CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero

Decíamos en la nota anterior que La imagen de Dios más peculiar en Jesús es la que muestra la enseñanza de Jesús acerca de las actitudes que Aquél exige del hombre ante Dios.

La primera, la fe, no es para Jesús simplemente creer que Dios existe -eso se da por supuesto y no se discute jamás en la época de Jesús-, sino en contar absoluta­mente con Él, poner radicalmente en Él toda la confianza. Como en gran variedad de pasajes del Antiguo Testamento,

Creer no consiste en admitir que Dios existe, sino en contar absolutamente con Él, poner radicalmente en Él toda su confianza. Creer es fiarse de Dios, reconociendo al mismo tiempo que está dispuesto a ayudar y que es capaz de hacerlo eficazmente. A través de la llamada de la fe se percibe a Dios tal como lo presentan por ejemplo los Salmos en muchas ocasiones: una roca, una ciudadela, un abrigo seguro (Schlosser, 61).

Esta postura supone una actitud de oración continua (segunda actitud), sin palabras, privada y secreta. Es una oración de alabanza, pero también de petición silenciosa: Dios sabe lo que necesitan sus hijos, sin decírselo.

“Las peticiones iniciales del Padrenuestro (Lc 11,2: “El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino”)demuestran claramente hasta qué punto Jesús estaba impregnado del sentido de la santidad de Dios y de la pasión por su gloria, un sentido y una pasión que pretende precisamente comunicar a sus discípulos” (Schlosser, 61).

Obsérvese cómo el espíritu de la petición en la plegaria señala a un Jesús convencido de que Dios, totalmente distinto y superior a sí mismo está muy favorablemente dispuesto a conceder bienes a sus hijos. Jesús compara favorablemente la actitud divina con la de los progenitores humanos: si un padre humano, por malvado que sea, está dispuesto a conceder a su hijo lo que pide, mucho más Dios que es padre de un modo supremo. De nuevo notamos la diferencia entre Dios, él mismo y sus discípulos que Jesús intenta inculcar a los que le siguen y que conduce a una actitud de sencillez y humildad ante Aquél.

La tercera actitud ante la divinidad es la obediencia absoluta. Jesús da por supuesto este extremo. Por ello no debe extrañar que los Evangelios no recojan apenas sentencias de Jesús que hablen de la obediencia debida de la criatura al Creador. Sí afirma Jesús expresamente que “cumplir la voluntad de Dios” es aquello que caracteriza a los que buscan el Reino, por lo que forman parte de la familia espiritual de Jesús. Así, por ejemplo, en Mc 3,31-35:

Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

Es evidente que Jesús distingue entre su voluntad y la de Dios, con el que no pretende asemejarse. Algo parecido ocurre con la sentencia siguiente: en Lc 16,13 Jesús afirma que el aspirante al Reino debe escoger entre servir a Dios o a la Riqueza/Dinero (Mammón):

«Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.»


El obrar de Dios

Como dijimos, para Jesús, creer es fiarse de Dios y tener confianza en el obrar divino, en el pasado, en el presente y en el futuro. En el pasado porque Dios obró la salvación de Israel. Jesús interpreta como cumplimiento –en relación con su persona y su obra- lo que en el pasado era no más que una promesa de salvación: él es simplemente el instrumento de Dios para salvar a Israel.

De nuevo me parece interesante lo que Jacques Schlosser, sacerdote católico, expresa acerca de la actitud general de Jesús y, en particular ante el obrar de Dios. El texto que sigue confirma el “leitmotiv” (motivo guía) que orienta toda esta introducción a nuestro tema la “divinización de Jesús”, mostrar cómo los evangelistas pintan a un Jesús judío, profundamente humano, consciente de su distancia para con la divinidad que no rompe los moldes del judaísmo. Escribe Schlosser:

« Antes de recoger los datos (acerca de la figura de Dios según Jesús en el ámbito de los verbos que tienen a la divinidad como sujeto implícito o explícito de una acción salvadora) y para evitar que la discusión de este tema se meta de antemano en callejones sin salida, importa recordar algunos puntos fundamentales en los que están ordinariamente de acuerdo los exegetas (se sobreentiende que también los católicos): 1. Jesús no vino a fundar una religión nueva. Su misión histórica se dirige a Israel y hasta se limita a Israel. En este sentido van la constitución del grupo de los Doce –que no tiene sentido más que en referencia al pueblo de la doce tribus-, la vida pública de Jesús tal como nos la relatan los Evangelios, así como muchas declaraciones conservadas en la tradición (Mt 10,5-6: “A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel”; Mt 15,24: “Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel»”. 2. Evidentemente Jesús no anuncia un Dios desconocido y radicalmente nuevo. Habla del Único (Mc 12,29) y del Dios de Abrahán. De Isaac y de Jacob (Mc 12,26)” (Schlosser, p. 66). »

Seguiremos con estas interesantes perspectivas. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopiñero.es


Sábado, 3 de Enero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el tema cómo la imagen de Dios según Jesús nos indica la distancia óntica, de esencia, que existe entre él y la divinidad. De acuerdo con Oseas 11,9,

"Yo soy Dios y no un hombre; dentro de ti yo soy santo",

la predicación de Jesús destaca la profunda alteridad de Dios: Dios es otra cosa totalmente distinta del mundo y del hombre.

La diferencia entre "Mi padre que está en los cielos" y la "carne y la sangre" es clara en los evange­lios. Así lo expresa claramente Jesús en la denominada confesión de Pedro de Mt 16,17:

“Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.

Los paralelos de textos judíos anteriores a Jesús como Eclesiástico, o Ben Sira 14,18 y el Libro de las antigüedades bíblicas, de un autor desconocido judío, quizá del siglo I d.C., en 62,2, confirman que “carne y sangre” sirven para distinguir al ser humano en su finitud esencial y Dios, que es radicalmente diferente. En el texto presente Jesús afirma que la confesión mesiánica de Pedro (“Tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo”) no se la revelado ni siquiera Jesús, sino alguien totalmente diferente, el Dios de los cielos

Dios tiene un poder especial. En la controversia sobre la resurrección de los muertos de Mc 12,18-27, Jesús contrapone el poder de Dios al de los hombres incluido el mismo:

“Jesús contestó (a los saduceos que le tendían una trampa afirmando que no existe la resurrección): «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»”.

