CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Interrumpo durante unos días los prenotandos sobre el tema de la “divinización de Jesús” para hacerles llegar el contenido de una entrevista hecha a quien esto escribe por el periodista Kiko Rosique Tremiño. Apareció publicada en la revista digital “La crónica Social”, publicada por “Servimedia. Departamento digital” el día 9 de octubre de 2008.

Creo que el contenido puede servir para situar en su marco mi tarea de historiador de las ideas del cristianismo primitivo e ilustrar mi empeño en muchos de los temas que irán apareciendo en este “blog de conocimiento”. Soy consciente de que muchos de los temas abordados y mis conclusiones sobre ellos pueden parecer vidriosos y difíciles. Pero en muchas ocasiones no son iguales los resultados de la investigación histórica y lo que se ha creído durante largo tiempo, incluso durante siglos.

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Jesús de Nazaret es, posiblemente y junto con Pitágoras, el hombre que más influencia directa o indirecta ha ejercido sobre el curso de la Historia. Pero también el personaje sobre el que la Humanidad tiene un conocimiento menos fundado en la investigación historiográfica y más en creencias y tradiciones no contrastadas. A la peliaguda y fascinante tarea de destilar lo que se puede saber del Jesús histórico y sus ideas mediante el análisis crítico de los textos cristianos es a lo que se ha dedicado toda la vida el profesor Antonio Piñero, catedrático de la Universidad Complutense, que nos detalla aquí las conclusiones más sorprendentes y necesariamente polémicas de sus dos libros, Cristianismos derrotados y La verdadera historia de la Pasión, publicados en la Editorial Edaf, Madrid en 2007 y 2008. He aquí algunos puntos clave:

• "La teología del siglo XXI debería plantearse cómo soluciona las diferencias reales entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe".

• "Si a algo se parece Jesús es a un fariseo, aunque discute con ellos y no se le puede clasificar en ninguna corriente particular de rabinos".

• "De los ocho o nueve cristianismos distintos que había en el siglo II, el mejor dotado para triunfar en el mercado religioso del Imperio Romano era el paulino, que desjudaizó a Jesús".

• "Jesús no instauró Iglesia alguna: creía que el fin del mundo estaba muy cerca y Dios mismo establecería su reino en la tierra".

• "Todas las grandes ideas de Jesús están ya en el judaísmo, pero se presentaron como novedad a los paganos, cuyos religiosidad no las contemplaba"



Pregunta: ¿Puedo resumir su tesis sobre Jesús de Nazaret en que se trató de un judío estricto, fariseo heterodoxo e influido por los esenios en su convencimiento de la inminencia del fin del mundo, y que todo el resto de la doctrina cristiana es obra de San Pablo?


Respuesta: Sí, aunque no es mi tesis sólo. Desde 1789, cuando Hermann Samuel Reimarus publicó su opúsculo Sobre el propósito de Jesús y el de sus discípulos, se empieza a distinguir por medio de un análisis crítico de los Evangelios entre lo que es el Jesús de la Historia y el Cristo de la Fe. Hay una diferencia entre lo que nos enseña la Iglesia y lo que nos muestra un análisis crítico de los Evangelios. Este análisis se empieza a hacer poniendo en cuatro columnas lo que nos dicen cada uno de los Evangelios y comparándolos entre sí y viendo sus diferencias. Nos depara un Jesús con rasgos humanos, que ignora cuándo va a ser el fin del mundo, que tiene una serie de contradicciones, que se irrita y no es nada manso ni modesto hacia sus enemigos. Creemos que es un análisis válido porque ha ido decantando un consenso entre los muchos observadores independientes no supeditados a su fe.

De dicho análisis resulta un judío piadoso, un fariseo, rabino o maestro carismático de la ley independiente de los muchos que había por entonces (no hay que confundir el rabinato informal de la época de Jesús con el de 200 años más tarde, cuando los fariseos forman escuelas, son ordenados mediante imposición de manos y reciben una tradición oficial), procedentes de Galilea y contrapuestos a los rabinos de Jerusalén, que son mucho más obedientes y apegados al Templo. Esta gente tiene otra mentalidad y discute de la Ley con mucha más facilidad.

