CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con nuestro comentario breve a pasajes propios del Evangelio de Lucas interesantes para nuestro tema del Dios de Jesús / Un Jesús humano. El texto es el siguiente:

« No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino (Lc 12,32) »

Este pasaje se halla dentro de la unidad Lc 12, 22-32, cuyo tema general es “Sobre las preocupaciones cotidianas y el cuidad de los fieles por parte de Dios”, cuyo paralelo sería Mt 6,25-34. Pero en este texto de Mateo (ni tampoco en Marcos) no se halla nada parecido a lo que Lucas pone en labios de Jesús. Por tanto: es material propio de Lucas.

Una primera observación: cuando nos encontramos con un material exclusivo de un evangelista, observamos que los críticos adoptan una posición prudente: se resisten en líneas generales a atribuir el dicho –o el hecho que sea- al Jesús histórico precisamente porque sólo aparece en un evangelio. Carece de lo que se llama “atestiguación múltiple e independiente”, que es una primera garantía de autenticidad histórica. Por tanto, o se ofrecen buenas razones en pro de la historicidad, o en principio la postura ante un pasaje solitario es de prudencia.

Ahora bien, considerado en sí mismo, este dicho de Jesús no contiene nada que no pueda pertenecer a la imagen del Jesús histórico conseguida por medio de otras vías de análisis. Se trata de un oráculo de consuelo y de salvación, que Jesús –como profeta que era- manifiesta a sus discípulos, un grupo pequeño en comparación con la población de Israel y del mundo de la época, en nombre de Dios. Se sobreentiende que si los discípulos perseveran, Dios les concederá junto con la entrada en el Reino una serie de bienes terrenales y espirituales.

Este tipo de oráculos de salvación se encuentra a menudo en el profeta Isaías, y es sabido que a Jesús le gustaba especialmente este profeta, como se deduce indirectamente, entre otros pasajes, de Mc 1,2-3: “Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” y, directamente, (si el núcleo del pasaje es histórico, de Lc 4,17-21 (“Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor sobre mí […] Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”).

Por tanto, esta imagen de Dios que transmite este dicho entra bien dentro de la presentación de Jesús como Padre, ya que pone el acento en la soberanía, la bondad y la benevolencia divinas para los que oyen el mensaje del Reino: típico de Jesús.

Pero la defensa plena de la historicidad de esta sentencia es difícil. A lo dicho sobre el “criterio de semejanza” (encaja bien con lo que sabemos de Jesús por otros lados) debe añadirse que este dicho recogido por Lucas tiene paralelos, probablemente históricos al menos en su núcleo, en Lc 6,20 (“Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”) y en Mc 10,14 (“Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios”).

De cualquier modo, el pasaje nada dice, una vez más, de la filiación divina especial, real, óntica de Jesús. No se debe “sacar punta” alguna al hecho de que en esta sentencia Jesús diga “vuestro Padre” como si lo contrapusiera a “mi Padre”. Ya lo dijimos en otra ocasión: el “vuestro” está exigido por el contexto y deducir de ello “un sentimiento especial de filiación por parte de Jesús” es totalmente exagerado.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Martes, 20 de Enero 2009


Hoy escribe Antonio Piñero

Deseo comentar brevemente varios textos del Evangelio de Lucas, que los críticos suelen poner aparte como pertenecientes al material propio que presenta este evangelista, pasajes interesantes para nuestro propósito de dibujar el Dios de Jesús.

El primero es:

« Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lc 22, 28-30). »

Este pasaje debe compararse con otro, semiparalelo, del Evangelio de Mateo:

« Jesús les dijo: “Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28). »

Pocos comentaristas serios, por no decir ninguno, atribuye al Jesús histórico el primer pasaje, sino a la mano del evangelista. Es decir, Lucas ha remodelado conscientemente un dicho atribuido a Jesús, recogido por su cuenta por Mateo.

Se duda también, a pesar del parecido entre Mt y Lc que este “dicho” se encontrara tal cual en la llamada “Fuente Q”, ya que las diferencias entre los dos evangelistas es notable en la primera parte.

Las razones para defender la reelaboración por parte de Lucas son varias:

• Por la mayoría de otros textos evangélicos, sabemos que Jesús no se atribuye a sí mismo la “disposición” del reino de Dios; tal disposición es siempre obra del Padre; Jesús tampoco se atribuye la expresión “mi reino”, sino que habla de “reino de Dios” o “de los cielos”.

• El versículo en Lucas presenta rasgos de vocabulario y estilo propios de la redacción de Lucas (naturalmente, la valoración de estos rasgos sólo puede hacerse en griego; en esa lengua pueden hacerse estadísticas precisas de vocabulario y estilo, que se pierden en las traducciones). Por ello el argumento aparece como más débil, o menos llamativo en las versiones al español. Éstos rasgos se concentran al principio del “dicho”: “yo por mi parte” (griego kaì egó contraído en kagó, típico de Lucas); “Os dispongo” (uso del verbo griego diatíthemi, típico también de Lucas).

• Es difícil imaginar que un pasaje de un contenido de teología cristológica tan elevada (Jesús igual a Dios Padre, puesto que “dispone” del reino como Él; el reino es también suyo) habría sido omitido por el evangelista Mateo si lo hubiera encontrado en su fuente. Por tanto, es verosímil, que no estuviera en la “Fuente Q” tal cual parece en Lucas.

• Esa misma orientación teológica tiene mejor explicación en la teología de la Iglesia primitiva que como un “dicho” del rabino judío que es Jesús, que se considera mero heraldo del reino de Dios, no como alguien que dispone de él. (Dejamos para otro momento –cuando nos toque tratar del tema si las sentencias sobre el “Hijo del hombre” pueden o no, todas, atribuirse al Jesús histórico y si implican o no un concepto por parte de Jesús de filiación divina real- el pasaje del evangelista Mateo, que exige un comentario aparte).