El pasaje vuelve a destacar la diferencia entre el poder de Jesús, y el de los demás hombres, y el de Dios que otorga la resurrección

Dios posee conocimientos especiales que no tiene, por ejemplo, ni siquiera Jesús. El pasaje más importante es el muy citado Mc 13,32, en el que el Nazareno afirma ante sus discípulos que él mismo no sabe cuándo llegará el fin del mundo:

“Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”.

Otro pasaje interesante es Lc 16,140-15:

“Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios.”

Obsérvese de nuevo la distinción entre Dios y Jesús establecida por él mismo.

Otra cualidad que Jesús atribuye constantemente a Dios es la bondad especial, que contrapone la figura divina a la de él mismo. El pasaje de Mc 10,17 nos parece especialmente interesante:

Se ponía ya Jesús en camino cuando uno corrió a su encuentro y arodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.

En un momento en el que la teología de los evangelistas destaca con cierta claridad su idea de que Jesús es de algún modo divino, tiene especial valor esta distinción –sin duda conservada por la fuerza misma de una tradición que se impone- entre Dios y Jesús hecha por él mismo.

Obsérvese cómo el evangelista Mateo, que copia de Marcos, observa cómo lo que transmite su predecesor es lesivo para la imagen de un Jesús divino y corrige el texto marcano en 19,16-17:

“En esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?». El le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos»”.

Pero todo esto es más o menos normal dentro del judaís­mo que vivió Jesús. La imagen de Dios más peculiar, la que se impone en la enseñanza de Jesús puede percibirse indirectamente a través de las actitudes que Aquél exige del hombre ante Dios. Estas son, principalmente tres y están relacionadas entre sí: la fe, la obediencia y la exigencia de una oración continua.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

Viernes, 2 de Enero 2009
La teología y la literatura apócrifa
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma

Un grupo importante y amplio en el campo de los Apócrifos es el que está constituido por los libros que narran con profusión de detalles la Asunción de la Virgen María al cielo en cuerpo y alma. Una creencia profesada por el mundo cristiano a lo largo de los siglos y que fue solemnemente proclamada como dogma por el papa Pío XII el año 1950. La fe en la Asunción había dado origen a un culto de carácter planetario. Prueba de ello son las catedrales y templos de todas las categorías que adornan los países cristianos. Por la misma razón, la festividad de la Asunción o de la Virgen de agosto es motivo de celebraciones religiosas y sociales, con ferias y fiestas en numerosas localidades de España.

Sobre el tema de la Asunción de la Virgen existe una obra atribuida a San Melitón, obispo de Sardes. Figura en la Patrología Griega de Migne entre las obras espurias de San Melitón. Lleva como título De transitu uirginis Mariae o “Tránsito de la virgen María” (PG 5, 1231-1240) La obra puede ser del siglo IV o V, pero recoge tradiciones de mayor antigüedad, posiblemente de los siglos II-III. Empieza recordando la labor de Leucio, quien presuntamente convivió con los Apóstoles y es considerado como autor de varios de sus Hechos. Dice que va a contar las cosas que oyó de labios de Juan Evangelista. Los datos de sus relatos forman el núcleo de los apócrifos asuncionistas.

Cuenta, por ejemplo, que vino un ángel para anunciar a María que después de tres días le llegaría la hora de su tránsito. La Virgen pidió que vinieran los Apóstoles para acompañarla en el trance. Llegó primero Juan, luego los demás, todos transportados por sendas nubes. Habla de la palma que habría de presidir los funerales y refiere detalles tan nimios como el debate sobre el primero que iniciaría los ritos. Los Apóstoles narran las peripecias de su viaje a petición de María. Siguen luego los detalles de su muerte y de su entierro con la anécdota de la hostilidad de los judíos y el episodio de las manos del príncipe de los sacerdotes que pretendió derribar el féretro. Sus manos se desgajaron de su cuerpo y quedaron colgadas y luego sanadas por los Apóstoles. El mismo Jesús indicó a los Apóstoles el lugar para la sepultura de María en el valle de Josafat. Todos estos detalles vuelven a aparecer en alguno de los apócrifos asuncionistas. Por eso, en opinión de muchos, el Tránsito del Pseudo Melitón puede ser la fuente originaria de muchos de sus datos.

Uno de estos apócrifos más antiguos es el que lleva como título Tratado (logos) de Juan el Teólogo sobre la Dormición (koímēsis) de la santa Madre de Dios. Cuando María recibió el anuncio de su partida inminente, pidió y alcanzó de su Hijo Jesús la gracia de que viniera el apóstol Juan para acompañarla en el trance. Pero fueron congregados también todos los Apóstoles, que llegaron desde los lugares donde ejercían sus ministerios. Los que ya habían muerto, como Andrés, Felipe, Lucas, Simón Cananeo y Tadeo, fueron “despertados de sus sepulcros por el Espíritu Santo” (Libro de San Juan Evangelista sobre la Dormición de la Madre de Dios, XIII). Todos llegaron, incluido Juan, en sendas nubes, que los transportaron hasta la puerta de la habitación donde la Virgen esperaba su tránsito. Como no era para menos, se multiplicaban los milagros de todas clases. Los que estaban aquejados de cualquier dolencia quedaban sanos en cuanto tocaban con sus manos los muros de la casa donde estaba la Virgen María con los apóstoles (Ibid., XVII).