Saludos cordiales. Seguiremos el próximo día.
Sábado, 8 de Noviembre 2008

Los Evangelios mismos presentan pruebas muy notables de un Jesús meramente hombre


Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con las cuestiones previas, un tanto largas, pero necesarias, al tema central de esta serie:

Del estudio de los evangelios sinópticos se deduce que en ellos se traslucen dos referentes esenciales:

A. Un Jesús como un rabino galileo, encardinado en las coordenadas del Israel del siglo I, perfectamente situable, enmarcable y explicable en gran parte dentro de estas coordenadas, y

B. Otro referente sobrenatural y sobrehumano que es ese mismo Jesús considerado como Cristo, mesías sobrenatural muerto y resucitado, y exaltado luego a la diestra de Dios.

Respecto a las noticias evangélicas sobre los dos referentes, el lector atento observará que existe mucho material evangélico que se refiere al primero de los dos –A.- y que este material entra en colisión, a veces, con el segundo referente, el Cristo sobrenatural, B.

Este material -que algún historiador del cristianismo primitivo como Gonzalo Puente Ojea- ha definido como “furtivo” es extraordinariamente interesante para dibujarnos una imagen del Jesús de Nazaret evangélico como un mero hombre. Gonzalo Puente lo denomina “furtivo” porque se trata de dichos y hechos de Jesús que –provenientes de la tradición oral sobe él- se han “introducido” en el evangelio con intereses ante todo biográficos por la misma fuerza de los hechos. Era material en sí que no se podía evitar y rechazar por intereses meramente teológicos -es decir, destacar la personalidad sobrenatural de Jesús- pues dibujaban intensamente el impacto de Jesús entre las gentes de su tiempo. Inmediatamente pondremos ejemplos.

Un discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles

El mismo Nuevo Testamento nos habla de Jesús como un ser humano que únicamente tras su muerte y resurrección por Dios ha sido exaltado al ámbito de lo divino. Un ejemplo muy claro lo tenemos en el discurso de Pedro el día de Pentecostés recogido en el capítulo 2 de los Hechos de los apóstoles. Los estudiosos están de acuerdo en que esta pieza oratoria -aunque compuesto en último término por la mano del evangelista Lucas-, expone con bastante fidelidad una “cristología” (discurso sobre Jesús como Cristo o mesías) que es muy primitiva, por lo puede bien corresponderse a los primero estratos del pensamiento teológico judeocristiano. El texto dice así:


«Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás de gozo con tu rostro.

Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»



De este texto se deduce, con toda claridad, que los judeocristianos primitivos pensaban que Jesús de Nazaret había sido un mero hombre, un profeta bendecido por Dios con hechos y palabras extraordinarias, que sufrió una muerte injusta, que fue vindicado por Dios tras su muerte, resucitándolo y que sólo después de su muerte fue, -de algún modo, no se precisa exactamente cómo o quizá se dé por supuesto-, exaltado al ámbito de lo divino.


Otros relatos evangélicos nos presentan también a un Jesús que –en contraposición a la imagen de la teología cristiana del siglo II que lo dibuja como un Dios omnisciente y omnipotente- ignora por completo cuándo va a venir el fin del mundo. Así:

Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre: Mt 24,36

El pasaje debió de plantear un problema teológico: ¿cómo es posible que el Hijo de Dios, real y verdadero y por tanto omnisciente, ignorara algo tan importante? Y no es lícito plantear que el evangelista pensaba sólo en la faceta humana de Jesús, porque esa distinción no era procedente en el siglo I. Tal distinción teológica se elaboraría siglos después.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero


Viernes, 7 de Noviembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Para la imagen del Jesús histórico y para cualquier tipo de consideración en este ámbito es cuestión vidriosa si se admite o no el testimonio del Cuarto Evangelio. Normalmente este escrito es mirado con una cierta prevención por parte de los historiadores de la Antigüedad, pues un análisis aun superficial y un estudio comparativo con los otros tres evangelios precedentes, Mateo, Marcos, y Lucas, deja bien a las claras que esta obra, el Evangelio de Juan constituye:

Un estadio muy avanzado de la interpretación de Jesús, pues fue compuesta al parecer unos 70 años después de su muerte,

Que algunos hechos que relata son altamente simbólicos y por tanto la posible realidad histórica subyacente está ausente o distorsionada.