El segundo texto de Lucas es 2,48-49:

« Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» 49 El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? »

Este texto pertenece a la historia del “niño perdido y hallado en el Templo”, que a su vez está encuadrada en el llamado “Evangelio de la infancia” de Lucas (capítulos 1 y 2). Sin introducirnos tampoco ahora de lleno en la problemática de estos capítulos –sobre todo si se compara con Mt 1 y 2-, avanzamos sólo la idea de que todas las historias del Jesús niño son fundamentalmente legendarias, divergentes entre sí, llenas de motivos populares, y de una teología sobre Jesús muy propia de la iglesia primitiva, de modo que parece en absoluto imposible concederle apenas credibilidad histórica. Por consiguiente, esta denominación de “Padre! por parte del Jesús dibujado aquí por el evangelista Lucas no puede entrar en nuestra consideración.

El tercero es Lc 24, 49:

« Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto. »

Este dicho está encuadrado en el relato de los “discípulos camino de Emaús”, tras la muerte y resurrección de Jesús. Como relato “pascual” que es, es decir, que habla del Señor Resucitado, es un texto que no pertenece en absoluto al ámbito de la historia, sino al de la fe. Todo las palabras atribuidas en los Evangelios al Jesús ya resucitado no pueden considerarse desde un punto de vista meramente histórico, que es el que aquí nos interesa. Por tanto, las dejamos a un lado. Esto no significa desprecio alguno por estos pasajes, sino tan sólo la consideración de que son “teología de la Iglesia primitiva”, por tanto no atribuibles al Jesús histórico.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Lunes, 19 de Enero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Los pasajes del “Fuente Q” que recoge J. Schlosser, en su estudio sobre el Dios de Jesús que estamos comentando (pp. 144-154) recoge siete textos de este Evangelio perdido que afectan a la designación por parte de Jesús a Dios como “Padre”. Son los siguientes:

1. Lc 6,35: “Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo (Mt, 5-44: “Vuestro Padre que está en los cielos”) porque él es bueno con los ingratos y los perversos”

2. Lc 6,36: “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo”

3. Lc 10,21: “En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”.

4. Lc 10,22: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.”

5. Lc 11,2: “El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino”

6. Lc 11,11-13: “¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; 12 o, si pide un huevo, le da un escorpión? 13 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”.

7. Lc 12,29-30: “29 Así pues, vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos. 30 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso”

Recordemos que –aunque la “Fuente Q” se basa en la concordancia muy literal entre los evangelistas Mt y Lc allí donde no copian de Marcos- se suele citar el texto según el Evangelio de Lucas porque hay buenas razones para considerar que este evangelista es el que conserva el orden de “Q” más cercano al original.

Del primer pasaje hay que decir que aquí es la parte de Mateo (5,44-45) la que contiene la expresión “Padre”, pero que los especialistas consideran el texto en su conjunto como original, atribuible al Jesús de la historia.

Del segundo texto comentamos que los especialistas están más o meno de acuerdo en que el tenor original debía de ser: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” y que existe algún que otro paralelo lejano en el mundo judío. El más estrecho y probado es el del comentario judío a Éxodo 15,2 (“Mi fortaleza y mi canción es Yahvé. El es mi salvación.”)del Abba (“maestro espiritual”) Saúl, de hacia el 150 que decía: “Yo me pareceré a Dios; lo mismo que Él es misericordioso y compasivo, así seré yo misericordioso y compasivo”. No hay por tanto nada llamativo en esta sentencia de Jesús, que en principio no pueda adscribírsele.

El tercer pasaje es adscrito también comúnmente a Jesús, aunque vaya en contra de la tendencia judía a pensar que la sabiduría de Dios (= el entendimiento de la Ley) se otorga a los que la estudian (= los sabios). Pero la sentencia de Jesús está de acuerdo con su parecer respecto a la irrupción del reino de Dios (aceptar que este Reino viene y prepararse para él es para Jesús la verdadera sabiduría) que exige ser tan sencillo y de corazón abierto como lo son los niños. La sentencia de Jesús, estrictamente entendida, no expresa de ningún modo claramente ninguna creencia en Jesús de una filiación divina real, sino tan sólo un contacto especial con ese Padre, soberano y benévolo, que le ha enviado a predicar el Reino.

El cuarto pasaje –que va en el Evangelio de Lucas a continuación del anterior- tiene un sabor que parece totalmente del Evangelio de Juan (cuando Jesús habla así en él están de acuerdo los comentaristas en que tales palabras son más de la teología del evangelista acerca del Jesús espiritual y místico que del Jesús histórico) y además un tinte más propio de la gnosis que de la teología de Jesús.

Schlosser opina que este dicho es un comentario “creado por la comunidad cristiana –cuyo representante es Lucas- a fin de comentar y valorar desde un punto de vista cristológico un dicho auténtico de Jesús (el anterior: Lv 11,20)”. Y luego añade:


« “Este himno de júbilo (Lc 10,21: nuestro texto anterior) refleja directamente un comportamiento existencial de Jesús frente a su Dios: aun subrayando la soberanía divina, Jesús se sitúa en un plano de igualdad con Dios, en una proximidad inmediata, en un trato familiar con Él.
Pero Lc 10,22, la “palabra del Revelador (celeste)”, es una reflexión teológica sobre este punto fundamental. Lo que en el himno de júbilo se presenta como reflejo directo de una actitud existencial es expresado por la comunidad postpascual bajo la forma de verdad de fe. Por decirlo de alguna manera: a partir del comportamiento filial de Jesús, la comunidad pospascual llegó a deducir legítimamente una “relación filial”… esta sentencia (no es atribuible al Jesús histórico), sino que es un producto de la fe cristiana…” »


Dicho de una manera más directa: el católico Schlosser afirma que esta sentencia (Lc 10,22) no es atribuible al Jesús histórico. De un modo indirecto y como sin atreverse sigue afirmando que el evangelista dedujo legítimamente de la actitud de Jesús, expresada en el texto anterior, Lc 10,21, que Jesús tenía un sentimiento de filiación especial…

Aunque aceptemos esta interpretación benévola, no puede deducirse estrictamente que el pasaje demuestre que Jesús se creía exactamente igual a Dios.