Como las autoridades judías pretendían perseguir a María, que a la sazón residía en Belén, la Señora fue trasladada a Jerusalén con su litera por el mismo medio de transporte que había traído a los Apóstoles. Jesús, según su propia promesa, llegó también para presidir el tránsito de su madre. Él mismo fue quien anunció que el cuerpo de María sería transportado al paraíso.(Ibid., XXXIX). Antes salió de su cuerpo su alma inmaculada. Los Apóstoles depositaron su cadáver en el féretro y lo llevaron al sepulcro, situado en el valle del Cedrón junto al jardín de Getsemaní. Un judío, de nombre Jefonías, se lanzó impetuosamente contra los santos despojos con intención de derribarlos a tierra. Pero un ángel cortó con su espada los dos brazos del osado, que quedaron colgados del féretro. Al ver los judíos el prodigio, alabaron a María proclamándola “Madre de Dios, siempre virgen” (theotóke aeiparthene). En el valle del Cedrón o de Josafat, al lado del huerto de Getsemaní, se levanta todavía un edificio medieval, que la piedad cristiana denomina “Sepulcro de la Virgen”. De allí salieron durante tres días “voces de ángeles invisibles”. Cuando cesaron aquellas voces, todos cayeron en la cuenta de que el cuerpo inmaculado y venerable de María había sido trasladado al Paraíso (Ibid., XLVIII).

Otro apócrifo preclaro sobre la Dormición de María es el que escribió el arzobispo Juan de Tesalónica, que lleva también como epígrafe Dormición de nuestra Señora, Madre de Dios y siempre virgen María. Es un relato pormenorizado de los sucesos que rodearon la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. El tono y el estilo son de carácter homilético. El arzobispo informa del acontecimiento y exhorta a su pueblo a celebrar la fiesta correspondiente. Como sucede en otros apócrifos, el prelado recoge tradiciones mucho más antiguas, que posiblemente se remontan a los tiempos apostólicos. Juan escribe en el siglo VII, pero se sirve de materiales anteriores al IV. Reconoce el arzobispo que “malvados herejes” distorsionaron los escritos originales que es preciso devolver ahora a su primitiva pureza (Libro de Juan de Tesalónica, I) El arzobispo Juan se refiere con naturalidad a la “Madre de Dios, siempre virgen María” (Ibid., II. XIV). Un detalle interesante y exclusivo de este Apócrifo, al margen del Transitus del Pseudo Melitón, es el tema de la palma que debe presidir la ceremonia del entierro y que será causa de grandes y variados prodigios.

Abunda el texto de esta obra en los datos ya conocidos. Entre otros refiere la anécdota del pontífice judío que pretendió arrojar al suelo el cadáver de la Virgen María. Sus manos se desprendieron de los brazos hasta el codo. Pedro resolvió en entuerto. Comunicó al judío el modo de recuperar sus miembros perdidos. Más aún, le dio un ramito de la palma, con el que curó de la ceguera a todos los que habían pretendido profanar y quemar el cuerpo inmaculado de la Señora. Los Apóstoles depositaron el cadáver en un sepulcro excavado en la roca. Pero cuando lo abrieron para venerar a la que había sido “la morada de Cristo Dios”, comprobaron que el cuerpo de María “había sido trasladado a la eterna heredad”. En el sepulcro quedaban solamente los lienzos de la mortaja (Ibid., XIV).

Saludos cordiales y feliz año 2009. Gonzalo del Cerro


Jueves, 1 de Enero 2009

Notas

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema de la “divinización de Jesús”, y como cuestión previa al meollo del tema todos aquellos asuntos que –a partir de un análisis crítico de los Evangelios- nos conducen inexorablemente a pensar que el Jesús que pintan los Evangelistas es un Jesús meramente humano que luego fue divinizado, tras su muerte, en un proceso de reinterpretación. Este proceso casi concluido es el que pintan los evangelistas, pero sin borrar las huellas, recibidas por ellos a través de la tradición, de que Jesús era un mero ser humano, aunque extraordinario.

Hasta el momento hemos tratado:

· De cuestiones previas sobre la “religión de Jesús” que apuntan hacia una imagen de Jesús como un piadoso judío que no rompió los marcos de la religión y del judaísmo de su tiempo

· Sobre si Jesús se proclamó a sí mismo, o no, hijo de Dios, auténtico y real

Nos quedan aún por tratar –antes de tratar del proceso en sí de la divinización de Jesús- los temas siguientes:

·¿Implica el mesianismo de Jesús el que éste se considerara divino?

· La denominación de Jesús como “Hijo del Hombre”, ¿implica que Jesús fuera hijo de Dios auténtico?

· La idea, o concepción que Jesús tenía del Dios de Israel, implicaba que el se considerara igual en esencia a ese Dios?

Un comentario a las obras de Jacques Schlosser, El Dios de Jesús, Sígueme, Salamanca, 1995 y el apartado sobre el mismo tema de la obra más general de G. Vermes, La religión de Jesús el judío, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1995, nos servirá de pauta para desarrollar este tema, en donde deseo insistir en la faceta de Jesús como ser humano que se dirige modestamente a su Dios, y con todas las apariencias de no sentirse en modo alguno igual a Él.

1. ¿Cómo nombraba Jesús a Dios?

Salvo un aspecto que comentaremos más tarde (el empleo de Abba, para designar al Padre) Jesús designa a Dios sin salirse de las costumbres judías usuales de su tiempo. Así lo llama

· "Poder":

El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.» (Mc 14,61-62)


O también “Gran Rey”:

Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo , porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén , porque es la ciudad del gran rey (Mt 5,34-35)


O también el Altísimo siguiendo igualmente la tradición:

Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos (Lc 6,35)

Aunque en general los comentaristas piensan que esta designación no proviene de Jesús, sino que es un añadido de Lucas. Éste, en efecto, no le gusta repetir términos, y cambia el término “Padre” (que aparece en el pasaje paralelo de Mateo 5,45) por el del “Altísimo”, poco repetido.

Parece que quizás Jesús designaba indirectamente a Dios con el término "Cielo", sobre todo cuando en vez de hablar del “Reino de Dios”, es posible que lo cambiara por “reino de los cielos” por respeto a la divinidad, para evitar usar su nombre no sólo en vano, sino en cualquier circunstancia. Sin embargo, también aquí ve la mayoría de los exegetas la mano de los evangelistas que buscan variar entre “reino de Dios/ reino de los cielos”.