Dos ejemplos:

A) El diálogo con la mujer samaritana del capítulo 4. Es interpretación común de los exegetas científicos que es ésta una escena “ideal”, cuyo referente histórico es tenue, si es que lo tuvo, dadas las pésimas relaciones entre judíos y samaritanos. La interpretación más plausible es que el Evangelista la compuso para transmitir la idea del paso de una fe imperfecta –la de la mujer samaritana, con cinco maridos = presa de las concupiscencias del mundo- a una fe perfecta gracias a las palabras del Revelador-mesías, Jesús.

B. Otro ejemplo es la escena de la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena en el capítulo 20 del Cuarto Evangelio. La tradición de esta aparición contradice al resto de las tradiciones de la cristiandad primitiva, Pablo de Tarso incluido, que la primera aparición de Jesús (no de un ángel o mensajero de la resurrección) fue a Pedro.

En segundo lugar porque presenta –también en contra de la tradición más plausible de los otros evangelistas- a María Magdalena como obediente al Resucitado y como transmisora a los apóstoles de la aparición del Resucitado. Los demás evangelios señalan que las mujeres sintieron miedo, huyeron y no comunicaron en principio noticia alguna de que habían visto la tumba vacía. Por ello, y por otros detalles esta escena de la aparición a la Magdalena es sospechosa desde el punto de vista de la historia.

Es probablemente también una escena ideal –que resalta el papel de las mujeres en la comunidad en torno al autor del Cuarto Evangelio- donde se escenifica de nuevo el paso de una fe imperfecta (la de una María que busca a Jesús, aunque él, según el Evangelio, había predicho que había resucitado; que lo confunde con un jardinero, etc.) a otra fe perfecta gracias a las palabras del Revelador Jesús.

Que las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús son más bien expresión de su propia teología y comprensión del personaje, Jesús, que dichos auténticos que pudo éste expresar en realidad.

Jacques Schlosser, sacerdote católico, en su estudio sobe el Dios de Jesús (Editorial Sígueme, Salamanca 1995, pág. 19) sostiene que:

« He centrado mi trabajo en los Evangelios sinópticos y he dejado de lado el evangelio de Juan. Este último recoge cierto número de datos históricos fiables, pero en el caso de las palabras de Jesús –salvo raras excepciones- la relectura johánica me parece tan fuerte que no ofrece acceso seguro a la predicación de Jesús.  »

Lo afirmado por J. Schlosser respecto a las palabras de Jesús puede decirse respecto a los hechos de este mismo en el Cuarto Evangelio. En este escrito, el análisis literario e histórico es absolutamente necesario para llegar a datos fiables. Para el objeto de nuestro interés, el proceso de divinización de Jesús sí es interesante el Cuarto Evangelio como indicador del final del proceso de divinización: Jesús de Nazaret es la encarnación del Verbo Eterno, preexistente cabe Dios y él mismo Dios.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Jueves, 6 de Noviembre 2008
Hoy escribe Antonio Piñero

Abordar históricamente los textos considerados sagrados no debe ser una dificultad especial para el historiador, pues éste da por supuesto que debe tratarlos igual que otros escritos legados por la antigüedad. A la hora de analizarlos debe prescindirse metodológicamente del elemento de sacralidad de estos textos. Ahora bien, prescindir no significa negar explícitamente su sacralidad.