De los textos 5. 6. 7. sólo hay que decir que quizá haya suficientes razones para atribuirlos al Jesús de la historia, sobre todo porque o bien expresan una petición de la plegaria del Padrenuestro que suele atribuirse al Jesús histórico, o están muy relacionado con ella (sobre todo el núm. 7, Lc 12,30).

En este pasaje -y de todos modos- la designación divina como “Padre vuestro” está perfectamente justificada por el contexto. No veo razón alguna, como hacen algunos intérpretes confesionales, para ver una distinción nítida entre “mi Padre” (de Jesús) y “vuestro Padre” (de los discípulos) como si eso fuese una indicación velada de Jesús de que él se consideraba hijo de Dios de una manera superior y más perfecta que sus seguidores y discípulos… ¡y por ende divino! La exageración interpretativa me parece evidente y sesgada.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

Sábado, 17 de Enero 2009


Hoy escribe Antonio Piñero

El contexto de este importante dicho de Jesús es el siguiente (Mc 14,32-38):

« “32Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración.»33 Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia.34 Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad.»35 Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora.36 Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.»37 Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar?38 Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»” »

La lectura atenta, detenida y crítica, del contexto más amplio (Mc 14,32-42) hace ver que el texto está lleno de dificultades de todo tipo, de estructura literaria y de verosimilitud. Da la impresión de que el evangelista Marcos ha recogido una tradición heterogénea y la ha ido zurciendo a retazos.

Los estudiosos opinan que todo este relato aparece mal organizado, repetitivo y confuso: Jesús toma consigo a tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan, pero luego el relato los presenta dormidos por tres veces a pesar de que el momento es trágico, solemne y de gran tensión. Tampoco se dice si vuelven o no los tres al grupo general de discípulos, aunque el final del episodio parece suponerlo.

Obsérvese también la contradicción interna del v. 41 “Viene por tercera vez y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.”. Podéis dormir/Basta ya y la reproducción en el relato de palabras de Jesús, que no pudo oír nadie salvo él, ya que por la hipótesis del relato los discípulos estaban dormidos…

Se ha discutido también mucho si los vv. 35-36 son un duplicado redaccional de una misma y más simple oración de Jesús. Pare ello se ha analizado hasta la minuciosidad el estilo, los vocablos empleados, los temas (abbá, copa que se ha de beber, voluntad de Dios contraria momentáneamente a la de Jesús, y a la éste se somete, etc.), concluyéndose que lo más antiguo de la doble oración es probablemente el v. 36 “«¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú»”, aunque su antigüedad no resuelva el problema de la historicidad.

Para dilucidar este punto se ha analizado la estructura y contenido de la oración, comparándola con el tipo de plegarias similares que puede encontrarse en la tradición judía o griega. Este punto es importante, porque si fuera posible probar el segundo término (oración de tipo netamente griego) tendríamos una dificultad casi insuperable para adscribírsela al Jesús histórico.

En general se está de acuerdo en que la oración es de tipo judío, por lo que no hay problema por esta parte. Igualmente son muy judíos ciertos vocablos y motivos: la expresión aramea “abbá” para dirigirse a Dios (que comentaremos más ampliamente en una nota posterior), el motivo de la “copa que debe beberse” –aunque la metáfora de la copa no se encuentra entre los símiles empleados frecuentemente por Jesús- y sobre todo el tema teológico de la sumisión a la voluntad de Dios.

Una vez afirmado como probable que la oración de Jesús se corresponde con su pensamiento y con el del judaísmo de la época (su historicidad es, por tanto, plausible al menos), se ha utilizado para probar de algún modo tal historicidad el criterio –que ya conocemos- de dificultad: es muy improbable que la comunidad cristiana, convencida de que Jesús es el hijo único y real de Dios se invente ese momento de un Jesús tan humano, tan angustiado, que debe hacer un esfuerzo de sometimiento notable a la voluntad de Dios que tendría que conocer de antemano, puesto que su pasión, por hipótesis es una parte de un plan divino de redención.

Este argumento es fuerte, aunque se pueda contraargumentar que a lo mejor lo inventó la comunidad para presentar un contraste heroico entre un Jesús que acepta la voluntad divina y unos discípulos cobardes, que en el fondo no la aceptan y huyen.

Esta dificultad me parece poco fundada, por mucho que se piense que en época del Evangelista Marcos aún estaba poco desarrollada la cristología/teología y no se caía bien en la cuenta de las dificultades… Más bien me convence la idea de que se trata de una tradición sobre Jesús que se imponía aunque no se quisiera. Además que Jesús lo pasó mal ante su muerte está recogido también al menos indirectamente en dos pasajes del Nuevo Testamento: en la Carta a los hebreos 5,7-8 (“El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia;”) y en Jn 12, 27 (“Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!”).

Por consiguiente, aunque no sepamos exactamente incluso si Jesús pronunció estas desoladas palabras en Getsemaní o en otro lugar antes de su muerte, nos parece que el criterio de dificultad se impone a favor de la historicidad, y también porque el tema de la sumisión (de Jesús) a la voluntad divina no aparece con frecuencia dentro de la estricta tradición comunitaria.