Quedan dos pasajes sin embargo, que suelen considerarse auténticos de Jesús. El primero de Mc 11,29-30 en la disputa sobre los poderes de Jesús. Éste no responde directamente sino que formula una contrapregunta :

Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.»

Aquí se puede suponer con razón que “cielo” es una manera de designar humildemente a Dios . Lo mismo ocurre en la parábola del hijo pródigo ce Lc 15: el hijo menor, arrepentido, le dice a su padre: “He pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15,18.21).

Al igual que otros personajes de su época, también Jesús utiliza la perífrasis para nombrar a Dios, denominándole "el Creador", "el que habita en el Templo/ está sobre el altar"/ el que se sienta en el trono". Los pasajes pertinentes son los siguientes:

Mt 19,4:

“¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?”. Jesús les respondió: “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio los hizo varón y hembra y que dijo: Por eso dejará el hombre…”

Mt 23,21-22:

“Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él.

Conclusión provisional a partir de los textos presentados

De estos pasajes obtenemos la impresión de que Jesús actúa como un ser humano, respetuoso, deferente con Dios y de ningún modo alcanzamos la impresión de que se considerara igual al Dios al que invocaba de ese modo.

Continuaremos con el tema “Cuáles son las líneas generales del dibujo de la figura de Dios por parte de Jesús”.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Miércoles, 31 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Se ha discutido si Pablo siguió la enseñanza superior griega recibiendo una formación en los autores clásicos. Esto no parece verosímil en el seno de una familia de estricta observancia judía, pues suponía cultivar en exceso una literatura que proclamaba la existencia y alabanza de unos dioses falsos y amorales, contrarios al Dios único, como los representados en Homero y en los mitos de la tragedia.

A decir verdad, no se encuentran en las cartas del Apóstol especiales alusiones a poetas u otros literatos, como ocurre con cristianos posteriores. La lengua de Homero y de los trágicos le es tan desconocida como la imitación expresa de los rétores antiguos y del purismo ático clasicista.

Tampoco parece que los versos clásicos imitados por los judíos (por ejemplo los falsos “Oráculos Sibilinos”) no parecen haber influido en él” (M. Hengel, 185). En sus cartas sólo se hallan máximas o lugares comunes de la sabiduría popular y de los filósofos y dramaturgos popularizados.

Incluso cuando parece citar a Menandro (Tais, 218 = 1 Cor 15,33: “ No os engañéis: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres.»”), probablemente no hace otra cosa que repetir un tópico literario convertido ya en refrán (se puede citar el dicho “La religión es el opio del pueblo”, sin haber leído nada de Karl Marx).

De cualquier modo, Pablo da la impresión en sus cartas de ser poco receptivo a los modelo generales de la cultura griega. Si lo comparamos con Filón de Alejandría se notará la diferencia: Pablo es el polo opuesto, porque no tratar de acentuar las semejanzas entre el helenismo y Cristo, sino la superación por parte de éste de toda la sabiduría griega.

Parece que el modo de expresarse de Pablo estuvo sujeto a crítica en algún momento, como parece indicar 2 Cor 10,10:

« Porque se dice que las cartas son severas y fuertes, mientras que la presencia del cuerpo es pobre y la palabra despreciable. »

Sí es cierto que Pablo conoce y emplea los tipos y modos corrientes de la composición de cartas en época helenística, denominada técnica de la “epistolografía”, y que domina los recursos usuales de la retórica griega básica. En sus cartas se nota el influjo de esquemas propios de la retórica exhortativa, de la forense o judicial, de la epidíctica o demostrativa y de la “diatriba” o discusión filosófica estoico-cínica.

Quizá todo ello fuera producto de una escuela esmerada. Los estudiosos han formulado atinadas observaciones para la comprensión de Pablo a partir de un conocimiento de sus modos retóricos. También es cierto que Pablo debía de conocer los fundamentos de la religión pagana en general, en especial de las religiones de misterios, y tener alguna idea de las escuelas filosóficas en boga en sus días, estoicos, cínicos y epicúreos, porque parece enfrentar conscientemente su mensaje sobre Jesús al de las religiones paganas y a algunas ideas de estos filósofos.

Pero el corpus literario que Pablo conoce y utiliza con pasión y técnica es la traducción judía de la Biblia al griego (llamada de los LXX). Así lo prueba no sólo el abundante uso de ella en sus citas, sino también el propio vocabulario paulino. No es una exageración afirmar que el trasfondo cultural más importante en Pablo es la versión griega de la Biblia. El Apóstol supone en general que sus lectores paganos o judíos están familiarizados con esta versión. Y no es de extrañar, ya que la mayoría de sus conversos desde la gentilidad eran “temerosos de Dios”, amigos y simpatizantes del judaísmo que conocían bien la Biblia.

Lucas por su parte (Hch 22,3) nos dice que Pablo había recibido educación judía superior –aprender las Escrituras de memoria y avezarse en las discusiones de los maestros sobre ella y la tradición— en Jerusalén en el grupo de discípulos del famoso rabino Gamaliel.

Hengel amplia esta noticia afirmando que toda esta formación griega la pudo recibir Pablo en Jerusalén (pp. 256ss). En efecto, la capital de Judea era el centro espiritual y la residencia de muchos judíos de la Diáspora que hablaban casi exclusivamente griego, que entendían el hebreo y el arameo naturalmente, pero sólo para “defenderse” o “salir del paso”.

Recordemos por lo ya dicho (en notas posteriores ampliaremos esta sección, de la que ahora ofrecemos sólo la “vista de pájaro”) que se duda de si este dato es verdadero, y sobre todo de la afirmación de Hch 9,27-30 (donde se afirma que poco después de “convertirse” Pablo fue conducido por Bernabé a Jerusalén para ser presentado ante los apóstoles), ya que en su Carta a los gálatas (1,22) afirma el Apóstol ya “convertido” que las iglesias de Judea no le conocían personalmente.