Por el contrario, algunos creyentes opinan que al ser el Nuevo Testamento un libro “inspirado”, no se le pueden aplicar las técnicas utilizadas para la interpretación de otros textos antiguos, no sagrados. El argumento que sustenta esta noción es sólo uno en verdad: tales libros sólo pueden y deben ser leídos desde la fe. En concreto sobre el Nuevo Testamento, que presenta la “oferta definitiva de salvación para la humanidad, se afirma que solamente la fe es capaz de desentrañar el contenido sustancial de ese corpus de escritos, su "misterio casi insondable". O también: sólo teólogos profesionales y creyentes pueden extraer de ellos la profunda verdad que contienen.

Pienso que algunos lectores expresarían así tal concepción: ¿cómo puede pretender un autor que sólo considera el Nuevo Testamento desde un punto de vista histórico, racionalista y filológico escribir sobre la divinización de Jesús que es pura materia de fe? ¿Cómo va a enseñar a entender quien en realidad no entiende nada, pues no trae en consideración el elemento sobrenatural?

A tales críticas, más que posibles, respondería: el proceso de divinización de Jesús tiene una base histórica en cuanto que es un proceso humano: pueden rastrearse en los textos llegados hasta nosotros una concepción de partida –un Jesús humano-, una de llegada –un Jesús divino- y el proceso por el que se pasa de una concepción a otra. Utilizar para el Nuevo Testamento o para cualquier materia de estudio basada en textos antiguos las categorías de “misterio casi insondable” o “verdad profunda alcanzable sólo por la fe” sería renunciar al uso de la única facultad que tenemos para conocer, nuestra razón. En principio no parece lógico que la divinidad, que ha otorgado -según hipótesis- la razón como instrumento único de conocimiento, exija luego en materia tan importante como es conocer los instrumentos de salvación, prescindir de ella.

Además, estas afirmaciones arriba transcritas no nos parecen correctas, porque si intentáramos fundamentarlas estaríamos razonando en círculo. La base de semejante pretensión sólo podría ser el argumento arriba expuesto: estos libros no pueden ser examinados críticamente por ser sagrados. Ahora bien, ¿por qué son sagrados? Porque son la palabra de Dios. ¿Quién lo afirma? La Iglesia con todo su poder sobrenatural. ¿De dónde obtiene la Iglesia este poder? Naturalmente, de haber sido fundada por Jesús tal como afirman estos libros, que son sagrados. Por tanto estos libros apoyan su sacralidad en la voz y autoridad de la Iglesia, y ésta fundamenta su poder en que así lo afirman los libros sagrados y en lo ocurrido con Jesús tal como en ellos se cuenta. El razonamiento es un círculo perfecto: el carácter sacro del Libro se fundamenta en la Iglesia, y ésta obtiene su autoridad del Libro.

Queda, pues, claro que desde el punto de vista de la historia no podemos admitir este tipo de razonamiento. No es sólo la teología o la fe las que tienen una voz competente para presentar ante el lector del siglo XXI la plenitud de sentido de estos textos religiosos cristianos, sino sobre todo la investigación literaria, la filología y el conocimiento de la historia de la época. Las afirmaciones teológicas entran también de lleno en el campo de la investigación de la historia antigua, en concreto de la historia de las ideas, y por ello no se escapan de las leyes científicas que rigen una indagación estrictamente histórica.

Esta es la razón por la que las obras contenidas en el Nuevo Testamento –y en nuestro caso preferentemente los Evangelios- pueden y deben ser estudiadas sin necesidad de pensarlas obligatoriamente como "inspiradas" y portadoras de una revelación. Son en primer lugar documentos informativos de una época en la que los mensajes religiosos (y de otro tipo) se transmitían no con la asepsia científica de hoy día, sino de acuerdo con los maneras de aquellos momentos.

¿Qué fuentes tenemos a nuestra disposición para esta tarea?

Los textos de los que disponemos son fundamentalmente los Evangelios tanto canónicos como apócrifos.

Los Evangelios canónicos son cuatro: tres que van muy unidos: Marcos, Mateo y Lucas (con una precisión: también hay que considerar los llamados “Hechos de los Apóstoles porque en origen esta obra es simplemente la segunda del Evangelio llamado de Lucas) y el Evangelio de Juan, que camina por derroteros propios.