Así pues, tenemos aquí un nuevo caso, dramático y tremendo, de un Jesús humano, que se distingue de Dios netamente, que se somete a su voluntad, que acepta la autoridad divina sobre los acontecimientos que le llevan a una muerte que –por lo que se ve- no entraba en absoluto en sus planes y que proclama que a Dios se le debe absoluta obediencia.

Parece, pues, que este texto –a pesar del cúmulo de dificultades literarias- encaja también con la pintura del Jesús meramente humano que laboriosamente estamos dibujando con los trazos que nos proporcional los evangelistas mismos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Viernes, 16 de Enero 2009
Los Hechos Apócrifos y la Biblia
Hoy esc ribe Gonzalo del Cerro

Nueva visión de los Apóstoles

Una tendencia muy profesada entre los estudiosos de los apócrifos se esforzaba en demostrar que esta literatura cristiana se derivaba en cierta medida de la novela griega. La obra de Rosa Söder Die Apokryphen Apostelgeschichten und die romanhafte Literatur der Antike ( "Los Hechos apócrifos de los apóstoles y la literatura novelesca de la Antigüedad"; 1932) se convirtió en una especie de dogma incontrovertible e indudable. Sin embargo, una lectura atenta de esta literatura deja de manifiesto que sus autores se mueven en un ambiente distinto en ideas y sentimientos. El mismo estilo, deudor del lenguaje de la época, debe más al griego cristiano, inspirado en el griego de la versión bíblica de los LXX, versión meritoria tan importante que nos ha llegado rodeada de mitos y leyendas.

El Nuevo Testamento, salpicado de citas bíblicas tomadas en general de la versión de los LXX, ha sufrido un influjo masivo que lo ha convertirlo en una lengua llena de novedades. La literatura de los Hechos apócrifos es obra de cristianos cultos, cuya cultura está imbuida de una mentalidad inevitablemente ligada al contexto hebreo y su proyección en la presentación de los hechos cristianos. Jesús era judío, como judíos eran los apóstoles que continuaron y desarrollaron sus enseñanzas. El mismo Pablo de Tarso, con su golpe de renovador frente a las exigencias de la ley de Moisés, era judío. Lo confesaba abiertamente en su carta a los romanos: “Yo soy israelita, del linaje de Abrahán, de la tribu de Benjamín” (Rom 11,1). Y con más amplios detalles escribe a los filipenses diciendo que había sido “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, según la Ley fariseo” (Flp 3, 5).

El cristianismo introdujo numerosas novedades, pero el problema de los judaizantes indicaba que las raíces profundas de la mentalidad corriente en Israel estaban ahí en abierta competencia con las nuevas tendencias. Una competencia que llegó a situaciones de enfrentamiento entre distintos apóstoles. El denominado incidente de Antioquía fue la prueba evidente de que las posturas de Pedro y Pablo eran difícilmente conciliables. Pablo echó en cara a Pedro su actitud que consideraba reprensible (Gál 2,11). No necesitamos recordar que las ideas de Pablo acabaron imponiéndose en un conjunto convertido en postura oficial.

Los Apócrifos como complemento de los textos bíblicos

De la misma manera que junto a los evangelios canónicos proliferaron otros que no fueron aceptados por la gran Iglesia, al lado de los Hechos de los Apóstoles canónicos, aparecieron otros relatos que pretendían completar los bíblicos y llenar sus silencios. Orígenes reconocía que había evangelios distintos de los cuatro canónicos, pero carecían de la gracia del Espíritu Santo. Los primeros cristianos estaban convencidos de que los evangelios tenían muchos huecos que rellenar. Lo mismo sucedió con los Hechos. Unos cuantos sucesos sembraron esperanzas más que cumplimientos. Algunas anécdotas de Pedro hasta que la entrada de Pablo redujo los hechos a su apostolado personal.

Pero es una realidad que muchos apóstoles apenas dejan en la Biblia ligeros toques de su personalidad. Los cristianos deseaban conocer también otros aspectos de los que habían sido los discípulos cercanos del Maestro. Y surgieron poco a poco relatos variados, algunas veces prolijos, sobre la personalidad y el ministerio de los apóstoles de Jesús. Los Hechos Apócrifos de los Apóstoles (HchAp) ofrecen datos para una nueva biografía, más supuesta que real. Los que en la Biblia son poco más que unos nombres se convierten en protagonistas de tradiciones y leyendas que dejan honda huella en diversos aspectos de nuestra cultura. El año litúrgico está jalonado por las fiestas de los apóstoles, así como la geografía del mundo cristiano está rotulada por santuarios, templos y monasterios dedicados a su memoria.

Edición de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles

Las bases de estos influjos están en los HchAp, unas obras injustamente olvidadas en España hasta que el Profesor Antonio Piñero y yo mismo abordamos su publicación. Los dos primeros volúmenes han aparecido en los años 2004 y 2005 en la BAC. Comprendían los Hechos considerados como primitivos, compuestos entre los años 150 y 250. Eran los Hechos de Andrés, Juan, Pedro, Pablo y Tomás. Tras una larga Introducción general, ofrecemos los textos originales con aparato crítico, traducciones, notas e índices. En estos momentos estamos corrigiendo el tercer volumen que comprende los Hechos de varios apóstoles, considerados como un círculo de obras más amplio, posterior y derivado de los primitivos.

Los Hechos ofrecen perfiles desconocidos de los apóstoles protagonistas, que de meros nombres se convierten en leyendas y tradiciones ricas en contenido y en doctrina. La presunta predicación sobre la castidad es la razón de la insistencia de Rosa Söder en lo que ella denomina tema erótico. Los Hechos abundan en el tema, pero al revés. Presentan mujeres que eligen la vida de castidad como la predicada y preferida por los apóstoles epónimos de los HchAp. La actitud de continencia de mujeres importantes era la causa que provocaba el martirio de los autores responsables de la situación. Los relatos de los martirios serán luego los textos preferidos por la liturgia de sus fiestas.