Este hecho es difícil de conciliar con una larga estancia en Jerusalén como estudiante, fariseo activo y participante en la lapidación de Esteban y sobre todo con una presencia en Jerusalén “yendo y viniendo por la zona y predicando con valor el nombre del Señor”. Sí parece absolutamente cierto que Pablo tuvo una buena formación farisea, sea cual hubiere sido su maestro. Esta formación se deduce entre otras razones por el modo cómo maneja la Biblia, cómo argumenta a partir de ella y cómo la interpreta. Pablo actúa más o menos –también aquí hay estudiosos que sostienen la opinión contraria, como Hyam Maccoby (también deberemos dedicarle un cierto tiempo en su momento)- como los rabinos de su tiempo.

Seguiremos. Seguro que al final el lector podrá formarse una idea personal de todo este tema del “Pablo precristiano” ayudado por la síntesis que ofreceremos por nuestra parte.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Martes, 30 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero


Quisiera ampliar, en alguna que otra nota más, los argumentos de Martin Hengel citados en extracto ya –antes de criticar su posición- por mor de la objetividad científica necesaria.


1. La extracción social de Pablo


Desde los trabajos de un famoso historiador británico -W.M. Ramsay, sobre todo en su obra Paul, the Traveller and the Roman Citizen, Londres 101908, p. 34- se ha afirmado muchas veces que Pablo procedía de una familia rica, y que por eso pudo ir a estudiar a Jerusalén. La cuestión queda muy oscura, sin embargo, por falta de fuentes fiables. Aquí sólo pueden hacerse suposiciones. ÇAsí pues, no podemos saber si Pablo era de familia de clase media, baja o elevada. Desde luego, su oficio no era propio de nobles.

Poco se puede deducir del oficio de Pablo “constructor de tiendas” (skenopoiós en griego) según Hch 18,3, ya que artesanos pueden ser ricos o pobres teniendo el mismo oficio (compárese con un fontanero de hoy día). Tampoco sabemos cuando aprendió ese oficio. El constructor de tiendas hacía también toda clase de trabajos en cuero, no sólo, en saco o arpillera, por lo que se le podía denominar también “guarnicionero”. Tener ese oficio tampoco indicaba en el Imperio Romano si el que lo tenía era esclavo, libre o liberto. Si Pablo era ciudadano romano, era libre. En ese caso, un oficio de esa clase le proporcionaba una cierta libertad. Era su propio empresario.

Sabemos (lo indica claramente el investigador alemán J. Jeremias en su obra, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid, 1982) que en el siglo II los rabinos, que eran fundamentalmente fariseos, exigían que los hijos de los rabinos aprendieran un oficio, aunque quisieran luego dedicarse a estudiar y enseñar la Ley como sus padres. El oficio les daba con qué comer y sustentar la familia. el resto de su tiempo lo dedicaban en exclusiva al estudio de la ley de Moisés.

Aunque los fariseos eran en Judea más bien contrarios a los aristócratas y más cercanos al pueblo, por tanto de una clase social media o baja, no sabemos si los fariseos –como la familia de Pablo- eran también de clase media o baja.

2. La educación de Pablo en la escuela básica y superior

Hengel insiste en que la lengua materna de Pablo era el griego, y que la aprendió en su casa de Tarso, en donde se hablaba muy bien la lengua helénica ya que esta ciudad era especialmente conocida como “una metrópolis espiritual”, muy amante de la filosofía, de las artes y de las letras. Si hubiera querido, la familia de Pablo podría haber dado a su hijo.

Así pues, es muy probable que Pablo tuviera el griego como lengua materna, pero según Hch 21,40; 22,2; 26,14 hablaba también arameo y hebreo. Por sus cartas se ve que manejaba con notable soltura la lengua griega, y que era capaz incluso de crear neologismos o de otorgar nuevas acepciones a términos antiguos para expresar sus ideas. Su griego, aunque de notable potencia literaria y retórica, es de un sabor extraño para aquellos que conocen sobre todo, o mejor exclusivamente, el griego clásico, ya que tiene continuas reminiscencias judías. Probablemente se debe este sabor semitizante a su formación judía en la Biblia griega –la cual conocía, se supone, casi de memoria. Este lenguaje religioso tiñe el suyo propio cuando trata de temas religiosos. Tarso como tal, o bien no desempeñó ningún gran papel en la formación de Pablo o bien éste lo oculta.

Debe suponerse, sin embargo, que su ciudad natal desempeñó alguna función en su formación como niño y como joven. Allí Pablo hubo de tener la posibilidad de entrar en contacto con la educación griega de la época imperial y ver la multiplicad de creencias religiosas de sus gentes, la variedad de dioses, la mitología que se había formado en su torno. No parece posible que la atmósfera cultural de una ciudad en la que, según Estrabón y como indicamos más arriba, sus habitantes tenían tal interés por la filosofía y por la educación en general que la ciudad aventajaba en ello incluso a Alejandría, Atenas y otras villas importantes (Geografía XIV 5,13).

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Lunes, 29 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

La norma metodológica que adopta M. Hengel es sana en sí misma: no hay que dudar de lo que afirma Lucas sobre Pablo de Tarso en sus Hechos, salvo que sea absolutamente necesario. La clave de bóveda de la argumentación subsiguiente es sencilla: de Filipenses 3,5 sabemos, por propia boca de Pablo, que él es "hebreo, hijo de hebreos" y, según la observancia de la Ley, de la secta "farisea".

• Eso significa, en primer lugar, que la familia de Pablo es puramente judía -aunque fuera residente en Tarso de Cilicia, zona totalmente helenizada-, y con lazos afectivos con la metrópoli, Jerusalén, muy grandes.

• En segundo: dada las características de la piedad farisea y sus exigencias, vivir conforme a tales normas era prácticamente imposible fuera de la Palestina judía. Luego hubo de practicarlas en Jerusalén.

• Puesto que, además, apenas se sabe nada de una actividad de escuela farisaica en el exilio, sólo Jerusalén entra en consideración. Si Pablo era fariseo sólo pudo ejercitarse como tal en Jerusalén. En la Diáspora no tenemos noticias de que hubiera fariseos.