Los Evangelios apócrifos son muchos más: unos 70 y se dividen grosso modo en Evangelios de tonalidad más o menos ortodoxa y evangelios claramente gnósticos.

La fiabilidad de las fuentes de las que nos servimos para obtener los datos sobre el proceso de la divinización de Jesús que precisamos es muy variada.

A. Los datos ofrecidos, directa o indirectamente, por los evangelios más antiguos, los llamados “sinópticos”, Mateo, Marcos y Lucas son relativamente fiables. Dijimos que son obras de propaganda religiosa, y por tanto sospechosos de sesgar los datos o de exageración, pero su talante es fundamentalmente histórico: están empeñados en ofrecer a sus lectores los datos básicos, históricos y reales, de la vida del héroe principal de la historia, Jesús de Nazaret.

Con paciencia, ayudados por las herramientas y criterios de la crítica que se han ido desarrollando durante los últimos doscientos años, es posible obtener algunos datos para enmarcar la vida de Jesús. Aunque algunos, o bastantes, de tales datos sean deducciones hipotéticas, en líneas generales puede decirse que los resultados corresponden al nivel medio de lo que la investigación actual considera como razonablemente seguro. Se puede saber qué dichos y hechos de los que aparecen en ellos pueden adscribirse con rigor y exactitud al “Jesús de la historia” -un judío muy religioso y entregado a su fe, que vivió en Judea y Galilea en el primer tercio del siglo I de nuestra era- y lo que, por el contrario, debe atribuirse al que se ha llamado el “Cristo de la fe”, el ungido o mesías en el sentido anteriormente dicho, que manifiesta lo que los creyentes en él confiesan en el credo.

B. La fiabilidad de los evangelios apócrifos es muy escasa y en algunos casos nula. Éstas son obras muy posteriores en años a los evangelios sinópticos, es decir, están mucho más alejadas cronológicamente a los hechos que narran (la mayoría proceden de los siglos III al X), por lo que sus autores se dejan llevar a menudo por su fantasía e imaginación. Una mera lectura comparativa entre estos apócrifos y los evangelios sinópticos basta para percibirlo.

Salvo unos pocos datos de los evangelios no canónicos más antiguos, el papiro Egerton 2, el papiro de Oxirrinco 840, el Evangelio copto de Tomás, y algunos cuantos más, las noticias sobre la vida de Jesús han de considerarse con gran cuidado y someterlas al escrutinio de la crítica.

¿Son los Manuscritos del Mar Muerto fuente para estudiar a Jesús de Nazaret o los orígenes cristianos?

La respuesta puede ser rotunda: no entran en consideración para nuestro estudio los textos conocidos como manuscritos del Mar Muerto por la sencilla razón de que la inmensa mayoría de estos textos son anteriores al cristianismo y por tanto no podemos utilizarlos para estudiar la figura de Jesús.

Después de que se han editado ya prácticamente todos los manuscritos de interés descubiertos en el Mar Muerto con un cuidado filológico extraordinario podemos decir sin temor a equivocarnos que no existen entre esos textos de Qumrán o del Mar Muerto pasajes o fragmentos del Nuevo Testamento. Tampoco hay en ellos alusiones a Jesús, a sus discípulos ni a nada que se refiera al cristianismo. Las afirmaciones en contrario son fantasías de escritos pseudocientíficos o ganas de llamar la atención para obtener ganancias pecuniarias con noticias sensacionalistas. Los Manuscritos del Mar Muerto son pura y exclusivamente judíos, en nada cristianos, y en el caso que nos ocupa, la divinización de Jesús, ofrecen sólo una ayuda indirecta, a saber: presentar la atmósfera intelectual, religiosa y teológica sobre todo, pero también social, del judaísmo del siglo I en el que se inserta la figura de Jesús. Nos iluminan, pues, sobre el tiempo y pensamiento del judaísmo en el que se incardina Jesús –que es mucho y muy valioso- pero sólo eso. No valen para estudiar a Jesús directamente.

Seguiremos. Saludos de Antonio Piñero.