Pretendo en estas reflexiones orientar las miradas de los eventuales lectores hacia estas obras, perjudicadas por su calificación de apócrifas. Pero debemos reconocer que este epígrafe solamente quiere decir que no han sido admitidas tales obras en el canon o lista de libros inspirados. Pero esta calificación nada tiene que ver ni con sus valores literarios ni con su transcendencia en la historia de la teología y la piedad cristiana. Esto es tan verdad que hay autores que opinan que los Apócrifos debían formar parte en cierto sentido de la Sagrada Escritura, puesto que tratan de unos hechos paralelos y de las mismas personas. Por lo que a los Apóstoles se refiere, el que desee conocer detalles sobre sus vidas, su ministerio y su muerte, debe recurrir a los HchAp. Allí se encuentra lo que la comunidad cristiana pensaba de sus maestros. Siempre en un contexto de leyenda más que de historia.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro

Jueves, 15 de Enero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero

Este pasaje, transcrito en el título de esta nota, es interesante por dos motivos:

· Uno por el tema de la consignación aparente de una “filiación especial”, divina, de Jesús.

· Segundo: porque declara explícitamente –en contra de toda la teología posterior del cristianismo primitivo de que Jesús es Dios plenamente- que el Hijo ignora el momento preciso del fin del mundo. Tal ignorancia es incompatible con una figura divina.

Por tanto –por el criterio de dificultad- parecería lógico aceptar como histórico, como un dicho que proviene de una tradición firme, imposible de negar por cualquier postulado teológico, esta sentencia de Jesús.

Queda claro, pues, que esta sentencia proclama a un Jesús que no se considera en absoluto divino. El evangelista Marcos, que al parecer y como buen paulino, creía en la divinidad del Maestro no extrajo las consecuencias teológicas del dicho tradicional que él recogía en su Evangelio.

No obstante, hay comentaristas que piensan que –a pesar de este argumento de la dificultad- hay algunas razones para opinar que la referencia al Hijo (“ni el Hijo”) es un añadido secundario de la tradición postpascual, o al menos sospechoso de serlo, ya que la tradición sinóptica (la que recogen Mt, Mc y Lc) es muy cautelosa a la hora de poner esta expresión en boca de Jesús.

En efecto, sólo en tres ocasiones:

· Lc 10,22 [“Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”];

· Mc 12,6 [parábola de los viñadores homicidas:“ Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: “A mi hijo le respetarán”] y

· Mt 28,19 [“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”], pone esta palabra “Hijo” en labios de Jesús. De ellas, la primera y la tercera no pertenecen al Jesús histórico, por razones que sería largo exponer aquí…, pero evidentes para muchos exegetas, y la segunda –dentro de una parábola- es muy difícil de explicar su sentido exacto. Por tanto, ya esta sola reflexión nos deja en la duda de la autenticidad o no del dicho.

El segundo aspecto, el del “Hijo/filiación” es más peliagudo. Presentemos el contexto completo de esta frase dentro de Marcos 13 (vv. 28-37):

« 28 «De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca.29 Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que El está cerca, a las puertas. 30 Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda.31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.
33 «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento.34 Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; 35 velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!» »

De esta tradición suelen sostener los intérpretes que el v. 30 es secundario: es un añadido de Mc al discurso apocalíptico de su capítulo 13 para complementar lo dicho antes, en Mc 9,1 (“Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios”.)

De Mc 13,31 y 32 se afirma que son tradiciones susceptibles de ser muy primitivas y que pudieron circular por su cuenta antes de ser ensambladas por Marcos en su capítulo 13.

Sin embargo, de Mc 13,32 en concreto se puede sospechar que también es secundario, porque el pasaje paralelo de Lc 21 omite todo. este versículo (tendría que aparecer entre Lc 21,33 y 34). Pero este argumento es reversible: quizá Lucas lo eliminó del texto de Mc que tenía ante sus ojos porque vio cuán peligroso era para la teología/cristología de Jesús como Dios auténtico. En verdad, Lc omite la mención del Hijo también en el pasaje semiparalelo de Hechos de los apóstoles 1,7: “El les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad”.

También se puede sospechar que Mc 13,32 es secundario porque puede pertenecer a la teología del Evangelista, es decir, lo remodeló él mismo de acuerdo su interés en recalcar que sólo Dios Padre sabía el momento del fin del mundo. Recogerlo en su Evangelio servía para frenar –con un supuesto dicho de Jesús-las especulaciones de los cristianos impacientes y un tanto fanáticos sobre ese final.

A este propósito los mismos intérpretes barajan la posibilidad de que la sentencia de Jesús fuera algo así como:
· “A propósito de aquel día nadie sabe, ni siquiera los ángeles, sino sólo Dios(Padre), o bien

· “Nadie sabe sino Dios (Padre) y el Hijo del Hombre”, entendido como una personalidad distinta a Jesús.

Ahora bien, por más que sean interesantes, estas propuestas no pasan de ser meras especulaciones, aunque de buena voluntad, a saber la tradición sinóptica no inventa nada en vacío, sin basándose siempre en algún dicho previo, más o menos parecido, más o menos con otro sentido del Jesús histórico.

Respecto a la espera de este final del mundo y la venida del Reino de Dios se puede decir que era un sentimiento que compartían muchas gentes en el Israel tanto de tiempos de Jesús como de los cristianos posteriores… Por tanto de la expresión de esa espera no puede deducirse que el dicho de Mc 134,32 sea auténtico o inauténtico.