Con estos datos casa muy bien -según Hengel- los que proporcionan los siguientes pasajes de los Hechos lucanos: 22,3-5; 26,4s y 23,6.

Los textos son los siguientes:

Hch 22,3-5:

«Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy. Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres, como puede atestiguármelo el Sumo Sacerdote y todo el Consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados.


Hch 23,6:

Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y la otra fariseos, gritó en medio del Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; por esperar la resurrección de los muertos se me juzga.»


Hch 26,4-7:

«Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén. Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión. Y si ahora estoy aquí procesado es por la esperanza que tengo en la Promesa hecha por Dios a nuestros padres, cuyo cumplimiento están esperando nuestras doce tribus en el culto que asiduamente, noche y día, rinden a Dios. Por esta esperanza, oh rey, soy acusado por los judíos.


Por último, sobre su actividad de perseguidor de la iglesia jerusalemita, -según los mismos Hechos 8,3ss- el texto de Gál 1 nada afirma ni en favor ni en contra de esta acción de Pablo como enemigo de la Iglesia primitiva en Jerusalén.

He aquí el pasaje en cuestión (Gál 1,11-24) :


Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres.

Mas, cuando Aquel que me separó = desde el seno de mi madre = y me = llamó = por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor. Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento. Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia; pero personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir». Y glorificaban a Dios a causa de mí.


En concreto el texto de Gál 1,22:

"Personalmente, (griego: katà prósopon), era desconocido de las iglesias de Judea",

se refiere a la Palestina judía en general y nada dice de la capital. Por muy pequeño que fuera el país es imposible conocer katà prósopon a la gente.

Por último, el pasaje de Rom 15,19b da a entender que el punto de partida de la actividad misionera de Pablo es Jerusalén, no Damasco, Siria en general o Arabia, lo que se halla de acuerdo en los datos de Hch 9,28ss.

He aquí el texto de Rom 15,19-21:

En virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios, tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo; teniendo así, como punto de honra, no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, antes bien, como dice la Escritura: = Los que ningún anuncio recibieron de él, le verán, y los que nada oyeron, comprenderán.

Y finalmente Hch 9,26-30:

Llegó (Pablo) a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé le tomó y le presentó a los apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús. Andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor. Hablaba también y discutía con los helenistas; pero éstos intentaban matarle. Los hermanos, al saberlo, le llevaron a Cesarea y le hicieron marchar a Tarso.

Seguiremos con este interesante tema. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Sábado, 27 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Tenemos que profundizar un tanto en la imagen de Pablo compuesta por el autor de los Hechos de los apóstoles para luego interpretarla a la luz de lo que dice Pablo de sí mismo

Nos valemos de la imagen lucana de Pablo en los Hechos tal como la presenta el investigador Martin Hengel en su obra Der vorchristliche Paulus (“El Pablo precristiano”, que hemos citado al completo en nuestra nota numerada como 3-01)y que en su debido momento debemos someter a la crítica


La tesis central de esta obra es la siguiente: En lo que respecta al lugar de nacimiento, niñez, ámbito de educación primaria y superior, afiliación al partido fariseo y motivos de la persecución anticristiana de Pablo el texto de Lucas en los Hechos de los Apóstoles es sustancialmente digno de crédito.

La aparente contradicción entre la segunda parte de la segunda obra lucana y los datos proporcionados por las cartas auténticas, en especial Gál 1,13ss, se resuelve positivamente en un cuadro creíble por medio de una buena exégesis y la apelación a datos históricos proporcionados por el contexto. La fundamental veracidad histórica de Lucas -tan impugnada por la crítica liberal protestante y los adeptos de Escuela de la Historia de las Religiones queda así vindicada. Con ello, también, se aclaran los puntos obscuros de los primeros años de la vida y obra del fundador de la teología cristiana, Pablo de Tarso.

La imagen del Apóstol según Lucas/Hechos


Pablo nace en Tarso, hijo de una familia judía muy ortodoxa, grecoparlante, que mantiene fuertes lazos con la metrópoli, Jerusalén. El conjunto familiar ha adquirido la ciudadanía romana probable¬mente como resultado de un proceso de esclavitud, deportación a Asia Menor y posterior manumisión del cabeza de familia desde épocas de la intervención de Pompeyo el Grande en Judea/Palestina (63 a.C.).

La educación de Pablo en Tarso de Cilicia, su ciudad natal, es sólo la propia de la escuela primaria greco-judía. Pasada la pubertad, es enviado por su familia a Jerusalén (allí habita una tía suya, Hechos, 23,16) se afilia al partido fariseo y se forma en el estudio de la Ley a los pies de Gamaliel.

Esta instrucción en la ley mosaica, aunque ortodoxamente judía y farisea, tuvo lugar tanto en griego como en hebreo-arameo, ya que Jerusalén era una ciudad prácticamente bilingüe. Estos estudios hicieron de Pablo, entre los 25 y 30 años, un joven "sabio y docto en la Ley", capaz de ejercer su enseñanza entre los judíos de la diáspora, grecoparlantes, que se han asentado en Jerusalén y que mantienen en la ciudad santa sus propias sinagogas.

Esta trayectoria vital proporcionó al futuro apóstol una formación técnica "rabínica" (el término es cronológicamente inapropiado, puesto que no hay "rabinos" propiamente hasta después del año 90, pero indica con precisión que se trata de una educación y de un tenor de vida cuyo centro es la Torá, o “Ley de Moisés”), y lo hizo un fanático "celador de la Ley". Cuando surgieron ciertos problemas teológicos en el seno de esas sinagogas helenísticas, provocados por los adeptos judíos helenistas de Jesús, un pretendiente mesiánico reciente¬mente crucificado, Pablo intervino en las disputas contra ellos, aunque de modo secundario.