Miércoles, 5 de Noviembre 2008

Notas

Queremos comenzar nuestra andadura en este blog de Tendencias21 con uno de los temas más difíciles y espinosos de los que se pueden plantear al amparo del título de nuestro blog “cristianismo e historia”: “La divinización” de Jesús. El enunciado mismo de la cuestión, que espero suscite el interés de los lectores, presupone un punto de partida doble:

1. Que a partir de un estudio de las narraciones evangélicas parece traslucirse que Jesús de Nazaret es un ser meramente humano, no un ente divino, y

2. Que tras su muerte y resurrección –todo desde el punto de vista de la historia de las religiones- su figura fue divinizada por sus seguidores.

En principio este punto de partida parece un a priori porque en nuestra civilización occidental se nos ha enseñado desde siempre lo contrario –en una tradición de diecinueve siglos- a saber que Jesús es al mismo tiempo Dios y hombre (con base en los decretos de los Concilios de Nicea, 325 d.C. y Calcedonia, 451).

Por tanto, el cometido, en apariencia al menos muy aventurado y azaroso de nuestro intento, sería intentar mostrar que los Evangelios mismos nos presentan un ser humano, Jesús de Nazaret, que luego en esos mismos texto se nos muestra como una persona divina.

Para abordar este tema son necesarios enunciar una serie de prenotandos básicos y elementales por los que pido disculpas a aquellos que los consideren innecesarios:

A. Damos por supuesto que el personaje Jesús ha existido realmente. La existencia histórica o no del personaje es objeto, hasta hoy día, de debate pero de momento vamos a dar metodológicamente por zanjado este problema.

En el apartado de obras que comentaremos en su momento, abordaremos la presentación la y el análisis del libro “¿Existió Jesús realmente? El Jesús de la historia a debate”, publicado por la editorial Raíces, Madrid 2008, del que es editor literario quien esto escribe. Así pues, a falta de un debate ulterior, damos por supuesto que Jesús de Nazaret ha existido realmente, pero que es posible que la interpretación de su figura y misión haya podido ser otra cosa diversa a cómo fue él en la mera realidad histórica, si es que ésta no es accesible a través del estudio de los textos.

B. ¿Cómo accedemos al estudio de un personaje de la antigüedad?

La historia antigua y la filología, como método de análisis, posee diversos instrumentos para acercarse a la realidad histórica de un personaje, cuya figura se nos ha transmitido por tradición. Éstos son a) los restos arqueológicos por él dejados entre los que se incluyen monedas o inscripciones, y b) textos sobre el personaje compuestos por él mismo o por otros a su alrededor.

Parece evidente que en el caso de Jesús de Nazaret sólo poseemos textos escritos acerca de su figura y que no fue un personaje lo suficientemente importante como para haber dejado tras sí restos arqueológicos. Es bien sabido que Jesús no escribió nada sino que otros escribieron sobre él. Ahora bien, un primer y somero análisis de los escritos acerca de su persona, los evangelios, ponen en evidencia que se trata de textos de propaganda religiosa. Un análisis aun superficial descubre de inmediato que son escritos que defienden la fe en su persona y misión como un salvador religioso, n realidad como el salvador universal.

Pero el mismo análisis descubre rápidamente que tal propaganda religiosa está imbricada en una serie de relatos que nos presentan dichos, hechos, personajes, acciones, atmósfera y ambiente que corresponden a lo que sabemos de Israel y Palestina en el siglo I de nuestra era y, en concreto, de Galilea. Es decir, presentan a la vez hechos, personajes y acciones que son presumiblemente históricos porque encajan bien con el ambiente, la atmósfera, la realidad sociológica o religiosa de lo que conocemos del Israel del siglo I por medio de otras fuentes.