En síntesis: es muy difícil afirmar si el dicho de Mc 13,32 es auténtico, si pertenece en verdad al estrato de las sentencias atribuibles al Jesús histórico, o no, es decir, fue remodelado por la tradición que recoge el Evangelista Marcos después de la muerte de Aquél.

Pero, sea de ello como fuere, sea producto de Jesús o del Evangelista, para nuestra finalidad es muy interesante la mención del “Hijo”: la filiación no debe entenderse como real, óntica, divina, plena, pues es incompatible con la ignorancia del fin del mundo. De nuevo Jesús mismo, o la tradición posterior, nos presentan al Nazareno como un ser humano, no divino.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Miércoles, 14 de Enero 2009


Hoy escribe Antonio Piñero

Vamos a analizar en esta nota y en algunas posteriores el empleo por parte de Jesús de la invocación a Dios como “Padre”. Ello nos valdrá para esclarecer un poco el sentido de la filiación divina que respecto a sí mismo tenía Jesús. Y, como es usual, el trasfondo de todas estas notas se halla en investigar si los Evangelios dejan traslucir la imagen de un Jesús humano que luego fue sublimada.

Un texto importante es Mc 8,38:

« Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. »

El sentido del pasaje es que Jesús, o el evangelista si se trata de un pasaje redaccional, establece una conexión entre la actitud que el ser humano adopta ante el Enviado divino que proclama la venida del Reino de Dios y la sanción futura en el Juicio final. Y, segundo, se afirma que Dios es el Padre (eterno) del Hijo del Hombre.

En una lectura rápida, y de acuerdo con otros pasajes evangélicos, el lector identifica a Jesús con el “Hijo del Hombre” y piensa respecta a la sanción futura lo que dice el capítulo 25 del Evangelio de Mateo respecto al Juicio final: él separará a las ovejas (buenas) de los cabritos (malos), que son condenados al fuego eterno (Mt 25,33.41).

Pero si se lee más despacio esta perícopa surge la primera duda: no es en absoluto clara la identificación de Jesús con el Hijo del Hombre. No se desprende en absoluto de sus palabras tal igualación. Más bien parece que una figura es Jesús, que proclama el Reino en la tierra y que recibe de sus oyentes diversas respuestas (creencia o increencia), y otra la figura del Hijo del Hombre que de acuerdo con esta actitud premia o castiga.

Es cierto que en el texto del Evangelio de Mateo, la identificación es total. Pero Mateo es posterior a Marcos y puede haber cambiado la tradición y la teología.

Tampoco es clara la identificación Jesús-Hijo del Hombre en el siguiente pasaje también del Evangelio de Marcos:

« “Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» Y dijo Jesús: «Sí, yo soy; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo» (Mc 14,61-62)”. »

El Evangelista presenta la escena sin duda para que el lector haga la identificación. Pero la tradición primera que se trasluce por debajo del texto tal como está, parece también distinguir dos personas o figuras distintas: una es Jesús, el heraldo del Reino; otra el Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios.

Respecto a Mc 8,38, comenta así Schlosser, pp. 128-129 (recordemos que es un sacerdote católico):

« La precisión de que Dios es el padre del Hijo del Hombre es curiosa en sí misma e insólita en las tradiciones del Nuevo Testamento y en las judías; tal precisión parece tener la función de preparar la declaración divina de Mc 9,7 (la voz que se oye desde la nube en el episodio de la Transfiguración: “Éste es mi Hijo muy amado”), que da la impresión del proceder del redactor (= el evangelista). Sea de ello lo que fuere, Mc 8,38 supone la identificación clara y limpia de Jesús con el Hijo del Hombre y con el Hijo de Dios, lo cual implica que (tal declaración e identificación) proviene de la comunidad postpascual. »

Estas frases suponen, pues, que

• La declaración de que Dios es el Padre del Hijo del Hombre es extraña al conjunto de los Evangelios Sinópticos

• Que procede del redactor (Marcos) y que no pertenece a la primera tradición (= a nivel del Jesús histórico). Por tanto que no se puede probar que sea históricamente atribuible a Jesús.

• Que la voz divina de la Transfiguración (Mc 9,1ss) procede también del redactor; por tanto da a entender que esa escena no es situable en el ámbito de la vida del Jesús de la historia, sino que se encuadra en las ideas de redactor sobre Jesús. Con otras palabras que es el producto de una teología posterior.

• Que la identificación de Jesús con el Hijo del Hombre y con el Hijo de Dios (óntico, real, no metafórico), no procede de Jesús, sino de la comunidad primitiva (después de la Pascua en la que murió Jesús = “postpascual”) , que es la responsable de esta teología.

• Que el pasaje no vale para probar –al menos en este caso que Jesús llamó a Dios como Padre. Eso lo dice la teología posterior.

• Que Jesús no se identificó a sí mismo con el Hijo del Hombre, ni tampoco con Hijo de Dios en el sentido de la teología de sus seguidores.