Poco tiempo después, tiene lugar el primer pogrom contra esos judeocristianos y es lapidado su jefe, Esteban. Pablo está de acuerdo con el hecho. Se produce una rápida dispersión de estos "judíos helenistas nazarenos" hacia Samaría y Damasco donde continúan su actividad proselitista. Esto irrita a Pablo, y su celo por la Ley le convierte más directamente en perseguidor violento de las comunidades "nazarenas" (cristianas) de Jerusalén. No contento con ello, pide y obtiene del Sumo Sacerdote permiso para trasladarse a las sinagogas de Damasco y continuar allí con su represión violenta contra ese grupo de disidentes teológicos que proclamaban como mesías a un crucificado.

Las razones de su actividad como perseguidor eran su rechazo a las nuevas orientaciones teológicas de esos "nazarenos" que implicaban una crítica a la función salvífica de la Ley de Moisés, al papel del Templo como lugar preeminente de la presencia divina y una concepción diversa de la misión del profeta-mesías Jesús en un nuevo esquema de salvación.

En el camino de Damasco tiene lugar la famosa visión del Resucitado y la conversión de Pablo. Toda su formación farisea anterior sufre un profundo cambio de valores, pero ella sigue siendo la sustancia de su pensamiento. Ella le vale como transfondo absoluto y único para interpretar y predicar desde ese momento en adelante su manera de entender el "evangelio", la teología de la cruz, la justificación del impío por la fe y la nueva función de la ley mosaica en la historia de la salvación.

Seguiremos el próximo día con otros argumentos con los que refuerza M. Hengel su apoyo a la versión de Lucas/Hechos sobre la figura del Pablo precristiano.

Por mi parte, en notas sucesivas, y para responder a la cuestión ¿Cómo era realmente Pablo de Tarso antes de hacerse cristiano?, quiero exponer mi respuesta por medio de la crítica del único libro que conozco que trata con solvencia este tema, que es el de Martin Hengel.

Saludos cordiales de Antonio Piñero


Viernes, 26 de Diciembre 2008
La teología en la literatura apócrifa (I)
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La perpetua virginidad de María en la literatura apócrifa

Una de las denominaciones más conocidas y utilizadas en el mundo cristiano para referirse a la madre de Jesús es la de “la Virgen”, sin otras calificaciones ni añadidos. La madre de Jesús, la que lo concibió y lo dio a luz, la que le dedicó las atenciones maternales fue María, la Virgen. Dos términos gramaticales, sujeto y predicado, madre y virgen, naturalmente irreconciliables, como muy bien comentaban las comadronas que fueron testigos del nacimiento de Jesús en la gruta de Belén. Porque María, según el texto de los evangelios apócrifos, fue virgen no solamente antes de su maternidad, sino siempre. En los apócrifos se acuña la adjetivación de la aeiparthénos, la semper uirgo, la siempre virgen.

Una expresión recurrente en la fe de la Iglesia habla de María como “Virgen antes del parto, en el parto y después del parto”, una fórmula que empezó a usarse desde el Concilio III de Constantinopla, VI de los ecuménicos, celebrado el año 680. A partir de entonces, Padres y Concilios hablan ya sistemáticamente de la semper uirgo. Podemos recordar la fe de Trento, que no sólo hablaba de la “siempre Virgen”, sino que se expresaba en estos términos: “La Virgen María persistió siempre en la integridad de su virginidad, a saber, antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto”. Estas palabras llevan luego el eco de la autoridad eclesiástica que exige y avisa de la obligación de admitirlas como doctrina de la Iglesia (Cf. Denzinger, Enchiridion symbolorum, 993). Pero la idea, tanto en su forma como en su contenido es deudora del texto de los apócrifos.

Los evangelios canónicos son más bien parcos en noticias sobre la virginidad de María. La intención de Mateo en su narración de la concepción de Jesús parece ser la de dejar patente que dicha concepción era obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón (Mt 1, 18-25). Pero faltan datos para completar la doctrina de una virginidad perpetua persistente antes, durante y después del parto. La objeción de María al ángel de la Anunciación parecía suponer un propósito de virginidad perpetua. Pero no es fácil deducirlo del sentido literal de los textos. Además, los evangelios canónicos tienen referencias a los hermanos de Jesús (Mt 12, 47s par.), que fueron la ocasión, o el pretexto, para provocar dudas sobre la virginidad perpetua de María. Como aseguran los apócrifos, la perpetua virginidad era en María un proyecto vital desde los inicios de su permanencia en el templo del Señor.

Son, por lo tanto, los Evangelios Apócrifos los que disipan toda sombra de duda en este sentido. En el Protoevangelio de Santiago, no posterior al siglo IV, se refiere la sorpresa de la comadrona que constató el hecho de que María había dado a luz sin menoscabo de su virginidad (Protoev. de Sant., XIX 3). Una compañera, de nombre Salomé, oyó contar lo sucedido y se negaba a admitir los hechos mientras no lo comprobara experimentalmente. Y así lo hizo introduciendo “su dedo en la naturaleza de María”. Su mano quedó carbonizada, aunque luego milagrosamente curada (Ibid., XX 1).

Otro apócrifo, el Evangelio del Pseudo Mateo, obra del siglo VI, cuenta de la reacción de María cuando tuvo conocimiento de que el sacerdote Abiatar pretendía que contrajera matrimonio con su hijo. María respondió: “No es posible que yo conozca varón o que varón me conozca a mí” (Evang. del Ps. Mateo, VII 1). La virginidad, pues, era en efecto un proyecto de vida en el caso de María. Lo que ratifica con solemnidad concluyendo con un sentido alegato: Hoc statui in corde meo ut uirum penitus non cognoscam (“Esto he decidido en mi corazón, que no conoceré varón en absoluto” (Ibid., VII 2). Ciertas variantes hacen decir a María: “Yo serviré y veneraré a Dios en castidad perpetua”. Y añade que había ofrecido a Dios su virginidad desde la infancia.