Un inciso: es usual escribir sobre el país en el que Jesús de Nazaret ejerció su actividad pública utilizando la denominación de “Palestina” o bien de “Israel” . Propiamente hablando, ambas denominaciones son relativamente incorrectas. La primera, “Palestina”, porque era sólo –y no siempre- la denominación usaban los romanos sobre todo a partir del año 135 (época del emperador Adriano) después que la Segunda gran revuelta judía contra Roma acabara en una catástrofe tal de los judíos, que Jerusalén fue aniquilada, arrasada a ras de suelo, se fundó sobre ella una nueva ciudad romana, denominada Aelia Capitolina, y se prohibió a los judíos acercarse al perímetro de la ciudad bajo pena de muerte. Es estado judío fue de tal modo aniquilado que sus consecuencias duraron hasta 1947. Desde 135 los romanos, para fastidiar a los judíos, comenzaron a denominar usualmente el territorio de Israel con el nombre de uno de sus más odiados enemigos en el Antiguo Testamento: los filiteos/pilisteos. “Palastina” será la tierra no de los judíos sino de los filisteos.

Israel sería también relativamente incorrecto porque en tiempos de Jesús la dominación romana, y la de Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande) sobre Galilea, empleaba usualmente la designación de las provincias: Galilea, Perea, Samaría, Judea, etc.

En nuestro caso empleamos indistintamente las tres posibles denominaciones.

Continuaremos otro día discurriendo sobre con el método que debe emplearse para analizar textos que son considerados sagrados por los creyentes.
Martes, 4 de Noviembre 2008

Notas

42votos
Queridos amigos:

Con esta carta programática comienza hoy un nuevo “Blog de conocimiento” en la interesantísima revista que me acoge “Tendencias21”. Como los comienzos son arduos, creo que lo mejor es presentarme brevemente a mí mismo –y a mis compañeros de viaje- y explicar qué pretende este puente de comunicación entre lo que escriba y mis futuros lectores.

El título del blog “Cristianismo e historia” explica en parte el programa: comunicar a los lectores cuanto pueda ocurrírseme que parezca interesante para los futuros lectores dentro de este ámbito general. Mi propósito es tender un puente entre lo que se enseña en la Universidad y la sociedad.

Por mucho éxito docente que pueda tenerse, la proyección de un profesor universitario es mínima, sobre todo en materias especializadas y opcionales como son las mías: unos pocos alumnos en dos o tres materias, más algún que otro curso de Doctorado o “master”. Por ello, pienso que puede ser en principio buena la idea de ofrecer a la sociedad en general qué se piensa y qué se dice o estudia de estos temas cristianos en la Universidad.

He dedicado casi toda mi vida dentro de la institución universitaria a explicar en clases, libros y conferencias temas de religión en general, y sobre todo de cristianismo primitivo, de Jesús, del ambiente en el que éste nació, del judaísmo que le rodeaba y del grupo de gentes que lo siguió tras su muerte, de los textos a través de los cuales sabemos lo poco que sabemos: Biblia en general, Nuevo Testamento, Apócrifos, literatura del cristianismo primitivo…

He procurado hacerlo desde la más pura objetividad del historiador y del filólogo. He escrito conscientemente “he procurado” porque es bien sabido que no hay historia ni exégesis sin algún prejuicio: de educación, de transfondo religioso, de oficio y profesión, de la atmósfera ideológica en la que vives…, etc.

Pero es deber de todo historiador intentar mantenerse fuera de toda “jaula” ideológica. No sé si lo he conseguido. Sí es cierto que los resultados de mis investigaciones y escritos han suscitado en las gentes que lo han leído un montón de preguntas. Y de ellas vamos a tratar aquí…, y de otras que surgirán a su amparo.

Muchas preguntas

A lo largo de mi vida, en un buen número de conferencias y de charlas, me han repetido muchas veces preguntas del tipo siguiente:

• ¿Cree Usted en serio que existió Jesús realmente?

• ¿Manipula la Iglesia los textos del Nuevo Testamento?

• ¿Dónde se encuentran los manuscritos de los Evangelios Apócrifos? ¿Tiene acceso a ellos todo el mundo? ¿Acaso la Iglesia quiere en el fondo que la gente no los lea y se crea lo que ella dice?