Y todo ello afirmado por un intérprete católico en un libro editado por una editorial católica en España. Espero que los lectores obtengan la impresión de que los intérpretes no confesionales, independientes, cuando hacemos afirmaciones semejantes y con métodos analíticos semejantes, no piensen que estamos exagerando, que somos sesgados y que torcemos la inteligencia natural y de los textos evangélicos.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Martes, 13 de Enero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Antes de examinar los pasajes cruciales que afectan a nuestro tema sobre el uso de Jesús de la palabra Dios como Padre, creo que conviene presentar un cuadro de conjunto de las estadísticas. Se sobreentiende que hablamos de los casos en los que la mano redactora del evangelista no aparece clara en un primer momento y puede parecer que tal uso se retrotrae el Jesús histórico

En el Evangelio de Marcos sólo hay cuatro casos más o menos seguros: 8,38; 11,25; 13,32; 14,36

En la tradición de la “Fuente Q”: cinco casos seguros: Lc 6,36 (en el caso de la “Fuente Q” se cita siempre por el orden de Lucas); Lc 10,21-22; Lc 11,2; Lc 11,13; Lc 12,30

En el material evangélico que sólo encontramos en Lucas aparecen 6 casos de este uso: Lc 2,49; 12,32; 22,29; 23,34. 46; 24,49. De estos 6 casos hay algunos que dudosos en cuanto a su historicidad

En Mateo aparecen más de 20 casos, de los cuales unos 15 son propios sólo de este evangelista. Los que pueden considerarse más seguros –es decir, atribuibles al Jesús histórico- son sólo 8: Mt 5,16; 6,2-6; 6,7-8; 6,16-18; 16,17; 18,10; 18,19; 23,9.

Estas estadísticas hay que enmarcarlas dentro del uso general de “Dios” por parte de Jesús, que son numerosas:

• 25 veces en Marcos;

• 11 en la “Fuente Q”;

• 4 veces en el material específicamente propio de Mateo (es decir, no copiado de Marcos o de la “Fuente Q”, y

• 7 veces en el material específicamente propio de Lucas (es decir, no copiado de Marcos o de la “Fuente Q”.

Como comentario general hay que decir que Jesús usa la palabra con más frecuencia de lo que se podría esperar, ya que estamos acostumbrados a pensar que los judíos evitar designar a Dios directamente.

Sin embargo, es posible que para el siglo I no hubiera tantas reticencias a este uso como sí ocurre sobre todo con los rabinos posteriores a Jesús, sobre todo a partir del siglo II. En este uso sin demasiados problemas del vocablo genérico “Dios” Jesús se parece a los autores de los manuscritos del Mar Muerto que utilizan el término hebreo genérico para “Dios” = ‘El (arameo Ellahá; árabe Alláh) sin dificultad alguna, al igual que Filón de Alejandría o el anónimo autor del Libro de las antigüedades bíblicas (del siglo I de nuestra era) que también lo emplea sin dificultad. Otros, como el autor de 1 Macabeos prefieren sinónimos –sobre todo “cielo”- para designar a Dios. De hecho en este libro el vocablo “Dios” aparece sólo dos veces (1 Mac 3,18 y 5,68).

En conclusión: aunque como hemos visto en alguna nota anterior, Jesús emplea metáforas para designar a Dios( por ejemplo, “Poder”, “Cielo”, Altísimo”, “El que se sienta en el trono…”, etc., Jesús no tiene demasiados problemas –en contra de la tendencia de rabinos posteriores a utilizar el vocablo genérico “Dios” parea designar a la divinidad. Y la razón era porque él estaba convencido de que no lo empleaba en vano y porque le era más cómodo para su predicación. En esto se parece Jesús a los autores de los manuscritos de Qumrán.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Lunes, 12 de Enero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Se oye decir, y se repite con frecuencia, que Jesús es muy original en su tratamiento de Dios como Padre, que este apelativo es casi inusitado en el judaísmo antes de Jesús y que el sentimiento de su filiación especial respecto a Dios es lo que hizo que Jesús tratara e invocara a Dios como Padre, con lo que se distinguía netamente del judaísmo. Pero… estas afirmaciones son sólo en parte verdad, como veremos.

No dudamos que el rasgo que caracteriza con más fuerza al Dios de Jesús es su aspecto de padre. Pero también es verdad que la invocación y la consideración de Dios como padre no era en absoluto extraña en el Antiguo Testamento y en el judaísmo intertestamentario, ni mucho menos. Y tenemos textos que lo prueban sin lugar a dudas.

No voy a cansar al lector con una enumeración de pasajes, sino que le ofreceré sólo los resúmenes conclusivos tanto de los extensos artículos sobre la voz o lema “Padre”, de los grandes diccionarios bíblicos, como del resumen del libro “El Dios de Jesús”, de Jacques Schlosser que nos sirve de guía para nuestro recorrido sobre el Dios de Jesús.

En el Antiguo Testamento la “paternidad divina implica ante todo bondad, solicitud, y amor: el padre lleva a su hijo (Dt 1,21), es indulgente (Mal 3,17), está lleno de compasión (Sal 102,13). La reprimenda misma es expresión de amor (Pr 3,12). Aplicado a Dios el título de padre está en la misma línea que las metáforas del esposo, pastor y liberador. Este aspecto de la paternidad divina ha encontrado una expresión literaria de gran belleza en varios textos veterotestamentarios como Is 1,2-3; 63,7-64; Os 11,1-4”. (Schlosser, p. 112).

El texto más bello de los citados es quizá Oseas 11,1-4, el único que vamos a reproducir aquí:

“Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer”.

Respecto al judaísmo posterior al Antiguo Testamento y que va desde los libros deuterocanónicos del mismo Antiguo Testamento (como Tobías, Eclesiástico), a los apócrifos veterotestamentarios, textos de Qumrán, paráfrasis en arameo de pasajes de la Biblia hebrea (los “targumes”), la Misná, la Tosefta y los midrasim (comentarios) más antiguos, rabínicos, de la Biblia que tratan de cuestiones legales, y por último a las plegarias sinagogales, se han hecho repetidas listas ý ponderaciones del número de veces que aparece la invocación “Padre” referida a Dios.

En líneas generales debe confirmarse que no es abundante el uso de "Padre" en comparación con el número de veces que se emplea el vocablo Dios. En el total de la Misná, Tosefta y midrasim –incluidos un par de casos en los textos de Qumrán, si no me equivoco- hay unos escasos cuarenta casos de designación de Dios como “Padre” o “Padre en los cielos”, pero prácticamente nunca como invocación expresa a Dios en vocativo, es decir, dirigiéndose a él.