Este mismo evangelio refiere el caso de las dos comadronas, Zelomí y Salomé, que fueron testigos cualificadas del parto virginal de María. Zelomí fue la que acuñó la frase, que luego sirvió de revestimiento literario al dogma. Consciente de las maravillas cumplidas en el nacimiento de Jesús, dio su versión, tanto técnica como experimental, que concluía con una fórmula lapidaria: Uirgo concepit, uirgo peperit, uirgo permansit (“Virgen concibió, virgen dio a luz, virgen permaneció”). Era lo mismo que más tarde quedó cristalizado en la frase “antes del parto, en el parto, después del parto”. Su compañera Salomé, como ya hemos visto en el Protoevangelio de Santiago, quiso comprobar el prodigio y sufrió el correspondiente castigo por su incredulidad. Pero curada por el niño Jesús, se convirtió en pregonera de las “maravillas de Dios” (Ibid., XIII 4-5).

Otro apócrifo, el que lleva como epígrafe Libro de la Infancia del Salvador abunda en los mismos detalles, conocidos solamente por la literatura apócrifa. Este libro, de origen tardío, recoge según el punto de vista de los eruditos, tradiciones que podrían remontarse al siglo II. Entre ellas, están las que hacen referencia al nacimiento de Jesús. Otra comadrona, de nombre Zaquel, llegó a la gruta de Belén conducida por Simeón, uno de los hijos de José. Su asistencia se redujo a comprobar el milagro de un parto sorprendente, ante el que el mundo entero se detuvo como en un pasmo planetario. La comadrona certificaba que aquello había sido un parto indoloro. La madre, protagonista del suceso, seguía siendo virgen (Libro de la Infancia del Salvador, 65-76). Era natural que la creación entera quedara inmóvil y silenciosa ante lo desconocido, que no tenía otra explicación que la presencia del poder de Dios.

La doctrina tiene sus ecos tanto en la teología como en la tradición popular. Pero lo que debemos tener claro es que en la base del dogma están los relatos apócrifos. Y aunque la denominación de apócrifo y dogmático resulte un tanto paradójica, la realidad está ahí como “hechos contra los que nada tienen que hacer los argumentos” (contra facta non valent argumenta).

Saludos cordialdes y Felicdes Pascuas. Gonzalo del Cerro
Jueves, 25 de Diciembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos el tema de la fiabilidad de Lucas como historiador

Muchos investigadores se asombran de que Lucas dibuje una imagen de Pablo que se parece más al ideal misionero de los adversarios del Apóstol en 2 Corintios –que si seguimos con esta serie llegaremos un día a explicarla y aclararla desde el punto de vista de la historia y de la filología- que a lo descrito por Pablo mismo.

Además, opinan los investigadores, la teología “paulina” del Pablo de Hechos no es paulina. Otros destacan cómo Lucas distorsiona la presentación de los personajes y de la trama interna de la historia, aunque sea fiel en los detalles pequeños. Precisamente esta fidelidad pretendida en lo mínimo –dicen— le autoriza a manipular lo importante.

Parece razonable la duda al menos sobre la veracidad histórica de Lucas-Hechos. Se puede pensar que Lucas, como escritor de la tercera generación cristiana, no es sólo un historiador sino un apologeta y propagandista de su religión, el defensor de una fe ya consolidada que abraza con toda convicción.

La tendencia de Lucas a mostrar la historia de la Iglesia en la mejor de las luces posibles le lleva a dibujar en su obra un cuadro casi idílico, una “edad dorada de la Iglesia” en la que no hay fricciones notables dentro del cristianismo primitivo. Incluso las dos “facciones” de la Iglesia, herederas de hebraístas y helenistas (véase los capítulos 6 y siguientes de los Hechos), llegan sin problemas a un acuerdo en lo fundamental en el “Concilio de Jerusalén” y sus diferencias eran más bien sociales: problemas respecto al cuidado de las viudas (6,1).

Todos estos rasgos contienen mucho de valoración subjetiva, voluntariosa y cándida que tiñe la exposición objetiva de los hechos. Comenta críticamente Philip Vielhauer que Lucas al obrar así no cumple con los condicionantes exigidos por la historiografía antigua, ya que muestra claramente unas tendencias que son más propias del teólogo que del historiador:


« Lucas no puede compararse a Flavio Josefo, a Plutarco, Suetonio e incumple las normas de Luciano sobre cómo escribir historia (Historia de la literatura cristiana primitiva, Sígueme, Salamanca, 1991, 395). »

Otros investigadores, sin embargo, ensalzan en diversos estudios detalles de los Hechos que revelan gran exactitud histórica. Insisten en que no debe medirse a Lucas con el rasero de la historiografía moderna, y se indica que los presuntos errores se deben sobre todo a que Lucas es un historiador que sintetiza en su obra un gran lapso de tiempo, por lo que ha de ser muy selectivo cronológica y geográficamente, es decir ha de elegir qué hechos decide contar y los ámbitos o ciudades que, según él, desempeñaron un papel importante. Otros datos los omite. He aquí el juicio conclusivo sobre el valor histórico ambivalente de la obra de Lucas de un estudioso que intenta representar un sentir también difundido en la investigación de hoy:

« Dado que no era un testigo ocular de lo que narra y de que es muy selectivo, el autor de los Hechos alcanza cotas altas de exactitud histórica en las diferentes secciones de su libro. Aunque el autor escribió más en un estilo bíblico que en el clásico de los historiadores, no es absurdo pensar que podría haber sido un candidato apropiado a miembro de la fraternidad de los historiadores helenísticos, aunque nunca sería elegido presidente de la sociedad. De cualquier modo, al evaluar a Lucas como historiador es digno de recordarse que el autor nunca llamó evangelio a su Evangelio y nunca denominó a sus Hechos historia. Pensó que ambos eran una diégesis, “narra¬ción”. En los Hechos tal narración tiene el fin primario de proporcionar seguridad a los creyentes (Lc 1,4) y fortalecer su perspectiva teológica. Por ello, cualquier tipo de historia que se nos haya conservado en los Hechos está puesta al servicio de la teología y de la predicación pastoral (Raymond E. Brown, Introducción al Nuevo Testamento, Trotta, Madrid, 2002, 429). »

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Miércoles, 24 de Diciembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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