• ¿Está Usted seguro de que en los Manuscritos del Mar Muerto no se encuentra la historia oculta del cristianismo primitivo?

• ¿Fundó Jesús la religión cristiana? O ¿Fueron otros en concreto Pablo de Tarso?

• ¿Son fiables las traducciones que se hacen de la Biblia?

La insistencia en estas preguntas me lleva a pensar que estos temas interesan a mucha gente. Pienso que éstas y otras cuestiones parecidas son las que podemos tratar aquí, en este nuevo blog. He escrito conscientemente “podemos” y no “puedo” porque desearía que en este Blog no escriba yo solo. Para que sean más variados e interesantes los puntos de vista que se expongan y se discutan, he pensado que si el blog funciona puedo invitar a otros colegas a escribir en él.

Por ahora ha aceptado mi invitación Gonzalo de Cerro, profesor emérito de la Universidad de Málaga, que ha dedicado toda su vida a temas relacionados con la historia antigua del cristianismo primitivo, a las relaciones de éste con la mitología y en general a cuestiones tanto del mundo clásico como de la Biblia.

Conmigo ha editado Gonzalo los dos primeros volúmenes de los Hechos apócrifos de los Apóstoles, para la prestigiosa Editorial B.A.C. Estos “hechos” son una colección de textos cristianos de los primeros siglos que pretende sacar a la luz un buen montón de narraciones y leyendas antiguas, que tejen una vida novelada de algunos apóstoles: Andrés, Pedro, Pablo, Juan, Tomás, Felipe, Mateo, etc., rechazadas por la Iglesia como no sagrados, y que jamás han aparecido en España. Para que se vea la importancia de este tipo de literatura, desconocida por lo regular, basta pensar que la tradición de los Hechos de Pedro explica, por ejemplo, por qué el Vaticano está en Roma y no en Alejandría o en la antigua Constantinopla.

Gonzalo del Cerro se va a ocupar de temas relacionados con los Apócrifos del Nuevo Testamento, en concreto no de los medianamente conocidos “evangelios apócrifos”, sino de los poco o nada conocidos “Hechos apócrifos de los apóstoles que son un espejo del cristianismo popular de los primeros siglos.

Por ahora, y a expensas de lo que digan Ustedes los lectores voy a ocuparme de los temas o líneas siguientes:

• “Pablo de Tarso”: todo lo que pueda sernos útil para comprender mejor su pensamiento.

• “Los antiguos cristianos y la inspiración profética”, como tema básico y subyacente para explicarnos por qué y cómo se formó una lista de escritos sagrados cristianos, el Nuevo Testamento.

• La “divinización de Jesús”, si es que puede pensarse históricamente que el Nazareno fue un hombre normal, un judío piadoso, un rabino carismático, profeta, heraldo o anunciador del inminente Reino de Dios, etc., cuya figura fue reinterpretada tras su muerte hasta llegar a su divinización.
Es éste un tema vidrioso y problemático que quizá hiera la sensibilidad religiosa de muchos, pero que me gustaría impostar con todo respeto hacia las creencias religiosas y desde el principio: ¿cómo comenzó en la Antigüedad que pudo influir en el cristianismo la divinización de un ser humano?

• Me gustaría presentar un “elenco de textos antiguos judíos”, de textos anteriores al cristianismo, de obras no admitidas en el canon de textos sagrados, pero de las que creo que forman el humus y la matriz –aparte del Antiguo Testamento- del pensamiento cristiano en la parte que tiene de profundamente judío. Por ejemplo sobre el mesías, el reino de Dios, el Hijo del Hombre, el infierno…, etc. Textos precristianos, pero que son los inicios de lo que más arde pudo convertirse en dogma.

• Me encantaría presentar obras mías, escritas años ha, pero que creo que tratan de temas candentes que conservan todavía hoy su frescor.

Muchos temas por delante y muy buenos deseos…, que esperamos que puedan convertirse en realidad con el apoyo de su lectura y de sus sugerencias.

Saludos de Antonio Piñero.

Universidad Complutense. Madrid
Sábado, 1 de Noviembre 2008
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Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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