Algo distinto es el panorama de las antiguas oraciones sinagogales que pueden proceder más o menos de la época de Jesús, como las llamadas “Qaddish” y las “Dieciocho Bendiciones”. En ellas sí aparece alguna que otra “Padre” como invocación a Dios, pero los expertos dudan de si esta invocación es del siglo I o fue añadida posteriormente.

Sí es cierto que en la oración denominada “Nuestro Padre, nuestro Rey” (en hebreo “Abinu, Malkenu”, que está testimoniada para los años 130 del siglo II –por tanto unos cien años después de Jesús-) la invocación “Padre nuestro” aparece unas 44 veces, según las versiones.

Es de sospechar que tal invocación no apareció de repente en el siglo II, sino que tenía antecedentes en los años en los que vivió Jesús.

Como conclusión de este breve panorama podemos afirmar que Jesús es ciertamente un caso único por la cantidad, el número de veces testimoniados en los Evangelios Sinópticos (Mt –Mc – Lc) de su invocación a Dios como “padre”, pero que no lo es porque fuera él sólo, ni mucho menos, el que introdujo tal costumbre dentro del judaísmo.

Por otro lado, habrá que investigar si Jesús –al tratar a Dios como “padre” tenía una conciencia tan especialísima de su filiación que de algún modo se pudiera sospechar que -a través del modo cómo invocaba a Dios- dejaba traslucir ciertos indicios por los que cupiera pensar que se sentía “hijo de Dios” de un modo óntico y real, aunque nunca lo dijera.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Sábado, 10 de Enero 2009
Hoy escribe Antonio Piñero


Hay en el Evangelio de Marcos (4,26-29) una breve parábola que sirve también para nuestro propósito de presentar a un Jesús con gran consciencia de la enorme diferencia entre su persona y actividad y las del Dios de Israel, no según nuestra idea, sino según el Evangelista mismo: la parábola de la “semilla que crece sola”. El texto dice así:

También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.»

La interpretación teológica de esta parábola, o mejor “comparación”, de Jesús -que creo auténtica en su núcleo esencial- ayuda también a nuestro propósito de dibujar la imagen de Dios en Jesús, y la diferencia que éste sentía respecto a la divinidad. La comparación propone considerar un hecho de la vida cotidiana: la siembra y sus efectos: el labrador siembra, ciertamente, pero la semilla germina y crece por sí sola; el ser humano no sabe cómo; la tierra produce el fruto por sí misma y él, el labrador, en cierto modo permanece inactivo.

El mensaje parece claro: Jesús, como labrador, ha sembrado la semilla del anuncio de la venida del Reino de Dios, pero una vez sembrada, la potencia de la tierra (que él, como el labrador, no controla en absoluto) hace el resto. La potencia de la tierra representa el poder de Dios que otorga casi como un regalo el fruto, la mies, que simboliza los bienes del Reino futuro.

Evidentemente, tanto Jesús en su vida de predicación como el labrador, no permanecen en realidad inactivos hasta la siega. Jesús no lo ignora porque conoce la realidad del campo de su Galilea natal. Pero recalcar la imagen de cierta inactividad no tiene otro fin que el de resaltar la misteriosa potencia divina que lleva al Reino. La cosecha era en la Biblia una metáfora para designar el “día del Señor”, el futuro Reino.

La no intervención del labrador/Jesús da a entender que en el pensamiento de éste había una convicción profunda: por mucho que él predicara la penitencia y la preparación para su venida, el Reino y su realidad no es cosa suya; es competencia absoluta de Dios. Jesús por el contrario –la comparación exagera un poco para potenciar la finalidad del mensaje-, conforma la imagen del labrador (casi) inactivo e impotente ante el crecimiento de la semilla.

Desde otra perspectiva: dado que el futuro Reino de Dios significa el “fin” del mundo, es decir, un transformación radical de lo que se veía en Israel, la modesta actividad de Jesús en el presente era como un inicio insignificante de la grandeza de la realidad futura. Aunque Jesús realice curaciones y exorcismos…, todo ello es poco para lo que va a venir.

Según los exegetas, esta comparación de la semilla que crece por sí sola es un “llamamiento a la fe y a disipar las dudas”. “A pesar de sus comienzos oscuros y modestos, es posible esperar para la soberanía de Dios un triunfo seguro –su Reino- de una amplitud sorprendente”. Con otras palabras, Jesús destaca con su comparación el carácter insignificante de su obra, en contraste con lo que Dios va a hacer.

Concluye Schlosser su interpretación de esta parábola del modo siguiente:

“Si Jesús quiere suscitar fe y confianza en Dios es porque él mismo está animado por estas mismas disposiciones respecto a Dios. A través de la parábola, Jesús refleja su propia experiencia de Dios y expresa su fe, aunque la parábola sea demasiado esquemática para autorizar –sólo por sí misma- más precisiones en cuanto esta imagen de Dios. Por lo menos esboza una silueta a través de la cual reconocemos al Dios (de Jesús), al Dios de la Biblia: un Dios que actúa soberanamente para llevar a término su plan; un Dios cuya fidelidad es indefectible y ante el cual, por consiguiente, la fe y la confianza radicales son las única actitudes adecuadas” (p. 103).

Nos parece, una vez, más que la pintura de Jesús del evangelista Marcos apunta una vez en la misma dirección: recalcar los rasgos de un Jesús intensamente humano, en cuya figura un lector sencillo de los Evangelios no puede percibir aún ningún rasgo de una consciencia divina. Esto vendrá después con la teología propiamente cristiana.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

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Viernes, 9 de Enero 2009
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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