sendas ramas del nuevo pueblo elegido: judíos cumplidores de la Ley y, por lo tanto, aceptados como íntegros; gentiles que se incorporaban a ese pueblo.
Tras esta solución se esconde el problema que planteaban las profecías sobre el reino respecto a los gentiles: en unos pasajes proféticos se decía que no entrarían en el reino; en otros se decía que entrarían. Pero esta segunda opción se ofrecía porque sería la demostración de que Yahvé había triunfado sobre todos los pueblos. Es decir, la llegada de gentiles confirmaba el triunfo de Yahvé, de modo que había que pensar cómo llegaban los gentiles.

La solución de algunos grupos judíos, en los que se integró Pablo de Tarso, fue que los gentiles circuncidados ya no eran gentiles por haber sido convertidos en judíos, de manera que los gentiles debían entrar como gentiles, sin circuncidar. Eso sí, convencidos de que Yahvé era el único dios y que debían rendirle culto.

De manera que la Ley era más que válida, era imprescindible para los judíos; y era innecesaria para los gentiles. La Ley valía para unos; no valía para otros. Siempre referido el problema a la entrada de los habitantes del nuevo reino en ese reino, es decir, todo referido al final de los tiempos, pues se trataba de demostrar, mediante los gentiles, la victoria final de Yahvé.

Porque Pablo amó su Ley. Y también pensó, en mi opinión recogiendo las admoniciones sobre el cumplimiento honesto y cabal de la misma, que, sin entrega intelectual, sin voluntad, sin convencimiento en definitiva, cumplir la Ley tenía un valor relativo o escaso. También parece oportuno señalar que la fragmentaria documentación que tenemos (no hay que olvidar que las cartas en su estado actual son obra de un editor del s. II), y el hecho de que cada público receptor de las cartas requería un mensaje distinto, puede llevar a tomar como absoluta una idea que fue relativa en la mente del de Tarso. Con todo, algunos fragmentos de sus epístolas pueden ayudar a configurar la postura paulina al respecto. Para los gentiles (gálatas en este caso), razonó como sigue:
 
El Ungido nos liberó para la libertad; permaneced, pues, firmes, y no quedéis dominados otra vez por el yugo de la esclavitud. Ved que yo, Pablo, os digo que, si os circuncidáis, el Ungido no os habrá servido de nada. Puedo atestiguar de nuevo a cualquier hombre circuncidado que está obligado a cumplir la Ley. Os separáis del Ungido quienes sois juzgados mediante la ley, os apartáis de la gracia. Pues nosotros, con el espíritu de la confianza aguardamos la esperanza de justicia, pues mediante Jesús el Ungido ni circuncisión ni gentilidad tienen fuerza alguna sino la confianza producida gracias al amor. Corríais bien; ¿quién os impidió creer en la verdad? Esta creencia no os vino de quien os llamó. Un poco de levadura fermenta toda la masa. Yo os convencí, en lo que toca al señor, de que no pensarais en otra cosa; el que os altera soportará la condena, sea quien sea. Yo, hermanos, si predico la circuncisión no soy perseguido. Luego se acabó el obstáculo de la cruz. Ojalá se mutilen quienes os ponen en pie (Gál 5, 1-12).

Para los judíos de Roma que, o bien vivían como tales o bien habían visto revitalizada su religión por las palabras que de Jesús les habían llegado, y que en Roma conocerían gentiles que habrían atendido a la llamada de esta nueva religiosidad que se sumaba a las del Imperio, escribió:

Pero si tú te denominas judío y confías en la Ley y te enorgulleces de Dios y conoces (su) voluntad y examinas lo que importa instruido por la Ley y convencido de que tú mismo eres guía de ciegos, luz de los que (están) en oscuridad, maestro de ingenuos, con la apariencia de conocimiento y verdad (obtenidos) mediante la Ley, entonces, ¿enseñando a otros no te enseñas a ti mismo? ¿Proclamando no robar robas? ¿Diciendo no cometerás adulterio eres adúltero? ¿Aborreciendo los ídolos saqueas los templos? (Tú) que te vanaglorias mediante la ley, deshonras a Dios por medio de la trasgresión de la ley. Porque el nombre de Dios por vuestra causa es infamado entre las naciones, como está escrito.
La circuncisión es imprescindible si cumples la Ley; si eres trasgresor de la Ley, tu circuncisión es gentilidad. Entonces, si la gentilidad observa lo más justo de la Ley, ¿no será considerada la gentilidad como circuncisión? Y la gentilidad por naturaleza que cumple la Ley te juzgará como a quien, debido a la escritura y la circuncisión, transgrede la ley. Porque no es judío el que (lo es) a la vista, ni circuncisión (la que lo es) claramente por la carne, sino que, al contrario, lo son el judío en lo oculto y la circuncisión de corazón (realizada) mediante el espíritu, no mediante la letra, por lo cual el halago proviene no de los hombres sino de Dios (Rom. 2, 17-29).
 
La continuación de este fragmento es igualmente importante:
 
¿Cuál es entonces el (motivo de) orgullo del judío o cuál la utilidad de la circuncisión? Mucha se mire como se mire. Porque, en primer lugar, recibieron en depósito las palabras de Dios.

La Ley seguía vigente para los judíos; para los gentiles, no. Pablo no dejó de ser judío, nunca abandonó su Ley.
 
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Saludos cordiales.
 

Domingo, 22 de Enero 2023

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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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